Kitabı oku: «Introducción a los escritos de Elena G. de White»
Introducción a los escritos de Elena G. de White
George R. Knight
Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.
Índice de contenido
Tapa
Introducción a los escritos de Elena G. de White
Presentación
Conozcamos a Elena G. de White
Unas palabras al lector
PRIMERA PARTE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
SEGUNDA PARTE
Capítulo 5
TERCERA PARTE
Capítulo 6
Cómo leer a Elena G. de White
Unas palabras al lector
PRIMERA PARTE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
SEGUNDA PARTE
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capitulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
TERCERA PARTE
Capítulo 21
Capítulo 22
El mundo de Elena G. de White
Unas palabras al lector
PRIMERA PARTE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
SEGUNDA PARTE
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Introducción a los escritos de Elena G. de White
George R. Knight
Dirección: Jael Jerez
Diseño de la tapa: Andrea Olmedo Nissen
Diseño del interior: Marcelo Benítez
Ilustración de tapa: Propiedad de Shutterstock
Ilustración del interior: Shutterstock, AG, ACES
Libro de edición argentina
IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina
Primera edición, e - Book
MMXXI
Es propiedad. © 2012 APIA y GEMA. Todos los derechos reservados.
© 2014, 2021 Asociación Casa Editora Sudamericana.
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.
ISBN 978-987-798-363-0
Knight, George R.Introducción a los escritos de Elena G. de White / George R. Knight / Dirigido por Jael Jerez. - 1ª ed . - Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2021.Libro digital, EPUBArchivo digital: OnlineISBN 978-987-798-363-01. Vida cristiana. I. Jerez, Jael, dir. II. Título.CDD 248.4 |
Publicado el 01 de marzo de 2021 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).
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Presentación
Tres días antes de haberme sido encomendado escribir esta presentación, yo había participado de una inspiradora reunión de estudio y oración con dos amigos. Uno de ellos comentó sus luchas mientras trataba de entender una serie de declaraciones de los primeros capítulos de Historia de la redención, que lo dejaron perplejo, en cuanto al papel de Cristo en la Deidad. Hace unos años, otro amigo me comentó su experiencia cuando intentó seguir al pie de la letra todas y cada una de las declaraciones de Elena de White respecto a la reforma prosalud. Según él, al final de varios meses su porte físico se resumía en una sola palabra: cadavérico. Y lo que más me llama la atención de ambos casos es que los dos son pastores.
Estos pastores, durante su formación teológica, fueron preparados para poder interpretar el texto bíblico. Asignaturas como Introducción a la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento) y Hermenéutica presentan principios que nos ayudan a entender y saber interpretar a la luz de su contexto los pasajes bíblicos. No impedimos a las mujeres hablar en público ni enseñar, aunque Pablo no se lo permitía (1 Cor. 14:33-35). Tampoco nos atrevemos a comernos un libro, como hizo Juan (Apoc. 10:9), ni andamos dejándonos morder por serpientes ni bebiendo nada mortífero (Mar. 16:18). Incluso sabemos explicar pasajes como el que nos dice que Cristo fue “hecho un poco menor que los ángeles” (Heb. 2:9). Por la gracia de Dios, además de esta preparación, que nos facilita el entendimiento de las Sagradas Escrituras, aplicamos el sentido común y la analogía de la fe. Sin embargo, a la hora de entender y aplicar los escritos de Elena de White, lamentablemente en muchos casos no podemos decir lo mismo.
Creo que la razón es esta: En realidad, ni a los pastores, ni a los miembros de la iglesia se les ha enseñado de forma sistemática y abarcante a estudiar y aplicar las declaraciones del Espíritu de Profecía, como se ha hecho con la Biblia. Por ello es del todo indispensable que cada pastor, alumno de Teología, dirigente de iglesia, líder de grupo pequeño y todo creyente al que le interese tener una mejor experiencia a la hora de estudiar y poner en práctica las instrucciones que Dios ha dado a su iglesia por medio del Espíritu de Profecía dedique tiempo a entender la vida, las obras y el contexto histórico en que vivió Elena de White. El profeta usa el lenguaje de su tiempo y escribe en un contexto sociocultural y espiritual determinado, a veces muy diferente del nuestro. En algunas ocasiones da consejos e indicaciones para un caso concreto y especial, que no son de aplicación universal, aunque sí lo sean los principios subyacentes. Para interpretar correctamente los mensajes proféticos, y aplicarlos con acierto, hemos de conocer ese contexto, y así poder aplicar correctamente los sanos principios de interpretación de los escritos inspirados.
Por todo ello es necesario, y muy conveniente, leer esta Introducción antes de adentrarse en la lectura de la vasta producción literaria de la mensajera del Señor para el tiempo del fin.
Introducción a los escritos de Elena G. de White llena pues un gran vacío. Por primera vez tenemos a nuestro alcance en un solo volumen todos los elementos y principios indispensables para entender los escritos de la sierva de Dios. Introducción a los escritos de Elena G. de White agrupa cuatro libros:
Conozcamos a Elena G. de White nos introduce en la vida de la profetisa, sus escritos y los temas fundamentales que aborda en ellos.
Cómo leer a Elena G. de White desarrolla los principios de interpretación.
El mundo de Elena G. de White aborda la situación social, política, religiosa e intelectual del mundo en que vivió la Sra. de White. No confundir esta obra con otra de igual título, de diversos autores, incluido George R. Knight, y cuyo editor fue Gary Land.
Caminando con Elena G. de White nos presenta el lado humano de la mensajera del Señor.
El autor de esta Introducción a los escritos de Elena G. de White, el Dr. George R. Knight, excatedrático del Seminario Teológico de la Universidad Andrews, no necesita presentación. Todos hemos disfrutado de sus escritos, de su sinceridad y de la agudeza con que analiza con claridad y sin rodeos los temas más sensibles para el adventismo. Además, Knight tiene dos cualidades que lo hacen idóneo para haber escrito esta tetralogía:
Sufrió en carne propia las consecuencias que provoca una mala comprensión de los escritos de la Sra. de White.
Ha enseñado durante varias décadas, en los cinco continentes, todo lo relacionado con la vida y obra de nuestra profetisa.
Por tanto, en el autor de Introducción a los escritos de Elena G. de White se combina una vasta y larga experiencia, una sólida formación académica, un profundo y amplio conocimiento de la sociedad y de la historia de la Iglesia Adventista del Séptimo Día y su entorno sociocultural, además de una reconocida erudición no exenta de vasta cultura teológica y general. Y si a todo esto añadimos su probada capacidad de síntesis, su claridad expositiva y la amenidad de su prosa, podemos decir con toda propiedad que nadie mejor que él para introducirnos con paso firme y seguro en los escritos de la mensajera del Señor.
Por eso, estamos convencidos de que la lectura de Introducción a los escritos de Elena G. de White será una bendición para todos los que procuran adquirir una mejor comprensión del plan que Dios tiene para su vidas.
J. Vladimir Polanco
Editor de APIA
Conozcamos a Elena G. de White
George R. Knight
Dedicado a Robert W. Olson, mi primer maestro de Biblia, y una inspiración en mi camino con Jesús.
Unas palabras al lector
Sin duda alguna, Elena de White (1827-1915) ha sido la adventista del séptimo día de más influencia en la historia de nuestra iglesia. Su presencia personal y sus escritos han sido trascendentes para conformar y guiar al adventismo durante siete décadas de ministerio profético. Desde su muerte en 1915, sus consejos y percepciones siguen siendo iluminadores para la dirección de esta iglesia cristiana.
Pero quizás usted se haya preguntado: “¿Quién es Elena de White?” Esta obra trata de responder esa pregunta. Las dos terceras partes iniciales del libro presentan nociones biográficas de su vida. Actualmente las biografías más completas de esta autora se encuentran en el libro Notas biográficas y en los seis tomos publicados por Arthur L. White entre 1981 y 1986. 1 Conozcamos a Elena G. de White solo pretende presentar una biografía concisa para el lector medio.
En la segunda sección de este libro, se categorizan y se examinan sus escritos. Por lo tanto, esta parte sirve como una introducción a sus distintos libros y manuscritos.
La tercera sección introduce a los lectores a los principales temas que caracterizan toda la obra de la Sra. de White. Estos temas vinculan sus escritos entre ellos y proporcionan la perspectiva que da a sus libros y artículos individuales un significado cósmico en la lucha entre el bien y el mal. Aunque es posible que alguien piense que debí haber seleccionado otros temas, he tratado de hacer lo mejor que he podido para elegir los que proporcionan el marco interpretativo más completo de sus pensamientos. El lector podría considerar este texto únicamente como una propuesta que se completará a medida que vayamos estudiando la vida y la obra de Elena de White.
El segundo tomo de esta serie, titulado Cómo leer a Elena G. de White, es una investigación que explora los principios básicos que debemos tener en mente mientras leemos sus escritos. Los principios surgen de su propio consejo, proyectando en su trato y relación con las personas que usaban sus escritos, y que, con el correr de los años, algunos utilizaron mal. Otro libro estrechamente relacionado con este es mi compendio de historia del adventismo titulado Nuestra iglesia: Momentos históricos decisivos. Este libro brinda el contexto histórico dentro del cual se desarrolló el ministerio de Elena de White.
Quisiera expresar mi aprecio a Bonnie Beres, que escribió el manuscrito en la computadora; a Merlin D. Burt, Paul A. Gordon, Jerry Moon, Jim Nix, Robert W. Olson y Tim Poirier, que leyeron el manuscrito y me brindaron sugerencias para mejorarlo; a Gerald Wheeler y Tim Crosby por conducir el manuscrito a través del proceso de publicación; y a la administración de la Universidad Andrews por facilitar el apoyo financiero y el tiempo necesario para investigar y escribir este libro.
Durante algunos años se ha sentido la necesidad de una introducción concisa a la vida, los escritos y los temas que desarrolló Elena de White. Conozcamos a Elena G. de White se propone satisfacer esa necesidad. Espero que sea una bendición, tanto para los miembros de la Iglesia Adventista como para los amigos y simpatizantes, mientras tratan de obtener una mejor comprensión de esta destacada mujer y de su obra.
El Autor
1 Esta obra ha sido resumida en un tomo bajo el título Elena G. de White, mujer de visión.
PRIMERA PARTE
Capítulo 1
Dirección profética para los chasqueados milleritas (1827-1850)
“Mientras estaba orando ante el altar de la familia, el Espíritu Santo descendió sobre mí, y me pareció que me elevaba más y más, muy por encima del tenebroso mundo. Miré hacia la tierra para buscar al pueblo adventista, pero no lo vi en parte alguna, y entonces una voz me dijo: ‘Vuelve a mirar un poco más arriba’. Alcé los ojos y vi un sendero recto y angosto trazado muy por encima del mundo. El pueblo adventista andaba por aquel sendero, en dirección a la ciudad que se veía al final de aquel” (Primeros escritos, cap. 1, p. 38).
¿Quién era la visionaria Elena?
La cita anterior registra la primera visión celestial que recibió Elena G. Harmon a los 17 años, en diciembre de 1844.
Elena y su hermana gemela eran las más jóvenes de ocho hermanos de la familia Harmon, y ambas nacieron en Gorham, Maine, el 26 de noviembre de 1827. Su padre se dedicaba a la fabricación y venta de sombreros, y más tarde se mudó con su familia a Portland, en el mismo Estado de Maine.
Fue en Portland donde Elena, con tan solo nueve años de edad, sufrió un accidente que afectó profundamente su vida. Una muchacha le dio una pedrada que la mantuvo a las puertas de la muerte durante varias semanas. Con el tiempo se recuperó, pero esa experiencia la dejó en tan mal estado de salud que no pudo seguir asistiendo a la escuela, aunque lo intentó con todas sus fuerzas. Durante casi toda su vida siguió sufriendo por su precaria salud.
Sin embargo, la imposibilidad de asistir a la escuela no impidió que recibiera una educación informal. Sus notas autobiográficas revelan a una joven poseedora de una mente inquisitiva y una naturaleza sensible.
Esa sensibilidad no solo se mostraba en su relación con los demás, sino también en su relación con Dios. En realidad, hasta una lectura casual de su autobiografía nos llevaría a concluir que, desde sus primeros recuerdos, era intensamente religiosa.
La joven Elena estaba profundamente impresionada con el pensamiento de que Jesús regresaría pronto. La primera vez que ella se encontró con esa idea fue a los ocho años, cuando, camino a la escuela, recogió una hoja de papel donde se leía que Jesús vendría dentro de pocos años. Acerca de esto escribió: “Al considerar el acontecimiento predicho, me vi poseída de terror. [...] Me impresioné tan profundamente por el párrafo del trozo de papel que apenas pude dormir durante varias noches, y oraba continuamente para estar lista cuando viniera Jesús” (Notas biográficas, cap. 2, p. 23). Estos sentimientos se intensificaron en marzo de 1840, cuando escuchó a William Miller predicar en Portland que Cristo vendría en 1843.
El temor que Elena sintió por la segunda venida de Cristo tuvo su origen en dos asuntos. Primero, se sentía profundamente indigna. Sobre esto ella escribió: “Sentía en mi corazón que yo no lograría merecer llamarme hija de Dios. [...] Me parecía que yo no era lo bastante buena para entrar en el cielo” (ibíd., pp. 23, 24).
Su sentimiento de indignidad estaba directamente relacionado con su creencia en un infierno que ardía eternamente. Debido a sus pecados, temía que tendría que “soportar las llamas del infierno para siempre, por tanto tiempo como Dios existiera”. No solo temía por sí misma, sino también la idea de un infierno que ardía eternamente despertaba interrogantes en su mente. “Cuando me dominaba el pensamiento de que Dios se deleitaba en la tortura de sus criaturas [...] un muro de tinieblas parecía separarme de él [...] y perdía la esperanza de que un ser tan cruel y tiránico jamás condescendiera en salvarme de la condenación del pecado” (ibíd., cap. 3, p. 34).
Elena luchó durante años con estos pensamientos. Su problema se veía agravado por dos creencias falsas: primera, que ella tenía que ser buena, o hasta perfecta, antes de que Dios pudiera aceptarla; y segunda, la idea de que si ella estuviera verdaderamente salva, tendría sentimientos de éxtasis espiritual.
Sus tinieblas se empezaron a disipar en el verano de 1841, mientras asistía a un congreso metodista en Buxton, Maine. Allí escuchó un sermón sobre el tema de que la autosuficiencia y el esfuerzo propio de nada valen para ganar el favor de Dios. Comprendió que “tan solo en relación con Jesús, por medio de la fe, puede el pecador llegar a ser un hijo de Dios, creyente y lleno de esperanza”. Desde ese momento en adelante, procuraba fervientemente el perdón de sus pecados y luchaba para entregarse completamente al Señor. Más tarde escribió: “Mientras estaba arrodillada y oraba con otras personas [...] decía en mi corazón: ‘¡Ayúdame, Jesús. ¡Sálvame o pereceré!’ [...]. Arrodillada todavía en oración, mi carga me abandonó repentinamente y se me alivió el corazón” (ibíd., cap. 2, p. 25).
No obstante, pensó que eso era demasiado bueno para ser cierto. Como resultado, trató de reasumir la carga de angustia y culpabilidad que habían sido su constante compañía. Como escribió más adelante: “No me parecía tener derecho a sentirme alegre y feliz” (ibíd., pp. 25, 26). Solo de forma gradual pudo ir comprendiendo la maravilla de la plenitud de la gracia redentora de Dios.
Poco después de regresar de ese congreso, Elena fue bautizada por inmersión y se unió a la Iglesia Metodista. Ajena a los argumentos de los miembros de iglesia que rechazaban el bautismo por inmersión, ella lo decidió así porque creía que era el único método de bautismo apoyado por la Biblia.
A pesar de esa nueva percepción, todavía estaba llena de dudas, porque no siempre sentía el éxtasis que ella creía que debía sentir si estuviera verdaderamente salvada. Como resultado, continuó con su temor de no ser lo suficientemente perfecta como para encontrarse con el Salvador en su advenimiento. Más o menos en ese tiempo William Miller regresó a Portland para dictar una serie de conferencias en junio de 1842.
Experiencia de Elena de White dentro del movimiento millerita
Miller predicaba que la venida de Jesús “iba a ocurrir alrededor de 1843”. Parte de la explicación para esa fecha era su interpretación de Daniel 8:14 (“Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado”). Él interpretó que el santuario era la Tierra y la iglesia, la purificación sería por el fuego en ocasión de la segunda venida de Jesús y el final de los 2.300 días la fecha en que el fuego purificaría la Tierra. Al igual que muchos otros intérpretes, él predijo que el cumplimiento de la profecía de los 2.300 días tendría lugar en la década de 1840, alrededor de 1843, para ser más exactos. De hecho, Miller enseñó que Jesús vendría en esa fecha. Decenas de miles aceptaron sus enseñanzas a medida que la fecha se aproximaba.
Elena Harmon fue una de ellos. Pero esa misma creencia siguió causándole problemas, puesto que la seguía atemorizando el pensamiento de que todavía ella no era “suficientemente buena”. Además, la inquietaba la idea de un fuego infernal que nunca terminaría.
Al observar la madre de Elena el estado mental de la muchacha, le sugirió que hablara con Levi Stockman, un pastor metodista que había aceptado el millerismo. Stockman alivió la preocupación de Elena al hablarle “del amor de Dios para con sus hijos extraviados [...] [que] en vez de complacerse en la ruina de ellos, anhelaba atraerlos a sí con una fe y una confianza sencillas. Insistió en el gran amor de Cristo y en el plan de la redención [...]. Ve en paz, Elena –me dijo–; vuelve a casa confiada en Jesús, pues él no privará de su amor a nadie que lo busque verdaderamente” (Notas biográficas, cap. 4, p. 41).
Esa entrevista fue uno de los momentos cruciales en la vida de Elena Harmon. De ahí en adelante, empezó a considerar a Dios “como un padre bondadoso y tierno más bien que como un severo tirano que fuerza a los hombres a obedecerlo ciegamente”. En su corazón “sentía un profundo y ferviente amor hacia él. Consideraba un gozo obedecer su voluntad, y me era un placer estar en su servicio” (ibíd., p. 43).
Fue por aquel entonces cuando Elena llegó a comprender completamente el estado de los muertos. Sus conclusiones sobre el tema fueron tres: 1) el alma no es inmortal por naturaleza; 2) la muerte es una condición en la cual todas las personas duermen en la tumba hasta la resurrección en ocasión de la segunda venida de Jesús y 3) “la Biblia no contiene prueba alguna de que haya un infierno eterno” (ibíd., cap. 5, p. 54).
Estos planteamientos aliviaron grandemente las angustias de Elena. Después de todo, como dijo ella: “Si al morir el hombre, su alma entraba en el gozo de la eterna felicidad, o caía en la eterna desdicha, ¿de qué servía la resurrección del pobre cuerpo reducido a polvo?” (ibíd., p. 55). Esa nueva percepción de la inmortalidad condicional no solo la ayudó a comprender la enseñanza bíblica de la resurrección, sino también la libró de la falsa idea de un Dios temible que tortura a las personas en el fuego del infierno por toda la eternidad. Más tarde ella diría que “es incalculable para el espíritu humano el daño que ha producido la herejía de los tormentos eternos”. Estas enseñanzas han convertido a “millones” en “escépticos e incrédulos”. Ella sostenía que esto no podía armonizar con las enseñanzas bíblicas del amor de Dios (El conflicto de los siglos, cap. 34, pp. 525, 526).
El descubrimiento de que Dios es un “Padre tierno” fortaleció a Elena para hacer resonar las nuevas de la segunda venida de manera que otros pudieran prepararse para ese glorioso acontecimiento. De hecho, en contra de su timidez natural, ella empezó a orar en público, a compartir con otros, en las clases de las reuniones metodistas, su creencia en el poder salvador de Jesús y en su pronto regreso, y a ganar dinero para imprimir materiales con el fin de esparcir la doctrina adventista. Esta última actividad la abrumó particularmente. Debido a su mala salud, tuvo que mantenerse en cama tejiendo medias a 25 centavos al día para hacer su parte.
Ella tomaba las cosas completamente en serio, y esa convicción se demostraba en todos los aspectos de su vida. Esto condujo a muchos de sus amigos jóvenes a tener fe en Jesús.
No solo Elena, sino también sus padres y sus hermanos estaban entusiasmados con la verdad adventista que predicaba Miller. Pero la iglesia a la cual pertenecían enseñaba que Cristo no vendría hasta después de mil años de paz y abundancia, y no apreciaba la doctrina del pronto regreso de Cristo. Como resultado, la familia Harmon fue expulsada de la Iglesia Metodista en septiembre de 1843. Esta experiencia reflejó la de muchos otros, a medida que adventistas milleritas en todas partes se negaban a permanecer callados referente al tema del regreso de Cristo en el futuro inmediato. El conflicto alcanzó un punto crítico conforme se acercaba la fecha predicha.
Pero los adventistas milleritas no se preocuparon demasiado por su expulsión de las distintas confesiones. Después de todo, Jesús llegaría en pocos meses, y entonces terminarían todos los problemas. Con esa esperanza en mente, los milleritas siguieron reuniéndose para animarse mutuamente a medida que se acercaba el tiempo predicho. Estaban llenos de gozo. Como Elena diría más tarde, el año comprendido entre 1843 y 1844 “fue el año más feliz de mi vida” (Notas biográficas, cap. 6, p. 66). Los adventistas apenas podían esperar su encuentro con Jesús cara a cara.
Finalmente, como resultado de un estudio de las festividades del año judío, los milleritas llegaron a la conclusión de que la purificación del Santuario (que ellos creían que sería la segunda venida de Jesús) tendría lugar el 22 de octubre de 1844. Pero esa fecha llegó y pasó sin que Jesús apareciera. Como dijera posteriormente Hiram Edson: “Quedaron destrozadas nuestras esperanzas y expectativas más queridas, y nos embargó un estado de tristeza que nunca antes habíamos experimentado [...]. Lloramos y lloramos hasta el amanecer” (Manuscrito de Edson).
Las filas adventistas se vieron sumergidas en un caos después del chasco de octubre de 1844. Es casi imposible sobrestimar la confusión. Muchos dejaron de creer en el segundo advenimiento. Y entre los que mantuvieron esa creencia, empezaron a surgir toda clase de teorías. Aunque generalmente los creyentes sostenían que solo los separaba del regreso de Cristo una corta espera, sus opiniones se dividieron sobre si algo significativo había sucedido el 22 de octubre de 1844. Algunos siguieron creyendo que había sucedido algo, pero para fines de noviembre y principios de diciembre, la mayoría llegó a la conclusión de que habían cometido un error en cuanto a la fecha. Elena Harmon pertenecía a este último grupo. Ella había renunciado a su creencia de que Daniel 8:14 había tenido su cumplimiento en octubre. Fue en ese contexto que recibió su primera visión.