Kitabı oku: «Llorando Sobre La Luz Derramada»

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Capítulo Cero

Capítulo i

Capítulo i^2

Capítulo i^3

Capítulo i^4

Capítulo 2i

Capítulo 2i^2

Capítulo 2i^3

Capítulo 2i^4

Capítulo 3i

Capítulo 3i^2

Capítulo 3i^3

Capítulo 3i^4

Capítulo 4i

Capítulo 4i^2

Capítulo 4i^3

Capítulo 4i^4

Capítulo 5i

Capítulo 5i^2

Capítulo 5i^3

Capítulo 5i^4

Capítulo 6i

Capítulo 6i^2

Capítulo 6i^3

Capítulo 6i^4

Capítulo 7i

Capítulo 7i^2

Capítulo 7i^3

Capítulo 7i^4

Capítulo 8i

Capítulo 8i^2

Capítulo 8i^3

Gracias por leer.

LAMENTO POR LA LUZ DERRAMADA

Por George Saoulidis

Traduzido por Arturo Juan Rodríguez Sevilla

Publicado por Tektime

Copyright © 2019 George Saoulidis

All rights reserved.

Capítulo Cero

La dama de azul se quedó quieta, mirando a la esquina de la habitación. Hasta el aire parecía inmóvil a su alrededor, las partículas de polvo descendían suavemente, sus trayectorias en espiral apenas iluminadas por unos breves rayos de sol.

El cuerpo que había levantado todo el polvo yacía quieto en medio de la gruesa alfombra. Un hombre alto, pesado, no de músculos sino más bien de espaguetis con queso, estaba boca abajo, sus extremidades inmóviles, su baba goteando sobre la alfombra, que la absorbía instantáneamente. Sus pequeñas gafas estaban aplastadas bajo su cabeza, con la montura rota pero las lentes intactas.

La dama de azul levantó la vista hacia la pizarra.

El movimiento de sus pestañas no fue suficiente para alterar el polvo en suspensión.

Había símbolos matemáticos garabateados en la pizarra, la mitad de ellos tenían pinta de haber sido escritos, borrados y reescritos un millón de veces. La parte superior izquierda estaba seca, rayada y gastada. Ese comienzo había atormentado al hombre pesado durante años. El pizarrón blanco ocupaba un lugar destacado en la sala, como un tótem en alto, un recordatorio constante para que el hombre pesado siguiera trabajando, siguiera pensando en lo que significaban los símbolos.

No había mucho más en la sala que valiera la pena mencionar. Era como si alguien hubiera heredado la casa de su madre, llena de baratijas, tapetes de lino, figuritas y otros objetos artesanales característicos de una casa griega, y luego los hubiera quitado meticulosamente, dejando una evidente mancha descolorida en el barniz de los muebles. Muebles viejos, hechos a mano, con cierres chirriantes y pies desiguales, que se mantienen firmes con una página de periódico doblada y bien colocada, aplastada por el peso de los años, casi convertida de nuevo en la pulpa de madera de la que salió. Alguien criado en una casa así podría identificar fácilmente la mayoría de los objetos que faltan, solo por sus sombras.

Ahí, un marco de fotos grueso. Ahí, colgando del clavo que faltaba, habría un plato decorado, uno de esos que en otro tiempo todo el mundo parecía querer tener en su pared. Su sombra era casi perfecta, como una impronta inversa. Ahí, un tapete blanco de ganchillo cubriría esa forma triangular perfecta.

Todo eso ha desaparecido.

La dama de azul caminó hacia la pizarra, sus suaves pasos finalmente alborotaron las motas de polvo, haciendo que giraran a su alrededor. Recogió el rotulador del suelo, extrajo cuidadosamente una página de un bloc de notas y anotó los símbolos matemáticos. Los revisó dos veces para asegurarse de que no faltara nada, luego agarró el paño que había al lado y limpió la pizarra lentamente. Presionaba con fuerza para que todo se borrara bien. La parte superior izquierda opuso más resistencia, pero finalmente cedió.

Puso el paño en su lugar y dobló la hoja escrita. Sin ningún esfuerzo.

Luego se guardó la página doblada en su vestido azul, justo al lado del corazón. Sin ningún esfuerzo.

Y luego agarró al hombre pesado por la pierna y lo arrastró hasta el final del pasillo. Sin ningún esfuerzo.

Capítulo i

Yanni subió a su oficina-laboratorio. Encendió el láser y la computadora conectada a él. Cerró las persianas para oscurecer la habitación, se puso las gafas protectoras, sacó el cigarrillo electrónico y echó vapor en el camino del rayo láser azul que apuntaba hacia el techo.

El vapor hizo que el láser fuera visible, pero seguía subiendo recto como una flecha.

A Yanni le molestaba esa estúpida sumisión a las leyes de la naturaleza.

Dio un par de caladas más y tecleó diferentes variables en Matlab.

El rayo de luz azul simplemente parpadeó un poco, pero se mantuvo recto.

Yanni gruñó y luego miró fijamente al punto azul del techo, pensando en las ecuaciones.

Trabajó duro así durante siete horas seguidas.

Thalia subió con un sándwich para él.

―¿Estuviste sentado en la oscuridad todo el día? ―preguntó.

―No puedo ver el láser con una fuente de luz de diez mil lúmenes inundando la habitación ―dijo.

Ella, que claramente no había entendido el concepto, forzó una sonrisa y añadió:

―Necesito que cuides a los niños, tengo que comprar algunas cosas.

―Sí, ahora mismo ―contestó Yanni mientras cerraba la puerta.

Ella lo dejó abajo, sentado en el sofá, con la bebé en brazos y Georgie tirando harina con su camión de juguete. Los dibujos animados de la televisión estaban a un nivel que casi podría provocar una explosión de tímpano, y la bebé lloraba por su madre. Le dio un chupete para intentar calmarla. Luego agarró la tableta para enviar un mensaje a sus amigos por Facebook. Dio algunos toques pero se dio cuenta de que la pantalla estaba sucia de chocolate, así que la limpió apresuradamente. Añadió a todos sus amigos a un chat grupal y les contó sobre la fiesta que Thalia estaba preparando.

Después tenía que escribir a Nikos. Él era el único de sus amigos que no tenía Facebook, era un poco chapado a la antigua para esas cosas. Conocía la red, por supuesto, pero nunca quiso aceptar direcciones de Facebook de mujeres, solo sus números de teléfono (si es que no se subían a su coche de inmediato). Pensaba que mirar anónimamente las fotos de una chica era de pervertidos, aunque algunas de ellas le enviaban fotos desnudas igualmente, tan pronto como se enteraban de que era arquitecto.

Nikos le devolvió la llamada:

―Yasou, ¿pensabas que me iba a olvidar? Hombre, el 2 de septiembre, la noche que quemamos la casa... ¡desde hace quince años!

Yanni se sintió un poco avergonzado y dijo:

―Sí, me temo que la fiesta será un poco más tranquila este año.

―Como la del año pasado y el anterior. Es lo que tiene casarse. Sí, no hay problema, solo quiero pasar el rato con vosotros, ya nunca nos vemos ―dijo Nikos.

―Sobre eso, podría ser útil que trajeras una chica más adecuada. La última vez nuestras mujeres casi se arrancan los ojos. Alimentaste el fuego para décadas de reproches ―dijo Yanni.

―¡Ja, ja, sí, eso fue desternillante! ―dijo Nikos riendo―. No, no te preocupes, no tengo pareja. Iré solo.

Yanni frunció el ceño ante la inusual afirmación y preguntó:

―¿Solo? ¿Tú? ¿Cómo es eso?

―Encontré a mi musa ―contestó Nikos―. Vamos a tomar una copa y te lo cuento todo sobre ella.

―Suena serio. Necesito saber más ―dijo Yanni.

Acordaron una hora y un lugar, y Yanni volvió a mirar la tableta, ahora cubierta de harina y baba. Georgie estaba sentado en su camioneta fingiendo que dirigía un cargamento de preciada harina. El resto de sus amigos, todos casados, habían respondido al chat de grupo. Les había gustado la idea y enviaban caritas sonrientes y ya hablaban de traer ese buen vino que tanto les había gustado a todos la última vez.

Yanni se sentó en el sofá con su bebé en brazos y esperó a que su esposa regresara. Todo lo que realmente quería era que su musa volviera.

Capítulo i^2

―No eres tan viejo. Tenemos la misma edad. ¿Estás diciendo que yo también soy vieja? ―preguntó Thalia con una mirada de cuidado-con-lo-que-dices en su cara.

Yanni abrió los brazos en un gesto de disculpa y respondió:

―No, por supuesto que no. Estoy hablando de la edad académica. Sobre ideas. Ya no me siento tan enérgico como antes.

Thalia pensó seriamente en la situación mientras acunaba a la bebé dormida, la imagen misma de la hermosura.

―Yanni, simplemente llega lo más lejos que puedas. Tal vez necesitas un relevo. Alguien a quien tú enseñarías y conducirías a la meta. ¿Tan malo sería?

―Uh. Es mi idea, cariño. He trabajado tantos años en ella que odiaría verla en manos de otra persona ―dijo Yanni, hablando más para sí mismo que para los demás.

Thalia caminó hacia él llamando su atención y dijo:

―Yanni, si pruebas una parte considerable de tu aportación, no tendrán otra opción que darte crédito. Piensa en tu familia, haz un buen trabajo, y después pásalo y deja que otro termine la carrera.

Ella le pasó la bebé a él para hacer otras tareas.

Él cogió a la bebé en brazos y luego la acostó. Encendió la música del móvil de la cuna y ella se rió hacia él, sin fijar sus ojos en ningún lado, sino mirando todo lo que la rodeaba.

Pasó el día trabajando en el laboratorio de su casa. Al menos esta vez se acordó de encender el láser.

Él lo miró. El láser lo miró de vuelta, impasible.

Con las gafas protectoras puestas, aumentó la intensidad. «Todo lo que necesito es un momento eureka. Un poco de suerte», pensó. Sabía, por supuesto, que el momento eureka era un mito. La verdadera ciencia era lenta y estable, o quizá no tan estable sino más bien llena de callejones sin salida. A lo sumo, tendría un momento uy-qué-curioso que podría llevarle a alguna parte.

Aunque no estaría de más probar suerte.

Comenzó a introducir valores aleatorios en las variables con las que estaba trabajando, probando el láser con cada una de ellas. Lo apodíctico de su prueba dependía de las ecuaciones de Maxwell, que, en su simplicidad, tenían permutaciones infinitas. Tenía más posibilidades de ligarse a Kate Upton que de escribir aleatoriamente la variable que demostrara su hipótesis.

Escribió algo. Entrar. No hubo cambios.

Tecleó de nuevo. Entrar. Lo mismo.

Luego intentó su aniversario, no servía de nada ya contenerse con la superstición.

Nada.

¿El cumpleaños de Georgie?

Entonces sonó el teléfono. Afortunadamente.

El mensaje de Nikos decía: «Una persona que no ha hecho su gran contribución a la ciencia antes de los treinta años nunca lo hará. Albert Einstein».

Yanni empezó a escribir una respuesta que decía: «Gracias por retorcer el cuchillo», pero un coche tocó el claxon desde la calle y obviamente era Nikos.

Salió corriendo, deseoso de cambiar de aires, y cerró la puerta al comentario de Thalia de «no bebas». Sintiéndose mal, se asomó otra vez dentro de la casa y le dijo:

―Está bien, cariño, no beberé. Lo prometo.

Nikos estaba esperando en su descapotable, recostado con las manos relajadas como si estuviera sentado en un sofá. Sonreía a unas chicas que cruzaban la calle y ellas le devolvían la sonrisa.

―Esa era tu maniobra de ligue, enviar el mensaje y tocar la bocina unos segundos después mientras yo respondo. No me vuelvas a hacer eso ―dijo Yanni con aversión, sin subir al coche.

―Oye, tú lo inventaste, hombre. Simplemente lo perfeccioné ―dijo Nikos y ambos se rieron a carcajadas.

―Sí, ese parece ser el patrón últimamente ―dijo Yanni con una expresión triste y consternada en su rostro.

Capítulo i^3

―Lo hecho, hecho está ―respondió ella por décima vez, mientras doblaba las cortinas de la oficina-laboratorio. Había sacado todo lo que no había sido tocado por el fuego para que no absorbiera el olor. Entonces su cara mostró preocupación real y preguntó en voz baja:

―¿Reemplazará Demokritos el láser?

Yanni se sentó y suspiró profundamente un par de veces, como si la respuesta se encontrase en las moléculas que le rodeaban.

―Sí, tiene que hacerlo. Pero tomará una eternidad hacer el papeleo y obtener el permiso. No podrá hacerlo a tiempo para la revisión de la financiación.

Thalia remetió las esquinas de las cortinas tan perfectamente como pudo. Eso era algo que podía controlar y se calmó haciendo el trabajo sin problemas.

―Sé que el láser es caro, ¿no podemos conseguir ese dinero de algún sitio mientras tanto? ¿De Nikos, por ejemplo?

Yanni buscó rencor en su voz pero no lo encontró. La sugerencia era fría y lógica, no recriminatoria. Y tenía razón.

―Podemos, sí. Pero el problema no es el precio, sino la disponibilidad. Las piezas son caras y además no están disponibles para particulares. Tener el dinero no es suficiente, aparte hay que ser un centro de investigación para conseguir algo así. O el departamento de investigación y desarrollo de una gran corporación, o algo por el estilo.

―¿Y no puedes explicar el contratiempo al comité de revisión?

Yanni pensó en la llamada de antes, un socio le advirtió sobre el nuevo administrador, que estaba decidido a cortarle los fondos. Decidió no contarle eso a su esposa, para dejar un ápice de esperanza. Estaba tranquila, pero podría no necesitar más que esta nueva información para desmoronarse.

―Sí, claro. No son inaccesibles, los llamaré mañana a primera hora.

Forzó una sonrisa, la besó y subió a su oficina-laboratorio. Se sentó en su silla como siempre y revisó los daños. No eran muchos, podría haber sido mucho peor. El láser tenía una gran quemadura en la parte superior de la caja, obviamente por el sobrecalentamiento. El cableado estaba quemado y olía mal, el plástico siempre lo hace. El borde del escritorio estaba chamuscado, también una esquina de su silla y la alfombra. El señor Andreas realmente trató de evitar rociar el láser, se las arregló para formar un círculo alrededor y ahogó el oxígeno de la llama. Hombre práctico, su pensamiento podría haber ahorrado decenas de miles de euros en reparaciones. La alfombra estaba destruida. Estaba bien. Yanni incluso pensó en llevar la contraria a su esposa y dejar la habitación tal cual.

Las cicatrices del fracaso.

Pensó en volver a encender el láser. Tal vez ese era su accidente fausto. Tal vez este sería su momento eureka, cuando un percance en el laboratorio conduce a un descubrimiento que cambia el mundo. Era tonto de su parte, pero la tentación pudo con él.

Pensó que el láser ya estaba dañado, así que tampoco iba a empeorar las cosas. Trajo una manta vieja por si acaso, diciendo a Thalia que como mantenía la ventana abierta, hacía frío. Ya había oscurecido, así que no estaba tan lejos de la verdad.

Sostuvo la manta en la mano por si se producía otro incendio y encendió el láser, esperando el momento eureka de sus sueños que le cambiaría la vida.

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