Kitabı oku: «Más Despacio»

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Capítulo 1: Galene - Cerebro operando a la...

Capítulo 2: Gregoris a vhn x 3.2

Capítulo 3: Galene a vhn x 0.6

Capítulo 4: Gregoris a vhn x 3.1

Capítulo 5: Galene a vhn x 0.6

Capítulo 6: Galene a vhn x 0.7

Capítulo 7: Gregoris a vhn x 2.4

Capítulo 8: Galene a vhn x 0.7

Capítulo 9: Galene a vhn x 0.6

Capítulo 10: Gregoris a vhn x 3.2

Capítulo 11: Galene a vhn x 0.7

Capítulo 12: Gregoris a vhn x 2.2

Capítulo 13: Natalie a vhn x 1.1

Capítulo 14: Galene a vhn x 0.9

Capítulo 15: Galene a vhn x 0.8

Capítulo 16: Galene a vhn x 0.6

Capítulo 17: Galene a vhn x 0.7

Capítulo 18: Galene a vhn x 0.8

Capítulo 19: Galene a vhn x 1.2

Capítulo 20: Galene a vhn x 0.7

Capítulo 21: Galene a vhn x 1.5

Capítulo 22: Galene a vhn x 1.1

Capítulo 23: Natalie a vhn x 1.0

Capítulo 24: Gregoris a vhn x 2.8

Capítulo 25: Galene a vhn x 1.2

Capítulo 26: Galene a vhn x 0.9

Capítulo 27: Galene a vhn x 0.6

Capítulo 28: Galene a vhn x 1.1

Capítulo 29: Moiras a vhn x 27

Capítulo 30: Galene a vhn x 1.2

Capítulo 31: Galene a vhn x 2.8

Capítulo 32: Galene a vhn x 2.9

Capítulo 33: Galene a vhn x 2.2

Capítulo 34: Melpomene a vhn x 107

Capítulo 35: Galene a vhn x 1.8

Capítulo 36: Galene a vhn x 2.1

Capítulo 37: Gregoris a vhn x 2.9

Capítulo 38: Gregoris a vhn x 2.8

Capítulo 39: Galene a vhn x 2.2

Capítulo 40: Galene a vhn x 0.7

Capítulo 41: Galene a vhn x 2.4

Capítulo 42: Galene a vhn x 2.6

Capítulo 43: Galene a vhn x 1.8

Capítulo 44: Galene a vhn x 0.8

Capítulo 45: Galene a vhn x 3.1

Capítulo 46: Natalie a vhn x 1.1

Capítulo 47: Galene a vhn x 2.7

Capítulo 48: Gregoris a vhn x 5.6

Capítulo 49: Galene a vhn x 1.7

Capítulo 50: Galene a vhn x 1.9

Capítulo 51: Teukros a vhn x 2.7

Capítulo 52: Gregoris a vhn x 3.2

Capítulo 53: Gregoris a vhn x 1.9

Capítulo 54: Melpomene a vhn x 107

Capítulo 55: Dolios - Cerebro operando a la...

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Más Despacio

George Saoulidis

Arturo Juan Rodríguez Sevilla

Copyright © 2019 George Saoulidis

Todos los derechos reservados.

Imagen de portada Copyright © João de Souza Antunes Jr AKA Antunesketch

Publicado por Tektime

Para el Sr. M, lo más cercano que he visto a un Siguiente, si es que hay alguno.

Capítulo 1: Galene - Cerebro operando a la velocidad humana normal (vhn) x 0.6

―¿Así que usted derramó café en el teclado? ―preguntó Galene con calma.

―Bueno, sí ―murmuró el empleado, tocándose el cuello.

―Bien. Pero usted llamó a TI por un fallo en la computadora ―remarcó ella.

―Claro. Sí.

―Así que la computadora falló cuando usted derramó café sobre ella. Este café en particular, para ser exactos ―señaló a la taza. Estaba todavía medio llena de pegajosa y destructora crema con azúcar.

El empleado asintió lentamente.

―¿No podía simplemente decir lo del café en su solicitud de servicio técnico y ahorrarme un viaje? ―preguntó con franqueza.

―Bueno, no lo hice. Tampoco es que ustedes en TI tengan mucho que hacer, de todos modos. Esta es una empresa tecnológica ―dijo el empleado, tratando de ser sarcástico.

―Por supuesto. Solo procesamos trescientas solicitudes al día ―asintió ella. En ningún momento su registro de actividad física mostró un solo repunte en su ritmo cardíaco. Para quien interpretara los datos, bien podía estar tumbada en un cómodo sofá.

El empleado se mofó.

―Te conseguiré un teclado de repuesto ―dijo Galene, chasqueando la lengua. Tiró del cable y sacó el teclado, asegurándose de que el café goteara lejos de sus vaqueros.

―Sí ―dijo el empleado, dando una palmada―. Por favor, pero deprisa. Tengo un montón de emails que enviar antes de poder irme hoy.

Ella asintió.

―Genial. Vuelvo enseguida ―dijo, escabulléndose.

Galene tomó el ascensor de servicio para bajar. Abrió el almacén de repuestos con su tarjeta de acceso y arrojó el teclado estropeado y pegajoso a la papelera de reciclaje. Tomó uno nuevo y escribió en la solicitud de servicio técnico:

«Fallo de teclado, sustituido. Solicitud cerrada».

Luego fue al baño, se sentó en el inodoro y se comió el sándwich de su almuerzo. Sola. Se aseguró de que cayeran muchas migas entre los botones del teclado, usándolo como plato. Incluso leyó algunas páginas de Fundación, de Asimov, un libro clásico de ciencia ficción que nunca parecía tener tiempo de terminar.

Ella le llevaría el teclado... en algún momento.

Cinco segundos más.

Cuatro.

Suspiró.

¿Uno punto tres?

—¡Y son las cinco en punto! ¡Hora de salir, cabrones!

Galene se levantó, se echó la mochila con el portátil al hombro y se precipitó hacia la puerta.

―No tan rápido ―dijo su jefe desde el otro lado de la sala de TI.

―¿Qué? No, señor; ya he completado la jornada oficialmente. Comprueba la hora ―protestó.

Su jefe frunció el ceño.

―Lo sé. Pero hay una petición de última hora, y es de máxima prioridad ―dijo, toqueteando su tableta.

Ella agarró una pistola espacial de juguete de un escritorio y lo amenazó con destrucción futurista en forma de proyectiles de espuma.

―No. Muevas. Un dedo ―dijo con toda la intimidación que una chica bajita y flacucha podría provocar.

Él la miró entrecerrando los ojos. Ella lo desafió. Lo desafió dos veces. Él dio un toque en la tableta.

El portátil de Galene estaba dentro de su mochila. Ella suspiró y lo sacó para leer la solicitud que le acababan de asignar. Estaba en el sistema ahora. Con fecha y hora y todo eso. No había escapatoria.

―¿Último piso? ¡Vamos! ¿No podrías enviarme a algún sitio que me pille de camino a la salida, por lo menos?

―Es lo que hay ―dijo el jefe y sorbió su café victoriosamente.

Lo empezó a mirar, desplazándose con el panel táctil, con el portátil apoyado en su antebrazo.

―Ni siquiera conozco esta configuración, ¿no es esto competencia de George?

Su jefe miró alrededor teatralmente.

―¿Ves algún Georgie por aquí?

―No ―dijo imitándole.

―Mira ―suspiró su jefe―. Ayúdame, ayúdate. Resuelve esta solicitud de máxima prioridad ahora y te lo compensaré mañana. Te cambiaré de sitio y no tendrás que ver al tocaculos del piso 31.

Galene entrecerró los ojos.

―Vale ―se rindió―. Pero más vale que el cambio sea permanente, o mañana tomaremos un café en Recursos Humanos. ―Le apuntó con el arma espacial para remarcar esto último.

―Oye. ¡Estoy de tu lado, Gal! Pero esta mierda tiene que hacerse ―alegó su jefe.

―Y yo voy a hacerla ―dijo Galene suspirando y arrastrándose hacia la puerta.

―¡Gracias! Eres la mejor empleada de la historia ―le gritó el jefe―. Y por favor, termina ahí arriba antes de que oscurezca, es urgente.

Galene se detuvo y apoyó la frente en la puerta del ascensor. Cerró los ojos.

―Sí, jefe.

Se tomó su tiempo, con el dedo encima del botón. Nadie podía quitarle eso, esos preciosos segundos de calma antes de subir a una solicitud. El Departamento de Tecnología Informática de Hermes Information Technology estaba situado en el subsuelo del rascacielos. Era agradable, fresco y tranquilo. Comparado con el caos de arriba, parecía un oasis. No se podía renegar en una solicitud. Tenía que ser correcta y profesional. Tenía que callarse y sonreír cuando algún idiota hacía un comentario inapropiado sobre su cuerpo. Por eso Galene usaba vaqueros y sudaderas dos tallas más grandes, para reducir las posibilidades de acoso. Por otro lado, el trabajo de TI en sí no era tan difícil. Cualquier friki de la informática podría ponerse al día en una sola semana y empezar a manejar solicitudes como un veterano. Todos ellos habían desmontado y construido su propio ordenador antes de saber lo que era el sexo opuesto. Pero requería una cierta cantidad de calma, y Galene tenía de sobra. Hacía falta calma cuando algún gerente imbécil pensaba que podía tratarle como una mierda porque su resultado económico había bajado el último trimestre. Cuando los accionistas no podían esperar cinco minutos para configurar la presentación de diapositivas. Cuando los empleados olvidaban sus contraseñas y tenían que restaurarlas por millonésima vez.

Galene podía soportar todo eso.

Abrió sus ojos cansados y apretó el botón del ascensor.

Sonó al instante. Las puertas se abrieron. El ascensor la estaba esperando. Anticipándose.

Suspiró.

A veces, trabajar en un edificio con siete inteligencias artificiales predictivas diferentes era una auténtica putada.

Capítulo 2: Gregoris a vhn x 3.2

Gregoris revisó los datos para la próxima apertura del mercado de valores. Leyó rápidamente los resúmenes que la IA recopilaba de las noticias económicas de Asia, y abrió dos entrevistas con un par de importantes directores ejecutivos de la región.

Los vídeos se tomaron su buen tiempo cargando. Pulsó y pulsó, pero el icono de carga seguía girando, riéndose de él en su cara.

«¡Maldita sea! ¿Cuándo arreglarán esta estúpida computadora? ¿Cinco segundos para cargar un maldito vídeo? ¿Cinco segundos enteros?».

Gregoris volvió a centrar su atención en los resúmenes. Sus ojos escudriñaron el texto, asegurándose de mantener los comienzos y los finales de las líneas en su visión periférica. Revisó todo a un ritmo constante y rápido. Tuvo que forzarse conscientemente para no saltarse las líneas, como solía hacer. La dislexia era una putada en ese sentido. Era fácil que su mirada se distrajera y pasara por alto párrafos enteros sin darse cuenta.

Y entonces tenía que retroceder y releerlos.

Una pérdida de tiempo.

Había examinado media página de datos filtrados cuando los vídeos finalmente decidieron cargar.

Perfecto.

Él miró. Estaban traducidos del mandarín y del coreano por la IA. El vídeo en sí mismo estaba editado, también por una IA. Reducido a lo más importante, sin pausas, ni entradas, ni introducciones. Únicamente datos.

Y reproducido a 3.2 veces la velocidad normal.

Gregoris lo fue adelantando con el teclado, quedándose con las preguntas importantes, observando las expresiones del hombre mientras asimilaba el texto traducido.

Saltó hacia delante y hacia atrás en la línea temporal del vídeo, para volver a ver algunas partes.

Entonces lo comprendió.

El subtexto, el significado, la esencia, como quiera llamarse. Entendió lo que los datos fríos no pueden explicar. Lo que los algoritmos de procesamiento de datos no revelan.

Shijie estaba a punto de lanzar un nuevo producto tecnológico. Su director general estaba prácticamente haciendo contorsionismo para no revelar esa información.

Eso significaba que era inminente.

Levantó el teléfono y llamó al Departamento de Compra de Acciones.

En el tiempo que le tomó a un humano descolgar al otro lado, estudió dos páginas más de las noticias filtradas de la región.

―¿Sí?

Nada de saludos. Había dejado eso claro con todos sus colegas de negocios.

―Compra 320 millones de Shijie.

Un silencio.

―¿320? ¿He escuchado bien? Caray, tendré que conseguir aprobación para ese tipo de...

―Entonces consíguela ―dijo Gregoris sin rodeos.

―¡Está bien, está bien! ¿Puedo obtener algún tipo de dato para respaldar esta operación o algo así... ―El hombre se calló. Su correo electrónico acababa de recibir los datos en cuestión, las sutiles piezas del rompecabezas que habían llevado a Gregoris a esa decisión en particular.

―Léelo, obtén la aprobación y envíame la confirmación ―dijo Gregoris y colgó.

Su reloj emitió un pitido, la alarma para dormir.

Gregoris se subió a su cápsula, un sillón reclinable de aspecto futurista con una enorme burbuja de plástico sobre la cabeza. Se puso en posición y pronto estaba roncando en su fulminante siesta.

Exactamente veinte minutos después se despertó, se echó agua en la cara y se sentó de nuevo en su puesto de trabajo.

Revisó las notificaciones de su buzón de voz. Había pedido a la gente que le enviara las preguntas de esa manera, para poder acelerarlas y escucharlas mientras iba escribiendo las respuestas.

Borró los cuatro mensajes del director financiero de Hermes sin abrirlos. El tipo era un payaso al que le gustaba escuchar su propia voz. Se oponía a todo y nunca leía ningún informe. Era una absoluta pérdida de tiempo. Un agujero negro de la comunicación recíproca y congruente, y nadie podía hacer nada al respecto debido al alto cargo que ocupaba en la compañía.

Gregoris respondió sin escuchar sus mensajes, con generalidades. «Su preocupación es comprensible. Los datos muestran que...». «La compañía ha estado preparando en secreto durante meses una gran revelación...», etcétera.

Gregoris suspiró y envió el correo electrónico.

Aceleró el resto de los mensajes. Su propio jefe de departamento podía ser escuchado a velocidad 4.2, el hombre hablaba como si tuviera un derrame cerebral. Podías hervir un huevo en los huecos de la conversación con él. Le contestó por correo.

Irma, la jefa de todo el sector bursátil era rápida. Podía escucharla a una velocidad 2.3. También le contestó a ella. «No, señora, es poco probable que las muecas del director de Shijie se debieran a que estaba estreñido. El hombre ha disfrutado de los mejores tratamientos de salud y reemplazos de órganos de la última década». Adjuntó los documentos que apoyaban su contraargumento. Se trataba de archivos obtenidos ilegalmente por el inexistente Departamento de Espionaje Corporativo de Hermes, pero podía compartirlos libremente con Irma. Todo estaba codificado de todos modos, y ella tenía la autorización requerida, además de que sus manos ya estaban más sucias que las de un fontanero desatascando un inodoro.

Vaciló. La respuesta del mismísimo director general de Hermes era de medio segundo.

Medio segundo.

Fácilmente podría ser un «adelante».

También podría ser un «no».

Y «no» significa «NO», cuando lo dice el director de la corporación.

Tamborileó los dedos en el escritorio, un viejo hábito que creía haber dejado atrás hacía años. Pero no podía contener la ansiedad.

¡Cuánto tiempo perdido, si esto se frenaba desde arriba! Era la alineación perfecta de acontecimientos internacionales, y había encontrado la aguja en el pajar de la información para entregarle el boleto ganador a su empresa, si los cobardes de arriba daban el paso. Ningún algoritmo podía hacer eso, a pesar de lo que pensaban los frikis del piso 51. Claro, los algoritmos podían hacer miles de operaciones por segundo, desempolvar décadas de datos para elaborar patrones de variación en el mercado. Pero también eran estúpidos. Extremadamente estúpidos. En realidad, eran tan estúpidos que el mercado mundial había estado a punto de estrellarse diecisiete veces ya en este milenio solo porque algún agente había parpadeado, provocando a los demás un ataque de frenesí colectivo y recurrente. La gente, los humanos de verdad, tuvieron que intervenir y cerrarlo, dejando el mercado congelado para empezar a revisar las transacciones manualmente durante largos meses de trabajo.

Pero incluso Gregoris, que odiaba a muerte los algoritmos de mercado, podía reconocer a regañadientes que funcionaban. Incrementaban las ganancias, aunque en porcentajes minúsculos. Pero porcentajes minúsculos a diario y hablando de millones de dólares o euros o yenes, significaban cientos de miles en beneficios. Cantidades con las que un empleado medio no podría ni soñar después de veinte años de duro trabajo se transferían alrededor del mundo cien veces por segundo.

No importaba, la mitad de los mercados bursátiles del mundo hoy en día estaban automatizados.

Pero el jefe tenía fe en él, en su capacidad para ver más allá del procesamiento mecánico de datos, para intuir.

Para predecir.

Se estremeció. La oficina no estaba fría, por supuesto. Estaba a una temperatura óptima. Había sido psicológico. Abrió el mensaje de voz del director ejecutivo. Del propio Hermes.

Lo reprodujo a velocidad normal, el jefe siempre era rápido y directo.

La voz era demasiado joven para un puesto tan importante. Si no se sabía quién era, podría tomarse por un bromista adolescente.

Pero lo importante era que la palabra fue: «Hazlo».

Escuchó el mensaje tres veces antes de volver a respirar.

Los mercados asiáticos abrieron a su hora.

Hashtags en redes sociales, Twitter, Facebook, Agora, se incendiaron con el anuncio del gigante tecnológico Shijie. Era algo acerca de un juego de atrapar Pokemons de imitación o algo así, pero el dispositivo proyectaba el juego directamente en el campo de visión del jugador. No se necesitaban lentes especiales.

La gente podía ver a los monstruitos mordisqueando el borde de sus sofás y atraparlos, en la radiante realidad aumentada compartida.

Y Hermes había comprado todas las acciones disponibles justo a tiempo, justo antes del anuncio.

Le había conseguido a su empresa un beneficio de 98 millones de euros.

Supera eso, estúpido algoritmo.

Capítulo 3: Galene a vhn x 0.6

El ascensor volvió a tintinar y las puertas se abrieron deslizándose. Esta era la primera vez que Galene ponía un pie en el ático. No era por ninguna razón en particular, simplemente el jefe asignaba a cada informático determinados pisos para que se familiarizaran con las peculiaridades del sistema de cada oficina y los no menos problemáticos elementos humanos.

Había un claro aire elitista ahí arriba. Área de recepción con lujosos sofás de cuero, puertas elegantes pero seguras, electrónica integrada en el diseño del lugar. Galene había visto las oficinas de los altos ejecutivos de la corporación, esto se parecía pero estaba un peldaño más arriba.

Alguien habló, y Galene gritó.

―¡Ay, dios!, ¡me has dado un susto de muerte!

La mujer sonrió dulcemente.

―Hola, Galene. Siento haberla asustado. Debe ser la alfombra, caminar sobre ella es tan silencioso... Me aseguraré de toser la próxima vez.

Galene tiró de la bandolera de su mochila con nerviosismo.

―Sí. Alfombras mullidas. ―¿Había visto a esa mujer antes en alguna parte? La cara en reposo de la mujer parecía extraña, de alguna manera. Su maquillaje o algo así. Su boca abierta. Era como, ¿una máscara? Eso, una máscara de tragedia griega. ¡Eso era!

Raro.

―Qué grosero de mi parte, no me he presentado. Soy Melpomene. Encantada de conocerla. ―Le ofreció la mano.

Galene la estrechó.

―Entonces, ¿llamó por un problema con la computadora?

―Sí, por aquí. Sígame, por favor.

Melpomene usó su tarjeta de acceso, y cruzaron la puerta. Galene no podía ver todo el interior pero, al conocer la disposición del edificio, dedujo que el ático ocupaba todo el piso. Le resultó extraño, porque estaba acostumbrada a la distribución de todos los otros pisos del rascacielos, con un amplio espacio central para los empleados y oficinas en las esquinas para los gerentes. Este se había hecho distinto.

La decoración era moderna y parecía cara. Entraron en el departamento en sí, que parecía más habitado que el vestíbulo. No es que fuera un completo desorden; de nuevo, Galene no se atrevería a acusar a nadie de ser un guarro, pero había claras señales de que alguien vivía ahí permanentemente.

Un hombre, para ser precisos.

―Por favor, espere aquí un momento ―dijo Melpomene y entró en la habitación de al lado.

Galene musitó y miró alrededor. Había muchas cosas interesantes por ahí. Gran cantidad de artilugios frikis abarrotaban el lugar. ¡Oh, genial! Una espada láser. Magnífico. Empezó a curiosear por los estantes, que se repartían prácticamente por todas las paredes. Había filas y filas de libros, pero algunas estanterías solo tenían discos duros apilados. Cada etiqueta indicaba su contenido: viejos programas de televisión, temporadas completas de series de Netflix, películas. Una estantería completa con títulos de libros.

Espera, ¿doscientos libros por disco? Eso no podía estar bien, en cada uno de ellos cabían millones de libros.

Galene se mordió el labio y tocó la espada láser. La empuñó, y se activó el sonido característico. Sonó demasiado fuerte y Galene hizo una mueca de dolor. Estaba a punto de dejarla en su sitio cuando algo llamó su atención.

Podía oír a Melpomene hablar con un hombre al otro lado del pasillo.

Espera.

Su voz sonaba graciosa. Extraña, de alguna manera.

―ObviamentelamandaronaellaporqueGeorgenoestabadisponible.

¿Hablaba muy rápido?

El hombre respondió algo.

―¿Quieresqueloreviseconeljefededepartamento?

¡Hostia! Sí que estaba hablando rápido.

El hombre suspiró, quizás.

―¿Sabeellasiquieraloqueestáhaciendo?

¡Eh, menuda imbécil!

―Suniveldehabilitaciónestáverificadosiesoesloquetepreocupa.

―Bien.Lahagopasar.

A Galene se le resbaló la espada láser, y se cayó al suelo.

Melpomene regresó, la vio colocándola de nuevo en su soporte y sonrió.

―Sígame por esta puerta, por favor.

―Ajá. Por supuesto. ―Galene la siguió.

El hombre era un cuarentón. A ojos de Galene parecía viejo. Guapo, pero viejo. Tenía patillas grisáceas, ese detalle que hacía a un hombre sexy durante unos cuantos años más de su vida, como si la naturaleza le diera una última oportunidad de propagar sus genes antes de quitarle la erección.

―Hola. Bien, el problema es... Bueno, no sé realmente cuál es el problema, George había aislado algo... Llámame Greg, para acortar ―prorrumpió él, interrumpiéndose a sí mismo, y le extendió la mano.

Galene la estrechó.

―Hola. Soy Galene. Llámame Gal, para acortar.

―Lo corto es bueno.

Ella soltó una risita.

―No te estás refiriendo a la estatura, ¿verdad?

Ella era muy bajita y él medía 1.80, así que le sacaba una buena cabeza.

―¡Ah, no! estaba hablando de brevedad. ―Miró su reloj. No era un reloj inteligente, sino uno digital antiguo, con botones y detalles deportivos. Raro.

―Bueno, estoy a punto de recibir una llamada; por favor, haga las comprobaciones necesarias al ordenador. ―Señaló una de las torres de la oficina. Tenía un montaje espectacular, aunque no inusual para los analistas, con cuatro monitores separados, dos torres con teclados separados, auriculares, sonido estéreo (no holofrecuencia, lo cual era, de nuevo, raro) y una conexión de fibra óptica con una IA de Hermes. Esto último lo sabía Gal porque había trabajado en el otro extremo de la línea, cuando había arreglado algún problema con su colega George.

En la pantalla se veía un vídeo congelado, con subtítulos automáticos debajo. En la esquina superior se podía leer «x 3.0».

Gal se encogió de hombros y tiró su mochila sobre el escritorio. Se arrastró por debajo de la mesa y accedió a la torre del ordenador. Era curioso que nadie mencionara todo el tiempo que pasaba un trabajador de TI debajo de los escritorios. Deberían ponerlo en la descripción del trabajo: Tecnología de la Información, debajo de los escritorios.

Bueno, al menos este lugar estaba limpio.

Greg hablaba por teléfono en la habitación contigua, pero Mel seguía ahí.

―Greg mencionó problemas con la reproducción de vídeo, que a veces tardan mucho tiempo en cargar.

―Vale, veamos. ―Gal comenzó con los pasos clásicos en la solución de problemas: comprobar cables sueltos, reiniciar, desconectar los periféricos. Luego se sentó en el escritorio y cargó algunos vídeos. Parecían estar bien, sin desajustes de FPS, sin distorsiones en la imagen. Conectó el sonido en los auriculares para no hacer ruido y escuchó. El audio estaba bien, a tiempo con el vídeo.

Si se ignoraba el hecho de que todo se reproducía a 3 veces la velocidad normal, todo funcionaba bien. ¿Cómo puede alguien seguir eso?

―No veo cuál es el problema.

―Bueno, hay un retraso de cinco segundos cuando se cambia de canal.

Gal asintió lentamente, frunciendo los labios.

―¿Cinco segundos enteros? ¡Bueno, ciertamente no podemos permitirnos eso!

«Cálmate, Gal. Ahora sabes por qué te envió el jefe».

―Excelente ―dijo Mel y la dejó trabajar sola.

Gal suspiró y lentamente empezó a comprobar la configuración. Modificó algunos de los ajustes del programa de vídeo para que utilizara más del procesador, realizó algunas pruebas y consiguió reducir el retardo a 1 segundo.

Con el trabajo prácticamente terminado, dejó correr el vídeo y trató de enterarse de algo, mirándolo con toda la atención posible. Era una noticia sobre las zonas de gas natural al sur de Chipre. Gal miró a su alrededor para asegurarse de que nadie la veía y entrecerró los ojos haciendo un verdadero esfuerzo para poder captar la información discurriendo a esa velocidad. Lo intentó, se agarró a los extremos del escritorio como si estuviera a punto de empezar una carrera, fijó los ojos en la pantalla y apartó todos los pensamientos de su mente. Trató de leer los subtítulos, hacer coincidir las palabras con su significado, pero las palabras simplemente pasaban demasiado rápido para leerlas, mucho menos para comprenderlas.

De. Ninguna. Puta. Manera.

—¿Cómo puede alguien ver algo tan acelerado?

Era imposible. Se detuvo antes de que se le reventara una vena de la frente o algo más importante, como su dedo de clicar.

Greg volvió a la habitación terminando la conversación telefónica:

―Correcto, Dan. Tenemos que dejar esta llamada ahora, piensa en cualquier asunto que quieras discutir la próxima vez y enviármelo por correo electrónico. No, este era mi tiempo asignado para esta llamada telefónica. Sí, en serio. Adiós.

Gal levantó una ceja. ¿Acababa de espantar a un asociado? Guapo y descarado. Pero igualmente raro.

―Entonces, ¿se puede hacer algo con el retardo? ―le preguntó.

―Sí, he cambiado algunos ajustes, ahora debería ser un solo segundo. ―Se detuvo, pasando el dedo por encima de la barra espaciadora―. ¿O eso no es aceptable?

Él se rió.

―Está bien. Muéstrame.

Ella inició la transmisión de un par de vídeos, y el retraso era de un segundo en cada uno.

―Perfecto ―juntó las manos en una única palmada, pasando a mirar sus papeles. ¡Papeles! ¿Quién sigue usando papeles, aparte del gobierno?

Sintiéndose despachada, Gal se levantó y se cargó la bolsa en el hombro. Dudó un segundo.

―Hum...

―¿Sí? ―Sus ojos escaneaban los documentos, sobrevolando rápidamente la página. Sostenía un bolígrafo para señalar cada línea.

―He visto que tienes vídeos con subtítulos automáticos. Que se aceleran a tres veces la velocidad normal, por alguna razón.

―Sí.

―Creo que sería más fácil leer los subtítulos si hubiera un pequeño retraso en la imagen y se fuesen añadiendo debajo.

«¿Por qué estaba sugiriendo cosas? ¿No había aprendido ya en su año de vida corporativa que quien hace sugerencias termina enterrado en trabajo?

Él levantó la mirada, finalmente prestándole atención.

―¿De verdad? ―se quedó pensando―. Sí, creo que sería más fácil. Muéstrame cómo.

Ella se sentó de nuevo en su silla y él se inclinó detrás de ella. ¿Por qué se sonrojaba, maldita sea? ¿Y se había duchado esa mañana? Debía haberlo hecho, ¿verdad? Agitó la cabeza y se concentró en la computadora. Abrió un editor de vídeo y rápidamente elaboró un programa de reproducción que mantenía los subtítulos autogenerados unos segundos más en la pantalla, y configuró que los nuevos subtítulos apareciesen debajo. Eso le llevó un par de minutos, durante los cuales intentó ignorar al hombre que se inclinaba sobre ella. Activó el programa y lo probó.

La señal de vídeo se reproduce a 3 veces la velocidad normal, y los subtítulos permanecen en la pantalla durante más tiempo. Por un segundo trató de seguir el ritmo de la corriente informativa como antes, pero se rindió. Miró a Greg, que se alzaba sobre ella.

Él miró concentrado durante un minuto, y luego se inclinó hacia delante para ingresar un comando de teclado. Olía fresco y masculino. Incrementó la velocidad a 3.1, luego 3.2, luego 3.3. Lo dejó así unos minutos, viendo a los expertos hablar sobre el gas natural. Luego aumentó la velocidad a 3.4, y después saltó a 4.0. Él miró durante un minuto, las palabras y la información eran un borrón para ella. Luego bajó la velocidad a 3.3.

Miró durante unos segundos más y luego asintió.

―Espléndido. Un aumento del 10%. ¿Perdón, cómo era tu nombre?

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