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Reactivación de las reliquias: el Señor del Calvario y los restos de los tlatoque

Abordaremos una secuencia pictórica y narrativa, localizada en el libro xii del Códice Florentino,15 a fin de sugerir que el paradero de algunos tlatoque pudo ser en algunas de las cuevas de Colhuacan o de otros lugares “cercanos”, lo que nos llevaría a pensar la relación entre la escultura del Señor del Calvario con algún “bulto sagrado” hecho de los restos de algún gobernante. En un primer momento nos centraremos en la figura del noveno y “último” tlatoque, llamado Moctezuma II, a fin de entender la relación entre Jesucristo, sus advocaciones y los tlatoque de México; después veremos el otro lado de la moneda, la manera en que los propios indígenas pudieron reactivar los “restos” de algún tlatoani en esculturas cuya advocación fuera Jesucristo. La ligereza de esta parte del trabajo creo que será recompensada por las imágenes del Códice Florentino, retomando sólo algunas interpretaciones de otros autores respecto a las pictografías “analizadas”.

Dentro del libro xii del Códice Florentino encontramos dos capítulos que tratan de la muerte del tlatoani Moctezuma II: el capítulo xvi, “De cómo Moctezuma salió de paz a recibir a los españoles a donde llamarón Xoluco, que es en la acequia que esta cabe a las casas de Alvarado un poco más acá que llaman ellos Huitzillan”, y el capítulo xvii, que habla de “cómo los españoles con Moctezuma llegaron a las casas reales y de todo lo que allí pasó”.

La información escrita de estos apartados se complementará con varias pictografías plasmadas en el libro xii del mismo códice. Nuestra propuesta es que las secuencias de estas imágenes aluden a la Pasión de Cristo y, por tanto, refieren al “martirio” del tlatoani ya cristianizado. De hecho, Magaloni (2003) afirma que “son los indígenas quienes facilitan la transformación de su gobernante [Moctezuma II], envejecido como luna, en el nuevo sol: Jesús, y con ello posibilitan, como sacerdotes de Copulco [encargados de encender el Fuego Nuevo], el cambio de era cósmica” (Magaloni, 2003: 40).

En el capítulo xvi del Códice Florentino, en la foja 26 recto, hay un recuadro del momento en que Moctezuma es “entregado” a los españoles. En la escena aparece la Malinche, o doña Marina, ubicada entre los españoles y el tlatoani. La escena del Códice Florentino es significativa, ya que parece evocar la “traición” de la Malinche al gobernante mexica simulando la traición de Judas a Jesucristo (véase imagen 1).


Imagen 1. La traición de la Malinche a Moctezuma. Fuente: Códice Florentino (libro xii, f. 26r). Fotografía tomada de la edición facsimilar en la Biblioteca de la Dirección de Etnohistoria, Museo Nacional de Antropología. Reprografía autorizada.


Imagen 2. La captura de Moctezuma en el “huerto”. Fuente: Códice Florentino (libro xii, f. 26v). Fotografía tomada de la edición facsimilar en la Biblioteca de la Dirección de Etnohistoria, Museo Nacional de Antropología. Reprografía autorizada.

En la foja 26 verso del Códice Florentino existe otra escena donde la Malinche, oculta entre el ejército español, avizora el momento de la detención del tlatoani. La escena parece remitir al momento en que los soldados romanos, junto a Judas Iscariote, arremeten contra Jesús en “el huerto” para llevarlo a declarar ante Poncio Pilato (véase imagen 2). Los ademanes de uno y otro personajes sugieren un lenguaje gesticular creado por los tlacuilos, o “pintores”, que vuelve a destacar otra mímesis entre la figura de Jesús de Nazaret y la de Moctezuma Xocoyotzin.

En la foja 26 verso del mismo Códice Florentino aparece Moctezuma cabizbajo y afligido, con las manos sin fuerza y mostrando congoja. Aparentemente observa en un espejo (tezcatl) colocado en un banquillo su captura y la caída del imperio.16 Un soldado español lo sujeta y un “paje” acompaña al tlatoani. Esta escena parece remitir al momento en que Jesús es llevado ante Herodes por soldados acorazados que tiran de su manto (véase imagen 3).


Imagen 3. Moctezuma llevado ante las autoridades españolas. Fuente: Códice Florentino (libro xii, f. 26v). Fotografía tomada de la edición facsimilar en la Biblioteca de la Dirección de Etnohistoria, Museo Nacional de Antropología. Reprografía autorizada.


Imagen 4. Interrogatorio de Moctezuma en el palacio. Fuente: Códice Florentino (libro xii, f. 27v). Fotografía tomada de la edición facsimilar en la Biblioteca de la Dirección de Etnohistoria, Museo Nacional de Antropología. Reprografía autorizada.

Nuevamente, en la foja 27 verso del Códice Florentino aparece Moctezuma junto a un soldado peninsular y enfrente de ellos fue dibujado un edificio con la puerta cerrada. Con la mano izquierda sujeta su manta (tilmatli) y con la derecha señala el edificio. Si comparamos esta escena con las de la Pasión de Cristo vemos que es el momento en que Jesús es llevado ante Caifás. “El palacio” dibujado en este contexto puede tener la función de expresar el concepto de tecpan, es decir, la sede o el edificio de un teuctli, el jefe o señor (véase imagen 4).

En la foja 30 recto encontramos a cuatro personajes frente a un palacio, después de que Moctezuma ha sido llevado a los recintos de las autoridades para ser interrogado. Seguramente la escena refiere al momento de la Pasión cuando Jesús es llevado nuevamente ante Pilato. Aquí, algunos “fariseos” son representados haciendo ademanes, convencidos de la culpabilidad de Jesucristo (véase imagen 5).


Imagen 5. Moctezuma es llevado ante las autoridades españolas. Fuente: Códice Florentino, libro xii, f. 30r. Fotografía tomada de la edición facsimilar en la Biblioteca de la Dirección de Etnohistoria, Museo Nacional de Antropología. Reprografía autorizada.

Por la narración bíblica sabemos que en este momentoPoncio Pilato, desde un “balcón”, sale con Jesús para exponerlo y saber de qué lo acusanlas autoridades religiosas delpueblo judío. En el Códice Florentino17 se encuentra una escena similar, pero “a la indígena”, en la que Itzcuauhtzin, desde un “tapanco”, sale a interpelar al pueblo tenochca y tlatelolca, y tranquilizarlo, ya que todos “se encontraban enardecidos” con Moctezuma, deseando su muerte.

En otra pictografía del Códice Florentino18 finalmente se puede ver el momento en que Moctezuma II es “atado con hierro” por los peninsulares. Todo parece simular que le están “clavando” los pies como le sucedió a Jesucristo al ser clavado en una cruz. En otras crónicas se dice que al tlatoani no sólo lo “ataron con hierro”, sino que “lo acuchillaron” lo que hace recordar la lanza que le traspasó el pecho a Jesucristo cuando estaba clavado en la cruz.

A pesar de las diversas versiones sobre la muerte del tlatoani Moctezuma II, lo que queda reflejado en las pictografías hechas por los tlacuiloque cristianos en el libro xii del Códice Florentino, es la representación del dolor y el martirio que padeció el hombre-dios durante su “calvario”. A continuación, revisaremos el desenlace del martirio del tlatoani, la matanza de otros principales y la ubicación de sus restos.

Tras la conquista ¿se llevaron los restos de los tlatoque a Colhuacan?

La muerte de Moctezuma II fue posterior a la matanza de muchos “principales” que realizó Pedro de Alvarado en la capital tenochca durante la celebración de la fiesta de Toxcatl. En este momento los nobles estaban muy enojados “porque mataron a principales y valientes hombres a traición”. Resulta interesante relacionar estos hechos con el paradero de los cuerpos de algunos señores, puesto que luego del suceso enterraron a los “principales” en diversas partes. Según en la versión de Sahagún: “Los indios comenzaron a enterrar a los que habían sido muertos en el patio por los españoles, por cuya muerte se hizo gran llanto en toda la ciudad, porque eran gente muy principal los que habían muerto. Enterrándolos en diversas partes según sus ritos” (Sahagún, 2006: 716).

Al cuarto día de la gran masacre hecha por Pedro de Alvarado en la ciudad de Tenochtitlan los mexicas hallaron los cuerpos de Itzcuauhtzin y de Moctezuma tirados en la rivera, en un galápago llamado Teoayoc; dos nobles trasladaron los cuerpos al Calpulco. En las pictografías del Códice Florentino19 se dibujaron estas escenas y en la Historia general de las cosas de Nueva España se narra lo siguiente:

Y cuatro días andados después de la matanza que se hizo en el Cu [oratorio], hallaron los mexicanos muertos a Moctezuma y al gobernador de Tlatelolco [Itzcuauhtzin], echados fuera de las casas reales […] Y después que conocieron los que los hallaron que eran ellos, dieron mandado y alzáronlos de allí, y lleváronlos a un oratorio que llamaban Calpulco, e hicieron allí las ceremonias que solían hacer a los difuntos de gran valor. Y después los quemaron como acostumbraban hacer a todos los señores e hicieron todas las solemnidades que solían hacer en este caso. A uno de ellos que era Moctezuma lo enterraron en México y al otro en Tlatelolco (véase imagen 6) (Sahagún 2006: 716-717).20


Imagen 6. Cadáver de Moctezuma y su incineración. Fuente: Códice Florentino, libro xii, f. 40v. Fotografía tomada de la edición facsimilar en la Biblioteca de la Dirección de Etnohistoria, Museo Nacional de Antropología. Reprografía autorizada.

De acuerdo con el Códice Aubin (2017 [ii]: 68-69) , posiblemente Moctezuma fue muerto por los españoles el día 30 de junio de 1520. En los anales se narra que fue difícil encontrar un lugar donde incinerar o enterrar su bulto mortuorio, ya que “no lo quisieron recibir”, pues “algunos decían mal de Moctezuma, porque había sido muy cruel” (Sahagún, 2006: 718). En el Códice Tudela se afirma que fue incinerado en uno de los adoratorios que habían sido incendiados durante una batalla suscitada en la capital de México.21

En el Códice Florentino22 se muestra un recuadro en el que aparece el dibujo de un teocalli (¿Calpulco?) con altas escalinatas y, en la cima, un oratorio con techo de palma. En el “atrio” del templo se ve a Moctezuma en una hoguera con los ojos cerrados y a punto de ser incinerado. Sabemos que es el tlatoani por el hecho de que se le sigue pintando con su xihuitzolli señorial, su tilmatli y con barba (véase imagen 6).

En el Códice Tudela se informa acerca de la ceremonia del difunto y lo que pasó con los restos del gobernante: “[Cuando] algún gran señor o cacique se moría, le vestían después de muerto de esta manera: le ponían sobre un petate o estera y le ponían delante muncha comida y le daban fuego y se quemaba ello y él. Y el pueblo estaba en gran areito y baile en tanto que se quemaba. Y los polvos de él, después de quemado, bebían en vino su mujer e hijos, o parientes más cercanos. Y así bebieron los de Moctezuma”.23 La fuente no especifica si bebieron todas las cenizas del tlatoani o si una parte fue depositada en un tepetlacal i. Existe, de hecho, otra versión acerca del paradero de Moctezuma, lo que puede dar indicio de que unaparte de sus restos fueron llevados a algún sitio más seguro y cerca de su parentela.24 Cervantes (1914: 482), por su lado, supone que a Moctezuma “le debieron enterrar en el monte y fuente de Chapultepec”. Contrario a esta suposición, hemos encontrado una pictografía en el Códice Florentino25 en la que se aprecia el momento en que algunos indios nobles llevaron fuera de la ciudad el bulto mortuorio de Itzcuauhtzin y asumimos que el de Moctezuma también. En la pictografía se aprecia hacia dónde es trasladado en una canoa el cadáver, cerca de un cerro “jorobado” que se ve en el horizonte y que podría remitir a Colhuacan y no necesariamente a otra ciudad edificada. Esto nos lleva hacer un paralelismo con la manera en que los bultos sagrados de los dioses de Tenochtitlan fueron llevados a Colhuacan por estar emparentados los mexicas con los culhuas (véase imagen 7).


Imagen 7. Cuerpo de Moctezuma llevado fuera de Tenochtitlan. Fuente: Códice Florentino, libro xii, f. 41r. Fotografía tomada de la edición facsimilar en la Biblioteca de la Dirección de Etnohistoria, Museo Nacional de Antropología. Reprografía autorizada.

Seguramente, el cerro dibujado en el horizonte es la representación del Cerro de Culhuacán, ya que en varias pictografías del Códice Florentino26 aparece el mismo cerro “jorobado” cuando los españoles van cabalgando por el camino de Iztapalapa hacia México. Recordemos, en términos paisajísticos, que México Tenochtitlan tenía al oriente, como cerro sagrado, a Colhuacan (García, 2009: 116).

Resulta significativa la imagen del personaje amortajado dentro de la canoa, como un bulto o tlaquimilolli, muy semejante a la manera en que ahora se encuentra el Santo Sepulcro en Colhuacan, ya que el cuerpo está envuelto en mantas (tilmas) y lleva su “diadema señorial” que sería el “sudario” en la cabeza; además, el Señor del Calvario tiene colocada una cabellera natural negra, barba y bigote al “estilo” del tlatoani que se representa en la imagen.27

Sin embargo, no creemos que el Señor del Calvario sea Moctezuma o Itzcuauhtzin, más bien, suponemos, dada la matanza de muchos “señores” y “principales”, que las cenizas de algunos de ellos no sólo fueron bebidas sino que junto con los demás restos fueron depositadas en algún tlaquimilolli o tepetlacalli; y, posteriormente, pudieron ser utilizadas como pintura facial y corporal en imágenes cristianas como los “cristos negros” (Navarrete Cáceres, 2000: 62-65).

Por ejemplo, las fuentes informan que era común, después de incinerado algún principal, recuperar sus restos para depositarlos en una “caja”, sobre ésta se colocaba una “figura de palo” de la “imagen del señor difunto” y, para animar la imagen y dotarla de tonalli o fuerza vital, realizaban ciertos “sufragios”:

[Al] otro día cogían la ceniza del muerto, e si había quedado algún huesezuelo, e poníanlo todo con los cabellos en la caja, y buscaban la piedra que le habían puesto por corazón y también la guardaban allí, y encima de aquella caja hacían una figura de palo que era imagen del señor difunto, y componíanla, y ante ella hacían sufragios, ansí las mujeres del muerto como sus parientes; y decían a esta ceremonia: quitonaltia (Benavente, 1971: 305-306).

Recordemos que una práctica común entre la población nahua prehispánica era que las cenizas o algún otro objeto ceremonial —considerado sagrado y cargado de fuerza—, incluso “estropeado” o “roto”, adquiriera una nueva función social. Tal puede ser el caso de las cenizas o “polvos” que siguieron funcionando como “pintura” para recubrir las representaciones de los “Señores” (Señor de Chalma, Señor del Calvario, Señor del Sacromonte, etc.).28 Estas prácticas ya se realizaban en el periodo prehispánico, las crónicas informan que a Netzahualcóyotl, antes de morir, lo refregaron con agua divina y “cosa chamuscada”, probablemente lo untaron simbólicamente con humo y residuos contenidos en una urna sagrada (Rábago, 1973: 64-65). En el caso de Chimalpopoca, “le empolvaron el cuerpo con la tiza ( intizauh) encima le pegaron las plumas ( niman ye quipotonia)”, es decir, “ritualmente se atavió y se revistió como su dios Huitzilopochtli” al momento de su “muerte ritual” (Tena, 1991: 48).

Recordemos que en el mundo mesoamericano “embijarse” tanto de negro como de blanco eran señales del sacrificio. Por ejemplo, en los Anales de Tlatelolco (2004) se menciona que los sacrificantes se recubrían de tizne de carbón para poder matar a la víctima; y a los cautivos se les ungía con tiza y plumas para, posteriormente, sacrificarlos de una manera ritual: “Los cautivos desmenuzaron carbón con las manos para [embijarse] [ tecolli timo-maxaqualhuique], pues habían tomado el tizón de fuego. Y después de blanquear [a los mexicas] con tiza y cal [ quintizahuique ye yn tenextli], con un cuchillo en forma de tizón los sacrificaron sobre el altar”.29

Esto último nos lleva a reflexionar sobre la manera en que los indios pudieron entender la escultura del Santo Sepulcro, a inicios del siglo xvi, como un “Señor”, tlatoani, que fue “incinerado” o “sacrificado” de una manera ritual.

Reflexiones finales sobre la escultura del Señor del Calvario de Colhuacan

Si ahora nos preguntamos cuál fue la identidad del Santo Sepulcro que se encuentra en Colhuacan, o quién fue el Señor del Calvario al inicio de su culto, podemos considerar que la imagen, manufacturada en médula de pasta de caña de maíz a mediados del siglo xvi, remite al concepto de hombre-dios o dios-hombre en un contexto colonial. En la imagen del Señor del Calvario se puede entender la “fusión” o mímesis de dos personajes en uno nuevo.

Para los peninsulares el Santo Sepulcro era el “cuerpo de Cristo” y para los indios seguramente remitía a algún dios, a los antiguos ancestros o a los gobernantes. A nuestro parecer esas concepciones estuvieron en constante negociación. Desde la postura de los indios, del hecho de que se tratara de esculturas “huecas”—de papel de amate, pasta de caña de maíz, con un “esqueleto” de madera o carrizo— es que pudieron figurar como “relicarios” (tlaquimilolli o tepetlacalli) que, después de la conquista, podían seguir res-guardando cosas sagradas en su interior. Recordemos que las cabezas de los cristos fueron hechas de molde y pudieron ser vistas como “recipientes” o “contenedores” (Amador, 2002: 66). Por otra parte, encontramos datos para argumentar la hipótesis de que algunas reliquias conservadas de algunos bultos sagrados de los indios pudieron ser integradas a imágenes de piedad católica. Por ejemplo, en El padrón del pueblo de san Mateo Huitzilopochco, escrito por el vicario Navarro de Vargas en 1728, se confirma la manera en que los indios de Churubusco y Colhuacan escondieron a sus dioses y los siguieron venerando. En el documento se menciona que cuando fue derruido un edificio de la gentilidad el material sirvió para construir un nuevo templo o capilla cristiana. “Donde estuvo Antes exaltada y adorada la Ynfernal y Maldita Cerpiente, pusele a el Barrio el Calvario Theopantzolco. Y juntamente servirá de Yglecia a la Santisima Trinidad” (Navarro, 1909: 563). Este dato se refiere a la iglesia que se encontraba en Churubusco, pero pudo pasar lo mismo con la iglesia del Calvario en el pueblo de San Juan Theocolhuacan. El hecho de que para el siglo xviii se siguiera creyendo en la serpiente como un custodio de las “ruinas” y “reliquias” de un pueblo, nos lleva a conjeturar que los canteros que trabajaban en el momento de la aparición del Señor del Calvario fueron probablemente una “proyección” de los mismos que derruyeron los templos de la “gentilidad”, y quienes iniciaron con la construcción de las capillas cristianas. Respecto a la destrucción de ídolos y conformación de nuevas imágenes cristianas, el vicario Navarro de Vargas apunta que dentro de la parroquia del pueblo de San Juan Teocolhuacan existía una imagen de un “santo Cristo de la columna”, “Sr. San Juan, Vn Santo Christo grande y la Santisima Virgen de el Rossario” (Navarro, 1909: 592 y 594). Al parecer, son las mismas imágenes que actualmente se encuentran dentro de la capilla del Calvarito. A este respecto, resulta de interés la mención de un “Christo grande”, pues recordemos que el Señor del Calvario apareció como Cristo crucificado en su cruz, tal como el Señor de Chalma. Esto sugiere, por tanto, que en el siglo xviii la imagen pudo seguir funcionado para representar la Pasión de Cristo. También hay que destacar el trato que se le da a la imagen y la estética particular cuando la visten y le cambian la ropa. La efigie está envuelta en diversas capas de ropa y siempre se le coloca un “sudario” en la cabeza, lo cual remite a las diademas señoriales ( xihuitzolli) de un tlatoani. Respecto al color “negro” de las extremidades (rostro, manos y pies únicamente), no olvidemos que varias deidades del panteón mexica tenían sólo algunas partes del cuerpo “embijadas” de negro. Seguramente el color negro de la tez y las extremidades no es al azar, supongo que el color podría remitir a la “goma” que llamaban ulli, o a las cenizas de algunas efigies destruidas o de algún gobernante cuyo cuerpo fue incinerado. Cualquier distintivo de los antiguos hombres-dios (ceniza, cabellera, tilma) o alguna reliquia de los dioses mesoamericanos (pintura facial, tilma y adornos) pudieron servir para posteriormente ser “integrados”, “untados”, “pegados”, “adheridos”, “ensamblados” en algunas imágenes de piedad católica a fin de que los indios tuvieran la certeza de que “la representación” de su ancestro los seguía conduciendo. Pensamos que eso pudo pasar con las primeras esculturas católicas de manufactura indígena realizadas después de la conquista, lo que indica la continua creación e innovación cultural que tuvieron los indios en momentos de tensión sociopolítica y religiosa. Por ello, es posible que con la llegada de los españoles, la religión mexica se haya retraído a aquellas creencias y prácticas mesoamericanas más tradicionales, más comunitarias, con lo que es poco probable que, después de la invasión española, el Templo Mayor siguiera siendo un símbolo de la unidad de la Triple Alianza, pues con el arribo de los peninsulares se tornaba en un lugar inseguro; ya no más la montaña sagrada, símbolo del poder, sino la casa de los invasores. Por lo anterior, resulta poco probable que el Templo Mayor siguiera siendo utilizado como última morada de los tlatoque, en específico bajo la Tlalteuctli, tal como lo plantean Matos Moctezuma y López Luján (2012: 447) quienes sugieren “que la Tlalteuctli del Mayorazgo de Nava Chávez pudiera marcar con su monstruoso cuerpo el acceso a una tumba real” incluso después de la llegada de los españoles (López y Chávez, 2010: 303). Y aunque todavía es un misterio saber si debajo de esa lápida están los restos de algunos tlatoque (anteriores a la conquista), estamos ante la posibilidad de considerar que los restos de los gobernantes muertos después de la conquista no únicamente podrían localizarse bajo la Tlalteuctli, sino que pudieron ser llevados a distintos pueblos cercanos a la capital tenochca y resguardados en cuevas. Finalmente, ello nos mostraría la importancia de Colhuacan al ser considerado un lugar donde continuaron habitando los ancestros, sólo que bajo una advocación cristiana.