Kitabı oku: «Harald Edelstam, Héroe del humanismo, defensor de la vida», sayfa 3
Sobre el temperamento rebelde de Harald en el trabajo
A menudo he actuado y pensado en contra de la opinión de mis colegas en el cuerpo diplomático. Así ocurrió ya en los primeros años de la década del 40 en Berlín, con una delegación demasiado blanda en su posición frente al nazismo. Los judíos hacían largas colas pidiendo refugio para no ser enviados a los campos de concentración, pero Suecia no hizo nada. Yo me sentía indignado ante ello. Miles de judíos eran deportados. La representación sueca estaba consciente de ello. Hubo antecedentes concretos sobre esa actuación en los archivos del Ministerio de Relaciones, pero fueron eliminados, alguien había reaccionado8.
La política sueca se hacía cada vez más restrictiva frente a los judíos y el personal de la Embajada estaba dividido entre críticos del régimen alemán; temerosos que, sin tomar partido evitaban toda acción que pudiera molestar a las autoridades y, en franca minoría, un par de antifascistas, entre los que se contaba Harald Edelstam.
Una vez iniciada la invasión a la Unión Soviética, con las tropas alemanas instaladas en el sur de Europa y el norte de África, se agudizan los temores de Suecia respecto a las intenciones de Hitler, con lo que la actividad de la delegación sueca en Berlín se multiplicó entre los informes de la Embajada que fueron aumentando en cantidad y motivando medidas de defensa. El joven diplomático busca, entonces, intensificar sus contactos con las altas autoridades militares, con el objetivo de recabar información al tiempo que refuerza sus vínculos con los grupos opositores que se organizan, incluso en el interior de la oficialidad nazi. Edelstam mantiene la más estricta reserva sobre ellos, pero sabemos que la mayor parte de sus amigos de entonces fueron ejecutados luego del frustrado atentado a Hitler el 20 de julio del 44. Refuerza sus contactos con grupos organizados, incluso dentro de la resistencia.
Harald ejercía sus funciones en el departamento comercial de la delegación sueca en Berlín. Su tarea consistía en resguardar los intereses de las empresas suecas que mantenían relaciones comerciales con Alemania. En esa área tuvo que enfrentarse a un nuevo escenario: funcionarios de esas empresas eran detenidos y acusados de espionaje, y solo sus empleadores –no su Gobierno a través de la Embajada– estaban en condiciones de hacer algo por ellos.
Se prepara el traslado a Noruega
Mientras la guerra comenzaba a cambiar de carácter con las dificultades del Eje en el frente oriental, la vida social de Alemania mantenía un ritmo festivo. A inicios del verano, Edelstam y su esposa se muda a las afueras de la capital. Poco tiempo tendrán para gozar del idilio suburbano. En septiembre del 42 se enteran de su inminente traslado a Oslo. A la sazón, Harald Edelstam ya ha dado muestras suficientes de su tendencia a trabajar al margen de la tradición del cuerpo diplomático sueco. La correspondencia entre él y sus jefes sugiere que la decisión de trasladarlo a Noruega responde a un criterio disciplinario. Edelstam, que en un principio se resistió, terminó por aceptar el cambio y en el otoño de 1942, se trasladó con su mujer a Oslo. Al parecer, era consciente de que su nueva asignación era una suerte de represalia por una manera de entender el trabajo diplomático que él no estaba dispuesto a transar. Para entonces, ya habían comenzado los bombardeos masivos de los aliados sobre el territorio alemán, aunque en pequeña escala. La catástrofe de las tropas invasoras en la Unión Soviética era un hecho consumado y el general Rommel iniciaba su retirada del norte de África. Sin embargo, Noruega seguía siendo dominada con mano de hierro.
Y será entonces, cuando Harald Edelstam llevará a cabo algunas de sus mayores y más osadas acciones, las que serán, no obstante, despreciadas y condenadas al olvido por . Según Mats Fors, solo treinta años después, cuando el diplomático ocupe las portadas de los medios más importantes del mundo a propósito de su trabajo en Chile, durante los primeros meses de la dictadura de Augusto Pinochet, su intervención en Noruega será reivindicada por la política sueca como un episodio fundamental de la lucha contra el fascismo.
5 J. Sandquist, Un héroe sueco.
6 J. Sandquist, Un héroe sueco.
7 Equivalente a un servicio de inteligencia. En el caso sueco, una agencia estatal independiente.
8 H. Edelstam, según cita en M. Fors, El clavel negro, 2009.
En Oslo
El matrimonio Edelstam llegó a la capital noruega el 15 de noviembre de 19429. Ahí les esperaba el reencuentro con varios de los altos oficiales nazis que habían frecuentado en Berlín. Harald asumiría funciones en el consulado general, de modo que también les esperaba una encarnizada confrontación con un régimen que, por esos días, combatía brutalmente a los ciudadanos que intentaban resistir la ocupación.
La gran cantidad de ciudadanos suecos que residía en Noruega justificaba la permanencia del Consulado como única misión extranjera autorizada a funcionar después de la invasión. La posición de Edelstam era privilegiada y él supo aprovecharla Al poco tiempo se había transformado en un campeón para acudir a las autoridades invasoras con el fin de liberar a personas que, lo fueran o no, él hacía aparecer como ciudadanos de su país que habían sido equivocadamente puestos en prisión.
Habían transcurrido ya dos años y medio de ocupación alemana. Más que el Gobierno marioneta impuesto por los invasores, el verdadero regente del país era el duro comisario alemán Josef Terboven, quien inicialmente intentó que los noruegos derrocaran a su Rey asilado en Inglaterra y nombraran a un presidente. Las preferencias de Hitler se habían inclinado por Vidkun Quisling, cabeza del partido nazi de Noruega, quien presidiría como “ministro presidente” un Gobierno títere hasta el fin de la guerra y sería ejecutado por traición a la patria cuando Noruega recuperó su soberanía. La resistencia noruega estaba organizada en el Hjemmefronten (Frente patriótico), que se transformó en un caso bastante especial en la lucha partisana de los países invadidos por el Eje, por su efectividad y estricta organización y, especialmente, por la coordinación que mantenía con el Gobierno que estaba en el exilio, con su rey y todo.
Sus acciones en Noruega
Su vehículo, un pequeño Fiat Topolino –hay quienes dicen que era un DKW–,10 y una buena residencia fueron los principales instrumentos que Edelstam utilizó inicialmente para ayudar a los perseguidos.
En una ocasión tuvo a 12 refugiados en el sótano de su casa, al mismo tiempo que hacía gala de anfitrión y agasajaba a los jerarcas nazis, entre los que se contaba al mismísimo jefe local de la Gestapo. Se cuenta que solo les pedía a sus huéspedes clandestinos que permanecieran en silencio.
El diplomático no perdía el tiempo. De acuerdo con el relato de Fors, unos doce días después de su llegada a Oslo se produjo una gran redada antijudía. Mientras un grupo de mujeres, durante la noche del 25 al 26 de noviembre, salvaba a 14 niños alojándolos en casas de seguridad para después transportarlos a la frontera sueca, unos 62 autos policiales salieron a recorrer la ciudad, premunidos de los nombres de las familias que debían ser arrestadas y trasladadas a los campos de concentración. El frente patriótico echó a andar su aparato de autodefensa, llamando a la cadena de miembros encargados de avisar a los posibles afectados para que se refugiaran.
A ella se sumó Edelstam. Esto indica que muy pronto se había puesto en contacto con la resistencia o que, como el diplomático avezado que siempre fue, habría llegado a su nuevo cargo con los contactos ya hechos. Cuando su grupo llegó a la casa asignada, se decidió quién se adelantaría a dar la alarma. Edelstam se quedó en la retaguardia. El elegido avanzó sin percatarse de que la policía ya había rodeado el lugar y fue baleado, ante lo cual Edelstam se precipitó a rescatarlo, echándoselo al hombro en medio de una lluvia de disparos Shirin Dewrin11, amiga del diplomático, señala en la biografía de Mats Fors que Edelstam le habría contado que el cuerpo del herido lo protegió de la balacera. Suponemos que esta fue la primera acción, de por sí osada, del voluntarioso diplomático en su nueva destinación y la primera vez, también, que arriesgara su vida por salvar a alguien de las garras represoras.
Durante la primavera de 1942 los nazis habían puesto en práctica la solución final, es decir, el exterminio de toda la raza judía. Se multiplicaron las deportaciones masivas y las razias casa por casa. A menos de un mes de la llegada de los Edelstam a Oslo, se habían producido dos acontecimientos que tendrían gran repercusión sobre la opinión pública. En Trondheim, puerto importante del centro de la costa noruega, todos los hombres judíos mayores de 14 años habían sido arrestados. Como consecuencia de ello, un guía de fronteras viajó en tren desde Oslo hacia Suecia con diez jóvenes que habían logrado escapar. Pero antes de alcanzar el límite entre ambos países, la policía detuvo el tren y comenzó a revisar a todos los pasajeros. El funcionario noruego comprendió que no escaparía de los esbirros y le disparó al jefe alemán, mientras los fugitivos saltaban del tren en marcha. El grupo fue perseguido y el guía, fusilado de inmediato. Del destino final de los jóvenes no tenemos antecedentes.
Como era su estilo, Edelstam supo ganarse, aquí también, la confianza de los nazis gracias a su manera de actuar y su noble cuna. A tal extremo utilizó estos recursos que, aprovechando su reencuentro con el comandante Von Falkenhorst, con quien había trabado amistad en Berlín, le pedía su automóvil oficial y lo usaba para trasladar a miembros del Hjemmefronten hasta Suecia. La confianza que despertara, tanto entre los invasores como en el frente patriótico, le permitió recibir noticias de lo que ocurría al instante o, incluso, con antelación. Gracias a ello, muchas veces el Frente Patriótico llegó con su ayuda en forma anticipada, adelantándose a los esbirros e impidiendo su acción.
Harald actuaba con rapidez –uno de sus principios era, según propias declaraciones: actuar con inventiva, tomando la iniciativa para desconcertar al contrincante.
Ejemplo de ello es la ocasión en que un grupo de estudiantes que había iniciado una protesta se refugió en la iglesia sueca de Oslo y Edelstam se las arregló para conseguirles overoles mientras las tropas rodeaban el templo. La iglesia estuvo un buen rato sitiada y Edelstam increpó a los oficiales que comandaban la operación: “aquí solo hay trabajadores realizando obras de mantención –les dijo– y si se han encerrado ha sido porque le temen a su presencia”. Gracias a esto, los estudiantes pudieron salir del templo disfrazados de operarios, de manera que cuando los alemanes consiguieron ingresar a la iglesia, la encontraron completamente vacía.
Edelstam también se las arregló para iniciar una relación con la amante del jefe de la policía alemana, que resultó ser una buena fuente de información. Se cuenta que, gracias a ello, varios miembros de la resistencia conseguían ponerse a resguardo antes de que la policía llegara a buscarlos. Pasaría un buen tiempo antes de que el jefe sospechara que era él mismo el que permitía que la información se filtrara, cuestión que ocurrió cuando se encontró con Edelstam en la puerta de la casa de su mujer.
Sus métodos de trabajo, dudosos o no, salvaron a cientos de ciudadanos noruegos de la tortura, la deportación a los campos de concentración o la muerte por fusilamiento sumario. Edelstam usó su inmunidad diplomática para transformarse en uno de los puntales del sistema de información de la resistencia. Los invasores habían prohibido la tenencia de aparatos de radio, ya que el Gobierno noruego en el exilio, desde Londres y contando con la ayuda de la BBC, podía transmitir información e instrucciones en clave a los contingentes del Frente Patriótico. Como diplomático, Edelstam tenía autorización para usar un receptor y lo supo utilizar al máximo, convirtiéndose en una de las más eficientes fuentes de información para los patriotas noruegos.
Pero además, ayudó a la prensa clandestina proveyéndola de implementos, tales como mimeógrafos, tinta y papel, los que traía desde Suecia a través de canales hasta hoy desconocidos. Fue esa parte de la infraestructura informática la que permitió que los patriotas noruegos mantuvieran, en buena medida, su gran red de prensa ilegal, que el cónsul sueco se encargaba de distribuir personalmente y algunas veces incluso de redactar. Además, más de una vez habría ayudado a cambiar de lugar las imprentas clandestinas si ello se hacía necesario.
Sin embargo, resulta difícil relatar en detalle y con precisión cronológica las múltiples acciones del joven diplomático en la Noruega invadida, lo que vendrá a ser válido también para todas sus operaciones futuras, especialmente las más espectaculares. Tanto el carácter de ellas como la parquedad de Harald al relatar sus aventuras y llevar anotaciones, conducen a que tengamos variadas versiones sobre un mismo hecho y no podamos ubicarlo correctamente en el tiempo. Su biógrafo Fors también plantea este problema en el capítulo dedicado a la presencia de Harald en Oslo citando su reticencia a “escribir sobre mis emocionantes experiencias a pesar de que muchos me hayan instado a hacerlo”12.
El mismo autor nos aclara que algunas de las dificultades que se le presentaron al hacer sus indagaciones para su trabajo radican, en parte, en lo secreto de las reuniones del Frente Patriótico, en las que los encuentros se hacían con los participantes encapuchados y no se sabía exactamente quiénes eran, de manera que las medidas de seguridad adoptadas por ellos hicieron que tampoco quedaran documentos escritos de su accionar. Por otra parte, la documentación oficial noruega sobre ese período permanece hasta ahora en archivos sancionados como secretos o reservados.
De la misma fuente extraemos la referencia a una entrevista a Harald hecha en 1974 en el Club sueco de publicistas, ya de vuelta de Chile. Se muestra ahí esa parquedad de que hemos hablado, combinación de modestia y reserva diplomática. Respecto de Noruega, Edelstam dice escuetamente en esa entrevista:
Logré contacto con el Hjemmefronten y trabajé junto a ellos. Mi conciencia así me lo indicaba a pesar de entrar en conflicto con mi jefe. La Gestapo me siguió los pasos. Después de varios intentos de atentados... [Fors los plantea como intentos de asesinarlo] el Gobierno en exilio se dirigió a nuestro Ministerio de Relaciones consiguiendo que me llamaran de vuelta en el otoño de 1944”13.
Así de escueto y, como veremos más adelante, dejando la duda de si acaso su salida de Oslo fue apurada debido a los avances de la Gestapo en indagar sobre sus acciones para eliminarlo u obedeció a que había sido llamado de vuelta, como lo plantea él mismo en su relato sobre el tema. En parte, el hecho se refiere a que, sin conformarse con lo que ya estaba haciendo, Harald se había transformado también en escribiente de la prensa clandestina, haciendo varios aportes. Esa habría sido la actividad que marcó su destino en Noruega, al descubrirse papel con membrete del Consulado en el allanamiento de una célula de la resistencia.
Pero además la Gestapo había acumulado suficientes antecedentes en los meses transcurridos desde la llegada de los Edelstam a Oslo como para intentar que lo sacaran de su cargo o simplemente eliminarlo. Se las habían arreglado para introducir una niñera espía en su familia. Ella pudo informarles sobre lo que ocurría en casa del diplomático, a la vez que denunciaba a varios amigos cercanos a él. La oportuna información recibida desde Londres sobre la decisión nazi de arrestarlo –o asesinarlo– permitió entonces que Harald y su familia escaparan a tiempo en su pequeño auto de vuelta a Suecia el 30 de noviembre de 1944. Faltaba solo algo más de medio año para que el eje fuera totalmente derrotado, pero en Noruega la garra invasora seguía firme. Harald alcanzó a permanecer 2 años en esa, su tercera destinación.
Entre las acciones menores que se le conocen allí está la osadía de acercarse a lugares vigilados para prevenir a sus miembros sobre su inminente detención. Así, por ejemplo, Fors relata el caso en que una joven militante del Hjemmefronten que servía de enlace es descubierta y arrestada; la organización se esmera entonces en prevenir a sus contactos, pero no logra encontrar a uno de ellos. La policía de seguridad se había instalado en casa de la mujer a esperar que los enlaces fueran llegando. Entonces Harald se ofreció para intervenir y lo hizo con la espontaneidad y la cuasi irresponsabilidad que lo caracterizaba. Se dirigió al edificio que estaba bajo vigilancia y puso varios carteles en que anunciaba: “la policía está aquí, desaparece”, incluso, al darse cuenta de que había escrito “policía” en sueco… volvió sin demora a reemplazar los carteles con la palabra correcta en noruego, exponiéndose aún más.
Tampoco habría dudado en rescatar ejemplares de la prensa ilegal en pleno allanamiento de una de las imprentas clandestinas que visitaba, sin reparar en que lo hacía a vista de los mismos nazis.
Su participación y apoyo al Frente Patriótico noruego alcanzó características de una militancia, lo que vendría a resultar en lo que podemos plantear como la más clara de sus definiciones políticas: el antifascismo.
A tal grado llegó en ese compromiso que incluso ayudó a la resistencia en las tareas de detectar traidores o infiltrados. En ese plano, se le conoce participación en una suerte de tribunal que el Frente Patriótico había creado para juzgar a los que eran descubiertos. Aparte de tratarse de una clara demostración de la confianza del frente en él, esa actividad es también una muestra de hasta dónde Harald se atrevía a rebasar sus atribuciones diplomáticas en aras de apoyar las causas que consideraba justas.
Castigado y redimido
A su llegada a Estocolmo, Harald se encontró con que sus superiores en nada apreciaban lo que había hecho en Noruega. Fue entonces enviado al entretecho del Ministerio a revisar cuentas de los viajes y visitas médicas de sus colegas. Esa nueva asignación es considerada hasta ahora por su biógrafo Mats Fors y la familia Edelstam como una dura medida administrativa y un verdadero castigo.
Pasó varios meses en esas tareas, pero al término de la guerra, cuando la realidad de lo que había sucedido durante la invasión permitió apreciar la dimensión y el carácter de la represión nazi, Harald fue rehabilitado, sobre todo, al parecer, como respuesta del Ministerio ante las repetidas y entusiastas manifestaciones de los noruegos ensalzando su aporte a la resistencia e incluso solicitando su retorno a la delegación diplomática sueca. Un año después de restablecido el nuevo Gobierno noruego, Harald fue condecorado con la Orden de San Olaf de primer grado.
Durante la posguerra abundarán las loas de noruegos de todos los niveles a la obra del valiente vicecónsul en defensa de la soberanía de ese país. Sus superiores terminaron cambiando, aunque solo paulatinamente, su visión sobre este funcionario rebelde pero efectivo y, a contrapelo de sus críticos, lo promovieron. Su nuevo cargo fue el de secretario del ministro Östen Undén, con quien tuvo excelentes relaciones laborales e incluso personales.
Esa nueva tarea en el Ministerio le hizo estar presente, esta vez obedeciendo a sus superiores, en el difícil momento en que su país deportara a varios o cientos de soldados y oficiales de los países bálticos que habían combatido junto a las tropas alemanas y, ante la derrota, habían buscado refugio en Suecia. Luego de un tiempo, el Gobierno sueco cedió a las exigencias soviéticas, enviándolos a sus países de origen, entonces repúblicas de la Unión Soviética. En otras palabras, entregándolos aún siendo refugiados.
Con ello, el concepto que tenía Harald sobre el respeto a la vida sufre un fuerte impacto. Nunca logró comprender la razón de entregar, desde un país neutral, tal cantidad de hombres derrotados al enemigo vencedor por el solo hecho de vestir el uniforme de los vencidos, aunque se tratara del ejército que tanto dolor había esparcido en sus campañas.
Además pudo apreciar, al lado del ministro, los entretelones iniciales de la Guerra Fría; entre otras, las presiones estadounidenses para que Suecia se sumara al bloque occidental. En más de una medida tales presiones deben haber influido en la opinión que el diplomático se haría después acerca del rol de Estados Unidos en los países en que posteriormente le tocó servir, especialmente en los del tercer mundo.
El resto de la carrera diplomática de Harald transcurrirá a la sombra de la confrontación entre los dos bloques principales de pos Segunda Guerra Mundial: Oriente liderado por la Unión Soviética y Occidente dominado por los Estados Unidos. El período de la Guerra Fría se caracterizó también por el éxito de los movimientos de liberación nacional que paulatinamente hicieron que el número de naciones soberanas miembros de las Naciones Unidas aumentara desde las 48 que firmaran su constitución en 1948, a las más de 190 actuales. Las nuevas naciones se fueron orientando, a su vez, en torno a los dos bloques, de acuerdo con las tendencias de sus regímenes. El tiempo en que el mundo se debatía en esa dicotomía estuvo plagado de sangrientos conflictos internacionales de orden más o menos local, que mantuvieron abierta la amenaza de desatar una confrontación nuclear. En ese marco se multiplicaron las intervenciones, tanto militares como no armadas, que derrocaban Gobiernos progresistas y reprimían intentos democratizadores. La sensibilidad de Harald no podía quedarse indiferente ante estos hechos.
9 Incluso en las fechas encontramos contradicciones. Según Mats Fors, su arribo a Oslo habría sido el 16 de ese mes. Los días transcurridos entre la llegada de los Edelstam a Noruega y sus primeras acciones revisten importancia si queremos apreciar la rapidez con que actuaba para relacionarse y saber lo que acontecía.
10 Otro detalle en que podemos apreciar las necesidades de precisar el relato de la vida de nuestro héroe.
11 Ver más adelante la relación de Harald con la actriz Shirin Dewrin.
12 H. Edelstam según cita en M. Fors, El clavel negro, 2009.
13 Ibid.
Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.