Kitabı oku: «Quantas o de los burócratas alegres», sayfa 3

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Gorgias

En una etapa embrionaria de la presente investigación (Bula, 2012), al fenómeno de la metrocosmética lo llamamos por otro nombre: la enfermedad de Gorgias —queda abierta la pregunta sobre si, con los años, hemos aprendido a bautizar mejor las cosas—. En un importante diálogo de Platón (1932), Sócrates le pregunta a Gorgias y sus seguidores por la naturaleza de la retórica: ¿qué clase de saber es?, ¿cuál es su objeto? Exasperado, Polo le exige a Sócrates que ponga las cartas sobre la mesa, que diga qué considera la naturaleza de la retórica. Sócrates, con cierta renuencia, le dice a Gorgias:

me parece, Gorgias, que existe cierta ocupación que no tiene nada de arte, pero que exige un espíritu sagaz, decidido y apto por naturaleza para las relaciones humanas; llamo adulación a lo fundamental de ella. Hay, según yo creo, otras muchas partes de esta; una, la cocina, que parece arte, pero que no lo es, en mi opinión, sino una práctica y una rutina. También llamo parte de la adulación a la retórica, la cosmética y la sofística, cuatro partes que se aplican a cuatro objetos. (462e-4633)

Para Sócrates, la adulación es un quehacer en el que se simula la práctica de artes legítimos: los últimos producen salud real, la primera su apariencia (464a). Sea cual sea el objeto de la salud, cuerpo o alma, produce la base para clasificar las partes de la adulación:

[…] puesto que son dos los objetos, hay dos artes, que corresponden una al cuerpo y otra al alma; llamo política a la que se refiere al alma, pero no puedo definir con un solo nombre a la que se refiere al cuerpo, y aunque el cuidado del cuerpo es uno, lo divido en dos partes: la gimnasia y la medicina; en la política corresponden la legislación a la gimnasia, y la justicia a la medicina. (464b)

Así, el mantenimiento de la salud del cuerpo le corresponde a la gimnasia y su reparación a la medicina; en cuanto al alma, la política mantiene y la justicia corrige. Entre las partes de la adulación hay un imitador para cada una de estas artes:

[…] la adulación […] sin conocimiento razonado, sino por conjetura, se divide a sí misma en cuatro partes e introduce cada una de estas partes en el arte correspondiente, fingiendo ser el arte en el que se introduce; no se ocupa del bien, sino que, captándose a la insensatez por medio de lo más agradable en cada ocasión, produce engaño, hasta el punto de parecer digna de gran valor. Así pues, la culinaria se introduce en la medicina y finge conocer los alimentos más convenientes para el cuerpo, de manera que si, ante niños u hombres tan insensatos como niños, un cocinero y un médico tuvieran que poner en juicio quién de los dos conoce mejor los alimentos beneficiosos y nocivos, el médico moriría de hambre. A esto llamo adulación y afirmo que es feo […] porque pone su punto de mira en el placer sin el bien. (464c-465a)

La adulación, de suyo inferior a las artes que imita, sale triunfal frente a quienes son como niños, porque se enfoca en el placer: las golosinas del cocinero, por ejemplo, frente a los sanos alimentos del médico. No solo no produce los bienes propios de las artes que imita, sino que no se puede llamar arte en absoluto, puesto que no opera con conocimiento de causa: “[…] no tiene ningún fundamento por el que ofrecer las cosas que ella ofrece […] Yo no llamo arte a lo que es irracional […]” (465a).

Según venimos diciendo, la metrocosmética produce la apariencia de buen desempeño. ¿Estamos ante otra parte de la adulación? Curiosamente, la metrocosmética, basada en la medición cuantitativa, se alimenta de formas de pensar cientificistas y cuantitativistas; sin embargo, si estamos en lo cierto, este cuantitativismo solo crea la apariencia de objetividad y cientificidad: los niños a los que engaña no buscan el placer, pero sí el atajo de parecer serios sin serlo. Así como hay aduladores respecto al cuerpo, los hay respecto al alma e instituciones:

así pues, según digo, la culinaria, como parte de la adulación, se oculta bajo la medicina; del mismo modo, bajo la gimnástica se oculta la cosmética, que es perjudicial, falsa, innoble, servil, que engaña con apariencias, colores, pulimentos y vestidos, hasta el punto de hacer que los que se procuran esta belleza prestada descuiden la belleza natural que produce la gimnástica […] la cosmética es a la gimnástica lo que la culinaria es a la medicina; o mejor, la cosmética es a la gimnástica lo que la sofística a la legislación, y la culinaria es a la medicina lo que la retórica es a la justicia […]. (465b-c)

Es preciso generalizar, en los cuatro objetos de la adulación, lo que se dice de la cosmética: hace que “los que se procuran esta belleza prestada descuiden la belleza natural”. La retórica no solo no produce justicia, sino que va en su detrimento. Del mismo modo, la metrocosmética no solo no da los resultados que buscan medir los indicadores, sino que da unos contrarios: el teaching to the test afecta la calidad educativa, la búsqueda ciega del aumento del PIB desmejora la calidad de vida los ciudadanos. Veamos cómo opera la metrocosmética en algunos ejemplos del campo de la educación, a la luz del incremento, en años recientes, de la cantidad y del peso de las evaluaciones cuantitativas; veamos si va en detrimento del asunto sustancial de la educación.

Educación

Hay que rendir cuentas. La sociedad, dice el neoliberalismo, tiene derecho a saber qué hacen los educadores con los fondos que reciben —y si, quizás, no es más eficiente privatizarlo todo o hacerlo por computador—. Como la rendición de cuentas está atada a la posibilidad de recibir recursos, sirve para mantener una dependencia respecto a estos y para reificar una jerarquía (McNeil, 2008): en esta, burócratas y administradores que no saben nada de filosofía, filología o biología molecular deciden detalles grandes y pequeños sobre cómo se deben enseñar estas disciplinas.

El discurso de accountability es un sistema panóptico en el que, mediante la visibilización y estigmatización de lo deficiente —real o artefacto del sistema de medición—, se presiona a la conformidad en un clima de precariedad permanente (Lipman, 2008). Nótese que esto funciona en todos los niveles de recursión: partiendo del alumno que día a día siente la presión del fracaso —desde una edad ridículamente temprana— hasta la institución que, como colectivo, suda en época de acreditación, pasando por el profesor; por caso, el profesor universitario que siente la presión constante de publicar y se ve compelido a correr sin parar, como si lo persiguiese una enorme piedra rodante que lo alcanzaría si alguna vez se detiene a recuperar el aliento.

El ámbito de la vigilancia no siempre se limita a la producción académica. En los Estados Unidos, a raíz de la seguidilla de matanzas escolares, los colegios de secundaria viven un clima intenso de vigilancia que incluye tanto detectores de metales a la entrada de las instituciones como una permanente mirada clínica sobre los hábitos, discursos y vestimenta de los estudiantes, por si alguno de ellos resulta ser el próximo Dylan Klebold o Adam Lanza.

Ahora bien, la evidencia empírica sugiere que la panoptización de las aulas es tanto desproporcionada como ineficaz respecto a la amenaza real a la seguridad; lo que se busca y se consigue, más bien, es la ilusión de vigilancia: Gorgias en las aulas militarizadas; el sistema inventa riesgos, en una creciente y paranoica escopofilia, ansiosa de que no queden resquicios por fuera de la mirada.

En las escuelas secundarias estadounidenses, la presión de la rendición de cuentas tiene efectos sobre los profesores: se hacen menos agudos, menos complejos, menos creativos, lo mismo que sus clases (Lipman, 2008). Así, la rendición implica una redefinición de lo que quiere decir “ser una buena institución educativa”, “ser un buen profesor”, una redefinición en términos estrechos, técnicos e instrumentales, en cuanto estandarizados (Lipman, 2008).

En este sentido, la enseñanza se hace defensiva: los contenidos de clase se trivializan y simplifican para garantizar que todos los alumnos puedan asimilarlos, los profesores suspenden su conocimiento personal y su capacidad de problematizar los contenidos (McNeil, 2008). Los profesores y alumnos —que son creaturas, no pléromas— responden al control excesivo reduciendo su compromiso, perdiendo su entusiasmo; los administradores perciben esta reacción y la ven como un problema de control, lo que los lleva a aumentar el nivel de este, acción que desata un círculo vicioso: los profesores incrementan su control por sobre los estudiantes, los administrativos por sobre los profesores. Esto configura una pirámide de control, en la que cada quien trata al de abajo como resiente al de arriba (McNeil, 2008).

Los alumnos adolescentes son capaces de percibir la inautenticidad del ejercicio y, aunque hacen la tarea de asistir a clase y escuchar al profesor, no creen demasiado en el conocimiento que reciben en la escuela (McNeil, 2008); en suma, toda la educación parece permeada por un aire de farsa: “usted simule que enseña, yo simulo que aprendo”. Gorgias en el aula simulada. Esta es solo una pequeña muestra de la metrocosmética en el mundo educativo. Pero el sentimiento es ubicuo: “usted simule que escribe artículos de investigación, yo simulo que los reviso antes de publicarlos”, después de todo, ambos necesitamos los puntos. Y siempre, como una pulsación rítmica que acompaña todas las disonancias del ámbito educativo, está el miedo, el miedo a la piedra de la evaluación que nos alcanzará si no seguimos corriendo: paranoia.

Referencias

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Notas

1 Texto original:

the legislators who framed the ancient republics knew that their business was too arduous to be accomplished with no better apparatus than the metaphysics of an undergraduate, and the mathematics and arithmetic of an exciseman. They had to do with men, and they were obliged to study human nature. They had to do with citizens, and they were obliged to study the effects of those habits which are communicated by the circumstances of civil life. They were sensible that the operation of this second nature on the first produced a new combination; and thence arose many diversities amongst men, according to their birth, their education, their professions, the periods of their lives, their residence in towns or in the country, their several ways of acquiring and of fixing property, and according to the quality of the property itself— all which rendered them as it were so many different species of animals. From hence they thought themselves obliged to dispose their citizens into such classes, and to place them in such situations in the state, as their peculiar habits might qualify them to fill, and to allot to them such appropriated privileges as might secure to them what their specific occasions required, and which might furnish to each description such force as might protect it in the conflict caused by the diversity of interests that must exist and must contend in all complex society; for the legislator would have been ashamed that the coarse husbandman should well know how to assort and to use his sheep, horses, and oxen, and should have enough of common sense not to abstract and equalize them all into animals without providing for each kind an appropriate food, care, and employment, whilst he, the economist, disposer, and shepherd of his own kindred, subliming himself into an airy metaphysician, was resolved to know nothing of his flocks but as men in general. (pp. 185-186)

2 Esto se puede ilustrar contrastando el papel que juega el cero en el pléroma y la creatura. Para el primero, no tiene efecto alguno: si pateo una piedra con una fuerza de cero, se moverá cero; en cambio, en un contexto determinado —y, justamente, las creaturas funcionan en contextos—, la ausencia de mensaje, la llamada que no llegó, el saludo no regresado, etcétera, tienen efectos importantes (Bateson, 1993).

3 Esto se puede ilustrar contrastando el papel que juega el cero en el pléroma y la creatura. Para el primero, no tiene efecto alguno: si pateo una piedra con una fuerza de cero, se moverá cero; en cambio, en un contexto determinado —y, justamente, las creaturas funcionan en contextos—, la ausencia de mensaje, la llamada que no llegó, el saludo no regresado, etcétera, tienen efectos importantes (Bateson, 1993).

4 Esto se puede ilustrar contrastando el papel que juega el cero en el pléroma y la creatura. Para el primero, no tiene efecto alguno: si pateo una piedra con una fuerza de cero, se moverá cero; en cambio, en un contexto determinado —y, justamente, las creaturas funcionan en contextos—, la ausencia de mensaje, la llamada que no llegó, el saludo no regresado, etcétera, tienen efectos importantes (Bateson, 1993).

The winter of our discontent*

* Una versión preliminar de este capítulo se publicó con el título “Paranoia: emociones públicas y universidad” en la revista Universitas Philosophica, 36 (72), 221-249.

Tantas ganas de publicar y sumar puntos, tantos indicadores por llenar para ver cómo se mejoran los resultados… hay tanta banalidad académica y tanto fundamentalismo teórico que pasamos los días haciendo lo mismo: buscando listas o recetas, plagiando actitudes de desenfreno y lucha, usando el tiempo en formatos y en innumerables reuniones para discutir sobre cómo lidiar con procedimientos administrativos, sobre cómo evitar desgastes en el capital político de quienes ocupan puestos de dirección.

El desgaste es inmenso. Cualquiera lo puede percibir: los maestros se quieren largar. Quieren dejar de lidiar con lo de siempre: los clientes de la educación, los burócratas con sus formatos de seguimiento y oficinas de control interno, la eterna trotadora de las diligencias administrativas, la miopía de quienes deciden el presupuesto, los clientelismos y diplomacias, las pausas activas y el vocabulario de coaching, el turismo inoficioso de los congresos, eventos en los cuales, con cultivada cortesía, participamos en el delirio colectivo de que se dicen cosas nuevas, de que esa es la forma, en pleno siglo XXI, en que el conocimiento circula y se difunde.

Por su cuenta, en las reuniones de acreditación, cada académico sueña con poder pagar un par de inmuebles para vivir de la renta, quizás en el campo, y tener tiempo para pensar, escribir de manera gratuita, hablar “del mundo” con los estudiantes que aún se entusiasman y aún tienen ideas; quizás dictando una o dos clases por semana, sin decanos, secretarios académicos ni sistemas de calidad ISO tal y tal...

Frente a esto, cabe hablar de los organigramas: estructuras verticales y arborescentes en las que crecen frutos de timidez, desconfianza, sentimientos de persecución, victimización y explotación. Academia speculum mundi. Las personas sin orgullo (thymos) tienden a la ira, a sospechar de los intentos de los demás. Esto porque en condiciones de verticalidad los demás aparecen como competidores. Así, aparece la paranoia, la alienación: cuando estamos a merced de otros, de lo Otro, pensamos que el universo conspira en nuestra contra. Ante el fatalismo, autonomía: por ejemplo, escribir este memorial de agravios para cumplir con nuestra cuota de investigación.

Es bastante usual la idea de acabar con los demás en nombre de Dios, es decir, de la trascendencia. Ahora también es posible hacerlo en nombre de la ley, los indicadores, las reglas, los modelos. La aprehensión de lo real desde el punto de vista de valoraciones genéricas, pruebas estandarizadas y modelos de medición es engañosa. Un calco, una imitación mal hecha. Entre las sofisticadas gráficas de los expertos y el mundo real se intuye una brecha siniestra. Y, como mala hierba, en la brecha crece una reacción: buscar los puntos, salir bien en las mediciones, incluso en detrimento de la educación, de la investigación.

Para nadie es sana la inseguridad de si se está o no bajo las líneas rojas de los expertos. Los que pierden andan tristes por la vida; algunos se adaptan mediante la zalamería, otros capitalizan el clima de desconfianza para alcanzar y mantener posiciones de mando. Desde la perspectiva técnica, el problema tiene que ver con la suposición trascendente de que existe una especie de registro superior sobre el cual hacemos comparaciones prácticas. Es la vieja trampa de la idea, en la actualidad, repetida en los escenarios culturales de la belleza, la justicia, el bien, los rankings.

Se dirá que ya nadie cree en esas cosas, que hicimos la tarea hermenéutica: ya no es el bien, sino lo bueno; ya no es la justicia, sino lo justo, etcétera. No estamos tan seguros. La idea aún vive en los escenarios de los indicadores y mediciones de las instituciones contemporáneas —Estado, universidad—, cuyos modelos siguen presos de la trascendencia: de valoraciones generales abstractas a la acción, en las que el paso entre niveles todavía es abrupto. Ciertamente, el efecto colectivo de las valoraciones abstractas resulta perverso en el sentido de que corrompe el escenario de construcción de vínculos y redes. Internal power struggles. Si hace falta grabar una conversación, pedir firmas de recibido, tener el registro de input-output en los sistemas de seguimiento —sean estos dispositivos biométricos o correos electrónicos impresos que demuestran la hora de envío de las tareas— y recurrir a las cámaras o los vigilantes —que no son solo las personas que cubren los oficios de seguridad— es porque la academia se ha vuelto un escenario de conflictos abiertos y velados, de un sentimiento generalizado de malestar.

Lo expuesto revela climas de desconfianza, cuyas características y condiciones expresan cohesiones lineales, restringidas, finitas y sobrecodificadas bajo la premisa de las causas comunes —todo lo contrario de las asociaciones colectivas abiertas, fuertes, consistentes con el orden de lo vivo—. Así, la “desconfianza” es más que la expresión de sentimientos humanos específicos: se refiere a la erosionada vitalidad de los vínculos sociales; es sinónimo de inhabilidad, impotencia, aridez, sequedad, desconexión.

En estos climas, ¿cómo funcionan las causas comunes? Los que compiten son fieles e inquebrantables en su lealtad al proyecto; lo que hoy se llama “sentido de pertenencia”. Son muy distintos el hecho de compartir motivaciones o exploraciones hacia el futuro y la pertenencia ciega a proyectos institucionales y la adherencia a consentimientos tácitos. Hoy se observa un patrón común: el jefe habla y los que escuchan atienden, toman nota, asienten con la cabeza. Se sabe que, a veces, el jefe es carismático; otras veces, es buen orador. Es apabullante y vehemente. Tiene datos. Usa referentes. No siempre dice cosas inteligentes, aunque siempre trata de hacerlo —o al menos intenta parecer serio—. Pero los que secundan sus discursos, no. Estos son tímidos, timoratos. Por eso consienten, confirman. No preguntan. No se arriesgan a la crítica. Y, si algo se pregunta, es solo para avalar lo dicho. Es que, en realidad, no hacen preguntas: son contestaciones muy parecidas a los responsos litúrgicos. La verticalidad en la toma de decisiones se puede volver patológica para las instituciones.

Lo anterior significa que el miedo y la paranoia yacen en los gestos. Esto es un asunto estructural y relativo a la imagen de los árboles como principio de organización; también es relativo a los más básicos y cotidianos asuntos. Miedo y paranoia expresan su conexión en los rumores de los pasillos, en las sutilezas, en las conversaciones con voz baja, en los momentos de defensa y protección cuando la gente acude a los imperativos, las demandas, las griterías, los reclamos, las peticiones de respeto. Malestar. Son momentos de notoria evasión en las conversaciones —esa cosa tan horrible de no poder hablar de manera abierta—. Son instantes de evidentes sarcasmos. Y lo cierto es que hace falta estar pendiente de las entonaciones y del uso de las palabras porque son equívocas, están llenas de ambigüedad.

Eavesdropping: escuchar secretamente o hablar bajito signan las situaciones de malestar entre nosotros. El otro extremo es igual de sintomático: pasar de rango en rango, de cargo en cargo, de formato en formato, por el tortuoso camino del conducto regular para solucionar lo que, con facilidad, se podría arreglar de modo amistoso e informal. La gente termina gritando, diciendo a mil voces que todo es una mierda, que todo el mundo se puede ir al infierno, que no permitirá tal abuso. Y tira la puerta al salir.

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