Kitabı oku: «¿Por qué los buenos soldados hacen cosas malas?», sayfa 3

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Notas

1 En la medida en que nos propusimos encontrar riesgos distintivos en relación con la guerra u otros periodos precedentes, analizamos dos formas de transgresión moral “de primer orden, matar y torturar” y “de segundo orden, daño colateral”. Identificamos, con relación a la primera, una serie de riesgos determinados “intrínsecos”, presentes cuando se causa un mal radical producto del mal corazón del perpetrador; con relación a la segunda, otros riesgos circunstanciales “extrínsecos” que tienen que ver con el mal banal producido por la capacidad funcional del Ejército como sistema y los efectos no previstos de sus acciones.

2 Entrevista a Zygmunt Bauman, sociólogo y filósofo, en La 2 de Televisión Española (2014). Recuperada en <www.amara.org/v/GQHJ>. [Consultada el 31 de diciembre de 2015]

3 Martin Rhonheimer, La perspectiva de la moral: fundamentos de la ética filosófica (Madrid: Rialp, 2007), 398.

4 Carl Schmitt, en la advertencia preliminar a la cuarta edición (1978) de La dictadura, señala: “Desde 1969 han aumentado de forma inesperada los trabajos sobre el problema del estado de excepción en el derecho. Obedece esto a la dinámica de un desarrollo que ha convertido las emergencias y crisis en elementos integradores o desintegradores de una anómala situación intermedia entre guerra y paz”. Más recientemente, en su descripción del nuevo orden global —El imperio—, Hardt y Negri en Multitud señalan que “la guerra se está convirtiendo en un fenómeno general, global e interminable [que] erosiona la distinción entre la guerra y la paz, de manera que no podemos imaginar una paz verdadera, ni albergar una esperanza de paz”, entre otras razones porque también la distinción tradicional entre la guerra y la política se desvanece, hasta el punto de que “la guerra se está convirtiendo en el principio organizador básico de la sociedad, no la política”. Michael Hardt y Antonio Negri, Multitud. Guerra y democracia en la era del imperio (Barcelona: Random House Mondadori, 2004), 23, 25 y 33.

5 Estos hechos han conducido a que los ejércitos reconozcan los conflictos éticos y morales inherentes a la transgresión, que pueden incluir, simultáneamente o no, la violación de derechos humanos y el quebrantamiento de la ley. En este sentido, la dificultad de distinguir adecuadamente entre crímenes —violación de la ley positiva— y transgresiones —violación de la ley moral— oscurece el problema y dificulta su formulación y tratamiento. En cualquier caso, es indiscutible que la transgresión moral es nociva, impacta negativamente en la opinión pública y socava el compromiso implícito de la profesión militar de defender y proteger la vida y los intereses de la nación. La presente investigación se empeña en la tarea de contribuir a plantear correctamente el problema, identificar las causas y describir las maneras en las que ocurre la transgresión moral de los militares. Para ello nos centraremos tanto en el sujeto moral —la deliberación y el juicio de la conciencia— como en el entorno —global, social e institucional— que genera condiciones, circunstancias y situaciones críticas. En esta red de interacciones surgen un sinnúmero de dilemas y conflictos que constituyen los riesgos de transgresión moral que nos ocupan.

6 Charles C. Moskos, Lo militar: ¿más que una profesión? (Madrid: Ministerio de Defensa, 1991).

7 Charles C. Moskos, “La nueva organización militar: ¿Institucional, ocupacional o plural?”, en La institución militar en el Estado contemporáneo, compilado por Rafael Bañón y José Antonio Olmeda (Madrid: Alianza, 1985), 140.

8 Sam C. Sarkesian, Beyond the battlefield (Nueva York: Pergamon Press, 1981), 12.

9 Don M. Snider, John A. Nagl y Tony Pfaff, Army Professionalism. The Military Ethic and Officership in the 21st Century (Nueva York: Center for the Professionalism Military Ethics, 1999).

10 Richard Rorty, Contingencia, ironía y solidaridad, 9.a ed. (Barcelona: Paidós, 2016), 16 y 17.

11 Clark C. Barret, Finding “The Right Way”: Toward an Army Institutional Ethic (Carlisle: Strategic Studies Institute, U.S. Army War College, 2012), 4.

12 Hannah Arendt, Responsabilidad y juicio (Barcelona: Espasa, 2007), 154.

13 La guerra contra el terrorismo, las misiones de paz y la intervención humanitaria han suscitado dos transformaciones recientes en la doctrina militar: en primer lugar, cambios en el modelo de autoridad, comando y control; en segundo lugar, el tránsito de la acción integral, las operaciones de información a la guerra especial, basada en la ejecución de múltiples misiones y la combinación de fuerza letal y no letal. Véase Manual de operaciones especiales del Ejército de los Estados Unidos (Headquarters, U.S. Department of the Army: Special Operations, Army Doctrine Publication 3-05, Washington, D.C., agosto de 2012), 9. Las variaciones en este componente técnico-formal particular de los ejércitos denotan la necesidad de adecuar las tácticas a las exigencias de un contexto asimétrico y ambiguo, en el cual la mayoría de acciones militares implican la toma de decisiones prácticas y, con frecuencia, de decisiones morales.

14 Terry Eagleton, Las ilusiones del postmodernismo (Barcelona: Paidós, 1997), 1-11.

15 Jonathan Glover, Humanidad e inhumanidad Una historia moral del siglo XX, trad. Marco Aurelio Galmarini, 4.a ed. (Madrid. Cátedra, 2013), 69.

16 Estos problemas han sido descritos y abordados desde perspectivas diversas por la filosofía, la sociología y la psicología social. Algunas de ellas son: el debate filosófico respecto al significado y los fines de la ética; en la sociología weberiana, la dicotomía entre ética de la responsabilidad y ética de la convicción; en psicología, los experimentos de Stanley Milgram realizados en julio de 1961 —tres meses después del juicio de Eichmann— acerca de los límites de la obediencia a la autoridad, y el experimento de Philip Zimbardo, llevado a cabo en la Universidad de Stanford en agosto de 1971. En este último se analizaron, mediante un enfoque situacional, las reacciones de estudiantes puestos en determinadas circunstancias y roles (presos y carceleros); los resultados sorprendieron a la comunidad académica, ya que daban cuenta de una disposición natural del hombre a obedecer incondicionadamente, incluso cuando seguir instrucciones implicaba dañar a otra persona.

17 Hardt y Negri, Multitud, 23 y 27.

18 Ibíd., 25.

19 Principalmente, las investigaciones lideradas por Charles Moskos en la década de 1990 en las Fuerzas Militares de los Estados Unidos y recogidas por Charles C. Moskos, John Allen Williams y David R. Segal, The Postmodern Military, Armed Forces after the Cold War (Nueva York: Oxford University Press, 2000). Estas serían posteriormente reproducidas en Reino Unido, Francia, Alemania, Países Bajos, Dinamarca, Italia, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Suiza, Israel y Sudáfrica.

PARTE I

EL EJÉRCITO Y EL MILITAR EN LA POSTMODERNIDAD

La importancia e influencia del contexto es significativa en la indagación en curso, especialmente porque existen antecedentes, investigaciones teóricas y empíricas bajo la denominación de “militar postmoderno” que precisan ser revisadas, actualizadas y ubicadas debidamente en relación con la problemática señalada. En atención a ello, en los siguientes capítulos desarrollamos los antecedentes e investigaciones precedentes, la descripción objetiva y subjetiva del militar postmoderno y un estudio acerca de la violencia postmoderna y sus formas.

Capítulo 1

Investigaciones precedentes

La problemática descrita fue identificada en estudios militares1 que reconocen la importancia fundamental de los sistemas de referencia o los niveles de análisis para la construcción de la ética y la moral militar, que tienen como trasfondo los debates filosóficos, éticos y epistemológicos anteriormente mencionados. Otras razones tanto más reveladoras que han conducido a los ejércitos occidentales a revisar los fundamentos de su cultura, ética y profesión militar son los casos recientes de graves transgresiones morales en las cuales han incurrido algunos de sus miembros en el desarrollo de operaciones ofensivas, misiones de mantenimiento de la paz e incluso intervenciones humanitarias.

Un regimiento Airborne canadiense que integraba una fuerza de paz destacada en Somalia en marzo de 1993 se vio implicado en la tortura y el asesinato de un joven de 16 años y en la posible participación en otros crímenes de guerra. Tan delicada situación generó cuestionamientos acerca de si los soldados de “la vieja escuela” están capacitados técnica y moralmente para participar en las complejas misiones de paz, como señaló en su momento Geoffrey Pearson, vicepresidente de la Asociación de Naciones Unidas en Canadá: “A un soldado se le enseña a pelear y se le enseña que hay un enemigo. Pero en una misión de paz, eso no es verdad. No necesariamente se debe combatir, y la mayor parte del tiempo uno no sabe quién es el enemigo”.2 El ejército británico se vio comprometido en crímenes de guerra y tortura en Basora, Irak, en 2003, por golpear e intentar ahogar a un adolescente, además de otras denuncias por hechos similares. Soldados estadounidenses se han visto involucrados en Afganistán e Irak en maltratos y abusos a prisioneros, violaciones y asesinatos.

Se evidencia una mayor producción de investigaciones sobre la problemática y los fundamentos que constituyen la ética militar profesional en las fuerzas militares de Estados Unidos, que pese a ser quizá la mayor fuerza militar del planeta, con un alto índice de gestión del conocimiento y capacidad tecnológica, afronta importantes dificultades a la hora de conceptualizar, articular y promover la ética entre sus miembros, a fin de garantizar que se conduzcan correctamente sin faltar a sus obligaciones morales en cualquier misión que les sea encomendada o circunstancia en la que se encuentren. Además de los problemas derivados de las nuevas misiones y procedimientos operacionales que abordaremos en el capítulo 2 junto a la doctrina, existen verdaderos dilemas que no han sido resueltos, pues no se ha precisado dónde reside el problema. A propósito de los hechos ocurridos a comienzos de 2010 en el distrito de Maywand en Afganistán —miembros de un pelotón asesinaron con premeditación al menos a tres civiles, haciéndolos pasar por talibanes armados; el grupo de los implicados fue conocido como el Kill Team—, en declaraciones públicas hechas por el Ejército en un comunicado de prensa, se evidencia la perplejidad producida por estos hechos.

El Ejército perseguirá implacablemente la verdad, nos lleve donde nos lleve, tanto dentro como fuera de los tribunales, por muy desagradable que pueda resultar, por mucho que se tarde en descubrir. Como Ejército, nos preocupa que un soldado pierda su “norte moral”, como ha dicho un soldado durante su juicio.Haremos siempre todo lo que haya que hacer, como institución, para comprender cómo ha pasado, por qué ha pasado y qué tenemos que hacer para evitar que vuelva a pasar.3

Esta declaración es congruente con las investigaciones realizadas recientemente, orientadas a averiguar qué causa que los soldados pierdan su brújula moral, dónde residen los condicionamientos y las determinaciones: ¿en la perversidad humana?, ¿en una deficiencia en la educación militar?, ¿en el código de ética?, ¿en las prácticas institucionales?, ¿en el estilo de liderazgo?, ¿en el lenguaje empleado?, ¿en el entorno?, ¿en la incapacidad de adaptación? La primera constatación es que tanto la noción de ética militar como los conceptos relevantes y su empleo han cambiado considerablemente; atrás ha quedado el ejército autárquico al que, en cuanto sistema cerrado, estas acepciones correspondían. Los ejércitos postmodernos, por cuenta de las vertiginosas transformaciones del entorno, se enfrentan a desafíos sin precedentes para los cuales su sistema de valores, su ética, no tiene respuestas. En atención a ello, algunos ejércitos occidentales, como el canadiense y el australiano, han planteado un marco de referencia que tiene por objeto clarificar, ordenar y sistematizar el gran número de conceptos dispersos y ambiguos dentro de las dimensiones con las que la institución militar se relaciona, que además de relevantes son constitutivas de la ética militar institucional y la moralidad de los soldados. Por otro lado, el Ejército de Estados Unidos reconoce la ausencia y la necesidad de dicho marco de referencia. Clark C. Barrett puntualiza:

La profesión de soldado en el Ejército estadounidense carece de un marco ético institucional, así como de medios de autocontrol entre iguales. Los marcos de actuación del ejército tal vez contengan una ética militar implícita, pero esta nunca queda explícita.4

De la misma manera, Don M. Snider, Paul Oh y Kevin Toner identifican esta deficiencia en un trabajo del Instituto de Estudios Estratégicos del Ejército de Estados Unidos:

El propósito de esta monografía consiste pues en ofrecer un marco en el cual académicos y profesionales puedan debatir los diversos aspectos de la ética castrense. Tal debate resulta especialmente complicado, porque carecemos de modelos y lenguajes comunes para iniciar el diálogo. La doctrina castrense actual y las investigaciones académicas relacionadas no aportan ninguna herramienta que permita abordar la cuestión ética, tampoco analizan cómo dicha ética se va adaptando a los cambios culturales de la sociedad, a la evolución de los conflictos armados o de otras crisis externas.5

Creemos que el hecho de que existan deficiencias tan notables en la ética miliar profesional de los más importantes ejércitos occidentales constituye una fragilidad que precondiciona la ocurrencia de transgresiones morales como las que hemos registrado.

Entre tanto, en el marco de la Unión Europea —que, si bien es cierto no dispone de un ejército común, cuenta con instancias dedicadas a indagar sobre ética militar y temas conexos, como la Sociedad Internacional de Ética Militar en Europa (EuroISME)— se ha planteado si en Europa existe una ética militar o si es poco relevante la indagación al respecto, en la medida en que son los Estados, la OTAN y la ONU quienes tienen la potestad de declarar una guerra o intervención armada. En este caso, se trataría más bien de la ética militar de la OTAN o de la ONU o de un conglomerado de naciones; sin embargo, como reflexión prospectiva, Henry Hude anticipa las dificultades a las que se puede enfrentar una ética militar europea postmoderna, asumiendo que deba incorporar la ideología y los valores liberales postmodernos característicos del contexto:

Desde un punto de vista moral, puede plantearse en qué medida hay lugar para una ética en una ideología liberal postmoderna que conduce el individualismo y la admisión de la arbitrariedad subjetiva hasta límites extremos. Se diga lo que se diga, es bastante improbable que una imparcialidad tolerante y escéptica pueda fundar por sí misma una ética. Sin duda, esa orientación emerge (como ya se ha observado) de una intención moral y por razones políticas (antitotalitarias), cuya trascendencia moral no debe subestimarse. En realidad, en un mundo totalitario, o sin libertad responsable, no hay ni bien ni mal, en el sentido moral de la palabra. Pero el Occidente postmoderno solo está huyendo del Caribis del totalitarismo para lanzarse en el Escila del relativismo y en una política en la que la hipertrofia de lo privado corre un alto riesgo de reorientarnos hacia un estado natural de tipo más o menos hobbesiano —no ha encontrado una mejor garantía de moralidad ni de libertad—. Conviene reiterar que si la ética liberal postmoderna conserva un carácter verdaderamente ético, ello se debe a la permanencia en el seno de las sociedades europeas de tradiciones modernas y premodernas que continúan siendo marcos culturales y referencias implícitas, dentro de y en función de los que siguen interpretándose implícitamente las concepciones del escepticismo y del relativismo postmodernos.6

No hemos considerado el planteamiento de Hude porque lo compartamos, sino porque es útil para hacer notar cómo la ausencia de experiencias y doctrina en su análisis conduce equivocadamente a considerar la postmodernidad como un escenario en el que se promueven valores e ideologías tendenciosas desde un centro de poder y racionalidad al cual es posible resistirse, y no como un contexto que impone condicionamientos y determinaciones, peligros y amenazas ante los cuales se debe dar respuestas militares adecuadas. Evidentemente, esta última postura es la que aquí se defiende, documentando las experiencias operacionales y los cambios doctrinarios presentados en los ejércitos en la postmodernidad. Hude acierta al mostrarse escéptico acerca de la posibilidad de construir o articular una ética militar europea que se ajuste a la retórica y lógica postmodernas, pero pasa por alto que el verdadero problema —como reconocen los académicos estadounidenses— es la ausencia de un marco de referencia común, que tenga aplicación simultánea en cada ejército y dentro del sistema de seguridad colectiva.

Es momento de citar los trabajos que en rigor pueden ser considerados antecedentes para nuestra investigación; se trata de algunos estudios que reconocen el problema de la localización de las obligaciones morales en el marco de la ética militar profesional y el sinnúmero de elementos y conceptos que la constituyen. Como veremos, proponían ordenarlos sistemáticamente para facilitar la observación y el análisis de las relaciones entre dimensiones y, de esta forma, se trataba de hacer visible no solo el nivel institucional, sino también el individual y el social. Esto supone un avance respecto al enfoque tradicional, que consideraba relaciones unidireccionales de subordinación o dependencia; desde ese momento, el solo hecho de fijar las dimensiones como componentes obligó a estudiarlas a fondo de forma aislada, dotándolas de suficiente jerarquía para alterar la naturaleza de las relaciones y obrar como referencia o elemento constitutivo.

La ética militar se relaciona estrechamente con el concepto de profesión; por ello, enfatiza las especificidades de las tareas que se realizan: la división del trabajo, los niveles de experticia que en cada servicio o cuerpo se precisan y la considerable autonomía de autogestión que la organización militar tiene —necesaria para integrar el sinnúmero de tareas que la empresa bélica requiere—. Sin embargo, en la modernidad, décadas antes de la era de la información y el conocimiento, de las fuerzas multimisión y la intervención humanitaria, ya existía la necesidad de identificar y articular las relaciones de la institución con los actores sociales externos y del Ejército con el soldado. Sam C. Sarkesian es pionero en esta formulación; en Beyond the Battlefield. The New Military Professionalism, publicado en 1981, toma como punto de partida el concepto de profesión de Ernest Greenwood: “Toda profesión se caracteriza por un sistema de autoridad, un cuerpo teórico estructurado, la sanción de la comunidad, un código ético y regulador y una cultura profesional”.7 Lo relevante de cualquier profesión es que, en virtud de la autoridad y la experticia del profesional, adquiere poder y responsabilidad en un área de necesidad social dentro del sistema político. Este argumento sustenta la idea, bastante extendida entre los académicos militares de la Guerra Fría, de que la administración de la violencia en servicio del Estado hacía única a la profesión militar entre las profesiones y por ello las obligaciones y responsabilidades tanto de la institución como de sus miembros admitían notables concesiones: la comunidad debe asegurarse constantemente de que los profesionales militares sean competentes para hacer la guerra, asuman su rol y hagan un uso adecuado de la autoridad concedida en respuesta al compromiso político adquirido. Para Sarkesian, es fundamental la concepción tradicional de la profesión militar, pues es el núcleo de su desarrollo teórico:

Puesto que la profesión posee un virtual monopolio sobre el cuerpo de conocimiento relativo a la conducción actual de la guerra, no solo se arroga la sanción de la comunidad, sino que puede dictar las normas profesionales sin apenas ninguna interferencia de la misma. Así, la profesión militar posee su propio sistema legal, estructura social, instituciones educativas, de reclutamiento y sistema de recompensas y castigos. Indudablemente, la mayoría de las profesiones civiles presentan características similares, pero habida cuenta de la función del cuerpo militar y del hecho de que forma parte integral del sistema político, resulta crucial considerar estas cuestiones en todo lo relacionado con esta profesión.8

Sarkesian es consciente de que la definición de profesionalismo por sí sola no ofrece un marco de referencia adecuado para el estudio de la profesión militar; por ello, propone una estructura de tres niveles: la comunidad, la institución y el individuo, abarcando desde el rango macro de la comunidad hasta el micro en el nivel individual. En cada caso el asunto sustantivo del profesionalismo incluye habilidades técnicas, ética profesional y perspectiva política; de esta forma, cada nivel debe ser evaluado en relación con cada una de estas variables, por ejemplo: en el nivel del individuo, el profesionalismo se puede estudiar en términos de competencia tanto del oficial como un militar técnico, su actitud particular y conducta respecto a la ética profesional, así como su actitud política y sus percepciones. Además, se puede evaluar la variable en relación con la perspectiva, por ejemplo: la ética profesional no se limita al nivel individual, sino que debe incluir los requerimientos institucionales y las expectativas e imagen de la comunidad.9

La dimensión de análisis comunidad-institución militar en el modelo de Sarkesian era el asunto fundamental; este remitía al campo de estudio Fuerzas Armadas-sociedad e incluía la relación individual e institucional, en otras palabras, el tratamiento del vínculo de la sociedad con el estamento militar. Indistintamente, tomaba en cuenta al Ejército como institución con su sistema de valores y al militar en cuanto profesional de las armas —aunque no estrictamente en su dimensión subjetiva—. El estudio prestaba particular atención a los cambios que tenían lugar en ese momento y que se preveía que alterarían el rol profesional, especialmente por cuenta de la tecnología. Lo anterior se sigue de la reflexión del autor: el U.S. Army War College suponía que había una clase particular de profesionales que estarían en los más altos niveles de la jerarquía, dictarían la naturaleza del sistema de valores y definirían la relación comunidad-institución militar. En este caso, sería preciso que aquellos oficiales definieran el horizonte intelectual adecuado: bien enfatizaran las competencias y habilidades profesionales, bien preponderaran los rasgos ocupacionales. Sarkesian se alinea con la segunda alternativa: “El verdadero mundo profesional debe ir más allá de su papel específico e incluir consideraciones en torno a la situación de la sociedad y a la naturaleza del ser humano”.10 Su constatación apunta a una necesidad emergente: los oficiales debían entender el funcionamiento y las determinaciones del contexto, aunque tal intención exigiera una mayor educación liberal —la idea de completo aislamiento de la institución militar respecto a su entorno como recurso de autopreservación y la preocupación exclusiva por la competencia técnica militar eran obstáculos—.

No tiene demasiado sentido que una profesión proclame que está al servicio del bien público. Para estarlo, se requiere una buena comprensión de la sociedad, de su sistema político y de una ideología que asegure actuaciones políticas coherentes. Ninguna profesión puede comprender y desempeñar adecuadamente su propio papel social sin comprender primero el contexto sociopolítico dentro del cual este debe desarrollarse.11

Un hallazgo del estudio de Sarkesian que merece especial mención es haber pronosticado el efecto negativo de la tecnología sobre la institución militar; la disputa a favor y en contra acerca de los referentes que deberían prevalecer en la educación profesional se tensaba entre la experticia técnica y la capacitación militar orientada exclusivamente a obtener éxito en el campo de batalla. Sarkesian se plantea que, si aceptamos la premisa de que el empleo de la fuerza en el futuro será altamente complicado y difícil de administrar, y que la habilidad de los seres humanos para manejar una gran variedad de procesos será limitada, entonces se puede aceptar fácilmente la necesidad de mayor formación técnica. No obstante, le preocupa que, en este ambiente, el juicio humano sea fácilmente relegado por la toma de decisiones mecánica —administrada por computadora— y se cree una brecha entre la élite militar y los elementos humanísticos dentro de las fuerzas y respecto a la sociedad. En sus palabras:

La pericia del profesional militar cuya principal preocupación es la supremacía tecnológica y la aplicación eficaz de la fuerza es fundamentalmente antagónica a los impulsos humanistas de una democracia, incluso en el contexto de la era tecnológica. La pregunta es si la profesión puede servir adecuadamente al Estado democrático con tal orientación. Creemos que no puede.12

Hoy sabemos que altos niveles de tecnología han sido apropiados por los ejércitos con bastante éxito, pues indudablemente han mejorado su eficacia y letalidad. Sin embargo, ello también generó ambigüedades éticas, como la dispersión de la responsabilidad en el uso de aeronaves remotamente controladas, drones armados con capacidad de hacer blanco en personas, instalaciones y vehículos. El problema no fue que la tecnología relegara al elemento humano en la toma de decisiones o hiciera posible la muerte a distancia, sino la dependencia que la absoluta conectividad generó en los escalones tácticos de combate para la toma de decisiones. Cuando el teatro de operaciones y la forma de operar cambiaron, las decisiones no podían seguir atravesando la cadena de mando —salvo en el uso de drones y armas de acción remota—.

La tecnología de uso militar alcanzó un nivel marginal hasta el punto de llegar a ser contraproducente. A diferencia de lo que Sarkesian pensaba, los hombres capacitados técnicamente no dominaron la élite militar, sino que prevaleció la figura del líder heroico; la tecnología dio paso a nuevos cargos en los Estados y Planas Mayores, pero los comandantes de pequeñas unidades perdieron autonomía y se redujo su capacidad de respuesta espontánea y su iniciativa, en momentos en que justamente estos atributos de liderazgo eran prioritariamente requeridos. Sin duda, esto devino en un riesgo de transgresión moral: los hombres se veían cada vez más inmersos en una cadena de procedimientos y, por ende, menos responsables de las acciones propias, es decir, tenían escasos estímulos para detenerse a pensar, a hacer juicios morales acerca de sus acciones. Se podrá refutar: ¿en qué momento hay lugar para ello? Y sería correcto replicar: en los momentos previos, de pausas, de letargia,13 en los cuales el militar reflexivo14 debe plantearse preguntas: ¿si estuviera en determinada situación, qué haría?, y la institución debería promover y facilitar esta actividad,15 particularmente en la ejecución de operaciones postmodernas que, además de verse afectadas por el impacto de la variable tecnológica, presentan ambigüedades y mayores desafíos.

El trabajo de Sarkesian fue replanteado por Don M. Snider, John A. Nagl y Tony Pfaff en 1999, en un trabajo titulado Army Professionalism. The Military Ethic, and Officership in the 21st Century, en el seno del entonces recién creado Centro para la Ética Militar Profesional del Ejército de Estados Unidos. Estos autores tomaron el planteamiento de Sarkesian como marco de referencia para analizar la profesión militar de forma sistemática y ordenada. En ese sentido, propusieron una matriz de 3 × 3 de interacciones sociales, políticas y funcionales inherentes a la relación entre una sociedad democrática y su ejército. Así, cada uno de los componentes puede ser analizado en tres niveles o perspectivas: la sociedad estadounidense, la institución militar y el soldado dentro de la institución. Estas relaciones y asuntos presentes en la agenda pública del momento, señalan los autores, crean tensiones saludables y disfuncionales entre las diferentes perspectivas; estas interacciones son las que nos interesa resaltar, es decir, cómo en un momento coyuntural de la pos Guerra Fría los autores antes mencionados analizaron las mismas relaciones que Sarkesian había examinado casi dos décadas antes, sin perder de vista que, más que el contenido de los argumentos, nos proponemos llamar la atención sobre la estructura metodológica.

Tabla 1. Componentes


Componentes
Nivel de análisis Técnico-militar Ético Político
Sociedad Prohibición de minas terrestres, operaciones militares diferentes a la guerra Ética egoísta o postmoderna Aversión a las casualidades, intervencionistas
Institución militar Autorización de devolución de mercancía, recursos, reclutamiento, profesionalismo en declive La ética profesional militar y la fuerza de protección Doctrina Powell y fuerza de protección
Soldado individual Habilidades individuales, retención Valores individuales Políticas individuales, brecha cívico militar

Fuente: American Military Professionalism.16

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