Kitabı oku: «Las Investigaciones De Juan Marcos, Ciudadano Romano»
Copyright © 2017 Guido Pagliarino
Todos los derechos reservados
Libro publicado por Tektime
Guido Pagliarino
Las investigaciones de Juan Marcos, ciudadano romano
Novela histórica
Traducción del italiano al español de Mariano Bas
Publicado por Tektime
1a edición de la obra, en italiano, en formato papel, Copyright © 2007-2012 Prospettiva Editrice.
Desde el 01-01-2013 los derechos de esta obra han retornado Ãntegramente al autor.
2a edición de la obra, en italiano, revisada y corregida en e-book Copyright © 2015 Guido Pagliarino y en libro en papel Copyright © 2016 Guido Pagliarino
La imagen que aparece en la portada es la reproducción de una témpera de Rafael en papel, montada sobre lienzo, que se encuentra en el Museo Victoria and Albert de Londres. Bajo el tÃtulo âSt Paul before the Proconsulâ, 1515; la obra también se conoce en Italia como âElimas el mago es cegado por Saulo delante de Sergio Pauloâ o âLa conversión del procónsulâ refiriéndose a los Hechos de los Apóstoles, 13: 8-11.
Ãndice
Guido Pagliarino âLas investigaciones de Juan Marcos, ciudadano romanoâ, novela histórica
Notas del texto
Guido Pagliarino âPequeño diccionario histórico esencialâ
Guido Pagliarino
Las investigaciones de Juan Marcos, ciudadano romano
Novela histórica
CapÃtulo I
El callejón resultaba extrañamente luminoso, aunque el cielo era plomizo.
Juan Marcos caminaba a lo largo de una calle recta, empedrada como las calzadas romanas que le resultaban familiares y que descendÃan de Jerusalén a Cesarea MarÃtima, pero no era una de ellas. El trazado se perdÃa en el horizonte, recorriendo un territorio desconocido, llano y casi desierto, con prunos amarillentos y podados y matas verdegrisáceas que se movÃan con el ir y venir de vÃboras y circundadas por enjambres de moscardones cuyo zumbido continuo le molestaba en los oÃdos. No habÃa ningún ser humano, aparte de él.
De repente Marcos se habÃa encontrado en una zona llena de fosas, como aquellas profundas que se excavan para enterrar inmundicias o carroña. Y en ese momento, sin haberlo advertido antes, habÃa visto, en esa misma tierra, insepulto, el cadáver ensangrentado de un perro moloso negro, con la lengua fuera y los ojos vidriosos y habÃa oÃdo un rumor proveniente de la fosa más cercana, como un pisoteo, un crujido, un frotamiento con las uñas de un ser vivo que estuviera trepando penosamente: ¿tal vez un animal herido y caÃdo en el fondo que estaba todavÃa vivo y trataba de salir? ¿Otro temible perro de presa? ¿Y si era una fiera al acecho? HabÃa sentido un sudor grasiento y templado detrás del cuello cuando otra posibilidad le habÃa hecho sentir un escalofrÃo en la espalda: ¿Y si en su lugar⦠estaba allà a punto mostrarse un habitante del Sheòl? En ese mismo instante habÃa asomado del hoyo la cabeza de un hombre. Era Jonatán Pablo, su padre.
Tras salir de la fosa, el difunto se habÃa quedado en el borde de esta. ParecÃa tal cual Marcos le habÃa visto por última vez muchos años antes, cuando su padre habÃa partido para el viaje a Perga del que ya no volverÃa: treinta y seis años, alto, esbelto, cabello tupido y larga barba castaña con algunos pelos ya blancos. Llevaba la misma túnica marrón y la misma capa verde que llevaba en vida con una faja marrón.
Con los brazos apoyados a lo largo del cuerpo, tieso como una pértiga, habÃa empezado sin preámbulos uno de los sermones que solÃa dirigir a su hijo:
âQuerido Marcos, no estás siguiendo la buena vÃa, sino el camino de la soberbia. Los nazarenos trabajan sin descanso para dar al mundo la buena nueva, mientras que tú continúas ocupándote solo de tus asuntos. SÃ, es verdad que respetas los preceptos de la Ley, pero si esto bastaba para mÃ, que no sabÃa, no puede valer para ti: ahora que la nueva está a tu alcance, debes recogerla y divulgarla, y más tú, al estar favorecido por la ciudadanÃa romana, que te da plenos derechos en el Imperio. Sigue por tanto el ejemplo de su primo, José Bernabé y, cuando vaya a Perga a difundir la nueva, ve con él. Una vez que hayas llegado, antes que nada, honra mi tumba y luego investiga: descubrirás quién me asesinó y, gracias a ti, se hará justicia.
â¿Por qué no me dices tú mismo quién te mató?
El padre no le habÃa respondido y, como si ni siquiera le hubiera oÃdo, habÃa empezado a subir lentamente hacia el cielo, mientras entre el gris de las nubes se habÃa abierto lentamente una fisura de luz y Marcos se habÃa despertado.
CapÃtulo II
Hace diecisiete años, en un dÃa de marzo del 781 a.U.c.1 según el calendario romano, Jonatán, el padre de Marcos, fariseo, habÃa entrado radiante en su hermosa morada en Jerusalén, de vuelta de Cesarea MarÃtima, donde residÃa el representante de Tiberio César para la provincia de Judea, SamarÃa e Idumea: después de mucho tiempo y dinero gastado en regalos a su protector, Marcos Pablo Rufo, ayudante del procurador Poncio Pilatos, finalmente se le habÃa concedido la ciudadanÃa romana. Estaba contento porque sus negocios se verÃan favorecidos y se enriquecerÃa todavÃa más, con la plena bendición del AltÃsimo.
Jonatán habÃa nacido en Asiut, en el curso del Bajo Nilo, segundo hijo de una familia acomodada de agricultores. Al morir el padre, los terrenos pasaron al hermano mayor y por tanto él se habÃa dedicado al comercio de vino y dátiles estableciéndose en Jerusalén, donde habÃa frecuentado por entonces la casa de Hillel, maestro bÃblico originario de Babilonia. Durante esta estancia habÃa hecho amistad con otro alumno de esa escuela farisaica, Samuel, más anciano y padre de su futura mujer, MarÃa, de trece años. Se trataba de una familia importante perteneciente a la tribu de Levà y además descendiente del sumo sacerdote Aarón, hermano de Moisés. MarÃa habÃa recibido una buena formación cultural de su padre, algo contrario a las costumbres de su tiempo para las hijas. Después del matrimonio, continuando con sus negocios comerciales, Jonatán habÃa trasladado su domicilio con su esposa a Salamina, donde residÃa el hermano de esta, un levita propietario de una finca, que les habÃa alojado provisionalmente. Pero meses después, en busca de mejores perspectivas, la pareja se habÃa mudado a Kairuán, en la Cirenaica, donde Jonatán habÃa comprado tierras a buen precio y donde habÃa nacido Marcos. Sin embargo, algunos años después, la región habÃa sido invadida por belicosas tribus árabes, obligando a huir a la familia. Sin perder el ánimo, el fariseo habÃa conducido a sus seres queridos a Jerusalén, cerca de los padres de la esposa. Con monedas y joyas que MarÃa y él llevaban escondidas habÃa comprado un olivar en las cercanÃas de la ciudad, a la orilla del rÃo Cedrón en GetsemanÃ, obteniendo asà de nuevo bienestar familiar. En pocos años habÃa agrandado la finca adquiriendo una viña en la otra orilla, comprando una casa y un bazar de telas.
âMe ha parecido bien añadir a mi nombre el de la familia de mi patrón âhabÃa comunicado Jonatán a su mujer MarÃa y a su único hijo en cuanto entró en su casa, antes de hacerse lavar los pies, sucios por las inmundicias de la calleâ. A partir de ahora seré Jonatán Pablo y también tu nombre, querido hijo, será latino, para que cuando te presentes ante los romanos puedan reconocerte como uno de ellos y favorecerte. Desde este momento eres Juan Marcos, ciudadano de Roma.
El joven hacÃa poco que habÃa cumplido trece años, entonces era adulto, un Bar Mitzvá, Hijo de la Ley dedicado a leer y comentar en la sinagoga los rollos de la Sagrada Escritura. Sin embargo, el padre, como si fuera todavÃa un niño pequeño, no habÃa dejado de recomendarle:
âPero cuidado: aunque ahora seas un ciudadano romano, no olvides nunca que eres un judÃo, ¡sigue siempre los 613 Mitzvot, los santos Preceptos de la Ley! Y no adquieras nunca ninguna de las costumbres de nuestros dominadores.
En este momento le habÃa venido a la mente una sospecha. Se habÃa callado y habÃa mirado a su alrededor con circunspección, como si en la casa o más allá del muro exterior pudiera esconderse algún espÃa de Poncio Pilatos. Una vez seguro, habÃa continuado y se habÃa dedicado por completo a una de sus habituales y redundantes enseñanzas a su hijo, que iban de la ética a la historia y en las cuales comparaba las santas costumbres farisaicas con aquellas reprobables de los gentiles:
âLos hebreos, hijo mÃo, hemos sido elegidos por el Cielo, mientras que los romanos, como los griegos, no resucitarán debido a sus costumbres corrompidas: nuestros conquistadores vieron la corrupta Grecia como cuna de valores a incluir en su civilización, pero junto con el saber entraron el Roma las costumbres morales nefandas de ese pueblo, que merecen el castigo del Señor âIndudablemente no bastaba con la exclamación maledicente. HabÃa continuadoâ: El severo emperador Augusto se opuso en vano a esas costumbres: corre la voz en Cesarea MarÃtima de que su heredero Tiberio se abandona a todos los vicios reunidos en su corte, sin diferenciarse en nada de los helenos, maestros del libertinaje. Asà que estar junto a los gentiles es la abominación de las abominaciones. ¿Qué decir por otro lado de la cultura grecolatina en sà misma? PoesÃa, filosofÃa, derecho están reservados a unos pocos privilegiados que tratan a la plebe como una cosa, por no hablar de cómo consideran a los judÃos, que nos vemos obligados a comprar la ciudadanÃa de la Urbe para prosperar âEn el fondo, se sentÃa culpable por su reciente adquisiciónâ. Y detrás de los humanistas griegos y romanos, hasta donde alcanza la vista, hay una extensión de lugareños miserables, en Roma como en Corinto, en AlejandrÃa como en Atenas, a los cuales, en una gran mayorÃa de casos, ni siquiera se les enseña a leer ni a contar âSe engalló algo másâ. Sin embargo, nosotros, los hebreos, ¡ya con doce años! somos instruidos en la sinagoga. Nosotros, hijos de Israel, somos todos de estirpe real, la del Creador, como sabemos por su Palabra, y no una masa como la plebe de la sociedad pagana. Y cualquiera de nosotros, como mi grandÃsimo rabino Hillel de Babilonia, que era un simple leñador, puede continuar con sus estudios si un maestro le acoge como discÃpulo y además puede aspirar a convertirse él mismo en rabino âUna vez recuperado el aliento, habÃa concluido por finâ: ¡Que la justicia del AltÃsimo fulmine a los pecadores impenitentes por los siglos de los siglos!
âAmén, amén âhabÃan respondido a coro hijo y esposa y finalmente esta, que habÃa estado todo el rato con una palangana en la mano lista para atender a su esposo, habÃa podido lavarle los pies.
Un par de meses después, el 23 de mayo, durante un viaje de negocios en Perga, donde trataba de adquirir los apreciados tapices del lugar en uno de los mercados ciudadanos, para revenderlos a un mayor precio en Jerusalén, una ronda de policÃa encontró el cadáver de Jonatán Pablo, desplomado en uno de los callejones de la ciudad, apuñalado en el corazón.
El asesino o los asesinos no habÃan sido encontrados.
No se habÃa robado la bolsa, asà que era difÃcil pensar en un atraco. ¿Competencia inmoral en los negocios hasta llegar al homicidio? ¿Una discusión banal en la calle que acabó trágicamente? ¿O tal vez habÃa sido uno de esos fanáticos patriotas hebreos: los zelotes? ¿Le habÃan castigado por haberse convertido en ciudadano de Roma? Estas eran las preguntas que se habÃa hecho Marcos. Solo dieciocho años después habÃa obtenido la respuesta y el motivo que descubrirÃa no estarÃa entre los imaginados, sino que serÃa otro absolutamente inesperado.
CapÃtulo III
Tres dÃas antes de la muerte de Jonatán Pablo, la nave proveniente de Cesarea MarÃtima, donde se habÃa embarcado el fariseo, habÃa echado el ancla en el puesto de Salamina de Chipre, ciudad donde vivÃa su sobrino polÃtico, el levita José, llamado Bernabé, hijo del hermano de su mujer y agricultor como sus difuntos padres.
Bernabé habÃa alojado al tÃo durante esa noche y, al tener la intención de comprar en Perga en un futuro inmediato ciertas simientes preciadas, habÃa decidido en ese momento unirse a él para el resto del viaje.
HabÃan embarcado al dÃa siguiente en una nave más pequeña que aquella que habÃa llevado a Jonatán Pablo a Salamina, embarcación que, una vez cruzado el brazo de mar que separa a Chipre de la región de Panfilia, al tener una lÃnea baja de flotación podÃa remontar el rÃo Cestro hasta el pequeño fondeadero de Perga, en lugar de tener que quedarse en Atalia, el puerto marino de la ciudad.
Una vez en su destino, tras bajar al pequeño puerto, ambos habÃan visto, a lo largo de la calle que llevaba al interior, mujeres de diversas edades y jovencillos imberbes, semidesnudos unos y otras, ofrecerse a los transeúntes, tanto con palabras como tocándose el sexo o las caderas y moviendo estas simulando actos sexuales. El rÃgido fariseo, que por la experiencia de viajes precedentes lo habÃa esperado, habÃa estallado, señalando al cielo con el Ãndice vengador de la mano derecha:
â¡Oprobio para el señor! ¡Oh, tú que caminas sobre sobre la esfera de cristal del firmamento! ¡Manda a tu ángel de la muerte sobre todos estos impúdicos!
âAmén âhabÃa concluido el sobrino, pero en voz baja y sin fuerza.
Ese tono bajo hizo que el fariseo no quedara satisfecho con su pariente:
â¡Pero Bernabé! Lo ves ¿verdad? Ves lo que tengo que sufrir cada vez que vengo aquÃ. Si no fuera porque en Perga encuentro las mejores telas, no vendrÃa aquÃ, ¿sabes? ¿Te has dado cuenta de se nos echan encima incluso los efebos sodomitas?
El sobrino, entornando los ojos y haciendo con la boca una mueca de amargura, habÃa asentido dos veces con la cabeza.
Tranquilizado por fin, el tÃo habÃa levantado la cara lo más alta posible y alzado su voz hacÃa la esfera celestial, o al menos esa habÃa sido su intención:
â¡Abominación de las abominaciones! ¡AltÃsimo Señor, salva a los pecadores arrepentidos, pero descarga tus maldiciones sobre quienes no se arrepienten! ¡Hazlos arder con tu ángel de la muerte con una tempestad de llamas, como sobre Sodoma y Gomorra!
âAmén âhabÃa respondido de nuevo el sobrino, esta vez alzando mucho la voz. Pero luego no se habÃa contenido y, sonriendo, habÃa continuadoâ: La tempestad ardiente solo cuando nos hayamos ido, ¿eh?, porque si alguna lengua de fuego no diera en su objetivoâ¦
âBueno, bueno⦠ya se entiende âhabÃa aceptado Jonatán Pablo, que no tenÃa ningún sentido del humor.
Dividiendo los gastos, habÃan alquilado una habitación en un pequeño albergue donde el fariseo solÃa alojarse, dirigido por el hebrero Mateo Bar BenjamÃn, quien, siguiendo las normas de pureza, servÃa comida kosher muy bien cocinada a sus correligionarios de paso y también a diversos clientes no hebreos que, aunque no sujetos a las reglas judaicas, apreciaban su magnÃfico sabor.
Poco después de salir el sol en su último dÃa de vida, Jonatán Pablo habÃa tomado el desayuno en la fonda en compañÃa de sobrino, luego se habÃan separado para ocuparse cada uno de sus propios negocios, asà que en el momento de la agresión el tÃo habÃa estado solo con su asesino. HabÃan quedado en encontrarse por la tarde en la fonda, que no estaba lejos del callejón donde una ronda de policÃa habÃa encontrado asesinado al padre de Marcos, para cenar y descansar hasta el alba, después de que el fariseo hubiera pagado y recogido sus telas y el levita sus sacos de simientes y, con las respectivas cargas, los parientes se habrÃan vuelto esa mañana con la misma nave que los habÃa llevado a Perga.
Bernabé habÃa pasado el dÃa visitando algunos mayoristas de semillas, con una breve pausa a mediodÃa para una comida ligera a base de fruta consumida en pie junto al vendedor. HabÃa elegido los granos apropiados en calidad y precio solo al final de la tarde. Tras dejar una fianza al suministrador, habÃa vuelto a la pensión, llegando cuando el sol acababa de ponerse en el horizonte. En cuanto entró supo por el hotelero, sin ningún preámbulo delicado, acerca del homicidio de su tÃo: Mateo Bar BenjamÃn, volviendo poco antes a casa de un encargo, habÃa pasado por la callejuela donde yacÃa el cadáver, rodeado de hombres de una ronda de policÃa y habÃa reconocido al muerto como su propio cliente:
âLe habÃan matado hacÃa poco âhabÃa precisado al atónito levitaâ. Lo sé porque uno de los guardias le estaba diciendo a sus colegas que le cuerpo seguÃa caliente. Luego lo subieron a una carretilla, imagino que inmediatamente âEra habitual que las rondas de orden público llevaran al cuartel todos los cadáveres desconocidos que se encontraban por la calle, algo no infrecuente, donde se mantenÃan en depósito en un sótano hasta la mañana del dÃa siguiente, por si algún pariente se presentaba a reconocerlos y reclamarlos. Si no, el muerto era sepultado en las primeras horas del dÃa siguiente en la fosa común de Perga.
Las funciones del organismo de policÃa de la ciudad, compuesto por un centenar de hombres al mando de un centurión, eran similares a las de la Milicia de los Vigilantes de la Urbe, creada en el año 7581bis por Octavio César Augusto e imitada en diversas ciudades del Imperio. Ejercitaban funciones generales de policÃa y se encargaban de la prevención y extinción de incendios, asà como, en relación con estas funciones, de la identificación y arresto de quien los hubieran provocado intencionadamente o por negligencia. La base de la actividad de la centuria eran las rondas continuas por la ciudad de escuadras de diez hombres. Gayo Tulio, comandante de la decuria que habÃa tropezado con el cuerpo de Jonatán Pablo, después de haber interrogado brevemente a los habitantes de la zona, que habÃan declarado no haber visto ni oÃdo nada, habÃa renunciado a investigar: en esos tiempos era normal que la mayor parte de los delitos quedara impune y encontrar a los culpables sin sorprenderles en flagrante delito era improbable, casi tanto como identificar a una hormiga en un hormiguero.
El posadero habÃa indicado también a Bernabé que habÃa dicho al decurión que la vÃctima era su cliente, añadiendo que avisarÃa al otro cliente, que compartÃa la habitación con la vÃctima y era pariente suyo, para que, si querÃa, reclamara los restos.
Esa misma noche, a pesar de la oscuridad, con una linterna conseguida del hotelero, el sobrino del muerto se habÃa presentado en la sede de la milicia, que no estaba muy lejos, para reclamar el cuerpo de su tÃo. HabÃa hablado con el decurión que estaba de servicio en el cuerpo de guardia. El suboficial le habÃa llevado al comandante del cuartel, un joven centurión llamado Junio Marcelo. Este hombre, después de haber escuchado la solicitud de Bernabé, habÃa hecho llamar al decurión Gayo Tulio y, en su presencia, habÃa dicho al levita:
âBien, me has dicho que te llamas José Bernabé y eres de Salamina. Ahora me gustarÃa saber qué habéis venido a hacer a Perga la vÃctima y tú.
âYo, a comprar semillas para mis campos, y el tÃo, telas para su bazar en Jerusalén.
âHay una bolsa del muerto a recoger, dime cómo puedes demostrar que eres su sobrino.
âLo puede confirmar Mateo Bar BenjamÃn, dueño de la posada donde mi tÃo y yo hemos alquilado juntos una habitación.
Gayo Tulio se habÃa entrometido:
âComandante, Mateo Bar BenjamÃn es la persona que he citado en mi informe, que ha reconocido a la vÃctima del homicidio y me ha dicho que informarÃa al sobrino.
âEstá bien, de todos modos comprobaremos enseguida si ese sobrino es precisamente este hombre âSe habÃa vuelto a Bernabéâ. Tú entretanto dime dónde y con quién has pasado hoy las últimas horas de luz.
ParecÃa que sospechaba de él, como habÃa deducido el levita con preocupación y habÃa dado el nombre del mayorista de granos.
El centurión, una vez obtenidos los domicilios del comerciante y el posadero, habÃa ordenado a Gayo Tulio llevarse una guardia y acompañar al levita a las residencias de los dos testigos para un careo.
El mayorista habÃa declarado que ese cliente habÃa estado con él hasta el atardecer, el posadero que Bernabé habÃa llegado al albergue inmediatamente después de ponerse el sol, antes de que el cielo estuviera oscuro y que el dÃa anterior el hombre y el difunto se habÃan presentado como parientes al tomar su habitación.
Una vez escuchado el informe de Gayo Tulio, el comandante habÃa concedido al sobrino confirmado retirar, al alba, el cadáver de su tÃo. Le habÃa entregado de inmediato la bolsa, que contenÃa solo monedas de cobre, seis sestercios y dos dupondios, en uno de los dos compartimentos, el de la moneda fraccionaria, mientras que el otro, para las monedas de oro y los denarios de plata, estaba vacÃo. Bernabé sabÃa que el pariente debÃa haber tenido mucho dinero para pagar las telas y el viaje de vuelta y habÃa pensado en un hurto, no por parte del homicida, sino de los guardias. ¿Del propio centurión? HabÃa razonado: ¿por qué un ladrón callejero se entretendrÃa en tomar las monedas de valor, dejando la calderilla, en lugar de quedarse simplemente con la bolsa como hacen todos los rateros y huir antes de que pudiera aparecer alguien?
Después de una noche de sueño agitado, al abrir el bazar Bernabé habÃa comprado una sábana, un sudario y ungüentos sepulcrales y llegado a un acuerdo con un par de griegos, albañiles, canteros y sepultureros que tenÃan una tienda en esa misma zona. HabÃa ido al puesto de policÃa con los dos sobre su carro, remolcado por una pareja de mulas, como habÃa notado molesto el levita: las normas hebraicas de pureza prohibÃan cruzar diversas especies de animales y también valerse de sus hÃbridos, pero Bernabé no habÃa tenido elección en esa ciudad en su mayor parte pagana. Los enterradores, expertos tanto en funerales gentiles como hebreos, habÃan cargado sobre su carro al interfecto para una sepultura judÃa. El levita habÃa ordenado a los dos operarios que lavaran el cuerpo de su tÃo y lo ungieran con los aceites. Luego, después de haber elevado una oración, habÃa ordenado envolver el cuerpo en la sábana. Con el carro, los tres vivos y el muerto habÃan llegado al cementerio, que se encontraba a media milla de Perga: se trataba de una cañada cubierta de rocas, prunos y arbustos que pasaba, a lo largo de un tercio de milla y con un centenar de codos de anchura, entre dos paredes rocosas salpicadas de pequeñas cavernas a diversas alturas. Las tumbas se habÃan creado añadiendo a la naturaleza el trabajo del hombre, aprovechando las grutas que aparecÃan al nivel del suelo. Después de que el levita, de pie junto al carro, hubo recitado las últimas oraciones para el difunto, los sepultureros habÃan llevado el cuerpo, con la sábana que lo envolvÃa, a una gruta todavÃa vacÃa donde lo habÃan depositado boca arriba. Luego habÃan cerrado el espacio con piedras recogidas en el lugar, a modo de ladrillos naturales, uniéndolas con cal. HabÃan dejado una apertura casi cuadrada a nivel de tierra de poco más de un codo y medio, desde la cual, arrastrándose, se habrÃa podido acceder al interior. Luego habÃan excavado el terreno junto a la tumba, una guÃa de cinco codos de larga y cerca de un palmo de ancha, la habÃan recubierto con pequeños guijarros planos y habÃan colocado y hecho girar, para cerrar el acceso, una lápida cilÃndrica, poco más estrecha que la guÃa y de un diámetro un poco mayor que la diagonal de apertura, rueda tumbal que habÃan tomado en la tienda de entre otras trabajadas previamente y donde, sobre lo que serÃa el lado externo, Bernabé habÃa hecho esculpir el nombre de su tÃo, tanto en arameo como traducido al alfabeto griego.
El levita habÃa dedicado los siete dÃas siguientes a purificarse de la contaminación del cadáver, según la ley mosaica de pureza contenida en el libro de la Torá Bemidba: «El que toque a un muerto, cualquier cadáver humano, será impuro siete dÃas. Se purificará con aquellas aguas los dÃas tercero y séptimo, y quedará puro. Pero si no se ha purificado los dÃas tercero y séptimo, no quedará puro».2
Completado el rito, al octavo dÃa se habÃa embarcado hacia Salamina con sus simientes. En casa habÃa escrito y enviado una carta a la mujer y el hijo de Jonatán Pablo con noticias detalladas sobre la tragedia. No les habÃa pedido que le pagaran, tras deducir el poquÃsimo dinero del difunto que se habÃa guardado, los costes de la sepultura y la estancia forzosa en Perga por siete dÃas más: a diferencia de su tÃo, Bernabé consideraba el dinero como un mero instrumento y no como una gratificación del Señor a los justos. Por otro lado, seguÃa los 10 mandamientos de Moisés, el precepto del diezmo al templo y las normas de pureza, pero, como muchos otros correligionarios, no descendÃa a menudencias intolerantes pese a que, según los puntillosos doctores de la Ley, todos de origen fariseo, solo podÃan considerarse justos quienes se esforzaran por respetar, como habÃa hecho el padre de Marcos, todos los 613 preceptos de la Ley sin exclusión, entre los cuales se encontraban además obligaciones como aquella de recitar, cada vez que se retiraba al baño, esta oración de bendición: «Seas tú bendito, Señor nuestro rey del universo, que ha hecho al hombre con sabidurÃa y ha creado en él muchos orificios y agujeros. Está revelado y se conoce delante del Trono de tu Gloria que, si se abre alguno de estos o se cierra uno de aquellos, serÃa imposible vivir y permanecer delante de ti. Bendito seas Señor, que cuidas de todos los cuerpos y actúas magnificamente».3
Podemos entender cómo afectó la pérdida a la aflicción del joven Marcos y su madre. La viuda MarÃa, cuando finalmente se tranquilizó, vendió en nombre del hijo, único heredero de Jonatán Pablo, la tienda de telas, causa indirecta de la muerte del querido marido y padre, e invirtió lo ganado en una buena parcela de terreno junto a la que ya poseÃan: habÃa razonado que, asÃ, Marcos no tendrÃa que hacer viajes largos y peligrosos para adquirir mercancÃas. Prohibió además a su hijo viajar a Perga a visitar la tumba paterna, porque «muertos en casa, basta con uno» y, más aún, ir a buscar a los asesinos, como este habrÃa deseado:
âUna idea âle habÃa reprendido con durezaâ, completamente absurda, que solo se le podrÃa ocurrir a un niño como tú.