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PARTE I
INICIOS HASTA LOS PRIMEROS ANTONIO Y EDUARDO MIURA (1842-1917)
ANTECEDENTES DE LA CRÍA CABALLAR RECIENTE EN ESPAÑA JUSTO ANTES DEL SIGLO XIX. DECADENCIA Y RESTAURACIÓN DE LOS CABALLOS ESPAÑOLES. PRINCIPIOS DE HIPOLOGÍA MODERNA

Casi toda la hipología europea moderna, comprendiendo la desarrollada en España desde finales del siglo XVIII hasta la actualidad, puede tomar como punto de partida teórico y de referencia la obra del francés Georges Louis Leclerc (1707-1788), conde de Buffon, representante de la Ilustración y naturalista (además de matemático, cosmólogo, biólogo y escritor). Su obra Historia Natural, escrita en 36 volúmenes desde 1749 hasta el año de su muerte (y ocho más adicionales publicados póstumamente por su colaborador Lacepede) compendia todo el saber humano de la época sobre la naturaleza. Su influencia universal es notoria y de él bebieron y se ramificaron teorías de científicos tan importantes históricamente como Lamarck, Cuvier o el mismo Darwin.

En el campo de la hipología, casi todos los autores europeos posteriores fueron influidos por el tomo VII, referido a animales domésticos, donde dedica extensos capítulos al caballo. Su teoría sobre cruzamientos, degeneración endogámica y vigor híbrido de cruces complementarios de diferentes poblaciones es asimilada en España sucesivamente y «en cascada» en el tiempo por Pomar, Laiglesia y otros autores (la mayoría de los cuales precedieron a estos), también con responsabilidad en la cría caballar. Las recomendaciones del conde de Buffon acerca del origen de los caballos y de la conveniencia de regenerar las castas equinas con caballos orientales –llamados «del Mediodía» por su origen geográfico en el globo terráqueo– son seguidas, incluso citadas textualmente, por estos autores.


Buffon habla por primera vez de los caballos de España, citando a los autores del mundo antiguo:

«...Algunos autores antiguos hablan de los caballos silvestres, señalando los parajes en que se encontraban. Herodoto dice que a las riberas del Hyparis, en Scitía, había caballos silvestres de pelo blanco, y que en la parte septentrional de la Tracia, más allá del Danubio, se hallaban otros, cuyo pelo tenía cinco dedos de largo por todo el cuerpo. Aristóteles cita la Syria, Plinio los países del Norte, y Estrabon los Alpes y la España, como parajes en que se criaban caballos silvestres».

Avanzando en la obra y pasando por temas de conformación y salud se tratan los movimientos de una forma que hoy llamaríamos biomecánica y se llega a una de las teorías con más difusión de las que salieron de Buffon: la de la degeneración y compensación, donde la genética y el clima (medioambiente o país de procedencia) se conjugan para revigorizar el tipo (si se mezclan complementarios de distintas procedencias), o degenerarlo (por endogamia):

«...los caballos de España o de Berbería, cuyas generaciones proceden del modo dicho, dentro de poco tiempo se transforman aquí en caballos franceses, lo cual le sucede frecuentemente a la segunda generación, y siempre a la tercera; y, por consiguiente, es preciso cruzar las razas a cada generación, trayendo caballos berberiscos o españoles para darlos a las yeguas del país: siendo lo mas singular el que esta renovación de raza, que solo se ejecuta en parte, y, para decirlo así, por mitad, produce sin embargo muchos mejores efectos que si fuese total. Un caballo y una yegua de España no producirán juntos en Francia caballos tan hermosos como los que saldrán del mismo caballo español dado a una yegua francesa, lo cual se entenderá también fácilmente si se atiende a la compensación necesaria que debe hacerse de los defectos cuando se juntan un macho y una hembra de diferentes países».

Buffon recrea y describe los tipos o razas de caballos producidos por países (esta descripción es citada y copiada por bastantes autores casi durante un siglo después, como veremos). Además de citar al árabe y al bárbaro (traducción que se hace del barbe, o sea berberisco), Buffon dedica bastantes líneas a los caballos de España, y entre ellos a los andaluces, reflejando su morfología así como la curiosidad de que en España se preferían las capas zainas a aquellos que tienen marcas blancas, a diferencia de en Francia.

«...Los caballos de España, a quienes se da la preferencia después de los bárbaros, tienen el cuello largo, grueso y con muchas crines, la cabeza algo abultada y a veces acarnerada, las velas largas pero bien situadas, los ojos fogosos, el aire noble y fiero, las espaldas llenas, el pecho ancho, los lomos a veces un poco bajos, la costilla redonda, el vientre algo abultado en demasía, la grupa redonda y ancha por lo ordinario, aunque algunos la tienen un poco larga, las piernas hermosas y sin pelo, el nervio bien desprendido, la cuartilla a veces algo larga, como los bárbaros, el pie un poco largo, como el de un mulo, y a veces el talón demasiado alto. Los caballos de España de buena raza son gruesos, de buenos anchos, terreros, y tienen también mucho movimiento en su andar, mucha flexibilidad, fuego y fiereza. Su pelo más común es negro o castaño claro, aunque los hay de toda especie de pelos: rara vez tienen las piernas y nariz blancas; y los españoles, que miran con aversión estas señales, no hacen raza de los caballos que las tienen, queriendo solamente una estrella en la frente, y estimando los caballos zainos, tanto como nosotros los despreciamos. Ambas preocupaciones, aunque contrarias carecen quizá de fundamento, pues se hallan caballos que tienen todas estas señales y son muy buenos, y del mismo modo caballos excelentes que son zainos. Esta ligera diferencia en la piel de un caballo no parece depender en modo alguno de su índole o de su constitución interior, siendo solo efecto de una cualidad exterior, y tan superficial, que una herida ligera en la piel produce una mancha blanca. Finalmente, los caballos de España, zainos o no, están todos marcados en el muslo derecho con la marca de la casa de monta de donde han salido. Su estatura no es grande por lo común; sin embargo, se encuentran algunos de cinco pies y seis o siete pulgadas. Los de la Andalucía alta pasan por los mejores de todos, no obstante, están sujetos a tener la cabeza demasiado larga; pero se les perdona este defecto a favor de sus raras cualidades, pues tienen coraje, docilidad, gracia, fiereza, y más flexibilidad que los bárbaros, por cuyas ventajas son preferidos a todos los demás caballos del mundo para la guerra, la pompa y el picadero».

PEDRO PABLO POMAR Y TUDELA DE LANUZA

Uno de los primeros hipólogos españoles, que asimila las teorías de Buffon, fue Pedro Pablo Pomar y Tudela de Lanuza (1728-1806). Zaragozano, segundo hijo de los marqueses de Ariño, fue ministro y miembro de la Junta Suprema de Caballería durante el reinado de Carlos IV. Sus principales obras hipológicas fueron Memoria en que se trata de los caballos de España, presentada a la Sociedad Aragonesa (1784); Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España, y medios de mejorarlos, demostradas en dos informes dados a S.M. sobre el estado de las castas de Andalucía, obra útil para todo criador (1793).

Antecesor de Francisco Laiglesia y Darracq en tiempo (y parcialmente en funciones), fue cuarenta y tres años anterior a él y murió cuando Laiglesia contaba con veinticinco años.

Fue de los primeros en abordar la problemática de la decadencia de las razas española y también en denominar y fijar las castas andaluzas como las que llevaban la esencia y la calidad del legendario caballo español de los Austrias.

Comisionado en las localidades andaluzas de Lucena (Córdoba) y Morón de la Frontera (Sevilla), a finales del siglo XVIII escribió desde allí un informe donde detallaba el estado de la cabaña, los problemas a los que la cría caballar se enfrentaba para el abastecimiento y formación de una caballería de calidad necesaria para el resurgimiento militar de la nación española, y las soluciones para ello.

En la introducción a su obra Memoria en que se trata de los caballos de España escribe lo siguiente:

«En vano intentaría ninguna potencia engrandecerse con canales, ni con escuadras de navíos que la facilitasen su comercio exterior y sus defensas si no hubiera atendido de antemano, y atendiese de continuo a su interior y agricultura con todos los demás medios que adelantan una y otro. La fuerza de los animales domésticos es el equivalente de los canales, y de los navíos para los transportes en los dominios que no los tienen; y aun en los más poderosos en que los hay es precisa para alivio de los mismos hombres en las operaciones necesarias para su subsistencia, en tanto grado que vemos florecer muchos estados sin navíos, como el grande Imperio de la China, pero ninguno que pueda subsistir floreciente sin animales. Esta y otras consideraciones, nacidas de mi afición al manejo de los caballos y del natural amor a los adelantamientos de la nación, me hicieron leer cuantos libros pude haber a las manos que se rozasen con la materia, tomando de ellos las nociones que noté correspondían a mis experiencias prácticas y, agregando algunas reflexiones propias, advertí desde luego que han desaparecido de España aquellos singulares caballos y su abundancia, tan ponderados de la antigüedad, que no tenían iguales para diversos usos. Desde luego entendí que procedía todo este mal de dos causas: la primera, de que se deterioraron las castas, que es preciso renovar cruzándolas con las de diferentes países. La segunda: la introducción de mulas para coches y labranza, tolerando los garañones, a quienes se dan las mejores yeguas, y así debilitamos las buenas castas, con las que acabaremos luego del todo si no se pone remedio a exceso tan perjudicial».

Pomar alerta sobre la costumbre extendida de criar mulas, puesto que a cualquier labrador le aportaba ventajas a corto plazo, porque no se les exigía que tuvieran la misma calidad de aires ni conformación, ya que cualquier mula que no cojease valía para trabajar. En cambio un potro era bien pagado solo si reunía una buena conformación y aires. Además, a principios del siglo XIX, en plena invasión francesa no era infrecuente que los que criaban o tenían un buen caballo temiesen su confiscación por parte de los oficiales franceses que ocupaban los puestos de mando de cada pueblo invadido y eran aficionados a este tipo de abuso. Por ello el criar mulas era algo más «seguro» y cortoplacista, aunque, como denuncia Pomar, derivaba inequívocamente en la decadencia de la cría caballar, hasta el punto de demandar medidas oficiales que penalizasen la cría de mulos y fomentasen de nuevo la de caballos para nutrir en cantidad y calidad a la caballería.

Así escribe:

«La escasez, y la degeneración de caballos que experimentamos en España es un objeto de tanta magnitud para el Estado que toda su máquina padece en gran manera, por lo que atrasan la agricultura y el comercio. Los legisladores de todas las naciones las han precavido con sabias leyes, y nosotros las tenemos especiales a este fin; pero por un contraste incompresible nos hemos acostumbrado al uso de las mulas, que ninguna nación del mundo ha adoptado por lo destructor que es este monstruo, a causa de su infecundidad, de la especie caballar su primer origen».

Además de su cruzada anti-mulos, Pedro Pablo Pomar recurre a citas históricas, algunas tan antiguas como las del romano Plinio el Viejo (siglo I), para glosar la fama de los caballos de la Península Ibérica y hace notar que no solamente recae sobre los caballos de Andalucía, citando a otras castas antiguas de Galicia, Asturias (asturcones y thieldones), a los caballos celtibéricos, incluso a otros misteriosos équidos hoy día extintos como el mítico «Zebro» o «Encebro».

Entre estas citas de historia antigua sobre nuestros caballos, por su significado destaco y comento algunas:

«...Vegecio (...) alaba sobremanera a los caballos de Capadocia para los carros triunfales, y dice, que igual o próxima a estos es la ventaja de los caballos españoles en el circo, y añade que los que produce la África de casta española son velocísimos»...

En esta cita que recoge Pedro Pablo Pomar, en el mundo antiguo (muchísimos siglos antes de que Felipe II fundase en Córdoba la primera versión «oficial» del caballo español) ya se establece una similitud entre el caballo español y los africanos (tipos berberiscos). Estas ideas fueron reflotadas en el siglo XIX para restaurar nuestro caballo, hasta que en 1912 se creó el «Studbook», primer libro registro-matrícula del Pura Raza Español (segunda versión «oficial» si contamos la de Felipe II como la primera). Es curioso cómo, mil setecientos años después de lo escrito por Vegecio (siglo IV), se sigue reconociendo esa asociación entre los tipos andaluces y los africanos, como vemos en la imagen publicada a principios del siglo XX.


Foto de un semental Miura, como ejemplo del tipo «Africano» empleada por el teniente coronel de Caballería José Vázquez y Sánchez en su Memoria premiada en el Concurso Regional de Ganados de Sevilla en 1923.

A pesar de que Pedro Pablo Pomar puso énfasis en resaltar que no toda la fama de los caballos de España se debía a los criados en Andalucía, sobre todo remontándonos a la antigüedad, a medida que se acerca a su siglo (el XVIII) va dando importancia a estas castas andaluzas como fundamentales. Aquí incluyo una cita hecha por Pomar del señor de Garsault, caballerizo mayor y director de la Yeguada Real de Francia.

«Mr. Garsault escribe en el año de 1741 (...) que se encuentran pocos caballos buenos en España: que son excelentes para la guerra y para el picadero, y que los de la Andalucía pasan por los mejores».

Y aquí otra acerca de la decadencia de la calidad, planteándose la mejora mediante cruzamientos:

«Que aun en las Andalucías se encuentran tan pocos caballos buenos que si al mismo rey se le ofrece regalar a otro soberano veinte caballos de repente no los encontrará con todo su poder dignos de que S.M. los regale, por lo deterioradas que están allí también las castas».

«Sería muy útil en algunos parajes de Andalucía echar algunos caballos de Marruecos, escogiéndolos buenos, aunque no fueran muy grandes, pues en Francia y en Inglaterra prueban muy bien con las yeguas francesas e inglesas; y enseña la experiencia que sacan los hijos más grandes que ellos mismos, tal vez por venir de un clima más meridional hacia el norte. En otros sería muy útil echar algunos árabes o turcos».

En su segunda obra, escrita diez años después, Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España, y medios de mejorarlos, etc., el autor presenta la obra como una continuación de la primera y en ella reflexiona, después de viajar a Andalucía (Lucena y Morón de la Frontera), acerca de las mejoras necesarias para la cría caballar.

Comienza resaltando la idea general de decadencia:

«Nuestros caballos no tienen la duración que tuvieron, ni el orgullo, vigor y robustez, porque fueron preferidos en tiempos pasados a los de otras naciones».

Aunque entre las causas enumera la «degeneración de las castas» por abuso de la consanguinidad y el uso de sementales viejos (influencia de las teorías recientes en esa época de Buffon, que a su vez reinterpreta a clásicos como Hipócrates y su teoría de los humores), la causa principal vuelve a ser la producción mular en detrimento de la caballar:

«...Se descuidaron las castas buenas de Castilla, y empezando a hacer falta los caballos en la nación, y porque en Andalucía conservaron más tiempo los moriscos, la que por sus ascendientes se había conseguido de los árabes, se mandó con el tiempo que solo en ella no se permitiese el detestable uso del garañón borrico. Desde entonces viene el principal daño, que se conoció más adelante, y se mandaron matar todos los garañones, como se ejecutó en mucha parte; pero hubo alguna tolerancia después, y reducida la cría de caballos a las Andalucías, vino el luxo de los coches, y como para estos no eran a propósito los caballos finos de estas provincias andaluzas y ya empezaba a no haber otros, se prefirieron las mulas y nos olvidamos más y más de aquellos».

En cuanto a la degeneración por consanguinidad:

«Sin reparar tampoco que todas las castas famosas que ha habido en Andalucía, y que ya no existen, empezaron y se realzaron con algún caballo de distinta de la que eran las yeguas, que duraron aquellas solamente en su vigor y opinión quince o veinte años, que es la edad de aquel caballo que empezó, y de las yeguas forasteras que se le dieron, pero que empezó a degenerar la casta y se aniquiló desde que empezaron a padrear en ellas sus propios hijos».

En un interesante razonamiento sobre el efecto de la carga ganadera equina en las dehesas, argumenta –basándose otra vez en Hipócrates– que es más acertada la combinación con ganado vacuno para la biología y regeneración de pastos y suelo de dehesa que el poblar dehesas solo con ganado caballar. Curiosa es también la observación de que en las dehesas en las que mezclan caballos con ganado vacuno jamás han entrado enfermedades como el muermo.

Entre las castas andaluzas de caballo que nombra Pomar en su libro tenemos una que va a ser de importancia en el futuro, en el embrión de lo que sería el nuevo Pura Raza Español de 1912, y es la casa ecijana de Martel (puesto que es una de las que donaría yeguas para la creación de la futura Yeguada Militar de Córdoba a finales del siglo XIX).

Pomar usa el ejemplo de dicha casa, bastante renombrada en el siglo XVIII y XIX, para expresar que cualquier casta famosa de caballos empezó con alguno externo a esa casa, y que cualquier yeguada se arriesgaba a degenerar e incluso aniquilar, cuando siendo viejas las yeguas se usaba como caballo padre a algún hijo de estas en lugar de buscar un caballo bueno (con tipo deseado) de distinta casta. En concreto Martel usaba sementales del Depósito de la Loma de Úbeda. Martel es citada en varias ocasiones en el libro, lo que nos da una pista sobre su fama e importancia a finales del siglo XVIII y su representatividad del tipo andaluz.

Según la teoría de Buffon, abrazada por Pomar y más tarde por Laiglesia, los cruces que evitaban esta «degeneración» siempre eran el dar caballos de diferente casta a las yeguas que se tuviesen, como escribe aquí:

«...y caballos hice yo casta en Zaragoza treinta años ha con yeguas andaluzas y un caballo normando, que hice venir desde Rúan, y con yeguas francesas y un caballo de Martel, de los que han dejado fama uno en Córdoba en poder de don Pedro de Heredia, hoy conde de Prado Castellano».


Grabado de 1800, que representa a Godoy montado en un caballo español con traza de caballo del norte (normando, napolitano...). Catálogo Torrecilla 1916-Madrid.

Era pues habitual usar sementales normandos1 con yeguas andaluzas, y para las yeguas traídas de Francia un caballo de Martel, que es tomado como paradigma de lo mejor de las castas andaluzas de la época.

Otras alabanzas sobre los pocos caballos «españoles» a los que Pomar llama «caballos de verdad» recaen sobre un caballo napolitano:

«...Yo llamo ‘caballo de verdad’ al napolitano, que hemos visto en Madrid del Príncipe de la Richa, viejo, nieto de uno que llevó a la campaña de Italia el duque de Atrisco, el cual en corbetas, saltos y cabriolas trabajaba dos o tres horas en el picadero».

Aunque en decadencia, es notable el detalle de que a finales del XVIII aún quedaban trazas de los cruces con caballos más «bastos» de la época de los Habsburgo, como el napolitano (que contribuyó a la versión primera del Pura Raza Español de Felipe II en las Caballerizas Reales de Córdoba). Con posterioridad, los cruces del norte venían de sementales normandos franceses, y a pesar de ello seguían reconociendo un tipo o casta andaluza más ligera y afín al caballo africano (berberisco) u oriental (árabe, y otros tipos), que aunque estaba casi aniquilado (por las mulas y los cruzamientos degenerantes), aún permanecía en casas como la de Martel.

Este planteamiento es importante tenerlo en mente, porque después en el tiempo, durante el siglo XIX, estas casas donde recobrar el caballo «andaluz» fueron usadas para nutrir a la futura Yeguada Militar de Córdoba y para, con cruces de sementales orientales, restaurar el que sería el Pura Raza Español. Y al igual que Martel era un referente a finales del XVIII, a medida que avanzaba el XIX otras ganaderías como las de la zona de Arcos o Jerez (Calero, Zapata, Corbacho, Vicente Romero...), Córdoba (Molina, Riobóo, Gregorio García...) o Sevilla (Morube, Camino, Domínguez o la misma Miura) ocupaban el relevo en la representación de los tipos andaluces a mejorar y restaurar. Como veremos después, Miura fue la que se llevó el protagonismo en cuanto a la importancia de sus ejemplares en la genética andaluza, que modelaría al Pura Raza Español «moderno» (desde 1912 hasta ahora), y que fueron elegidos por los responsables de Cría Caballar, primero por su calidad como caballo de equitación militar, que obtuvo mérito y fama en las remontas, lo que lleva al Estado a adquirir reproductores del hierro que ejercían sus funciones tanto en la Yeguada Militar como en los depósitos de sementales.

En resumen, el pensamiento de Pedro Pablo Pomar es el siguiente en la práctica: el caballo de España sufre una decadencia con respecto a la fama y calidad atribuidas en la antigüedad. Y las causas principales son:

• La degeneración endogámica de las castas (teoría «buffoniana»).

• La introducción de las mulas para coches –que también se introdujeron y por las que se tenía más preferencia que por los caballos «finos» tipo andaluz– y la labranza (acompañada del levantamiento de la ley que prohibía echarle garañón a las yeguas).

• La falta de pastos y dehesas adecuadas, prefiriendo que se compartieran con ganado vacuno por ser biológica y ecológicamente complementarios.