Kitabı oku: «La acumulación originaria de capital en Bolivia 1825 - 1855», sayfa 2

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Esta acumulación originaria juega, en la economía política, casi el mismo papel que, en teología, el pecado original. Adán mordió la manzana y, con ello, cayó el pecado sobre el género humano. Su origen se explica si se relata como una anécdota del pasado. En épocas muy lejanas había, de un lado una élite diligente; inteligente y sobre todo, frugal; y, de la otra, lumpens, vagos que maltrataban alegremente todo lo suyo y aún más. La leyenda teológica del pecado original nos relata, ciertamente, cómo el hombre se vio condenado a comer el pan con el sudor de su frente; pero la historia del pecado económico original nos revela que hay gentes que nunca se ven en esa necesidad. Lo mismo da. Así sucedió que los primeros acumularon riquezas y que, a los últimos, al final, no les quedaba otra cosa por vender que su propia piel. Y de este pecado original data la pobreza de las grandes masas, que nunca tienen a pesar de todos sus trabajos, otra cosa que vender que sus personas; y la riqueza de los menos que constantemente crece a pesar de que hace tiempo que han dejado de trabajar.

Karl Marx, El capital,

libro primero, capítulo XXIV

Introducción

La problemática conceptual y analítica acerca del origen del capitalismo en Bolivia, como en cualquier parte del mundo, exige una reconversión, un cambio metodológico respecto a “quienes ven sin duda cómo se produce dentro de la relación capitalista, pero no cómo se produce esta” (Marx, 1976: 41). Esto significa, pues, investigar no sólo el funcionamiento capitalista como modo de producción situado en una formación económica, sino cómo es producido el capital que le da origen. Quizá sea necesario extenderse más en lo anterior, aun en un lugar que no corresponde, pero no es este un problema gratuito y cuya magnitud pueda reducirse a la sola dilucidación sobre la procedencia del dinero para ser transformado en capital productivo, sino que su importancia es extensible más allá de estos límites –aunque este sea siempre el punto de partida–, permitiendo la comprensión de la multifacética articulación entre el modo de producción capitalista y los precapitalistas y, correlativamente, de los vínculos y compenetración entre las clases sociales provenientes de ellos y de estas y las asentadas en el exterior de la formación social.

Ahora bien, la mayoría, si no todas, las interpretaciones sobre el origen del modo de producción capitalista en Bolivia convergen explícita o implícitamente –recurriendo al siempre ventajoso método de darlo como un hecho sin inicio aparente– en presentarlo como un fenómeno externo surgido extrafrontera e impuesto por una combinación anglo-chilena, que lo habría implantado de un modo antinatural y artificial sobre un feudalismo arcaico que quedó como resabio dentro la nueva formación económica.

Así vivíamos, ignorantes e ignorados del mundo, dice el principal ideólogo del Movimiento Nacionalista Revolucionario, hasta que el mismo proceso capitalista europeo que nos había dado su ideología liberal, nos encontró en su camino de expansión en busca de materias primas. (Guevara, 1949: 166)

Supercolocación que por otra parte habría originado una alianza feudal-imperialista y conformado una estructura dual.

Nos parece, empero, que esta visión deja sin aclarar algunos hechos fundamentales, el primero, el significado de la lucha de clases en el periodo que precedió al capitalismo, 1825-1870. El segundo se refiere a las causas que originaron la venta de las tierras de la comunidad y, finalmente, la innegable posesión y organización, aunque no necesariamente control total, de la minería de la plata por parte de productores locales, tales como Aniceto Arce, Gregorio Pacheco, Avelino Aramayo, etc.

Sin una explicación coherente, lo primero aparecería como una anarquía sui generis, un caos sin plan (inestabilidad “folk” que ya había caracterizado desde entonces a Bolivia), desvinculado de todo proceso posterior, y no como era, los prolegómenos de una nueva época, de la cual si no era el principio, estaba unida en secuencia. La explicación sobre las ventas de las tierras de la comunidad quedaría también desprovista de este sentido global, lo que abriría paso a interpretaciones subjetivas. En cuanto a lo tercero, vemos que se confunde el comienzo con el final; la burguesía minera de la plata y luego del estaño, y por qué toda la burguesía boliviana no pudo constituir jamás una clase con intereses nacionales. Y si aquella perdió el dominio financiero que ejercía sobre la producción y quedó finalmente absorbida por la avalancha imperialista, es otra cosa.

Toda esta aparente pérdida de sentido sucede porque se insiste en una sobredeterminación de la acción externa. Pues, mientras se sostiene, entre otras cosas, que la implementación externa sustituye en su totalidad al proceso de acumulación interno, se ignora el análisis de la concentración y distribución de este. El cual, si no existe, obviamente no hay por qué estudiarlo. Consideramos, empero, que esta interpretación no tiene asideros sólidos, en teoría nada lo exige, la historia no lo confirma.

Sin embargo, mientras la anterior concepción subsiste entre los investigadores bolivianos, el quid de la cuestión, la clave del proceso de configuración estructural de la sociedad boliviana del siglo xix, la acumulación originaria de capital, se abandona. De tal forma se renuncia a explicar no sólo el modo de producción capitalista en Bolivia que surgió sin generalizarse y llevando a su paso la consolidación y extensión de latifundio feudal, sino también las causas por las cuales no pudo, en el momento –ni ahora–, aparecer en su escenario una auténtica burguesía nacional.

De otra parte, es por demás notorio que el modo de producción capitalista no se desarrollé en Bolivia en un vacío interno ni en un absoluto aislamiento externo. En su errático y brutal proceso de implantación, creció siempre en absoluta relación con los modos de producción preexistentes y con la economía mundial.

Entonces, no se trata tampoco de negar la influencia externa, sino más bien de darle una verdadera dimensión histórica, como elemento acelerador (la dependencia es condicionante), más que generador, de la burguesía en Bolivia. Aun esto, empero, tiene sus propios reparos. Los mineros de la plata, los primeros capitalistas, vieron facilitada su acción no sólo por la existencia de un mercado mundial para sus productos, sino debido también al ensamblamiento que las unía con la burguesía metropolitana, por lo que no necesitaron desarrollar toda una industria paralela de apoyo, productora de máquinas o tecnología para la explotación minera.1

Es lícito, pues, en este campo, preguntarse hasta qué punto esta clase pudo conformarse sin aquella, o también en qué medida esta acortó la etapa de su conformación.

Entonces, el capitalismo hizo su aparición en este país dentro de un proceso mundial de acumulación. Esto determinó que las características de su propia acumulación tomaran un ritmo y estructura distintos, precisamente porque la dependencia en su fase comercial, primero, e imperialista, luego, destruyó aquí las bases de la acumulación nacional e impidió, al orientar al modo de producción capitalista hacia el mercado externo, la generalización de sus relaciones de producción.

Volviendo a lo que nos interesa, consideramos que no existen razones valederas para creer que el capitalismo llegó a Bolivia impuesto por una fuerza externa. En definitiva, si las cosas se resuelven a partir de su punto de origen, y este es la acumulación primitiva, es necesario desentrañar su proceso y consecuencias en la Bolivia semicolonial.

Partiendo de esta conclusión, este trabajo tiene como objeto principal señalar que esta acumulación existió realmente, a más de interpretar sus características y resultados, evento que se considera como punto de partida para la explicación de los procesos socioeconómicos del siglo anterior.

Es claro que si este análisis constituye el marco general, en lo particular se quiere demostrar que la acumulación originaria giró en parte en torno a la estructura feudal de la agricultura. Y que, por esta razón, no se destruyó –ni se podía romper– aquella. Antes bien, el capitalismo guardó inicialmente una relación funcional con este modo de producción, puesto que sus patrones de acumulación y dominación así lo permitían. Ello posibilitó la conformación interna de un bloque de clases feudal-capitalista.

Para lograr la anterior explicación, se ha tomado como periodo de análisis el comprendido entre los años que van de 1825 a 1885. Esta elección no es casual; el límite interior señala el tránsito de la colonial a la semicolonia. En cuanto al superior, coincide con el inicio de los gobiernos civiles formados con la participación de los capitalistas mineros.2

En otro ángulo de consideraciones, digamos que algunos temas han quedado postergados para destacar los vinculados al problema de la acumulación primitiva, vale decir, que no se busca realizar un análisis detallado de la economía boliviana del periodo.

Para lograr todo ello, se ha considerado necesario dividir esta investigación en dos partes: la primera constituye el marco teórico conceptual. En ella se busca definir y precisar los conceptos que luego se maneja (capítulo i). Pero, sobre todo, encontrar una metodología para analizar aquellos países donde el capitalismo se articula con modos de producción precapitalistas (capítulo ii). En la segunda parte, mostramos cómo la independencia, a la par que abrió un camino hacia la acumulación capitalista, constituyó un triunfo de los latifundistas y los sectores conservadores que a la postre bloquearían esta (capítulo i). Seguidamente, indicamos cómo la insuficiencia de las fuerzas sociales internas y el dominio comercial inglés determinaron el carácter del modo de producción capitalista en Bolivia, aunque no lo originaron todavía (capítulo ii).

En los restantes capítulos indagamos sobre la acumulación originaria propiamente dicha, señalando las vías que esta usó (capítulo iii) y la manera en que influyó en la articulación del feudalismo agrario con el naciente capitalismo (capítulo iv).

Para terminar, mostramos los límites de esta acumulación nacional y cómo esta situación, unida al dominio imperialista, impidió el surgimiento de una burguesía nacional en Bolivia (capítulo v). Sobre todos estos aspectos, nuestro trabajo debe ser considerado un ensayo.

En el entendido de que no es necesario esperar de la teoría más de lo que realmente puede mostrar, acudimos a la verificación a través de datos. Desgraciadamente, la dispersión de los existentes dificulta en mucho esta investigación. Con estas limitaciones, hemos acudido a los catastros rústicos y libros de las notarías de hacienda en los departamentos de Cochabamba y La Paz.

Aquí tampoco la elección es casual, aunque está fuertemente motivada por la disponibilidad de datos. Cochabamba tiene fama de ser una región eminentemente agrícola y su estructura agraria mostraba, en el siglo xix, un gran dominio de las haciendas feudales, por lo que consideramos que cumple los requisitos mínimos para nuestro propósito. La Paz en tanto se convertía cada vez más en un centro de decisión política y económica que se confirmaría después de la revolución liberal al filo del siglo xix. Empero, en la medida de lo posible, se ha tratado de verificar estos datos con los provenientes de los departamentos de Sucre y Tarija, aunque en esto no siempre se utilizan datos primarios.

En lo que respecta a las empresas mineras, sólo tomamos aquellas de las que hemos encontrado memorias de directorio tanto en la Biblioteca Nacional (Sucre) como en al Archivo del Instituto de Cultura (La Paz).3

1 “Las enormes distancias y las montañas sólo podían ser dominadas por excelentes carreteras y ferrovías; la naturaleza abrupta por los andariveles, la carencia de agua y las inundaciones mediante costosos acueductos, poderosas bombas y socavones; la dureza de las rocas desapareció ante las potentes perforadoras. La gran explotación no puede imaginarse aislada de la electrificación; del montaje de fantásticas plantas hidroeléctricas; la complejidad extrema de los minerales obligó a sustituir los métodos primitivos de purificación con otros modernos que corresponden a los últimos adelantos de la técnica metalúrgica. Esta labor progresista la cumplió el capital internacional; la clase dominante nacional que buscó ser suplantada por fuerzas foráneas, vio reducido su papel a la función de simple agente de aquella fuerza” (Lora, 1967: 135-136).

2 En cuanto a esto último, entre 1884 y 1888, el presidente fue Gregorio Pacheco; entre 1888 y 1892, Aniceto Arce; 1892-1896, Mariano Baptista, y entre 1896 y 1899, Severo Fernández Alonso. Nótese que todos ellos, salvo Baptista, eran capitalistas mineros.

3 Se refiere al actual Archivo Histórico de La Paz, que está bajo dependencia de la Carrera de Historia de la Universidad Mayor de San Andrés. (ne)

PARTE PRIMERA

Marco teórico-conceptual

CAPÍTULO I

Modos de producción

y formaciones sociales

El investigador necesita definir los conceptos con que trabaja. Esto es lo que nos proponemos en este capítulo.

1. Concepto de modo de producción

En la relación dialéctica que entabla el hombre para sobrevivir y reproducirse entra en contacto e interactúa doblemente:

a) sobre la naturaleza, utilizando para ello medios e instrumentos de trabajo1 y una determinada capacidad y experiencia social.

b) con otros hombres, con los cuales se organiza en el proceso productivo, independientemente de su conciencia, a través de la forma de propiedad de los medios de producción.

La conjunción de ambos determina principalmente el grado y diversidad de apropiación del medio, la forma como se obtienen, distribuyen y utilizan los ingresos, se articulan y sitúan las clases sociales en el proceso productivo, se estructuran los aparatos políticos e ideológicos. Esto último constituye la superestructura.

Estos dos niveles, mutuamente integrados, el primero denominado fuerzas productivas y el segundo relaciones de producción, que en el espacio histórico se articulan alcanzando diversos y distintos grados de desarrollo y cuyas

combinaciones e interacciones entre unas y otras proporcionan las bases y la trama de las (sociedades) que se suceden a través de la historia humana: Sociedades Primitivas, Sociedades de Regadía, o de Despotismo Orientales, de Esclavismo, Feudalismo, Capitalismo, Socialismo, Formas Mixtas o Aberrantes; cada una de las cuales sigue en general un ciclo de nacimiento, crecimiento, apogeo, crisis intermedia y terminales. (Kaplan, 1976: 139)

conforman un modo de producción.2

Es necesario advertir, sin embargo, que el segundo nivel (las relaciones de producción) no indica necesariamente igualdad en las mismas, sino, más bien, en determinados modos de producción (clasistas) son asimétricas, revistiendo un carácter de explotación (apropiación del super-plus por alguien distinto al productor directo). Es esta idea,

en ocasiones difícil de captar por la cortina que interponen los esquemas, o los prejuicios, que hace que el hombre no pueda ser concebido independientemente de una determinada relación social, que no sólo es cotidiana, diaria, sino fundamental y que es el tipo de relación que guarda en el trabajo y la producción. (Gonzales, 1975: 29)

Lo que constituye el único criterio válido para definir y catalogar un modo de producción, “lo único que distingue uno de los otros tipos de Sociedad, o la Sociedad de la Esclavitud de la de Trabajo Asalariado, es la formación de este trabajo excedente que le es arrancado al productor inmediato”, dice Karl Marx en El capital (1976: 164).

2. Características de un modo de producción

En general, el concepto de modo de producción, sea cual fuere su estructura u origen, presenta las siguientes características.

2.1. Es un concepto abstracto

Como categoría, la noción del modo de producción adquiere simplemente un carácter explicativo-formal, utilizable para interpretar organizaciones productivas dentro de las cuales las relaciones de producción son homogéneas; está claro entonces que, en un modo de producción, no existen ni coexisten otro tipo de relaciones de producción.

La abstracción del concepto de modo de producción significa, por tanto, aislar de la heterogeneidad todas aquellas relaciones de producción que no corresponden al modo de producción a estudiarse, dejando a este en su estado “puro”. Es solamente en este sentido que puede decirse que un Modo de Producción es un concepto abstracto que no existe en la realidad concreta, en la medida (como se verá más adelante) en que en una sociedad se encuentran diferentes y variadas formas de relaciones de producción. Metodológicamente, esta conceptualización impide los errores que devienen del uso de un mismo instrumental teórico, propio y característico de cada modo de producción en la investigación de la estructura y funcionamiento de todos los modos (la noción de capital, por ejemplo).

2.2. Tiene carácter histórico

La historia de la humanidad clasista es la historia de la sustitución y la desaparición de modos de producción, cambios que se producen toda vez que las relaciones de producción existentes entran en contradicción con el desarrollo de las fuerzas productivas. Lo cual significa que, a su crecimiento, estas hacen absolutamente innecesarias y, por tanto, sustituibles las antiguas relaciones de producción, las cuales deberán ser reemplazadas por otras nuevas en consecuencia con los requerimientos del desarrollo tecnológico, configurando un nuevo modo de producción.3

Así, la ciencia actual hace innecesaria económicamente la supervivencia del modo de producción esclavista: una sola máquina segadora, o cualquier otra, rinde tanto como doscientos y trescientos esclavos. Es en esta medida que el esclavismo es un estado superado. Pero no sólo intervienen factores económicos para argumentar que un modo de producción está superado; existen otros que se ven (como reflejo de los anteriores) en las legislaciones jurídicas o en la misma conciencia social, los cuales consideran que determinadas formas de relaciones de producción (el esclavismo, el feudalismo) no solamente son antieconómicas, sino socialmente inhumanas.4 Sin embargo, se puede concluir que un modo de producción clasista es transitorio en la medida en que es superable, e histórico en la medida en que es sustituible; por tanto, es un concepto específico que sólo tiene sentido en determinadas etapas del desarrollo humano. Por supuesto, aquí nos referimos únicamente a los modos de producción clasistas.

3. Modos de producción dominantes y subordinados

Si, como dijimos anteriormente, el concepto de modo de producción es abstracto e ideal, en la medida en que no refleja la situación concreta de un contexto social en el cual existen ya varios modos de producción, cabría, inicialmente, preguntarse ¿cómo se estructuran estos diversos modos?, ¿obedecen a una ley general? o ¿se agrupan anárquicamente?

Quizás sea más fácil y comprensible si se aborda este problema de la siguiente manera: cuando catalogamos a una sociedad o país como esclavista, capitalista, etc., en realidad estamos deduciendo esta categorización del modo de producción que, dentro de su estructura socioeconómica (cualitativa y cuantitativa), aparece como el principal y que tiene, por tanto, la peculiaridad de subordinar y dominar a los demás existentes, asignándoles así

su correspondiente rango [e] influencia. Es una iluminación en la que se bañan todos los colores y [que] modifican las particularidades de estas. Es como un éter particular que determina el paso específico de todas las formas de existencia que allí toman relieve. (Marx, 1971: 21)5

El todo social aparece entonces como un conjunto de partes (modos) profundamente interrelacionadas entre sí, en el cual el funcionamiento, lógica y desarrollo de los modos de producción subordinados están dados por el nexo y la forma que los une al modo de producción dominante, que, a su vez, imprime una racionalidad al sistema económico en correspondencia a sus intereses generales, constituyendo su presencia: “la ley general de las formaciones sociales o el verdadero y único criterio objetivo para la construcción de cualquier modelo de formación económica social” (Luporini, 1969: 29). De manera que los modos de producción no se agrupan ni conforman en forma anárquica ni independiente, por más de que esto sea en apariencia e ideológicamente irracional.

Por tanto, un modo de producción debe pertenecer necesariamente ya a la categoría de dominante (principal) o ya a la de dominado (secundario), pero esta no es una situación que se presente optativa, ya que no todos ellos pueden pertenecer indistintamente a uno u otro grupo.

Existen algunos modos de producción que intrínsecamente, por sus condiciones estructurales, son necesariamente dominados; modos de producción como el mercantil simple que, basado en la propiedad personal del productor sobre los medios de producción (el minifundio, los talleres artesanales): “es por naturaleza secundario debido a una razón simple: no es un sistema clasista, es decir, en su interior no surge una clase dominante que puede someter a la sociedad entera” (Bartra, 1976: 14). Esto se debe a la alta dispersión económica y política que presenta, impidiendo que esta clase social, sin alterar las condiciones del modo de producción, pueda convertirse en dominante. Se podría argüir que el capitalismo puede surgir del artesanado, pero esto sólo es posible a condición de la concentración en la propiedad, la secuencial destrucción de los talleres y el empleo de obreros asalariados, en cuyo caso se alteran las condiciones básicas del modo de producción que ya no es mercantil simple sino capitalista. (Por otro lado, no es este tampoco el camino de desarrollo histórico del capitalismo). Quizás, y por las mismas razones, pueda agregarse al modo de producción anterior el que caracteriza a las asociaciones primitivas (comunismo primitivo). Otros modos de producción, en cambio, son hegemónicos en determinadas etapas históricas, pero pueden aparecer como secundarios en otras, por ejemplo: el esclavismo dominante en Roma y subordinado en la época colonial en el Perú; idéntica situación ocurre con el feudalismo. Finalmente, existe un modo de producción (el capitalista) que intrínsecamente también tiende a convertirse en dominante, pero que a diferencia de los anteriores no puede coexistir con otros, sino que necesita, en la medida en que lo exige el desarrollo de sus fuerzas productivas y su acumulación, destruir a los demás extendiendo su dominación a toda la sociedad. “La generación –dice Samir Amin– de la forma de mercancía del producto da al Modo de Producción capitalista, un poder disgregador de los otros Modos de Producción con los cuales se enfrenta” (1973: 24).

4. El concepto de formación económica-social

El concepto de formación social tiene varias acepciones, según se incluya o no la superestructura en el concepto de modos de producción. Distinguiéndose entonces entre formación económica y formación social. Nosotros usaremos ambos términos indis­tintamente.

El hecho, como se ha mostrado anteriormente, de la presencia estructurada y simultánea de modos de producción hegemónicos y dominados dentro de una región o país explicita la idea de la no existencia de un modo de producción único dentro de ellos, ni la homogeneidad, por tanto, de las relaciones sociales de producción en su espacio económico-social.

Esta trama heterogénea, más o menos compleja, de varios modos de producción necesita pues una nueva conceptualización que nos permita investigar y formalizar este contexto, donde, por sus condiciones, se debe abandonar el aislamiento, pureza y homogeneidad que caracterizan el estudio y a la realidad de un modo de producción. Al descubrir esta nueva situación, que por ser concreta y real no podría ser aprendida con la abstracción y formalidad del concepto de modos de producción, surge una nueva categoría que es la de formación económica-social que, al decir de Nicos Poulantzas:

En la realidad sólo existe de hecho una formación social históricamente determinada, es decir, un todo social en el sentido más amplio, en un momento de su existencia concreta. La Francia de Luis Bonaparte, la Inglaterra de la revolución industrial […], una Formación Social presenta [es] una combinación particular, una imbricación específica de varios modos de producción puros […] la formación Social constituye por sí misma una unidad completa con predominio de cierto modo de producción sobre los otros que la componen. (1974a: 6)

Así entendida y definida una formación social –que supone, obviamente, al menos dos modos de producción–, implícitamente niega y desmitifica la idea del llamado dualismo estructural en cuya sustentación se pretende encontrar algunas de (o todas) las trabas para el desarrollo de los países dependientes, y la niega porque afirmar que la existencia de todos los sectores económicos de una región o país están indisolublemente unidos,6 salvo, por supuesto, los de aquellas regiones cuyo aislamiento geográfico es francamente visible, debido a que el papel que juega en ella los modos de producción dominados, como se dijo anteriormente, sólo pueden entenderse en referencia al dominante y al proceso de expansión y forma de mantenimiento del sistema que impone su funcionalidad. Este dominio es traducible en el funcionamiento de los mecanismos de reproducción de los sistemas económicos, ideológicos y políticos (Estado, cultura, moral, etc.), los cuales obran principalmente hacia el sostenimiento, reproducción y/o generalización del modo de producción hegemónico. Mas, en la medida que la articulación interna presenta una relación intermodos no antagónica entre este y alguno particular, cuya clase dominante mantenga una alianza explícita e implícita con la proveniente del modo de producción predominante, estos entran también a su servicio, aunque con menor intensidad.7 Más propiamente, este fenómeno se presenta casi exclusivamente en la formación capitalista, traduciéndose en una alianza bloque de clases latifundista, feudal y burguesía.

5. Tipología y configuración de las formaciones sociales

Las formaciones sociales no son evidentemente un todo único e indiferenciado; adquieren más bien distintos matices que permiten tipologizarlas, ya en función a la configuración estructural que defina su carácter histórico, resultante este del predominio de un modo de producción u otro –tipología que puede corresponder a un solo periodo cronológico y/o a toda la historia humana–, o por la forma en que este, al realizar su hegemonía, se relaciona y articula con los modos de producción dominados.

Es en consideración a estos aspectos que tomamos en cuenta sólo aquellos donde el modo de producción es clasista. Por tanto, con relaciones de producción asimétrica, las formaciones sociales se dividirían en:

a) formaciones sociales precapitalistas: tributarias; esclavistas; feudales

b) formaciones sociales capitalistas.

Y sus diferencias fundamentales (al igual que al nivel de modo de producción) pueden encontrarse principalmente por los mecanismos de apropiación del excedente y por la forma de producción del mismo, y secundariamente por su localización espacial.

Las primeras formaciones (no capitalistas) que presentan una localización rural del excedente son sociedades agrarias, en las cuales este es apropiado por las clases dominantes a través de coacciones extraeconómicas (religiosas, políticas, etc.). Las formaciones sociales capitalistas, a diferencia, tienen una localización principalmente urbana del excedente (aunque no es descartable la aparición de las mismas en zonas rurales procedentes de modos de producción precapitalistas o capitalistas), cuya apropiación por la burguesía dominante se produce, no ya en forma coactiva, sino a través de mecanismos económicos que significan retribuciones salariales al explotado, el cual aparece formalmente libre para vender su fuerza de trabajo, toda vez que se encuentre separado de la propiedad de los medios de producción.8

Por otra parte, la anterior división tiene la ventaja de mostrar y explicitar aquellas formaciones sociales (las precapitalistas), hoy ya desaparecidas, de aquella única dominante (la capitalista) a nivel mundial y local (sin contar, por supuesto, las formaciones sociales socialistas).

Ahora bien, la precedente categorización sería insuficiente si no es completada por un análisis que desentrañe las particularidades debidas a las distintas formas estructurales resultantes de la relación intermodos que logre imponer el dominante dentro de una formación social; entonces, se trata no ya de clasificar estas por sus diferencias provenientes de la especificidad que les da la dominación de un modo de producción u otro, sino por la situación que este, al realizarla, asigna a los dominados.9 Por el carácter mismo de esta tesis, daremos exclusiva importancia en este punto a las formaciones sociales capitalistas.

En ellas, estas particularidades provienen de la clase de imbricación que mantenga o pueda mantener el modo de producción capitalista ya constituido en dominante, o en vías de serlo (etapa de transición), con los modos de producción precapitalistas que ya subordinan o intentan hacerlo. Así decimos que existe una relación funcional cuando la presencia de modos de producción precapitalista no impide el desarrollo (crecimiento) y la supervivencia del modo de producción capitalista, tal como este se ha constituido originalmente en un país; coexistencia que es, por tanto, funcional a sus sistemas de dominación y patrones de acumulación; la misma que será rota si su posterior extensión regional-sectorial así lo requiere, fenómeno que generalmente aparece unido al desplazamiento de una fracción de la clase capitalista que es sustituida, a su vez, en la hegemonía del modo (y la formación) por otra.

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