Kitabı oku: «Salto de tigre blanco»
Primera edición en MINIMALIA, noviembre de 2010
Director de colección: Alejandro Zenker
Cuidado editorial: Elizabeth González
Coordinadora de producción: Beatriz Hernández
Coordinadora de edición digital: Itzbe Rodríguez Ciurana
Viñeta de portada: Carlos González
Para la realización de este proyecto se recibió el apoyo económico del
Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, a través del Programa
de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales, emisión 2010.
© 2010, Solar, Servicios Editoriales, S.A. de C.V.
Calle 2 número 21, San Pedro de los Pinos.
03800 México, D.F.
Teléfonos y fax (conmutador):+52 (55) 55 15 16 57
ISBN 978-607-8312-03-0
Hecho en México
Índice
Prólogo, por Gabriel Careaga
1. Pez relampagueante
2. Dragón agazapado
3. Golondrina enamorada
4. Mariposa incendiadora
5. Gaviota en el aire
6. Salto de caballo salvaje
7. Vuelo de tigre blanco
8. Cigarra en la rama
9. Cabra ante el árbol
10. Pájaro gigante que vuela sobre una mar oscura
11. Asno en la lenta primavera
12. Perro en otoño
Agradecimientos
Los nombres del yo, por Gerardo Bustamante Bermúdez
Prólogo
Gabriel Careaga*
Gustavo Sainz es un novelista a quien le gusta retratarse a sí mismo y a sus lectores por medio del descubrimiento de su yo y sus implicaciones en la vida cotidiana. Desde Obsesivos días circulares hasta Salto de tigre blanco, sus narraciones son un triunfo del lenguaje, las ideas y el conocimiento literario. También del uso de la grabadora, el teléfono, los periódicos y las imágenes cinematográficas, que son parte del entramado literario de los escritores modernos mexicanos, en el que Gustavo Sainz abrió el camino a partir de Gazapo. Ahí se reveló como un novelista vigoroso e irreverente que integraba en su brillante narración la cultura popular. La mezcla es reelaborada por los personajes y sus situaciones. Las novelas de Gustavo Sainz no cuentan una anécdota en forma lineal, sino que los acontecimientos se dan fragmentados a partir de las relaciones sentimentales y sociales. Son como un continuo que sólo se interrumpe para contar otras historias y otras biografías de otros escritores y otros teóricos del lenguaje, en este caso de la teoría del yo. El yo como persona. El yo como narcisismo. El yo como máscara que da lugar a una personalidad o a varias personalidades.En Salto de tigre blanco, † el narrador cuenta sus aventuras y desdichas a lo largo de más treinta años con diferentes parejas, mujeres obsesionadas por la seguridad de su mundo burgués, mujeres obsesionadas por afirmar su yo, mujeres desdichadas en la competencia brutal del éxito literario y social, mujeres que odian a su pareja, mujeres que quieren suicidarse, mujeres que irrumpen en el mundo moderno a través del eros. Y mujeres, en una palabra, que tienen relaciones con el mundo masculino por medio del esposo, del amante o de los hijos, y luego del descubrimiento del yo como una forma de ser de su propio mundo sentimental y de trabajo. Son las diferentes representaciones del yo en un mundo carnavalesco donde sus personajes se llaman Armonía, o Ninguno. O Alguno. Y donde se multiplican los papeles masculinos y femeninos. Es la eterna lucha entre el eros y el tánatos. Es un teórico implacable del yo: “la conciencia de estas máscaras también se ha vuelto aguda, ya que desde el siglo pasado ella misma ha comenzado a presentarse como encubridora, disfraz y revelación a la vez”. El Yo como artista que está colocado fuera del orden burgués cotidiano. El yo artístico quiere recrear y contrastar el lenguaje del lugar común de los melodramas o de las historias de nota roja. “Ese yo que se encuentra ante la monstruosa necesidad de reconocer que también es lo que en absoluto cree ser”. El yo no es más que el sujeto en todos los papeles que tiene que representar a lo largo de su vida. En el caso de los personajes de Gustavo Sainz, ellos se rebelan en contra del conformismo y la simulación para descubrir a la persona, es decir al yo libertario, que sólo es feliz en el encuentro con la cultura literaria, cinematográfica, musical o pictórica, pero sobre todo en el encuentro con el otro a través del eros. Y el desencuentro permanente cuando el eros se vuelve vida cotidiana. La modernidad descubre al individuo frente a las instituciones que lo agobiaban: la Iglesia y el Estado. La sociedad de masas regresa a querer aplastar al yo y situarse en lo colectivo. Y pensar igual es un totalitarismo en todas sus variantes bajo los pretextos más utópicos que se expresaron en el estalinismo, en el nazismo y en el fascismo. Los personajes de Salto de tigre blanco quieren ser individuos dentro de la sociedad unidimensional. Gustavo Sainz escribe para exorcizar sus propios demonios y descubrir, a partir de sus experiencias literarias, a los demás en sus teorías del mundo y de la vida. Por eso a sus novelas él mismo las llama “textos, ensayos, pretextos, paratextos, mamotretos”. Y aparecen cientos de autores que integran una voz que es la voz de los demás; en este caso, en forma obsesiva están las tesis de Roland Barthes y Octavio Paz, de José Donoso y Ernesto Sabato, pero surge también la teoría del enmascaramiento de Nietzsche y la poesía de Pessoa y el hombre teatral de Antonio Delhumeau. Es el rostro y los mil rostros de lo moderno que trata de recrearse en el erotismo, el conocimiento de la sensualidad desbocada y el terror de ser apagado por el otro.La necesidad del yo hace que la lucha biológica de afirmación se transforme en lucha cultural, en un combate cotidiano donde el amor y la sensualidad no son más que disfraces para la afirmación de su persona. El eros sería el reencuentro con el otro cuando se ha dejado la biología. Pero este hecho visto como resultado de las relaciones cotidianas que se transforman en un proceso de degradación donde uno es el que triunfa y los demás sucumben. El matrimonio es la tumba de toda pasión, explican los clásicos. Relaciones sentimentales, amorosas e intelectuales se disfrazan para descubrir un yo verdadero, que para la mirada de los demás tiene que ocultar para no ser devorado por ellos. Salto de tigre blanco es el yo hasta sus excesos. Es la transformación de la biología en cultura literaria. Es otra vez el reto de Gustavo Sainz de querer romper el conformismo de la expresión literaria y tratar de hacer algo sólido y nuevo hoy, que lo insólito y la vanguardia están liquidadas por la cultura de la imagen que ha vuelto complacientes y conformistas a los lectores. Los que no quieren leer ni escuchar y menos acercarse a los otros y a su yo íntimo. Por eso esta novela ampulosa y barroca, desconcertante y frondosa, desmesurada y puntual, es otra vez un reto para que nos interese la literatura como el refinamiento de la narración por medio de un lenguaje en constante transformación.
* Gustavo Sainz, Salto de tigre blanco, México, Joaquín Mortiz (Novelistas Contemporáneos), 1996, 416 p.
† Publicado en la sección Cultural, de El Universal, el lunes 3 de junio de 1996.
Empiezas. Nuevamente. Mi vida atroz os cuento. Cuento derrotas, deleznables sagas sin cuento. Cortas partes de un cuerpo ya partido. Las partes de sagas en la memoria. Raspas. Remuerde la memoria, boquea. ¿La boca da dentellada? Haz trizas los recuerdos (cuenta: vacía) y su matriz astuta ladrante. ¿Así? Libre de huellas el cuerpo fantasma. Cortas con las palabras de doble filo. Partes. Zarpas en cada palabra. Y la mar añade restos hediondos. (Dios te salve.) Te haces a la mar carroñosa: cala de palabras gangrenadas. ¿Te costarán la vida? Es cara la palabra. Sí. Ahuecas la voz. (Gritas.) ¡Sones finges! Marcas de ecos tras las palabras. Y apostillas: las palabras se erizan de enigmas, se escudan. Les tiendes un lazo, golpes de azar, a ciegas. Al azar caen letras muertas y con el golpe del azar palabras heridas. Tatuajes/Ablación/Excisión: Ficciones (en clave: las marcas en el mapa de una isla —¿cuerpo?—, misteriosa) de palabras cortantes. ¿Hasta perder la cabeza? Sí. Trace. Darse trazas. Otra zahonda. Marca del enigma: unas
palabras en la cabeza. La palabra estalla. Asolas con las palabras. Rompes el silencio. Llamas. La boca abrasa, sí: boca de fuego. Ventea encendida. Ramalazo ardiente en la cabeza: los recuerdos prendidos en un árbol de fuego. Dolor de la memoria quemadura. Cierra los ojos, no mires atrás: borrascas y todos los sufrimientos del naufragio. ¿Quedan las obras del pasado? El pasado deshecho.
Julián Ríos, Álbum de Babel
Pez relampagueante
Dragón agazapado
Golondrina enamorada
Martín-pescador
Mariposa incendiadora
Pino pequeño
Bambú frente al altar
Gaviota en el aire
Salto de caballo salvaje
Vuelo de tigre blanco
Cigarra en la rama
Cabra ante el árbol
Pájaro gigante que vuela sobre la mar oscura
Asno en la lenta primavera
Perro en otoño
Lit’an Hsuan (siglo xvii)
1. Pez relampagueante
Yo recuerdo el día preciso en que decidí convertirme en el Diablo. Su nombre significa el que espera. El que espera el fin de los tiempos… El Diablo es también el tentador, el curioso, el que abre las puertas del deseo… Y es inmortal, como yo…
Yo estoy segura de que pasé la noche de Año Nuevo en casa de Croissant… Esta versión es desde luego la mía, porque hay otras, siempre me contradicen, me desdicen, niegan lo que yo digo, me ignoran, ni siquiera me escuchan, no importa nada lo que yo opine… Ya se sabe, llegaron las doce campanadas y besos, abrazos, champaña, risas estúpidas, frases estereotipadas, en fin… Al salir de allí fui a casa de Pepino un rato, charlamos, tomamos una copa de vino con amigos… Pepino me preguntó si mi marido me había deseado feliz año nuevo… Me reí… ¡Qué ocurrencias!… Desde luego que no, ni yo a él, por supuesto… Ya era casi de madrugada… Me fui a casa y vi como siempre que la puerta del cuarto de mi marido estaba cerrada… Toqué primero con suavidad, después con ira, traté de abrir, pero estaba tan cerrada como siempre y me fui a dormir a mi cuarto sintiéndome más que rechazada, más que siempre… Perdida… Abandonada… Sola… Cansada… Y pensé ahora, es ahora… Muy agitada busqué las pastillas en donde las tenía escondidas… Muy agitada me cambié de ropa… Vi mis cosas desperdigadas por el cuarto… El cuarto desordenado… Las reglas inflexibles que me dio mi madre… Cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa… No me importaba un carajo… Escribí un recado final y a la chingada con todo… He vivido odiando mi compañía… Saqué mis llaves de la bolsa, fui a la cocina y llené un tarro con agua, aseguré las píldoras, comprobé si llevaba mi licencia de manejar y la libreta con el recado… Al salir de casa volví a sentir el peso de la puerta cerrada del cuarto de mi esposo… Eran como las seis de la mañana y me puse a manejar sin saber hacia dónde iba… A la montaña, sí, pero a qué parte de la montaña… Subí hacia el Ajusco y me detuve ya bastante arriba porque quería escribir algo más… Empezaba a salir el sol… El auto estaba calientito, había casas cerca, me pasaban otros autos de vez en cuando… Me sentía a ratos asustada, a ratos preocupada, a ratos deprimida, a ratos contenta mirando los árboles y las montañas… Luego seguí manejando… Más arriba… Me detuve en otro lugar asoleado y pensé no, qué idea se me metió… No, todavía no, ahora no… Le di vuelta al carro y lo volví a estacionar un rato… Por fin decidí volver a casa… Pasé por casa de Pepino, serían como las diez de la mañana, estaban sus papás… Hola… Feliz Año Nuevo… Le dejé un recado a Pepino en un sobre cerrado: “Ya se terminó este asunto”, le escribí, “it was fun while it lasted, pero ya estuvo bueno, a mi edad jugando con un niñito de 19 años”… Me despedí de su madre, de su padre y llegué a casa otra vez… Y de nuevo, al instante de abrir la puerta, la necesidad súbita, absoluta, terminante, urgente de exterminarme… Ya basta… Ya basta… ¡Ya basta!… No quiero más… Le hablé a Papaya por teléfono, serían como las 10:30, le dije que tenía catarro y que pensaba quedarme todo el día en la cama, y sentía mucho tener que cancelar nuestra merienda de esa noche, la primera del año nuevo… Levanté mis cosas… Arreglé todo mi cuarto… Colgué mi ropa en el clóset… Hice de nuevo la cama aunque no había dormido en ella… Dejé en la mesa el libro Education por Adaptation and Survival que estaba leyendo, y pensé “aquí está un libro sobre cómo vivir y yo estoy preparándome para morir”… Guardé mis anillos y el reloj y mis cadenas de oro, pero coloqué en la mesita los regalos que me habían dado mis hijos en Navidad… Luego puse muy a la vista el recado en el que decía que por Año Nuevo y estar muy satisfecha, etcétera… Y saqué doce pastillas de un frasco y ocho del otro… Me tomé todas, saqué otras seis que puse sobre la cama para tomarlas luego, y guardé los frascos en un cajón del clóset… Me acosté boca abajo… No supe más… Eso es todo lo que recuerdo…
Yo como fotógrafo no conozco mejor motivo de interés que un cuerpo joven femenino. ¿Qué diría Abel Gance? Me engolosina el mito de la mujer niña. Oh, mi mujer y mi niña (Breton)… Revisaba sus contornos, el tono muscular, lo tostado de la piel, los vellitos dorados, la juventud resplandeciente, toda ella como encarnando mis aspiraciones. Más tarde le pedí que se bañara conmigo y no quiso, entre pícara y pudibunda. Habíamos agotado más de seis horas de video. Me bañé porque escurría sudor por todas partes. Me acosté desnudo en la cama y ella entró a bañarse a su vez. Salió envuelta en una toalla y se acostó a mi lado. Nos besamos con la impericia de siempre. Ha sido difícil enseñarla a besar. Y lo curioso es que se empeña realmente en aprender, abre los labios, succiona, enreda su lengua y vuelve a succionar, teóricamente todo bien, pero hay algo que falta y no sé qué es. La acaricié lenta, minuciosamente. Lamí su cuerpo con avidez, su sexo como una golosina. El clítoris alarma de incendios (Aragon).
Yo soy traductor, es decir, traduzco por juego, por necesidad y hasta por costumbre. Pero no soy de ninguna manera durante veinticuatro horas traductor. No camino como traductor, no me siento como traductor, no como como traductor, no estornudo como traductor, no duermo como traductor, no me visto como traductor. Además de traducir hago otras cosas distintas, como tocar el violín y el piano, lavarme los dientes, establecer relaciones eróticas con el sexo opuesto y ocasionalmente con el mismo sexo, defeco placenteramente, orino, leo, como y me gustan los antojitos muy especialmente, bebo de todo, desde pulque hasta toloache, desde ron hasta cocacola, ginebra, vodka, tequila, cervezas, coñac hasta tés hindúes y leche enlatada, escribo cheques y me hago bolas con la chequera, veo televisión, voy al teatro y a los conciertos de música popular y clásica, y generalmente hago traducciones para sobrevivir. Hoy, por ejemplo, me dieron un cuento. Es enorme y quizá sea más bien un relato, novella o novela corta. Se llama Vida, muerte y otros sueños. Está dividido en 63 fragmentos y el primero no tiene número sino un epígrafe: They are known as They. Primer problema, pues la primera traducción que se me ocurre es Ellos son como son, lo que me suena bien, pero que a la vez siento perentorio, pues puedo encontrar algo mejor. ¿Ellos son como Ellos? Claro que así nunca entregaría la traducción. Y la primer frase, qué extraña, debe ser literatura de vanguardia, en donde todo se vale: Vivían como Sacudidores, con una pequeña diferencia: no dejaban de probar nada, y no dejaban entrar a nadie. Bueno, parece que hoy voy a acabar temprano y podré relajarme y tocar el piano. ¿Vivirían como Sacudidores? ¿Qué significará vivir como Sacudidores?
Yo no los conocía, no sabía de qué o quiénes estaban hablando. Yo estaba lejos, muy lejos, abstraída, aislada… Veníamos de regreso a mi casa. “Tienes una amiga muy callada ¿no?” Me esforcé por imaginar que yo estaba a muchos kilómetros de allí, que no era de mí de quien hablaban, porque yo no los conocía, yo sinceramente, realmente no tenía idea de lo que decían, yo estaba lejos, muy lejos… Me esforcé también por no llorar, después de todo ya tengo veinte años y no puedo llorar así como así… No fue sencillo, sentía el nudo en la garganta, sentía cómo los ojos se me llenaban de lágrimas, sentía el desamparo, la soledad, el rechazo que tantas veces he sentido… Muy callada… Muy callada… ¡Cuántas veces he oído eso en mi vida! ¿Cuántas veces tendré que oírlo en el futuro? ¿Cuántas veces me pregunté a mí misma el porqué? ¿Por qué soy “muy callada”? ¿Por qué? ¿Por qué todo, absolutamente todo lo guardo para mí? ¡Las innumerables veces que pude haber resuelto las cosas con los seres que me rodean si tan sólo hablara, si tan sólo dejara salir lo que llevo dentro de mí…! Estoy imposibilitada para ello, me encierro en un mutismo absoluto, no digo nada y curiosamente siempre, siempre, siempre, las personas sienten “algo” que las separa de mí, irremediablemente. Invariablemente hablan de un muro que levanto a mi alrededor. Lo hago, sé que lo hago porque quiero apartarme, alejarme, desaparecer… Si pudiera desintegrarme y desaparecer para resurgir en otro lado ya lo habría hecho tantas, tantas veces… ¿Por qué soy así? ¿Por qué me cuesta tanto trabajo existir? ¿A qué se debe que nunca logre la comunicación con otro ser? ¿Por qué tengo que guardar este silencio mortal? ¿Por qué? Tengo que saber la respuesta, la respuesta que sólo yo tengo. Soy diferente, absolutamente diferente de cuantos me rodean. Soy increíblemente sensible. Registro cada gesto, cada palabra, cada actitud y todo lo interpreto. Un tono de voz alto, con la menor nota de enojo basta para que yo desee encontrarme del otro lado del mundo. No es posible. No es posible vivir así. Me siento “desadaptada social”. Hoy fue terrible. Nunca he sentido más largo el camino a mi casa. Fue eterno… Pero si intento explicar qué fue lo que pasó, resulta que no pasó nada. Y siempre ocurre así, de manera que no puedo ni siquiera intentar analizar lo sucedido porque no hubo nada perceptible a los sentidos. Es decir, no fue lo que dijo, no fue lo que hizo, sino quizá cómo lo dijo y cómo lo hizo… O quizá no, tampoco fue eso…
Yo creo que la mujer no tiene sexo. No quiero que entiendan ni lo entiendo como si no tuviera ninguno, como carencia, sino exactamente al contrario, sólo que no puede asumirse bajo ningún término genérico ni específico. Le toca al poeta descubrir a la mujer, dice Octavio Paz. Cuerpo, senos, cintura, nalgas, pubis, clítoris, vagina, labios, vulva, cuello uterino, matriz, manos, pies, ombligo, músculos, sangre, caderas, sudores, uñas, y ese nada que ya las hace gozar en su diferencia, de su diferencia, impiden su conducción a ningún nombre propio, a ningún concepto. Así pues, la sexualidad de la mujer no puede inscribirse como tal en ninguna teoría si no es a través de su contraste con los parámetros masculinos…
Yo puse la grabación más gastada y más fea que teníamos de La Traviata (la de Toscanini), y nos pusimos cera francesa para dormir en las orejas. Fuimos hacia la mesa de controles y los giramos todos a la derecha menos los bajos, a los cuales les dimos vuelta a la izquierda. La noche era de bronce. A la primera nota sentimos que todos los vecinos despertaron asustados con la impresión de que un elefante se estaba ahogando en tormentoso drenaje. Patadas, gritos, maldiciones, golpes de todos lados, de abajo, de arriba. Una pobre mujer, declaró El Último Triunfo o La Gran Aguja de Crochet, sea lo que sea, en ese desierto poblado que llaman Mexikafka. Muchos, quizá todos, telefonearon a la policía, que tenía otros pescados que freír y bastante hambre. En el cuarto flotaron vapores de una manera interesantemente diáfana, casi poética. Nos hicimos el amor sumergidos en un mar de odio. Cuando El Perro de la Luna tiró el dinero a los pies de uno de Los Barcos de Vela, uno de Los Adoradores del Plátano Blando perdió el control y los vecinos se ahorraron o se les negó el último efecto: mi tos de tísico.
¿Yo mismo por yo mismo? ¡Pero si éste es el programa mismo del imaginario! ¿Cómo reverberan, cómo rebotan los rayos del espejo sobre mí? Más allá de esa zona de difracción —la única sobre la cual puedo echar una mirada sin poder nunca, no obstante, excluir de ella a aquel que precisamente va a hablar de ella— está la realidad, y está también lo simbólico. Respecto a éste no tengo la más mínima responsabilidad (¡ya tengo bastante que hacer con mi imaginario!): le toca al Otro, a la Transferencia y, por tanto, al lector. (Roland Barthes: Roland Barthes par Roland Barthes.)
Yo fui a comer al café Viena en Popocatépetl, y de allí a la oficina de Ginechen. Durante la comida terminé de leer un artículo que me prestó la otra vez sobre cómo se producen los cambios en la gente. Me llamó la atención, por ejemplo, que según el autor muchos psiquiatras tienen la idea errónea de que son una especie de cirujanos de la psique —llega el paciente, se pone en sus manos, y éste le extirpa (o trata de extirparle, pues este sistema no tiene éxito) el problema que lo hace sufrir. O bien, del otro lado de la moneda, el paciente llega con la idea de que el psiquiatra lo cure. Pero en la práctica el paciente es el único que puede curarse o componerse. Depende totalmente de él el éxito que pueda llegar a tener la terapia. No es suficiente que sea puntual, que escarbe asiduamente en su memoria para revivir su pasado —tiene finalmente que asumir la responsabilidad de curarse o no curarse. Otra cosa que me hizo pensar es que el autor dice que la terapia psiquiátrica es que el paciente pueda cambiar cierto tipo de conducta que a lo largo del tiempo y a fuerza de repetición, se ha convertido en parte integrante de su personalidad. Cuando él comprende este punto y empieza a crear un nuevo tipo de conducta, y llega a integrarlo a su personalidad, cambiarán las circunstancias en que vive y que lo hacen sufrir.
Yo voy a la escuela y entre clase y clase o de camino de la escuela a la casa o de la casa a la escuela, hace días que tengo una sola obsesión y una vez y otra me vienen a la mente el tema, las imágenes y todo lo concerniente a los ojos y la vida sexual. Debo radiar mi obsesión, porque hoy mientras acompañaba a una de mis compañeras a la parada del camión, ella me hablaba de su tía, a quien le gusta maquillarse extravagantemente los ojos. En una reunión una señora le preguntó: ¿Por qué te maquillas tanto los ojos? Y ella respondió: Si me vieran el culo, también me lo pintaría… ¡Qué estrafalario! Mi compañera me soltó esta anécdota en los mismos días en que yo había empezado a hacer esta investigación con el propósito de empezar de una vez por todas con mi tesis. ¿Qué mosca me picó, qué perro me mordió para que me obsesionara con semejante tema?
Yo diría que el falo es prehistórico, algo no asimilado por la historia, por la Historia de la Cultura… Aunque hay una asimilación falsa, el falo de museo, de los dioses, de las esculturas clásicas. Y ésta es una asimilación mentirosa, hipócrita, cómoda, sin duda demasiado cómoda… ¿Por qué se puede encontrar tan fácilmente en cualquier aeropuerto revistas adonde se ven las vaginas de las mujeres? ¿Por qué no aparecen falos en erección? No hay posibilidad, y no se trata de censura ni nada así…
Yo desde que tengo memoria quería suicidarme… Hoy mismo, en espera de la vida o la muerte, prefiero esta última… Mi hermana cuenta que Sandía llegó de Acapulco la noche del 3 de enero, y aunque la puerta estaba cerrada pensó entrar y decir hola… Me encontró en el suelo, inconsciente, boca abajo, con la ropa mojada de orines, la cara hinchada y con manchas oscuras… Trató de ponerme en la cama, pero no pudo… Parece que me agité mucho y balbuceé que no me moviera… Llamó a Camambert, pero no lo encontró… Llamó a mi esposo, pero no contestó nadie en su oficina, era sábado en la noche… Llamó a Piña Colada que estaba a punto de salir al cine… Piña Colada y Perita en Dulce vinieron a casa… Me llevaron a un hospital para un tratamiento de emergencia… Sandía se quedó en casa para tratar de localizar a su papá… Lo encontró en casa de la abuelita… Perita en Dulce dice que entre él y Piña Colada trataron de subirme a la cama, pero que pesaba demasiado… No pudieron… Sandía había llamado a una ambulancia, pero la cancelaron los muchachos… Perita en dulce encontró dos frascos de fenobarbital junto a la cama… Con ayuda de alguien en el edificio me pudieron meter en el elevador… Al llegar al hospital tuve un paro respiratorio… Me dieron oxígeno… Me lavaron el estómago y prestaron una ambulancia para llevarme a otro hospital… Mi esposo me dijo Me afectó mucho saber que podrías morir… El 5 de enero desperté y vi un barandal… Parecía un barandal… ¿Qué veo?… Ya era enero 6… Un barandal… Cama… Hospital… Estoy soñando… Tengo que estar soñando… Otra vez… Vi un barandal de cama de hospital… No era un sueño… ¿Qué podía ser?… ¿Qué pasó?… Estoy en un hospital… Estoy en una cama con las manos amarradas y conectada a toda clase de tubos que vigilan dos enfermeras… No estaba esto en mi programa… No era mi plan… Yo quería morir… Pero ¿quién era yo?… ¿Yo?…
Yo miro tu rostro y gozo mucho cada uno de tus rasgos. Te quiero hablar de la mujer vino, de la mujer fruta, de la mujer flor, de la mujer astro, de la mujer tierra, de la mujer objeto. Te quiero decir que de la mujer que hace el amor por primera vez se dice que es desflorada… Y que convertir a la mujer en flor es sugerir la idea de pureza, de virginidad y de acceso doloroso del macho en la joven… Te quiero decir también que la protección de la joven es la protección del capital, y que el mito de la pureza es un mito capitalista y cristiano… Te quiero decir muchas cosas más, pero por ahora sólo te miro. Te miro y te miro.
Yo creo que el hombre surge de un mono que se volvió dramático, mímico, que aprendió a representar papeles. Yo creo de verdad que el ser humano siempre ha simulado ser más terrible o más benévolo de lo que en realidad es, según el rito que ejecute, de acuerdo con el mito que encarne. O más flaco o más gordo,o más alto o más rubio, o más cansado o más rico o más pobre. No es posible hablar del surgimiento de la dramatización, ya que se trata de uno y el mismo ensayo con el proceso exploratorio del mono-primate que lo condujo a su evolución mutante en hombre. Ensayando en la práctica a través de actuaciones mímicas algunos de sus ensueños, este sujeto prehistórico logró redifinir sus acciones y con ellas a sí mismo, hasta devenir mono-humano. Lo que sí es factible ahora mismo es reparar en el vertiginoso incremento de la teatralización. Basta salir a la calle, asomarse por la ventana, leer el periódico, prender la televisión. Se trata de una mutación ligada con la multidiversidad de los papeles sociales asignados a las mujeres y los hombres urbanos enmascarados. Y la conciencia de estas máscaras también se ha vuelto aguda, ya que desde el siglo pasado ella misma ha comenzado a presentarse como encubridora, disfraz y revelación a la vez.
Yo y Alguno veníamos por el Periférico. “¿Quieres que te lleve a tu casa o vamos a la mía por un rato?”, propuso. Inmediatamente pensé que si me preguntaba eso era porque tenía algo que hacer. ¿Por qué imaginé esto? Por temor, por inseguridad, por un miedo que ya viene resultando eterno. Yo a mi vez pregunté: “¿No tienes que escribir?” Alguno se negó a responder y volvió a preguntar, agregó que me decidiera rápido pues temía perder la salida correspondiente en el Periférico si es que íbamos a su casa. Entonces le dije: “Pues tómala…” Así lo hizo y pronto nos encontramos en su departamento. Al llegar yo me dirigí al sofá y Alguno mencionó que iba al baño o algo por el estilo mientras me pasaba una revista para que yo viera el formato. Regresó y yo continuaba mirando la revista. En eso sonó el teléfono. Era Faramallón, un caricaturista muy amigo de Alguno, a quien no veía desde hacía mucho tiempo pues vive en Europa. Quedaron de encontrarse en un lapso de una hora. Yo había ido a casa de Alguno porque deseaba estar con él, tenerlo cerca, sentir sus caricias, y porque deseaba hacer el amor con él, lo deseaba con todas mis fuerzas, y entonces resulta que vendría un amigo suyo en una hora. Sucedió lo de siempre. Interpreté ese gesto. Su amigo era más importante, no deseaba estar conmigo y por lo tanto yo no desaba estar ahí un segundo más, un instante más. Al mismo tiempo sentí que “me oponía a la cultura”, como dice Freud. Me sentí posesiva, castradora, enajenante. Fue horrible. Sentí que caía en lo que tanto odio: la aniquilación del otro ser. Y mi deseo de desaparecer se intensificó aún más. Ya no sólo era por el rechazo que Alguno me hacía, sino el rechazo propio. Me odié por creer que con Alguno todo sería diferente. Me odié por permitirme esperar algo de él, por permitir ilusionarme. Me odié y arrepentí. Sólo deseaba irme, irme lo más pronto posible. Le pedí que me llevara a mi casa. Se negó. No le daría tiempo de ir y regresar en una hora. Entonces lo hice, levanté esa barrera entre él y yo. Lo hice deliberadamente, a sabiendas de que él lo sentiría. Y así fue. Después de unos espantosísimos diez minutos o tal vez menos, así, empezó a hablar. Dijo que trataba de comprenderme, pero tal parecía que yo estaba incapacitada para tener un gesto de cariño hacia él, que me esforzaba por mantenerme alejada, que me esforzaba por crear una distancia infranqueable entre él y yo. No contesté. No dije una sola palabra. Pero me lastimó profundamente. De nuevo la desilusión, el enojo conmigo misma. Yo misma le había dado una carta a Alguno en donde traté de explicarle lo que sucedía en mi interior, creí que me entendería. Creí, creí. Esperé que así fuera. ¿Por qué me permití esperar algo de alguien? ¿Por qué creí que con Alguno sería diferente? Era igual, igual que siempre. Tampoco él entendía. Ninguno, Anónimo, Cualquiera, Fulano, Zutano… Son tantos los que me han dicho eso también. “Eres muy fría”, “No eres cariñosa”… Etcétera. De nuevo lo escuché. Esta vez tampoco dije nada. Nuevamente la inercia se apoderó de mí. Que piense lo que le dé la gana. Ni modo. Momentos después me dijo que con esa actitud lo único que lograba era causar lo que tanto temía: la separación. Que él no podía vivir con la incertidumbre, con la inseguridad que yo le provocaba. Que él no sabía ya en realidad si yo lo quería o no, que pensaba que yo no deseaba verlo, que me imponía su presencia. Y todas esas cosas que he oído una y otra vez. ¿Por qué tengo que ser como los demás esperan? ¿Por qué se disgustan cuando no resulto como ellos me imaginaron? No es culpa mía. Eso, independientemente de que mi actitud obedece a una causa: el miedo. ¿Por qué en lugar de reclamarme no se preocupan por investigar si hay algo debajo de esa actitud? Tengo miedo. ¿En verdad estaré incapacitada para amar? “Cuando he llegado al vértice más atrevido y frío, mi corazón se cierra como una flor nocturna”, dice Neruda. Es la historia de mi vida. Sólo confío en mí, sólo espero algo de mí. ¿Me lleva esto a la soledad? Sí, creo que sí. Alguno me lo dijo hoy claramente. ¿Qué hacer? Me siento tan perdida, tan desolada, tan desamparada, tan asustada, tan incomprendida… ¿Qué hacer? Bueno, después de decirme todo lo anterior llegó Faramallón. Yo no lo conocía ni a él ni a su trabajo. No me causó buena impresión. Su modo rudo y violento provocó en mí un rechazo instantáneo. Rechazo que como siempre se convirtió en silencio. Esta persona no me agradó, definitivamente. Su modo de ser chocó brutal y definitivamente conmigo. Él lo notó. Todos lo notamos. Y finalmente rehusé acompañarlos y me trajeron a casa. Fue en el auto cuando Faramallón opinó: “Tienes una amiga muy callada ¿no?” Entonces llegamos, al fin llegamos y me despedí. Ahora siento un gran vacío dentro de mí y no sé qué hacer.