Kitabı oku: «El holograma esotérico», sayfa 3
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1891
15 de abril 1891
Al quinto congreso de la Sección Americana de la Sociedad Teosófica.
Hermanos teósofos:
En el discurso general he omitido, intencionalmente, mencionar a mi amigo y compañero de trabajo más antiguo: William Q. Judge, porque considero que sus esfuerzos constantes y su autosacrificio para la edificación de la Teosofía en América merecen ser citados de forma especial.
Si no fuera por W.Q.J., la Teosofía no ocuparía el lugar que le corresponde hoy en los Estados Unidos. Él ha construido, principalmente, el movimiento entre ustedes y ha demostrado, millares de veces, su completa lealtad hacia los mejores intereses de la Teosofía y de la Sociedad homóloga.
En una convención Teosófica, la admiración mutua no debería desempeñar papel alguno; sin embargo, hay que tributar el honor donde es justo que se haga. Así, tomo la oportunidad de afirmar en público, mediante la boca de mi amiga y colega Annie Besant, la profunda apreciación que siento por el trabajo del Secretario General y para expresarle mi agradecimiento más sincero y la más sentida gratitud, en el nombre de la Teosofía, por el noble trabajo que está haciendo y ha hecho.
Fraternalmente suya:
Helena P. Blavatsky.
La clasificación de los "principios"
En una conferencia muy admirable de T. Subba Row sobre el “Bhagavad–Gita”, publicada en el número de febrero de la revista Theosophist, creo que el orador trata, incidentalmente, la cuestión de los “principios” septenarios en el Kosmos y en el hombre. La división ha sido bastante criticada, resolviendo, en un conjunto de cuatro, la manera adoptada, y favorita, de enumerar los principios en las enseñanzas teosóficas.
Esta crítica ha levantado un mal entendimiento y algunos argumentan que se han menospreciado las enseñanzas originales. Esta aparente discordancia, con alguien cuyas opiniones son consideradas, justamente, como muy decisivas en asuntos sobre el ocultismo en nuestra Sociedad, es ciertamente un asidero peligroso de entregar a los adversarios, los cuales están siempre alerta para detectar y sacar a relucir con vigor las contradicciones y las incoherencias de nuestra filosofía. Por lo tanto, siento que es mi deber mostrar que, en realidad, no hay contradicción entre las opiniones de Subba Row y las nuestras, en lo referente a la división septenaria. De misma forma, quiero sacar a relucir lo siguiente:
a. El orador conocía perfectamente la división septenaria antes de unirse a la Sociedad Teosófica y
b. sabía que era la enseñanza de los antiguos “filósofos arios que han asociado siete poderes ocultos con los siete principios” en el macrocosmo y en el microcosmo (véase el final de este artículo); y
c. desde el principio, Subba Row no se opuso a la clasificación, sino a la forma en que fue expresada.
Por lo tanto, ahora, cuando Subba Row llama a la división: “anticientífica y extraviante”, agregando que: “esta clasificación septenaria casi brilla por su ausencia en muchos (si no es que en ¿todos?) nuestros libros hindúes” etc.; y que es mejor adoptar la clasificación venerable de los cuatro principios, él sólo debe referirse a algunos libros ortodoxos particulares, pues, sería imposible que se contradijera de manera tan patente.
Entonces, unas pocas palabras explicativas parecen ser oportunas. En lo referente a que esta clasificación “brilla por su ausencia” en los libros hindúes, podemos decir que esto vale, también, para los libros buddhistas. La razón de ello es transparentemente clara: dicha división fue siempre esotérica y como tal, se deducía, en lugar de enseñarse abiertamente. También es verdadero que es “extraviante”, porque, la característica sobresaliente del día, el materialismo, ha conducido a las mentes de nuestros teósofos occidentales a la prevaleciente costumbre de considerar a los siete principios como entidades distintas y autoexistentes, en lugar de lo que son, es decir: upadhis (vehículos) y estados correlativos: tres upadhis, grupos básicos y cuatro principios. En lo referente a ser “anticientífica”, este término puede atribuirse sólo a un lapsus linguae y, en esta relación, voy a citar lo que Subba Row escribió un año atrás, antes de que se uniera a la Sociedad Teosófica, en uno de sus artículos más competentes, titulado: “El Brahmanismo sobre el Principio Septenario en el Hombre”, la mejor reseña jamás aparecida de los fragmentos de verdad oculta, desde que se han incorporado en el libro: El Buddhismo Esotérico.
Subba Row escribe: “He examinado detenidamente la enseñanza y he constatado que los resultados alcanzados (en la doctrina buddhista) no difieren mucho de las conclusiones de nuestra filosofía aria, a pesar de que la manera en que nosotros presentamos los argumentos difiera en la forma.” El autor, después de haber enumerado las “tres causas primarias” que llevan al ser humano a la existencia: Parabrahman, Sakti y Prakriti, explica: “Ahora bien, según los adeptos de la antigua Aryavarta, de estas tres entidades primarias se desenvuelven siete principios. El álgebra nos enseña que el número de las combinaciones de las cosas, tomadas una a la vez, dos a la vez, tres a la vez, etc., = 2(n) –1. Si aplicamos esta fórmula al caso presente, el número desarrollado de entidades desde las diferentes combinaciones de estas tres causas primarias, equivale a 2(3) – 1 = 8; 8 – 1 = 7. Como regla general, en las antiguas ciencias ocultas de la India, cada vez que se mencionan siete entidades, cualquiera que sea su conexión, se debe suponer que ellas vienen a la existencia de las tres entidades primarias, quienes, nuevamente, se desenvuelven de una sola entidad o monada”.
Esto es bastante correcto desde el punto de vista oculto y también cabalístico, cuando se considera el asunto de los siete y diez Sephiroths y los siete y diez Rishis, Manus, etc. En realidad, muestra que no hay, ni puede haber, desacuerdo fundamental alguno entre la filosofía esotérica de los adeptos Trans y Cis Himaláyicos. Además, remitimos al lector a las primeras páginas del artículo anterior, donde se afirma que: “los antiguos adeptos de la India aprendieron el conocimiento de los poderes ocultos de la naturaleza poseídos por los habitantes de la Atlántida perdida y lo agregaron a la doctrina esotérica enseñada por los habitantes de la isla sagrada (ahora el desierto de Gobi). Sin embargo, los adeptos tibetanos, (antecesores del Asia Central), no han aceptado esta añadidura”. Dicha diferencia entre las dos doctrinas no incluye a la división septenaria, siendo ésta universal, después de haber originado con los atlantes, quienes, perteneciendo a la cuarta raza, antecedieron a la quinta, los arios.
Entonces, desde el punto de vista puramente metafísico: las observaciones sobre la división septenaria en la conferencia de “El Bhagavad Gita” siguen siendo válidas hoy como lo eran hace cinco o seis años en el artículo: “El brahmanismo sobre el principio septenario en el hombre”; a pesar de su aparente discrepancia. Para propósitos de esoterismo puramente teórico son tan válidas en la filosofía buddhista como en la brahmánica. Por lo tanto, cuando Subba Row, en una conferencia sobre una obra Vedanta, propone atenerse a “la clasificación venerable de los cuatro principios”, él simplemente muestra su deseo de quedar, rigurosamente, dentro de la clasificación teórica y metafísica y sus cálculos ortodoxos, pues, la clasificación Vedanta divide al ser humano en cinco kosas (vestiduras) y luego Atma (el sexto, nominalmente, por supuesto). Ésta es, por lo menos, la manera en que entiendo sus palabras; pues, la clasificación Taraka Raj–Yoga consta, nuevamente, de tres upadhis, siendo Atma el cuarto principio y no un upadhi, por ser uno con Parabrahm. El mismo Subba Row muestra lo antes dicho en un breve artículo: “La división septenaria en los diferentes sistemas indos.”
¿Entonces, por qué el llamado buddhista esotérico no debería recurrir a tal división? Quizá sea “extraviante”, esto ya se ha admitido; pero no se le puede seguramente tildar de “anticientífica.” Incluso me tomo la libertad de decir que este adjetivo es una expresión precipitada, pues, el mismo Subba Row ha demostrado que la división septenaria es muy “científica” y también matemática, como lo prueba la anterior demostración algebraica. Yo digo que la división se debe a la naturaleza misma, indicando su necesidad en el kosmos y en el hombre; dado que el número siete es “un poder y una fuerza espiritual” en su combinación de tres y cuatro, del triángulo y del cuaternario. No cabe duda que sea más conveniente adherirse a la clasificación cuádruple en sentido metafísico y de síntesis; así como en Isis sin Velo me atuve a la clasificación trina de cuerpo, alma y espíritu, porque, si en aquel entonces hubiese adoptado la división septenaria, como me vi obligada a hacer sucesivamente, para propósitos de análisis riguroso, nadie la habría entendido y la multiplicación de los principios, en lugar de esclarecer el asunto, hubiera introducido una confusión sin fin. Pero ahora, el asunto ha cambiado y la posición es diferente. Desdichadamente, por haber sido prematuro, hemos abierto una hendidura en el muro chino del esoterismo y no podemos cerrarla de nuevo, aunque quisiéramos. Yo misma tuve que pagar un precio muy caro por la indiscreción, pero no voy a huir de los resultados.
Por lo tanto sostengo que: una vez que pasamos del plano del puro razonamiento subjetivo, sobre temas esotéricos, al de la demostración práctica en Ocultismo, donde cada principio y atributo hay que analizarlo y definirlo en su aplicación a los fenómenos de la vida diaria y especialmente de la existencia después de la muerte, la clasificación septenaria es la correcta por ser simplemente una división conveniente que no impide, para nada, reconocer los tres grupos que Subba Row llama: “cuatro principios asociados con cuatro upadhis que, a su vez, están asociados con cuatro distintos estados de conciencia”. Parece que ésta es la clasificación del “Bhagavad–Gita”, pero no la del Vedanta, ni de los Raja–Yogis de las escuelas pre Aryasanga y del sistema Mahayana, que era y sigue siendo vigente más allá de los Himalayas y su sistema es casi idéntico al del Taraka Raj–Yoga; la diferencia entre esta última clasificación y la del Vedanta ha sido señalada por Subba Row en su breve artículo: “La división septenaria en los diferentes sistemas indos.” Los Taraka Raja–Yogis sólo reconocen tres upadhis en que Atma puede funcionar, los cuales, si no me equivoco, en la India son: Jagrata, el estado de conciencia de vigilia (que corresponde a Sthulopadhi); Swapna o el estado de sueño (en Sukshmopadhi) y Sushupti o estado causal producido por y a través de Karanopadhi o lo que nosotros llamamos Buddhi. Pero luego, en los estados transcendentales de Samadhi, el cuerpo, con su linga Sarira, el vehículo del principio vital, no se considera para nada, pues, los tres estados de conciencia se hacen corresponder sólo a los tres principios (con Atma, el cuarto), que quedan después de la muerte. Y aquí está la clave real de la división septenaria del ser humano, agregándole los tres principios sólo durante su vida.
Como es en el macrocosmo, así es en el microcosmo, las analogías quedan vigentes en toda la naturaleza. Por lo tanto, al Universo, a nuestro sistema solar, a nuestra Tierra, hasta llegar al ser humano, se les debe considerar como poseyendo, todos, una constitución septenaria: cuatro principios supraterrestres y suprahumanos, por decirlo así; tres objetivos y astrales. Al considerar sólo el caso especial del ser humano, existen dos puntos de vista desde los cuales se puede considerar el asunto. Ciertamente, el hombre encarnado consta de siete principios, si es que así llamamos los siete estados de su constitución material, astral y espiritual, todos se encuentran en planos diferentes. Pero si clasificamos los principios según el asiento de los cuatro grados de conciencia, estos upadhis pueden ser reducidos en cuatro grupos. Entonces, como su conciencia nunca se centró en el segundo o tercer principio, cuya composición consta de estados de materia (o mejor, de “sustancia”) en planos diferentes, cada uno correspondiendo a uno de los planos y principios en el kosmos, es necesario formar eslabones entre el primero, el cuarto y el quinto principio y también las correspondencias entre ciertos fenómenos vitales y psíquicos. Estos últimos pueden ser convenientemente clasificados con el cuerpo físico bajo un título y dejados a un lado durante el trance (Samadhi) y también después de la muerte, conservando, así, sólo los cuatro exotéricos tradicionales y metafísicos. Por lo tanto, toda acusación de enseñanza contradictoria, basada en este simple hecho, resultaría ser, obviamente, inválida. Como dijimos: la clasificación de los principios, de forma septenaria o cuaternaria, depende totalmente del punto de vista del cual se consideran. Cuál clasificación adoptamos es puramente un asunto de elección. Sin embargo, rigurosamente hablando, tanto la física oculta como la profana, favorecen la septenaria por estas razones.
En el buddhismo y en el brahmanismo exotérico o esotérico existen seis Fuerzas de la naturaleza; y la séptima es la Fuerza universal o la Fuerza absoluta, la síntesis de todas. Nuevamente, la naturaleza, en su actividad constructiva, da la nota clave a esta clasificación en más de una manera. En el tercer aforismo de Sankhya karika se afirma: “Prakriti es la raíz y la sustancia de todas las cosas”, Prakriti o la naturaleza, no es una producción, sino que la productora de siete cosas “que, producidas por ella, se convierten, a su vez, en productoras”. Por eso, en la naturaleza, todos los líquidos, cuando se separan de la masa Madre, comienzan por convertirse en esferoides (una gota) y, al formarse el glóbulo, éste cae, mas el impulso que se le imparte lo transforma, cuando toca la tierra y, casi invariablemente, en un triángulo equilátero (o el tres) y luego en un hexágono, después de que, de las esquinas de este último empiezan a formarse cuadrados o cubos como figuras llanas. Miremos el trabajo natural de la naturaleza, por así decir, su producción artificial o ayudada, el análisis de la ciencia en su laboratorio oculto. Observen los anillos coloreados de una burbuja de jabón y los producidos por la luz polarizada. Los anillos obtenidos, ya sea en la burbuja de jabón de Newton o en el cristal, mediante el polarizador, manifestarán, invariablemente, seis o siete anillos: “una mancha negra rodeada por seis anillos o un círculo con un cubo llano en su interior, circunscrito por seis anillos distintos”, siendo el círculo mismo, el séptimo. El aparato polarizador “Noremberg” saca a la objetividad casi todos nuestros símbolos geométricos ocultos, no obstante que esto no haga a los físicos más sabios.
El número siete está en la mera raíz de la Cosmogonía y de la Antropogonía ocultas; sin el cual no sería posible tener un símbolo que expresara la evolución desde su comienzo hasta sus puntos finales. Pues, el círculo produce el punto; éste se expande en un triángulo que, después de dos ángulos, regresa sobre sí mismo para formar el místico Tetraktis, el cubo llano. Este tres, al pasar en el mundo manifestado de los efectos, la naturaleza diferenciada, se convierte, geométrica y numéricamente, en 3 + 4 = 7. Los mejores cabalistas lo han demostrado por eras, desde Pitágoras, como también los matemáticos y los simbologistas modernos, uno de los cuales ha logrado arrancar, para siempre, una de las siete claves ocultas produciendo un volumen lleno de números que ha comprobado su victoria. Si cada uno de nuestros teósofos interesados en el asunto, leyera la maravillosa obra: El misterio hebreo egipcio, la fuente de las medidas, los matemáticos expertos se quedarán atónitos ante las revelaciones ahí contenidas. Pues muestra, en realidad, la fuente oculta de la medida mediante la cual se construyeron el kosmos y el ser humano y, mediante este último, la gran pirámide de Egipto, también todas las torres, los montículos, los obeliscos, los templos/cuevas de la India y las pirámides peruanas y mexicanas, todos los monumentos arcaicos, los símbolos en piedra de la Caldea, de ambas Américas e incluso de las Islas de Pascua, el testigo viviente y solitario de un continente prehistórico sumergido en medio del Océano Pacífico. Este libro muestra que, en todo el mundo existían los mismos números y medidas para la idéntica simbología esotérica; las palabras del autor sacan a relucir que la cábala es una “serie completa de desarrollos basados en el empleo de elementos geométricos que se expresan en valores numéricos fundados en valores integrales del círculo” (una de las siete claves que, hasta la fecha, sólo los Iniciados conocían), descubierta por Peter Metius en el siglo XVI y redescubierta por el difunto John A. Parker. Además, el libro muestra que el sistema del cual se derivaron todos estos desenvolvimientos, “antiguamente se consideraba fundado en la naturaleza (o Dios), siendo, prácticamente, la base o la ley de los esfuerzos del designio creador”; y que también es el fundamento de las estructuras bíblicas, porque se encuentra en las medidas dadas para el templo de Salomón, el arca de la Alianza, el arca de Noé, etc.; en síntesis, en todos los mitos simbólicos de la Biblia.
¿Cuáles son los números, la medida en que el Cubito sagrado se deriva de la cuadratura esotérica y que los Iniciados saben que están contenidos en la Tetraktis de Pitágoras? Es el símbolo primordial universal. Los números que hallamos en la Cruz Ansata egipcia y también (según yo) en la Svástica inda, “la señal sagrada” que adorna las mil cabezas de Sesha, el ciclo–Serpiente de la eternidad en el cual descansa Vishnu, la deidad en lo infinito y que también puede indicarse en el fuego triple (treta) de Puravas, el primer fuego en el Manvantara actual, entre los 49 (7 x 7) fuegos místicos. Es posible que este símbolo no se encuentre en muchos libros hindúes, sin embargo, en el Vishnu Purana y en otros Puranas, este símbolo y número son abundantes y bajo toda forma posible, como propongo probar en: La Doctrina Secreta. Por supuesto, todavía, el autor de La Fuente de las Medidas no conoce el alcance completo de lo que ha descubierto. Hasta ahora, él aplica su clave sólo al lenguaje y a la simbología esotérica de la Biblia y especialmente, de los libros de Moisés. Según mi opinión, el gran error del hábil autor es que aplica la clave que ha descubierto, principalmente a los elementos post–atlantes y casi históricamente fálicos de las religiones del mundo. Él siente intuitivamente que, en cuanto a esto, sólo en la Biblia hay un significado más noble, más elevado y más trascendental; mientras todas las demás religiones tienen una simple adoración sexual. Sin embargo, en la adoración pagana más antigua, este elemento fálico se refería, en verdad, a la evolución fisiológica de las razas humanas, algo que no se puede descubrir en la Biblia, porque no está (siendo el Pentateuco la más reciente de todas las escrituras antiguas). Sin embargo, lo que el erudito autor de La Fuente de las Medidas ha descubierto y probado, valiéndose de las matemáticas, es suficientemente maravilloso y basta para corroborar nuestra declaración: las figuras O Δ □ y 3 + 4 = 7, son la base, el alma de la cosmogonía y la evolución de la humanidad.
El autor, refiriéndose a la cruz ansata, el Tau de los egipcios y a la cruz cristiana, dice, a quienquiera que desee mostrar este proceso recurriendo al símbolo, que: “debe valerse de la figura del cubo abierto sobre un plano en conexión con el círculo, cuya medida se toma en los bordes del cubo. El cubo abierto se convierte, sobre una superficie, en una verdadera cruz o la forma tau y si a esta última le adherimos un círculo, obtenemos la cruz ansata de los egipcios con su obvio significado del origen de las medidas. Como a esta clase de medida se le hizo coordinar, también, con la idea del origen de la vida, asumió el tipo del hermafrodita y fue colocada, en realidad, como representación para cubrir esta parte de la persona humana en la forma hindú [...]” [Es el “hermafrodita Indranse Indra, la diosa naturaleza, Issa de los hebreos e Isis de los egipcios”, según las llama el mencionado autor en otro lugar.] “[...] Es evidente que, al paso que el cubo sólo tiene seis caras, la representación de la cruz como cubo abierto consta de una cara del cubo que es común a los dos brazos y se cuenta como perteneciendo a ambos. Entonces, mientras las caras representadas originalmente son seis, el uso de los dos brazos hace que se cuente el cuadrado como cuatro para el brazo vertical y tres para el horizontal, cuyo total es siete. Aquí tenemos el famoso cuatro, el tres y el siete de nuevo; el cuatro y el tres son miembros factores del problema de Parker (la cuadratura y los ‘tres cuerpos que giran’.) [...]”
Y son también los miembros factores en la construcción del universo y del hombre. Wittoba, un aspecto de Krishna y Vishnu es, por lo tanto, “el hombre crucificado en el espacio” o el “cubo abierto”, según se ha explicado (véase el Panteón de Moore para Wittoba). Es el símbolo más antiguo en la India y ahora casi perdido como también se ha perdido el verdadero significado de Vishvakarina y Vikkartana (el “Sol despojado de sus rayos”). Es la cruz ansata de los egipcios y viceversa. Y esta última, incluso el sistrum con sus brazos en cruz, es simplemente el símbolo de la deidad como hombre, por fálica que pueda haberse convertido luego, después del hundimiento de la Atlántida. La cruz ansata es, por supuesto, según la demostración del profesor Seyfforth, el seis con su cabeza, el siete. Seyfforth dice: “Es el cráneo con el cerebro, el asiento del alma con los nervios que se extienden a la espina dorsal, a los ojos y a las orejas. La piedra Tanis la traduce, repetidamente, como antropos (hombre). Además, tenemos el ank (vida) de los coptos o, propiamente dicho, alma, que corresponde al hebreo anosh, cuyo significado es alma. El anki egipcio significa: “mi alma.”
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En su síntesis significa los siete principios, los detalles, después. Ahora bien, la cruz ansata, como se presenta arriba, se ha descubierto también en los hombros de las estatuas gigantescas de las Islas de Pascua (en medio del Océano Pacífico), que son parte de un continente sumergido. Este resto se describe como: “un territorio densamente cubierto de estatuas ciclópeas, los vestigios de la civilización de un pueblo numeroso y culto”. Entonces, cuando Subba Row nos dice lo que había encontrado en los antiguos libros hindúes, según los cuales los adeptos antiguos de la India habían aprendido los poderes ocultos de los atlantes, se deduce, lógicamente, que los habitantes de las Islas de Pascua recibieron su división septenaria de los atlantes, así como nuestros adeptos de la “Isla Sagrada.” Esto debería dirimir la cuestión.
Dicha cruz Tau es siempre septenaria, bajo cualquier forma, es poliédrica, a pesar de que la idea principal es siempre una.
¿Qué son los oozas (ojos) egipcios, los amuletos llamados: “el ojo místico”, sino símbolos de lo mismo? Están los cuatro ojos en la hilera superior y tres más pequeños en la inferior. O de nuevo: el ooza con los siete luths que cuelgan de ahí, “cuya melodía combinada crea un hombre”, dice el jeroglífico. O nuevamente, el hexágono formado de seis triángulos, cuyos ápices convergen en un punto, siendo, así [no image in epub file] , el símbolo de la creación universal, acerca del cual Kenneth Mckenzie nos dice: “los Ppíncipes soberanos del Secreto Real lo usaban como anillo”, sin embargo, ellos no sabían que representaba la creación universal. Si el siete no tiene nexo alguno con los misterios del universo y de los seres humanos, entonces, a partir de los Vedas hasta la Biblia, todas las escrituras arcaicas: los Puranas, el Avesta y los fragmentos que nos han alcanzado, no tienen significado esotérico alguno y deben considerarse como lo hacen los orientalistas: un conjunto de cuentos infantiles.
Es verdad que los tres upadhis del Taraka Raja Yoga son: “los mejores y los más simples”, según la explicación de Subba Row en su breve artículo: “La división septenaria en diferentes sistemas indos”; pero esto sólo en el Yoga puramente contemplativo. Y Subba Row agrega: “Aunque hay siete principios en el hombre, existen sólo tres upadhis distintos, en cada uno de los cuales su Atma puede trabajar independientemente del resto. El adepto puede separar estos tres upadhis sin matarse a sí mismo. Él no puede separar los siete principios, el uno del otro, sin destruir su constitución”. Decididamente no puede. Esto es válido sólo con respecto a sus tres principios inferiores: el cuerpo, su prana y linga sarira (que en vida) son inseparables. El resto puede ser separado por no constituir una necesidad vital, sino mental y espiritual. En lo referente a lo que Subba Row observa en el mismo artículo, objetando al hecho que el cuarto principio “está incluido en el tercer kosa, pues dicho principio es únicamente un vehículo del poder de la voluntad, que es sólo una energía de la mente”, le contesto que así es. Sin embargo, como los atributos superiores del quinto, (Manas), constituyen a la tríada original y sólo las energías, los sentimientos y los deseos terrestres son los que quedan en Kama loka, pregunto: ¿qué es el vehículo, la forma astral, que los transporta como bhoota hasta que desaparecen, lo cual puede tardar siglos? ¿Puede la “falsa” personalidad o el pisacha, cuyo ego está constituido, precisamente, de todas estas pasiones y sentimientos terrenales, quedar en Kama loka y, ocasionalmente, aparecer sin un vehículo sustancial, por etéreo que sea? ¿O deberíamos, quizá, abandonar los siete principios y la creencia de que existe algo como un cuerpo astral y un bhoot o un fantasma?
Por supuesto que no. Pues, el mismo Subba Row explica, una vez más, cómo, desde el punto de vista hindú, el quinto inferior o Manas puede reaparecer después de la muerte, observando, muy exactamente, que es absurdo llamarlo un espíritu desencarnado. Pues, como él mismo dice: “es simplemente un poder o fuerza que conserva las impresiones de los pensamientos o las ideas del individuo en cuya composición entró originalmente. A veces llama en su ayuda al poder Kamarupa, creando para sí alguna forma particular etérea”.
Ahora bien, esto que: “a veces llama en su ayuda” a Kamarupa y el “poder” homólogo, ya constituyen dos principios y podríamos llamarlos dos “poderes.” Después tenemos a Atma y a su vehículo, Buddhi, cuyo total es cuatro. Con los tres que han desaparecido en la tierra, obtenemos siete. ¿Cómo podemos, entonces, hablar del espiritismo moderno, de sus materializaciones y de otros fenómenos, sin recurrir al septenario?
Vamos a citar a nuestro amigo y hermano, muy respetado, por última vez, pues él dice que: “nuestros filósofos arios han asociado siete poderes ocultos con los siete principios (en el hombre y en el kosmos) y estos siete poderes ocultos corresponden o son las contrapartes, en el microcosmo, de los poderes ocultos en el macrocosmo”, una frase muy esotérica. Es casi una lástima que las palabras inoportunas pronunciadas en una conferencia, por interesante que sea, se hayan publicado sin revisión.
H. P. Blavatsky
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