Kitabı oku: «Por qué se suicida un adolescente», sayfa 2

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Suicidio y subjetividad

El suicidio es, entonces, el acto de ruptura por excelencia con el Otro simbólico que sirve de soporte al lazo social, y dicho acto no es pensado desde el psicoanálisis como una realidad externa al sujeto, sino, más bien, interna. Si bien tanto el pasaje al acto suicida como al acto criminal no deben ser pensados por fuera de su realidad social y sin duda se trata de hechos sociales, ambos son impensables para el psicoanálisis por fuera de su relación con la subjetividad. Por esta razón, en nuestro libro una de las preguntas centrales es la siguiente: ¿qué clínica del pasaje al acto suicida es posible y cómo responder a quienes vienen a vernos con intención latente o manifiesta de suicidarse?

Todo intento de suicidio es logrado desde el punto de vista subjetivo, mas no desde el punto de vista objetivo. Cada atentado contra sí mismo, buscado consciente o inconscientemente, tiene efectos devastadores en la subjetividad, y se habla de “intento” o de “gesto suicida” por el hecho de que el daño producido, como lo afirma el padre de la sociología y contemporáneo de Freud, Émile Durkheim, es “obra de la víctima misma […]”. (1)

Es difícil encontrar un ser humano en quien alguna vez en la vida no hayan surgido impulsos suicidas expresados en la consciencia en ideas autodestructivas, como tampoco estados de ira consigo mismo y con el otro, de tristeza, de angustia, arrebatos peligrosos o estallidos de desesperación. En no pocos casos, estas reacciones afectivas se producen sin que exista proporcionalidad entre el afecto desencadenado y la causa objetiva. Freud hace referencia, por ejemplo, a lo que denomina “la susceptibilidad psíquica de los histéricos, que ante la menor desatención reaccionan como si de una mortal ofensa se tratara”. (2)

Esa “susceptibilidad” exagerada se debe comúnmente a motivos que, por haberse ido poco a poco acumulando en la memoria inconsciente, actúan como material detonante, que se sirven del último pretexto para que se produzca un estallido o se desencadene un arrebato. Debe tenerse claro, clínicamente, que la última e “insignificante molestia” no es la que produce el llanto convulsivo, lo que llaman en algunas mujeres la “pataleta”, “el ataque de desesperación y el intento de suicidio, […]”, (3) sino los recuerdos despertados “de múltiples e intensas ofensas anteriores, detrás de las cuales se esconde aún el recuerdo de una grave ofensa jamás cicatrizada, recibida en la infancia”. (4)

De lo que se acaba de exponer se deduce, a manera de conjetura, que la verdadera causa del suicidio no es externa, como supone Durkheim, sino fundamentalmente interna; por lo tanto, no hay que buscarla en los motivos presentes: un fracaso amoroso, la pérdida de un ser querido, la quiebra de un próspero negocio, un desplazamiento violento, el rechazo sistemático o espantosos reproches de consciencia. Pequeñas discusiones en una pareja, insignificantes mortificaciones de la actualidad, a veces detonan agresiones letales, serios intentos de suicidio o lo que suele llamarse “gestos suicidas”, y una afección del sentimiento de vida que debilita el disfrute de las pequeñas cosas y el regocijo de encontrarse cada día con un nuevo amanecer.

El suicidio o el intento de suicidio también pueden ser el desenlace de un conflicto psíquico grave o la puesta en acto de intenciones ocultas contra sí mismo, las cuales, por ser demasiado íntimas, no pueden ser apreciadas desde fuera y menos “por medio de aproximaciones groseras” (5) como las que suelen hacerse. Durkheim tiene razón cuando afirma, en el texto citado, que las intenciones íntimas pueden “sustraerse hasta la misma observación interior”, pues no solo existen las intenciones conscientes de suicidarse, sino también las inconscientes, y estas últimas son las más dominantes, por ser del orden pulsional.

El psicoanálisis ha descubierto, clínicamente, una común

[…] participación inconfesada de la propia voluntad del sujeto en numerosos accidentes graves, que de otro modo hubieran sido adscritos a la casualidad. Este hallazgo del psicoanálisis viene a hacer aún más espinosa la diferencia entre la muerte por accidente casual y el suicidio, tan difícil ya en la práctica. (6)

El mismo Durkheim, para quien el inconsciente supuestamente no existe, dice lo siguiente:

El soldado que corre a una muerte cierta para salvar a su regimiento no quiere morir y no es el autor de su propia muerte, pero ¿acaso no es el autor de su propia muerte en la misma medida que el industrial o el comerciante que se suicidan para escapar la vergüenza de una quiebra? (7)

Sin duda, las tres figuras evocadas quieren inconscientemente morir, pero la estrategia para lograrlo es diferente: el soldado lo hace en nombre del heroísmo del combatiente, mientras los otros dos trabajaron, sin darse cuenta, para quebrarse, perder su lugar de prestigio en la familia y en la sociedad, luego deprimirse y enseguida cometer el acto suicida. Agrega Durkheim que “otro tanto puede decirse del mártir que muere por la fe, de la madre que se sacrifica por su hijo, etc.”. (8)

Los ejemplos que Freud nos trae de suicidios, accidentes o daños al propio cuerpo tolerados inconscientemente son múltiples. Entre ellos está el de aquel oficial que cae del caballo durante un concurso hípico entre oficiales y poco después muere a causa del impacto. Antes del concurso, el oficial había sufrido la pérdida de su madre y se encontraba presa de “una profunda desazón”, “le sobrevenían crisis de llanto estando en compañía de sus camaradas, y a sus amigos íntimos les manifestó hastío por la vida”. (9)

También se le ocurrió al oficial la descabellada idea de abandonar el servicio, con el objetivo de ofrecerse para ir a combatir a África, en una guerra que para nada le parecía interesante. Pese a haber sido un arrojado jinete, había decidido evitar montar mientras le fuera posible, pero no esquivó el concurso referido, seguramente por cuestiones de conveniencia. Antes de la competencia, “exteriorizó un mal presentimiento”, y dado el estado psíquico del sujeto, sostiene Freud al respecto que si se tiene en cuenta su concepción del suicidio inconscientemente buscado, “no nos asombrará que ese presentimiento se haya cumplido”. (10)

He aquí la argumentación de Freud referida a la afirmación que se acaba de evocar. “Me objetarán: es cosa obvia que un hombre con semejante depresión nerviosa no atinara a dominar el animal como lo hacía hallándose sano”. (11) Freud le da su acuerdo a esta presunta opinión opuesta a su planteamiento, pero agrega: “sólo que yo buscaría en el propósito de autoaniquiliación que aquí hemos destacado el mecanismo de esa inhibición motriz por ʻnerviosismoʼ”. (12) No maniobró en la conducción del caballo como seguramente lo había hecho antes muchas veces gracias su amplia experticia como jinete, cuestión que da cuenta de la incidencia de un propósito externo a la consciencia, pero interno al sujeto, o sea del orden del inconsciente.

Ninguno de nuestros actos cotidianos son plenamente conscientes y tampoco obedecen, en su totalidad, al gobierno de la parte racional del yo; de ahí que no faltará en ellos cierto grado de insensatez y todavía más cuando somos influidos por estados psíquicos nada favorables, como el hastío, el aburrimiento, la tristeza, la cólera, la culpa, motivos inconscientes de venganza, los actos fallidos, las maniobras sintomáticas, los olvidos, las omisiones y todo aquello que propicia el daño de sí mismo o de otros.

Diremos entonces que son variadas las formas de suicidarse un adolescente, un joven adulto, una persona madura o mayor de edad. En los adolescentes y en los jóvenes adultos, está el suicido lento de la adicción a la droga, a la comida o a no comer, la exposición al riesgo en los deportes extremos, y está, como ya se ha ilustrado, el suicidio inconscientemente buscado mediante accidentes letales, como el del oficial referido, que sin duda podrían haberse evitado.

Esos y otros accidentes son regidos por la búsqueda inconsciente de la muerte, por ejemplo, el de soldados que se disparan a sí mismos o a compañeros jugando con su arma de dotación suponiendo que no está cargada, pero sin antes tomar la precaución de verificar que en efecto no lo está. Conozco la historia de un niño de no más de diez años que tomó la pistola que el padre imprudentemente había dejado en un lugar visible, y por jugar a disparar, hirió a su hermanita menor y la dejó lisiada para el resto de sus días. Desconozco los antecedentes psíquicos de este acto, pero nada de raro tendría que algo del orden de una retaliación hacia sus padres y hermana por alguna circunstancia familiar de ese momento se hubiera puesto en juego en este aparente accidente fatal como propósito inconsciente de dañar.

En esos casos aparentemente accidentales, siempre habrá que averiguar clínicamente por el estado psíquico del sujeto antes de la situación, pues comúnmente se revela que algo no andaba bien en su vida. Freud sostiene que los accidentes, mortales o no, sobre todo los dirigidos contra sí mismo, suelen ser

[…] producidos por una tendencia constantemente vigilante al autocastigo; tendencia que de ordinario se manifiesta como autorreproche, o coadyuva a la formación de síntomas y utiliza diestramente una situación exterior que se ofrezca casualmente o la ayuda hasta conducirla a la consecuencia del efecto dañoso deseado. (13)

El punto de vista de Freud es que al lado del “suicidio deliberado consciente, existe también una autoaniquiliación semideliberada –con propósito inconsciente– que sabe explotar hábilmente un riesgo mortal y enmascararlo como azaroso infortunio”. (14) Desde mucho antes de Freud formular la pulsión de muerte, ya nos decía que existe una tendencia “a la autoaniquiliación presente con cierta intensidad en un número de seres humanos mayor que el de aquellos en que se abre paso”. (15)

También hay daños que los adolescentes suelen producirse en su cuerpo, mediante cortaduras en las manos, cuando se ven invadidos por un acceso de cólera a causa de alguna reprimenda de los padres, de la negación de un permiso, de una fuerte discusión con ellos o con la pareja, cuando están desesperados, angustiados o tristes, o porque las cosas les han salido mal. Algunos adolescentes indagados en consulta por la función en ellos de la cortadura, señalan que ver fluir la sangre por la muñeca de su mano los tranquiliza e incluso les produce una inevitable sensación de placer.

Las lesiones provocadas a sí mismo, dice Freud que generalmente son el efecto de un compromiso entre un empuje a la autoaniquiliación y

[…] las fuerzas que todavía se le contraponen, y aún en los casos en que realmente se llega al suicidio, la inclinación a ello estuvo presente desde mucho tiempo antes con menor intensidad, o bien como una tendencia inconsciente y sofocada. (16)

Cotidianamente, los clínicos observamos que bajo un estado de alteración afectiva hay jóvenes que a veces salen a la calle en busca de alguien que les dé el menor motivo para hacerse golpear, hacerse matar o matar; es común que después de una discusión con los padres o la pareja, salgan en un vehículo o en una motocicleta a toda velocidad y se estrellen; (17) también los hay que se embriagan y no dejan que otros conduzcan, así que se empecinan en manejar a sabiendas del riesgo que corren. Otros se suben embriagados o drogados a lugares altos, y empiezan a caminar por donde hay posibilidad de caer y sufrir heridas mortales en el cuerpo.

Cuando hay guerra, vemos que no pocos jóvenes se ofrecen como voluntarios y parten entusiasmados al campo de batalla, sabiendo que pondrán en juego la integridad personal. No es del todo cierto que a niños y adolescentes los obliguen a entrar a hacer parte de bandas delincuenciales o de grupos armados ilegales. Sabemos también que no todos los que engrosan las filas del ejército lo hacen obligados por el cumplimiento de un deber patrio, pues no pocos, como se dice en el argot popular, “se regalan”, y lo hacen a sabiendas que pueden ser enviados a zonas de alto riesgo. Una vez ingresados, a no pocos les gusta ser tenidos en cuenta para hacer “vueltas”, si se trata de la banda, o ir a zonas en donde exista “movimiento”, si se trata del ejército. En conclusión, el empuje a la autoaniquiliación es algo que suele estar presente inconscientemente en no pocas acciones humanas que conducen al daño de así o del otro. La pulsión autodestructiva busca satisfacerse en los seres hablantes por las vías menos esperadas y aparentemente accidentales.

1- Émile Durkheim, El suicidio, Madrid, Akal, 1982, p. 12.

2- Sigmund Freud, La etiología de la histeria, vol. 1, Madrid, Biblioteca Nueva, 1972, p. 314.

3- Ibid.

4- Ibid.

5- Durkheim, El suicidio, op. cit., p. 13.

6- Sigmund Freud, Múltiple interés del psicoanálisis, vol. 5, Madrid, Biblioteca Nueva, 1972, p. 1853.

7- Durkheim, El suicidio, op. cit., p. 13.

8- Ibid.

9- Freud, Psicopatología de la vida cotidiana, op. cit., p. 178.

10- Ibid., p. 179.

11- Ibid.

12- Ibid.

13- Ibid., pp. 867-868.

14- Ibid., p. 177.

15- Ibid.

16- Ibid., p. 178.

17- En una emisora nacional se emitió la noticia de que, en la Ceja, Antioquia, un joven se estrelló en su motocicleta contra otra en la que viajaban sus padres y murió instantáneamente, mientras ellos resultaron gravemente heridos. Aparentes casualidades como esta son las que, a juicio de Freud, involucran una intención inconsciente, con el agravante de que el joven no se estrelló contra una moto cualquiera, sino contra la de sus propios padres que transitaban por el mismo lugar. Otras muertes en moto, anunciadas ese mismo día, fueron por golpearse contra un poste o una baranda de seguridad, o sea que no se trató de nada del orden del azar, sino de exceso de velocidad e imprudencia de los conductores, factores que indican la búsqueda inconsciente de un daño a sí mismos.

Pasaje al acto: entre clínica y teoría
Introducción

En este capítulo, la reflexión se orienta a una primera formulación teórica y clínica, tanto del pasaje al acto como del acting-out, la cual se irá profundizando cada vez más a medida que se avanza en el análisis del problema. Se enfatiza en la íntima relación del pasaje al acto con la pulsión y del acting-out con el Otro, y de igual manera se alude a las motivaciones psíquicas diversas que son puestas en juego en cada situación en donde el movimiento de la emoción se introduce de una forma que puede ser más o menos trágica.

La íntima relación del pasaje al acto con significantes como “impulsión”, “impulsividad”, “ansiedad”, “brutalidad”, “inmotivación”, “ruptura”, “caer”, “arrojarse”, “ser arrojado” o “verse arrojado” y la evocación de una discontinuidad con respecto al modo como se ha vivido implica que, desde las primeras aproximaciones a dicho concepto, se evidencia la puesta en acto de una pulsión en escenas demostrativas. De acuerdo con estas connotaciones preliminares propias de la urgencia implicada en el pasaje al acto, “la orientación clínica será por tanto reinstalar al sujeto en su relación con el Otro simbólico”. (1) Aquí, “reinstalar” quiere decir involucrarlo a partir de la localización de los significantes amo que le han servido de ordenamiento en el campo subjetivo y social, aquellos que le han servido de protección subjetiva.

Dice el colega Pablo Muñoz que Jacques Lacan realiza una subversión “de la noción criminológica y psiquiátrica de pasaje al acto”, (2) que resume en cuatro puntos:

1. Le da consistencia clínica en oposición a su función “descriptiva de conductas desviadas, violentas, criminales, delincuenciales […]”. (3)

2. Si bien no rompe con la dimensión brutal que lo caracteriza, en lugar de reducirlo a una conducta desviada o desadaptada, precipitada por una relación estímulo-reacción, se pregunta por el lugar del sujeto en juego, por el objeto y el Otro.

3. El aspecto más original del abordaje lacaniano del pasaje al acto es el del “estrecho e íntimo vínculo con la angustia […]”. (4)

4. Es gracias al vínculo con la angustia, que “el pasaje al acto como concepto psicoanalítico pierde sus referencias criminológicas, morales y psiquiátricas”. (5)

De la orientación inconsciente hacia el daño de sí

Dice Sigmund Freud que el

[…] automaltrato, que generalmente tiene la estructura de un acting-out en aquellos casos en que no se propone una completa autodestrucción como finalidad, sino más bien un llamado al Otro, no tiene en nuestro estado de civilización actual más remedio que ocultarse detrás de la casualidad o manifestarse imitando el comienzo de una enfermedad espontánea. Antiguamente era signo usual de un duelo y podía ser expresión de ideas de piedad y renunciamiento al mundo. (6)

No son pocos los seres humanos en quienes, por distintos medios, se evidencia una tendencia a la autodestrucción, manifestando cierto furor contra la propia integridad y la propia vida, un cierto desprecio del cuidado de sí y el empecinamiento compulsivo en hábitos de vida nada saludables. Esta tendencia inconsciente a la autodestrucción –que, por cierto, contradice la idea del cuidado de la vida como valor fundamental– aprovecha momentos de debilitamiento existencial y alguna culpa inconsciente que empuja hacia el autocastigo, para ponerse en escena bajo la forma del daño.

Los daños autoinflingidos comúnmente son una transacción entre el impulso autodestructivo “y las fuerzas que aún actúan contra él. También en los casos en que se llega al suicidio ha existido anteriormente, durante largo tiempo, dicha inclinación, con menor o mayor fuerza o como tendencia inconsciente y reprimida”. (7) O sea que no se suicida sino aquel en quien ha existido una fuerte inclinación autodestructiva; de ahí que, al momento de llevarse a cabo el pasaje al acto suicida, es seguro que ya se habrán producido distintos movimientos orientados contra sí mismo de un modo real o simbólico.

Tanto la intención inconsciente de suicidarse como la intención consciente “escoge su tiempo, sus medios y su ocasión”. (8) Son numerosos los casos de desgracias que parecen casuales o debidas a la mala suerte; por ejemplo, accidentes automovilísticos o peatonales, tropiezos en la calle que producen caídas con graves daños en el cuerpo, heridas causadas a sí mismo o a otros por estar limpiando un arma de fuego o jugando con ella. Esto suele suceder en el ejército y en las casas de familia en donde imprudentemente se dejan armas al alcance de los niños. En estos casos, los lejanos pueden interpretar el acto como algo accidental, pero algunos de los cercanos pueden llegar a reconocer íntimamente que las circunstancias en que ocurrió “justifican una sospecha de suicidio [o de homicidio o intento de homicidio] inconscientemente tolerado”. (9)

Inspirados en el texto de Freud Contribuciones al simposio sobre el suicidio, (10) podemos afirmar que los suicidios infantiles y juveniles los podemos encontrar en cualquier nivel educativo –en la escuela primaria, en la secundaria, en la universidad, en las instituciones técnicas– y también en las empresas, como sucedió en 2005 en France Télécom, en París, donde 24 personas se suicidaron en las oficinas de la empresa, pero ya había sucedido también en la Renault, en la Peugeot y en la Educación Nacional. (11)

La interpretación de Freud hace más de 108 años sobre los suicidios de los escolares es la siguiente: “que el colegio reemplaza ante sus educandos aquellos traumas que otros adolescentes experimentan en sus particulares condiciones de vida”. (12) En la actualidad, en algunos niños, sobre todo en aquellos que son tímidos, temerosos, que por habitarlos cierta cobardía viven con miedo de todo, y por no ser osados y despiertos fácilmente experimentan exclusión y rechazo, y suelen ser asediados y sometidos a diversas humillaciones por sus camaradas. Estas circunstancias de maltrato y violencia escolar pueden llegar a convertirse en detonantes de suicidio.

A propósito del suicidio de los trabajadores de France Télécom, dice el filósofo Bernard Henri Lévy que “un suicidio es un misterio. Por supuesto que nada es más azaroso, peligroso, incluso odioso, que querer interpretar, a posteriori, actos a menudo sin palabras y que eligen, en esos casos, ocultarse tras su propio secreto”. (13)

El suicidio de un ser humano, se lleve a cabo individual o colectivamente, es un misterio sin solución, algo frente a lo cual no hay vacuna que funcione. Cada vez que se trata de una epidemia en donde está involucrada la subjetividad, el modelo epidemiológico para explicarla e intervenirla se queda muy corto, pues ataca la causa objetiva y deja intacta la causa subjetiva, que nunca es univoca, sino múltiple y variable. La variable desconocida del suicidio exige ser despejada de manera muy cauta, nadie tiene la solución con respecto al mismo, y habrá que pensar detenidamente qué posibilidades hay de prevenirlo tanto a nivel subjetivo como familiar, social, educativo, e incluso empresarial. Nada de lo que se diga del suicidio logrará despejar el misterio inefable que alberga.

Con respecto a la cuestión preventiva, Freud señala que una institución educativa –agreguemos también la institución familiar–,

[…] ha de cumplir algo más que abstenerse simplemente de impulsar a los jóvenes al suicidio: ha de infundirles el placer de vivir y ofréceles apoyo y asidero en un periodo de su vida en el cual las condiciones de su desarrollo lo obligan a soltar los vínculos con el hogar paterno. (14)

Hay dos recomendaciones que hace Freud a la escuela, en el texto que se acaba de citar, para prevenir el suicidio en los niños y adolescentes: que les infunda a sus alumnos el placer de vivir y les ofrezca asidero, es decir, puntos de anclaje. Mientras asisten a las aulas de clase, suele producirse, en la actualidad, algo que a niños y adolescentes los confronta: que se encuentran en trance de soltar sus vínculos paternos, quedando el niño en cierto desamparo a nivel simbólico. Dado que estos vínculos se sueltan en nuestro tiempo cada vez más rápido, la responsabilidad de la escuela, y con ello de sus educadores, se vuelve más grande.

Las identificaciones simbólicas que ofrecen los padres como sostén suelen entrar, desde la secundaria, en un proceso inevitable de caída estrepitosa, pues dejan de servirle para responder a los enigmas referidos al sexo y a las incertidumbres subjetivas relacionadas con el deseo, cuestión que, al dejar al adolescente sin brújula, hace que este caiga tanto más fuertemente cuanto más débil sea a nivel psíquico, asunto que se constituye en el momento propicio para la entrada del adolescente en distintas modalidades de sufrimiento subjetivo, en donde lo “personal, íntimo, indecible, inconfesable […]” (15) viene a incidir, de manera forzosa, en las decisiones que en ese momento tome con respecto a su vida.

Las identificaciones a los significantes amo familiares y sociales suelen aflojarse con la entrada en la pubertad e incluso desde antes, y con ello el futuro adolescente queda sin una orientación que le sirva de soporte simbólico, siendo ahí donde queda al borde de caer en un vacío que lo conduce a elecciones que pueden ser letales. Las posibilidades de contrarrestar elecciones del adolescente que pueden conducirlo a lo peor para sí, para la familia y la sociedad son cada vez más precarias en nuestro medio, pues las ofertas sublimatorias por parte del Estado que nos rige son mínimas: se prefiere invertir más en seguridad policial, que en seguridad humana.

Otro elemento que Freud introduce en el texto citado con respecto al colegio y que es importante evocar, porque hoy más que nunca tiene vigencia, consiste en que queda muy a la zaga de cumplir la misión de inculcar el placer de vivir y el amor por la vida, pues en lugar de inventar estrategias para educar en esta dirección, se ofrece educación para todos y de la peor calidad. El Estado les exige a los docentes de primaria y secundaria implementar programas de intervención y prevención contra los males de la sociedad actual: consumo de droga, violencia intrafamiliar, violencia escolar, criminalidad y suicidio, como si la escuela fuera una panacea que tiene en sus aulas el remedio contra todas las enfermedades del vínculo social. Entre tanto, la mayoría de los docentes, sobre todo los que trabajan en colegios públicos, se quejan, se agotan, se enferman física y psíquicamente, se sienten impotentes, desencantados de su profesión, pasando a transmitir a los estudiantes más su depresión, falta de entusiasmo y frustración, que un amor al saber que esperan les sea supuesto por los muchachos.

No son pocos los docentes que dicen vivir aburridos, estresados, angustiados, y que desencadenan enfermedades psicosomáticas o, como hoy se dice, “autoinmunes”. Esto suele ser atribuido a la presión a la que viven sometidos por parte de las autoridades educativas, y también a la decepción de su profesión, debido a lo poco que es valorada. Es desesperanzador el desgano generalizado de los profesores, la desidia de los escolares, su actitud desafiante y a veces violenta, sin contar los usuales improperios de los padres, e incluso las amenazas de actores armados cuando la labor es desempeñada en barrios populares o en regiones en donde las bandas delincuenciales ejercen un poder alterno al del Estado.

El fenómeno de la falta de solidaridad entre los profesores y compañeros de trabajo de una misma institución educativa o empresa, es otra cuestión que se ha vuelto común y cada vez se agudiza más con la evaluación del desempeño. La evaluación se presta, por ejemplo, para arreglo de cuentas por celos, envidia, rivalidades y anhelo de poder. Las formas de presión a las que en la actualidad están sometidos los docentes y los empleados de empresas son diversas. No conozco estadísticas sobre los niveles de suicidios en los docentes colombianos ni en aquellos que se ocupan de atender institucionalmente los problemas de salud mental, pero hay suicidios, adicción al alcoholismo, a la droga y al consumo de antidepresivos y ansiolíticos, hay desencadenamientos de psicosis y de neurosis, no pocas urgencias subjetivas y acting-out. A este nivel tenemos no pocos casos de sujetos que se sirven de su profesión de docentes –igual que no pocos religiosos– para poner en acto sus rasgos perversos con los alumnos, que puede ser un modo de suicidarse profesionalmente, en caso de ser denunciados y declarados responsables de violencia sexual o de acoso.

Por su parte, los asalariados, algunos de los cuales llegan hasta el suicidio, como acontenció con los de France Télécom, aparte de en muchos casos no contar con estabilidad laboral, también están sometidos a distintas formas de presión, por ejemplo, el acoso laboral, el acoso sexual, el miedo a perder el empleo, que no era tan evidente antes como lo es ahora. Se ha vuelto imprescindible, en el universo de la empresa, la instauración de un discurso gerencial que abarca “una cultura de la evaluación”, sobre la que distintos autores han “advertido, […], que se trataba, literalmente, de una cultura de la muerte y para la muerte”. (16) Dentro de este fanatismo de la evaluación, puesta al servicio del imperativo de la producción, que domina hoy en todas partes en donde se desarrolle una actividad que por encima de cualquier consideración humana deberá aportar plusvalía, no se juega más a la vida en ningún lado, sino a la muerte, pues el imperativo de la producción impone una inhumanidad absoluta, como sucedería con cualquier imperativo de tipo teocrático.

Dice Lévy que se ha producido una caída estrepitosa

[…] de los sistemas de solidaridad que, en otros tiempos, hacían de almohadilla y que esta ideología de la evaluación, es decir la de las competencias individuales, es decir, la del cada uno a lo suyo y la del camina o revienta, ha desbastado metódicamente: ¿cuántos obreros desmoralizados, debilitados, desfallecidos eran protegidos antiguamente por los compañeros?, […], ¿cuántos empleados, hasta hace unos años, han estado a punto de abandonar pero se han mantenido a toda costa en el circuito gracias a una cadena de amistad y de ayuda mutua?, todo eso ha volado en pedazos […]. (17)

Dado que se ha impuesto el individualismo del cada uno por su lado y del “sálvese quien pueda”, y esto se ha vuelto más fuerte que valores como la lealtad con el compañero, con el jefe inmediato y viceversa, pues cada uno busca salvar su pellejo a como dé lugar y obtener una evaluación alta de rendimiento a costa de lo que sea, muy poco en el orden de la solidaridad y de la amistad con lealtad nos queda actualmente en la era de la depresión, la angustia, la guerra, el crimen y el suicidio.

Lo que queda hoy como resto de la competencia desencadenada por el fanatismo de la evaluación es un profundo sentimiento de soledad, un cansancio crónico, la falta de disfrute del trabajo asalariado y cierta desesperanza que enferma psíquica y físicamente, y evoca la búsqueda de la muerte por algún medio. Algunos estarán pensando que soy demasiado apocalíptico, que las cosas no hay que llevarlas a extremos tan desesperanzadores, pero tratándose del abordaje de la pregunta por el pasaje al acto y el daño de sí, creo que no puede ser de otro modo. En este capítulo, la pregunta no es por cómo cada uno puede ser feliz, ni por cómo amar la vida y el trabajo para nunca buscar dañarse a sí mismo, sino que se trata de mostrar por qué un ser hablante, único ser que se suicida, busca el daño de sí por distintos medios y haciendo uso de diversas estrategias subjetivas.

Ahora bien, no siempre quienes se suicidan tienen antecedentes de depresión, melancolía o hastío de vivir. Esos “24 desesperados de France Télécom no eran ni particularmente vulnerables, ni oficialmente deprimidos, ni notoriamente desgraciados en su familia, en sus hogares, o en el amor”. (18) No parecía entonces haber entre ellos, por ejemplo, melancólicos; no se sabe cuántos estaban tomando medicamentos psiquiátricos o tranquilizantes, cuestión muy común hoy entre los franceses y cada vez más entre nosotros, pues cualquier malestar se quiere resolver químicamente.

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