Kitabı oku: «Tú disparaste primero», sayfa 3

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Lía se notaba más agarrotada que cuando iba al gimnasio cada día para fortalecerse. En tan solo cuarenta y ocho horas había trabajado más que en los últimos tres meses. Debía cuidar del niño, del enorme ático y del dueño de éste. Debía tenerlo todo limpio, recogido y bien cuidado, a la par que debía estar con los ojos bien abiertos.

Nada podía escapársele. Un fallo y Brandon podía terminar muerto.

No fue fácil acostumbrarse a aquella nueva vida, sobre todo las primeras horas. El ritmo frenético, el tener mil cosas que hacer al mismo tiempo cuando al reloj le faltan horas, el dormir poco…

Por eso, Lía siempre había admirado a las madres solteras. Y a esas amas de casa que se quedaban cuidando de sus dos o más hijos mientras preparaban la comida, intentaban que el baño estuviera limpio y que el perro no manchase de barro el sofá.

Por Dios, era como regresar a sus tiempos de novata, donde cargaba con todo a sus espaldas, cuando sus tareas eran pesadas y casi siempre doblaba turnos.

Sólo que allí no podía ir al bar a por una taza de té y empaparse con la cháchara de sus compañeros, que alardeaban de lo buenos que eran y de las ganas que tenían de ser ascendidos. Quién le diría que echaba las bromas sobre pistolas y esposas que le hacían desde que llegó.

Por suerte, Brandon era un niño muy bueno que sólo comía, dormía y, de vez en cuando, dejaba que se le hicieran carantoñas y se le arrancase alguna que otra risotada. Solo lloraba cuando los dientes le molestaban, pero con un mordedor se tranquilizaba a los minutos.

Lía estaba segura de que el pequeño sabía que faltaban sus padres y estaba triste por ello, pero no quiso agobiar a McBane con aquello.

En cuanto a Patrick McBane, Lía comprendía que Lorraine le dijese que era un hombre de hierro, casi inexpresivo. Apenas le había visto sonreír en esos dos días, aunque era lógico dada la pérdida. Por suerte, parecía adorar al pequeño, si bien seguía estando visiblemente incómodo cuando trataba con Brandon.

Ellos se llevaban mínimamente bien, pues cuidar de un bebé unía muchísimo, sobre todo de madrugada, cuando los llantos eran más fuertes. Por ahora se turnaban.

Dado el poco tiempo que se conocían, el poco rato que compartían juntos y las pocas ganas que Patrick tenía de relacionarse con Lía, ninguno de los dos osaba pasar de una relación meramente cordial.

El teléfono móvil sonó y corrió hacia él, prácticamente lanzándose sobre la mesa auxiliar donde lo tenía. Brandon estaba echándose una siesta, despertarlo en ese momento lo dejaría agotado para el resto de la tarde.

No necesitó mirar el identificador de llamadas, Michael tenía un tono exclusivo para él.

—Salas.

—¿Cómo están las cosas por el ático?

La voz masculina sonó tan profesional como la que había usado ella para saludarle. Se incorporó del sofá, resoplando, y se acercó a las ventanas. Observó la ciudad durante unos segundos, en silencio.

—Todo está muy tranquilo. El conserje sube la compra y todo lo que necesito, así que no tengo necesidad de salir de aquí. Llevo encerrada con Brandon desde que me contrató.

Pronto tendría que salir. Brandon necesitaba no permanecer recluido y ella ansiaba la libertad.

—Eso está bien, al menos el niño no está expuesto —el comisario Michael Quinn rumió antes de resoplar.

—Está genial… pero creo que me volveré loca si no me toca el aire en breve.

—La azotea está limpia.

Lía puso los ojos en blanco. Michael apenas le había prestado atención, su única prioridad era mantener los parámetros de seguridad bajo control. Era de agradecer saber que fuera del apartamento todo marchaba sobre ruedas, si bien en esos momentos necesitaba más al amigo que al superior.

—Nadie podrá descender desde ella hasta las ventanas. Tenemos los edificios colindantes llenos de francotiradores. Si ven algo extraño, dispararán con silenciador —siguió explicando.

Michael tenía a sus hombres vigilando las cámaras de seguridad, pero no había grabaciones de la azotea. Antes era un helipuerto, pero cuando McBane y el vecino del ático de al lado compraron sus viviendas, estipularon que no estaban dispuestos a tener algo semejante sobre sus cabezas. Y con eso, se quitó todo lo relativo con la seguridad, pues ya nadie tenía acceso a aquella parte del edificio.

Así que había que tener gente especializada movilizada. Lía lo veía excesivo, pero era una mandada. Si alguien se metía en líos por poner tantos efectivos en el campo, sería Michael, no ella. Aún así, no quería que reprimieran a su amigo.

—¿Has mandado revisarla? Quizá sería más eficaz…

Y más barato. ¿Cuánto estaría costando esa vigilancia con semejante armamento?

—Cualquier precaución es poca, Salas —que se dirigiera a ella por su apellido, le dijo a Lía por qué estaba siendo tan distante. Estaba acompañado de alguien importante que escuchaba la conversación—. Sé que has comprobado que no hay micrófonos en el ático, pero… ¿crees que podrían dejar alguno en el maletín de McBane?

Antes de poder responder, una nueva llamada entró por la otra línea. Tenía que contestar. Por poco entró en pánico al ver que se trataba de Patrick.

—Todo limpio por aquí. Revisaré ese maletín en cuanto me sea posible. Pero no te prometo nada… No tenemos tanta confianza el uno en el otro todavía. No puedo entrar en su dormitorio, así como así, cuando él está aquí. Tengo que colgar —fue rápida, no le dio opción a rebatir—. ¿Diga?

—Lía —la voz sin tono concreto de McBane llegó hasta ella—. ¿Cómo va todo?

—Está todo muy tranquilo por aquí —y era cierto. Las palabras de Michael validaban su opinión—. Brandon está dormido. Si dentro de media hora no se despierta, lo haré yo para que se tome la fruta.

—Bien… Tengo una reunión, pero intentaré llegar pronto para ayudarte a bañarlo.

—No se preocupe, puedo hacerlo sola sino —se llevó el teléfono a la galería posterior a la cocina y terminó de sacar la ropa de la lavadora, sosteniendo el móvil con la ayuda del hombro contra la oreja.

Patrick rezongó, pero aceptó. Al fin y al cabo, ella estaba allí para cuidar de Brandon. Por una tarde que no estuviera presente mientras lo bañaba, no pasaba nada.

Aunque colgó pronto, a los pocos segundos, McBane volvió a llamar y Lía no pudo evitar responder, casi riendo por lo nerviosa que se estaba poniendo:

—¿Ahora qué?

Quiso meter la cabeza en la secadora. Podía ser joven y alocada, pero se suponía que respetaba a McBane. No podía hablarle de aquel modo. Debería recordar el protocolo y mantener su papel a la perfección. Dejar salir a la verdadera Lía no era buena idea.

—Disculpe…

—No te disculpes, me gusta que seas tan natural —sus palabras la sorprendieron—. De hecho, quería preguntarte… ¿Crees que podrías tutearme?

—¿Cómo… dice?

Patrick sonrió mientras observaba Londres extenderse al otro lado de la ventana de su amplío despacho.

Había algo en aquella pregunta, formulada con un leve tartamudeo de lo más adorable, que lo había hecho olvidar por un segundo que había una daga clavada en su pecho, hundiéndose milímetro a milímetro, arrancándole constantes muecas de dolor que debía esconder del mundo. Un mundo que se compadecía de él y lo miraba como si fuera un perdedor.

Como si una fuerza sobrehumana lo obligase a ello, miró la fotografía de Felicia por encima del hombro. Él no la había tomado, ni siquiera había sabido de su existencia hasta la muerte de su hermana y su cuñado. La había cogido de la casa familiar el otro día, tras la visita del abogado. Tenía varias más, la mayoría estaban guardadas, aunque había un par en el cuarto de Brandon. Pero esa estaba destinada a estar en su oficina. Ver su sonrisa soñolienta y orgullosa mientras sostenía un Brandon recién nacido, le hizo sentir terriblemente solo.

Un recordatorio: ahora tenía que acortar sus reuniones y sus jornadas laborales.

Ella ya no estaba y él usaba a Celia como soplo de aire fresco para olvidar durante unos segundos que estaba en una sala demasiado caldeada, asfixiante. El mismo averno.

Porque era la única que no hablaba de Felicia ni su accidente, aunque seguramente Lorraine ya le habría contado lo sucedido. Era la única que lo trataba como un ser humano normal, haciendo así que, de tanto en tanto, se olvidase que estaba pasando un duelo. No le preguntaba constantemente cómo se encontraba y eso le permitía ser, durante unos segundos, el Patrick McBane de meses atrás.

Lo cierto era que le sacaba de quicio que Lía lo tratase de usted. Patrick apreciaba el modo en que lo hacía sentir y ella seguía hablando como si fuera un director de colegio. Por eso le había pedido, sin dejar ver que estaba rogando, que dejase de ser tan formal. No soportaba que lo hiciera sentir tan mayor, tan importante. No cuando pasaban tantas horas juntos, pues dormían bajo el mismo techo. Si Patrick era partidario de tutearse con sus empleados, dado que pasaban ocho horas o más al día compartiendo oficina… ¿por qué no con la chica interna que lo ayudaba con Brandon? Sería lo correcto, lo justo y lo más agradable.

Esperaba que no la incomodase su petición. Inquieto porque ella no decía nada, se aflojó el nudo de la corbata.

—Pero… pero…

—Por favor, Lía. No voy a dudar de tu profesionalidad sólo porque te tomes una pequeña libertad conmigo.

Cerró los ojos con fuerza, esperando una respuesta…

—¿Patrick?

Lía respiró hondo, aturdida por haberse atrevido a tutearlo tan pronto, tan acostumbrada estaba a las formalidades. Siendo honesta, estaba pasmada por lo bien que sentaba tratarlo como a un amigo más.

Paladeó su nombre. Sólo había osado pronunciarlo en su cabeza, pero en su lengua y en sus labios sonaba distinto. Mucho más pecaminoso y bonito. Como si fuera una melodía tatareada, chocolate fundido cubriendo una fresa, las olas acariciando los pies anclados en la arena…

¿Qué demonios estaba pensando? Ahora sí que iba a meter la cabeza en la secadora.

—Mejor así, Lía. Me gusta.

Y sin decir nada más, McBane cortó la comunicación, dejándola aturdida, mirando la pantalla del smartphone como si fuese una cucaracha.

Terminó de programar la secadora y se apoyó en la pared. Los últimos cinco minutos le habían parecido tan surrealistas y fugaces que dudó que hubiera sucedido de verdad. Incluso tuvo que comprobar el listín de llamadas del teléfono. Estaba allí por un motivo y pensaba cumplir aquella misión costase lo que costase… pero no esperaba sentirse de aquel modo tan extraño.

Fue al dormitorio de Brandon con pasos tambaleantes. Necesitaba alejarse de aquella galería. Era donde había dicho su nombre por primera vez y el eco de su propia voz resonaba entre las cuatro paredes. Quizá observar al niño dormir desharía el nudo que la estrangulaba a la altura del estómago.

¿Por qué se sentía tan confusa?

Cuando abrió la puerta, se encontró con que el pequeño estaba jugando con un peluche. Sonreía, se adivinaba la curvatura de sus labios pese al chupete. Estaba encandilado. Lía notó que los latidos de su corazón recuperaban el ritmo habitual ante la paz que Brandon transmitía.

—¿Te lo pasas bien con el búho, cariño? —le preguntó, acercándose más a la cuna.

Brandon levantó los ojos en su dirección y su sonrisa creció, llegando a soltar el chupete.

—¿Qué te parece si merendamos un poquito mientras miramos los dibujos? —lo tomó en brazos y cogió el búho para ponerlo entre los dos cuerpos—. Y nos llevaremos a tu nuevo amigo…

Los deditos de Brandon cogieron los suaves mofletes del peluche y se rio. Lo dejó en el parque y fue a prepararle una papilla mientras escuchaba su parloteo incesante. Era curioso cómo ya estaba más animado que esa mañana, que apenas gorgoteaba.

Lo colocó en su trona y puso un canal infantil en la televisión para distraerlo. Brandon aplaudió. Sin embargo, en cuanto puso los ojos en el mejunje de frutas y galleta, no apartó la mirada de la comida.

Charló con él mientras le daba la papilla. Brandon le respondía en algún momento —sabía decir algunas palabras, como papá—, otras se reía con sus formas de hacer llegar la cuchara hasta su boca. A veces se negaba a comer, pero cuando veía que Lía fingía llevárselo a la boca, reclamaba la papilla como suya levantando las manos hacia ella. Podía parecer una escena cuotidiana, pero lo cierto era que estaban trabajando en un vínculo.

Después de darle la merienda, vio con él la televisión, jugaron un rato. Una hora antes de bañarlo, lo dejó en el parque para planchar, a su lado, la ropa que había sacado de la secadora minutos atrás. Le explicaba todo lo qué hacía, tan convencida estaba desde siempre que los niños entendían todo lo que los adultos decían.

Cuando vio a Brandon frotarse los ojos, Lía recogió la tabla de planchar. Se estaba haciendo tarde en el horario del niño. Lo tomó en brazos, sabiendo que McBane llegaría tarde y que no iba a contar con él para la hora del baño. Le iba a ser difícil dejar el ritmo de la empresa.

Meneó la cabeza y varios mechones se le escaparon del moño informal que se había hecho por la mañana.

—Vamos a bañarte, pequeñín. Ya verás qué calentita estará el agua…

Brandon parecía encantado con la idea. Golpeaba el agua con los puños, riendo a carcajadas mientras la mojaba.

Escuchó la puerta principal abrirse y luego cerrarse. El corazón se le subió a la garganta, pero siguió hablando con Brandon sin perder tono. Debía ser Patrick. No podía ser otra persona…

A pesar de todo, se maldijo por no poder llevar encima su arma. Le daba seguridad y en caso de emergencia le iría de fábula. El problema era que la pistola se veía demasiado y con ella pegada a la cinturilla del pantalón, nadie se creería que era una simple niñera.

Notó su presencia en el vano de la puerta. Conocía bien su colonia. Era McBane. Seguramente se estaría quitando la corbata, tras haber dejado la chaqueta del traje olvidada sobre el brazo del sofá.

Se relajó un poco. No debía saltar a la mínima y andar pensando con el estómago contraído que no tenía ninguna arma de fuego a mano. Nadie la atacaría por la espalda. Allí dentro estaba más segura que en un refugio antiaéreo gracias a la eficacia de Michael.

Atrapó el labio entre los dientes cuando McBane se agachó a su lado para darle un beso en la cabecita a Brandon. Fue un instante de lo más tierno, roto por una travesura infantil sin mala intención. El bebé empapó su camisa de Armani en un santiamén. Los dos adultos se rieron.

—Así que te gustan las fiestas de camisetas mojadas, eh…

—¡Señor! —ella lo frenó, sacando al niño al fin de la bañera—. No creo que…

Patrick la cortó meneando la cabeza y envolviendo a Brandon en la mullida toalla. Se lo quitó de los brazos, tomando la iniciativa sin darse cuenta.

—Nunca recordará que hemos tenido esta conversación, Lía. Es demasiado pequeño… —en sus ojos danzaba la burla, si bien no habían perdido el fulgor de sufrimiento que los empañaban—. Te prometo que su integridad sigue intacta.

Ella quiso replicar, pero Patrick alzó la mano para apartarle una gota de agua que pendía de su sien. Los dedos masculinos sobre su piel fueron como fuego, un reguero de brasas que conectó directamente con su bajo vientre. Tragó saliva.

—Está bien —se rindió, bajándose las mangas de la camiseta, que también tenía salpicada de agua y jabón—. Usted es aquí el responsable del niño. Yo le cuido, pero la educación corre de su cuenta.

—No pensé que fueras tan dramática…

—¿Puede terminar de arreglarlo usted mientras yo le preparo el biberón?

—Claro, me encargaré de vestirlo —se marchó, dejándola sola en el cuarto de baño, rodeada de vapor.

Lía suspiró. Fue a su dormitorio a cambiarse la camiseta, que estaba calada. Se puso una básica de tirantes y por encima una sudadera que pronto se quitaría. Patrick tenía los radiadores encendidos las veinticuatro horas.

—No quiero que Brandon pase frío en ningún momento —había dicho tras regular el termostato.

Antes de salir, se aseguró de que su revólver seguía en su sitio y respiró más tranquila. Su tapadera seguía intacta. Luego tendría que comprobar que los cerrojos estaban bien echados… y sobre todo, tendría que llegar hasta el maletín de McBane y mirar si había o no dispositivos de escucha.

Una vez preparado el biberón, Lía se dirigió hacia el dormitorio del pequeño mientras lo movía como si fuera una coctelera.

Se encontró sonriendo cuando vio a Patrick terminando de vestir a Brandon. Era adorable observarlos. McBane le explicaba que la reunión que lo había retrasado esa tarde había sido un aburrimiento, lleno de números y gráficos. Ya no parecía tenerle miedo al crío, ni estaba exageradamente tenso cuando lo sujetaba. Lo besaba y hablaba con él con más soltura, incluso había empezado a ser más paciente.

Los dos días que Lía había pasado allí le había estado enseñando cómo cogerlo, cómo cambiarlo de ropa, tan llena de botones y cremalleras. Aquello había fortalecido la relación entre tío y sobrino.

El niño buscaba en él una nueva figura paterna. Si Lía lo sostenía en brazos, estaba encantado; si Patrick hablaba, se removía hasta que era él quien lo cogía y lo acunaba.

Patrick también se encontraba cómodo con Brandon, aunque todavía rezongaba cuando le tocaba cambiar pañales o apenas podía pegar ojo. Algo que posiblemente haría toda la vida, ya que era el lado malo de la paternidad.

Sus miradas se encontraron y Patrick le sonrió.

—¿Por qué no le das tú el biberón y yo pido una pizza para los dos?

4

Patrick cerró el portátil. Se frotó las sienes y los ojos. Se sentía emocionalmente exhausto. Su estómago gruñó, recordándole que no había podido cenar por culpa de aquella videoconferencia de última hora. No podía quejarse, por algo era jefe y tenía el sueldo que tenía. Salió de su dormitorio. Le era extraño refugiarse allí cuando recibía llamadas desde Nueva York o Hong Kong y se encontraba fuera de la empresa. Al fin y al cabo, atisbaba a ver la cama desde su escritorio.

Suspiró y se frotó la nuca mientras recorría, descalzo, la distancia entre su puerta y la del niño. Era casi medianoche y comprobó que dormía a pierna suelta. Sonrió mientras lo arropaba mejor con la sábana. Le acarició la mejilla y se inclinó, haciendo crujir la barandilla de la cuna bajo el peso de sus costillas, para darle un suave beso en el pelo. Brandon se removió pero no se despertó ni soltó su chupete.

Hacía pocos días que lo tenía a tiempo completo en su vida, pero lo quería mucho más que cuando Felicia estaba viva y se veían cada fin de semana. Era su sobrino, no lo olvidaba, pero ahora había más afán protector en su corazón. Más amor, tal vez. Era un sentimiento intenso como ningún otro. Uno que taladra con un gusto dulce, uno que da miedo, pero que a la vez no quieres soltar.

Debía ser algo parecido a lo que había sentido Peter cuando Brandon había nacido.

Patrick se prometió que otra noche en la que hubiera una videoconferencia improvisada, por más urgente que fuera, no pensaba aceptarla. Hong Kong podía esperar al día siguiente. Pero hacer que Brandon se durmiera gracias a él, no.

Salió de la habitación casi caminando de puntillas, guiándose por la tenue luz que llegaba del salón. Fue hacia allí y se pasó una mano por la cara.

Lía estaba dormida en el largo sofá, tumbada de lado, con un brazo cayendo por el borde. Patrick recogió el mando a distancia que había caído al suelo y apagó el televisor. Cogió la caja de cartón que había en la esquina de la mesa auxiliar.

Le había prometido una pizza. La había pedido, pero no había podido ni probarla. Cuando el repartidor había llegado, Brandon seguía despierto y a él le habían avisado de que tenía una videollamada. Lía había cenado sola después de conseguir que el niño se durmiera. Le había dejado más de la mitad de la cena para él. Cerró la tapa de la caja y la miró.

Esa misma tarde había visto a través de su camiseta blanca un poco de su ropa interior, pues se había mojado bañando a Brandon. Y en aquellos momentos, por su postura y lo escotada que era su camiseta de tirantes, tenía un ángulo bastante claro de sus senos.

Patrick se acercó al ventanal con una porción de pizza fría en la mano. Respiró hondo.

No negaría que la chica le parecía guapa, atractiva. No sabría decir si era por el físico, su voz suave o su naturalidad. Le había causado una gran impresión la primera vez que la había visto. Si bien algo en su interior le decía que, de acostarse con Lía, las cosas se torcerían entre ellos.

Porque Lía no merecía ser usada como un desahogo más. Sabía que un polvo con ella no le devolvería a Felicia ni la felicidad que se llevó consigo.

No quería herirla.

La muerte de Felicia había puesto del revés todo su mundo hasta el punto de no creer en el sexo por el sexo.

No se terminó ni siquiera aquel pedazo de pizza. Fue a la cocina y tiró lo que había sobrado de la masa con jamón dulce, atún, aceitunas rellenas y pollo. Regresó al salón y se inclinó para tomar en brazos a Lía, pero algo le hizo dar un paso atrás. Se miró. El deseo era obvio a través de sus pantalones.

Si la tomaba entre sus brazos, si notaba aquellas curvas contra su cuerpo, le haría el amor. Se contuvo mientras una fina capa de sudor le cubría las sienes. ¿Aquello estaba pasando realmente? Era una sabandija. ¿Cómo se atrevía a sentir algo tan impuro como aquello cuando Felicia ya no iba a ser acariciada nunca más?

La despertó con suavidad, poniendo una mano tierna en su hombro. Ella abrió los ojos con varios parpadeos y tardó en enfocarlo. Cuando lo hizo, su entrecejo se arrugó y se incorporó sobre un codo.

Joder, el gesto resaltaba más sus pechos. Controlarse le estaba costando un mundo.

—¿Patrick?

¿Se habría dado cuenta de que lo había tuteado, a diferencia de aquella tarde, donde había vuelto a imponer distancias entre ambos?

—¿Qué hora… es?

Patrick no necesitó mirar el carísimo reloj de pulsera que todavía llevaba anudado en la muñeca.

—Pasan de las doce.

—¿Y… mmm… has estado trabajando hasta ahora? —preguntó, aclarándose la garganta, notando que tenía la voz y la lengua pastosas.

Patrick sonrió con ternura. Lorraine no se había equivocado y había tenido un buen ojo con ella. Estaba más que capacitada para el puesto que ocupaba. Pero era dulce con todo lo que la rodeaba, preocupándose por todo lo que ocurría. No sólo con Brandon.

—Está bien, Lía —la ayudó a levantarse, de nuevo notando aquella calidez apoderándose de sus dedos ahora que la sujetaba para mantenerla en pie—. No te preocupes tanto por las cosas. Estoy acostumbrado a estos horarios tan insanos.

—No deberías. Entiendo que tu puesto lleva responsabilidades, pero si te enfermas… —bostezó. No lograba mantenerse erguida, tan adormilada seguía—. ¿Quién cuidará de Brandon?

—¿Sabes quién no se puede permitir ponerse enfermo? —le peinó el pelo y no supo por qué lo había hecho. Esperaba que Lía estuviera tan atontada que no se diera cuenta. O, como mínimo, que no se acordase al día siguiente—. Tú. ¿Por qué no vas a dormir?

—¿Has cenado?

Mintió, asintiendo. Ella pareció quedarse tranquila, haciendo que sí a su vez, mientras se peinaba la cabellera con los dedos. El sueño se reflejaba en sus ojos azules, en su pelo desordenado, en la marca de la almohada que cruzaba su pómulo.

Patrick también contuvo las ganas de reseguir aquella línea con los nudillos.

Se recriminó a sí mismo semejante actitud. Por el amor de Dios, la soledad y la autocompasión no podía hacer mella en él. Al menos, no de ese modo. Conocía a Lía de hacía dos días y apenas hacía una semana que había enterrado a su hermana. Si sus cálculos no fallaban, no podría fijarse en una mujer hasta dentro de cinco años y no a las cuarenta y ocho horas de conocerla.

La acompañó hasta su dormitorio y le prometió cuidarse de Brandon si esa noche se despertaba. Estaba agotada, lo leía en la palidez de sus mejillas. Él lidiaba con proveedores y empleados a menudo, pero Lía se encargaba de un niño de menos de un año y de un ático desproporcionado para tres personas.

¿Quién estaba más cansado?

¿Quién merecía dormir, al menos, seis horas de una sentada?

—Pero… es mi trabajo.

—Ya te he dicho que eres primordial aquí. Si caes enferma, Lía, no me servirá de nada tenerte contratada —le comentó.

Su seriedad y sus palabras la pusieron alerta. No pensaba despedirla, por ahora. De caer enferma y no poder salir de la cama, su contrato peligraba. Si la echaba, la operación podría irse al garete y entonces no habría forma de proteger a Brandon desde dentro de su día a día.

No podía presentarse ante el comisario con semejante fracaso.

Aceptó la derrota a regañadientes, si bien fingió muy bien no sentirse para nada coaccionada. Tampoco es que McBane estuviera amenazándola; la verdad es que estaba siendo muy considerado.

Cuando se sentó en el borde de la cama, Lía se dio cuenta de que Patrick tenía razón. Llevaba varias noches sin dormir bien. El cambio de misión, la infiltración, el cambio de horarios y de tareas, la habían dejado al borde del colapso. Necesitaba unas pocas horas para sí misma y hacer una cura de sueño.

—Como usted mande —accedió.

—Eres orgullosa, ¿eh? —se acercó, se agachó frente a ella y la ayudó a quitarse las zapatillas. Estaba tan cansada que no atinaba a inclinarse—. No te preocupes. Sabré manejármelas. Prometo acudir a ti si no veo la luz al final del túnel.

—Lo está haciendo muy bien. Se le ve más relajado con Brandon y él lo nota.

—He aprendido de la mejor, tenlo presente.

Lía se sonrojó de pies a cabeza. Por suerte, estaba oscuro gracias a las persianas bajadas. Dudaba que Patrick se hubiera percatado de su rubor.

—Buenas noches, señor McBane.

Patrick le acarició la oreja al ponerle un mechón tras ella. El moño se había deshecho por completo al quedarse dormida en el salón y ahora la corta melena estaba suelta. Lía contuvo la respiración. Aquel leve contacto había terminado de despertarla, pues solo una persona insensible no reaccionaría ante semejante caricia, por más inintencionada que fuera…

—Patrick —la corrigió con voz ronca.

Ella se mordisqueó el labio inferior. Patrick se apartó un paso; pese la oscuridad que los rodeaba, la tenue luz del pasillo lanzaba sombras y vio el gesto. Lo volvió loco al momento. Temiendo que se notase la erección, se despidió con un hilo de voz y salió.

Ni siquiera huyendo se libraba de su perfume de coco. Iba a necesitar poner más ambientadores automaticos, pues no podía obsesionarse con aquella colonia.

La puerta se entreabrió cuando ya estaba alcanzando su propio dormitorio

La mujer lo llamó y su piel se puso de gallina bajo la ropa.

—Patrick.

Miró a Lía, que se había apoyado en el marco de la puerta. Tenía el pelo a un lado, la ropa desmadejada y la luz jugueteaba con su rostro, dándole cientos de expresiones. Parecía una ninfa.

—Si alguna vez necesitas hablar, de lo que sea… cuenta conmigo.

Él tragó saliva. Nunca había pensado que una desconocida se ofreciera a ser su hombro sobre el que llorar. Algo le decía que sus ganas de escucharle y ayudarle a deshacerse de la pena, nada tenía que ver con el sueldo que había estipulado en el contrato.

—Gracias —murmuró, con voz temblorosa.

En esa ocasión fue Lía quien se acercó hasta él, descalza. Lo tomó de la muñeca cuando vio que retrocedía. Ambos se vieron asaltados por una ola de calor que descendió desde los labios hasta sus piernas, acariciándoles el vientre, haciéndolos estremecer. Más ninguno se apartó. De nuevo, hacían ver que no pasaba nada entre ellos. Querían creer que el otro no sentía nada. Era mejor así para ambos, así que se dedicaban a cumplir con la función y seguir adelante como si la tensión sexual no resulta no estuviera entre ellos.

—A veces… es más fácil abrirse a un extraño que a alguien conocido —le aseguró Lía. Fue como si hablase por experiencia; a McBane ya le había parecido ver más veces en su mirada un atisbo de tristeza—. Por favor, si necesitas librarte de algún fantasma o simplemente… contarme algún problema que te esté agobiando, estoy aquí.

—Lo tendré en cuenta, Lía. Gracias —con cuidado de no ofenderla, se zafó. No soportaba más aquel cosquilleo ardiente pulsando sobre su yugular—. Buenas noches.

Sin darse la vuelta para ver si se quedaba parada en el pasillo o no, entró en la habitación. Al cerrar tras de sí, apoyó la frente en la hoja de madera. Suspiró para sus adentros para no delatarse. Aquella mujer lo estaba haciendo enloquecer y no encontraba el motivo de tal enajenación. Se quitó la camisa y los pantalones, avergonzado de sus emociones y sensaciones. Era primitivo y salvaje, algo que no podía sucederle. Hacía mucho tiempo que esos adjetivos ya no formaban parte de su diccionario.

Bajó las persianas y se tumbó en la cama, mirando el techo, preguntándose por qué Celia. Por qué, de entre todas las mujeres que conocía, la única que despertaba su interés en un momento tan complejo, era ella.

Intentó buscar un motivo, una excusa. Tal vez era tan buena chica, que brillaba con luz propia. O porque su sonrisa podía parecerte el antídoto para todo dolor existente. Por no hablar que era inteligente, simpática y muy agradable, tanto con niños como adultos.

Comprendía a los pequeños, se los ganaba con rapidez. Brandon era la prueba. Desde la muerte de Felicia, el niño había caído en un espiral de lloros y mutismo preocupantes. Pero ahora que Lía estaba en su vida, parecía haber recuperado la poca voz que poseía; incluso había sustituido los berrinches por las risotadas.

Lía era una cuidadora envidiable, cualquier colegio o guardería la querría para sí si viesen el potencial que tenía.

Incluso él había caído en su influjo, prendándose de su humanidad.

Anthony conocía a un buen investigador privado. McBane se preguntó si podía pedirle una tarjeta a la mañana siguiente. Sin embargo, tan pronto como aquella opción surgió en su cabeza, la desechó.

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