Kitabı oku: «La laguna de Agua Grande», sayfa 2

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La sociología y, en general, las ciencias sociales, ha atendido el conflicto desde lo social, territorial, político y económico. Conflictos que han marcado de modo recurrente el devenir del proceso civilizatorio humano y que han acaparado el interés de los académicos, estudiosos e intelectuales por abordarlos y plasmarlos en sus investigaciones o reflexiones. No obstante, el creciente interés por abordar estos tipos de conflictos en las últimas décadas se ha dado en aparición y se han puesto en escena los llamados conflictos ambientales, conflictos socioambientales o también conocidos como conflictos ecológicos o conflictos ecológicos distributivos, denominaciones que dependen del autor o de la escuela que los estudia.

Es claro que la acción y la actividad humana han producido efectos sobre los ecosistemas a lo largo del proceso civilizatorio. Pero, al parecer, estos efectos no habían captado el interés de los investigadores y no habían sido tratados como “conflictos ambientales” hasta muy reciente época, especialmente, cuando en el mundo se toma más en serio la problemática ambiental del planeta como resultado del modelo de desarrollo implementado por la sociedad en los últimos siglos.

Por ejemplo, si se observa la historia humana, muchos de los hechos acontecidos pueden entenderse no solo como conflictos territoriales, económicos, políticos o sociales, sino como conflictos ambientales. Una reelaboración de casos como el fenómeno histórico producido por los efectos de la Conquista y la Colonia de los europeos sobre las civilizaciones prehispánicas (incas, mayas, aztecas y demás grupos humanos triviales) en el nuevo continente podrían evidenciar que los impactos de este proceso de incursión no solo se presentaron respecto de los efectos sociales, económicos y políticos de estas civilizaciones, sino también en referencia a las condiciones y transformaciones ambientales relacionadas por la incursión y explotación europea sobre los recursos de estos territorios. La extracción de minerales como el oro y la plata, así como la explotación de la mano de obra indígena y luego esclavizada proveniente del África, podría estudiarse, no solo desde la perspectiva de los conflictos sociales y étnicos raciales, sino también desde una perspectiva de los conflictos ambientales históricos.

Seguramente, el solo hecho de extraer de sus territorios y despojar a gran cantidad de personas esclavizadas, no solo tuvo efectos socioambientales en el continente americano, lugar adonde los trajeron, sino también en sus lugares de origen, en África. Esta renovada visión ha dado la posibilidad y exige una imperiosa necesidad de abrir un espacio a lo que se podría denominar el campo de la historia ambiental. Y así sucede con muchos otros fenómenos humanos acontecidos a lo largo del proceso civilizatorio en todo el planeta Tierra.

No es terquedad de los académicos, intelectuales o investigadores crear por crear conceptos como el de conflicto ambiental. Estas construcciones conceptuales, epistémicas y teóricas obedecen al modo como la ciencia, a medida que avanzan los procesos sociales, observa fenómenos que requieren la atención juiciosa de sectores de actores científicos, sobre todo en un contexto de sociedad donde el modelo económico y político, liderado por las lógicas del capitalismo, produce un conjunto de efectos en los ecosistemas y las comunidades. Y son efectos de gran afectación, destrucción y aniquilamiento, al ser ejecutados modelos de desarrollo, decisiones de las autoridades, construcción de infra- o megaestructuras, programas de conservación, extracción de materias primas y de recursos naturales, políticas comerciales o exigencias económicas internacionales, entre otros, para reproducir, alimentar, mejorar, volver más eficaz, las diferentes cadenas productivas (o extractivas) de las corporaciones, industrias y empresas, frente a las cuales las comunidades locales, los grupos de interés en el medio ambiente, entre otros, reaccionan en defensa o en solicitud de protección.

Estos nuevos fenómenos son captados por el ojo de los científicos, y estos, preocupados, impactados o interesados por los efectos, las consecuencias y el modo como transcurren los sucesos, deciden prestar todo su interés y atención en atenderlos, para lo cual se “arman” de un conjunto de dispositivos analíticos e investigativos a fin de trabajarlos, estudiarlos e investigarlos.

Estos nuevos conflictos, que tenían como eje central las afectaciones en diversos ecosistemas, ambientes y comunidades (locales, tradicionales, ancestrales), fueron reconocidos especialmente como conflictos ambientales. Sobre todo cuando el emergente campo de las ciencias ambientales, así como las disciplinas ambientalizadas (sociología ambiental, geografía ambiental, historia ambiental, ecología política), los abordaron teórica, analítica y metodológicamente como tales. Uno de los lugares más relacionados directamente con los conflictos ambientales es la ecología política, el cual sería un campo de pensamiento crítico desde el cual se abordan los conflictos ecológico-sociales producidos por la racionalidad humana y los modelos de desarrollo implementados sobre los territorios y las comunidades por parte del sistema económico hegemónico mundial. Para autores como Marcellesi (2008), a lo largo del siglo XX, el mundo académico observó el paso de la ecología como ciencia a la ecología como pensamiento político y crítico.

El paso de la ecología como ciencia a la ecología como pensamiento político introduce entonces la cuestión del sentido de lo que hacemos, lo cual implica una serie de interrogaciones: ¿En qué medida nuestra organización social, la manera en que producimos, en que consumimos, modifica nuestro medio ambiente? ¿Cómo entender la combinación, la interpenetración de estos factores en su acción sobre el medio ambiente? ¿Favorecen o no a los individuos estas modificaciones? Dicho de otra manera, la ecología política, además del oikos (casa) y del logos (estudio), es la polis, es decir, el lugar donde los ciudadanos discuten y toman las decisiones. Por tanto, la ecología política “es el lugar donde se delibera sobre el sentido de lo que hacemos en casa” (Marcellesi, 2008, p. 5).

Desde la perspectiva de la ecología política, en los conflictos ambientales, tienen un lugar importante los actores sociales quienes cuentan con su acervo cultural, sus valores, sus lenguajes, sus saberes tradicionales, sus prácticas socioculturales y sus grados de poder (Uribe, 2017c). Por tal razón, es imprescindible entender que los conflictos ambientales involucran un alto grado de complejidad: “En un conflicto ambiental se despliegan valores ecológicos, culturales, de subsistencia de las poblaciones, y también valores económicos. Son valores que se expresan en distintas escalas, no son conmensurables” (Martínez, 2008, p. 26).

Para Leff (2007), la ecología política postula la revaloración, significación y apropiación de la naturaleza, por lo que los conflictos ambientales no pueden ser resueltos, meramente, desde la valoración económica de la naturaleza. Se hace necesario asignarle un auténtico significado a la naturaleza que no se reduzca a lo solo económico (Uribe, 2017c). En este nuevo marco de significados, es relevante aspectos como la identidad, la autonomía, la calidad de vida, la supervivencia, más allá de un reduccionismo económico (Leff, 2007, p. 19).

La ecología política se encuentra en el momento fundacional de un campo teórico-práctico. Es la construcción de un nuevo territorio del pensamiento crítico y de la acción política. Situar este campo en la geografía del saber no es tan solo delimitar su espacio, fijar sus fronteras y colocar membranas permeables con disciplinas adyacentes. Más bien implica desbrozar el terreno, dislocar las rocas conceptuales y movilizar el arado discursivo que conforman su suelo original para construir las bases seminales que den identidad y soporte a este nuevo territorio, para pensarlo en su emergencia y en su trascendencia en la configuración de la complejidad ambiental de nuestro tiempo y en la construcción de un futuro sustentable (Leff, 2003, p. 17).

A la ecología política se le ha sumado la economía ecológica que resulta del encuentro histórico entre la ecología y la economía interesadas por comprender las demandas alternativas por la sustentabilidad. Según Firpo y Martinez-Alier,

las raíces de la economía ecológica se remontan a los estudios de Georgescu-Roegen, así como de otros, en la aproximación entre los procesos económicos y los de la organización de la naturaleza en sus flujos de energía y materiales en la producción de la vida. (2007, p. 505; traducción propia)

A pesar de que aún en estos días se siguen proponiendo definiciones, existe un conjunto amplio de intentos de definir lo que entiende por conflicto ambiental. De hecho, se dedican importantes esfuerzos a aclarar la distinción o semejanza entre conflicto ambiental o socioambiental. Y junto con conflicto ambiental se producen otros conceptos de gran envergadura como justicia ambiental, injusticia ambiental, pensamiento ambiental, ética ambiental, racismo ambiental, entre otros interesantes conceptos. Poco a poco, las ciencias ambientales como un campo de estudio y de investigación emergente y de gran novedad va recomponiendo su léxico, su modo de nombrar los fenómenos, su glosario y su diccionario, es decir, su mercado lingüístico (Uribe, 2017c).

Quintana (2008), por ejemplo, considera el conflicto ambiental como una situación en la que un actor social se encuentra en una situación antagónica o de oposición con respecto a otro u otros por la apropiación o transformación de la naturaleza, es decir, por los intereses que poseen unos y otros (Uribe, 2017c). Al respecto, expresa que

aquella situación en la que un actor social se encuentra en oposición consciente con otra persona, grupo, organización o institución, en razón a las divergencias suscitadas en el proceso de apropiación y transformación de la naturaleza y los sistemas tecnológicos que sobre ella intervienen. Esta dinámica ubica a los actores sociales que participan en posiciones antagónicas o en situaciones de confrontación y lucha en un doble sentido. Por un lado, como choque de intereses entre quienes causan un problema ecológico y quienes reciben las consecuencias o impactos dañinos de dichos problemas. Y, por el otro, como desacuerdo o disputa por la distribución y uso de los recursos naturales entre los pobladores de un territorio determinado. (Quintana, 2008, p. 68)

Esta apreciación permite identificar la relación existente entre unos intereses que poseen determinados grupos de actores con respecto a la naturaleza y con los bienes de la naturaleza que se convierten en el eje central u objeto de la lucha. Una lucha que, además, incluye los sistemas tecnológicos que intervienen en la relación naturaleza-sociedad y que se pueden convertir también en foco del conflicto entre los actores. Los conflictos ambientales están asociados a los problemas estructurales de la sociedad (Uribe, 2017c).

Martínez (2005) propone el concepto de conflictos ecológico-distributivos como sinónimo de conceptos tales como conflictos ecológicos y conflictos ambientales o conflictos socioambientales.4 Martínez considera que el estudio de estos conflictos es competencia de la ecología política (Uribe, 2017c).

Por su parte, Pérez (2014) define los conflictos socioambientales o conflictos ecológicos distributivos desde la perspectiva del Atlas de justicia ambiental (Environmental Justice Organizations, Liabilities and Trade [EJOLT]):

Las luchas generadas por los efectos de la contaminación en ciertos grupos o por los sacrificios causados por la extracción de recursos naturales, de los cuales muchos se convierten en incidentes colectivos, que motivan a personas de un lugar concreto a expresar críticas, protestar o ejercer resistencia, presentando reclamos visibles sobre el estado del ambiente físico y los probables impactos en su salud o en su situación económica, que afectarían sus intereses y también los de otras personas y grupos (Kousis, 1998). En ocasiones, los actores locales piden una distinta distribución de los recursos, lo cual lleva a conflictos ecológicos que muchas veces se solapan o conducen a otros conflictos más amplios, de tierras, de género, de clase social, de casta o étnicos. (p. 15)

Merlinsky (2013), por ejemplo, considera que, “para que la cuestión ambiental pase a ser objeto de preocupación social, tiene que haber un actor social dispuesto a desafiar ese régimen de normalidad, problematizando sus supuestos, movilizando acciones de protesta e instalando la cuestión como asunto público” (p. 41). Lo que caracteriza un conflicto ambiental es que haya algo relacionado con la interacción entre los ecosistemas y la sociedad en el centro del origen del conflicto: 1) por apropiación o control del recurso; 2) por evadir o rechazar una contaminación; 3) por afectar valores, costumbres, usos, cosmovisiones en torno a un recurso o un servicio ambiental; 4) o, incluso, en escenarios más grandes y geoestratégicos, por afectar o apropiarse de un territorio, un ecosistema o un paisaje (Uribe, 2017c).

Apoyado en estas definiciones, se propone la siguiente noción de conflicto ambiental:5 una lucha o confrontación entre individuos, grupos sociales, agencias del Estado y corporaciones o empresas privadas —que tienen diferentes percepciones, concepciones, intereses o visiones sobre el uso o beneficio que brindan los bienes naturales de los ecosistemas— que entran en disputa por el uso o control que hace una de las partes y que puede ir en contra de los intereses de otro (o de los otros actores), así como en detrimentos, pérdidas, perjuicios y daños de los ecosistemas y los bienes existentes en ellos (Uribe, 2017c).

Una característica adicional de los conflictos ambientales es que, con respecto a las denuncias (públicas/penales) o las demandas (públicas/penales), estas pueden surgir tanto de actores sociales o comunidades de base, así como de agentes de las instituciones de Estado frente a otro u otros actores que puede ser un actor social, organizaciones sociales, comunidades de base, entes privados, corporaciones o agencias del Estado. Las denuncias o demandas pueden tener diversos cruces. Individuos que demandan a otros individuos, a comunidades, empresas, corporaciones o al Estado, o incluso el Estado denunciando o demandando a individuos, grupos, comunidades, empresas, corporaciones o a las mismas instituciones del Estado; aún más, las corporaciones pueden demandar a individuos, grupos, comunidades, entidades del Estado o a otras corporaciones, y así sucesivamente (Uribe, 2017c).

Algunos conflictos ambientales pueden o no evidenciar acciones colectivas sociales de resistencia. Muchas veces, estas acciones colectivas de resistencia pueden ser pacíficas (pueden evidenciar las formas más creativas de repertorios que van desde marchas, protestas, concentraciones, foros, eventos académicos, denuncias a la opinión pública, pancartas, tomas de oficinas, tomas de tierras, bloqueos, prácticas agroecosistémicas, etc.), usar los mecanismos jurídicos legales (denuncias y demandas penales) o realizar acciones violentas (pedradas, enfrentamientos con la fuerza pública, quema de oficinas, daños a bienes públicos, quema de cultivos, etc.).6

En los conflictos ambientales, los actores pueden lograr transformar problemáticas “invisibilizadas” o muy particulares en asuntos públicos o de debate regional, nacional o global; es decir, transformar los conflictos latentes en conflictos manifiestos. Una vez que los conflictos se hacen manifiestos, es más probable su transición de ser asuntos particulares a asuntos públicos que pueden, a su vez, alcanzar el estatus de asuntos de interés nacional. Esta ampliación en el nivel de injerencia puede producir que, como asunto público, los actores exijan respuestas políticas por parte de los agentes del Estado dentro de los marcos constitucionales (Uribe, 2017c).

Este proceso puede conllevar que, incluso, algunos componentes del marco político constitucional tengan que variar para adaptarse a las nuevas exigencias sociales y producir cambios como sucede con nuevas sentencias que buscan la protección de las comunidades y la naturaleza (Uribe, 2017c). A lo descrito hay que agregar que los actores demandantes, justamente para elaborar las denuncias y demandas, requieren, no solo de las apreciaciones, percepciones o “corazonadas”, sino que deben “armarse” de un conjunto de datos, mediciones, demostraciones, que sirven como pruebas de los hechos y con los cuales puedan, además, dar la lucha para dar cuenta de los perjuicios causados por los demandados en los ecosistemas o en la comunidad. En este sentido, el papel del conocimiento (universidades, centros de investigación, laboratorios, datos oficiales, material documental, etc.) y los saberes (testimonios de los habitantes, las narraciones, etc.) cumplen una función central, porque la defensa que harán los demandados se efectuará también en esos términos, para demostrar con pruebas su inocencia. Esta tensión repercutirá en una riqueza de argumentos, metodologías e interpretaciones que dinamizarán la producción de nuevo conocimiento (Uribe, 2017c).

Los conflictos ambientales contribuyen a evidenciar las disímiles formas de construcción, adaptación y apropiación de los territorios por parte de las comunidades, del Estado y del mercado. Hacen de las cartografías espaciales superposiciones de las territorialidades existentes (del modo como las comunidades hacen presencia en el territorio), y de las territorialidades del Estado o los agentes privados; por tanto, emergen distintas cartografías de las territorialidades. A estas cartografías de las territorialidades existentes se les suman las nuevas estrategias de territorialización que hacen referencia a las acciones llevadas a cabo por los actores para proyectar en el espacio sus intereses e intenciones de construcción, apropiación, adaptación, ordenamiento o diseño del territorio de acuerdo con sus intereses o necesidades (Uribe, 2017c).

Todo ello desemboca, indiscutiblemente, en tensiones socioterritoriales. Este hecho es central, puesto que no siempre coincide el territorio del conflicto ambiental con el territorio demarcado administrativamente por el Estado. Incluso, muchos conflictos desbordan las fronteras y los límites del propio Estado. Por ello, en el estudio de los conflictos, es importante observar la gestión idónea del territorio (Uribe, 2017c).

Sobre la historia ambiental

Es necesario señalar que dentro de las ciencias sociales, y de modo particular en el campo de la historia, se viene perfilando una línea de investigación que cobra importancia sustancial y pertinencia en el contexto actual de la crisis planetaria, la historia ambiental. Algunos de los tópicos que caracterizan este campo son:

• Es un campo emergente cuya importancia radica en la posibilidad que tiene de reconstruir, recomponer y reinterpretar el proceso de la apropiación de la naturaleza por parte de los seres humanos. Una relación de doble vía respecto de los efectos que los humanos producen en la naturaleza y la naturaleza en los humanos. La especie humana a lo largo de su presencia planetaria construye y reconstruye permanentemente los espacios, al tiempo que los elementos, los factores y las condiciones de la naturaleza intervienen e interfieren en las creaciones y las estructuras sociales construidas a lo largo de los procesos civilizatorios.

• Confronta el olvido o reticencia de la historia tradicional por atender la cuestión ambiental. A veces, la historia tradicional se centra solo en los aspectos humanos y así ejerce un antropocentrismo, y olvida atender los efectos que la acción de la especie humana ha causado en los ecosistemas y bienes de la naturaleza. La historia humana no se ha hecho en el aire, sino en los lugares y territorios concretos de un planeta, cuya sobrevivencia ha dependido de los bienes utilizados por los humanos, primero para vivir, luego para sobrevivir y más recientemente para acumular riqueza, estatus y poder. La historia de las civilizaciones es también la historia de los efectos en los ecosistemas producidos por la especie humana. Antes de que existiera una presencia humana en la Tierra, esta también tuvo su historia que campos como la geología, la climatología, la biología y la sismología, entre otras disciplinas, se han puesto en la tarea de develar. Muchos de los escenarios de ese pasado remoto han sido transformados por la reciente presencia humana en el planeta.

• Aporta en la comprensión del proceso de modificación y transformación del medio geográfico. La historia ambiental, al dar un vistazo a las transformaciones sociales de los grupos humanos sobre el espacio geográfico en el sentido económico y político, provenientes del pasado y existentes en el presente, logra evidenciar las implicaciones que el cambio en las estructuras políticas y económicas han tenido en el modo, el uso y los abusos de los ecosistemas y sus servicios. La experiencia de la vida humana no está desligada del uso del agua, de la tierra y del aire y, por tanto, de las modificaciones en el paisaje.

• No es solo la historia de los fenómenos naturales, sino que la historia ambiental relaciona estos fenómenos naturales con las acciones humanas. Parte de la idea de que el ser humano, sus percepciones, acciones, políticas y costumbres intervienen sobre lo natural y, por tanto, es posible establecer un proceso bidireccional en el que se produce la interacción ser humano-naturaleza y naturaleza-ser-humano, en un marco espaciotemporal concreto. Los elementos que componen, conforman y existen en la naturaleza interaccionan, interactúan y se relacionan con la trama de la vida y con todos los seres humanos. Para la historia ambiental, los llamados desastres “naturales” son sociales. Para la historia ambiental, los cambios en la trama de la vida, en la que participan todas las especies existentes en el planeta, han sido producidos por el proceso civilizatorio humano.

• La idea de ambiente es fruto de una construcción social. El ser humano piensa, representa y actúa en el ambiente en relación con él; en este sentido, la percepción y la construcción de los hábitats son expresiones de procesos de transformación históricamente significativos. Uno de sus campos de acción se orienta a la comprensión de los valores, las creencias y las costumbres sociales. La adaptación de los grupos humanos a los entornos de vida significan y resignifican el sentido de lo natural y de la naturaleza. Las comunidades del presente han significado y comprendido la naturaleza de modo distinto de como se hacía en el pasado, o al modo como lo hacen grupos humanos que no han ingresado en las redes del proceso civilizatorio humano dominante.

• Los tiempos de la naturaleza no son los tiempos de la especie humana. Para la historia ambiental, el planeta Tierra se ha formado a lo largo de algo más de 4700 millones de años y, de este tiempo, las primeras especies que desencadenarán a los humanos hacen su entrada en la escena planetaria en tiempo muy reciente. La acumulación de impactos sobre el medio ambiente se verifica en los tiempos largos, pues la actividad humana genera efectos inesperados que se verifican en la larga duración. La situación ambiental solo es explicable a través de los procesos históricos que condujeron a ella como parte de problemas de un sistema en el tiempo que incluye el entorno, la economía, los grupos sociales y los efectos naturales del sistema planetario.

• Tiene una perspectiva interdisciplinar y sistémica, dialoga con otros campos del conocimiento y con otros saberes. Su desarrollo depende de la capacidad de relacionarse y dialogar con otras disciplinas, como con la geografía, la ecología, la biología, la economía, el urbanismo y la arquitectura. Tiene una interacción fuerte con la ecología política, pero también con saberes que no necesariamente son disciplinares, como los saberes ancestrales y tradicionales. Como campo que mueve las estructuras de la historia humana, cumple una función pedagógica central, en la medida en que evidencia que lo que se nos ha contado sobre el pasado debe ser recontado de otro modo, incluyendo no solo las acciones humanas, sino también los efectos en la naturaleza. Los bienes de la naturaleza se convierten también en actores centrales de la escena histórica. Por ello, ha historia ambiental hace confluir las ciencias sociales, las humanidades y las ciencias de la naturaleza.

• Es una herramienta para el análisis de los cambios sociológicos. Los fenómenos de la sociedad son dinámicos, con implicaciones en los entornos ambientales, por tanto, la historia ambiental aporta a la reconstrucción de las dinámicas que se ven expresadas en el territorio. Para la historia ambiental, las formas espaciales y los procesos sociales están en inter-retroconexión. El cambio de la sociedad es un cambio que se expresa también en la estructura del sistema de la biosfera planetaria. Al releer y mostrar el pasado de otra manera, al modo como se ha contado, la historia ambiental aporta al empoderamiento de la sociedad civil, de los pueblos y de las comunidades a tener una visión de su pasado para comprender cómo su presencia en los entornos, los hábitats y los ecosistemas han sido afectados y qué estrategias se requieren pensar, reflexionar y proponer para mejorar las condiciones de la trama de vida. Al proveer de estos conocimientos y saberes, la historia ambiental espera aportar a la transformación de unos comportamientos sociales a favor de la dignidad de la vida tanto de la especie humana como de las demás especies que conforman la compleja red de relaciones de vida existentes en el planeta. El conocimiento aporta a empoderar política, ética y a los actores sociales para que cambien la ruta que lleva el actual escenario mundial en camino de colisión a la extinción.

• Aporta al entendimiento de las repercusiones en la naturaleza de las redes de poder local y global, tanto del pasado como del presente. En los estudios sociales, territoriales y culturales, locales y globales, la historia ambiental logra develar cómo los grupos de poder político y económico producen y reproducen lógicas y actividades económicas y sociales cuyos impactos afectan la dinámica natural de los ecosistemas en distintos lugares en el planeta. Las actividades de la agricultura comercial, los monocultivos, la ganadería extensiva, la extracción de madera de los bosques, la transformación de los territorios, la construcción de ciudades, la extracción de minerales y fuentes hídricas, si bien tienen efectos en la economía, también tienen efectos nocivos en los ecosistemas. Impactan el ambiente local y global. Muchas veces, estos efectos ambientales no son tenidos en cuenta, o son negados o son invisibilizados. Algunas actividades extractivas afectan, además de los ecosistemas a las comunidades locales, que ante esta situación se ven desplazadas o marginadas. Muchas comunidades salen de sus lugares de vida ancestral o tradicional desplazadas por las decisiones tomadas desde los centros de poder regional, nacional o global, mientras que otras comunidades se quedan para luchar y resistir a estos poderes económicos y políticos que son locales, nacionales o globales.

• Replantea el gran desafío que implica repensar la relación sociedadnaturaleza. En la problemática actual en materia medioambiental, se favorecen las acciones críticas y reflexivas que involucren formas de pensamiento crítico, sistémico y complejo que posibiliten nuevos patrones de relación con el medio natural y humano. Los aportes de la historia ambiental en este sentido resultan bastante significativos, dado que buscan desarrollar una aproximación al conocimiento histórico de las distintas formas y procedimientos de apropiación del medio natural realizado por el ser humano y así conformar un saber que indaga la acción productora y transformadora del ser humano.

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