Kitabı oku: «Corazón y alma», sayfa 2

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Antes de amanecer

Antes de amanecer me presento en silencio para rendir adoración a tu cuerpo dormido e iniciar nuestra ceremonia. Te encuentras preparada y sabes que puedes recibirme porque es la hora y es el día indicado. Despiertas con tus dos hermosos ojos bien abiertos y sonríes porque he llegado a tiempo. Deslizo las sábanas que te cubrían y mis ojos se quedan maravillados contemplando el templo de una diosa. Acaricio tus brazos tiernamente y mis labios los recorren, creando dentro de ti una pequeña electricidad que eriza tu piel. Beso tu suave cuello y siento que tu cuerpo se contrae con un ritmo de amor, lentamente. Te mantienes inmóvil esperando a que arribe a tus pechos. ¡Oh, tus pechos! Quisiera terminar mi viaje ahí, junto a ellos, porque sé que me aman y me quieren para ellos solamente para dar envidia a tu vientre y tus piernas. Mis caricias y mis besos logran que se alcen orgullosos para mostrar su traje de gran altura. Mis dedos me abandonan y alcanzan tus labios, que son mordidos con ternura por tu boca. Entonces mis labios se despiden de tus colinas orgullosas y buscan tus labios para besarte. Ese sabor a frutilla dulce recién cortada con un toque de lima nos llena de placer y mi cuerpo desnudo busca tu cuerpo y lo encuentra. Los dos solamente podemos sentir esa vibración, ese torrente, esa contracción que moviliza nuestro mundo y nos hace felices.

Ternura

Cuando todavía no se ven y se está por despedir la tarde, la luna susurra al sol que cerca una mujer regala ternura a todo aquel que es honesto y sincero con ella. Se llama Carla. «Bonito nombre entre los nombres», dice el sol. La luna dice que seduce su bondad y la hace original entre su especie. «Adiós, volveré mañana», dice el sol. Suelta una risa y replica: «Intentaré mirar sus ojos y regalarle un don único». La luna, llena de gozo, le alcanza a decir: «Mañana entonces será una noche de fiesta y por eso me vestiré llena de luz para acompañarla».

Cuenta la leyenda que aquella mañana una mujer se convirtió en ángel, que pliega sus alas dentro de sus vestiduras para pasar desapercibida a la mirada de gente. Pero ahora regala ternura con un color lila, tirando a violeta, y toda persona que abre su corazón y la recibe con agradecimiento cambia radicalmente algo importante en su vida. Carla sonríe, sigue su camino, tararea una vieja canción y su alma se llena de júbilo porque acaba de regalar un sueño.

El sol deja la tarde satisfecho porque no se equivocó al otorgar aquel don. La luna llena cumplió su promesa, sabiendo que su amigo sol había propiciado un milagro en aquella mujer. Busca al mar, ilumina las burbujas blancas de sus olas y baila sobre ellas en homenaje a aquella mujer, que esa noche soñaría su mejor sueño porque era un ángel libre y feliz.

Edén

Ella contenía sus sueños del presente y sus miedos de antaño, envueltos con un hilo de oro mágico, dentro de su alma. Cuando los sueños engordaban, los miedos reducían, manteniendo aquellos hilos dorados una perfecta forma, produciendo una rítmica euforia en su espíritu.

Cuando los sueños reducían, los miedos engordaban, manteniendo aquellos hilos dorados una perfecta forma, produciendo insistentes escalofríos en su espíritu.

Caminaba por el bosque buscando inspiración en las maravillas de la naturaleza. Encontró un viejo árbol con una copa de hojas cuya sombra se reflejaba en un nítido dibujo sobre la hierba verde. Halló descanso en dos brazos de raíz que se extendían sobre el acolchado prado. Sus ojos se cerraron y pronto se sumergió en un profundo sueño.

—Carla, ¡estimada Carla! Despierta, no te haré daño.

Ella abrió lentamente sus ojos y con cierta desconfianza retrocedió hacia el grueso tronco del árbol porque no reconoció la figura que pudo observar ni el lugar.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?

—Soy tu ángel de la guarda y quiero ayudarte con tus miedos.

—¿Qué miedos? —replicó ella. Sin embargo, escuchaba la voz del ángel con una sonoridad que le daba confianza.

—Ahora mismo tus miedos han engordado en demasía y tu hilo dorado está a punto de deformarse para siempre, creando permanentemente un desequilibrio emocional peligroso en tu alma.

Con una suavidad extrema y eligiendo meticulosamente cada palabra, ella preguntó:

—¿Qué debo hacer?

—Debes buscar y atesorar más sueños, muchos sueños. Así perderás muchos miedos, la forma se restablecerá y tú volverás a tener un equilibrio emocional en tu alma.

Ella, entonces, habiendo entendido el riesgo que corría y cómo debía neutralizarlo, preguntó:

—¿Dónde estoy?

—En el Edén, Carla, en el Edén. Ahora cerrarás tus ojos y cuando los abras estarás nuevamente en el bosque. Sal de él y comienza a recobrar sueños.

Carla hizo todo tal cual le explicó su ángel de la guarda. Saliendo del bosque se preguntaba: «¿Ha sido un sueño? ¿Ha sido real?». De lo único que estaba segura era de que ahora sentía una rítmica euforia que la impulsaba a buscar los sueños que necesitaba. Esta experiencia quedaría en su memoria como una anécdota que no contaría a nadie. Carla atesoró muchísimos sueños, que fue realizando uno a uno, y perdió muchos miedos. Esta nueva realidad motivó un vuelco en su vida. A medida que crecía su euforia, en su espíritu comenzó a regalar sueños a las personas que pasaban por su vida. Después de un tiempo se produjo el milagro: Carla se convirtió en un ángel.

Atardecer

Vives otra juventud con tus árboles, tu verde y el sol. Juntos gozan escribiendo garabatos de poesía en tu tierna alma. Un libro de poemas te acompaña. Sentada sobre el césped imaginas ser la amada de las estrofas que lees: «Recordar tu aliento en mi pecho, ¡oh, mi amada!, es entrar en tu cuerpo y sumergir lentamente mis manos hasta tu alma… Tendré que dejarte atrás, amada mía, para buscar la paz que me pides y que no tengo…».

Te apasionas con la lectura y justo en ese momento tu amigo el sol te sonríe y te dice adiós. El atardecer pinta de color despedida tu cielo, pero alcanzas a ver los últimos rayos del sol y con tu mejor sonrisa le dices: «Hasta mañana». Te quedas mirando un nuevo atardecer, llenando tus pupilas de la belleza que irradia el horizonte.

Vuelves a tu casa con pasos firmes, como queriendo presionar fuerte la tierra bajo tus pies, seguida de cerca por una clara oscuridad que se pierde tras de ti cuando cierras la puerta y entras en tu hogar.

Con el libro aún en tu mano enciendes la luz y buscas tu rincón para seguir leyendo. Quieres grabar cada palabra en tu recuerdo y conocer el final de aquel poema, que casi lo terminas con el fin del atardecer.

Te sientes «maravillosa esta noche». Ese poema de amor que leíste tuvo el final de amor que esperabas.

Otoño

Has recibido un gran regalo, otro otoño diferente, original y bello que te acompañará hasta que llegue el frío. Tímido pero con ternura, el otoño golpea tu puerta y tú pones toda tu atención. ¿Quién será? La llamada suena tan acogedora que acudes con prisa a abrir la puerta. El otoño te invita a salir a tu portal un momento para contemplar un milagro y quiere saber qué te parece.

Tus ojos se sorprenden: un conjunto de hojas marrones y amarillas se detienen justo delante de ti y dibujan las letras de tu nombre, manteniéndose en ese espacio sin gravedad: «CARLA». Todos los sonidos cesan y el viento se queda en la esquina anterior, mirando tu nombre. Sin brisas, sin ruidos, el otoño logra aliarse con el tiempo y la naturaleza para mostrarte tu nombre escrito con hojas, justo antes de que iniciaran su viaje hacia su destino.

«¿Por qué yo?». El otoño te responde sin rodeos: «Para que me quieras y porque te lo mereces». Entonces las hojas siguen su viaje empujadas por el viento, que también te saluda al pasar. Una canción llena tu espacio y el otoño te invita a bailar. Vuelves a tu casa con tu alma en calma y mucho amor. En tu memoria, el recuerdo de tu nombre escrito en el aire con hojas y tu baile privado con el otoño. El otoño te despide con un «hasta luego» y tú le respondes: «Sí, hasta luego». Tu ser se siente lleno y a partir de ese día aprecias y miras con otros ojos al otoño.

La flor más bella

Recorres tus rincones preferidos de tu casa y cuidas con esmero tus cosas. Tienes para ti la flor más bella, a la que miras con ojos de amor y la intentas tener cerca para que llene tu alma con su belleza. Antes de salir le dices con cariño que te espere y que con la noche volverás. La flor sabe que debe velar por tu casa, manteniendo su capullo en todo su esplendor y permaneciendo atenta, y con su aroma envolver a las demás cosas para que sepan que volverás pronto.

Cuando entras e iluminas tus rincones, ella te está esperando. Tú la miras y escuchas que durante el día todo estuvo bien y que todas tus cosas mantuvieron la calidez de tu casa.

Otro día de trabajo. En todo momento sabes que tu flor más bella cuida tus cosas en tu casa. Vuelves y enciendes las luces. Contemplas maravillada el capullo florecido y la llenas de mimos. Íntimamente sabes que tu flor más bella dentro de poco debe partir hacia el paraíso y que dejará un hueco en tu casa difícil de llenar.

Hoy entonces habrá fiesta en tu casa. Todas tus cosas y tú bailaréis para tu flor más bella. Todo será alegría y amor. Ella, desde lo más profundo de su ser, regala un último aroma para ti y tus cosas. Cuando descansas en tu cama sueñas con felicidad la despedida de tu flor más bella en su viaje al paraíso.

Amor

Deseo con todo mi corazón que confíes en mí. Que te sientas cómoda y tranquila conmigo. Que me mires, aunque estemos lejos, como tu mejor amigo. Que quede claro que soy más que un amigo para vos. No quiero que haya confusión; quiero ser tu hombre, tu pareja, quiero unirme a ti en el vínculo más hermoso: nuestro amor.

No quiero cambiar tu forma de ser, ¡que me encanta! No quiero cambiar tu forma de pensar, ¡que me parece honesta y sincera! No quiero cambiar tu forma de hablar, ¡que me seduce! No quiero que seas otra persona. ¡Carla, me apasionas!

Quiero estar a tu lado para ayudarte, cuando lo necesites, en tu camino de autorrealización y reconocimiento. Quiero estar a tu lado cuando necesites un hombro para llorar. Mi pañuelo estará a tu servicio para secar tus lágrimas. Quiero estar a tu lado cuando necesites que alguien te sostenga. Mis brazos y mi cuerpo entero estarán para sujetarte.

Quiero amar cada palmo de tu cuerpo cuando estemos juntos. Quiero hacer el amor contigo como dos almas libres, sin prejuicios y sin límites. A lo sumo, respetar los límites que acordemos los dos.

Amo tu belleza interior. Amo tus piernas. Amo tu vientre. Amo tus pechos. Amo tu cuello y tu pelo. En fin, amo tu cuerpo entero.

Respeto tus silencios. Respeto tu incertidumbre. Respeto tu falta de respuestas.

No soy perfecto. Cada día trabajo para anular mis imperfecciones. Soy un pequeño hombre que te ama y para quien tú eres la protagonista de la historia que estamos escribiendo, donde tú puedes lograr la meta que te propongas. Estaré y te acompañare sin agobiarte, solo para ayudarte si lo necesitas, para que consigas tu objetivo. ¡Confía! Te amo.

Princesa

Sentada en el primer escalón, tus ojos admiran el azul claro del agua cristalina que te regala el lago. A tu espalda, la madera noble de tu casa te abraza, pintando con el bosque de pinos verdes un lienzo único, ¡una obra de arte! Tu cabello castaño claro rubio dibuja sobre tu frente una sonrisa dorada, un flequillo tierno y tímido que realza tu bello rostro mientras tu reflejo ¡te rinde pleitesía!

Tu mente navega por la orilla del lago, mirando los árboles, contando los troncos, no vaya a ser ¡que falte alguno! El atardecer te encuentra con una sonrisa en tus labios, se despide solemnemente y con un susurro te envía una brisa que besa tus mejillas y tú la recibes ¡de buen grado! Veo tu reflejo en el lago, intento guardar en mi memoria cada detalle de este maravilloso cuadro formado por ti, «princesa», el lago, la casa y el verde bosque. Con mi mejor voz te saludo desde lejos aún: «Hola, princesa». Te levantas y corres hacia mí y nos sumergimos en un abrazo y un beso, como todas las tardes, festejando el reencuentro. Tiempo de dos cafés dentro de casa para contar las anécdotas del día: mi almuerzo solitario y mi discusión por el diseño del nuevo sistema de la presa, tu reunión de padres con muchos cuestionamientos y la nueva clase de filosofía por las tardes, que dictas con maestría y disfrutas.

Ahora un poco de silencio, sentados en el sofá, tu cabeza sobre mi regazo y tu piernas estiradas, abrigadas con una manta arriba, disfrutando con el corazón y el alma de esta felicidad.

Paraíso de orquídeas

El cielo no espera porque no tiene tiempo y cada instante para él es eterno.

El cielo no fija su mirada en los hombres porque tiene la certeza que su existencia fue creada para ellos.

El cielo sabe que todo lo que posee fue dispuesto para los hombres.

El cielo tiene fe en que su nombre será el elegido por los hombres.

El cielo siente con fuerza que necesita al tiempo en su espíritu.

El creador, el único, el todopoderoso, le concede al cielo el tiempo.

El tiempo se apropia del cielo, dejando en su espacio los segundos, los minutos, las horas y los días.

El cielo ve con agrado al tiempo y mira con júbilo cómo se expandió en toda su morada.

El cielo se llena de colores, torrentes y cascadas cristalinas, hierba nueva y verde para los caminantes, flores y una belleza única.

Pronto el cielo tuvo nombre propio, paraíso. Este nuevo nombre iba a atraer con más fuerza la libre elección de los hombres.

A la orilla de una cristalina cascada florecían con un esplendor exótico unas orquídeas de variados colores, cada capullo con una belleza original. Pero una orquídea se imponía sobre las demás: cuatro pétalos esbeltos, violáceos, con un lila intenso en sus bordes y en su centro, un blanco angelical.

Se pueden encontrar en los escritos más antiguos referencias y leyendas sobre el paraíso y la orquídea del amor. Cuentan que el que fuera capaz de soñar con esa flor de orquídea a orillas de aquella cristalina cascada y su alma y corazón amaran su belleza obtendría la recompensa de la salvación en el paraíso cuando le llegara su hora y un amor terrenal eterno que no destruiría la muerte.

Ella era una más entre los hombres, con un alma sufrida por desencuentros y engaños, pero con un espíritu emprendedor que la impulsaba en su vida. Solo creía en el presente, el tiempo nunca fue su aliado. Por eso vivir su hoy era su libertad y su felicidad.

Un día como los demás recibió una carta escrita con letras de amor que renovaron su fe y ese amor logró crear en su vientre unas chispas que hacía tiempo que no sentía. En el mismo momento dentro, en su interior, luchaban por la supremacía dos bandos: uno, la confianza, la seguridad y la fe; dos, la desconfianza, la inseguridad y la falta de fe. Ella, por supuesto, quería que ganara el primero, pero el segundo bando no se lo ponía fácil.

Una noche de verano logró ir a su cama temprano. Las preocupaciones del trabajo se habían disuelto en su mente. Cerró los ojos y prontamente surgieron los sueños. En uno de ellos estuvo en el paraíso y vio la orquídea majestuosa a la orilla de la cascada cristalina. Sus ojos se maravillaron con su belleza, que quedaría impresa en su recuerdo.

A la mañana siguiente todo fue normal, y la siguiente y la siguiente. En su interior todavía se debatían los dos bandos. El primer sábado de descanso, cuando la noche era genuina, sintió el timbre de la puerta de su casa. Con cierto recelo se acercó a la puerta y preguntó:

—¿Quién es?

El florista le entregó una caja rectangular blanca y una tarjeta y se retiró. Sorprendida pero con cierta intriga, leyó la tarjeta: «Habrá mares y montañas entre nosotros, mas ninguno podrá impedir que estemos juntos». La firma y el nombre llenaron de felicidad su alma y la pequeña estrofa le hizo sentir cosquillas en su vientre. Al abrir la caja vio una rosa blanca pura, un capullo pintado de perla. Le pareció lo más bello que había tenido nunca en sus manos. Su corazón se salía de su pecho; hacía tiempo que no sentía esa rara energía llamada amor. Algo extraordinario había sucedido: la supremacía del primer bando había ganado, desalojando por completo al segundo bando.

Ella pensaba solo en su capullo blanco perlado y nunca en su vida recordó aquella bella orquídea a orillas de la cascada en el paraíso.

Tu nombre

No puedo pasar la tarde sin escribir tu nombre y hacer dibujos en mi mente con cada una de sus letras.

Corazón. Grande, inmenso, que no cabe en tu alma. En tu pecho se mantiene tímido. Sueño con apoyar mis sentidos y escuchar cada latido y escribirle un poema y después, con mis labios, leértelo despacio, muy despacio.

Empatía. Es un don abundante que corre, junto con tu sangre, por todo tu cuerpo. Puedes sentir la alegría de las personas y su dolor en justa medida. No importan la distancia ni el tiempo que hace que no las ves a las dos; sientes lo que necesitan y con prisa buscas, lo encuentras y se lo regalas.

Logros. No los cuentas, los atesoras en tu corazón y son el motor para intentar conseguir más. Para ti es natural, es una pasión que te permite ver más allá, que te mantiene viva y alegre con tus manos llenas de felicidad.

Intimidad. No puedes concebir ningún acto sin disfrutar aunque sea un solo momento de ella. Por eso defiendes mentalmente y con todas tus fuerzas tu casa, tus cosas y tus rincones, donde encuentras la paz que necesitas.

Amor. Conviertes lo complejo en simple para darlo a borbollones como si de agua para calmar la sed se tratase. Distingue a tu alma y también la diferencia cuando a tu alrededor todo es neutro. Y si alguno o alguna es malherido, entonces tu amor acude, sin necesidad de un pedido previo, para intentar cerrar la herida.

Tu nombre es mágico. Contiene todos los ingredientes para lograr un milagro cada día. Por ejemplo, que una persona se sienta bien solo teniéndote cerca.

Mia y David-pedir demasiado

Mia y David se conocen por medio de una página de citas de internet. Tienen una, dos, tres citas con ciertos vaivenes y la cuarta es en el departamento de Mia…

(Sentados frente a frente en el living:

MIA.—¿Y a ti qué te importa lo que me pasa?

DAVID.—¡Ese es mi problema! ¡Sí me importa! Mia, ¿qué quieres?

Así comienzan, con una pregunta de tres palabras, las discusiones interminables entre dos personas que saben (o no) que ya son o serán pareja. Puede ser demasiado pronto o demasiado tarde, no importa. La cuestión es comprender y acordar. Para ello es necesario ser honestos y sinceros con los sentimientos.

MIA.—¡No sé qué quiero! ¿Qué quieres que haga?

Ella estuvo mucho tiempo sola. Demasiadas experiencias malas y siempre un mismo final. Hasta este momento solo el egoísmo predominó en los hombres de su vida. Se vio obligada a protegerse antes que a enamorarse. Los fracasos inevitables le endurecieron el corazón como una roca.

DAVID.—¡Sé honesta, por favor!

Él desconfía hasta de su sombra. Su última relación terminó en divorcio. Sufrió un profundo daño, convirtiendo su confianza en una muralla inexpugnable. Quiere destruir esa muralla porque esta vez se enamoró de una mujer que es indiferente a su amor y desea conquistarla.

(La mirada de Mia se fija en los ojos de él y unas lágrimas aparecen).

MIA.—¡Fui mala! Alguna vez hice el amor por dinero.

No pensó nunca contar esa parte de su vida, pero esta vez se sintió confiada sin saber a ciencia cierta por qué. El hombre que estaba delante de ella le brindaba seguridad. No se sentía enamorada, pero se decidió a darle una oportunidad.

DAVID.—¿Y eso es todo? Me importa tu vida. Por favor, decide.

Una jugada desesperada para no perder esta única oportunidad. Sabía que no estaba enamorada, pero si ella se decidía en este momento por él ya no importaba el futuro. Estaba seguro de sí mismo y decidido a jugar esta vez (y solo esta vez) a cara o cruz por el amor de esa mujer.

MIA.—¡Tú pides demasiado! ¡Tú quieres demasiado!

Era más que una oportunidad. Se sentía abrumada y en ese instante podía dar poco. Su vida (¡compleja!, ¡complicada!) necesitaba liberar tanta presión en pos de un poco de oxígeno para seguir respirando. Quizás había llegado el momento de jugar y tomar una decisión.

DAVID.—Estoy aquí y estoy ¡para vos!

(Se va al balcón y se apoya con los brazos sobre la baranda).

No le importó el poco tiempo que hacía que la conocía. Se entregó a esos ojos penetrantes, a esa cabellera excitante, a esa delicada figura de pequeña y frágil mujer.

(Mia se acerca por atrás a David y le susurra sobre su espalda con una sonrisa):

MIA.—¡No me comprometo a nada! ¡Tendríamos que divertirnos más!

(David se da vuelta y la rodea con sus brazos).

DAVID.—¡Sí! Sin promesas.

(Mia sonríe y susurra):

MIA.—Me voy a la cama.

(Se da media vuelta y lentamente se va. David sonríe y la sigue).

Un epílogo no esperado horas antes para dos vidas distintas. Los días que vendrán mostrarán si hay regalo para los dos. ¡Complemento y equilibrio!

Y, sobre todo, AMOR.

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