Kitabı oku: «Licencia Para Amar»

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Licencia para Amar

Índice

© 2019 Aurelia Hilton

1. Erica

2. Eric

3. ¿Puedo llevarte?

4. Toda la noche

5. Licencia para amar

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© 2019 Aurelia Hilton

Esto es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se utilizan de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, negocios, compañías, eventos o locales es pura coincidencia.

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Erica

Suena la alarma. Erica Parks abre suavemente los ojos para ponerla en pausa. Sabía que no se volvería a dormir, pero disfrutaba de estar acostada allí por unos momentos, visualizando mentalmente el día por venir con los ojos cerrados. La ciudad se mantuvo despierta toda la noche. Los sonidos de la gente, los automóviles y el ruido del tráfico de la mañana atravesaban sus cortinas.

Luego de vivir seis meses en Nueva York, por fin empezaba a sentirse establecida. Su trabajo como asistente en una editorial era un trabajo de ensueño para ella, uno por el que no dudó en hacer las maletas y abandonar su ciudad natal. Trajo consigo todo lo que tenía, incluyendo a su novio Adam con el que tenía 3 años de relación. Se conocían desde mucho antes de que empezaran a salir, y Erica había fantaseado con una larga vida junto a él.

Se sentía cómoda y tranquila, mientras se revolcaba en sus sábanas. La luz seguía siendo tenue y silenciosamente se colaba en su habitación a través de las cortinas. A su lado se encontraba una almohada vacía. Esa almohada había permanecido fría durante 5 de los 6 meses que ella llevaba viviendo allí. Adam había aceptado mudarse con ella, pero no habían descubierto lo diferentes que eran hasta que comenzaron a vivir juntos.

Él sólo vivió con ella durante un mes. Las diferencias entre ellos habían comenzado antes de que se mudaran. Erica tenía un trabajo increíble esperándola, en cambio a él no lo aguardaba nada. Ella estaba ansiosa por apoyarlo durante el traslado, pero él ya se había dado por vencido antes de que llegaran. Erica sabía que él se estaba desmoronando, sin embargo no fue capaz de decirle: "Quédate en Kansas City". Quizás si lo hubiera hecho hubiese sido más fácil para ambos

Miró la almohada vacía, recordando los buenos momentos que vivió con Adam. Momentos de diversión y amistad, aunque entre ellos siempre faltaba algo y ella lo supo desde el principio. Con todos los hombres con los que había salido se sentía así: faltaba algo. Odiando admitir la verdad, Erica dejó que su mente vagara a través de cada relación; desde el principio hasta final, buscando la pieza que faltaba. Ella siempre supo lo que era. En todas sus relaciones, ningún hombre la había hecho correrse. Era una farsante. Tenía la expresión más hermosa en su rostro mientras fingía un orgasmo con sus novios y amantes. Era una gran actriz, bastante convincente.

Desde hace mucho tiempo había abandonado la idea de que un hombre le provocara un orgasmo. Siempre se daba placer así misma, con sus propias manos. Cuando se metía en la cama con un hombre, no sentía nada. Las caricias eran agradables, la conexión se sentía bien, pero jamás llegó a sentir ningún arrebato de éxtasis que la dejara totalmente satisfecha. Después de estar con algún amante, ella encontraba un lugar, tranquilo y solo para terminar el trabajo.

Con Adam ocurrió lo mismo. Tres años saliendo con él y ni un solo orgasmo que Erica no se hubiera dado a sí misma. ¿Cuál era su problema? ¿Por qué no podía correrse con un hombre? Mientras miraba la almohada estos pensamientos se agolpaban en su mente, pero ella decidió evaporarlos acariciándose un poco.

Sus piernas empezaron a retorcerse bajo las sabanas mientras elevaba las rodillas hasta el pecho, arqueando la espalda. Se quitó la camiseta que llevaba puesta y la tiró al suelo. Comenzó a pasar sus dedos sobre su vientre con suavidad y delicadeza, luego empezó a acariciarse los senos hasta que sus pezones se fueron endureciendo. Le dio a cada uno un pellizco y los retorció, sintiendo poco a poco una oleada de electricidad ascender entre sus muslos. Antes de tocarse el coño, le gustaba estar bien caliente. Sabía qué hacer para encenderse, a diferencia de todos los hombres con los que había salido.

Llevó una de sus manos hacia la parte baja de su espalda, dejando que sus dedos palparan más allá del elástico de sus bragas para acariciar cada nalga. Sentía un cosquilleo muy placentero en sus caderas y su trasero mientras movía suavemente sus dedos de un lado a otro sobre los minúsculos vellos de su piel, en esa zona tan suave parecida a la piel de un melocotón. Dejó que el costado de su mano se frotara entre sus nalgas, acercándose lo suficiente para rozar el lugar donde su trasero se encuentra con la humedad y el calor de su coño.

Ya estaba caliente e hinchada. Se quitó las bragas y las lanzó cerca de su camisa para dormir. Sus rodillas, que estaban debajo de sus sábanas ahora apuntaban hacia el techo. En ese instante comenzó a separar las piernas poco a poco. Sus manos comenzaron a acariciar cada pierna, con las palmas presionaba la parte interior de cada muslo. Subió una de sus manos hasta sus senos para pellizcar sus pezones mientras que con la otra mano se acercaba a los pliegues de su flor.

Estaba muy caliente. Puso su mano sobre su vello púbico para capturar la sensación de todo el calor que surgía entre sus piernas. Mientras retorcía su pezón enviaba oleadas de placer a su coño y no podía resistir más. Le gustaba aguantar todo lo que podía, se embriagaba hasta el éxtasis y retrasaba el momento de entrar en contacto con su humedad. Finalmente deslizó su mano suavemente en la hendidura entre sus piernas.

Estaba lista. Rozó con su dedo medio el borde de su hendidura y sintió intensamente una sacudida placentera cuando palpó su humedad. Estaba muy mojada. Cada movimiento que hacía cada caricia y giro de su cuerpo, la mojó más. Ella estaba lista para el éxtasis que estaba a punto de sentir. Su flujo se sentía suave, ligero y ardiente. Con su dedo medio lo esparció lentamente por toda su hendidura.

Ahora era el momento de concentrarse en su clítoris. Deslizó su dedo fácilmente para tocar sus labios hasta rozar la capucha caliente e hinchada en la parte superior de su coño. Su clitorí saltó a su mano, listo para ser tocado. Empezó a presionar suavemente y a sentir cómo respondía a la punta de su dedo. Fue un pequeño juego que la calentó más antes de que empezara a dibujar pequeños círculos sobre él.

Al principio siempre comenzaba con ligeros toques. A veces se imaginaba a un hombre en medio de sus piernas. No podía ver quién era, solo se imaginaba su silueta y su cabeza entre sus muslos. Mientras presionaba un poco más fuerte y hacía el círculo un poco más grande, se imaginaba que el hombre empujaba suavemente su lengua contra ella. Lo podía ver con claridad, imaginaba la sensación de las mejillas de él junto al muslo de ella y su nariz aspirando su olor. Cuanto más se imaginaba esto, más caliente y húmeda se ponía. Los círculos se hicieron más grandes hasta que ya no eran círculos. Comenzó a frotar frenéticamente su clítoris y abrió sus piernas un poco más. Arqueó su espalda y dejó que su clítoris rozara el colchón. Al moverse así, se imaginó la cara del hombre enterrando la lengua en su centro más y más.

Erica comenzó a mover sus caderas sin cesar. No pudo contenerse más y empezó a retorcerse bajo las sabanas mientras su mano acariciaba a su clítoris sin parar. A medida que se acercaba al orgasmo ya no lograba visualizar al hombre. Sucumbió al éxtasis y se abandonó a la sensación de placer que estallaba con intensidad en su cuerpo.

Con las piernas bien separadas, las plantas de sus pies presionadas en el colchón, Erica arqueó la espalda y sintió el ascenso del orgasmo en su cuerpo. Fue ascendiendo desde su clítoris, que era presionado por su dedo con suavidad y rapidez, y estalló desde su torso hasta su pecho. Fue como un río de agua cálida y vibrante.

Su cuerpo se sacudió hacia adelante al llegar orgasmo y su mano comenzó a reducir la velocidad de su toque al sentir la descarga de placer. No emitió ningún sonido, solo profundas respiraciones y exhalaciones que expresaban su alivio.

Ella sabía cómo provocarse un orgasmo, era buena dándose placer. Se acostó en la cama, con el coño todavía palpitando. Puso su mano sobre su vello púbico de nuevo para sentirse a sí misma. Ya no estaba caliente, pero seguía hinchada y muy húmeda. La humedad se había extendido por todo el vello, haciéndolo pegajoso. Se llevó la mano al rostro para aspirar lentamente su olor. Le olía bien, aunque no podía comparar su olor con otro, pues nunca había estado con otra mujer.

Le gustaba su íntimo aroma y disfrutaba aspirarlo después de un orgasmo. Era una prueba de su éxtasis. Dándose la vuelta miró el reloj. Todavía tenía tiempo de prepararse. Podía oír a su compañero de apartamento arrastrando los pies en la cocina. Cuando Adam se marchó, ella tuvo que buscar un compañero de apartamento. Era un buen tipo y tenía un empleo estable. La única cosa que tenían en común era su amor por los hombres. Al principio compartieron momentos de cercanía, se quedaban despiertos hasta altas horas de la noche, amenizando sus veladas con grandes cantidades de alcohol y karaoke. Pero en los últimos meses, se habían convertido en una pareja de viejos casados y tranquilos que dormían en diferentes habitaciones.

Sentada en la cama y buscando algo para echarse encima antes de salir a tomar un café, Erica comenzó a repasar mentalmente la lista de actividades pendientes. Pagar el alquiler. Ir a trabajar a las 10. Conseguir papel higiénico. Oh, rayos. El DMV. Erica había olvidado que tenía que ir al DMV para obtener una nueva licencia de conducir.

Cuando planeó mudarse a Nueva York, no tenía intención de quedarse con su auto. Pensó que no sería necesario en una ciudad donde la gente se traslada en metro, taxis y camina por todos lados ¿no? Al mudarse a un nuevo estado, tenía que decidir qué hacer con él y Adam insistió en que lo conservara por si acaso. Su apartamento estaba lejos de la oficina en la que trabajaba y le ofrecieron estacionamiento gratuito. Solo conducía hacia y desde el trabajo.

Desde que vivía en la Gran Manzana, había dejado para después la obtención de su licencia de conducir de Nueva York y su antigua licencia ya se había vencido. Ella ya había pedido permiso en su trabajo para ocuparse de este asunto y tenía que hacerlo. Aunque no le agradaba en absoluto la idea de sentarse durante horas, en un mugriento DMV en algún lugar de Brooklyn, pero hoy tendría que hacerlo.

Se puso unos jeans negros ajustados que acentuaban su redondo y hermoso trasero. Le encantaban estos pantalones, pues resaltaban su figura y la hacían sentir sexy. Los combinó con una camisa de seda; sin duda, era un atuendo que el jefe aprobaría en la oficina. Buscó sus zapatos que estaban en la sala donde los había dejado tirados la noche anterior.

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