Kitabı oku: «El Último Tinigua», sayfa 2
Indio soy
Indio soy.
Estoy firme mirando
la inmensidad de la llanura.
Tras de mí está la selva . . .
ella ha sido mi cuna
y la de mis hermanos
que hace tiempo se fueron
para un país lejano.
Esa selva es mi madre…
conocí en lunas claras
sus misterios lejanos
y en soleadas mañanas
el canto de los pájaros.
Me enseño a hacer la flecha
y a manejar el arco
y a conocer el rumbo
por sus ríos verdes claros.
Fuera de ella
está el inmenso llano. . .
a él no tengo derecho
porque eso es de los blancos,
esos que nos destruyen,
los que nos humillaron,
desde cuando Colón
con sus hombres pisaron
éstas tierras tan nuestras. . .
mi suelo americano.
Cuando yo llego a un pueblo
se me quedan mirando
y al no entender mi lengua
se van de mí burlando
señalando mi rostro
y mis pobres harapos
que traje de la selva
hechos de matapalo.
Pero yo los entiendo,
los entiendo y recalco
que son seres sin alma,
son seres desgraciados
que se prenden del mundo,
que se ríen de sí mismos
y del dolor causado.
Yo no soy de esa casta
pues jamás me rebajo:
soy indio por ancestro
y de serlo me jacto.
Yo no tengo gobierno
pues yo mismo me mando,
pero dirán entonces
que soy un renegado?.
No, no es eso;
lo que pasa es que escucho
que dicen de soldados
que ellos mismos se acaban,
se están acribillando,
y eso me hiela el cuerpo
y trae de mi pasado
recuerdos imborrables
cuando me destruyeron
a mis antepasados.
Quisiera dar un grito,
a todos estrujarlos,
gritar de que soy libre,
de que soy un tucano,
de que mi raza india,
no debe relegarse,
para que si me escuchan
en el país lejano
donde un día se marcharon
con chinchorro y mujeres
toditos mis hermanos
recuerden que en la selva
los estoy esperando.
Quizás, cuando en sus marchas
ya se sientan cansados
y me cuenten que fueron
a ese país arcano,
a una tierra con nombre
de suelo colombiano,
que vieron sus montañas
y sus picos nevados
blancos como los lirios
cuando comienza mayo.
Que mas podré decir?.
Que estoy viejo y cansado.
Que un dolor muy profundo
a mi cuerpo ha abrazado,
que cuando se oscurezca,
cuando cierre mis párpados
antes de que yo expire
en un grito pagano,
diré: Que yo nací en la selva,
la que me dio la mano,
que del blanco iracundo
yo soy su antepasado,
que soy su misma sangre,
que jamás he llorado,
que yo tengo derecho a ser americano
y más que todo esto,
a ser un colombiano.
Llegó la noche y acalló la selva
sirvió el silencio de mortaja al indio,
filtró la luna sus plateadas hebras
y se marchó su alma al infinito.
Colombia: ve hacia acá
Aquí estoy sin parpadear
contemplando tu faz fiero Vichada.
Contemplo la belleza de tus ríos
y el profundo verdor de tus sabanas
que se extienden grandiosas e infinitas
por palmares y esteros adornadas.
Tus ríos son sierpes que impetuosos bajan
y en una trilogía cual potros briosos,
rinden sus aguas al mítico Orinoco,
el Meta, el Guaviare y el Vichada.
Que esplendoroso panorama he visto
cuando miro que en oriente se agiganta,
un sol que me recuerda al de los griegos
amantes de sus guerras y batallas.
Y en esas tardes cuando va muriendo,
despidiendo arreboles raudo baja,
viene el anochecer y en las mañanas
son espejos de amor sus claras aguas.
De golpe el horizonte se oscurece,
relampagueantes rayos fieros tajan,
estremeciendo el trueno los caminos
y el agua inunda manglares y cañadas.
Después del vendaval viene un susurro:
y el ave adormecida vuelve y canta,
y aparecen las flores campesinas
porque mayo ha anunciado su llegada.
¡Qué grandeza conservas todavía!
es pura y limpia como tú la casta,
y en las venas sangrantes de tus indios
queda una luz que mantendrá a esa raza.
Luz que no apagará ni el mismo tiempo
ni la ferocidad con que los tratan,
ni la injusticia con que se les tiene
porque ellos tienen corazón y alma.
Parece una mentira pero es cierto,
esa casta tan pura está humillada,
por la desidia de nosotros mismos
se muere sola, como no ser nada.
En tus campos se mira por doquiera
madrina de caballos y vacadas,
y alegran a tus campos florecidos
los patos, los gabanes y las garzas.
Más que justa sería tu redención
moribundo gigante. ¡Oh, mi Vichada!
en donde Dios creó fue un paraíso
con rocas de granito y montañas.
En donde el hombre pulsa entre sus manos
tropel de melodías en el arpa,
en donde el cuatro destila sus amores
se escucha el zapateo, se oye la canta.
Pensador: agacha la cabeza, piensa un rato,
esta región es parte de la patria,
enviémosle un abrazo fraternal
digámosle:
¡No pierdas la esperanza!
Cuánto olvido te han dado
Quiero expresar en un lenguaje claro
todo el dolor por lo que está en olvido,
y pienso que las aves de otros días
dejaron para siempre el albo nido.
Cuánta belleza encierran tus senderos
imperioso Vichada, y has sufrido,
el desengaño de los promeseros
que a tí tanto te ofrecen
y no han cumplido.
Fíjate que tus aguas cristalinas
como un cántaro roto, está vacío.
¿Por qué tantas riquezas siendo tuyas,
para tierras ignotas se te han ido?
Tú que sufres callada y cabizbaja,
entre camas de roca y de granito,
a ti te miran como ver a un pobre,
como ver un ladrón, ver un proscrito.
Quisiera preguntarte: ¿qué ha pasado
con tus montes, tus caños y tus ríos?
¿Qué se hicieron los peces en tus aguas,
y tus selvas con árboles sombríos?
Estás enferma… tu mal es muy agudo
tus problemas son muchos y sabidos:
no tienes carreteras y tus males
son tan agudos que producen frío.
¿Qué pasa con tu sangre tan castiza?
¿Por qué no se le atiende a nuestros indios?
Se atribula mi mente y mil recuerdos
llegan pasitroteros a mi oído.
El indio es una raza sin amparo,
se le mira indefenso como a un niño,
es solamente un semoviente enfermo
y las hembras la presa del sadismo.
Los hombres que dejaron la montaña,
que abrieron pica e hicieron su bohío,
se marginaron por hacer más patria
y están cansados y echados al olvido.
El llanero que puebla tus sabanas
que tiene sus ganados y sus críos,
son víctimas señor del atropello,
del hurto, la amenaza, el vandalismo.
Pero todo no puede ser tristeza:
hay esperanza porque aquí en tus hijos,
bulle el ancestro del lancero en ristre
que habrá de rescatar lo que ha perdido.
Bien me atrevo a decir que éstos, mis brazos,
brazos trabajadores y curtidos,
listos están a defender tu nombre
por verte grande como tu sol mismo.
Estaciones
Inviernos
La tarde de encendidos arreboles,
dejó de aparecer en lontananza,
y el horizonte de color naranja
se rompió en mil pedazos
semejando unas garzas
que en silencio volaron
y aparecieron viajeros nubarrones
cubriendo las distancias.
Un relámpago cruzó la faz del llano
rizó la brisa del estero el agua
cantó al descuido la infantil gaviota
cruzó el espacio y se perdió en la nada.
Mayo se anuncia sobre una sabana
que está reseca pues la sed la mata
parece que se abrieran cataratas
para saciar la sed de las cañadas.
Se despierta el reptil que ha dormitado
silencioso, callado en la solapa.
El padrote recoge la manada
pita el toro llanero y la vacada
se abriga de los vientos,
presagiando silente que ha llegado
inclemente el invierno.
Ha llegado la lluvia, hay nueva vida,
y de la selva vestida de esmeralda
parece que vinieran carcajadas,
son loros parlanchines que desgranan
los frutos madurados de la palma.
Cambió la faz de la llanura inerte,
creció el retoño del pajal quemado,
cantó a lo lejos su canción de amores
la sentida y sencilla paraulata.
Llegó la noche cargada de fantasmas,
y un gallo despuntó la madrugada
y del cantor de los caminos reales
se escuchó lisonjera una tonada.
Amaneció, la brisa trajo olores
del caujaro florecido en la cañada,
de los guamales del río trajo perfumes
que envolvieron al campo en su fragancia
y besó los retoños florecidos
de la cambiada y juvenil sabana.
Se despereza el brazo del llanero
parece que creciera, se alargara
pues lo alarga la magia de la soga
para enlazar mostrencos en la sabana franca.
Jinete el hombre en su cerril potranco
se adentra en la llanura,
se convierte en centauro y cruza raudo
los caminos sin rumbo
que una tarde cruzaron
en similar montura y sin aperos
nuestros antepasados
dominando los toros cimarrones
que un día se mañosearon
y fueron reducidos al corral de “paloapique”
para luego marcarlos.
El invierno llegó
como han llegado
los abriles, los junios y los mayos
y crecieron los ríos y bajaron corrientosos
desbaratando playas y barrancos
mientras los topochales ven el paso
de las furiosas aguas del río Capanaparo.
Crecieron los maizales, que el viejo sembrador
en su nuevo conuco había plantado,
y recogió mas tarde con sus hijos
el fruto redentor de su trabajo.
Los hombres con anzuelo y con arpón,
en sus curiaras subieron y bajaron
las aguas cristalinas de los caños
arponeando coporos y cachamas
en las tranquilas aguas del rebalso.
Y volvió la sequía de la mano del verano
acabando sin afanes el milagro de la vida
que una mañana fresca
nos brindara amorosa un mes de mayo.
La nube negra que anunció el invierno
la despidió el verano como todos los años
a regiones ignotas, tan lejanas
que nos es imposible imaginarlas.
Pero el hombre, el llanero de acero, el de a caballo
sigue unido a la tierra de los profundos surcos
que en inclementes tardes le hicieran los veranos
esperando que el dios de los inviernos
vuelva y meta su mano
mostrando la grandeza omnipotente
del Todopoderoso Señor de los arcanos.
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