Kitabı oku: «Las republicanas "burguesas"»
Las republicanas “burguesas”
Inmaculada de la Fuente
ISBN: 978-84-15930-40-2
© Inmaculada de la Fuente, 2014
© Punto de Vista Editores, 2014
http://puntodevistaeditores.com/
info@puntodevistaeditores.com
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Índice
LA AUTORA
PRÓLOGO El tiempo de las pioneras. Las republicanas de la cultura
CAPÍTULO 1 Republicanas y cosmopolitas
Constancia de la Mora: refinada y comunista
Isabel Oyarzábal: una dama ávida de libertad
Carmen de Zulueta: la pasión neoyorkina de una exiliada republicana
Bibliografía del capítulo 1
CAPÍTULO 2 Escritoras e intelectuales
Mercè Rodoreda, la aventura de las palabras
Zenobia Camprubí, amor y dependencia
Josefina Carabias, una chica de provincias con aspiraciones intelectuales
Bibliografía del capítulo 2
CAPÍTULO 3 El compromiso ético y estético de las artistas plásticas
La gran pionera: María Blanchard, pasión por el cubismo y la soledad
Remedios Varo, encadenando vida y sueños
Leonora Carrington, libre como un caballo salvaje
Ángeles Santos, la huida del surrealismo
Bibliografía del capítulo 3
CAPÍTULO 4 Depuradas y proscritas
Retrato íntimo de María Moliner
Matilde Ucelay, la primera arquitecta, condenada a ser invisible
María Brey, la bibliotecaria amiga de Azaña que acabó desterrada
El reto de llamarse Matilde Moliner
Bibliografía del capítulo 4
LA AUTORA
Inmaculada de la Fuente es escritora y periodista. Estudió Historia Moderna y Contemporánea y Periodismo y ha estado vinculada profesionalmente a El País desde 1977 hasta 2012. En 1985 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo en la modalidad de Reportajes y Artículos literarios. En los últimos años se ha especializado en ensayos biográficos de mujeres de la generación de la Segunda República y la posguerra. Recientemente ha publicado una biografía de María Moliner (El exilio interior. La vida de María Moliner, editorial Turner, 2011). Es autora, además, de la novela Años en fuga (El Acantilado, 2002) y los ensayos de temática histórica Mujeres de la Posguerra. De Carmen Laforet a Rosa Chacel, historia de una generación (Planeta, 2002) y La roja y la falangista. Dos hermanas en la España del 36 (Planeta, 2006). Ha participado también en la obra Historia de las mujeres de España y América Latina (Cátedra, 2006, tomo IV) con el capítulo “Escribir su propia historia”.
PRÓLOGO
El tiempo de las pioneras. Las republicanas de la cultura
Las mujeres que aparecen en esta obra tienen una identidad singular y bien merecen una biografía. A pesar de su potente individualidad, pertenecen a una misma realidad histórica, están vinculadas a la cultura en sentido amplio y la mayoría de ellas alcanzó su plenitud profesional durante la Segunda República. Sólo María Blanchard, la gran pintora cubista, puede considerarse ajena a esta dimensión política. Blanchard desarrolló su carrera en el París de las vanguardias y murió dos años después de proclamarse la Segunda República. Aunque compartió, quizás sin saberlo, algunos de sus valores. Su sentido de la libertad y su empeño en ser una artista plena en un mundo de hombres confluyeron con las aspiraciones de las mujeres republicanas y su apuesta por la educación y la igualdad. Podría decirse que fue pre republicana o avant la lettre en su apuesta radical por el arte y la emancipación de la mujer. Al conocerse su muerte, en 1932, el mundo de la cultura lloró su pérdida, y Luz. Diario de la República se hizo eco de la noticia. Corpus Barga escribió que la artista, a quien evocó como un duendecillo en su estudio de Montparnasse, había sido tragada por el silencio y pidió a las mujeres españolas que reivindicaran su memoria. La Unión Republicana Femenina asumió la idea y el 1 de junio de aquel 1932 se celebró en el Ateneo de Madrid un homenaje en su memoria. En el acto participaron Clara Campoamor y un grupo de artistas y escritores, entre ellos Ramón Gómez de la Serna, amigo y buen conocedor de la obra de la pintora cubista, Concha Espina –pariente de la artista fallecida– y Federico García Lorca, que leyó su Elegía a María Blanchard. No fue una casualidad que el poeta granadino escribiera la elegía. Entre García Lorca y Blanchard había más afinidades de las que ellos habrían sospechado: les unía la pasión por el talento, el respeto a la diferencia y el amor a la cultura popular. Aun así, si María Blanchard se encuentra en esta selección dentro del capítulo dedicado a las artistas plásticas que convivieron con la Segunda República o la apoyaron, es por su arrojo de pionera y por abrir camino a otras pintoras que vinieron detrás, como Remedios Varo o Ángeles Santos.
De ellas, Remedios Varo fue la que se identificó más con los postulados republicanos y la que se sintió más comprometida con la defensa de la libertad durante la Guerra Civil. La ausencia en esta obra de Maruja Mallo se debe a que es la surrealista española más conocida y sobre ella hay ya una amplia bibliografía. Esta misma autora le dedicó un capítulo en Mujeres de la posguerra. Ángeles Santos fue, ante todo, un referente generacional para los poetas del 27: más que seguidora, fue hija de la Segunda República, a pesar de su silencio y discreción posteriores. Leonora Carrington, antifascista en Francia, acabó siendo disidente en la España que acababa de ganar la guerra. A pesar de esta relación temporal y algo tangencial con la realidad española, su rebeldía y sus afinidades con Remedios Varo al coincidir en el exilio mexicano han propiciado su inclusión en este capítulo. Ambas surrealistas se consideraban hermanas “del alma”.
De cualquier modo, el grado de identificación de estas grandes pintoras con el periodo republicano no es comparable con el fuerte compromisoadquirido por otras figuras de perfil político más acusado, como Constancia de la Mora e Isabel Oyarzábal. Esta última fue militante socialista y Constancia de la Mora ingresó en el PCE durante la Guerra Civil, pero no tuvieron cargos dentro de sus respectivos partidos y compatibilizaron la política con la actividad profesional.
Zenobia Camprubí, Carmen de Zulueta, Josefina Carabias o Mercè Rodoreda hallaron en la Segunda República un viento de modernidad, una etapa de oportunidades para ellas mismas como mujeres y para la propia sociedad. Todas ellas acabaron en el exilio, no por haber participado activamente en la contienda, sino por sentirse parte de aquel periodo histórico en el que se habían sentido un poco más libres. María Moliner, Matilde Ucelay, María Brey y Matilde Moliner, depuradas por sus adherencias o simpatías republicanas, no se marcharon fuera de España pero sufrieron el ostracismo y las represalias propias del exilio interior.
La palabra burguesa hay que entenderla en sentido amplio y no en términos estrictamente económicos ni dotada de connotaciones elitistas. En el contexto de esta obra expresa que no se trata de obreras sino de mujeres profesionales e ilustradas, de clase media en su mayoría, o de la alta burguesía algunas,como Constancia de la Mora. Precisamente, el Diccionario de uso del español de una de nuestras protagonistas, María Moliner, indica que el término burguésse utiliza “por oposición a proletario”. Moliner añade que también “se aplica a veces despectivamente y a veces humorísticamente” referido a personas de posición económica acomodada. Nada de eso significa aquí. Al poner el foco en mujeres de clase media, o de extracción burguesa, lo que se quiere significar es que no son militantes obreras ni defienden a ultranza ideas de emancipación revolucionaria. Son mujeres de ideas progresistas e igualitarias, ligadas al mundo universitario o urbano y con un claro propósito de ganarse la vida por sí mismas. Hijas de la burguesía emprendedora y de la República.
La Segunda República tuvo en sus inicios un carácter reformista que caló hondo en las clases medias y universitarias. El radicalismo que le atribuyen sus detractores o algunos de sus estudiosos más críticos fue minoritario en sus comienzos. Más tarde, el golpe militar y la Guerra Civil dieron al traste con la apuesta reformista y pervirtieron muchos de sus logros. Conviene subrayar, por tanto, el doble carácter de burgueses y republicanos moderados o de centro izquierda de la mayoría de los seguidores del régimen constituido en 1931. No fue una empresa alocada o revolucionaria sino un movimiento que concitó amplias adhesiones y aglutinó distintas opciones, de ahí su vertiente plural y su fragilidad: la apoyaron republicanos moderados y burgueses liberales, socialistas con una menor o mayor sensibilidad revolucionaria, nacionalistas catalanes y vascos, anarquistas y libertarios y la entonces minoría comunista.
No hay que olvidar, además,que, la Segunda República representó una oportunidad histórica excepcional para las mujeres. El 1 de diciembre de 1931 las Cortes Constituyentes derribaron las barreras que negaban a las españolas el derecho al voto. Clara Campoamor, republicana radical, defendió en el hemiciclo un sufragio femenino sin tutelas ni restricciones. Así fue.
No obstante, se acostumbra a identificar a la Segunda República con mujeres de relevancia excepcional como Victoria Kent, Margarita Nelken, Pasionaria, María Lejárraga o María Teresa León... Sin embargo, la influencia del ideario republicano en otras mujeres de su generación fue bastante permeable: abogadas, periodistas, escritoras, funcionarias y no sólo políticas interiorizaron en sus vidas y profesiones las ideas republicanas. No en vano maestras y profesoras como Matilde Moliner, o bibliotecarias y archiveras como María Brey o María Moliner, fueron duramente castigadas por los expedientes de depuración franquista.
Las que eran niñas y adolescentes en los primeros años treinta percibieron ese viento de libertad en su educación. Aunque no se identificaran del todo con la República o apenas comprendieran o repararan en su ideario debido a su corta edad, sí vislumbraron que aquellos cambios las favorecían y que estrenaban derechos que las impulsaban hacia delante. Había por tanto una base social importante de mujeres que mantenían afinidades republicanas o en algunos casos, actitudes ambivalentes hacia una República que consideraban benefactora aunque no asumieran todo su programa o criticaran determinados errores o insuficiencias. Más allá de la dicotomía Monarquía/República, lo que estaba en juego en esos años fue la consolidación de la democracia frente a sus viejos enemigos: el oscurantismo, el señoritismo y la ignorancia. No en vano, hay quien considera que la democracia actual, y en especial los años del consenso liderados por Adolfo Suárez, son herederos más o menos directos de aquella Segunda República reformista herida de muerte tras el golpe militar del 36 y la Guerra Civil.
Las biografías de las 14 protagonistas de esta obra dan testimonio del avance de la mujer en aquel periodo y reflejan sus propios avatares personales y profesionales. No están todas las mujeres valiosas de la época, pero son plenamente representativas. Aunque los textos han sido revisados y ampliados, inicialmente estas semblanzas biográficas fueron publicadas en la revista literaria ovetense Clarín, entre 2006 y 2012. Elegir qué semblanzas de las ya publicadas se reunían en esta nueva obra y qué otras se descartaban no siempre ha sido fácil. Al primar el factor generacional y la coherencia de formar parte de una época, no se ha incluido la de la escritora y académica Soledad Puértolas, autora contemporánea que empezó a publicar en los años de la Transición. Por coherencia tampoco se ha incluido la de Carmen Laforet (estudiada en profundidad en Mujeres de la posguerra). A pesar de que Carmen Laforet, nacida en 1921 en Barcelona, tuvo una adolescencia y juventud en libertad y en sus años de estudiante de bachillerato en Canarias, donde residía, se formó en el ideario republicano, representa más al mundo de la posguerra que al de la Segunda República. Laforet fue una chica bastante salvaje que vagabundeaba por la playa y se saltaba alguna que otra clase, pero sentía devoción por su profesora Consuelo Burell, educada en la Institución Libre de Enseñanza. Su vida, sin embargo, dio un giro crucial al ganar el Premio Nadal con su primera novela, Nada, publicada en 1945. Además de entrar en el mundo literario oficial tras recibir el galardón, se casó con uno de los críticos y periodistas más destacados de la época, Manuel Cerezales, de tendencia liberal-conservadora. Un cúmulo de circunstancias que llevó a la escritora a esa zona neutra donde la rebeldía y la frescura con que escribió Nada dejaron de tener cabida. Quizás fue un símbolo de lo que les pasó a otras jóvenes españolas que de la noche a la mañana perdieron sus libertades sin ser conscientes de que las perdían. Lo cierto es que a finales de los años cuarenta de la Carmen Laforet juvenil y transgresora apenas quedaba más que su habitual cigarrillo. El humo fue su particular manera de seguir siendo fiel a su juventud y de evadirse de una realidad que toleraba, aunque no fuera con ella. Su novela, Nada, era el reflejo de ese vacío existencial y generacional.
Un vacío que evocaba otro tiempo. El tiempo de las libertades perdidas. El tiempo de las pioneras.
CAPÍTULO 1
Republicanas y cosmopolitas
Constancia de la Mora: refinada y comunista
“¡VIVA LA REPÚBLICA!” Así termina Constancia de la Mora Maura (1906-1950) In Place of Splendor: the Autobiography of a Spanish Woman (Doble esplendor, en castellano) su autobiografía personal, familiar y política hasta 1939. Un libro publicado en Estados Unidos en el verano de 1939 considerado pionero dentro de la literatura “de la memoria” sobre el exilio escrita por mujeres. Silvia Mistral (Éxodo. Diario de una refugiada española, Minerva, México, 1940) y Clara Campoamor (La révolution espagnole vue par una republicaine, Librairie Pion, París, 1937), este último escrito antes de terminar la Guerra Civil, fueron también de las primeras en legar sus vivencias. Isabel Oyarzábal, otra exiliada a la que se dedica parte de este capítulo, plasmó también sus memorias años después. Al igual que Carlota O´Neill y María Lejárraga. Y ya en sus años de madurez, María Teresa León con Memoria de la melancolía, su obra de culto. El final elegido por De la Mora es un grito no sólo de desgarro sino de afirmación. La Segunda República agonizaba y ella no se resignaba a que el proyecto que había transformado su vida se extinguiera.
La derrota republicana inauguraba, además, un elemento de incertidumbre en el propio futuro de Constancia de la Mora que la autora quería soslayar. La República había sido para ella el motor de su propio cambio en 1931, y volvía a serlo en el 39, aunque de un modo diferente. Si en el 31 su metamorfosis coincidió con la que estaba experimentando España y aparecía cargada de promesas, el 39 significó el inicio de algo nuevo, inesperado y desconocido. Un exilio del que ignoraba su duración y sus consecuencias. Al marcharse a Nueva Yorkprimero, donde escribiría y publicaría Doble esplendor, y luego a México, Constancia de la Mora clausuraba la etapa más bella y honda de su vida, aunque hubiera que incluir en ella la hecatombe de la Guerra Civil, una fractura personaly colectiva que el exilio, lejos de curar, agravó.
La nieta comunista de Antonio Maura que se enfrentó al exilio era una mujer muy distinta de la que en 1931 decidió abrazar la República. Aquella joven burguesa de 25 años que en 1931 descubrió las libertades que encarnaba la República y que en pocos meses se convirtió en demócrataconvencida, poco tenía que ver con la joven señora de 33 que, con la mirada preocupada, avistaba la ciudad de Nueva York desde el barco que la acercaba a Estados Unidos. Si en el 31 Constancia de la Mora se adhirió a lasfilas republicanas desde una visión moderada, durante la Guerra Civil adquirió un compromiso ideológicoque iba a marcar su exilio: su adscripción al Partido Comunista. Hija de la oligarquía burguesa y terrateniente (su padre, Germán de la Mora, era presidente de la compañía Electra y propietario de diversas fincas rurales, entre ellas la de la Mata del Pirón, en Sotosalbos, en la provinciade Segovia), Constancia de la Mora saltó desde su privilegiada clase social a los círculos reformistas e ilustrados, hacia algo todavía indefinido que podría identificarse con una tercera España que no era ni conservadora ni obrera, pero sí impulsora de reformas y atenta a las carencias de las clases populares. Sin embargo, la brecha de la guerra civil, la profunda herida que dividió al país en dos, la empujó ya en el otoño de 1936 a buscar en el Partido Comunista la fortaleza y la trinchera desde la que combatir al bando armado que se había levantado contra el Gobierno republicano.
Figura poliédrica
No se puede hablar, por tanto, de una Constancia de la Mora monolítica, roja y estalinista. De la Mora fue un personaje poliédrico, a pesar de la energía y la capacidad de mando y decisión que destilaron algunas de sus actuaciones. Aproximarse a esta figura fascinante que debería ser asumida como un símbolo de pluralidad y de libertad, aun con los debidos matices, exige diferenciar sucesivas etapas en su evolución: un periodo inicial de entusiasmo y fervor republicano hasta 1932; la latente radicalización gestada durante el periodo derechista marcado por la CEDA y los primeros meses del Frente Popular y, una tercera etapa, la de la Guerra Civil, en la que el dramatismo y la gravedad de los acontecimientos la condujeron a ingresar enel Partido Comunista. No es justo contemplar su figura como una foto fija: como la estalinista que llegó a ser al frente de la censura en la Oficina de Prensa Extranjera republicana. O desde el otro extremo, no parece tampoco serio considerarla una out-sider dentro de la izquierda, una comunista a la que algunos militantes reprocharon ciertos tics burgueses a pesar de sí misma. En Constancia de la Mora confluyó todo eso al mismo tiempo: era una burguesa con convicciones comunistas. O lo que es lo mismo: eligió libremente ser de izquierdas y defender la República al lado de los comunistas, pero no podía borrar ni negar su origen. Su patrimonio político y moral es un compendio de estas identidades: nunca dejó de ser del todo una De la Mora Maura, aun en el exilio; nunca perdió su amor por la libertad, encarnado en la Segunda República y, en la medida en que pudo o supo, siempre fue leal al Partido Comunista de España. Aunar estas señas de identidad no siempre fue fácil, pero el poso de todas ellas permaneció hasta su muerte, en el exilio, en 1950.
El fracaso de su primer matrimonio (se casó en 1927 con Manuel Bolín, hermano de Luis, el héroe franquistadel Dragon Rapide) fue el revulsivo que precipitó su interés por la política. Unos años antes, su estancia en un internado católico de Cambridge, el Saint Mary’s Convent, en los años posteriores a la I Guerra Mundial, había dejado en Constancia de la Mora una huella latente de deseos de autonomía que iba a cristalizar con toda virulencia en los años republicanos. En Cambridge, De la Mora había descubierto cierto sentido de la independencia. Cuando una de sus amigas inglesas le acompañó a España en unas vacaciones y se alojaron en La Mata, se sintió avergonzada al comprobar la ignorancia en la que vivían los empleados de su padre: como la inglesa no hablaba ni entendía castellano, se dirigían a ella a gritos o recalcando las palabras para que “les comprendiera”. Aquella gente vivía enuna tosca burbuja en la que la simplicidad y el analfabetismose alimentaban mutuamente. La visita de su amiga le abrió los ojos y concluyó que su padre y su clase social no eran ajenos a aquella situación. En medio de las brumas de Cambridge encontraba más libertad que en los salones madrileños.
Intentó prolongar su estancia en Reino Unido pidiendo permiso a sus padres para trabajar en una tienda de modas que regentaba una dama conocida en su ambiente familiar, pero su madre fue a rescatarla de tales veleidadesy juntas volvieron a España para ser presentada en sociedad.De la Mora, a la que empezaron a llamar Connie en Cambridge, nombre que mantuvo a su vuelta, se plegó a los deseos de sus padres y aceptó el plan establecido: casarse, tener hijos y continuar la vida diseñada de antemano para las mujeres de su clase.
De cualquier modo, el 14 de abril de 1931, Connie no sabía aún que la llegada de la República iba a ser tan decisiva para ella. Había vuelto a Madrid poco antes, en marzo de 1931, “para empezar una nueva vida” después de residir un tiempo en Málaga, y sólo se dio cuenta de que “España enterase disponía a hacer algo muy parecido”. Al instalarse de nuevo en la capital con su hija Lourdes (Luli), de poco másde 3 años, y separarse de su marido, Constancia se convertía en pionera: en vez de residir en casa de sus padres,Germán de la Mora y Constancia Maura, como era habitual en las clases altas, prefirió vivir en un piso con su hija y trabajar en la tienda de arte español que Zenobia Camprubí, la esposa de Juan Ramón Jiménez, y su socia, Inés Muñoz, tenían en Madrid. Esto la colocó en el centro dela vida madrileña: por origen familiar frecuentaba a la clase alta, por sus propias convicciones los cenáculos de la cultura progresista. En esos momentos, la República representaba ante todo un soplo de libertad, la posibilidad de dejar atrás su desastroso y precipitado matrimonio con Manuel Bolín.
El encuentro con Ignacio Hidalgo de Cisneros
La relación con Zenobia Camprubí fue crucial en esta etapa. Además de darle trabajo en su tienda de artesanía, la puso en contacto con otra clase de burguesía: la que amaba la cultura y apostaba por el progreso. En ese sentido, Zenobia Camprubí, miembro de la junta directiva del Lyceum Club, selecto círculo de conferencias promovido por la élite cultural femenina de la época,l e proporcionó a Constancia de la Mora el ambiente social y las amistades que su espíritu inquieto demandaba. La nieta de Maura comprendió que el país cambiaba, que los privilegios de su clase eran obsoletos, que la población española estaba atrasada, y que había que acometer cambios. En su familia, liberal y conservadora, estaban acostumbrados a que hubiera disidentes (el hermano de su madre, Miguel Maura, republicano moderado, fue ministro del primer gabinete formado tras la caída de la Monarquía). Pero lo llamativo y hasta escandaloso para algunos fue que una mujer se erigiera en ferviente republicana. Un deslizamiento hacia el progresismo que De la Mora vivió como una liberacióny como un desafío. Hay que tener en cuenta que, aunque Constancia de la Mora era consciente de los privilegios que conllevaba pertenecer a su clase social, sufría las trabas que condicionaban la vida de las mujeres a principios del siglo XX.
Los deseos de independencia adormecidos resucitaron con su separación y su nuevo planteamiento de vida. El cambio ideológico fue rápido, pero la transición de ambientes no fue brusca. Una de las amigas de su clase social a la que frecuentaba aún en la primavera de 1931, María Ruspoli Caro, condesa de Buelna, refleja una imagen todavía convencional de Connie en unas cartas dirigidas a su marido, Mariano del Prado O’Neill, candidato de Acción Nacional a las primeras elecciones constituyentes de juniode 1931. En esta correspondencia, escrita entre el 18 y el22 de junio de 1931, Ruspoli relata a su marido, de campaña electoral, su acontecer en Madrid y le habla a menudo de Connie: se visitaban, al menos en aquellos días, jugaban al bridge y compartían actos sociales exentosde significación política. A través de estas cartas, depositadas recientemente en la Fundación Antonio Maura, Connie aparece como una amiga apreciada, aunque de carácter serio. Ruspoli cuenta a su marido una de sus partidas de bridge con otros amigos y, además de asegurarle que lo pasaron muy bien, aclara que jugaban en dos mesas: la de Connie, advierte, era la seria, la otra, la divertida. Lamentablemente, no alude a las incipientes convicciones republicanasde Constancia: o no eran del todo conocidas en su entorno, o se asumían sin demasiada trascendencia. De cualquier modo, Connie seguía frecuentando a una amiga casada con un candidato de Acción Nacional en junio de 1931. Cabe pensar, de todos modos, que estas partidas de bridge que Ruspoli fomentaba para no sentirse sola o aburrida en ausencia de su esposo, debieron de ser unos de los últimos acontecimientos dentro de su clase social enlos que Connie participó.
El gran cambio de su vida se produjo al conocer a Ignacio Hidalgo de Cisneros y López de Montenegro, militar de linaje aristocrático y lealtades republicanas (lo que le llevaría a ser jefe de la Aviación de la República durante la contienda civil). Decidieron casarse en cuanto se aprobara la Ley del Divorcio de 1932 e iban juntos a las tribunas de invitados del Congreso a ver cómo iba a quedar la ley que les permitiría contraer matrimonio. En consecuencia, Connie no aceptó anular su primer matrimonio, como hacía la clase alta, y fue de las primeras españolas que se divorció y se casó por lo civil (con Hidalgo de Cisneros). Sin duda, esta boda, a la que asistieron varios ministros, abrió el camino a otras españolas declase media y alta. En aquellos momentos, el matrimonio Hidalgo de Cisneros encarnaba un progresismo exquisito: además de relacionarse con Zenobia y Juan Ramón, estaban en contacto con la clase política a través de su amistad con Indalecio Prieto y Azaña. De algún modo, se sentían próximos a la tercera España, la que apostaba por las reformas y la modernidad desde una óptica comprometida, pero no partidista.
Cosmopolita, inquieta y visceral, Constancia y su marido residieron en Roma y Berlín de 1933 a 1935, al ser nombrado Hidalgo de Cisneros agregado de aviación en ambas embajadas españolas. Alarmado ante las noticias involucionistas que le llegaban del ejército español, Hidalgo de Cisneros pidió el traslado a España para sumarse a los sectores progresistas y apoyar en las urnas la vuelta de la izquierda. Meses después, a raíz del golpe militar de julio del 36, Constancia y el agregado militar se mantuvieron a lado del Gobierno legítimo y radicalizaron sus posiciones, hasta el punto de ingresar en el Partido Comunista para combatir mejor a los sublevados. En un principio, Constancia se ocupó de cuidar y evacuar a los niños de un orfanato madrileño a la zona de Valencia, pero más tarde se ocupó de la Oficina de Prensa Extranjera, encargada de facilitar y censurar la información que mandaban los corresponsales extranjeros a sus respectivos países. Hablaba varios idiomas y desde este cargo desplegó una gran influencia en todos los grandes corresponsales: Jay Allen, Hemingway o Dorothy Parker, entre otros. Estableció asimismo una buena amistad con Burnett Bolloten, que, con el tiempo, acabaría adoptando posiciones conservadoras y muy críticas respecto a la influencia soviética en el lado republicano.
La fascinación comunista
Fue en este periodo, entre los años 37 y 39, cuando se forjó el perfil comunista de Constancia de la Mora. Al no estar curtida en la militancia, una mezcla de fascinación e ingenuidad le hizo sublimar el papel del Partido Comunista en la contienda. Recién llegada a las filas del PCE, decidió enviar a su hija Luli a la URSS para apartarla de los bombardeos y de los peligros de la Guerra Civil, pero subestimó lo que ese gesto implicaría en un futuro. De la Mora tenía suficientes recursos y amistades en Europa, en Francia principalmente, y podía haber enviado a Luli a casa de amigos o a algún internado. Al elegir laURSS descartó, sin duda, una solución individual a favor de una ilusión colectiva: mandarla a la patria soviética. Este hecho debe ser entendido en el contexto histórico en el que fue tomado: en los años treinta del siglo XX, la URSS representaba la tierra promisoria para la izquierda ansiosa de igualdad y de justicia.
Constancia de la Mora e Hidalgo de Cisneros no fueron los únicos burgueses seducidos por este ideario. Aunque el PCE no tenía gran arraigo en la sociedad española en los años previos a la Guerra Civil, sus ideales igualitarios calaron en parte de la juventud burguesa ilustrada. A pesar de que en el Instituto-Escuela y en sus instituciones hermanas estaba prohibido que sus alumnos tomaran partido mientras estudiaran en sus aulas, muchos de ellos se vieron abocados entre 1935 y 1936 a militar o a simpatizar con las formaciones políticas que preconizaban la igualdad y la universalidad. Constancia de la Mora seunió a esta corriente en unos años en los que el estalinismo cobraría un auge insoportable, pero en el momento de ingresar en el PCE desconocía la oscuridad que encerraba este vasallaje. Aunque los anarquistas le han atribuido una relación estrecha con los servicios secretos soviéticos y un ardor comunista excesivo, no fue más estalinista que cualquier otro militante de la época.
Cuando las tropas franquistas tomaron Barcelona, Constancia cruzaba la frontera hacia Francia, donde posteriormente se reunió con su marido. Hidalgo de Cisneros, sin embargo, regresó a los pocos días a la zona central de nuevo, en un último intento de resistir y de salvar Madrid y el escaso territorio que permanecía en manos de la República. De la Mora, mientras tanto, viajaba desde Francia a Nueva York. Sus amigos periodistas norteamericanos la invitaron a Estados Unidos con vistas a pedir una desesperada ayuda para inyectar nueva vida a la República. No hubo tiempo para solicitar aviones ni apoyos al presidente Roosevelt ni a la opinión pública norteamericana. Laguerra terminó mientras De la Mora, alojada en casa de Jay Allen, el futuro jefe de prensa de las tropas norteamericanasen la II Guerra Mundial, escribía con letras de fuego sus memorias, In Place of Splendor (Doble esplendor). A finales del 39 se retiró definitivamente a México, primero en la capital y poco después en Cuernavaca, donde se afincaban los refugiadoseuropeos que huían del fascismo y del nazismo, y trabajó en los primeros años cuarenta por la dignidad de los exiliados. En 1944, año en que sus memorias fueron editadas por primera vez en castellano en México (en la editorial Atlante, en la que participaba Juan Grijalbo como administrador antes de constituir su propia editorial), De la Mora publicó con la escritora judeo-alemana Anna Seghers The Story ofthe Joint Antisfascist Refugee Comittee, opúsculo en el que hacían balance de la ayuda destinada a los refugiados. En ese tiempo De la Mora confiaba en que Franco abandonara el poder con la victoria aliada. En algunas de sus visitas a Europa en los años cuarenta se reunió con su padre en Portugal. Jorge Semprún (primo de Constancia) contaba con hilaridad que Germán de la Mora tuvo la ocurrencia de proponerle a su hija la instalación de una especie de koljós (colectivización agraria soviética)en su finca segoviana para animarla a volver a España. Naturalmente, era un atrevimiento difícil de llevar a cabo en pleno franquismo, aunque se tratara de experimentarlo en una porción de su propia finca. Y no era eso lo que quería Constancia. Había apoyado la reforma agraria durante la República y había sido muy crítica con su padre por este motivo, pero no se trataba de que ella se entretuviera en su finca, sino de repartir la riqueza de forma racional y justa para todos.