Kitabı oku: «Las republicanas "burguesas"», sayfa 2

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La continuidad del dictador frustró su regreso a España. Para entonces, se había divorciado de Hidalgo de Cisneros, que regresó a Europa del Este reclamado por el PCE, y había tratado de encauzarsu vida hacia la escritura, sin conseguirlo del todo. Dejó un segundo manuscrito sobre la cultura indígena mexicanay trató de integrarse en el mundo artístico del país. Figura de relieve dentro del PCE en México, pero no dirigente, se fue apartando al final de suvida de las reuniones políticas. Mantuvo sus convicciones hasta el final, pero queda la incógnita de si desde el puntode vista ideológico se produjo alguna evolución. Los retrasosy dificultades que encontró para reunirse de nuevo con su hija, que llegó a México desde la URSS en 1946, y los sinsabores de la derrota y la soledad debieron influir en su ánimo, pero el hecho de que en ese tiempo colaboraracon la embajada soviética en México como traductora, hace pensar que su ortodoxia era granítica.

Su muerte, en un accidente de tráfico en Guatemala, en vísperas de cumplir 44 años, completó de modo trágico una vida de leyenda. No estaba en Guatemala de viaje turístico, aunque en parte pudiera parecerlo. Para mantener su amplia casa en Cuernavaca, Constancia aceptaba de vez en cuando acompañar a turistas norteamericanas a visitar los paisajes más genuinos de México y Guatemala, y de paso compraba ropa y artesanía que luego vendía a sus amistades. Acompañaba a la millonaria Mary O’Brieny a otros amigos por Guatemala cuando le sobrevino el accidente de tráfico en el que sólo ella perdió la vida. Este hecho, unido a su juventud, despertó todo tipo de especulaciones entre los refugiados, e incluso en el entorno de Indalecio Prieto se discutió si podría haber sido un accidente intencionado. No había sido el primero ni el último caso en el que la larga mano de Stalin se cebaba en los refugiados mexicanos. Frente a tales hipótesis, lo más probable es que la muerte de Connie fuera fortuita, un simple accidente.

Su vida es la de una heroína romántica. Pertenece a esegrupo de mujeres que hallaron su cenit en la República y los cambios y libertades que trajo. Durante años su figura fue olvidada, silenciada, robada en cierto modo, a pesarde pertenecer a una familia de relieve. Su biografía recorre parte del siglo XX. Es ya historia y también literatura.

Anexo: La polémica sobre la autoría de In Place of Splendor

Una trayectoria tan singular y novelesca como la de Constancia de la Mora no está exenta aún de interrogantes. Su propia autobiografía ha concitado controversias en los últimos años. A pesar de que De la Mora debe su proyección internacional a esa autobiografía que narra la metamorfosis de una joven de la alta burguesía en una española de izquierdas, la obra no puede verse ya como un espejo acabado de lo que fue su vida. Ni siquiera como una obra enteramente propia.

Lo llamativo es que In Place of Splendor, publicado por primera vez en 1939 en Estados Unidos, no es exactamente el mismo libro que Doble esplendor, la primera edición en castellano publicada en México en 1944 (y en España en 1977). No sólo porque se aprecian cambios de voz, sino porque al traducirla al español, De la Mora introdujo variaciones, aunque el contenido esencial permaneciera.

Ambos libros, además, fueron escritos en circunstancias muy distintas. Aunque narran la misma historia, hay diferencias en la redacción y en la información. En la edición inglesa, además, contó con ayuda externa, aunque en su momento se obviara o minimizara esa colaboración. Al traducirse al español (su idioma materno,justamente en el que por fuerza pensó su historia mientras trataba de escribirla en inglés) tenía la posibilidad de pulir el texto inicial, apresurado y en cierto modo colectivo, aunque se identificara con él en líneas sustanciales. La edición española es si cabe en este sentido más suya. Con la limitación de que la historia ya estaba escrita y no podía desdecirse de lo contado, aunque sí narrarlo de otro modo.

Algunos de los cambios introducidos en la versión española no son ajenos al modo en que se gestó In Place of Splendor: the autobiography of a Spanish woman (Harcourt. Brace and Co, 1939).Sobre esta autobiografía circularon toda clase de especulaciones y leyendas. Cabe incluso preguntarse: ¿De dónde sacó el tiempo y la concentración suficientes Connie de la Mora para escribir en unos pocos meses estas memorias de su vida y de la España reciente? Sabemos que llegó a Nueva York a primeros de marzo de 1939 con el fin de pedir ayuda para la ya casi derrotada República. La neutralidad de las potencias occidentales (traicionada por Alemania e Italia) había posibilitado la victoria franquista, argumentaba. Con su viaje, pretendía conmover a la opinión norteamericana y forzarla a modificar su papel neutral en aras de la acción humanitaria. Mientras abordaba el libro, además, llegó la noticia inapelable: la capitulación del coronel Casado, con la entrada de Franco en Madrid. Desde ese momento, De la Mora se centró en denunciar el trato inhumano que infringía Francia a los refugiados y las represalias políticas que sufrían los vencidos que habían quedado en el interior.

Constancia de la Mora dedicó la primavera y parte del verano del 39 a escribir In Place of Splendor. Simultáneamente, desplegó cierta actividad social y diplomática, desde visitas a la primera dama, Eleonore Roosevelt (en una ocasión acompañando a Juan Negrín), a encuentros con los corresponsales que habían cubierto la contienda española y con los antiguos brigadistas. Podría pensarse que De la Mora llevaba escritas algunas ideas para su autobiografía, pero es una hipótesis improbable, ya que la idea de escribir su vida nació en suelo estadounidense.

En Nueva York estuvo arropada por Jay Allen, el primero en animarla a que escribiera sus memorias, y el círculo de Ernest Hemingway y Martha Gellhorn. Teniendo en cuenta la capacidad de Constancia de la Mora para aunar voluntades en torno a sus ideales o intereses, no hay duda de que recabó su consejo respecto al borrador que escribía. Entre los exiliados circuló la idea de que sus amigos periodistas habían intervenido en la redacción del libro. Es esclarecedora en ese sentido una carta del poeta Pedro Salinas a Katherine Whitmore, el 10 de diciembre de 1939, en la que ironiza sobre la autoría de In Place of Splendor: “¿Te gusta el libro de Coni de la Mora? Yo no lo he leído, pero lo he ojeado despacio. ¿Suyo? Se me figura que es un producto colectivo del grupo de Jay Allen, gran amigo de ella y su marido, y de los escritores afines” (O. Completas, III, Cátedra, Madrid, 2007, p. 800).

Aunque no lograra su objetivo político, In Place in Splendor alcanzaría en diciembre la segunda edición y un innegable éxito. De la Mora empezó a ser considerada una figura mediática entre los progresistas norteamericanos. Su personaje, el de la ficción y su espejo real, atrajo la atención de las feministas. Un protagonismo que en parte le abrumaba, teniendo en cuenta que era más una mujer de acción que una intelectual.

Nadie escribió entonces, fuera de ciertos comentarios privados, que la autobiografía no fuera su vida o que alguien se la hubiera fabricado. Se sospechaba que no la había escrito sola, no ya por la dificultad que representaba para una española elaborar la primera versión en inglés, aunque hablara y tradujera con fluidez esta lengua, sino por el tono elegido para acercarse al público norteamericano, más propio de una cronista. Un tono, al mismo tiempo, no exento de encanto e ironía al abordar su infancia y su privilegiada vida familiar en la España de principios del siglo XX. Sin duda, su testimonio era lo bastante auténtico como para que nadie pudiera ponerlo en entredicho. Y después de todo, resultaba más bello alimentar la leyenda que desmontar el mito. Como consecuencia, In Place of Splendor fue publicado también en Londres al año siguiente, y luego sucesivamente traducido al español, al francés, al italiano y al alemán…

Sin embargo, en 1993, la biógrafa de Tina Modotti, Margaret Hooks, reveló que la autora material del manuscrito de Constancia de la Mora fue Ruth McKenney (en Tina Modotti. Photographer and Revolutionary (Londres, Pandora / Harper Collins, 1993, p. 239). Hooks había pasado una temporada en México buscando testimonios para escribir la biografía de Modotti y aunque su interés se centraba en la fotógrafa, obtuvo abundante información sobre De la Mora. Supo así que en su autobiografía intervinieron varias manos. Pero la que probablemente unificó el texto, fue Ruth McKenney, una guionista de moda de ideas filocomunistas. Hooks alude así a esta colaboración: “Her life story and version of events in Spain, In Place of Splendor, apparently ghost-written by the popular american writer Ruth McKenney [sic], was destined to become a best-seller”

El hecho de que McKenney fuera autora de la editorial en la que De la Mora iba a publicar su manuscrito facilitó la colaboración de ambas mujeres en las semanas previas a la edición del libro. Por su parte, Jay Allen revisó todo lo concerniente al papel de los corresponsales, la fauna periodística y literaria a la que pertenecía él mismo. De cualquier modo Constancia debía confiar mucho en Ruth McKenney para aceptar que interviniera en su historia. Aunque no sólo recurrió a ella: hizo circular el manuscrito entre sus amigos, y algunos, como Tina Modotti y el cubano Manuel Fernández Colino, le ayudaron a corregir pruebas. Fernández Colino era bilingüe y tanto él como Modotti habían estado en España durante la Guerra Civil. Era lógico que De la Mora se apoyara en ellos para que corrigieran su inglés o para captar las expresiones locales de McKenney. En consecuencia, cuesta pensar que De la Mora, acostumbrada a repartir y encargar tareas que finalmente supervisaba, atribuyera a McKenney o al resto de sus colaboradores el éxito de su propia autobiografía, aunque valorase su ayuda.

Cuando abordó la versión en castellano, De la Mora, afincada ya en México, eliminó anécdotas y explicaciones coyunturales y añadió alguna que otra idea que ayudaran a contextualizar lo narrado. Así sucede cuando relata el impacto que produjo su metamorfosis republicana entre sus amistades, y en concreto el desencuentro vivido con una amiga aristócrata a la que visitó en su domicilio.

“La marquesa debió de entretenerse en contar la escena que se había desarrollado en su casa, porque bien pronto corrió la voz por el Madrid que me conocía, de que yo “estaba hecha una terrible republicana”. Claro que causó menos sorpresa de la que era de esperar, porque ¿no había trabajado en una tienda?, y ¿no me había separado de mi marido?, y ¿no decía que quería seguir trabajando para poder vivir independientemente con mi hija? Una cosa lleva a la otra y lo natural, al fin y al cabo, era que una mujer con “esas ideas” acabase por hacerse republicana y traidora al rey a quien su abuelo sirvió durante tantos años. A los quince días no me quedaba un solo amigo de mi infancia y juventud. Pero había adquirido un tesoro desconocido para mí hasta entonces: aprendí a pensar ¡y el que una mujer se permitiese el lujo de “tener ideas” y discurriese era precisamente lo que tanto preocupaba a aquellos entre quienes yo había vivido toda la vida!”(Doble esplendor, edición de 1977.Crítica. Barcelona. pág.138).

En la versión inglesa, no aparecía la reflexión anterior señalada en negrita. El texto quedaba así:

“The marchioness lost no time spreading the great scandal that Constancia de la Mora –Madame Bolin- was a Republican. All of aristocratic Madrid shuddered to hear the tale, although of course everyone could say. “I told you so”. For had I not actually held a job in shop? Had I not left my husband? One thing leads to another. A woman who wants to be “independent” will sooner or later end up as that lowest of all things , a Republican, a traitor to the Monarchy. An in a fortnight I had lost all the friends I had known since my childhood” (In Place of Splendor. HarcourtPress. NY. 1939, pag 134).

Unas páginas más delante, De la Mora elimina de la versión en español el modo en que conoció en Madrid a Jay Allen y el origen de su amistad. En la versión inglesa explica que, después de vivir en Madrid, volvió a marcharse a Málaga a instancias de la familia de su primer marido, y durante su ausencia, su amiga Zenobia Camprubí alquiló su apartamento al corresponsal y a su familia. No obstante, al separarse definitivamente y regresar a Madrid, ella misma necesitaba para sí el apartamento, por lo que tuvo que ir a solicitarlo a los Allen, según cuenta en In Place of Splendor.

“While I was still in Malaga, I had rented the apartament through Zenobia to an American newspaperman, Jay Allen, and his wife and small son. Now when I returned to Madrid I found the paper hangers and painters busily making the apartment ready for the Americans. The Allens were impatiently waiting for the paint to dry while they stayed at a hotel. With my heart in my mouth I went to call on them to beg them to let me have the apartment back for myself.

Jay Allen was in bed when I arrived-sick, he explained cheerfully. (…) “I hope you will forgive me,” I stammered.

The Allens listened to my story and then all three, including the grave child, assured me that it was no trouble at all, of course I should have my own apartment, they would start immediately to look for another, I shoulden´t waste a moment of worry for disturbing their plans-it was nothing.

I backed out of the door with the Allens waving cheerfully” (In Place of Splendor (pág. 135-136).

Luego añade que a pesar de haber aprendido inglés en un internado de Oxford, el acento americano de Allen y otros estadounidenses resultaba tan pegadizo que pocos días de después de visitar al periodista y a su familia alguien le hizo notar que hablaba como si hubiera vivido en Kansas… Unas observaciones que la autora ahorra al lector español. Si en la versión inglesa tenía sentido aludir a su fluido inglés para congraciarse con el lector estadounidense, en la edición castellana esta cuestión resultaba irrelevante. No obstante, al borrar el origen de su amistad con Allen, el lector en español puede experimentar cierta perplejidad cuando se refiere al corresponsal americano como un viejo amigo, sin dar más detalles. Un desconcierto, por otra parte, menor.

La desaparición del primer encuentro con Allen en la versión castellana le obliga a eliminar los detalles de su vuelta al apartamento madrileño y se limita a decir: “Luli y yo nos habíamos instalado apenas, en nuestro pisito de Madrid, cuando estalló una nueva crisis política. El general Berenguer…”.El equivalente en inglés decía: “Luli and I had hardly settled down in our redecorated apartment when a new political crisis hit Madrid. General Berenguer…”

Había además un trasfondo de tipo personal al hacer desaparecer de Doble esplendor su inicial amistad con Jay Allen. Este corresponsal que había sintonizado bien con la España republicana, no compartía al cien por cien el punto de vista de su amiga española. A pesar de avalarla ante la opinión pública estadounidense, nunca compartió sus afinidades comunistas. Si en los primeros tiempos denunciaron y combatieron juntos los abusos del franquismo victorioso, poco a poco se abrió una brecha entre ellos. La marcha de De la Mora a México a finales de 1939, en pleno reconocimiento literario de su obra, y su posterior ruptura con algunos de sus colaboradores norteamericanos en la causa de los refugiados, acentuó este distanciamiento.

Uno de los misterios que envuelven el exilio de Constancia de la Mora y su a veces errática trayectoria gira en torno a esa decisión de afincarse en México justamente cuando la crítica norteamericana alababa su autobiografía. Quizás influyera el hecho de que su marido, Hidalgo de Cisneros, tuviera dificultades con el inglés o que la estrecha relación de éste con la Unión Soviética durante la Guerra Civil imposibilitara su estancia en Estados Unidos. Aunque ambos eran comunistas, en los primeros meses de la derrota se les identificaba fundamentalmente con el gobierno republicano, y Constancia, en un principio, eludió definirse ante la prensa neoyorkina. Por poco tiempo. Un año después, ella misma pasó de heroína a villana, al serle denegado el visado para volver a Estados Unidos desde México: el fantasma de su militancia comunista y el escenario de caza de brujas que se dibujaba le cerraron las puertas del país que inicialmente se le había rendido.

Todas estas circunstancias hacen pensar que De la Mora aprovechó la versión castellana (Doble esplendor) para ajustar cuentas con la inglesa (In Place of Splendor): ¿su propia versión o la de otros? Al enfrentarse a la traducción al castellano debió conjurar el verano de 1939 y el fantasma de Ruth McKenney. Todo quedaba atrás.

Algunas de las modificaciones introducidas en la versión castellana parecen tener una función didáctica. En la página 278 de Doble esplendor, equivalente a la 254 de la edición neoyorquina, intercala un nuevo párrafo sobre Mussolini en el contexto de la intervención italiana y alemana en el conflicto español. En ambas versiones, De la Mora relata las primeras semanas de la Guerra Civil y apunta que ya en los primeros días de agosto el gobierno republicano denunció la invasión de aviadores italianos. Tras señalar que las democracias occidentales hicieron oídos sordos (“Democracies turned a deaf ear to our pleas while the fascist strangled democracy in Spain” en la versión original), incluye en la edición castellana un nuevo párrafo: “Mussolini, naturalmente, se apresuró a negar la veracidad de las palabras de sus aviadores lo mismo que Hitler negó desde el principio (…)”.

Tras este párrafo inédito vuelve al texto inicial: “Cuando A. Malraux llegó a España… (“When André Malraux arrived...”). No hay duda de que cotejar ambos textos es un ejercicio instructivo. De la Mora reconoció que su borrador inicial (donado a una institución de amigos americanos) era más largo que el manuscrito publicado. La edición española rescató quizás algunos de estos folios que habían quedado en el tintero. Lo que no podemos saber es qué nueva versión habría ofrecido Constancia de la Mora de haber reescrito estas memorias en 1950, poco antes de morir en aquel extraño accidente de tráfico, a los 44 años, cuando vivía en el hastío de un exilio cuyo sentido se le escapaba, alejada de los dirigentes del PCE en México y del que había sido su marido, Ignacio Hidalgo de Cisneros.

Isabel Oyarzábal: una dama ávida de libertad

Hay vidas que además de ser lo que son, evocan atmósferas colectivas. Con sólo nombrarlas se puede captar el sentir de su generación. Su propia historia se nutre detrazos generacionales comunes en los que confluyen otras peripecias vitales. Isabel Oyarzábal Smith (Málaga, 1878-México, 1974), conocida como Isabel de Palencia tras adoptar el apellido de su marido, o como Ella Palencia dentro de su círculo íntimo, formó parte de la minoría de mujeres que alcanzó relevancia durante la Segunda República, a pesar de que desde un punto de vista biográfico se la podría situar en una generación anterior, la del 14 del siglo XX. O incluso con algunas reminiscencias de la del 98.En el fondo, hubo muchas mujeres e identidades en Isabel o Ella Palencia. Tantas que hasta utilizó el seudónimo de Beatriz Galindo para firmar las Crónicas Femeninas que publicó en El Sol. La suya fue una vida intensa, versátil y difícil de clasificar. Ya desde su juventud experimentó una especie de carrera contra reloj para llevar a cabo sus múltiples proyectos. Su biografía sugiere que hubo otras formas de ser mujer en España en el primer tercio de siglo XX.

Una de las singularidades de Isabel Oyarzábal procede de su doble origen cultural. Hija de Juan Oyarzábal y Bucelli, católico y andaluz, y Ana Smith y Guithrie, escocesa y protestante, se desenvolvió desde niña en un ambiente liberal. Nacida y educada en Málaga, sus padres optaron por la formación católica, pero la impronta materna no cayó en el olvido. Alumna del colegio de la Asunción, Isabel se ofreció a dar clase en la Escuela de las niñas pobres, adonde acudían las hijas de familias que malvivían en las barracas del monte Gibralfaro. A cambio de recibir enseñanza y algunos víveres, los padres de las niñas tenían que asistir obligatoriamente a misa. Isabel percibió el tufo del chantaje institucional y le transmitió su rechazo a su padre. Quedó claro desde entonces que la cuestión social iba a ser el resorte que iba a mover a la malagueña frente a la injusticia, aunque desde el punto de vista cultural se identificara con la burguesía progresista y se dejara seducir por ambientes sofisticados. Una contradicción aparente que para ella no era tal: se sentía socialista, pero le molestaba que la llamaran “roja”, sobre todo si quien lo decía anticipaba ya un juicio interesado.

Embajadora en Escandinavia

El 4 de enero de 1937 una carroza tirada por seis caballos conducía a Isabel Oyarzábal, tocada con un pequeño sombrero, a presentar las cartas credenciales al monarca sueco, Gustavo V. Meses antes, el 23 de octubre de 1936, había sido nombrada ministro plenipotenciario de segunda clase en la Legación de España en Estocolmo. Su dominio del inglés la convertía en segura candidata a misiones en el extranjero. Pero antes de incorporarse a su puesto tenía un compromiso: asistir a la reunión de la Sociedad de Naciones. Una vez en Ginebra, Fernando de los Ríos, que acababa de ser designado embajador en Washington, le indicó que, antes de partir a Estocolmo tenía que participar en una gira con destino a Canadá y Estados Unidos, además de asistir de camino al congreso del Partido Laborista que se iba celebrar en Edimburgo. El objetivo de estos viajes no era otro que explicar la posición de la República en el conflicto bélico que había prendido en España en julio del año 36. La expedición neoyorquina la formaban Marcelino Domingo, presidente de Izquierda Republicana, y el sacerdote Luis Sarasola, además de Oyarzábal. En su comparecencia norteamericana fueron arropados por miles de simpatizantes y recibieron el apoyo de la primera dama, Eleanor Roosevelt. Más accidentado fue el intento de informar a los laboristas británicos antes de que debatieran su postura ante el Pacto de No intervención. Junto a Jiménez de Asúa, los expedicionarios volaron desde París a Londres con el propósito de alquilar luego una avioneta para llegar a tiempo al debate. Pero fueron detenidos en circunstancias pocos claras durante unas horas. Cuando llegaron al fin a Edimburgo, los laboristas (entonces en la oposición) ya habían apostado por la neutralidad. A los españoles les recibieron con aplausos, pero sólo les dieron apoyo moral.

Al llegar a Estocolmo, la embajadora se vio envuelta en una situación kafkiana. El tiempo era gélido y su acogida fue igualmente fría. Su predecesor, Alfonso Fiscowich, afín a los franquistas, se había atrincherado en la Legación y no pensaba abandonarla. Ante esta situación, el secretario y el traductor la instaron a presentar sus cartas credenciales y a alojarse provisionalmente en el Gran Hotel. Allí, Oyarzábal empezó a estudiar la lengua del país y a estrechar contactos con el comité sueco de ayuda a España. A pesar de que se ocupaba de los trámites administrativos y comerciales propios de una embajadora, se sentía aislada y sola en el hotel. Su hijo, médico, seguía en España y su marido se encontraba destinado en la Legación de Riga. Aunque Suecia simpatizaba con el Gobierno republicano se veía obligada a respetar el pacto de No Intervención y a declararse neutral. Finalmente, las autoridades suecas negociaron la salida del diplomático rebelde y Oyarzábal se trasladó a la embajada, desde donde se fue encargando también de las relaciones con Dinamarca, Finlandia y Noruega. Sin duda, debió sentir una gran emoción cuando el rey Gustavo V levantó su copa para brindar por “la representante de la heroica República española” durante la recepción ofrecida al cuerpo diplomático con motivo de las fiestas navideñas de 1938.

Hasta llegar allí, a ese momento en que su copa se cruzó con la de Gustavo V, su vida había girado sobre varios ejes: el periodismo y el trabajo social. Siendo muy joven, en uno de sus viajes a Reino Unido para visitar a los parientes de su madre, se ganó el primer sueldo dando clases de español a una familia de la localidad inglesa de Sussex. Al contrario que la mayoría de las jóvenes de su entorno, Isabel Oyarzábal quería trabajar. Su madre había fomentado su sentido de la independencia alentando una educación en libertad. De vuelta a España se interesó por el periodismo y el teatro. Soñaba con ser actriz y no tardaría mucho en conseguirlo. La afición se le había despertado tras actuar en varias obras de teatro que se representaban en su casa en determinadas festividades ante un reducido grupo de invitados, una costumbre arraigada en la burguesía. La ocasión de demostrar sus dotes se la proporcionó la presencia en Málaga en 1905 de la actriz María Tubau. Oyarzábal visitó a la actriz y logró que le hiciera una prueba para entrar en su compañía. Su padre había fallecido y su madre le acompañó a Madrid para que debutara como actriz en Pepita Tudó. El acontecimiento escandalizó a sus familiares y amigos. Pero nada iba a perturbar el afán de Isabel Oyarzábal por desbrozar su futuro y encontrar su propio camino.

La interpretación teatral, pese a todo, fue algo efímero. No le importó demasiado porque tenía otros intereses.Muy pronto se volcó en el periodismo, sin abandonar del todo el ambiente teatral. Por un lado, escribiría algunas obras dramáticas, una de ellas, Sangre de mar, en 1935, para Margarita Xirgu. Por otro, Isabel se enamoró de Ceferino Palencia, hijo de María Tubau. En 1909, se casaría con Ceferino Palencia, aunque tal vez no fuera ésta la mejor elección de su vida. Jurista de formación, Ceferino Palencia, Cefe, se pasó pronto a la pintura y a la crítica de arte. El matrimonio tuvo dos hijos, Ceferino, a quien llamaban Cefito para diferenciarlo de su padre, y María Isabel, conocida familiarmente como Marisa.

En paralelo, la actividad profesional de Isabel de Palencia crecía. Además de ser corresponsal de publicaciones inglesas como The Standard y Laffan News Bureau, ella misma editaba con su hermana Ana y su amiga Raimunda Avecilla, La Dama y la Vida Ilustrada, una revista que era toda una declaración de principios: contenidos femeninos con algo de cultura, y, de vez en cuando, un artículo de más calado sobre los derechos de la mujer. Este proyecto fue abandonado por falta de recursos, pero Oyarzábal colaboraba en Blanco y Negro, El Heraldo, Nuevo Mundo o La Esfera.

No se pueden soslayar otras actividades colaterales como la de traductora y conferenciante. Además de verter al español gran parte de la obra de Havelok Ellis, Psicología sexual, tradujo La abadía de Northanger, de Jane Austen, y Silas Marner, de George Elliot. Otros flecos de su actividad fueron sus conferencias sobre folklore y moda en Montreal, Miami, Nueva York o San Francisco, recopiladas en El traje regional de España (1926). Como autora, ella misma publicó en 1921 El alma del niño, un conjunto de reflexiones sobre los problemas de la infancia. ¿De dónde sacaba no ya tiempo sino energía para desdoblarse una y otra vez? Probablemente de una necesidad de ser y de afirmarse, mezclada con una enorme curiosidad. Sin olvidar nunca el hambre de justicia que jalonó su existencia.

En 1918 ingresó en a la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME), de la que llegó a ser presidenta. Descubría así su veta feminista y la necesidad de dotar de elementos de cambio a las mujeres. Dos años después, en 1920, asistiría como delegada al Congreso de la Alianza Internacional para el Sufragio de la Mujer, celebrado en Ginebra, en calidad de secretaria del Consejo Supremo Feminista de España. En la siguiente década, además de presidir la Liga Femenina Española por la Paz y la Libertad, se interesaría por el Derecho internacional en relación con el trabajo infantil. Fue la única mujer que formó parte de la Comisión Permanente de la Esclavitud en la Sociedad de Naciones. “Una infame razón de economía, consecuencia de otros inicuos intereses políticos”, dijo al denunciar la esclavitud.

Algunos biógrafos la incluían en las llamadas Damas rojas, junto a Victoria Kent y Carmen Burgos, burguesas, cultivadas y progresistas. Rafael Cansinos Assens la recordaba así en La novela de un literato: “Isabel Oyarzábal de Palencia si bien no tiene una obra literaria considerable, es una gran mujer, a la moderna, de espíritu amplio, comprensivo y de una sensibilidad muy femenina, pese a su actitud feminista, acreditada en miles de artículos y gestos políticos: pertenece a ese número de mujeres de ideología moderna, desligadas de la tradición clerical, libres, pero no libertinas en que figuran Teresa de Escoriaza, Clara Campoamor y otras menos célebres que continúan la línea de Carmen de Burgos y las llamadas damas rojas de principios de siglo. (…) Es una mujer seria, sin coquetería, una intelectual”, sentencia. Fiel a su época, el escritor entre medias alude a su falda corta y a sus “piernas estupendas, dignas de Demetrio, involuntariamente excitantes y que cruza con toda naturalidad”.

Fundadora del Lyceum Club

En 1926 se creó el Lyceum Club, fundado por un grupo de mujeres avanzadas que querían reunirse,como otras europeas, para compartir intereses y defender avances legales como el derecho al sufragio femenino. Allí confluían las grandes figuras de la inteligencia femenina y “las maridas de sus maridos”, expresión feliz de Concha Méndez para referirse a las esposas de los prohombres de la cultura o la política. Oyarzábal formó parte de la junta directiva del Lyceum junto a María de Maeztu, Victoria Kent y Zenobia Camprubí. Con esta última tenía algunas similitudes: el bilingüismo y la convicción de que las mujeres debían trabajar y valerse por sí mismas en lo económico. Oyarzábal, además, pronto adquirió compromisos políticos y se cimentó una identidad propia al margen de la de su marido.

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