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CAPÍTULO 6

Rencillas.

Estaba corriendo, mis pies apenas tocaban el suelo. Las hojas de los matorrales y las zarzas del bosque arañaban mis brazos y piernas en mi lucha por continuar avanzando. Era inútil, estaba tan oscuro que apenas conseguía ver nada. La única ayuda con la que contaba era la pálida luz de la luna, que se filtraba en pequeños resquicios lo justo para que viese tenuemente la silueta de los árboles y así evitar chocar contra ellos.

Seguí corriendo, no podía quedarme allí. Sentía un miedo tan acervado, tan atroz, que me imposibilitaba pensar en otra cosa que no fuese huir. El bosque se percibía de una forma distinta a la del día. Y mi mente sólo era capaz de dar una orden: correr. No podía dejar que me atrapase.

Lo sentía cada vez más cerca. Algo se aproximaba a mí a una velocidad implacable, amparado por la oscuridad de la noche. Intenté correr más rápido y sentí que las piernas me empezaban a doler, y mis rodillas a flaquear. Me golpeé el costado derecho con el tronco de un árbol y casi caí al suelo. Conseguí afianzar un pie en el último segundo para evitar la caída. Y aquello que me seguía ganó terreno a mi espalda. El pánico me embargó y volví a imprimir fuerzas a mis piernas, pero estaba exhausta. No recordaba cuánto tiempo llevaba corriendo. ¿Días? ¿Horas? Tropecé con una raíz retorcida que salía del suelo y caí de bruces, golpeándome la cabeza contra algo duro del suelo. Alcé la vista sintiendo como mi sangre caliente y pegajosa empezaba a manar de una herida en la frente y me obligaba a cerrar un ojo. Lo tenía encima. Un sudor frío me recorría el cuerpo mientras arañaba la tierra bajo mis manos en un pobre intento de levantarme. Demasiado tarde. Lo supe. Sólo tuve tiempo de volver el rostro hacia atrás para ver cómo la oscuridad se cernía sobre mí y me lo arrebataba todo.

Me incorporé de golpe en la cama, respirando trabajosamente. Aun temblando alargué el brazo y encendí la lámpara de mi mesita de noche. La habitación se iluminó bajo la tenue luz. Permanecí quieta durante unos segundos tratando de asimilar aquella pesadilla. Había sido tan real, me sentía agotada. Estaba sudando, como si hubiese corrido una maratón. Me llevé la mano a la frente y palpé en busca de alguna herida., pero no toqué nada fuera de lo habitual; mi piel estaba lisa, completamente intacta.

Cálmate Lor, sólo ha sido un sueño. Nada más. Pero la noche anterior también había tenido una pesadilla. Aunque a diferencia de ésta, no la recordaba. ¿Habría sido la misma? Me dejé caer de nuevo en la cama con los ojos abiertos. Tiré del cuello de mi camiseta hasta cubrirme con ella media cara, inhalé y maldecí al instante. Había sudado mucho y el olor de la camiseta ya no era (cien por cien) el de Tom. Tendría que volver a sustituir la prenda. Era la segunda vez en menos de una semana. La que había llevado el día anterior ya estaba lavada, seca y colgaba del respaldo de la silla del escritorio, sin rastro del aroma de mi hermano.

Sin moverme de mi posición, cogí el móvil. La pantalla marcaba las tres de la mañana. Genial, duérmete ahora si tienes narices, pensé. Resoplé malhumorada y me levanté de la cama, me puse unas zapatillas de andar por casa y salí de mi habitación en dirección a la cocina. Al pasar por delante del estudio de pintura con el pasillo totalmente a oscuras, un escalofrío me recorrió de arriba abajo. Ni hablar, nada de cuadros espeluznantes esta noche, me dije.

Descendí las escaleras en el más absoluto de los silencios y entré en la cocina. Rebusqué en los armarios en busca de té. Cuando lo encontré, llené una tetera de agua y lo puse a hervir todo junto, necesitaba algo que me relajase. Inconscientemente me había estado frotando los brazos con las manos, como si quisiese calmar el escozor de los arañazos del sueño. Cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo me sentí ridícula y me forcé a pegarlos al cuerpo.

Tras unos minutos mirando absorta las llamas que oscilaban lánguidamente bajo la tetera, ésta empezó a despedir vapor por la trompa. Apagué el fuego y me serví el contenido en un vaso. Me senté en la mesa y removí sin ganas el brebaje. ¿Por qué había soñado aquello? La visión del bosque nocturno no se me borraba de la cabeza. Era curioso que guardase tantos detalles de aquel paraje, teniendo en cuenta que nunca había estado fuera de la finca de noche. ¿Y si no era el mismo bosque que conocía? Deseché aquella idea, claro que era el mismo. No conocía ningún otro.

Sentí otro escalofrío y me estremecí, éste sí que ha sido fuerte, pensé. Últimamente me pasaba muy a menudo, seguramente debido a los nervios. Tendría que empezar a proponerme seriamente relajarme un poco. Desde luego si seguía así, sin dormir bien y tiritando cada vez que una brizna de aire me rozaba, caería enferma, y eso no me lo podía permitir. Le di un trago al té para reconfortarme, el líquido caliente descendió por mi garganta ayudándome a entrar en calor. Mucho mejor. Estaba helada.

Sin darme cuenta, y sorbo a sorbo, me había bebido el contenido del vaso. Lo rellené automáticamente con el agua que quedaba en la tetera. Aún no estaba preparada para regresar a mi habitación. Pero desde luego no podía pasarme la noche en vela, quedaba mucho trabajo por hacer al día siguiente. ¿Sería capaz de volver a dormirme? Tenía serias dudas al respecto.

Mis pensamientos me llevaban una y otra vez al maldito sueño. Quería dejar de pensar en él, o no sería capaz de dormir. Toqué impulsivamente mi frente y me odié por ello. Tú no estabas fuera, joder, solo ha sido una pesadilla. Me ovillé en la silla para esconder la cara entre las rodillas y me llevé las manos a la cabeza para presionar las sienes. Un pensamiento que había querido retener todo el rato me atravesó y no pude hacerlo desaparecer. ¿Y si no era mi huída lo que había vivido en el sueño? No sigas por ahí, no ha sido real. No eres médium, es imposible. No, no, no. Me puse en pie y dejé el vaso en el fregadero, se acabó el té. No me estaba ayudando nada.

Apagué la luz de la cocina y volví al piso de arriba. Fui directa a la habitación de Tom. Entré y cerré con sumo cuidado. Encendí la luz de su mesita, y observé entristecida su cama desierta. Me quité la camiseta que llevaba y busqué otra en el armario. No me había duchado, pero sabía que lo único que podría calmarme en aquel estado era su olor. Y tenía casi cuarenta camisetas a las que recurrir. Escogí una de color rojo, con el emblema de flash en el pecho y me la puse. Aquella camiseta en concreto, se la había regalado yo cuando cumplió diecisiete años. Fui hacia la cama y me metí entre las sabanas. Pasaría la noche en aquel dormitorio. Mantuve la luz de la mesita encendida. No podía soportar la idea de que la oscuridad se cerniese sobre mí otra vez. Cerré los ojos y bloqueé mi mente visualizando un muro blanco. Imaginé su altura, textura y grosor. Tenía que sentir que estaba a salvo. Debía conseguir dormirme con aquella visión o la pesadilla regresaría. Al pensar aquello el muro se resquebrajó, y me afané en cubrir la grieta con argamasa. Me entretuve lo suficiente allí, cerciorándome que no dejaba un poro sin cubrir, acariciando la superficie con mis manos hasta dejarla totalmente lisa…y mi consciencia se desvaneció.

Me desperté gracias a la luz que entraba por la ventana, vertiéndose a raudales por toda la estancia. Alargué la mano para coger mi teléfono, pero no estaba allí. Abrí los ojos confusa y al ver el techo del dormitorio recordé que no estaba en mi cuarto. Me dolía la cabeza como si estuviese de resaca. Me senté en la cama con esfuerzo y me froté la cara. La luz de la lámpara estaba apagada aunque juraba que la había dejado encendida. No sabía qué hora era pero a juzgar por la claridad que hería mis ojos, debía ser tarde. Me costó una barbaridad ponerme en pie, pero lo hice. Salí del dormitorio de mi hermano para ir a mi cuarto en busca de ropa que ponerme. Mis planes se vieron truncados cuando apenas había dado dos pasos para alejarme de allí, ya que tuve que correr al cuarto de baño del pasillo al sentir que el contenido de mi estómago pugnaba por salir. Llegué justo a tiempo para ponerme de rodillas y meter prácticamente la cabeza en la taza del váter. Vomité la cena y el té de la noche anterior. Cuando los espasmos y las arcadas remitieron, me sentía peor que una muñeca de trapo.

Unos suaves golpes en la puerta del baño me obligaron a enderezarme un poco. Me di cuenta con horror que algunos mechones de mi pelo estaban manchados de vómito.

—¿Lor, estás bien? —preguntó mi tía tras la puerta.

—Un momento, tía May —pedí poniéndome trabajosamente en pie.

Fui hacia la pica y me miré en el espejo. Estaba pálida, y mi pelo era un amasijo apelmazado y empapado en algunas zonas.

—Qué asco das —susurré a la extraña que me devolvía la mirada en el reflejo.

Abrí el grifo y me enjuagué la boca. Después intenté lavar un poco el vómito de mi pelo. Lo conseguí, pero el olor permaneció allí.

—Cariño, ¿puedo entrar? —pidió tía May.

¿Qué le tenía que decir? ¿Qué no estaba visible? En ese caso aguardaría en la puerta hasta que saliese y entonces me vería de todas formas.

—Claro, entra —cedí finalmente.

La puerta se abrió y mi tía apareció en el umbral. Me vio, me evaluó y su cara denotó preocupación.

—Te busqué esta mañana en tu cuarto al ver que no bajabas —explicó—, al no encontrarte me asusté y empecé a buscar. Me sorprendió que estuvieses en el cuarto de Tom. Parecías cansada y te he dejado dormir. ¿Pero qué te pasa, niña? Tienes un aspecto horrible.

Alzó mi rostro entre sus manos para mirarme las pupilas con detenimiento.

—No es nada, tía May —grazné con la espantosa voz de mi maltrecha garganta—. Debo de estar incubando algo, nada más.

Mi tía asintió para sí.

—Ven —dijo entrelazando su brazo al mío—, te llevaré a tu cuarto para que puedas ducharte en tu lavabo tranquilamente.

Me sentía débil y agradecí su apoyo para caminar hasta mi dormitorio. Cuando llegamos me ayudó a sentarme en la cama y fue a abrir el grifo de la ducha para que corriese el agua. Cuando terminó se reunió conmigo de nuevo y se sentó a mi lado.

—¿Por qué estabas en la habitación de tu hermano? —preguntó con dulzura.

—Tuve una pesadilla y no podía dormir. Fui a la cocina y me hice un té.

—He visto la tetera— dijo con un asentimiento.

—Pero seguía angustiada, y no fui capaz de volver a mi cuarto —concluí.

—¿Recuerdas qué pasaba en el sueño?—inquirió.

Parpadeé dos veces y tomé aire.

—Esta vez sí —musité.

Mi tía me miró esperando a que continuase. Tenía que contárselo. Pero ella era una persona muy especial, sus Dones eran muchos. ¿Y si le explicaba el sueño y sabia descifrarlo?

¿Quería yo conocer el significado? ¿Sería capaz de afrontarlo? Basta, que sea lo que Dios quiera.

—Estaba en el bosque —susurré.

Asintió de nuevo.

—De noche —puntualicé.

Apretó la mandíbula, pero mantuvo la expresión de serenidad que había tenido todo el rato.

—Algo me seguía —continué sin dejar de observar su semblante—. No sé qué era, solo recuerdo que corría y corría cada vez más, llena de pánico. Hasta que me caí, y aquello se echó sobre mí. Entonces desperté.

Mi tía mantenía un semblante serio.

—No tengo intención de salir de noche —dije para que no se preocupase.

—Lo sé, cielo —respondió pensativa.

—¿Sabes lo que significa? —pregunté reuniendo el valor necesario para encajar la respuesta.

Frunció el ceño.

—¿Qué? Claro que no, solo ha sido un mal sueño. Nada más, tesoro. ¿Qué te ronda por la cabeza?

Agaché el semblante y miré mis pies avergonzada.

—Pensé que, tal vez… que podría ser… una visión de…

—No —cortó tía May—. No viste lo que le pasaba a Tom. No pienses eso.

—¿Cómo lo sabes?

Mi tía se levantó de la cama y me cogió de la mano para que me pusiese en pie. Me miró a la cara y puso con cuidado dos mechones de pelo tras mis orejas.

—Lo sé, y ya está. Ha sido un sueño, nada más. Esa pesadilla sólo es fruto de tu miedo, no dejes que te domine ¿de acuerdo? Dúchate y relájate.

No estaba muy convencida de lo que me decía, pero estaba agotada para discutir sus argumentos. Así que me limité a asentir en silencio mientras me dirigía al baño.

—Te esperaré en la cocina. Voy a prepararte algo para que te sientas mejor —dijo antes de que yo cerrase la puerta del cuarto de baño.

Me tomé mi tiempo para ducharme, porque era totalmente incapaz de hacerlo más rápido. Para cuando salí de la ducha, tenía las yemas de los dedos arrugadas como pasas. Envolví como pude mi pelo en una toalla y salí a mi dormitorio a por algo de ropa, cogí lo primero que vi en el armario. Vaqueros, una vieja camiseta blanca de tirantes y mis Panamá Jack. Me froté el pelo con la toalla para escurrirlo un poco y lo peiné con los dedos, el simple pensamiento de secarlo y cepillarlo era agotador. Tendría que bastar con eso.

Bajé a la cocina con calma. El dolor de cabeza había remitido un poco gracias al agua caliente de la ducha, pero aún y así seguía sintiéndome resacosa. Entré en la cocina y me desplomé en la silla. Mi tía me escuchó y salió de su habitación de preparados con un cuenco humeante entre las manos.

—Tómate esto —dijo poniéndolo ante mí.

El líquido era de un feo color marrón turbio. Lo olí y reprimí una arcada tapándome la boca.

—Creo que paso —murmuré alejando el cuenco de mí—. Me encuentro fatal y me duele la cabeza como si tuviera resaca, pero viviré más años si no me bebo esto.

—Bébetelo —ordenó plantándose delante de mí con los brazos en jarras.

—Pero…

—Ahora —cortó, alzando el dedo a modo de advertencia.

Bufé y deslicé de nuevo el cuenco hacia mí. Cogí aire, me tapé la nariz y me lo bebí de un tirón. Aún y así, fue asqueroso. Aunque mi cara le causó mucha gracia a tía May.

—Así me gusta —dijo reprimiendo una sonrisa mientras retiraba el cuenco de la mesa para lavarlo —ya verás cómo enseguida estarás como nueva.

Apreté la mandíbula y respiré profundamente tres veces mientras esperaba que aquel sabor repugnante se desvaneciera de mi boca.

—Toma —dijo mi tía en tono condescendiente tendiéndome un vaso de agua.

Lo cogí como si volviera de dar una vuelta y me lo bebí con avidez, cuando terminé me limpié las comisuras de los labios con el dorso de la mano. Tía May se sirvió una taza de café y se sentó junto a mí en la mesa.

—¿Qué tal la cabeza? —preguntó.

Alcé las cejas sorprendida. No hacía ni un minuto que me había tomado aquella porquería ¿de verdad creía que ya no me dolería? Iba a responderle que seguía encontrándome fatal, pero me detuve en cuanto se abrieron mis labios, momento exacto en el que fui consciente de que el dolor de cabeza se había disipado. Mi tía asintió para sí, satisfecha al leer la expresión estupefacta de mi cara.

—¿Increíble verdad? —preguntó sarcástica.

Tuve que asentir, pues no sabía que decir ante aquel milagro. Seguía sintiéndome cansada, pero desde luego mi estado había mejorado exponencialmente.

—Bueno, y ahora que te sientes mejor ¿crees que serías capaz de salir fuera a poner un poco de orden?

La miré interrogante.

—¿Qué quieres decir? —pregunté.

—Los chicos —bufó—. Llevan toda la mañana peleando entre sí, son incapaces de ponerse de acuerdo. Al final he tenido que separarlos como si fuesen niños de preescolar.

Parpadeé aún sin entender nada.

—Wis y Alex no se llevan bien con los Tyler —explicó tía May a punto de perder la paciencia con mi espesura mental.

—Oh —conseguí decir entendiéndolo de golpe.

Cuando me fui a dormir por la noche, no lograba alejar de mi mente a Wis. Pero a partir de la pesadilla el recuerdo del guapísimo rubio se había esfumado y ya no había sido capaz de pensar en otra cosa.

—¿Cómo es posible que no se lleven bien? —Pregunté incrédula— Los Tyler son…son… Tyler.

Mi tía frunció los labios ante mi evidente falta de vocabulario.

—Si no lo sabes tú, niña…

—¿Qué? ¿Y por qué se supone que debo saberlo?

Nos interrumpió un golpetazo que resonó en las paredes de la casa. Como si hubiesen estrellado un jarrón contra uno de los muros exteriores. Me puse en pie de un salto.

—De eso te estaba hablando —rezongó tía May asomándose a la ventana. Echó un rápido vistazo y negó con la cabeza.

—¿Qué está pasando? —pregunté alarmada.

—¿Por qué no sales fuera y lo compruebas, querida? —dijo mientras seguía observando por la ventana.

Hice lo que me dijo y salí corriendo de la casa para dirigirme a la parte de atrás, donde se había escuchado el ruido. Lo primero que captó mi atención al salir al porche fue el cochazo que había aparcado casi en la puerta. Un Impala del 67 de color negro brillante, asientos de cuero color beige y con acabados en cromo, era un vehículo de película sin duda. Céntrate Lor, ya preguntarás por el coche más tarde.

Corrí hacia la parte trasera, cuando llegué vi a Ethan y Wis. Estaban encarados el uno al otro, con las frentes tocándose entre sí. A su lado Alex miraba con odio a Jack, mientras que éste sonreía burlón con un ladrillo en la mano. El pobre Sam estaba escondido detrás de la Pick-Up observando a sus hermanos con una mirada llena de angustia.

—¡¿Qué se supone que está pasando aquí?! —grité con ojos desorbitados.

—Mira, aquí la tienes —susurró Wis a los ojos encendidos de Ethan—, pregúntaselo. A ver si así dejas de hacer el imbécil.

—No tengo que preguntarle nada, capullo —soltó Ethan empujando con más fuerza a Wis con la cabeza.

El rubio enseñó los dientes e hizo otro tanto.

—No te recomiendo que hagas eso —interrumpió Jack mirando a Wis, mientras sopesaba el ladrillo en sus manos.

Alex dio un paso en su dirección con la intención de arrebatarle el tocho con el que amenazaba a su amigo. Pero Jack debió percibir el movimiento y se volvió de nuevo hacia él.

—Quédate donde estás guaperas, o te lo comes tú.

—Es fácil ser valiente con un ladrillo en la mano —recriminó Alex.

—Te garantizo que mis puños son peores.

—¡Basta! —bramé situándome junto a Ethan para separarlo de Wis. Lo cogí de un brazo y tiré de él hacia atrás, ni se movió—. Por favor, Ethan —supliqué volviendo a tirar de él.

Escuché como inhalaba fuertemente y cedía ante mi contacto para separarse lentamente del rubio. Aunque ya no estaban ejerciendo presión física el uno sobre el otro, no dejaban de mirarse coléricos entre sí.

—No sé qué está pasando aquí —dije tratando de calmar los ánimos—, pero tiene que terminar ya.

—Diles a estos dos —escupió Ethan—, que se mantengan alejados de nosotros y muestren un poco de respeto.

—No me interesa estar cerca de ti, idiota —dijo Wis con aspereza— he venido a por las herramientas y te has puesto hecho una fiera, pero no me das miedo, me las he visto con gente de peor calaña que tú.

—Sigue así, rubito —intervino Jack—, que si mi hermano no te rompe la crisma lo haré yo.

—Me gustaría verlo —retó Alex.

Me pellizqué el puente de la nariz. No me podía creer que eso estuviese pasando por unas malditas herramientas. Giré sobre mis talones y fui hacia Jack. Me puse delante de él y le arrebaté el ladrillo de las manos sin pestañear. Lo lancé lejos de nosotros y le miré a los ojos seriamente.

—Jack, ya vale.

El chico se encogió de hombros.

—Sigo pensando lo mismo, estos dos estúpidos llevan buscándonos las cosquillas toda la mañana.

—Me da igual —espeté girándome de nuevo hacia los otros dos— volved al trabajo. Yo iré al pueblo a por más herramientas para que no os peléis, pero parad de una vez.

—Iré contigo, princesa —soltó Wis sonriéndome.

—No iras con ella a ninguna parte —cortó Ethan.

—¿Y quién me lo va a impedir, paleto? ¿Tú?

Dios mío, esto no está pasando. Apreté los puños junto a mi cuerpo. Al final acabaría pegándome yo con todos.

—¡¿Queréis hacer el favor de parar de una vez, maldita sea?!

—Eso estaría bien —concedió Alex a mi espalda—, sobre todo porque pelearse por ella me parece ridículo.

Me volví hacia él y taladré sus ojos azules con los míos.

—Como vuelvas a faltarme el respeto le devolveré el ladrillo a Jack —amenacé.

El mediano de los Tyler sonrió exultante ante la mera mención de mi beneplácito para partirle la cara a uno de los dos recién llegados.

—Me importa una mierda —contraatacó el guapísimo moreno.

Me mordí la lengua. Había ido a poner orden y se me estaba yendo de las manos.

—Tranquila, Lor —dijo Jack haciendo crujir sus nudillos—. Será un placer demostrarle a éste lo que le puedo hacer con mis manos.

Cyrus irrumpió en aquel momento en la finca con su Pick-Up roja. Paró el motor junto a nosotros sonriente, cuando se percató de nuestras caras. Se puso serio al instante y bajó rápidamente de la furgoneta.

—¿Se puede saber qué está pasando aquí? —preguntó.

—Nada de lo que deba preocuparse, señor Wolf —dijo Wis en tono relajado, vi cómo miraba a Ethan instándole a deponer las armas para continuar en otro momento—. Alex y yo necesitamos más herramientas para poner a punto el gallinero. Discutíamos si sería necesario comprar otra lijadora, dado que ahora somos más gente trabajando aquí, y una sola es algo escaso.

Cyrus asintió levemente desconfiado. Me miró un momento y negué con la cabeza. Confirmándole con mi gesto que allí estaba pasando algo más, pero que gracias a su intervención se habían calmado las aguas.

—Muy bien —comenzó el cowboy en tono grave tomando el mando de la situación— vosotros dos coged la lijadora y volved al gallinero. Y vosotros —les dijo a los Tyler— terminad el cobertizo de una maldita vez. Dentro de un rato volveré al pueblo. Cuando lo haga compraré una lijadora nueva y lo que necesitéis. Lor, dile a tu tía que ya estoy aquí, le he traído un par de cosas que me encargó.

Asentí de inmediato y me alejé de la zona hostil encantada. Al pasar junto a la Pick-Up de los Tyler, hice un movimiento de cabeza hacia Sam, instándole a reunirse conmigo. El pequeño salió corriendo y se puso a mi lado en silencio, juntos nos dirigimos a la casa, bajo la atenta mirada de los allí presentes.

Gracias a Cyrus, el ambiente se apaciguó bastante. El cowboy hizo las veces de capataz en la finca y se encargó de mantener el orden, evitando que los recién llegados y los Tyler cruzasen palabra alguna, todo cuanto precisasen unos u otros debían comunicárselo exclusivamente a él. Y así no se volvió a producir más discusión.

Estando el ambiente tan cargado decidí que era un buen día para empezar con las clases de equitación de Sam. El chico se había quedado al lado de Cyrus en silencio, después de que el cowboy entregase los paquetes que le encargó mi tía. Había evitado pronunciarse, aunque por supuesto no se me escapaba que a él, los nuevos tampoco le gustaban.

Me dirigí a JB, como el día anterior, al verme empezó a escarbar en la tierra y después arrancó a correr por la pista. Resoplé molesta, estaba claro que aquel día nadie me iba a dar una tregua. Aunque tuve que perseguirlo por el cercado, al final se cansó de galopar en círculos y conseguí acercarme lo suficiente para colocarle la morralla y llevármelo a preparar. Llamé a Sam desde el poste Donde había atado JB y el chico corrió hacia nosotros.

—Bueno —dije cuando llegó a mi lado—, ¿estás preparado para tus clases?

—¿Hoy? —preguntó incrédulo.

—Si quieres, claro —sonreí.

—¡Claro que sí! —exclamó lleno de júbilo.

Me di cuenta de que él también estaba deseando evadirse de la situación de tensión que se había generado entre Wis, Alex y sus hermanos.

—He de advertirte —dije al pequeño, que estaba concentrado acariciándole el cuello a JB—, de que últimamente está un poco sensible. Ayer sin ir más lejos, se asustó por el eclipse y se me escapó.

—¿Se asustó por el eclipse? —preguntó incrédulo.

—Sí.

El niño negó para sí con la cabeza, y continuó acariciando al animal.

—No te preocupes chico —le susurró—, si te asustas por algo hoy, yo te protegeré.

No pude evitar sonreír ante el comentario de Sam. El pequeño era pura dulzura. Me pregunté si sus hermanos habrían sido así a su edad. Se habían convertido en hombres, y en sus ojos no había rastro de la emoción que podías ver en Sam, que se maravillaba y emocionaba por todo cuanto le rodeaba. ¿Cambiaría al crecer? Ethan y Jack me caían genial, pero no dejaban de ser un par de bestias. Prueba fehaciente de ello, había sido la discusión con los dos chicos nuevos. Me costaba creer que aquello se hubiese iniciado por unas simples herramientas. A no ser que…hubiesen mentido. Miré a Sam de reojo, y me sentí odiosa solo de pensarlo, pero necesitaba aquella información.

—¿De verdad que la pelea a empezado por la lijadora? —pregunté despreocupadamente mientras apretaba la cincha de JB.

Sam se puso serio de golpe y miró al suelo, sus ojos se deslizaron inquietos hacia mi espalda. Me volví en la dirección que miraba, Wis y Alex se encontraban en aquel momento lijando la pared del gallinero. Debieron darse cuenta de que los observábamos, pues Wis se volvió en aquel instante y al encontrarme mirándolo me guiñó un ojo. Desvié la mirada de golpe y volví a centrarme en la silla de JB algo azorada. Sam se mantuvo en silencio y no contestó a mi pregunta.

—Creo que ya está —dije terminando de acortar los estribos.

Sam asintió seriamente, no le había gustado que le preguntase por el tema. Ya está, mensaje captado. Tendría que dejar que los chicos se las arreglasen solos.

Ayudé a Sam a auparse para subir al caballo y una vez arriba, le expliqué cómo debía sujetar las riendas correctamente.

—Así, ¿ves? —dije mientras se las colocaba entre los dedos—. Debes sujetarlas entre el pulgar y el índice y dejar que el sobrante se deslice sobre el meñique. Y sobre todo, mantenlas siempre cortas.

—¿Qué quieres decir con cortas? —preguntó ya más distraído.

—Tienes que poder frenar en caso de emergencia sin apenas mover los brazos. Por lo tanto, si mantienes las riendas con un poco de tensión entre la boca de JB y tus manos siempre podrás hacerlo. De lo contrario tirarás y tirarás y no conseguirás nada. Pero no te preocupes, hoy no estarás solo, yo me mantendré todo el rato abajo y sujetaré a JB con una cuerda. ¿De acuerdo?

—No me da miedo que me sueltes —dijo encogiéndose de hombros—. No me hará daño.

Tenía su lógica, después de todo sin ningún tipo de adiestramiento se había subido encima y había galopado a pelo. Pero yo no confiaba tanto en JB como lo hacía Sam. Ya me la había jugado un par de veces y no estaba dispuesta a que por mi negligencia le pasase algo al pequeño y yo tuviese que responder ante Ethan, Jack o su padre. La idea me causaba auténtico pavor.

—Hagamos las cosas bien y vayamos paso a paso —repuse con una sonrisa.

El niño asintió y se colocó en posición, con la espalda bien recta y mirando al frente. Desaté a JB y lo llevé de vuelta al cercado con Sam encima. Una vez dentro empezamos con unos ejercicios de equilibrios, aunque a mi modo de ver a Sam no le hacían falta, pero las bases siempre son importantes. En aquel momento se le veía la mar de cómodo con los brazos en cruz y los ojos cerrados. Como si lo hubiese hecho toda su vida.

—¡Qué bien te veo, Sam! —gritó tía May entrando en el cercado.

Sam sonrió al escucharla pero mantuvo la posición y no abrió los ojos. Me volví para recibirla, sin dejar de agarrar la cuerda que mantenía sujeto a JB Llegó junto a nosotros sonriente.

—¿Va todo bien? —susurré. No quería que Sam se pusiera nervioso.

Mi tía asintió con calma y tomó la cuerda de mi mano.

—Seguiré yo —dijo tranquilamente—. Deberías ir a Alma.

—Pero Cyrus ha dicho que iría él— protesté, estaba disfrutando de aquel rato con Sam.

Tía May me observaba con una ceja levantada. Entendido, ella no se iba a ocupar de frenar a los chicos en caso de otro enfrentamiento.

—Supongo que no te importa que continúe yo, muchacho —dijo tía May volviéndose hacia Sam.

El chico abrió un ojo y miró en su dirección.

—Ningún problema, señora Blake.

Tía May me hizo un gesto de cabeza para que saliese de allí y obedecí al momento.

—Ahora quiero que sigas así —decía mi tía a mis espaldas—, pero que saques los pies de los estribos.

Cerré la puerta del cercado mientras Sam obedecía las órdenes de tía May y me dirigí a la casa a paso ligero.

—Princesa —llamó Wis apareciendo de la nada y poniéndose a mi lado.

—No me llames princesa —dije aún enfadada por la pelea con los Tyler. Me sorprendió a mí misma que tuviese la templanza necesaria para decírselo. Aceleré el paso, no quería que mis defensas cayesen ahora.

—Vamos, ¿no me digas que te has enfadado conmigo? Han empezado ellos —se defendió, aunque noté que se le escapaba la risa.

—Me da igual — bufé y frené en seco para encararme a él, aunque tuve que levantar el rostro para mirarle a los ojos ya que me sacaba casi dos palmos de altura—. Son mis amigos. No quiero peleas.

Por fin parecía que me tomaba en serio. Su semblante se endureció. Cogió aire con su perfecta nariz y como consecuencia su pecho se ensanchó más, Dios porqué tiene que ser anatómicamente tan perfecto, maldecí. Aguanté la respiración y me obligué a mantener el semblante enfadado.

—Lo siento —dijo con voz enronquecida y terriblemente sexy.

Sentí como la sangre se agolpaba en mis mejillas irremediablemente mientras sus ojos se clavaban en los míos. Miré al suelo. Quería seguir enfadada, y con aquella cara de tonta no iba a funcionar, estúpida idiota.

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