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Capítulo 1. Garras de oro (1926) y la separación de Panamá

Si nada podemos esperar de la justicia de los Estados, controlada por los merodeadores, el veredicto de la justicia inmanente, cuyo augusto Tribunal es la conciencia de los pueblos, ha sido dictado: la historia de Panamá está escrita.

Jorge Martínez Landínez, “Carta abierta”.

La película Garras de oro (1926)1 ha sido objeto de numerosos artículos y publicaciones en las que distintos estudiosos del cine colombiano han aportado fuentes y elementos para la reconstrucción de la historia de la producción de este film, que estuvo perdido alrededor de setenta años y ausente de los anales del cine nacional hasta hace muy poco.2 Luego de que la película fuera parcialmente restaurada por la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano en 1996, las investigaciones de Juana Suárez, Ramiro Arbeláez y Álvaro Concha han logrado establecer la autoría del film, firmado por el seudónimo P. P. Jambrina, encontrando que este también era utilizado por Alfonso Martínez Velazco, periodista y socio de la compañía Colombia Film Company que, por la misma época, produjo Suerte y azar (1925) y Tuya es mi culpa (1926); quien fuera además alcalde de Cali en 1930 y fundador de las defensas nacionales del Partido Liberal.3 En cuanto al análisis del film, los investigadores han destacado la excepcionalidad tanto de su forma, como de su contenido, en relación con el cine colombiano de los años 20, señalando que su escenificación y estructura narrativa, así como el contenido políticamente realista, contrastan con el idealismo romántico de María y Aura o las violetas, así como con el costumbrismo de Alma provinciana, Madre y Bajo el cielo antioqueño.4 Sobre Garras de oro se ha destacado, en general, su valor como fuente para el análisis de la construcción de ideas de nación a través de los medios de comunicación, y se ha hecho énfasis en su postura política antiimperialista, así como en la censura de la que fue objeto por el gobierno de Estados Unidos.5

A pesar de que esta película tiene como tema central acontecimientos del pasado a los que se les atribuye una importancia histórica, no ha sido abordada desde una perspectiva que indague en las concepciones de la historia que moviliza, la relación que establece con el pasado, ni por las disputas por la memoria en las que está inmersa.6 Se propone entonces una mirada que vincula la producción de memoria audiovisual con otras formas contemporáneas de producción de memoria sobre la separación de Panamá, desde la cual se puedan observar las controversias sobre el valor de la historia y el sentido de los acontecimientos, así como la posición de la película frente a ello.

De acuerdo con Elizabeth Jelin, las controversias sobre el sentido del pasado comienzan con el acontecimiento conflictivo mismo.7 Esto último es bastante evidente en el caso de la separación de Panamá (1903), suceso controversial que, desde el inicio, movilizó diferentes versiones que involucraron los intereses de tres Estados y de las disidencias dentro de estos, a partir de los cuales se comprendió de distintos modos el acontecimiento. Así pues, se advierte que, más allá de las revisiones de las narrativas históricas que se producen a lo largo del tiempo, las interpretaciones contrapuestas sobre el sentido de los acontecimientos coexisten en ciertos momentos, dando lugar a conflictos y disputas por la interpretación del pasado. Cabe destacar, en este punto, que la primera película en abordar el problema de la separación de Panamá lo hiciera precisamente desde una perspectiva en la que, más allá de la representación del acontecimiento conflictivo como tal, no solo se tomara partido por una u otra versión, sino que las controversias sobre el pasado y las disputas por la memoria fueran justamente el tema central del relato. Este film, realizado veintitrés años después de la separación de Panamá, introduce dentro del cine histórico una modalidad que no se ocupa tanto de representar el pasado, sino de poner en escena los conflictos que derivan de las diferentes interpretaciones sobre este; el enfrentamiento entre distintas versiones sobre la separación de Panamá es precisamente el conflicto del cual deriva la tensión dramática entre las fuerzas opuestas que configuran la trama central de Garras de oro.

Para analizar las versiones de los hechos que se exponen en Garras de oro y la manera en que la película, además de poner en escena una lucha simbólica por el sentido del pasado, participa también de ella, conviene contrastarlas con las versiones que circulaban en el momento de su producción y con las controversias en las que se inspiró la película, para poder ver cómo, más allá de tratar un “tema inaudito dentro de la filmografía muda de los ruidosos veinte en Colombia”,8 su postura se articula a un contexto político e historiográfico, en el que estaba lejos de ser un producto excepcional aislado.

Versiones y controversias sobre la separación de Panamá

Historiadores panameños han denominado “leyenda blanca” a las interpretaciones que, como la de Federico Boyd, hicieron énfasis en que “la independencia la llevaron a cabo los panameños únicamente con sus propios recursos, con sus propios elementos, sin ayuda material de extraños, ya fuese pecuniaria o de otra clase, ideada y preparada exclusivamente por sus hijos”.9 Esta versión, que apuntaba a construir una nueva identidad nacional para la nueva República, buscaba los antecedentes de la separación en los movimientos de 1830 y 1840, apelando con ello a un descontento histórico de los panameños con el Estado colombiano, que se había exacerbado tras la negativa del Congreso a aprobar el Tratado Herrán-Hay para la construcción del canal interoceánico. De acuerdo con la “leyenda blanca”, Colombia era el principal responsable de la secesión, pues, en lugar de atender “las legítimas aspiraciones que humilde y constantemente manifestaban los panameños, los trataba como a miserables colonos del siglo XVIII”.10 Esta postura, esgrimida por los próceres panameños y que hacía énfasis en su protagonismo, se oponía a otras versiones que, desde perspectivas disímiles, hacían más o menos énfasis en la intervención de Estados Unidos en la separación de Panamá. Mientras que la “versión ecléctica” del nacionalismo panameño explicaba la separación como “una conjunción casual de intereses entre panameños y norteamericanos”, aceptando que hubo apoyo norteamericano para la secesión, pero insistiendo en que fueron los panameños quienes tomaron la iniciativa independentista. El mismo Theodore Roosevelt aceptó públicamente que tomó Panamá (“I Took the Isthmus”), y lo justificó argumentando que Colombia era un Estado anárquico, gobernado por políticos bandidos que impedían trabajar por el mundo civilizado.11 Las declaraciones de Roosevelt alimentaron las críticas adversas a la separación de Panamá y a la política imperialista del presidente norteamericano, tanto en Estados Unidos como en Colombia, configurando lo que se conoce como “leyenda negra”, corriente que sostiene que el movimiento separatista panameño y el surgimiento de la nueva República se debieron primordialmente a la intervención directa de Estados Unidos.12

La prensa norteamericana de oposición a Roosevelt, durante la campaña presidencial de 1908, difundió la versión de un complot financiero que denunciaba la participación de Theodore Roosevelt en el movimiento separatista, en contubernio con un grupo de financistas de Nueva York, quienes habrían especulado con la compra de las acciones de la Nueva Compañía del Canal francés. De acuerdo con esta versión, popularizada tras la demanda por difamación que Roosevelt puso en 1908 contra Joseph Pulitzer, director del periódico The New York World, el presidente de los Estados Unidos no solo habría intervenido en la separación de Panamá para conseguir un tratado favorable a la construcción norteamericana del canal, sino también para favorecer intereses económicos de un círculo cercano a él y a su exministro de guerra William Taft, por entonces candidato a la presidencia como sucesor de Roosevelt por el Partido Republicano. Una versión del caso Pulitzer, que fue bastante conocida en Colombia, aparece en el libro Historias de Panamá, publicado por el hijo del expresidente Lorenzo Marroquín, en el que cuenta:

En diciembre de 1908 el presidente Roosevelt, en un mensaje al Congreso, hizo cargos de insulto, difamación y calumnia al periódico americano The World, por afirmaciones hechas en artículos referentes a la compra de la zona del canal de Panamá. Acusado luego por calumnia, judicialmente, al director del mencionado diario, el cual, para defenderse […] envió al territorio colombiano y a Bogotá agentes suyos, a fin de que hicieran investigación y recogieran toda clase de testimonios, indicios y documentos. […] descubrieron documentos interesantes, tales como las claves secretas de la Legación americana en Bogotá, y de los revolucionarios separatistas, así como parte de su correspondencia.13

El juicio por difamación del que resultó absuelto Pulitzer, tras una exitosa campaña a favor de la libertad de expresión secundada por otros diarios norteamericanos, no produjo ninguna condena contra el presidente norteamericano, pero redundó en la investigación que el representante Henry Rainey promovió contra él en el Congreso de Estados Unidos por la violación del Tratado de 1846. Ambos casos aparecen relacionados en una noticia en la que el periódico El Tiempo informaba que “un telegrama de nuestro corresponsal en Washington, comunica que varios diputados demócratas aseguran que el representante por Illinois, sr Henry Rainey, va a tratar, secundado por el New York World, de ir a fondo en el asunto de la toma de Panamá, por el gobierno de Roosevelt”.14 Según la transcripción de El Tiempo, “Rainey dijo que The World le había generosamente ofrecido poner a su disposición los comprobantes y documentos recogidos por él, en que consta que Roosevelt fomentó la revolución de Panamá, con el propósito de apoderarse del istmo”.15 La redacción de El Tiempo afirmaba que Rainey había dicho que probaría que “el gobierno (norteamericano) deliberadamente violó el Tratado de 1846 con la República de Colombia, y que de la revolución de 1902 resultó la independencia de Panamá, preparada por los Estados Unidos y los empleados del gobierno”.16

Efectivamente, luego de que Roosevelt reconociera en público que había tomado Panamá sin el consentimiento del Congreso norteamericano, Rainey consiguió abrir un debate en la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara para estudiar si el presidente había violado las leyes de ese país y el Tratado de 1846. El Gobierno colombiano había protestado por la violación del Tratado Mallarino-Bidlack a través del ministro de Relaciones Exteriores, Luis Carlos Rico, una vez se conoció la ratificación de la República de Panamá por parte de Estados Unidos.17 Así mismo, luego de que Roosevelt anunciara que no permitiría ninguna intervención militar de Colombia en Panamá, Rafael Reyes envió al Secretario de Estado norteamericano un “Memorial de Agravios”, que hacía énfasis en la violación del Tratado de 1846 y proponía dirimir el asunto en el Tribunal de Arbitramiento de La Haya.18

Las protestas de Colombia cuestionaban la intervención norteamericana, resaltando el hecho de que la marina de Estados Unidos no permitió que las tropas colombianas hicieran frente a la revuelta y que el presidente Roosevelt ratificó la República de Panamá apenas tres días después de haber sido proclamada, violando con esto el artículo 35 del Tratado de 1846, por medio del cual se había comprometido a defender los derechos de soberanía y propiedad de la Nueva Granada sobre el istmo de Panamá.19 Lejos de aceptar que la intervención de Estados Unidos en Panamá era violatoria del Tratado de 1846, Roosevelt apelaba a este mismo para justificar su actuación, aduciendo que con ella garantizaba el libre tránsito entre los dos mares, además de argumentar que la presencia de naves norteamericanas en Colón, que impidieron la reacción de Colombia ante la revuelta panameña, daba estricto cumplimiento al tratado celebrado en 1846, en tanto impedía que se efectuaran combates en los puertos y la vía interoceánica que paralizaran el tránsito por el istmo.20

Ocho años después del “Memorial de Agravios” colombiano, el Congreso norteamericano debatía el asunto de la violación del tratado, en un contexto en el que, además de entorpecer una nueva elección de Roosevelt a la presidencia, se buscaba reestablecer las relaciones de amistad con Colombia, pues no parecía conveniente tener como enemigo al vecino más cercano del canal. Aunque el Congreso norteamericano llamó a un receso y la proposición Rainey no volvió a tratarse, por lo cual la investigación nunca concluyó, el informe presentado por este, en el que se incluyeron las declaraciones de Henry Hall y los documentos recopilados por él para la defensa de The New York World en el caso por difamación, fue publicado en Colombia en 1912, bajo el título “Historias de Panamá”, produciendo grandes controversias, toda vez que la investigación salpicaba a altos funcionarios gubernamentales que habrían recibido sobornos por parte de agentes norteamericanos.21

Se publicaron entonces libros como Historias de Panamá, que aplaudía las investigaciones de The World que demostraban la injerencia norteamericana en la revuelta, pero tachaba de apasionadas aquellas en las que se insinuaba alguna responsabilidad del Estado colombiano.22 En esa versión de Lorenzo Marroquín sobre la separación de Panamá, insistía en la responsabilidad de los Estados Unidos, consideraba a los líderes panameños unos traidores y victimizaba a Colombia, eximiendo a sus gobernantes de cualquier responsabilidad en el descontento y la rebelión panameñas, achacando toda responsabilidad a la política imperialista de Roosevelt. Según Marroquín, “el soborno, la iniquidad y la traición están en Washington y sólo en Washington”,23 y, en ese sentido, protestaba porque “si Roosevelt ha formulado el hecho brutalmente, si ha confesado el robo, para vanagloriarse de él ante sus compatriotas, ¿por qué razón los colombianos, los despojados, los robados, estamos todavía buscando el delincuente entre nosotros, es decir, poniendo en duda la confesión del culpable?”.24 Con esto último, Marroquín hacía referencia a la Comisión Investigadora de los Asuntos de Panamá que llevaba el caso en Colombia y a otras publicaciones colombianas que acogían las tesis de Rainey relativas a los sobornos.25 En respuesta al libro de Marroquín y haciendo eco del libro de Rainey, el general Jorge Martínez Landínez publicó una versión en español del libro La feria del crimen. El mayor “chantage” de todos los siglos, ampliada y comentada por él mismo, en cuya presentación afirmaba:

Se dice que “es antipatriótico pretender buscar traidores y cómplices de la pérdida de aquel Estado y de los expoliadores extranjeros en Colombia, cuando Mr. Roosevelt ha declarado que él tomó a Panamá”; sin negar que este Presidente americano fue quien consumó el despojo, es igualmente incontrovertible: 1.° Que sin la prórroga de 190 los estafadores franceses no hubieran sido escuchados en Washington ni en Pequín; y 2.° Que el 3 de Noviembre de 1903 sobraron en Panamá generales, soldados, fusiles, buques de guerra y municiones para hacer efectiva la soberanía de Colombia en el Istmo, pero que faltaron colombianos dignos. Esto, por supuesto, fuera de los vendidos como Judas. Mr. Bacon da nombres, aporta pruebas y enumera las cantidades con las cuales se pagaron los punibles actos.26 (Las cursivas son originales del texto)

Este tipo de declaraciones resultaban antipatrióticas para algunos colombianos que, como Marroquín, consideraban que “la demostración de soborno, cohecho en el Gobierno Nacional, además de la mancha que echará sobre el país, sería un tropiezo para el defensor de nuestros derechos”.27 En 1912, lo que estaba en juego eran las reivindicaciones de Colombia ante el Congreso de Estados Unidos, que buscaban una indemnización moral y pecuniaria que permitieran restablecer las relaciones entre los dos países. Esas reivindicaciones quedarían consignadas en el Tratado Urrutia-Thomson que el Senado colombiano firmó en 1914, en cuyo primer artículo quedaba señalado que el gobierno norteamericano declaraba su sincero arrepentimiento (sincere regret) por los acontecimientos políticos cumplidos en Panamá, en el mes de noviembre de 1903, que tan graves daños de toda clase causaron al Gobierno y al pueblo de Colombia; y en el artículo 3, con el cual Estados Unidos se comprometía a pagar veinticinco millones de dólares como indemnización.28 Con el Tratado Urrutia-Thomson Estados Unidos buscaba legitimar definitivamente el canal que se inauguraba ese mismo año, asegurando que Colombia reconociera a la República de Panamá y la delimitación de fronteras entre los dos países. No obstante, el tratado firmado por Colombia en 1914 no fue ratificado por Estados Unidos sino hasta 1922, después de que se suprimiera precisamente el artículo primero, que contenía la indemnización moral, enmienda que obedeció principalmente a “cuestiones de política interior de aquel país y, en general, porque allí se estima que implica una humillación para el pueblo americano”.29 Tras la firma del tratado, Estados Unidos pagó veinticinco millones de dólares a Colombia por los perjuicios causados en el negocio de la venta del canal francés; mientras que Colombia reconoció a la República de Panamá y aceptó la negativa del gobierno de Estados Unidos a reconocer la violación del Tratado de 1846, resolviendo de ese modo la controversia a favor de la “leyenda blanca”.30

La ratificación del Tratado Urrutia-Thomson, que restableció las relaciones de amistad entre Colombia y Estados Unidos, implicó entonces una especie de perdón y olvido sobre los hechos cumplidos, que pretendía poner fin a la controversia sobre el pasado y hacer énfasis en el futuro, tal como lo planteaba Luis Otero en su libro Panamá, al considerar que

Es necesario que, haciéndonos dignos de los Padres de la Patria, depongamos ya nuestro resentimiento por la ofensa recibida y olvidemos, con nobleza que iguale a nuestro honor, tan solemnemente comprometido, el doloroso martirio y las afrentas consumadas desde el 3 de noviembre de 1903. Si Colombia debe reclamar con profunda satisfacción la intensidad de su resentimiento para con la gran Nación americana, también debe tener hoy el valor de despojarse de ese rencor, injustificable desde el momento en que la República ha quedado ligada por el vínculo de una sincera y leal amistad con la potencia del Norte. Colombia está obligada a humillar sus resentimientos para no pensar ya más en lo enorme del agravio ni en la deficiencia de la reparación y dedicarse en esta nueva etapa de la vida nacional e internacional a llenar el objetivo de los altos destinos que le desafía el porvenir.31

Garras de oro: una controversia sobre el pasado puesta en escena

El mismo año en el que, con la publicación del libro de Luis Alfredo Otero y del tratado de límites con Panamá, se invitaba a cerrar la controversia sobre el pasado, la película Garras de oro (1926) puso de nuevo la polémica en escena, presentando un argumento que hacía énfasis en la violación del Tratado de 1846 por parte de Estados Unidos. No se trataba entonces de un film que tocara un asunto vedado o silenciado, sino precisamente una controversia que había estado vigente los últimos veintitrés años, sobre la cual se produjo bastante literatura, pero que, en el momento de la producción del film, ya pretendía darse por olvidada. Esa insistencia de la película revela un descontento con la resolución del asunto, con la negativa del gobierno de Estados Unidos a aceptar formalmente “la injusticia cometida” que se expresa en la secuencia final de la película, en la que vemos al personaje caracterizando al Tío Sam –a quien ya habíamos visto al inicio desmembrando el territorio nacional con sus garras de oro–, colocando los veinticinco millones de dólares de la indemnización en la balanza de la justicia, sin lograr compensar ni la pérdida ni la ofensa.

Contra ese desbalance de la justicia, la película presenta un argumento que condena simbólicamente a Theodore Roosevelt por la violación del Tratado de 1846, a partir del cual puede leerse en el film una intención de hacer justicia simbólica recurriendo a la ficción histórica. Presentada en uno de los intertítulos como “cine-novela para defender del olvido un precioso episodio de la historia contemporánea que hubo la fortuna de ser piedra inicial contra UNO que despedazó nuestro escudo y abatió nuestras águilas”, Garras de oro celebra la derrota de Theodore Roosevelt, en el juicio que emprendió contra el periódico The New York World, como un acontecimiento revelador de la veracidad de las acusaciones contra el presidente norteamericano por su injerencia en Panamá, así como del sentido de justicia de los ciudadanos norteamericanos representados en la prensa de ese país que, siendo solidaria con los reclamos colombianos, ejecutó la “venganza de la hormiga contra el elefante”, demostrando que el calumniador no era otro que el mismo que le acusaba de calumnia. Aunque el presidente norteamericano no fue declarado culpable en el juicio contra The World, en la película se asume que las pruebas presentadas por ese periódico, para defenderse de la acusación de calumnia, son igualmente válidas para demostrar la culpabilidad de Roosevelt, en tanto avalan y respaldan la versión de la historia en la que se sustentaban los reclamos colombianos.

El argumento de la película se inspira en la querella entre Roosevelt y The New York World, con algunas variaciones que remiten a la investigación llevada a cabo por el Senado norteamericano, en atención a los reclamos del Estado colombiano sobre la violación del Tratado de 1846 por parte de Theodore Roosevelt. Este último es presentado como el villano de la película, cuyo argumento principal gira en torno a un editorial de un periódico norteamericano –The World–, en el cual se le acusa de haber intervenido en la separación de Panamá, violando con esto el Tratado de 1846:

El actual presidente debe renunciar a ser reelecto para regir los destinos de la Unión. En 1846 se firmó en Washington un pacto solemne entre el Plenipotenciario de la Nueva Granada (hoy Colombia) y nuestro Gobierno. Este tratado, que concedía a nuestro país grandes prerrogativas para el tránsito por el istmo de Panamá, nos obligaba al mismo tiempo a garantizar a perpetuidad la soberanía de la Nueva Granada sobre aquel territorio. Tanto la Nueva Granada, como después Colombia, fueron siempre leales a este compromiso sagrado de paz y amistad. Habíamos disfrutado por más de medio siglo de todas las ventajas para el tránsito a través del istmo de tropas y elementos de toda clase, acelerando así y facilitando el incremento y la prosperidad de California, cuando aún era un mito el ferrocarril interoceánico y cuando la misma unidad de Yanquilandia era una teoría. Fue en 1903, un tres de noviembre inolvidable, y fue Teddy Roosevelt, el rudo soldado de las Guásimas y de San Juan vuelto de espaldas a la ley y a la moral, quien por primera vez en la historia pronunció la frase felona “los tratados públicos son pedazos de papel”. Estaba roto el pacto de 1846. Mr. Roosevelt había violado la buena fe internacional. ¿Y éste es el hombre que hoy pretende conservar el solio de Washington y Lincoln? Por el honor de nuestra bandera, en nombre del laborioso y honrado pueblo yanquilandés, denunciamos al mundo este caso concreto de pillaje internacional, y confiamos, serenamente, en nuestro triunfo definitivo, si es que entre nosotros vive el espíritu de la República y aún no es verdad la bancarrota de las conciencias.32

Resulta bastante significativa la variación que la película opera con respecto a la versión de la historia difundida en el editorial de The New York Word, el cual no se centró en denunciar la violación del Tratado de 1846, tal como lo plantea la película, sino en demostrar la corrupción en la compra y venta del canal, que es omitida en el film. Al sustituir el asunto de corrupción que produjo la demanda contra Joseph Pulitzer, y poner en el centro de las acusaciones de The World el problema de la violación del Tratado de 1846, la película elabora una selección que hace énfasis en los reclamos colombianos que, aunque no fueron llevados ni al tribunal de La Haya, ni al juicio contra The New York World, sí fueron discutidos en la investigación que el representante Rainey adelantó en el Senado norteamericano, utilizando las mismas pruebas que The World presentó para su defensa. Estas variaciones que opera la película con respecto a la querella entre Roosevelt y The New York World, que revelan la presencia de referencias intertextuales mediante las cuales la investigación del caso Pulitzer resulta intercambiable con la investigación de Rainey, dan cuenta de que la película asume una comprensión de la historia que no se interesa tanto por la reconstrucción fiel de los acontecimientos, sino por transmitir su importancia y trascendencia. La fusión de los dos casos es entonces indicativa del impacto que ambos tuvieron en Colombia, contribuyendo a la elaboración de un punto de vista que se interesa por destacar la manera en que las reivindicaciones colombianas si bien fueron parcialmente negadas por el Congreso norteamericano, fueron asumidas por un sector de la ciudadanía de ese país que fue percibido en Colombia como solidario con su causa, desde una perspectiva que encontraba legitimidad para el discurso propio en el reconocimiento que los otros hicieran de este.

El hecho de que la violación del Tratado de 1846 fuera reconocida por los propios ciudadanos norteamericanos, aunque no oficialmente por sus gobernantes, hacía justicia a la causa colombiana y dotaba de legitimidad sus demandas, desde un punto de vista que no por rechazar el imperialismo estadounidense dejaba de admirar el “laborioso y honrado pueblo yanquilandés”. Este planteamiento resulta compatible con algunas publicaciones de la prensa colombiana de la época, que resaltaban la solidaridad de la prensa norteamericana y apelaban al sentido de justicia del pueblo estadounidense, indicando que “la opinión pública de aquel gran pueblo, enamorado siempre de todo ideal justiciero, y momentáneamente extraviada, apoya hoy nuestras legítimas reivindicaciones”.33 Así mismo, algunas publicaciones de la época invitaban a no tener resentimientos contra el pueblo norteamericano: “Es preciso que nos convenzamos de que Roosevelt no es el pueblo americano, y que sus juicios sobre nosotros no son la expresión del sentir general de sus compatriotas (pues) por los recortes que El Tiempo y otros periódicos del país han publicado, tomados de muchos periódicos americanos, se ve claramente que la opinión pública en los Estados Unidos nos es favorable, y que nuestra causa, que es la de la justicia, gana allí terreno cada día”.34

La misma opinión era compartida por Daniel Ortiz y Rafael Gálvez quienes, en su libro El robo de Panamá, afirmaban que “No es del pueblo norteamericano de quien nosotros podemos quejarnos: al contrario, es ante él ante quien debemos llevar nuestros reclamos, toda vez que sus mejores elementos sociales, al no vacilar en reconocer nuestros derechos y en sostener la justicia que nos asiste, han condenado el robo que nos ha despojado”.35 También Luis Otero resaltó que “día por día empezó a dejarse oír la voz justiciera de la prensa mundial y aun de la americana, que hacía eco ya a nuestro justo reclamo […] ¡Sin duda la vara justiciera de la diosa Némesis había tocado ya la conciencia del mundo!”.36

De ahí que no resulte extraño el homenaje que la película realiza a la prensa norteamericana que cuestionó a Roosevelt y triunfó sobre él, beneficiando las aspiraciones colombianas. Haciendo eco de afirmaciones compartidas por la prensa nacional, la película presenta al enemigo norteamericano como “UNO que despedazó nuestro escudo”, refiriéndose explícitamente a Roosevelt, mientras que otros norteamericanos, como Paterson y Moore, son presentados como los amigos que hacen justicia a la causa colombiana. La percepción de una cierta solidaridad de los norteamericanos que se expresa a través del editorial de The World que presenta la película, se expresa también en la subtrama que implica una historia de amor entre Berta, ciudadana colombiana residente en Estados Unidos, y Paterson, espía del gobierno norteamericano quien, tras convertirse a la causa colombiana, trabaja para The World buscando al mismo tiempo hacer justicia para el periódico y para la patria de su amada. Sin embargo, la relación entre Berta y Paterson, rota por una infidelidad de él, puede leerse también como una metáfora de la reconciliación entre Estados Unidos y Colombia, en la que sobresale la sumisión de esta última, quien finalmente perdona y olvida la traición de su amado.

La sumisión de Colombia ante los Estados Unidos y su interés en mantener relaciones de cordialidad con aquel país se expresa además en la censura de la que fue objeto la película. Para algunos contemporáneos, prohibir la exhibición de Garras de oro, que ordenó el ministro de Gobierno colombiano bajo presión del ministro americano, era “una prueba del imperialismo yanqui”37 y de su “actitud lesiva contra nuestra soberanía”38, así como de la complacencia y debilidad del Gobierno nacional. Desde esa perspectiva, la censura de la película confirmaba la vigencia de su argumento antiimperialista, dando a entender que la injerencia de Estados Unidos en los asuntos internos de Colombia no se limitaba a la intervención en la separación de Panamá, sino que se extendía además al control de las interpretaciones de la historia y su difusión en los medios de comunicación. Al respecto, y con el mismo sentido de justicia simbólica que establece la película, otro contemporáneo opinaba que “puede la película destruirse y jamás volver los fabricantes de cintas en Colombia aludir a esos hechos, pero mientras viva en la historia una frase como aquella de ‘I took Panama’, la historia será más desagradable que una película”.39

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