Kitabı oku: «Psiquiatría de la elipse», sayfa 6
EN RESUMEN
– ¿En qué se diferencia la práctica de la psiquiatría del niño de todas las otras prácticas psiquiátricas y psicoterapéuticas?
– El estatuto de la enfermedad: se dice «el niño enfermo» y no «el enfermo» como en psiquiatría de adultos. La enfermedad no es más que una figura de la identidad, lo cual modifica la conceptuación misma de lo patológico y de la estructura mental.
– La temporalidad es diferente por el hecho del dinamismo del niño que crece y, además, de la evolución del cuadro clínico. La separación de nuestro pequeño paciente, prevista aunque nada más sea por el hecho de la edad, se inscribe también en un dinamismo de vida que dinamiza nuestra aproximación que no es más que temporal.
– La demanda no procede del niño, sino de sus padres, lo que los coloca, de entrada, en el campo terapéutico de acuerdo con diversos roles. Lo cual quiere decir que la dimensión transgeneracional tiene que ser abordada de una manera o de otra.
– El psiquiatra de niños no tiene que ver solamente con los padres, está también en contacto con el entorno: familiar más amplio, social, educativo y hasta judicial. Interviene eventualmente en ese campo para influir en la realidad, «guardando siempre la valija de lo simbólico en la mano».
– La forma misma de la terapia no puede estar enteramente codificada. Varía según la edad, la patología, el contexto, la demanda. Por lo demás, los síntomas, la relación con el lenguaje, con las capacidades introspectivas, con las expresiones plásticas, lingüísticas, sonoras, corporales, deben también tomarse en cuenta para las indicaciones terapéuticas precisas, las cuales tienen que ser pensadas de acuerdo con cada caso particular.
– La toma de conciencia no siempre está en el corazón de la terapia; esta puede desarrollarse completamente o casi con un acompañamiento de creaciones o con un proyecto inscrito únicamente en la esfera educativa y reeducativa, sin renunciar por eso a lo terapéutico. La instancia de la conciencia no es el interlocutor privilegiado, pero puede ocurrir que ciertas revelaciones en la inspiración de la «sorpresa de conciencia» señalen eventualmente el camino, en el cual se desarrolla la mayor parte del tiempo en cierta penumbra, que no deja de asustar y de acrecentar las resistencias al cambio tanto del niño como de su familia.
– El psiquiatra mismo no es más que un cuidante entre otros con prácticas diferenciadas, eventualmente complementarias; este hecho permite introducir otra mirada en la fórmula «terapias plurales» y, además, desjerarquiza relativamente los roles, las funciones y las competencias.
– La hospitalización no es más que uno de los polos, no indispensable y de duración variable, de un conjunto diversificado que comprende otras propuestas institucionales, lo cual ofrece un modelo de trabajo en sector que se articula alrededor del niño de manera flexible y armoniosa.
– La práctica de la psiquiatría del niño incluye de manera intrínseca un trabajo de prevención, encuentros con los prácticos de la infancia, terapias mediatizadas, entrevistas con parejas adoptantes, formaciones de asistentes maternales, participaciones en debates con padres de alumnos, etc. Así pues, la terapia está comprendida en una mira de salud mental.
– Las teorías referenciales en la psiquiatría del niño son diversas en el interior de un mismo corpus (desde Ana Freud hasta Melanie Klein, por ejemplo), o según corpus diferentes que inundan las ciencias humanas y sociales. El práctico está obligado a inventar sus propias fórmulas a partir de todas esas influencias.
– El conjunto de esas dimensiones de la psiquiatría del niño, en las cuales podrían reconocerse todos los prácticos del campo de la salud, de la educación y reeducación, y del trabajo social con los niños, sea el ejercicio privado, público, asociativo o institucional, remite a un dinamismo particular y a una relativización de las propuestas tradicionales de la psiquiatría general.
– La psicoterapia del niño y del adolescente consiste en una simbolización acompañada. Se trata menos de una búsqueda de los orígenes en la formación de los síntomas, sueños, etc. —percibidos como símbolos por descifrar, como mecanismos y significaciones ocultas, que deben ser objeto de una concientización, resolutiva, de esas determinaciones inconscientes—, que de una simbolización en trance de hacerse, que suscite, favorezca, acompañe, en la cual puede incluso participar el terapeuta activamente. La simbolización en terapia (en el marco de la configuración transferencial, hecha de proyecciones recíprocas de todos sobre las representaciones de los otros actores de la terapia) es un acto constituyente11.
DE LA SEMIÓTICA A LA PSICOSEMIÓTICA
Vamos ahora a reconstituir brevemente el recorrido que enlaza la semiótica de la primera época (la que todavía estaba apegada al «corpus» de los mitos y de los cuentos) con la psicosemiótica, que se ocupa del comportamiento global del sujeto.
Que quede bien claro que la psicosemiótica es una rama, relativamente reciente, de la semiótica, la cual —como lo recordaba A. J. Greimas con frecuencia— surgió paradójicamente de un fiasco que terminó por dar toda una dimensión heurística a una notable confluencia: decepcionado de las perspectivas limitadas de la lexicología, reducida a la unidad-palabra, y luego, de la semántica lingüística, frástica, el fundador de la Escuela de París edificó la semiótica en la intersección misma, suerte de punto sinérgico, de los estudios folclóricos (V. Propp), de la mitología comparada (G. Dumézil) y de la antropología estructural (C. Lévi-Strauss). Como siempre, se produjo el encuentro, pero evitando exitosamente tanto la ilusión interdisciplinaria como el eclecticismo (veremos de qué manera): nacimiento de un nuevo proyecto científico que recortó en el horizonte un vasto espacio por descubrir, un poco a la manera del augur que delimitaba en el cielo el campo de futuros acontecimientos.
La edificación de la semiótica greimasiana se ha hecho después de haber constatado un doble fracaso, el de una lexicología y el de una semántica, respectivamente encerradas en los exiguos límites de la palabra y de la frase. La apertura hacia la dimensión del discurso, a partir de entonces, era necesaria, así como hacia las investigaciones situadas fuera de la lingüística, instaladas, después de largo tiempo, en los amplios dominios discursivos constituidos, por ejemplo, por los mitos y los cuentos.
Como el peligro de eclecticismo era entonces muy grande, se hacía necesario delimitar con rigor el objeto de la empresa semiótica, y tratar de integrar los aportes de esas diversas disciplinas en un modelo teórico coherente, lo cual no era nada fácil, pero que, no obstante, llegó a realizarse.
¿Cómo?
Gracias a la creación de una teoría de la significación (que se inició con la aparición, en 1966, de Semántica estructural [de A. J. Greimas]), que garantizaba la homogeneidad y la coherencia de los modelos y de los procedimientos elaborados. La teoría de la significación adoptó rápidamente una forma generativa (Du sens, 1970)* para representar el engendramiento de la significación en los discursos, en un recorrido denominado, precisamente, generativo.
Aunque el término generativo aparece algo tardíamente (en el Diccionario, 1979)*, la concepción de un modelo dispuesto en niveles sucesivos es bastante anterior, y permite la integración, en coherencia, de los aportes fundamentales, entre otros, de V. Propp y de C. Lévi-Strauss.
El análisis lévi-straussiano del mito, con un modelo acrónico, que no respeta la narratividad, le sirve para representar el nivel de las estructuras profundas (semántica y sintaxis fundamentales: cf. el cuadro en la página 80). En cambio, el análisis proppiano, estrictamente sintagmático, de la consecución de las funciones en el cuento popular nutre otro nivel del modelo, el de la sintaxis narrativa de superficie, a costa, es cierto, de un trabajo considerable de metabolización12.
FREUD PRESEMIÓTICO
Detengámonos un momento en esta representación del discurso como estratificación de componentes encastillados desde lo simple hasta lo complejo, desde lo abstracto hasta lo concreto; y sobre el despliegue de la significación a través de esos niveles sucesivos, lo cual supone diversas conversiones hasta llegar a la superficie figurativa del discurso.
El lector familiarizado con la lingüística habrá percibido aquí, inmediatamente, la referencia implícita a la gramática generativa de N. Chomsky, quien postulaba también la existencia de estructuras profundas y de estructuras superficiales, aunque en el marco limitado de la generación de frases y no de discursos.
Pero es otro el acercamiento, menos visible, el que nos proponemos explorar ahora, porque permite ilustrar la especificidad de nuestra empresa psicosemiótica. Se trata de la referencia al Freud de la Traumdeutung [La interpretación de los sueños], brevemente evocada por el Diccionario en el artículo «Psicosemiótica»:
[…] aun cuando la Traumdeutung de Freud sea un trabajo notable de análisis semiótico al pie de la letra […]13.
Comencemos por un primer rasgo, que acerca de entrada la empresa de Freud a la del semiótico: el hecho metodológico importante que consiste en situar el análisis en la dimensión del discurso. Freud, como es sabido, va en busca del sentido global de un todo discursivo, el sueño contado, que, en un primer momento, se manifiesta como algo incoherente, absurdo, ininterpretable. No va en busca de elucidaciones puntales, a nivel de la palabra, ni del sintagma, ni siquiera de la frase: precisamente, lucha contra ese proceder en la interpretación del sueño, tan extendido, contra esa «lexicología simbólica» que se limita a aplicar una clave de los sueños, un diccionario de términos fijos, a las creaciones oníricas, asignándolos exclusivamente a fragmentos discursivos.
Y si Freud trabaja, de manera muy fina, sobre tal o cual fragmento de un sueño, lo hace siempre en función de una explicación global, para mostrar que el todo tiene un sentido permanente que consiste en la realización de un deseo. El semiótico reconocerá en ese gesto una unidad narrativa familiar: sueño, cuento, mito (y terapia) coinciden justamente en la puesta en discurso de una carencia y de su liquidación.
Segundo rasgo común a los dos procederes analíticos: la construcción necesaria de niveles distintos. Freud considera desde el inicio que es estéril quedarse en el nivel manifiesto del sueño (el relato inmediato del soñador) y que es necesario prever un nivel más profundo, construido por el análisis: ese es el nivel del contenido latente, el de los pensamientos del sueño. Y es justamente ese nivel el que permite acceder a la inteligibilidad del sueño, aunque se presenta primero en el nivel manifiesto como enigmático.
Vemos, pues, cómo se ha instalado un modelo estratificado que articula dos niveles de naturaleza distinta: uno directamente perceptible e incomprensible; el otro, por construir, que se abre sobre lo inteligible.
Y Freud va aún más lejos cuando indica que «[…] un nuevo trabajo se le impone. Debe buscar cuáles son las relaciones que se establecen entre el contenido manifiesto del sueño y los pensamientos latentes, y examinar el proceso por el cual estos han producido aquel»14.
Tercera similitud, que se aprecia en el importante problema de la conversión. ¿Cómo es transferida la significación de un nivel a otro, a la vez idéntica y diferente, complejizada, concretizada, figurativizada? Porque los pensamientos profundos del sueño están contenidos, sin duda, en el sueño contado, aunque no sean directamente discernibles.
Freud culmina su modelo generativo del sueño estudiando (en el largo capítulo titulado «El trabajo del sueño») los procedimientos de conversión que dan cuenta del paso del contenido latente al contenido manifiesto del sueño. Aquí uno de sus comentarios:
Queda establecido así que la condensación y el desplazamiento son los dos factores esenciales que transforman el material de los pensamientos latentes del sueño en su contenido manifiesto15.
Y Freud muestra ampliamente, con numerosos ejemplos, cuáles son las condiciones, las sobredeterminaciones del desplazamiento y de la condensación para que puedan operar el tránsito entre contenido latente y contenido manifiesto. Freud acude a la figuración, que supone la figurabilidad (uno piensa aquí en la problemática semiótica de la figurativización), procedimiento original que hace del sueño una suerte de acertijo [rébus], que da como resultado ese fenómeno que consiste en que «una expresión abstracta y descolorida de los pensamientos del sueño se convierta en una expresión imagínica y concreta»16.
Finalmente, Freud elabora el proyecto de una reconstrucción total del engendramiento de la significación en el sueño:
Sé muy bien cuál ha de ser el modo de demostración más claro y más decisivo: escoger un sueño modelo, desarrollar la interpretación […], luego, reunir los pensamientos del sueño que han sido descubiertos y reconstruir finalmente el proceso de la formación del sueño. Habremos completado así el análisis con la síntesis17.
ACAR A LA LUZ LAS DIFERENCIAS
Una vez conocidas esas notables similitudes del proceder analítico, es preciso ahora hacer que aparezcan las especificidades de ambas aproximaciones. Para hacerlo, tomaremos un ejemplo próximo a los que presenta Freud, el sueño referido por una joven paciente —Beatriz— en el curso de la última sesión de su terapia (cf. infra, cap. IV, donde se analiza con toda amplitud este caso):
Ayer, leí La Bella y la Bestia. En la noche soñé que la Bestia era un príncipe horrible y la Bella era una tórtola.
La historia comenzó cuando la familia de la tórtola quedó en la pobreza. Toda la familia sufría la mala suerte echada por una vieja bruja. La familia la había encontrado en un bosque. Querían construir su casita en un rincón del bosque; para la bruja, el bosque era de su propiedad; por eso les echó la mala suerte. La hermana mayor, una paloma, era prisionera de un ser humano, un horrible príncipe que había dicho: «Ustedes me tienen que dar una de sus palomas para que yo libere a la otra».
La bella paloma, la hermana menor, se ofreció al canje. El príncipe comparó las dos tórtolas. Cuando vio que la más joven era la más bella, soltó a la mayor. La hermana mayor quedó libre.
La bella paloma se escapó una vez para ver a su familia, al padre, a la madre, al hijo, a la hermana mayor; pero tenía que regresar, si no el monstruo moriría [sic]. Por eso regresó. La bella paloma se transformó en princesa y el príncipe horrible en un bello príncipe.
Señalemos, primero, las diferencias externas del discurso mismo, que serán ampliamente explicitadas, puesto que se deben a la naturaleza de la opción terapéutica, la cual no corresponde a la cura analítica clásica. No se ha solicitado a la paciente ninguna asociación, y las interpretaciones finales del terapeuta son muy elípticas, oblicuas, referidas a la globalidad del sentido del sueño, respecto al conjunto de la terapia que, además, está terminando (se había convenido que esa fuese la última sesión).
Enfrentado al discurso de Beatriz, el semiótico se atendrá estrictamente al sueño contado, y eso por necesidad epistemológica (la preservación de la homogeneidad de su discurso), sin hacer intervenir tampoco las informaciones obtenidas acerca del enunciador (las cuales le permiten con frecuencia a Freud interpretar el sueño sin la ayuda del soñador).
Por lo demás, la empresa semiótica no busca, como la analítica, alguna verdad cuidadosamente disimulada, encriptada (para engañar a la censura, indica Freud), escondida en el nivel profundo, latente, sino que apunta a la construcción de un simulacro que explicite la manera como se genera la significación en el discurso [en este caso, de la paciente].
El análisis semiótico no da lugar a descubrimientos, a revelaciones de secretos, como el método analítico de interpretación de los sueños. Dicho esto, lo que hace es sacar a la luz, por construcción, aquello que no es, por definición, perceptible en la superficie del discurso. Creemos, sin embargo, que existe una articulación posible entre los resultados producidos por ambas disciplinas.
¿Pero qué hacer, dentro de la lógica del proceder del semiótico, con el «sueño» de Beatriz?
EL «RECORRIDO GENERATIVO»
En primer lugar, ilustraremos sucintamente el modelo teórico de Greimas, sin adelantar el análisis detallado que proponemos de este sueño en el capítulo IV, análisis diferente y complementario.
Paradójicamente, ese texto no será considerado a priori como sueño, sino como simple fragmento discursivo. Luego, mostraremos con el análisis su eventual especificidad para incluirlo en un género discursivo preciso. Podremos advertir, de paso, que la tipología de los discursos no es, para el semiótico, una clasificación establecida, sino que es preciso construirla. Y el «sueño» de Beatriz, terminado el análisis, aparecerá, estructuralmente, como un mito de origen, lo cual antes era débilmente legible debido a la máscara (el «sueño») elaborada por el enunciador.
Aclarado esto, el análisis semiótico, lo mismo que el de Freud, va a efectuar una inmersión desde la superficie del discurso hasta el nivel más profundo, para remontar después, por etapas, hasta el discurso concreto, manifestado.
Pero la comparación termina ahí, porque las estructuras profundas, por ejemplo, del modelo semiótico de Greimas no son de la misma naturaleza ni cumplen la misma función que el nivel latente freudiano, el de los «pensamientos» del sueño, cuya manifestación clara y consciente bloquea la censura.
En efecto, el semiótico considera el recorrido generativo de la significación en el discurso como un tránsito, por etapas sucesivas, desde lo abstracto hasta lo concreto y figurativo (en la mayor parte de los discursos), desde lo simple hasta lo complejo, al modo de una proliferación regulada, de una plusvalía de sentido, a partir de operaciones lógico-semánticas profundas elementales.
Dichas operaciones, escondidas en la «profundidad» del texto, se dejan leer en la superficie gracias a la presencia de transformaciones.
– La «pareja» inicial, formada por la Bestia («un príncipe horrible») y por la Bella («una tórtola»), pareja imposible constituida por partenaires a los que todo separa, se transforma al final del texto en una pareja ideal de complementariedad (solo la diferencia sexual, que perdura, los distingue felizmente).
– La familia, al principio bajo la dependencia total de la «bruja» (instancia de poder trascendente que se denomina «destinador» [del bien o del mal]), se libera de ese yugo gracias a la acción de la paloma menor, sujeto-héroe del relato. Lo mismo sucede con el príncipe horrible, víctima, sin duda, a su vez, de una maldición, carcelero a sueldo de la «bruja», que accede a un nuevo estatuto.
Esas transformaciones bien visibles, espectaculares, son la traza, en superficie, de operaciones profundas, situadas en niveles diferentes:
1. Primero en el nivel constituido por las acciones de los personajes, las cuales, en un nivel de abstracción mayor, se convierten en performancias vinculadas a los actantes (roles narrativos abstractos [como sujeto/objeto, destinador/destinatario, ayudante/oponente]). Nos hemos encontrado ya con el actante destinador (representado en este caso por la «bruja», figura a su vez del Destino implacable que condena para siempre a una carencia permanente), con el actante sujeto (la paloma menor, que se convierte en prisionera, que decide actuar en lugar de padecer), con el actante objeto perseguido por el sujeto (el compañero a la vez idéntico y complementario).
Porque la dinámica del relato reposa (Propp lo había mostrado ya desde 1928, en Morfología del cuento) en la tensión que se genera entre la aparición de la carencia y su liquidación. Propp había señalado también que la carencia en el cuento maravilloso era la consecuencia, la mayor parte de las veces, de la transgresión de una prohibición. Ese es el caso en el texto de Beatriz, si bien la transgresión es presentada como involuntaria, es decir, basada, de hecho, en una ignorancia.
El programa narrativo de «construcción de una casa» se paga con un fracaso cruel y con la privación de la hermana mayor. Por querer suplir la «carencia de casa», la familia incurre en una carencia infinitamente más grave y trágica, que el intercambio propuesto no hace más que perpetuar.
Vemos cómo se diseña aquí el nivel de las estructuras semionarrativas, donde se encadenan los «programas narrativos», y hasta se engastan, según una lógica sintagmática (que procede de Propp): prohibición/ transgresión; carencia/liquidación de la carencia.
Ese nivel particular es el de la sintaxis y el de la semántica narrativas.
2. Más profundamente, si se analizan semánticamente los objetos perseguidos por los sujetos —todo relato es una búsqueda—, encontramos los valores del texto, que constituyen el nivel más profundo, el armazón de base: ese nivel será representado, formalizado por el cuadrado semiótico, modelo lógico que pone en relación lógico-semántica los valores en cuestión: relaciones de contrariedad, de contradicción y de implicación. Pero ese modelo no es estático: hace aparecer un dinamismo que consiste en operaciones de afirmación y de negación de esos valores (sintaxis y semántica fundamentales). Eso significa que, incluso en el nivel de las estructuras profundas, es posible seguir el rumbo de las transformaciones del relato en términos puramente lógico-semánticos.
Presentamos como ejemplo el cuadrado semiótico que representa visualmente la articulación lógica de una categoría semántica: rico vs. pobre.
El cuadrado hace que aparezcan los siguientes tipos de relaciones:
– Relación de contrariedad entre los términos S1 y S2
– Relación de subcontrariedad entre los términos S1 y S2
– Relación de contradicción entre los términos S1 y S1; S2 y S2
– Relaciones de implicación entre los términos S2 y S1; S1 y S2
Podemos constatar que las operaciones de negación y de aserción integran los ejes de la contradicción y de la implicación.
Así, un relato simple de enriquecimiento consistirá —a nivel de las estructuras profundas— en la sucesión de dos operaciones lógico-semánticas:
– Negación de la pobreza: S2 S2
– Aserción de la riqueza: S2 S1, en forma de implicación: S1 no S2, entonces, S1.
– Negación de la riqueza: S2 S1
– Aserción de la pobreza: Si no S2, entonces, S1.
En la medida en que los términos semánticos del cuadrado son también valores axiológicos (la /riqueza/ puede ser considerada un valor positivo —en el cuento tradicional— o negativo, por ejemplo, en los textos del Nuevo Testamento), se agrupan en dos deixis [o campos semánticos]:
– La deixis positiva: S1 + S2
– La deixis negativa: S2 + S1
Dicha axiologización de los objetos, que los distribuye en valores «positivos» y «negativos», atractivos y repulsivos para los sujetos puestos en escena*, es manifiesta a primera vista en el «sueño» de Beatriz:
– La negación de los valores: animalidad, fealdad, pobreza, vileza social; y, en otro nivel, la misma operación afecta a los valores de dependencia y de diferencia.
– La afirmación de los valores lógicamente contrarios de humanidad, de belleza, de riqueza, de elevación social; de libertad y de identidad.
Esos valores y esas operaciones nos hacen recordar con toda evidencia un cuento bien conocido, La Cenicienta, con la diferencia de que, en la versión que nos ofrece Beatriz de La Bella y la Bestia, los personajes destinados a constituir una pareja se encuentran, ambos, en la posición de Cenicienta: necesitan transformarse tanto el uno como el otro, aunque esa obligación no afecte, ni en uno ni en otro, a los mismos valores:
– La Bestia, príncipe horrible, conjunto con los valores de nobleza, de riqueza, de masculinidad, debe adquirir los valores de humanidad y de belleza.
– La Bella, conjunta con la belleza, con la feminidad, debe adquirir humanidad, nobleza y riqueza.
– Ambos, además, deben adquirir la libertad (negar la dependencia) y, como resultado de las afirmaciones y negaciones precedentes, afirmar la identidad a expensas de la diferencia.
3. Finalmente, la última etapa del recorrido de la significación, los valores profundos, que es lo que está en juego en los programas narrativos realizados por los actantes, se encarnan, en el nivel de las estructuras discursivas, gracias a la enunciación. Esta operación toma a su cargo las estructuras semionarrativas, aún demasiado abstractas, para investirlas en actores, en lugares y en tiempos concretos.
La sintaxis discursiva contiene operaciones:
– De actorialización: el actante-sujeto, por ejemplo, aparece bajo los rasgos figurativos de un actor: la Bella es una paloma; como se trata de «ella» y no de un «yo», ese actor es obtenido por medio de un «desembrague enuncivo»: en esa operación, el enunciador presupuesto instala en el enunciado un «no-yo» que se manifiesta como «él» o «ella». Ese tipo de desembrague produce un discurso del que el enunciador parece ausente, un discurso que da la impresión de que se cuenta a sí mismo. Finalmente, ese actor particular está dotado de calificaciones específicas, entre ellas, la animalidad (pura invención de Beatriz, puesto que ese rasgo no se encuentra en el cuento de La Bella y la Bestia). Lo mismo sucede con todos los actores del relato, que son actantes «revestidos» figurativamente.
– De espacialización: el espacio es organizado por medio de localizaciones (el bosque, la prisión, la familia) y funciona como marco en el que se inscriben los programas de la sintaxis narrativa.
– De temporalización: el tiempo se organiza en torno a un «entonces» desembragado del «ahora» del enunciador, así como el espacio era un «en otra parte» desembragado del «aquí» de la enunciación. La operación de desembrague no recae solamente sobre la categoría de la persona (negación de un «yo» y producción de un «él/ella», «ellos/ellas», los otros), sino también sobre las categorías del tiempo (negación del «ahora» para generar un «entonces», negación del «aquí» para producir un «en otra parte»). Ese «entonces» esconde, en el relato de Beatriz, un punto de origen: el momento en que la familia cae en la pobreza. A partir de ese punto, pueden construirse un «antes» (las causas del empobrecimiento) y un «después», cuando se produce el salvataje operado por la hermana menor.
Al lado de esos procedimientos de «localización temporal», si así se puede decir, hay que poner la aspectualización, operación que convierte las performancias de la dimensión narrativa en acciones y procesos concretos. Así, la muerte de un personaje del relato puede recibir dos descripciones, según el nivel del modelo:
– A nivel de las estructuras narrativas, consistirá simplemente en la pérdida (disjunción), para un actante, del objeto-valor /vida/.
– En el nivel de las estructuras discursivas, al lado de la sintaxis discursiva, que hemos ilustrado brevemente, existe la semántica discursiva, que incluye la tematización y la figurativización. Por ejemplo, en el texto de Beatriz, uno de los valores profundos, como hemos visto, es el de «libertad». Y ese valor va a constituir «la mira del recorrido narrativo del sujeto»18, actorializado por la paloma menor. Gracias a las operaciones de espacialización, ese recorrido podrá ser tematizado como «evasión». Pero la tematización sigue todavía abstracta; hace falta, para llegar al texto, operar una conversión a un recorrido figurativo (una fuga real, corporal, fuera de los límites de la prisión) que hace justamente del discurso de Beatriz un discurso propiamente figurativo (por oposición al discurso filosófico clásico, por ejemplo).
Queda solamente elegir un lenguaje de manifestación para que la significación así generada encuentre significantes: el lenguaje oral dictado, en este caso, pero se hubiera podido recurrir igualmente al lenguaje escrito, o al dibujo, o al mimo, etc.
He aquí el esquema del recorrido generativo19, que representa el engendramiento discursivo de la significación, común según sugieren Greimas y Courtés a todo discurso posible, verbal o no verbal.
El siguiente cuadro recapitulativo del engendramiento (o generación) de la significación (su «recorrido generativo») presenta una sucesión de niveles, desde el más profundo y más abstracto (sintaxis y semántica fundamentales, formalizadas por medio del cuadrado semiótico) hasta el más superficial y concreto de los discursos manifestados en los diferentes lenguajes, verbales o no verbales.