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Kitabı oku: «La vistosa», sayfa 4

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Ya lo tenía resuelto cuando recibió una tarjeta en que Julián le anunciaba que por exigencias de un negocio marchaba a Barcelona, donde pasaría dos meses. «Esas tontas – pensó Emilia – no saben lo que se pescan. Si este hombre hubiese puesto en mí los ojos, o no se marcharía o hubiese venido a despedirse.»

En aquellos dos meses no la escribió una sola carta. Volvió a Madrid y tardó más de una semana en ir a visitarla. Llegó el día de su santo, y nada, ni un miserable ramo de flores.

Entonces, sin darse cuenta, empezó a sentirse mortificada por una impresión, mitad sorpresa y mitad despecho. ¿Habrían sido intencionadas sus bromas y luego desistió de ellas por considerarlas estériles? ¿Jugó con fuego hasta quemarse? Y sobre todo, ¿por qué desistiría de su empeño? Poco a poco, involuntariamente, pensó en él con tal insistencia, que no podía arrancárselo de la imaginación. El resultado de tales cavilaciones fue que, aunque Julián no le dijo nunca cuatro palabras con formalidad, ella se persuadió de que la había querido y de que probablemente seguiría queriéndola. Pero ¿cómo se explicaba su conducta? ¿Por qué no escribirle durante el viaje ni presentarse a la vuelta? ¿Acaso imaginaría el muy necio que esquivando la ocasión quitaba el peligro? Ofuscada por la vanidad, se acostumbró insensiblemente a la creencia de que la habían amado dos hombres, Gabriel y Julián: el muerto y el vivo. Su corazón, sus recuerdos, sus lágrimas pertenecían de derecho al primero; el segundo no debía importarle nada; cuanto pensase en él era profanar la memoria del esposo querido…

Por fin, una tarde muy lluviosa de esas en que únicamente hace visitas quien desea hallar solo al que busca, se presentó Julián.

Emilia le recibió con su habitual afabilidad, pero no le dijo palabra de su silencio durante el viaje, ni se quejó porque no hubiese luego ido a verla, ni le llamó olvidadizo ni descastado. Estuvo con él como si hubiesen hablado la víspera. La actitud de Julián fue la de costumbre. En el modo de dejar guantes, bastón y sombrero, cada cosa por su lado; en la manera de sentarse, en la confianza y familiaridad de su lenguaje, en todo parecía, no un amigo, sino el amo de la casa. Para colmo de atrevimiento se convidó a comer, diciendo con el mayor desparpajo:

– Aquí me quedo… Solitos… Lo único que siento es tener que marcharme luego.

Durante la comida charlaron de mil cosas indiferentes, y ni él ni ella nombraron al muerto para nada. De pronto, en un momento en que el criado les dejó solos, Julián, bajando cuanto pudo la voz, preguntó:

– ¿Vendrá gente esta noche?

– No espero a nadie… y con el agua que está cayendo…

– Pues me alegro, porque en cuanto nos vayamos al gabinete le voy a decir a usted unas cosazas gravísimas: lo que usted menos se figura.

– ¿Viene usted de broma?

– Ya verá usted cómo las gasto.

A Emilia le saltaba el corazón dentro del pecho como pájaro en jaula. Pasaron al gabinete donde habían de tomar el café, y allí quedó Julián solo unos instantes mientras la viuda, llamada por la doncella, entró en la habitación que fue despacho de Gabriel.

– ¿Qué quieres? – ¿Para que me molestas? – preguntó.

La chica, señalando seis o siete grandes cajas de cartón que había sobre la mesa y en el suelo, repuso:

– Aquí están las coronas que ha encargado la señora para el cabo de año.

– ¡Baja esa voz!

– …no las han traído antes porque no habían llegado, y dice el dependiente de la tienda que tenga la señora la bondad de escoger ahora mismo la que quiera porque hay muchos pedidos.

Julián que paseaba inquieto de un lado para otro del gabinete cruzando también la sala, llegó en aquel momento a la entrada del despacho y podo oír perfectamente que la chica decía haciéndose cruces:

– ¡Qué bonitas! ¿Desea la señora que las lleve al gabinete, que está mejor alumbrado?

Emilia, sintiendo tan cerca aquellos pasos de hombre impaciente, se turbó contrariada y confusa; pero de pronto se rehizo, mató de un soplo la luz, preparó sumas hechicera sonrisa y atrayendo hacia sí la puerta para que él no se enterase de lo que causaba su vergüenza, salió al encuentro de Julián, diciendo entre dientes y rapidísimamente a la doncella:

– ¡No tengo tiempo de elegir! ¡Guárdalas a escape… y di que me quedo con las siete!

DIVORCIO MORAL

Las diez o doce personas reunidas aquella tarde en el lujoso saloncito de la Marquesa, amigos íntimos y parientes que iban a felicitarla por ser su santo, habían permanecido largo rato formando grupitos separados hasta que alguien dijo en voz alta:

– Lo que usted oye; se han separado, él se queda en el cuarto donde hasta ahora han vivido juntos, y ella se está poniendo casa y se lleva al niño.

– Pero ¿qué marido es ese que lo tolera? – preguntó una señora anciana de aspecto venerable.

– Vayan ustedes a saber quien tiene la culpa… porque uno de ellos ha de tenerla – añadió otra señora joven que parecía lista y curiosa.

– Yo creo – dijo la Marquesa – que si alguno ha faltado, no es él, porque hace muy pocos días estuvo aquí precisamente hablando de su mujer… y enamoradísimo.

– Esto no significa gran cosa – interrumpió la que tenía cara de lista – porque cuando un hombre pretende engañar bien a su mujer lo primero que hace es despistar a las amigas de ella haciéndoles creer que la adora para que se lo cuenten a la interesada.

– Dios me libre de murmurar – añadió un caballerete – pero él anda demasiado absorbido por sus negocios, y ella es demasiado guapa; además sin ofenderla, me parece que ella se alegrará de tener ocasiones en que convencerse de hasta donde llega el poder de su hermosura.

– ¿Tan presumida es? – preguntó una voz femenina.

– En realidad – contestó la Marquesa – es inexplicable esa desavenencia en un matrimonio del cual nadie sabe que el marido se vaya con otra ni que la mujer sea capaz de torcerse.

Entonces un señor ya viejo con restos de buen mozo, simpático, de mirada inteligente y fácil palabra que basta entonces permaneció callado, tomó parte en la conversación diciendo:

– Conque no se engañan, tienen un hijo y se separan… pues no lo entiendo: pero ¿de quién se trata?

– De la de Herióls, Rosita Castilla, la casada con Herióls.

– ¡Rosa! ¿Separada Rosa? – exclamó asombrado el señor viejo – Vaya, vaya, y ustedes dispensen pero no saben lo que dicen o les han informado con mala intención. Rosa es incapaz de hacer nada que pueda ser causa de que su marido la deje con sombra de razón, y si él la engañara a ella le sobran talento, virtud y recursos para traerle al buen camino… y en último caso, grandeza de alma para perdonarle. Sepan ustedes, – y esto lo dijo ya con una entonación grave – que mujeres como Rosa hay pocas y cuando se habla de ellas conviene no pecar de ligero.

Viéndole ponerse serio y oyéndole hablar de aquel modo callaron todos, menos la señora que parecía lista, la cual sin andarse por las ramas, habló de este modo:

– Todo eso está muy bien don Luis, pero no echa por tierra nada de lo dicho. Si a él no se le conocen líos, ni ella es susceptible de… debilidades y sin embargo teniendo un hijo, se separan… ayúdeme usted a sentir. Ella una santa, conformes; además es rica, él gana mucho: por falta de recursos no será. Luego…

– Rosa sabría resistir a la pobreza y a miseria – añadió el caballero viejo con entusiasmo.

– Vaya, vaya – acabó la dama diciendo algo picada – yo no calumnio a nadie. No quería soltarlo pero lo sé, me consta, sucede algo y gordo. Puedo asegurarle a usted que hace cinco días, Rosa se ha marchado de casa de su marido con cuatro muebles y unos cuantos baúles de ropa, y llevándose al chico, y que sola con la doncella, vive en la calle del Guadarrama núm. 92, no sé que piso. Ahora diga usted que esto es hablar por hablar.

– Lo que digo – repuso enojándose el caballero – es que yo he llegado ayer mañana de París, que no he salido sino para venir a felicitar a la Marquesa, que no sé nada de lo que pueda haber ocurrido y de que, sea lo que fuere, estoy seguro de que Rosa estará harta de razón. Pasa por ser una de las mujeres más bonitas y elegantes de Madrid ¿verdad? – y esto no lo dijo con ánimo de complacer a su interlocutora – nadie pone en duda su hermosura ¿eh? pues también son indiscutibles su talento y su virtud.

Pronunció don Luis estas palabras esforzánzose por aparecer tranquilo pero con tal energía que ni caballeros ni señoras se atrevieron a replicarle; y la Marquesa dio discretamente otro rumbo a la conversación.

De allí a poco don Luis se despidió y al poner el pie en el estribo de su berlina, que le esperaba en la puerta, dijo al cochero: «calle del Guadarrama 92, y deprisa.»

Yaş sınırı:
12+
Litres'teki yayın tarihi:
30 ağustos 2016
Hacim:
29 s. 1 illüstrasyon
Telif hakkı:
Public Domain
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