Kitabı oku: «El Secreto Del Relojero», sayfa 3
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Durante el desayuno de la mañana siguiente, Slim juzgó que Mrs. Greyson estaba de buen humor, así que le hizo un gesto. A su llamada, los silbidos que llegaban desde la cocina como el trino de un pájaro viejo pero contento callaron de repente y se dirigió con pasos firmes, estrujando su delantal como si recordara a Slim la molestia que se estaba atreviendo a causar.
—Mr. Hardy… espero que todo sea de su agrado.
Él sonrió, pinchando el plato con un tenedor.
—Por supuesto. Estos huevos me recuerdan a mi difunta madre y a las delicias culinarias a las que estaba sometido cada día.
—Eso es… estupendo. ¿En qué puedo ayudarle?
—Ayer subí a Trelee. Me perdí un poco en el páramo, pero una señora mayor fue muy amable dándome indicaciones. Querría enviarle una nota de agradecimiento, pero me temo que he olvidado su nombre.
—¿Y por qué cree que yo lo sé?
—Dijo que vivía en la antigua casa de Amos Birch. ¿No conoce el nombre de los nuevos dueños?
—No tan nuevos: llevan allí una docena de años.
Slim mantuvo su sonrisa, pero asintió como para animarla a contarle más.
—Tinton —dijo Mrs. Greyson—. Maggie Tinton. Solo puedo decir que debe haberla pillado en un día bueno. La vieja bruja más desagradable de los alrededores. Y apuesto a que usted pensaba que yo era mala.
La sonrisa de Slim estaba empezando a hacer que le doliera la cara.
—Su marido, Trevor, es mucho más agradable. Solía ir a beber al Crown hasta que… bueno, hace algún tiempo de eso.
—¿De qué?
Mrs. Greyson desenrolló su delantal, se lo quitó y luego frunció el ceño, como si Slim le estuviera pidiendo que se saltara alguna frontera moral.
—Se hablaba… la gente decía que habían tenido algo que ver.
—¿Con qué?
—Con la desaparición de Amos —Antes de que Slim pudiera responder, añadió—: Es ridículo, por supuesto. Los Tinton vienen de Londres. No pueden haber sabido nada de Amos. Después de todo, Mary estuvo viviendo allí durante diez años después de que Amos desapareciera. Los Tinton se limitaron a encontrar una ganga.
—¿La gente cree de verdad que tuvieron algo que ver?
—Por supuesto que no. Solo era un rumor estúpido, pero ambos se ofendieron y, después de eso, se aislaron de la comunidad local.
—Parece que los conocía bien.
—Solía jugar al bridge en el local de la legión con Maggie, pero dejó de venir y nunca volvió.
—Es casi como reconocerse culpables.
—Les insultaron, nada más —dijo—. Se mudaron aquí para retirarse a la vida rural típica que se ve en televisión. Creo que esperaban una comunidad de gente simple que los esperaba con los brazos abiertos para llevarlos a las fiestas del pueblo y a los cafés de las mañanas. Cuando no consiguieron lo que querían, renunciaron.
—¿Pero no hay manera de que tuvieran algo que ver con la desaparición de Amos Birch?
Mrs. Greyson sacudió la cabeza.
—Absolutamente ninguna.
—¿Qué cree que pasó, entonces?
Mrs. Greyson puso los ojos en blanco.
—Pensaba que estábamos hablando de Mrs. Tinton.
—Debe creer algo. Parece que los conocía.
Mrs. Greyson se encogió de hombros y suspiró.
—Él huyó de su familia. ¿Qué hay que saber? Amos tenía mucho dinero guardado y estaba fuera a menudo en sus viajes de negocios, convenciones de relojeros y todo eso. ¿Quiere mi opinión? Tenía alguna querida en el extranjero y huyó para estar con ella.
—¿No hubiera sido más sencillo divorciarse de Mary?
Mrs. Greyson tomó de nuevo su delantal.
—No tengo tiempo para esto —dijo. Mientras se daba la vuelta y se dirigía a la cocina, añadió—: Disfrute de su paseo, Mr. Hardy.
Slim la miró frunciendo el ceño. No iba a sacar más de ella, estaba seguro, pero al mencionar a la otra mujer, sus mejillas habían tomado un color sonrosado que sin duda no tenían antes.
11

Visitar la biblioteca local más cercana significaba volver a Tavistock. Slim se encontró solo en una sala de archivos buscando entre enormes ficheros de viejos periódicos locales de gran tamaño, amarillentos y crujientes por el paso del tiempo.
Cada fichero contenía el equivalente a un año de semanarios. Como esperaba de los periódicos de un pueblo pequeño llenos de anuncios de agentes de propiedad inmobiliaria y empresas de alquiler de maquinaria agrícola, había poco sensacionalismo en las breves noticias sobre la desaparición de Amos Birch. «Relojero local desaparece en misteriosas circunstancias», decía un titular, antes de continuar con una noticia tan poco detallada que era casi una repetición del título, centrándose en la historia de Amos como artesano con grandes habilidades y respetable granjero local, pero sin ningún rastro de especulación.
La noticia más interesante la encontró en un fichero de un periódico llamado el Tavistock Tribune:
«El granjero local y famoso relojero Amos Birch (53) está desaparecido desde la tarde del jueves, 2 de mayo, según ha denunciado ante la policía su esposa Mary (47). Famoso tanto nacional como internacionalmente por sus complejos relojes hechos a mano, se cree que Amos pudo ir a dar un paseo al atardecer por Bodmin Moor y perderse. Se considera que estaba mentalmente bien y no tenía problemas de salud, pero, según su esposa, estaba cada vez más nervioso durante la semana anterior a su desaparición. La familia pide que cualquier información con respecto a la desaparición de Amos se comunique a la policía de Devon y Cornualles».
Slim releyó el artículo un par de veces y luego frunció el ceño. ¿Nervioso? Podía querer decir cualquier cosa, pero sugería que Amos sabía que algo podía estar a punto de ocurrir. ¿Había planeado huir o le había ocurrido algo?
Recordando una cita que le había contado un antiguo colega del ejército acerca de cómo las pistas de un delito aparecían a menudo mucho antes que el propio delito, buscó unas semanas antes en las páginas de los periódicos para encontrar algo relacionado con Amos Birch. Aparte de una columna de más de un mes antes de la desaparición, que daba cuenta de un premio a Amos de una asociación nacional de relojeros, no había nada.
A la hora de la comida empezaron a dolerle los ojos doloridos por la lectura de textos difuminados por el tiempo, por lo que se fue a un café cercano a recuperarse. Allí llamó a Kay, pero su amigo traductor no tenía aún información sobre el contenido de la carta.
La mente que se había dirigido a la investigación privada unos pocos años después de su deshonrosa expulsión del ejército estaba empezando a zumbar con ideas rocambolescas. Nadie se levanta y abandona una relación estable sin ninguna razón. O vas hacia algo o huyes de algo.
Las posibilidades eran infinitas. Un amante sería lo evidente hacia lo que ir y un cliente descontento o un competidor de lo que huir. Sin ninguna imagen del propio Amos, era difícil hacerse un juicio. Hasta ahora en las conversaciones de Slim el relojero había resultado un personaje oscuro en la comunidad, con la misma oscuridad de su profesión colocándole un halo de misterio. Incluso el camino a la Granja Worth y los altos setos que la rodeaban daban a la familia Birch un aire de encierro, un aire que los Tinton habían mantenido.
El café tenía teléfono. Slim tomó una guía de una estantería a su lado y volvió a su mesa. Había unas dos docenas de Birch, pero ninguno que empezara con una C.
Slim volvía a la estación de autobuses cuando oyó a alguien gritar detrás de él. Algo en su tono urgente le hizo darse la vuelta y vio a Geoff Bunce saludándolo desde el otro lado de la calle. Slim esperó a que el hombre cruzara la calle.
—Pensé que era usted. Unas largas vacaciones.
Slim se encogió de hombros.
—Soy mi propio jefe. Puedo hacerlas tan largas como quiera.
—¿Así que le ha visto? ¿A su amigo?
El sarcasmo en el tono de voz del hombre causó una ola de enfado en el estómago de Slim, pero forzó indiferencia en su voz.
—¿Amos Birch?
—Sí. ¿Le ha devuelto el reloj?
—Todavía no. Estoy en ello.
—Mire, no sé quién es usted, pero creo que sería sensato tomar ese reloj y volver por donde vino.
Slim no pudo reprimir una sonrisa. Era un exmarine que había prestado servicios en el ejército británico amenazado por un Papá Noel vestido con una chaqueta verde de entretiempo. Bunce podría haber dicho que había sido militar, pero era difícil creerlo.
—¿Qué es tan divertido?
—Nada. Solo me intriga la dureza de su tono. Solo soy un hombre que trata de vender un reloj antiguo.
—Venga, Mr. Hardy, eso es lo último que creo que sea.
—Recuerda mi nombre.
—Lo anoté. Hay algo en usted que me da mala espina.
—¿Solo algo? —Slim suspiró, cansado de juegos—. Mire, ¿quiere saber la verdad? Estoy aquí de vacaciones. Encontré ese reloj enterrado en Bodmin Moor. Esa mierda casi me rompe el tobillo. Solo resulta que mi trabajo actual, para bien o para mal, es el de investigador privado. Es difícil resistirse a un misterio.
Bunce arrugó la nariz.
—Bueno, eso cambia las cosas.
—¿Qué quiere decir?
El otro hombre asintió, resopló, como si se preparara para revelar algo importante. Slim levantó una ceja.
—Verá —dijo Bunce—, yo fui la última persona que vio vivo a Amos Birch aparte de su familia más cercana.
12

—¿Entonces dónde está el reloj que encontró?
Slim se sentó enfrente de Geoff Bunce en un café en un rincón del mercado de Tavistock. Dio un sorbo a un café flojo en una taza de plástico y dijo:
—Lo escondí.
—¿Dónde?
Slim sonrió.
—Donde estoy seguro de que estará seguro.
Bunce asintió rápidamente.
—Bien, bien. Buena idea. ¿Tiene entonces alguna idea de qué le pasó a Amos?
—Ninguna en absoluto.
—Pero usted es un investigador privado, ¿no?
—Trabajo sobre todos en asuntos extramaritales y fraudes en las bajas laborales —dijo Slim—. Nada para entusiasmarse. No voy a ganar dinero con esta investigación, así que si dejan de aparecer rastros probablemente desaparezca en el campo y busque algún caso con el que pueda hacerlo.
—¿No tiene ninguna pista?
—Todo lo que tengo es una lista mental de posibilidades y cuantas más borre, más cerca estaré de averiguar qué pasó realmente.
—¿Qué tiene en su lista?
Slim rio.
—Prácticamente cualquier cosa, desde un asesinato a una abducción alienígena.
—No pensará realmente… —Bunce se calló de repente, arrugando la nariz—. Ah, es una broma. Ya veo.
—En realidad no tengo ninguna pista. Por el momento, me limito a averiguar las circunstancias que rodean su desaparición. Tal vez pueda ayudarme con eso.
—¿Cómo?
—Dijo que fue la última persona que lo vio vivo aparte de su familia. ¿Y si me cuenta eso?
Bunce se encogió de hombros, mostrándose repentinamente inseguro.
—Bueno, ha pasado mucho tiempo, ¿verdad? Fuimos a dar un paseo por el páramo, hasta Yarrow Tor, más allá de la granja abandonada que hay allí.
—¿Recuerda por qué?
Bunce encogió un hombro con un gesto extraño y torcido.
—Era un paseo habitual. Lo hacíamos cada dos meses. No había ninguna razón especial.
—¿Recuerda de qué hablaron?
Bunce sacudió la cabeza.
—Bueno, debió ser lo habitual. No teníamos conversaciones muy profundas. Nos veíamos mucho, ya sabe. Siempre era sobre el tiempo, las quejas sobre la política, todo eso.
—No me está dando mucho para trabajar.
Bunce se mostró decepcionado.
—Supongo que no hay mucho que decir. Quiero decir, conocía a Amos desde siempre, pero no éramos tan íntimos como para contarnos todo el uno al otro. No era ese tipo de hombre. La gente a menudo bromeaba diciendo que prefería los relojes a las personas.
—Me dijo que ese reloj valía unos miles de pavos. ¿Es eso realmente cierto?
Bunce sonrió, pareciendo aliviado de que Slim le hubiera planteado una pregunta que podía contestar.
—Era como un matemático con sus manos. La mayoría de los artesanos tienen una habilidad particular, pero Amos era el paquete completo. Hacía todo: el diseño, las tallas, así como todo el trabajo mecánico interno a mano. ¿Tiene idea de lo difícil que es fabricar piezas de reloj a mano? En un día de trabajo puedes hacer una o dos partes pequeñas. Requiere mucho trabajo y poca gente hoy en día tiene ese tipo de concentración. Amos era de una raza especial.
—¿Cuántos fabricaba?
—No muchos. Dos o tres al año. Algunos eran encargos, creo, otros, ventas privadas. No tenía prisa. No quería ser rico. Le gustaban sus páramos y la vida tranquila. Su granja daba algunas ganancias (a pesar de lo que dicen muchos) y la venta de relojes le daba suficiente dinero extra como para tener un cierto grado de lujos.
—¿Es posible que alguien pudiera guardarle rencor? ¿Una venta fallida o tal vez un trato incumplido?
—Es posible, pero lo dudo. Amos era un hombre agradable y humilde.
—¿En qué sentido?
Bunce se tiró de la barba.
—Era inofensivo, es la mejor manera que tengo de decirlo. Hablaba bajo y nunca decía nada malo de nadie. Se encerraba en su trabajo. Y su trabajo era bueno. Nadie podía quejarse de relojes hechos con tanto cariño y cuidado. Quiero decir, ¿cuántas veces se estropean los relojes de cuco? ¿Cuántas veces ha entrado en un pub y ha visto uno estropeado en la pared de un rincón? Por el contrario, los relojes de Amos… Quiero decir, ¿cuánto tiempo ha estado enterrado ese reloj? ¿Veinte años? ¿Y aun así pudo darle cuerda y funcionó sin problemas? Ningún reloj que compre en una tienda tendrá esa resistencia. Los relojes de Amos se fabricaban para durar.
Bunce no tenía nada interesante que añadir, así que Slim apuntó su número, se excusó y se fue. Había llegado a la estación de autobuses y estaba en la cola de la taquilla cuando tuvo una idea.
Sacó el número de Bunce y llamó al anticuario.
—¿Tan pronto me vuelve a necesitar?
Slim sonrió.
—Solo una pregunta rápida. ¿Con un reloj como el que encontré, ¿cada cuánto tiempo cree que hay que darle cuerda?
—Oh, no lo sé, una vez cada pocos meses. Amos solía hacer unos muelles increíbles. Podías darles cuerda y duraban un montón.
—Muy bien, gracias.
Cuando volvió al albergue, Mrs. Greyson estaba quitando el polvo en el recibidor. Slim le dio educadamente las buenas tardes y luego subió aprisa a su habitación. Allí sacó el reloj de debajo de la cama y se sentó a oír el tictac durante unos minutos. Luego le dio la vuelta, quitó el panel de madera que Bunce había dejado desatornillado y miró el mecanismo del reloj. El pequeño dial enrollado en el reloj reverberaba ligeramente con cada tic.
Frunció el ceño, tocándolo ligeramente con un dedo, advirtiendo la falta de suciedad, comparado con el resto del reloj.
Cada pocos meses, había dicho Bunce. Si el reloj se había fabricado hacía unos veinte años, el muelle se habría desenrollado mucho tiempo atrás.
Slim no le había dado cuerda, lo que le hizo preguntarse quién lo había hecho.
13

Alguien sabía dónde estaba el reloj enterrado y se preocupó lo bastante como para volver cada pocos meses a darle cuerda. Esa acción requería una razón. El sentimentalismo era una, pero eso requería un gran esfuerzo, algo que normalmente decae con el tiempo. ¿Quién podía querer que el reloj siguiera funcionando y por qué? Mientras Slim le daba la vuelta, su mente estaba en blanco. Adornado, sí, pero solo era un reloj. Es verdad que el mecanismo del cuco hacía bastante ruido, pero no era algo que pudiera oírse bajo tierra. Slim había pensado que estaba roto hasta que el pequeño pájaro de madera había salido de su caja para sorprenderlo.
Slim volvió a colocar el reloj bajo su cama, se puso la cazadora y salió a la noche. Era el momento de ir a lo más parecido a una osera que tenía Penleven en busca de más información: el Crown. A los bebedores les gusta hablar, así que si Amos Birch todavía tenía enemigos Slim probablemente los encontraría.
Respiró hondo y empujó las puertas. Un reloj sobre la barra indicaba que eran las nueve y media. Cuatro caras se volvieron hacia él. Había un hombre viejo encaramado a una banqueta, con una cara como un paño arrugado de cocina rodeada por cabellos blancos desaliñados. Dos hombres jugando a las cartas en una mesa junto al fuego: uno enjuto, delgado y ojeroso, como si considerara a la comida un enemigo mortal, y el otro de facciones duras y grueso y musculado. Unos tatuajes asomaban por debajo del dobladillo de una camiseta que se ajustaba a sus nudosos bíceps mientras miraba un par de sietes antes de empujar un puñado de monedas a través de la mesa.
—¿Una pinta?
La cuarta persona, una mujer a la que Slim hubiera considerado amablemente como musculada y no amablemente como rechoncha le miraba desde el otro lado de la barra. Una blusa desabrochada revelaba un triángulo en su escote lo suficientemente optimista como para desviar la atención de su cara, mientras unas cejas extraordinariamente grandes y unos labios ligeramente amargos acababan con cualquier última posibilidad de atractivo.
Slim titubeó, con sus ojos fijos en el vaso que inclinaba hacia el grifo de cerveza más cercano. Con un nudo en el estómago, dijo:
—Tengo que conducir. —Con una voz tímida que le resultaba extraña.
—No he oído llegar su coche.
Había alejado la cabeza del vaso. Su pecho tembló un poco y Slim se obligó a no mirar. Estaba más allá de los cuarenta, pero probablemente menos allá que él.
—Mañana —musitó.
Ella asintió.
—Tenemos sin alcohol de caña. ¿Le vale? Es posible que esté a punto de caducar, pero sabe a meado en todo caso.
—Eso me vale.
Slim se sentó en una banqueta junto a la barra, dejando un puesto vacío entre él y el viejo. Los dos hombres que jugaban a las cartas estaban detrás de él, con sus perfiles reflejados en un mueble de cristal para vinos detrás de la barra.
—Usted es el tipo que come en el comedor —dijo el hombre—. ¿Es tímido? Aquí no se puede tener miedo de nadie.
Slim estaba preparándose para contestarle cuando la mujer dijo:
—Es el que ha estado preguntando sobre el viejo Amos. —Y antes de que pudiera responder, añadió—: No tenemos mucho de qué hablar en un sitio como este. Usted es el mayor cotilleo que hemos tenido prácticamente desde que huyó.
Dejó con fuerza una pinta llena de espuma sobre la esterilla de la barra más cercana a él. Slim miró el vaso con desconfianza. Puede que fuera sin alcohol, pero se parecía notablemente a una real.
—No, tuvimos la muerte de Mary, luego estuvo de lo de Celia, luego…
—Vale, Reg, era una forma de hablar.
—Me gusta un buen misterio —dijo Slim.
—He oído que usted es detective privado —dijo la mujer—. ¿Ha echado un ojo a alguien? —Guiñó el ojo y luego estalló en una risa caballuna, palmoteando el borde a la barra con una mano.
—El marido de June la abandonó —dijo Reg—. Tenga cuidado. Aceptaría a cualquiera.
—¡Olvídelo! —dijo June. Luego añadió, dirigiéndose a Slim—: No le escuche, No tiene idea de lo que pasa la mitad de las veces.
Slim sonrió mientras dejaba que la broma siguiera por un rato. Era evidente que Reg era un habitual, el tipo de persona siempre presente que hace que un bar siga funcionando durante el largo y oscuro invierno. Después de media hora, entró una pareja de mediana edad, se sentó en una mesa en el extremo más alejado del bar y pidió algo de comer, lo que tuvo a June entretenida durante un rato. Slim sorbió su pinta de agua con aroma de cerveza y de sabor metálico, asintiendo mientras Reg contaba historias de la vida rural tan fáciles de olvidar que cuando empezó a contar otra sobre un tractor averiado Slim estaba seguro de que ya la había oído antes.
Como había esperado, la conversación acabó llegando a Amos Birch.
—Ya sabe, yo era algo más joven, pero los dos fuimos a la misma escuela. Había una en Boswinnick, pero ya no está. Fui al instituto de Liskeard, pero Birch no. Algunos decían que era un poco raro, ya sabe, pero entonces no tenías que ir a la escuela tanto tiempo. Su padre era el dueño de la Granja Worth y necesitaba su ayuda. Cuando el viejo murió, la granja fue suya. A algunos les molestó que Celia la vendiera. Dicen que se puede encontrar el apellido Birch en la Granja Worth ya en el censo de Domesday. Lo que hizo esa chica fue vender su legado.
—¿Por qué?
Reg suspiró.
—¡Ah, quién sabe! A la chica no la querían mucho por aquí, por distintos motivos. En realidad, no encajaba aquí, como dirían ustedes, los de ciudad.
Slim tenía más preguntas, pero Reg se bebió el último cuarto de su bebida y se puso en pie.
—Bueno, ya basta. Buenas noches a todos.
Slim le vio irse. Detrás de él, los dos hombres continuaban su partida de cartas. June volvió de servir la comida y pareció sorprendida al ver que Reg se había ido.
—Se acaba de ir —dijo Slim.
June frunció el ceño. Estaba a punto de hablar cuando chirrió una silla y el hombre tatuado se puso en pie. Slim oyó sus pisadas mientras se acercaba a la barra, con el sexto sentido militar de Slim detectando tensión, una amenaza.
No se movió mientras el hombre se acercaba. Un aliento tibio de cerveza cosquilleó su oreja.
—Verá lo que le pasa si hace demasiadas preguntas —dijo el hombre—. Algunos puede que estén encantados de hablar, pero otros podrían preferir que el pasado se quede como está.
—Michael, ya basta —dijo June en voz baja.
Slim se puso tenso. Sus músculos del ejército se habían ablandado en los últimos dieciocho años desde su deshonrosa expulsión, pero todavía sabía un truco o dos si había pelea. Esperó a ver qué pasaba. Michael mantuvo su postura amenazante un rato más, luego se dio la vuelta y volvió a su mesa.
Slim se bebió el resto de su pinta y luego se puso en pie.
—Creo que me voy a ir —dijo.
June le lanzó una mirada de disculpa y luego le deseó buenas noches.
Fuera había empezado un vendaval que sacudía los setos, con un aguacero en la oscuridad que rociaba la cara de Slim antes de retirarse como la embestida de un animal. Slim se subió el cuello de la cazadora y se encogió, preguntándose si había conseguido algo de su visita al pub.
Las luces del albergue acababan de aparecer a través de una hilera de árboles cuando Slim se detuvo. Se oía un sonido constante de pasos por encima del viento.
Alguien venía corriendo.
Slim maldijo la lentitud de su reacción. El recién llegado estaba demasiado cerca de él como para ocultarse: su silueta sería visible sobe el cielo gris para alguien con los ojos acostumbrados a la oscuridad.
Se dio la vuelta levantando los puños, esperando al ataque de Michael, esperando que no hubiera tenido tiempo para encontrar un arma.
Oyó el susurro de una mujer que venía, de una forma femenina que temblaba al pararse delante de él.
—¿Slim?
—¿June?
La mano de esta tocó su hombro.
—Slim, no tengo mucho tiempo, tengo que volver aprisa. Creen que estoy en la cocina. Quería pedirle perdón por lo de Michael.
—Me han pasado cosas peores.
—Normalmente no es así. Es solo que… estaba con Celia. Ya sabe, en aquel entonces.
—¿Entonces?
—Cuando Amos desapareció. Michel era el novio de Celia entonces.
—¿Y qué importa eso?
—La desaparición de Amos… estaban prometidos en ese momento, pero después ella le dejó y nunca lo ha superado.
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