Kitabı oku: «Tren De Cercanías», sayfa 3
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—¿Don?
—Hombre, Slim, suenas bien —dijo Donald Lane, un viejo amigo del ejército de Slim, que ahora dirigía una agencia de información en Londres—. ¿En qué puedo ayudarte?
—Necesito ayuda para rastrear a alguien.
—Claro, muy bien. ¿Sigue vivo?
—Hasta donde yo sé, sí.
—Eso está bien. ¿Qué más sabes?
—Debería tener 48-50 años. Se crio en Sheffield. Su nombre era Toby. Una carrera en algo creativo. Tal vez artista.
—Bueno, lo buscaré, Slim, pero es una descripción muy vaga.
—Es lo único que pudo recordar mi contacto —dijo Slim—. De niño, fue testigo de un posible delito, pero de mayor trató de olvidarse de ello. Eso me han dicho.
Don suspiró al otro lado de la línea.
—Bueno, no es mucho, pero haré lo que pueda.
—Gracias.
Slim colgó. Luego llamó a Kim.
—Buenos días, Mr. Hardy. ¿Cómo va su investigación?
—Bastante estancada, como es habitual —dijo Slim—. Me temo que tengo un trabajo pesado para ti.
—Bueno, para eso estamos.
—Necesito que consigas una lista de personal de la Enfermería Real de Manchester en torno a 1977. Me doy cuenta de que muchos podrían ser muy viejos o haber muerto, pero me gustaría tener tantos números de contacto como sea posible.
—Me pongo a ello.
—Muy bien. Solo si tienes tiempo…
Kim rio.
—Mr. Hardy, nunca ha sido jefe antes, ¿verdad? Por supuesto que tendré tiempo. Me paga para tener tiempo.
Slim sonrió.
—Es una nueva experiencia para mí, eso sí.
—Le llamo mañana.
—Gracias.
Colgó. Tras tomar su chaqueta del respaldo de una silla, corrió a otra reunión con Elena en un restaurante local para tomar pescado con patatas. Elena había traído una caja de recuerdos que tenía de su madre.
—No sé si algo de esto será útil —empezó Elena—. No le importaban las cosas materiales. Tampoco a papá. Ya sabe, teníamos muebles y cosas, fotos de la familia, pero estas son las únicas cosas de decoración que todavía tengo.
Slim echó un vistazo a la caja. Una casita de porcelana, lo suficientemente pequeña como para caber en la palma de la mano. Una medalla militar de bronce. Un pequeño broche en forma de cisne. Algunas cosas más, que daban la impresión de ser recuerdos de familia. Probablemente nada de valor para una investigación, pero no costaba nada asegurarse.
—¿Puedo llevármelos?
—Por supuesto. Pero tenga cuidado, ya sabe. Puede que no parezcan gran cosa, pero para mi tienen mucho valor.
—Lo entiendo.
—Gracias. ¿Has… quiero decir, ha avanzado algo hasta ahora?
Slim sacudió la cabeza.
—No le voy a mentir, señora Trent. No creo que valga para mucho. En este momento no tengo ninguna pista de lo que le pasó a su madre. —Ante la mirada decepcionada de Elena, añadió—: Pero solo llevo un par de días de investigación. He hecho algunos contactos y confío en poder descubrir algo.
—Bueno, han pasado cuarenta y dos años, así que supongo que puedo esperar unos días más —dijo Elena.
Slim forzó una sonrisa. Hubiera querido decir que las posibilidades de encontrar a su madre eran pocas, pero no podía acabar tan pronto con sus esperanzas. No hasta haber seguido todas las pistas posibles.
—En este momento, solo estoy tratando de descartar posibilidades —dijo Slim—. Cuantas más elimine, más probable será descubrir una pista que desvele lo que pasó. —Hizo una pausa, mirando a Elena mientras esta comía, sin mirar al frente—. Siento tener que preguntar esto, pero, como digo, tengo que eliminar posibilidades. ¿Había alguna razón por la que su madre pudiera haber querido huir?
Elena pareció sorprendida por un momento. Se estremeció como si le hubiera llegado de repente un aire helado, antes de recuperar la compostura. Cuando miró al frente, Slim pudo adivinar por su mirada que era algo en lo que nunca había pensado.
—Hasta donde yo sé, no había ninguna razón por la que mi madre pudiera haber querido marcharse. No salíamos en el periódico, si se puede decir así. Mis padres no tuvieron un matrimonio perfecto, pero funcionaba bastante bien comparado con otros. Yo tenía doce años y sabía lo que pasaba. Hubo tensión cuando mi padre fue despedido, también cuando mi madre asumió más turnos. Pero fueron cosas aisladas y se arreglaron por sí solas. Mi padre consiguió otro empleo. La jornada laboral de mi madre volvió a ser normal. Cosas cotidianas. Era raro que discutieran. He pensado mucho en eso y solía preguntarme si mi madre tendría un amante con el que se había fugado. Pero nos llevábamos bien. ¿Por qué iba a abandonarme? ¿Por qué todos estos años de silencio? Mi padre… se enfadaba pocas veces. No era una bestia en la intimidad. Si hubiera querido dejarlo, él no habría hecho nada.
Slim asintió. Hacía garabatos en un cuaderno, preguntándose si había algo útil que anotar.
—¿Ha recibido algún correo extraño en estos años? —preguntó—. ¿Cartas sin firmar, postales de Navidad, algo así?
Elena sacudió la cabeza.
—Siempre he tenido sospechas de cualquier cosa que no podía identificar. Pero al final siempre averiguaba quién lo había enviado.
—¿Hay algún… cómo puedo decirlo? ¿Alguna persona siniestra en su familia o entre los amigos de sus padres? ¿Tal vez un tío o algún vecino celoso? ¿Alguien que hubiera tenido algún interés morboso por su madre?
Elena suspiró.
—No puedo pensar en nadie. Créame, he pasado muchos años pensando en esto.
—Puedo imaginarlo. En este momento, no tengo ninguna pista decente, pero hasta donde yo veo, hay tres opciones. Una: se perdió en el camino a casa y murió congelada. Dos: fue secuestrada poco después de hacer la llamada telefónica. Y tres: aprovechó la oportunidad del mal tiempo para huir y empezar una nueva vida en otro lugar.
—¿Y cuál cree que es la más probable?
—Bueno, en realidad, las tres pueden descartarse —dijo—. La uno, porque no se han encontrado sus restos ni su cuerpo. La dos, porque el mal tiempo habría hecho esto muy arriesgado, y la tres, porque si ese era su plan ¿para qué la llamó? ¿Y por qué esperar hasta a estar tan cerca de casa? ¿Por qué no quedarse en Manchester después de su turno y darse cierta ventaja?
—¿Hay más opciones?
Slim suspiró.
—Ninguna que se me ocurra por ahora. ¿Puedo preguntarla, solo por curiosidad, qué piensa usted que pasó? ¿Qué es lo que ha considerado más probable durante todos estos años?
Elena respiró hondo.
—Todos estos años he pensado que alguien se la llevó —dijo—. Había nacido en Wentwood. Me decía que solía jugar junto a las vías del ferrocarril, subiendo y bajando Parnell’s Hill. No hay modo de que pueda haberse perdido, ni siquiera con nieve. Y si nos hubiera dejado por otro, no hay razón para haber permanecido en silencio todos estos años. —Sacudió con vehemencia la cabeza—. No. Es imposible.
Slim asintió. Elena lo había dicho con tanta convicción que casi podía creerla. Pero, como todo lo demás, había alguna mentira que había que encontrar en algún sitio.
Solo necesitaba levantar la piedra correcta para encontrarla.
10
La cabina telefónica fuera de la estación de Holdergate seguía existiendo, de color rojo y con su estilo pasado de moda en una esquina junto a una parada de taxis. Sin embargo, el teléfono del interior ya no funcionaba, con una inscripción pegada al estante indicando a los pasajeros que quisieran hacer una llamada que debían usar el nuevo teléfono de pago dentro de la estación.
Slim abrió la puerta y entró, tratando de visualizar cómo se habría visto la calle hace cuarenta y dos años. Una glorieta fuera de la estación podía abarcar cuatro automóviles de un extremo a otro. De ahí salían cuatro carreteras, con la principal, de dos carriles, dirigiéndose a lo alto de la colina haciendo un pequeño ángulo y dos carreteras más pequeñas a derecha e izquierda. La izquierda era de un solo carril que seguía paralela a las vías un pequeño tramo, para luego girar hacia una calle residencial sin salida exactamente donde empezaba el camino de herradura, mientras que la derecha era asimismo una calle sin salida, que acababa en un portón metálico que daba a un patio de mercancías, como indicaba una señal junto a la entrada.
Los edificios de ambos lados eran de la década de 1960 y aunque ahora albergaban un par de pequeños supermercados y una agencia de viajes, Slim había visto en fotografías antiguas que uno había sido un banco y otro una tienda de verduras. Los dos habrían estado cerrados cuando pasó el tren nocturno del 15 de enero de 1977.
En lo alto de una pequeña colina directamente enfrente de la estación estaba el parque de Holdergate. Delante del parque, la carretera viraba bruscamente, continuando a lo largo del parque hasta el cruce donde estaba la iglesia. Una verja separaba el parque de la calle, con una hilera de árboles dando sombra a esta. Dos carteles, uno anunciando detergente y otro un nuevo modelo de automóvil japonés, destacaban en una parada de autobús un poco a la izquierda. Las mismas fotografías habían mostrado a Slim que la parada de autobús había estado antes en el lado derecho, delante del banco.
Desde la cabina, Jennifer habría podido ser capaz de ver hasta el parque. Subir por la calle hasta donde sugería la fotografía de sus pisadas le habría permitido ver más el parque y también un poco más arriba la carretera hacia la iglesia; sin embargo, según los informes policiales, como había estado nevando con fuerza en el momento de su desaparición, por no mencionar la oscuridad, no era realista pensar que hubiera visto más allá de la verja del parque. Slim estimó que lo que podría haber visto para alarmarla tanto como para cambiar de dirección habría estado en un semicírculo de unos veinte metros.
No era mucho, poco más que los dos edificios a ambos lados de la plaza o la verja del parque al norte.
Slim frunció el ceño. ¿Había visto algo a través de una de las ventanas? ¿Algo que la preocupó tanto como para salir corriendo? ¿O tal vez había visto a alguien en problemas y había acudido a ayudarlo, para acabar cayendo por accidente antes de lograrlo?
Entró en la estación y llamó a Kim, usando el nuevo teléfono de pago en lugar de confiar la llamada a su viejo Nokia.
—Hola, Mr. Hardy. ¿En qué puedo ayudarlo? Debería tener esa lista del personal de la Enfermería Real de Manchester al final del día.
—Gracias, Kim, estupendo. Tienes que hacer algo más. Si te doy un par de direcciones, ¿crees que podrías encontrar sus ocupantes desde 1977? Son propiedades comerciales, pero muchas veces se alquilan pisos en las plantas superiores y, bueno, podría ser que alguien hubiera bajado por la noche…
Calló, consciente de lo torpe y ridícula que sonaba su solicitud. Sin embargo, Kim ni siquiera hizo una pausa para mostrar su frustración.
—Léame la dirección para que la anote y veré qué puedo encontrar —dijo—. ¿Tiene allí algún ordenador?
—Um, todavía no. Buscaré algo.
—Ayudaría mucho que usted tuviera una dirección de correo electrónico que yo pueda usar —dijo Kim.
—De acuerdo. La conseguiré. —Slim se sintió mal mientras colgaba. Kim le había insistido constantemente en que debía conseguir un buen portátil con un buen acceso por WiFi. También quería que cambiara su viejo Nokia por un smartphone decente, pero él se había mantenido firme en su negativa.
Mientras recibía el café y se sentaba en una mesa con vistas al exterior de la calle, se preguntó cuántas posibilidades tenía de resolver el misterio. Ahora mismo, parecían por debajo de cero. Jennifer Evans se había desvanecido sin dejar rastro.
¿O no?
11
—Eso es —dijo Charles Bosworth—. Sí que encontramos su bolso. Se analizó en busca de huellas dactilares. Pero las únicas que se encontraron pertenecían a Jennifer. Pudimos compararlas con otros objetos personales que nos dio su marido. El bolso estaba abierto y el cierre estaba roto. Sin embargo, la cartera estaba dentro, intacta. La forma en que se había derretido el hielo sin afectar a los contenidos dejaba esto claro. Un logro de la ciencia para entonces.
—No he leído nada sobre ello en los periódicos.
Charles Bosworth asintió.
—Porque, para bien o para mal, no lo consideramos importante.
—¿Pero por qué no?
Bosworth sonrió.
—Veamos si puede averiguarlo usted, joven.
—¿Me está poniendo a prueba?
Bosworth sonrió.
—Puede ser interesante ver si usted tiene nivel para un caso como este. He conocido a muchos investigadores privados a lo largo de los años y eran unos aficionados, todos y cada uno. Tenga. Eche un vistazo. Dígame qué pasó.
Sacó la copia del informe del caso de una estantería debajo de su mesa de café y extrajo una carpeta con fotografías que mostraban el bolso de Jennifer Evans y las cosas encontradas dentro.
El bolso, que tenía un cierre a presión, había sido abierto. Parte del cuero estaba arañado, formando un semicírculo de pequeñas depresiones en torno a la zona del cierre, algunos más profundos que otros.
Slim miró las fotografías de los contenidos. Una pequeña cartera que contenía unas diecisiete libras en billetes usados y monedas. Una tarjeta de acceso al hospital. Un abono local de autobús y un billete del tren de cercanías. Una barra de labios y maquillaje. Medio paquete abierto de chicle Wrigley de menta. Un paquete de Lucky Strike, en el que quedaban tres cigarrillos.
Y una tira de un envoltorio de plástico.
—Eso se encontró a un par de metros a la izquierda —dijo Bosworth—. Pero coincidía con una pieza más pequeña que estaba aún en la cartera. ¿No lo adivina? No había huellas.
Slim le miró.
—El envoltorio de un sándwich, ¿no?
Bosworth asintió ligeramente.
—¿Y el resto?
Slim señaló la imagen del bolso.
—Estas depresiones. Son marcas de dientes.
Bosworth parecía como el sol que acababa de aparecer de detrás de una nube.
—Puede que valga para esto después de todo, Mr. Hardy. Cuénteme más.
—No hay rastro, porque el bolso se lo llevó un animal. La nieve habría cubierto las huellas del animal más rápidamente que las de una persona, especialmente si había estado soplando el viento. Si hubo una ventisca que pudo parar un tren, se puede suponer que fue así.
Bosworth asintió.
—Encontramos pequeñas trazas de jamón procesado. El animal lo habría olido y probablemente abrió el bolso. También significa que podría haberlo encontrado en cualquier parte alrededor de la zona de la estación, en cualquier momento de la noche en cuestión.
—¿Se ha identificado el animal?
Bosworth sacudió la cabeza.
—Creíamos que era un zorro y las comparaciones con las mandíbulas de un zorro nos dieron la razón. Las marcas tienen más o menos el tamaño de las de un zorro.
—¿Pero podía haber sido un perro?
Bosworth asintió.
—Un perro callejero pequeño, en todo caso.
Slim frunció el ceño.
—¿Pueblos como Holdergate tienen muchos perros callejeros?
—No. Por eso pensamos que era un zorro. —Bosworth suspiró—. Fue un descubrimiento importante, pero, por desgracia, no valió para nada.
—¿Todavía tienen el bolso?
Bosworth sacudió la cabeza.
—Me temo que no. Después de que Jennifer fue declarada muerta legalmente, las evidencias físicas se destruyeron. Solo quedaron estas fotografías.
—Una pena. —Slim levantó la cabeza—. Me hubiera gustado echarle un vistazo.
—Estoy seguro de que no podría haber averiguado más. Se examinó con mucho cuidado.
Bosworth iba a recoger las fotos, pero Slim puso una mano en la que mostraba la parte delantera del bolso. Levantó la vista y sus ojos se encontraron.
—Estuve nueve años en el ejército —dijo Slim—. Siempre había perros en las bases, bastante peligrosos si no sabíamos cómo manejarlos. —Señaló las depresiones de la fotografía—. Es imposible estar seguro sin ver el bolso, pero estas marcas parecen ser más fuertes en el exterior que en el interior, así que parece que este zorro o perro tuvo que batallar para quedarse con el bolso.
Bosworth se frotó la barbilla y frunció el ceño. Asintió lentamente mientras miraba a Slim, sin decir nada.
—Mire, a mí me parece que hubo una pelea por esta bolsa. Sé que los zorros son animales nerviosos, así que no sé lo desesperado que uno tendría que estar para pelear por un bolso y quitárselo a una mujer de las manos. —Dio unos golpecitos en la mesa—. Salvo que se lo quitara cuando estaba ya estaba muerta.
12
—Me hablaron del bolso —dijo Elena, sentada en el café enfrente de Slim—. Los investigadores creían que lo más probable es que lo encontrara un zorro y lo dejara caer en el suelo después de conseguir la comida. En realidad, fue como un pequeño destello, algo, pero también nada, si entiende lo que quiero decir.
Slim asintió. No contó a Elena sus sospechas, porque no era algo que pudiera probar ni quería darle esperanzas acerca de lo que era una pista tenue en el mejor de los casos.
Sacó una hoja de papel de su bolsa y se la pasó a Elena.
—Mi ayudante consiguió esta lista de personal de la Enfermería Real de Manchester aproximadamente cuando su madre trabajaba allí. —Elena parecía sorprendida, tal y como se había sentido Slim cuando Kim le mandó la lista por fax.
—¿Cómo ha conseguido esto?
Slim sonrió.
—Tengo contratado a alguien mucho más listo que yo. Evidentemente, ha pasado mucho tiempo y muchas de estas personas serán ancianas o incluso pueden haber muerto. Mi intención es hablar con tantas como me sea posible, pero, para ahorrar tiempo, me gustaría que echara un vistazo a esos nombres y me dijera si hay alguien al que reconozca, alguien a quien haya oído mencionar por su madre, alguien que sea un amigo.
Elena frunció el ceño mientras repasaba la lista. Slim se preguntó si su memoria sería fiable.
—Bueno —dijo—, hay un par de nombres que recuerdo que mencionó… Ah, aquí. Tim Bennett. Era un especialista de su pabellón. Y esta: Marjorie Clifford. Recuerdo haber oído a mi madre decir su nombre en más de una ocasión. Parecía que eran amigas. —Miró al frente y sacudió la cabeza—. Siento no poder ser más útil. Ha pasado mucho tiempo. Y yo estaba llegando a esa edad, ya sabe, en la que hablaba con mi madre lo menos posible.
Slim sonrió.
—En todo caso, haré mis investigaciones —dijo—. Le contactaré otra vez en cuanto tenga algo más que contarle.
Salieron del café, con Elena quedándose cerca mientras Slim se alejada, mostrando su reflejo en los escaparates de un par de tiendas por las que pasaba Slim. Este rezó por no estar despertando demasiadas esperanzas.
De vuelta a su alojamiento, Slim hojeó los contactos que había conseguido hasta entonces y se sentó en un escritorio para empezar a hacer llamadas. Kim había realizado un trabajo increíble de recogida de información sobre colegas de trabajo de Jennifer, pero por desgracia había pasado demasiado tiempo, por lo que se habían perdido muchas posibles pistas. Por ejemplo, Tim Bennett había muerto en 1994 con 76 años. Sin embargo, Marjorie Clifford posiblemente seguía viva, pero Kim solo había podido encontrar una dirección postal. Slim le había escrito una carta, pero no esperaba ninguna respuesta.
Estaba a punto de empezar a llamar cuando sonó de repente su teléfono.
—Hola, Slim —dijo Donald Lane—. ¿Esa persona por la que preguntabas? La he localizado.
—Estupendo. ¿Tienes datos de contacto?
—Algo así. El nombre del tipo de Tobin A. Firth.
Slim frunció el ceño.
—Me suena de algo.
—Sería normal si tuvieras hijos o hubieras estado en la zona de libros de Tesco. Es un autor de libros para niños con mucho éxito. Escribió la serie del Asesino nocturno. A mi hija le encanta.
Slim asintió, recordando la última vez que había estado en el supermercado y por alguna razón había pasado por la sección de libros en dirección a los congelados. Un colorido montón estaba anunciando la publicación de un nuevo título de la serie de Firth.
—¿Has conseguido su número de teléfono?
—Solo el de su editor. Es lo más que he podido conseguir. Parece que el tipo es bastante famoso.
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