Kitabı oku: «Mando Principal», sayfa 5
Tan cerca y, a la vez, tan lejos.
¿Qué más? Evaluaciones de la fuerza de las tropas en el puerto y cerca de las instalaciones, las mejores conjeturas, en realidad. Evaluaciones de las capacidades de primeros auxilios en el Sochi metropolitano: buenas en algún momento, pero ahora no contaban con fondos suficientes y estaban muy degradadas. Evaluaciones de la moral: baja en todos los ámbitos. Las dos guerras chechenas apocalípticas y los ataques terroristas resultantes contra objetivos civiles inofensivos, combinados con el desastre del Kursk, tenían las cabezas dando vueltas entre el ejército militar ruso y las tropas de primera línea en desorden.
Luke no lo dudaba. La conmoción del 11 de septiembre, junto con los repetidos reveses en Irak y Afganistán, la mala prensa en casa... había dejado a mucha gente de este lado de la cerca sintiendo lo mismo. El equipamiento estadounidense, la formación y el personal eran generalmente excelentes, pero las personas eran personas y cuando las cosas se torcían, dolía.
Dejó que la información lo invadiera.
Don le había prometido más efectivos a su llegada a Turquía: operarios encubiertos con conocimiento local, fluidez en ruso y experiencia en operaciones encubiertas de movimientos rápidos y contundentes. Don no le había dicho de dónde venían, solamente que serían los mejores disponibles. Le había prometido a Luke métodos para él y para Ed, moviéndose por separado, para entrar en Rusia sin ser detectados. Le había prometido a Luke cualquier material que quisiera, dentro de lo razonable: pistolas, bombas, coches, aviones, lo que fuera.
Una imagen comenzó a surgir...
Sí. Comenzaba a imaginar los contornos generales de la operación. En un mundo ideal... si obtuviera todo lo que quisiera... con el elemento sorpresa... total compromiso... y moviéndose a gran velocidad...
Podía ver cómo esto podría funcionar.
* * *
—Solían llamarme Monstruo.
Luke miró a Ed. Eran los únicos despiertos, sentados en los asientos traseros del avión. Pero ahora Luke se estaba adormeciendo. Más arriba, Trudy seguía acurrucada y Swann estaba tendido, sus largas piernas cruzando el pasillo.
Las persianas de las ventanas estaban bajadas, pero Luke podía ver fragmentos de luz solar asomándose a lo largo de los bordes inferiores. Dondequiera que estuvieran del mundo, ya era por la mañana.
Luke acababa de exponerle la misión a Ed, mientras ya se estaba empezando a imaginar cómo sería. Pensaba en obtener otro punto de vista. ¿Parecía posible esta parte? ¿Había un agujero enorme que estaba pasando por alto? ¿Qué tipo de armas deberían llevar? ¿Qué tipo de equipamiento necesitaban?
En cambio, recibió esto: —Solían llamarme Monstruo.
Era toda la respuesta que necesitaba, suponía. El hombre era un monstruo. Llegados a ese punto, se enfrentaría al problema con un plan a medias y un puñado de clavos oxidados.
—De alguna manera, no me sorprende, —dijo Luke.
Ed sacudió la cabeza. Él mismo estaba medio dormido. —No por mi tamaño, sino porque era muy malvado. Crecí en Crenshaw, en Los Ángeles. Cuatro niños, yo era el mayor. Lo más parecido a una tienda de comestibles en el vecindario era un lugar que vendía licores, décimos de lotería y latas de sopa y atún. Mi madre a veces no podía mantener las luces encendidas.
—Dije, no-no. Esto no va a quedar así. No está bien que tengamos que vivir de esta manera y lo voy a arreglar. Estaba trabajando en la esquina a las doce, tratando de conseguir dinero. Me estaba dejando llevar por lo peor de lo peor a los quince años y era peor que ellos. Dentro y fuera del reformatorio. No estaba arreglando nada.
Ed suspiró profundamente. —En diez de aquellas noches, podría haber muerto fácilmente, como otros. Me habían disparado muchas veces antes de ver Irak, Afganistán o cualquiera de estos otros lugares clasificados, a los que supuestamente nunca he ido.
Entrecerró los ojos y sacudió la cabeza. —Llegué ante una jueza cuando tenía diecisiete años. Ella me dijo que ahora podría ser juzgado como un adulto. Podía ver en tiempo real la cárcel de los mayores o podía conseguir que me suspendieran la condena si me unía al ejército de los Estados Unidos. Dependía de mí.
Él sonrió. —¿Qué más iba a hacer? Me uní. Me encontré con un sargento de instrucción, de nombre Brooks, inmediatamente me cogió manía. Sargento Mayor Nathan Brooks. Yo no le gustaba y decidió que me iba a hacer la vida imposible.
—¿Lo hizo? —dijo Luke. Tenía problemas para imaginarse tal cosa, pero esta no era la primera vez que había oído algo por el estilo. —¿Te hizo la vida imposible?
Ed se rio. —Oh, sí, lo hizo. La tomaba conmigo una y otra vez. Nunca lo he pasado tan mal en mi vida. Me veía venir a un kilómetro de distancia. Me convirtió en su proyecto personal, dijo: “¿Te crees duro, negrata? Tú no eres duro. Ni siquiera has visto nada duro todavía, pero yo te lo voy a enseñar.”
— ¿Era un hombre blanco? —dijo Luke.
Ed sacudió la cabeza. —Nah. En esos días, si un hombre blanco me hubiera llamado negro, simplemente le habría matado. Era un hermano de mi tierra, de algún lugar de Carolina del Sur, no lo sé. Me partió por la mitad. Y cuando terminó, me volvió a unir, un poco mejor que antes. Ahora yo era algo con lo que otras personas podrían al menos trabajar, hacer algo.
Estuvo en silencio por un momento. El avión se estremeció a través de una zona de turbulencias.
—Nunca encontré la forma de agradecérselo a ese tipo.
Luke se encogió de hombros. —Bueno, no es tarde. Envíale algunas flores. Una tarjeta, no sé.
Ed sonrió, pero ahora estaba melancólico. —Está muerto. Hace más o menos un año. Cuarenta y tres años, veinticinco de servicio. Podría haberse retirado en cualquier momento. En lugar de eso, se ofreció como voluntario para Iraq, y se lo concedieron. Estaba en un convoy al que le tendieron una emboscada cerca de Mosul. No sé todos los detalles, lo vi en Stars and Stripes. Resulta que era un tipo muy condecorado. Yo no sabía eso de él cuando me arrastraba por el suelo. Nunca lo mencionó.
Hizo una pausa. —Y nunca le dije lo que significaba para mí.
—Probablemente lo sabía, —dijo Luke.
—Sí, probablemente, pero debería habérselo dicho de todos modos.
Luke no le contradijo.
—¿Dónde está tu madre? —dijo en su lugar.
Ed sacudió la cabeza. —Todavía está en Crenshaw. Traté de hacer que se mudara al este, cerca de mi, pero ella no quiere oír hablar de mudarse. ¡Todas sus amigas están allí! Así que, entre mi hermana y yo le compramos un pequeño bungalow a seis manzanas del viejo edificio de apartamentos donde vivíamos. Una parte de mi paga de cada mes va destinada al pago de la hipoteca. Justo en el viejo barrio donde solía arriesgar mi vida para intentar sacarla de allí.
Suspiró profundamente. —Por lo menos hay comida en la nevera y las luces están encendidas. Supongo que es todo lo que importa. Ella dice: “Nadie va a meterse conmigo. Ellos saben que eres mi hijo y vas a venir a verme si lo hacen.”
Luke sonrió, Ed también lo hizo y esta vez la sonrisa fue más genuina.
—Ella es imposible, tío.
Ahora Luke se echó a reír. Después de un momento, también lo hizo Ed.
—Escucha, —dijo Ed. —Me gusta tu plan. Creo que podemos lograrlo. Un par de chicos, los correctos... —él asintió con la cabeza. — Sí, es factible. Necesito echar una cabezada y tal vez se me ocurra algo que añadir.
—Suena bien, —dijo Luke. —Estoy deseando, p refiero no tener a nadie en nuestro equipo asesinado por ahí.
—Especialmente nosotros, —dijo Ed.
CAPÍTULO SIETE
26 de junio
6:30 Hora del Este
Centro de Actividades Especiales, Dirección de Operaciones
Agencia Central de Inteligencia
Langley, Virginia
—Parece que el Presidente ha perdido la chaveta.
—¿Eh? —dijo el viejo que fumaba un cigarrillo. Parecía que tuviera que aclararse la garganta. Sus dientes eran de color amarillo oscuro. La retracción de las encías hacía que parecieran más largos. Parecían hacer chasquidos cuando hablaba. El efecto era horrible. —Cuéntamelo.
Estaban en lo más profundo de las entrañas de la sede. En la mayoría de los lugares dentro del edificio, fumar ahora estaba prohibido. ¿Pero aquí, en el santuario interior? Todo estaba permitido.
—Estoy seguro de que ya lo has oído, —dijo el Agente Especial Wallace Speck.
Se sentó en un amplio escritorio de acero al lado del viejo. No había casi nada en el escritorio. Ni teléfono, ni ordenador, ni hoja de papel o un lápiz. Sólo había un cenicero de cerámica blanca, repleto de colillas de cigarrillos apagados.
El viejo asintió. —Refréscame la memoria.
—Ayer sugirió que la tripulación del Nereus se pudriera en manos de los rusos. Lo dijo delante de veinte o treinta personas.
—Sáltate la parte fácil, —dijo el viejo. Estaban en una habitación sin ventanas. Dio una calada profunda a su cigarrillo, lo sostuvo y luego soltó una columna de humo azul. El techo estaba al menos a cuatro metros y medio de sus cabezas y el humo se elevaba hacia él.
—Bueno, luego lo suavizó, pero nos ha dejado fuera del operativo de rescate, a nosotros y a nuestros amigos, en favor de nuestro nuevo hermano pequeño del FBI.
—Sáltatelo, —dijo el viejo.
Wallace Speck sacudió la cabeza. Tratar con el viejo era un infierno. ¿Cómo es que seguía vivo? Había estado fumando cigarrillos en cadena desde antes que naciera Speck. Su rostro era como un periódico antiguo, volviéndose casi tan amarillo como sus dientes. Sus arrugas tenían arrugas. Su cuerpo no tenía tono muscular en absoluto. Su carne parecía estar colgando de los huesos.
La idea le produjo a Speck un breve recuerdo de una vez que comió en un restaurante elegante. — ¿Cómo está el pollo esta noche? —le preguntó al camarero. —Exquisito, —dijo el camarero. —Se desprende del hueso.
La carne del anciano era cualquier cosa menos exquisita. Pero sus ojos seguían tan afilados como cuchillas de afeitar, tan concentrados como láseres. Era lo único que le quedaba.
Esos ojos miraban a Speck. Querían el morbo. Querían las partes que a la gente como Wallace Speck le preocupaban. Podría desenterrar lo más sucio, y lo hacía. Ese era su trabajo, pero a veces se preguntaba si el Centro de Actividades Especiales de la CIA no estaba abusando de su autoridad. A veces se preguntaba si las actividades especiales no equivalían a la traición.
—El tío tiene problemas para dormir, —dijo Speck. —Parece que no ha superado el secuestro de su hija. Confía en el Zolpidem para dormir y a menudo se diluye la píldora en una copa de vino, o dos. Eso es un hábito peligroso, por razones obvias.
Speck hizo una pausa. Podría darle al viejo el papeleo, pero el hombre no quería mirar el papeleo. Sólo quería escuchar, y Speck lo sabía. —Tenemos cintas de audio y transcripciones de una decena de llamadas telefónicas a su rancho familiar en Texas durante los últimos diez días. Las conversaciones son con su esposa. En cada llamada, expresa su deseo de dejar la presidencia, regresar al rancho y pasar tiempo con su familia. En tres de esas llamadas, se echa a llorar.
El viejo sonrió y dio otra profunda calada al cigarrillo. Sus ojos se convirtieron en rendijas. Su lengua salió disparada. Había un trozo de tabaco allí en la punta. Parecía un lagarto. —Bien. Más.
—Tiene una especie de obsesión por el culto al héroe con Don Morris, nuestro pequeño rival advenedizo del Equipo de Respuesta Especial del FBI.
El viejo hizo un movimiento con la mano como una rueda que gira.
—Sigue.
Speck se encogió de hombros. —El Presidente tiene un perro, como ya sabes. Ha comenzado a caminar por los terrenos de la Casa Blanca a altas horas de la noche. Se enfada si se tropieza con cualquier Agente del Servicio Secreto mientras está fuera. Hace unas noches, se encontró con dos en diez minutos y tuvo un berrinche. Llamó a la oficina de supervisión nocturna y les dijo que hicieran retirarse a sus hombres. Ya no parece comprender que los hombres están allí para protegerlo, piensa que están allí para molestarle.
—Hmmm, —dijo el viejo. —¿Intentaría huir?
—Diría que parece inverosímil, —dijo Speck. —Pero con este Presidente, nunca se sabe lo que va a hacer.
—¿Qué más?
—El grupo de acción política ha comenzado a buscar opciones para retirarlo del cargo, —dijo Speck. —La destitución es inviable debido a la división en el Congreso. Además, el portavoz de la Casa Blanca es un aliado cercano de David Barrett y está de acuerdo con él en la mayoría de las cuestiones. Es muy poco probable que siga con el proceso de destitución o permita que suceda bajo su supervisión. Retirarlo del cargo bajo la Vigésimoquinta Enmienda parece estar fuera de lugar también. Barrett probablemente no va a admitir su incapacidad para desempeñar sus funciones y si el vicepresidente trata de...
El viejo levantó la mano. —Lo entiendo, sáltatelo. Dime una cosa: ¿tenemos Agentes del Servicio Secreto en operaciones nocturnas en los terrenos de la Casa Blanca? ¿Hombres que nos sean leales?
—Los tenemos, —dijo Speck. —Sí.
—Bien. Ahora dame detalles sobre la operación de rescate de Rusia.
Speck sacudió la cabeza. —No tenemos detalles. Don Morris es notoriamente tacaño con la información, pero no tiene un gran equipo, al menos no todavía. Podemos suponer que les ha dado la misión a sus mejores agentes, Luke Stone y Ed Newsam, dos chicos jóvenes, ambos ex operadores de las Fuerzas Delta, con amplia experiencia en combate.
—¿Los que rescataron a la desafortunada hija del Presidente?
Speck asintió con la cabeza. —Sí.
El viejo sonrió. Sus dientes eran como colmillos amarillos. Podría pasar por el vampiro más viejo, uno que no hubiera saboreado la sangre en mucho, mucho tiempo. —Vaqueros, ¿no?
—Uh... Creo que tienden a disparar primero, y luego...
—¿Estamos planeando interceptarlos? ¿Desbaratar su operación de alguna manera?
—Ah... —dijo Wallace Speck. —Sin duda ha estado sobre la mesa como una posible opción. Es decir, por el momento no tenemos mucho...
—No lo hagáis, —dijo el anciano. —Apartaos de su camino y dejadlos actuar. Tal vez encuentren la muerte. Tal vez empiecen una guerra mundial. En cualquier caso, eso será bueno para nosotros. Y si David Barrett hace algo disparatado, quiero decir realmente disparatado, estate preparado para saltar y tomar el control de la situación.
Wallace Speck se levantó para irse.
—Sí señor. ¿Algo más?
El viejo lo miró con los ojos de un demonio antiguo. —Sí. Intenta sonreír un poco más, Speck. Todavía no estás muerto, así que haz un esfuerzo en disfrutar aquí y ahora. Se supone que esto es divertido.
CAPÍTULO OCHO
23:20 Hora de Moscú (15:20 Hora del Este)
Puerto de Adler, Distrito de Sochi
Krai de Krasnodar
Rusia
—¿Estáis seguros de que queréis que actuemos en este concierto? —dijo Luke a través del teléfono satelital de plástico azul que tenía en la mano. —Creo que va a ser bastante ruidoso.
Se apoyó contra un viejo Lada Sedan negro, fabricado en Hungría. El pequeño coche cuadrado le recordaba a un viejo Fiat o Yugo, pero no tan elegante. Parecía estar hecho de chapas de chatarra soldadas. Emitía un ligero olor a aceite quemado. Cuanto más rápido iba, más parecía vibrar, como si se estuviera desgarrando por los contornos. Afortunadamente, no era el coche que utilizarían para escapar.
Cerca, su conductor, un corpulento checheno llamado Aslan, se estaba fumando un cigarrillo y orinando a través de una línea de vallas de tela metálica. Aslan prefería que lo llamasen Franchute. Esto se debía a que, cuando Chechenia cayó, había escapado de los rusos desapareciendo en París durante unos años. Sus tres hermanos y su padre habían muerto en la guerra. Ahora, Franchute había vuelto y odiaba a los rusos.
Estaban en una zona de aparcamiento vacía, cerca de la desembocadura del río Mzymta. Un olor húmedo y penetrante a alcantarilla emergía del agua. Desde aquí, un sombrío bulevar de almacenes corría a lo largo de la costa hasta un pequeño puerto de carga, custodiado por una caseta de vigilancia y una alambrada electrificada. Bajo el resplandor de las débiles y amarillas lámparas de arco de sodio, podía ver hombres moviéndose por la puerta.
Las grandes y antiguas casas del Partido Comunista, los nuevos hoteles y restaurantes y las brillantes playas de Sochi en el Mar Negro, se encontraban a sólo ocho kilómetros de la carretera. Pero Adler era tan inconexo y deprimente como un puerto ruso debería ser.
Había un retraso, desde que la voz aguda de Mark Swann irrumpía por todas partes, desde las redes cifradas en los satélites negros, hasta finalmente el teléfono de Luke. La voz de Swann temblaba con excitación nerviosa.
Luke sacudió la cabeza y sonrió. Swann estaba en una suite del ático con la bella Trudy Wellington, en un hotel de cinco estrellas en Trabzon, Turquía. Supuestamente, eran una rica pareja de recién casados de California. Si las balas comenzaran a volar, Swann lo vería en la pantalla del ordenador, casi pero no en directo, vía satélite. Ese era el motivo de que le temblara la voz.
—Tenemos luz verde, —dijo Swann. —Entienden que podríamos recibir algunas quejas de los vecinos.
—¿Y la bola de discoteca?
— Justo donde dijimos que estaría.
Luke contempló un viejo y oxidado buque de carga mediano, el Yuri Andropov II, que descansaba en el muelle. Pensó que un viejo especialista en tortura de la KGB como Andropov debía estar removiéndose en su tumba al ver que esta cosa llevaba su nombre. A alguien debió parecerle gracioso.
La bola de discoteca, por supuesto, era el sumergible perdido, Nereus. Su chip GPS seguía sonando desde el interior de una de las bodegas de ese barco.
—¿Y los instrumentos? —los instrumentos eran la tripulación del Nereus.
—Arriba, en el vestuario, por lo que sabemos.
—¿Y Aretha? ¿Qué tiene ella que decir?
La voz de Trudy Wellington entró, sólo por un segundo.
—Tus amigos ya están de fiesta en la playa.
Luke asintió. Justo al sur de aquí estaba la frontera con la ex República Soviética de Georgia. Los georgianos y los rusos actualmente se mostraban hostiles entre sí. Trudy sospechaba que iban a tener un incidente de fuego uno de estos días, pero con suerte no se iniciaría esta noche.
La ciudad costera georgiana de Kheivani estaba justo al otro lado de esa frontera. Era un lugar tranquilo y sosegado, en comparación con Sochi. Había un equipo de recuperación en una playa oscura de allí, esperando recibir a los prisioneros rescatados, si llegaban tan lejos.
Desde la playa, los prisioneros serían trasladados lejos de la frontera, a lo más profundo de Georgia y luego fuera del país. Eventualmente, cuando llegaran a un lugar seguro, serían informados sobre todo este desastre.
Nada de eso era asunto de Luke. Intencionadamente, no sabía nada sobre cómo iría. Don y Papá Cronin se habían encargado de esa parte. Luke ni siquiera sabía quién estaba involucrado. Podrías cortarle los dedos y sacarle los ojos y no podía dicirte nada al respecto.
—¿Se ha unido el tipo grande a la banda? —dijo Luke.
La voz de Ed Newsam apareció. El aullido del viento y el rugido de los motores casi la ahogaban. —Está en el camerino, listo para subir al escenario. Cuanto antes, mejor, por lo que a él concierne.
Luke suspiro. —Está bien, —dijo, y el peso de la decisión se apoderó de sus hombros como una roca. La gente probablemente estaba a punto de morir. Sabías eso cuando te metías. Sólo que no sabías quién.
—Vamos allá.
—Nos vemos en Las Vegas, —dijo Swann.
—Asegúrate de ver el espectáculo de fuegos artificiales, —gritó Ed. —Me han dicho que va a estar bien.
La llamada se cortó. Luke dejó caer el teléfono satelital en el asfalto desgastado del aparcamiento. Levantó la bota y la dejó caer con fuerza sobre el teléfono, rompiendo la carcasa de plástico. Lo hizo de nuevo, otra vez y otra vez. Luego le dio una patada a los restos destrozados y los lanzó a través de un desagüe abierto hacia el agua.
Tenía otro.
Levantó la vista.
Franchute estaba allí. Su cara era ancha y su piel parecía gruesa, casi como una máscara de goma. Su cabello era negro azabache y estaba peinado hacia atrás. Estaba afeitado, para integrarse mejor en la sociedad rusa. Normalmente, su pueblo llevaba espesas barbas por Alá.
Franchute llevaba una holgada cazadora oscura sobre su gran cuerpo. La noche era un poco cálida para eso. Sus duros ojos miraron a Luke.
—¿Sí? —dijo Franchute.
Luke asintió con la cabeza. —Sí.
Franchute tomó una profunda calada de su cigarrillo. Lentamente exhaló el humo. Luego sonrió y asintió.
—Estoy contento.
* * *
—Rápido, —dijo Ed Newsam. No le estaba hablando a nadie. Mejor, porque nadie podría escucharlo.
—Muy, muy rápido.
Estaba de pie en la cabina, con los pies descalzos y las manos en el timón de un bote con forma de cuña gigante. El bote era largo y estrecho, con una proa muy larga. En la popa, había cinco grandes motores de 275 caballos de potencia. El bote tenía dos asientos.
En Estados Unidos, lo llamarían un bote Cigarrillo o un Go Fast. En los días previos al rastreo por satélite, los narcotraficantes del sur de Florida usaban estas cosas para escapar de la Guardia Costera. Sin embargo, este barco no iba cargado de cocaína.
En la punta del bote, en la proa, había un pequeño compartimento. Ese compartimento estaba lleno de una pequeña cantidad de TNT.
Ed corría a toda velocidad en mitad de la noche, con las luces apagadas, rebotando sobre las olas. Sus motores rugían, un sonido enorme. El viento aullaba a su alrededor. Frente a él, quizás tres kilómetros más adelante, estaba la costa, en su mayor parte oscura, de Georgia. Detrás de él estaban las brillantes luces de Sochi. Esta ciudad estaba disfrutando de su apogeo poscomunista con mucho dinero. Barcos caros como este eran fáciles de encontrar.
De hecho, detrás de Ed y navegando a la misma velocidad, iba otra lancha rápida.
Ese bote lo conducía un temerario georgiano chiflado llamado Garry. Ed no podía ver a Garry, sus luces también estaban apagadas. Y no podía escucharle, había demasiado ruido como para escuchar algo. Pero sabía que Garry estaba allí, tenía que estar.
La vida de Ed dependía de ello.
Garry, junto con el loco conductor checheno de Stone, Franchute, habían sido proporcionados por Papá Bill Cronin. Papá Cronin era de la CIA y se suponía que no iban a involucrar a la CIA en esto, pero lo hicieron de todos modos. El peligro era que la CIA estaba haciendo aguas por alguna parte.
—Los cheques de Bill Cronin provienen de la CIA, —había dicho Don Morris. —Pero ese hombre es una ley y un mundo en sí mismo. Si nos da a los operadores, no serán unos charlatanes. No habrá infracciones de seguridad. Te lo puedo asegurar.
Así que Garry estaba de nuevo allí, con las vidas de Ed y Luke y de todo el mundo en sus manos.
A la izquierda de Ed, al este, había un largo dique de piedra, que sobresalía del agua. Protegía una pequeña área portuaria. Lo recorrió a lo largo, llegando a él en diagonal. Disminuyó la velocidad, sólo un toque, e hizo un giro brusco hacia la tierra.
Miró al cielo, buscando aviones.
Nada, todo despejado.
Ese malecón estaba cubierto de muelles de hormigón. Corrían paralelos a la tierra, a cien metros de la orilla. El malecón y la orilla formaban un paso estrecho de mil metros de largo. En el otro extremo estaba el buque de carga, el Yuri Andropov II.
El trabajo de Ed era perforarle un agujero. Un agujero, y tal vez un pequeño incendio. Lo suficiente como para causar una distracción, una pista falsa. Lo suficiente para permitir que Stone y Franchute se escabullesen en el bote, liberasen a los prisioneros y tal vez incluso escapasen de ese submarino.
Los rusos sabían que los estadounidenses les observaban desde los cielos. Así que estos muelles parecían tener una actividad mínima. Sólo un viejo buque de carga, sin demasiada seguridad, nada que ver aquí.
Pero Ed sabía que había hombres armados en esos muelles. Conducir este bote hasta ese puerto iba a enfurecer a una muchedumbre.
Llegó a la boca del puerto. Respiró hondo.
—Garry, será mejor que estés allí.
Abrió el carburador por completo. Los motores rugieron.
El bote avanzó, incluso más rápido que antes.
La tierra corría a ambos lados de él, el malecón a su izquierda y la orilla a su derecha. Pero mantuvo la vista en el objetivo. Ahora podía verlo, el Andropov, que se avecinaba ahí delante a lo lejos. Estaba atracado perpendicularmente a él, mostrándole toda su longitud.
—Hermoso.
A su izquierda, los hombres corrían por los muelles. Los veía como pequeñas figuras de palo, moviéndose lentamente, demasiado lentos.
Se agachó, sabiendo lo que iban a hacer. Un instante después, los disparos automáticos desgarraron el costado del bote. Los sintió, más que oírlos o verlos. Estaban alterando su curso, los golpes sordos de las balas de alto calibre.
El parabrisas se hizo añicos.
El Andropov se estaba acercando, volviéndose más grande.
Había una barra de hierro en el suelo. Ed la cogió. Un extremo tenía una herramienta de agarre, casi como una mano, que colocó en el volante. Encajó el otro extremo a una ranura de metal soldada en el suelo.
De la vieja escuela, pero funcionaría. Mantendría el bote más o menos recto.
Levantó la vista. El Andropov ahora era grande.
Parecía que estaba justo allí.
—Oh-oh, hora de irse.
Se lanzó hacia el lado derecho del bote, lejos de los disparos. Se puso en cuclillas, con todo el poder en sus piernas, y saltó a su derecha, por la borda. Se hizo un ovillo, como un niño saltando en bomba en la piscina local.
El bote se alejó mientras él estaba en el aire.
Débilmente, tuvo la sensación de caer, caer por el cielo. Pasó mucho tiempo hasta que se estrelló en el agua y, por un momento, la oscuridad lo rodeó. Lo atravesó como un torpedo, sin sentir nada, excepto la sensación de velocidad oscura.
Al principio hubo un fuerte rugido, y luego los sonidos amortiguados en las profundidades.
Por un momento, pensó que estaba flotando en el útero, bañado ahora en una luz cálida. Se le ocurrió que la luz del faro en su chaleco salvavidas se había activado. El chaleco tiró de él hacia la superficie, de nuevo hacia el rugido y el rocío de la estela de la embarcación.
Jadeó en busca de aire y volvió a zambullirse durante unos segundos más, esos artilleros iban a buscarlo.
Después de esto…
Volvió a la superficie. Todo estaba oscuro: la noche, el agua, todo.
Por un momento no pudo ver el bote. Entonces lo vio. Se movía rápido, reduciéndose, disminuyendo. Era minúsculo, bajo la sombra inminente del carguero.
Ed volvió a sumergirse debajo de la superficie, a la seguridad de la oscuridad.
* * *
Luke se apoyó en el Lada, fingiendo fumar un cigarrillo. Todos por aquí fumaban, así que pensó que eso podría ayudarle a disfrazarse. Lo había intentado un par de veces antes en la escuela secundaria, pero nunca le vio la gracia. A él le gustaba más el fútbol.
Dio una calada, la sostuvo en la boca durante unos segundos, luego dejó que toda la porquería saliera de nuevo. Sabía a contaminación. Casi se rió de sí mismo. Si alguien estuviera mirándolo, verían lo ridículo que parecía.
Arrojó el cigarrillo encendido a la alcantarilla.
El Lada estaba estacionado a cincuenta metros de la puerta de seguridad del pequeño puerto. Franchute estaba allí en la puerta, pidiendo indicaciones a los guardias. Había un pequeño grupo de hombres, siluetas en la niebla, sombras arrojadas por las lámparas amarillas, hablando y riendo a través de la puerta. Franchute era un tipo divertido, podría hacer reír a cualquiera.
Franchute fumaba sin esfuerzo. Se fumaba uno hasta la boquilla, lo tiraba y se encendía otro. Ese era Franchute.
De repente sonaron disparos. Venían del otro lado del muelle. A trescientos metros de distancia, Luke vio los destellos de las armas.
¡POP! ¡POP! ¡POP! ¡POP!
Ahora los hombres gritaban. Un hombre gritó aterrorizado, sonó un gran falsete.
Alguien desplegó un arma pesada, totalmente automática. Luke pudo escuchar el pisoteo metálico de las balas que se desataban.
DUH-DUH-DUH-DUH-DUH-DUH-DUH-DUH.
Ahora los guardias estaban corriendo por la puerta, en dirección a la acción. Esa era la entrada de Luke. Y así, estuvieron dentro.
Pero entonces, Franchute hizo algo inesperado. Tan pronto como los guardias se apartaron de él, tenía una pistola en la mano. Adoptó una postura a dos manos y comenzó a disparar. Sus disparos sonaron FUERTES.
¡BANG! ¡BANG! ¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!
Disparó en la espalda a los guardias que corrían. Se giraron para mirarlo y él les disparó en la frente. Pobres chicos, no sabían si venían o se iban.
—¡Franchute! —Luke casi dio un grito, pero no lo hizo.
—¡Maldita sea! —dijo en su lugar.
El hombre odiaba a los rusos, Luke lo sabía, Don lo sabía, Papá Cronin lo sabía. Pero nadie esperaba que comenzara a matar rusos en el momento en que tuviera la oportunidad.
Luke metió las manos dentro del coche y sacó la pesada cizalla. Programó el incendiario debajo del salpicadero para dentro de un minuto. Entonces se lanzó hacia donde estaba Franchute.
—¡Eres mi conductor! ¡Se suponía que no debías matar a nadie!
Franchute se encogió de hombros. —Rusos, —dijo. —Cobardes.
—Les has disparado por la espalda. —para Luke las implicaciones estaban claras. ¿Quién era el cobarde aquí?
Pero eso no estaba tan claro para Franchute. Él asintió y sonrió. —Sí, lo he hecho.
Luke puso las tijeras en la gruesa cadena que se enroscaba en los eslabones de la cerca y la cortó. Soltó la cizalla y abrió la puerta. Ahora realmente estaban adentro.
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