Kitabı oku: «Objetivo Principal», sayfa 5

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CAPÍTULO SIETE

18:15 Hora del Este

Condado de Queen Anne, Maryland — Orilla Oriental de la Bahía de Chesapeake

—Estás guapa —dijo Luke.

Acababa de llegar, se había quitado la camisa y la corbata y se había puesto unos vaqueros y una camiseta en cuanto entró por la puerta. Ahora tenía una lata de cerveza en la mano. La cerveza estaba helada y deliciosa.

El tráfico era una locura. Fue un viaje de noventa minutos desde DC, a través de Annapolis, a través del puente de la Bahía de Chesapeake, hasta la costa este. Pero nada de eso importaba, porque ahora estaba en casa.

Él y Becca se alojaban en la cabaña de su familia en el condado de Queen Anne. La cabaña era un lugar antiguo y rústico asentado en un pequeño acantilado, justo sobre la bahía. Tenía dos pisos, toda de madera, con chirridos y crujidos por cualquier parte que pisaras. Había un porche cubierto frente al agua y una puerta de la cocina que se cerraba de golpe con entusiasmo.

Los muebles del salón tenían generaciones de antigüedad. Las camas eran viejos esqueletos de metal con muelles; la cama del dormitorio principal era casi lo suficientemente larga, pero no del todo, para que Luke pudiera dormir cómodamente en ella. De lejos, la cosa más resistente de la casa era la chimenea de piedra en la sala de estar. Era casi como si la vieja chimenea ya estuviera y alguien con sentido del humor hubiera construido una choza de tablillas a su alrededor.

A decir verdad, la casa había pertenecido a la familia durante cien años. Algunos de los primeros recuerdos de Becca ocurrieron en esa casa.

Realmente era un lugar hermoso, a Luke le encantaba.

Estaban sentados en el patio trasero, disfrutando de la tarde mientras el sol se perdía lentamente por el oeste, sobre la vasta extensión de agua. Era un día ventoso y había velas blancas por todas partes. Luke casi deseaba que el tiempo se detuviera y poder simplemente sentarse en este lugar para siempre. El escenario era increíble y Becca estaba realmente hermosa, Luke no estaba mintiendo.

Era bonita como siempre y casi tan pequeña. Su hijo era una pelota de baloncesto que se escondía debajo de su camisa. Había pasado parte de la tarde cavando un poco en su jardín y estaba un poco sudada y enrojecida. Llevaba una gran pamela flexible y se estaba bebiendo un gran vaso de agua helada.

Ella sonrió. —Tú tampoco estás nada mal.

Una larga pausa se extendió entre ellos.

—¿Cómo ha ido el día? —dijo ella.

Luke le dio otro trago a su cerveza. Creía que cuando se estaban gestando los problemas, lo que debía hacer era ir al grano. Andarse por las ramas no era normalmente su estilo. Y Becca se merecía escucharlo de inmediato.

—Bueno, ha sido diferente. Don está llenando el lugar de empleados. Hoy dejó caer un proyecto en mis manos.

—Bueno, eso es bueno —dijo Becca. —Son buenas noticias, ¿verdad? ¿Algo a lo que hincarle el diente? Sé que has estado un poco aburrido en el trabajo y frustrado por el trayecto diario a la oficina.

Luke asintió. —Claro, es bueno, podría serlo. Es trabajo policial, supongo que así lo llamarías. Somos el FBI, ¿verdad? Eso es lo que hacemos. Lo malo es que, si asumo la misión y realmente, no tengo muchas opciones ya que es mi trabajo, tendré que salir de la ciudad unos días.

Luke podía oírse titubear y perder el tiempo. No le gustaba cómo sonaba eso. ¿Salir de la ciudad? ¿Era una broma? Don no lo estaba enviando a Pittsburgh.

Ahora Becca sorbió su agua. Sus ojos lo miraron por encima del vaso. Eran ojos cautelosos. —¿A dónde tienes que ir?

Aquí venía, más valdría sacarlo fuera.

—A Irak.

Sus hombros se desplomaron. —Oh, Luke, por favor. —ella suspiró pesadamente. —¿Quiere que vayas a Irak? Acabas de volver de Afganistán y casi te matan. ¿No se da cuenta de que estamos a punto de tener un bebé? Quiero decir, él lo sabe, ¿verdad?

Luke asintió. —Te ha visto, nena. ¿Recuerdas? Te trajo a verme.

—Entonces, ¿cómo puede siquiera pensar en esto? Espero que le hayas dicho que no.

Luke tomó otro trago de cerveza. Estaba un poco más caliente ahora, no tan deliciosa como hacía un momento.

—¿Luke? Le has dicho que no, ¿verdad?

—Cariño, es mi trabajo. No hay muchos trabajos disponibles como este para mí. Don me lanzó una cuerda y me salvó el pellejo. El Ejército iba a decir que tenía Trastorno de Estrés Postraumático y me echarían a perder. Eso no sucedió gracias a Don, así que no tengo mucho margen para decirle ahora que no. Tal y como van las cosas, es una tarea bastante fácil.

—Una tarea fácil en una zona en guerra —dijo Becca. —¿Cuál es el trabajo? ¿Asesinar a Osama bin Laden?

Luke sacudió la cabeza. —No.

—¿Entonces qué?

—Hay un contratista militar estadounidense allí que está fuera de control. Está saqueando viejos escondites de Saddam Hussein y robando dinero, obras de arte, oro, diamantes... Quieren que un compañero y yo lo arrestemos. No es una operación militar en absoluto, es un trabajo de policía.

—¿Quién es el compañero? —dijo ella. Podía ver en sus ojos que estaba pensando en lo que le había pasado a su último compañero.

—No lo he conocido todavía.

—¿Por qué no mandan a la policía militar a que haga esto?

Luke sacudió la cabeza. —No es asunto de los militares. Como he dicho, es un asunto policial. El contratista es técnicamente un civil, quieren dejar clara la diferencia.

Luke pensó en todas las cosas que estaba dejando de lado. La naturaleza inquieta de la región y la feroz lucha que se estaba desarrollando allí. Las atrocidades que Parr había cometido, el equipo de operadores rudos y asesinos implacables que había acumulado a su alrededor. La desesperación que debían sentir ahora mismo de salir con vida, ilesos, con todo su botín y sin ser capturados por la justicia. Los hombres muertos, decapitados, quemados y colgados de un puente.

De repente, Becca se echó a llorar. Luke dejó la cerveza y se acercó a ella. Se arrodilló junto a su silla y la abrazó.

—Oh Dios, Luke, dime que esto no va a empezar de nuevo. No creo que pueda soportarlo, nuestro hijo está en camino.

—Lo sé —dijo él. —Lo sé. No va a ser como antes, no es un despliegue. Me iré tres días, tal vez cuatro. Arrestaré a un tío y lo traeré a casa.

—¿Y si mueres? —dijo ella.

—No voy a morir, voy a tener mucho cuidado. Probablemente ni siquiera tendré que sacar mi arma.

Casi no podía creer las cosas que le estaba diciendo.

Ella ahora estaba temblando a causa de las lágrimas.

—No quiero que vayas —dijo ella.

—Lo sé, cariño, lo sé. Pero tengo que hacerlo. Será muy rápido. Te llamaré todas las noches, y puedes quedarte con tus amigas. Luego volveré y será como si nunca me hubiera ido.

Ella negó con la cabeza, las lágrimas caían con más dureza ahora. —Por favor —dijo ella. —Por favor, dime que va a ir bien.

Luke la estrechó con fuerza, teniendo en cuenta que el bebé crecía dentro de ella. —Va a ir bien, va a ir fantástico. Sé que así será.

CAPÍTULO OCHO

5 de mayo

15:45 Hora del Este

Base Conjunta Andrews

Condado de Prince George, Maryland

—Tú eres el jefe —dijo Don.

Era un par de centímetros más alto que Luke y un poco más ancho. Con el cabello gris de Don, su tamaño, su edad y su experiencia... bueno, Luke siempre se sintió un poco como un niño al lado de Don.

—No dejes que se olviden de quién está al mando. Yo iría contigo, pero estoy hasta arriba de reuniones. Eres mi representante. En lo que respecta a este viaje, tú eres yo.

Luke asintió. —Está bien, Don.

Caminaban por un pasillo largo y ancho a través de la terminal. Enjambres de personas, en su mayoría con uniformes de varios tipos, se arremolinaban, moviéndose de un lado a otro. La gente estaba de pie y comiendo en el Taco Bell y en el Subway. Hombres y mujeres se abrazaban, montones de equipaje pasaban en carros. El lugar estaba lleno, había dos guerras a la vez y en todos los servicios armados, el personal estaba en movimiento.

—Tenemos un nuevo tipo que se va a unir a ti. Él es tu compañero, pero tú eres el socio mayoritario. Su nombre es Ed Newsam. Me gusta, es grande, jodidamente arrogante y joven. Lo saqué de las Delta, aunque sólo ha estado allí un año.

—¿Un año? Don…

—En un año, ya se ha desenvuelto de forma admirable. Créeme, vas a estar contento de que haya contratado a este tipo. Es una bestia, un animal, como lo eras tú a esa edad.

A los treinta y dos, Luke ya empezaba a sentirse viejo. Había vuelto al gimnasio en las últimas semanas y de repente se le hacía cuesta arriba ponerse en forma. Esa fue una sorpresa muy desagradable, se había abandonado durante su estancia en el hospital.

—Trudy y Swann viajan contigo, pero no van al escenario contigo. Permanecerán en la Zona Verde donde estarán seguros y te ofrecerán orientación e información desde allí. Bajo ninguna circunstancia debes ponerlos en peligro. No son personal militar, ni lo han sido nunca.

Luke asintió. —Entendido.

Don se detuvo. Se volvió para mirar a Luke, sus duros ojos se suavizaron un poco. Era como si fuera el padre de Luke, el padre que nunca tuvo. Don era un padre grande, de pelo gris, de torso ancho y la cara como un bloque de granito.

—Vas a hacerlo bien, hijo. Ya has ocupado antes posiciones de mando, has estado en zonas de guerra y en misiones difíciles, misiones imposibles. Esta no es así, esta tiene la mandíbula de cristal, ¿vale? Papá Cronin ejecutará esta operación en tierra. Él te cubrirá las espaldas y se asegurará de que tengas a la gente que necesitas en el aire por encima de ti y a un paso por detrás de ti.

Luke se alegró de escuchar eso. Bill Cronin era un Agente Especial de la CIA. Había estado en la zona varias veces, tenía mucha experiencia en Oriente Medio. Luke había servido bajo su mando dos veces antes: una vez cedido por las Fuerzas Delta a la CIA y una vez durante una operación especial conjunta.

Don continuó. —Espero que vosotros entréis allí y que Parr deje caer su arma y levante las manos. Se sentirá aliviado de que no seas Al Qaeda. Necesitamos una victoria temprana para demostrar a los congresistas que vamos en serio, así que he completado tu planificación de vuelta con un retorno fácil. Pero no le digas eso a los demás, piensan que esto es la cosa más seria de la historia.

Luke sonrió y negó con la cabeza. —Está bien, Papá.

—Te revolvería el pelo, pero eres demasiado viejo, —dijo Don.

Más allá de la puerta había una pequeña sala de espera. Tres filas, de cinco asientos cada una, estaban agrupadas frente a un escritorio y detrás del escritorio, la puerta de la pista. El escritorio estaba abandonado y nadie se sentaba en las sillas, era un área vacía de la terminal.

A través de los grandes ventanales, Luke pudo ver un pequeño avión azul del Departamento de Estado estacionado y esperando fuera. Una escalera plegable conducía a la puerta abierta de la cabina del avión.

Un grupo de tres personas se arremolinaba en la puerta. Dos de ellos eran Trudy Wellington y Mark Swann. Trudy era pequeña y lo parecía a cada centímetro. Swann era alto y delgado, pero se veía encogido por el tercer miembro de su grupo, un hombre negro con vaqueros y chaqueta de cuero. El hombre negro se quedó solo, un poco alejado de Trudy y Swann. Tenía una mochila verde en el suelo a sus pies.

—¿Ese es el tipo? —dijo Luke. —¿Newsam?

Don asintió. —Ese es el chico.

Luke se empapó de él mientras se acercaban. Parecía medir dos metros de alto, sus hombros eran anchos, al igual que su pecho. Debajo de su chaqueta de cuero, llevaba una camiseta blanca que se aferraba a su enorme musculatura. Parecía que alguien se la había pintado. Sus brazos estaban cubiertos por la chaqueta, pero sus puños eran enormes. Llevaba botas de trabajo amarillas en sus grandes pies. Parecía el dibujo animado de un superhéroe.

Excepto por su cara, era tan arrogante y tan joven como la de cualquier niño de instituto. No había una arruga en él.

—¿Este tipo ha combatido antes? —dijo Luke.

Don asintió de nuevo. —Sí.

—Bueno, tú eres el jefe.

—Sí, lo soy.

Cuando llegaron hasta el grupo, los tres se giraron. Los ojos de Trudy y Swann estaban enfocados en Don, su jefe. El recién llegado, Newsam, miró a Luke.

—Gracias por venir, todos. Trudy y Mark, habéis tenido la oportunidad de conocer a Luke Stone, vuestro comandante en este viaje. Luke ha sido uno de los mejores miembros de operaciones especiales con los que he tenido el placer de servir, en el Ejército de los Estados Unidos. Luke, este es Ed Newsam, con quien no he servido, pero sobre el que he escuchado cosas espectaculares.

Los dos hombres se dieron la mano. Luke miró a los ojos del hombre más grande. Newsam no hizo nada explícito; por ejemplo, no intentó aplastar la mano de Luke con la suya. Pero sus ojos lo decían todo: Tú no mandas en mí.

Luke lamentaba estar en desacuerdo, pero este no era el momento ni el lugar para preocuparse por eso. Sin embargo, si iban a trabajar juntos, especialmente en una zona de combate, ese momento casi seguro que llegaría.

Don dijo algunas palabras de aliento para despedirse del grupo, pero Luke ya no le escuchaba. Él sólo miraba esos duros ojos jóvenes, como ellos lo miraban a él.

CAPÍTULO NUEVE

23:15 Hora de Europa Central (17:15, Hora del Este)

Instituto Le Rosey

Rolle, Suiza

Era el instituto más famoso del mundo.

Bueno, era el más caro, de todos modos.

Pero, en realidad, era muy aburrido y ella no quería estar aquí. Su madre y su padre la habían enviado aquí durante un año para “terminar” antes de ir a la universidad. Había sido el año más triste y solitario de su vida. Tal vez las cosas mejorarían ahora que casi había terminado. Había sido aceptada en Yale en otoño.

Por supuesto que lo había sido. Su padre era uno de los alumnos más conocidos de Yale, así que ¿por qué no la iban a aceptar? Ella era Elizabeth Barrett, la hija más joven de David P. Barrett, el actual Presidente de los Estados Unidos.

De hecho, estaba terminando de hablar por teléfono con su padre en este momento.

—Bueno, cariño, ¿hay algo positivo que puedas llevarte de este año?

Ese era su padre, siempre hablando de “aspectos positivos”. ¿Eran palabras reales? Él decía palabras y frases así todo el tiempo: siempre había cosas positivas con las que quedarse, siempre estábamos avanzando, subiendo las escaleras y construyendo algo grandioso. Había comenzado a sospechar que él no era tan optimista como decía. Toda la representación era falsa, un fraude. Simplemente decía estas cosas porque sabía que en su vida, siempre había alguien escuchando.

Ella odiaba esa parte. Odiaba al equipo de seguridad del Servicio Secreto, que se mantenía cerca las veinticuatro horas del día. A ella le gustaban algunos de los agentes, pero odiaba el hecho en sí, por otra parte necesario, de que su vida se viera forzada y frustrada en todo momento debido a eso. Ellos estaban escuchando la llamada, por supuesto y nunca estaban lejos, un hombre se quedaba en el pasillo toda la noche mientras ella dormía.

—No lo sé, papá —dijo ella. —Simplemente, no lo sé. Me alegrará salir de aquí.

—Bueno, has ido a esquiar a los Alpes suizos, ¿verdad? Y has conocido a gente de todo el mundo.

—Me gustaban más nuestros viajes a Colorado cuando era pequeña —dijo. —¿Y la gente que he conocido? Sí, genial. Niños de Rusia, cuyos padres son los mafiosos que robaron todas las industrias, cuando la Unión Soviética colapsó. Niños de Arabia Saudí y Dubai, cuyos padres son todos príncipes o lo que sea. ¿Todos en Arabia Saudí son príncipes? Creo que esa es la gran lección que me voy a llevar, papá. Todo el mundo en Arabia Saudí pertenece a la familia real.

Su padre, el Presidente, se echó a reír y la hizo sonreír. Ella no había oído su risa en mucho, mucho tiempo. Le hizo pensar en cómo solían ser las cosas, cuando su padre trabajaba en el negocio familiar del petróleo y era copropietario de un equipo de fútbol profesional. Había sido un padre divertido, alguna vez.

Cuando solían hacer barbacoas familiares, usaba un delantal de chef que decía: El Padre Más Divertido Del Mundo. Eso parecía muy lejano ahora.

—Bueno, cariño —dijo, —estoy bastante seguro de que no todos en Arabia Saudí pertenecen en la familia real.

—Lo sé —dijo ella. —Algunas personas son sirvientes y esclavos.

—¡Elizabeth! —dijo, pero no estaba enfadado. Se estaba divirtiendo con ella. Ella siempre era la que decía cosas indignantes, incluso cuando era joven.

—La verdad duele, papá.

—¿Elizabeth? Eso es muy gracioso, pero tengo que irme. Haz algo por mí, ¿quieres? Sólo te queda una semana para irte. Intenta hacerlo lo mejor que puedas, aprovecha las oportunidades que se te presentan y haz algo que te emocione, ¿de acuerdo?

—No sé qué puede ser —dijo, excepto que ahora le estaba mintiendo. —Pero pondré mi mejor empeño en ello.

—Bueno. Eres hermosa, cariño. Tu madre y yo te queremos. El abuelo y la abuela te envían recuerdos. Y llama a tu hermana, ¿quieres?

—Está bien —dijo Elizabeth. —Yo también te quiero, papá.

Ella colgó el teléfono. En su mente, imaginó a todas las personas que estaban colgando al mismo tiempo. Su padre sin duda, probablemente en el Despacho Oval. Pero también las personas del Servicio Secreto que escuchaban en otros teléfonos en el Despacho Oval, dos o tres de ellos, colgando como uno solo. Además, personas sentadas frente a pantallas de ordenadores en el edificio de la CIA o en la sede del FBI. También, su guardaespaldas personal de pie en el pasillo, con el cable que iba hacia su oreja. ¿Había estado él escuchando la llamada telefónica? Ella apostaba a que sí.

Asimismo, las agencias de espionaje rusas y chinas. Sabía que estaban escuchando. Y los multimillonarios gángsters rusos, que habían enviado a sus hijos a este instituto tan caro. ¿Estaban escuchando? Probablemente.

Igualmente, la oficina de seguridad, aquí en el instituto. Por supuesto que estaban escuchando, proporcionar seguridad era una gran parte del servicio de cuidado de niños de aquí y el instituto advertía a los padres sobre “cómo de bien podía integrarse el equipo de seguridad del instituto con el suyo, para proteger cada momento de la experiencia de aprendizaje de su hijo”.

Tenía ganas de gritar.

Se sentó un momento en su cama. Por fuera de la ventana, era de noche en Suiza. Podía ver las luces de los barcos en el Lago Lemán desde aquí y la oscuridad de las montañas que se elevaban al otro lado del lago. Incluso podía ver las luces parpadeantes de los pueblos en lo alto de las laderas.

Por un momento, se miró en el espejo de cuerpo entero frente a su cama. Era guapa y lo sabía. Tenía el pelo largo y castaño y un cuerpo muy bonito, incluso ella misma tenía que reconocerlo. Pero tenía dieciocho años y apenas había besado a un chico en su vida. Ningún chico podía atravesar el cordón de seguridad que la rodeaba.

¡Estaba aburrida! ¡Estaba atrapada! ¡Iba a morir virgen!

No podía creer que esa fuera su vida. No podía decir una palabra sin que la gente la estuviera escuchando. No podía ir a ninguna parte sin que hombres enormes la siguieran, la rodearan, la protegieran.

Realmente, no podía ir a ninguna parte en absoluto. Cada sitio al que quería ir era un riesgo para su seguridad.

Bueno, eso ya lo vería ella, ¿no?

Se levantó y caminó a través de su apartamento hasta el baño que compartía con su compañera. Cruzó la habitación con sus suelos de calefacción radiante, su ducha de efecto lluvia y su tocador con su espejo de metro y medio de ancho; era un baño bonito, tenía que admitirlo. Aunque su familia tenía mucho dinero, no creían en cosas lujosas y ella nunca antes había tenido un baño como este.

Llamó a la puerta contigua.

—¡Adelante! —dijo una voz.

Elizabeth abrió la puerta y entró. De repente, estaba en otro mundo: el apartamento de Rita Chadwick. Los apartamentos tenían el mismo diseño genérico (dormitorio, cocina pequeña y sala de estar), pero Rita lo había personalizado. Tenía un sentido de la cultura hippie bohemia y el lugar estaba adornado con cortinas, abalorios y banderas de rezo tibetanas colgadas. En una pared había un cartel gigante llamado “Earthrise”, que mostraba el planeta Tierra como se suponía que se veía desde la Luna. En otra había un póster del rapero Eminem en el escenario a tamaño natural, vestido con una camiseta y con gotas de sudor.

Rita llevaba pantalones de campana y una camisa de flores. Ella era enigmáticamente bonita y tenía el pelo lacio y negro, recogido con un pañuelo morado.

Permitir que Elizabeth tuviera una compañera era la única señal de normalidad que su padre, el Servicio Secreto y el instituto, le dieron. Ni siquiera eso era normal. Elizabeth y Rita eran compañeras y amigas, pero llevaban vidas muy diferentes.

La familia de Rita había dirigido revistas y periódicos durante dos siglos. Tenían riqueza, pero no mucha seguridad de la que preocuparse, su familia estaba conforme con el nivel de seguridad que brindaba el instituto. Era fácil para Rita contratar un servicio de taxi para llevarla veinte kilómetros hasta Ginebra las noches de fin de semana. Comía en restaurantes y festejaba en discotecas hasta las primeras horas de la mañana y luego regresaba en coche a casa al amanecer.

O a veces no.

A veces, en las noches de los fines de semana, después de participar en las actividades de grupo que se ofrecían en el campus, Elizabeth se despertaba temprano antes del amanecer y escuchaba a ver si Rita había regresado esa noche.

Rita tenía libertad, mucha, y Elizabeth no tenía ninguna. El Servicio Secreto había examinado a Rita y había descubierto que no era una amenaza, sobre todo porque no había manera de colar a nadie en el campus. Las personas que conocía en Ginebra podían hacerle visitas, pero solo durante el día y no podían entrar en el edificio para nada. Después de pasar por la seguridad, tenían que sentarse en los terrenos aledaños al campus.

Rita estaba sentada en su cama, haciendo un dibujo en una libreta con un grueso lápiz negro. —Hola, nena —dijo ella, sin levantar la vista.

—Hola, nena —dijo Elizabeth.

Hola, nena, era algo entre ellas. Se llamaban nena la una a la otra.

La amistad de Elizabeth con Rita era una de las pocas cosas buenas que habían salido de este año escolar. Rita iría a Brown el año que viene, en Providence, Rhode Island, muy cerca de Yale. Elizabeth tenía la esperanza de que mantendrían el contacto y seguirían siendo amigas. Pero nunca se podía decir. Muchas de estas supuestas amistades se venían abajo cuando ya no estabas en el mismo lugar.

—¿Cómo está tu padre? —dijo Rita.

—Ya sabes —dijo Elizabeth.

Rita asintió. —Lo sé. Es el Presidente y eso es un gran trabajo.

—Está bien.

Rita pasó la página en su cuaderno de dibujo. Ahora estaba escribiendo algo en lugar de dibujar.

—Me imagino que está ocupado haciendo cosas presidenciales.

—Está muy ocupado actuando como un Presidente, —dijo Elizabeth.

Era una charla ficticia. Con el tiempo, habían desarrollado un sistema de comunicación que el Servicio Secreto no podía escuchar o interceptar. Seguirían hablando con normalidad, sobre esto o aquello, como atolondradas chicas de instituto. Al mismo tiempo, se pasaban mensajes escritos de un lado a otro, que luego arrancaban y tiraban a las papeleras del comedor.

Rita le dio la vuelta al cuaderno y le mostró a Elizabeth lo que había escrito.

¿Todavía quieres seguir adelante? ¿Con el Modo Escape?

El Modo Escape era un plan que Rita se había inventado para Elizabeth, una forma de sacarla de la prisión en la que estaba y darle la oportunidad de experimentar una pequeña aventura, un poco de emoción y la poca vida nocturna que la ciudad de Ginebra tenía para ofrecer.

El plan era atrevido, como poco. Asombroso, audaz, si funcionaba, sólo funcionaría una vez. Así que cualquier intento sería una oportunidad única, en un intento desesperado de conseguir todas las canicas.

Sus habitaciones estaban dos pisos por encima del suelo, pero sus ventanas daban a una azotea que se inclinaba hacia abajo hasta el borde. Según Rita, había una canaleta de lluvia hecha de metal duro, como de acero o hierro. No era endeble. Sabía esto porque había bajado por ahí en un par de ocasiones en mitad de la noche, para visitar a un chico en uno de los otros dormitorios.

El Modo Escape implicaba que Rita se preparase para irse a Ginebra en una noche de fin de semana. Mientras tanto, Elizabeth fingiría llegar temprano, mientras se preparaba para salir por la noche. Rita llamaría a un servicio de taxi para que la recogiera. Cuando llegara el coche, Rita bajaría las escaleras como siempre lo hacía. Elizabeth se sentaría dentro con el televisor encendido, con el volumen alto. Elizabeth había estado viendo la televisión a todo volumen durante meses, preparando la posibilidad de que alguna vez tuviera el valor de probar el Modo Escape.

Dejando el televisor encendido, Elizabeth se deslizaría por la ventana que había abierto antes, cruzaría el techo en silencio, bajaría por el canal de lluvia, se dejaría caer al suelo y luego correría hacia el camino de entrada, donde estaría estacionado el coche.

Una vez que estuviera dentro del vehículo, se dirigirían a las puertas del instituto. Las ventanas del coche estarían tintadas y según Rita, la seguridad al salir del campus sería algo superficial, en comparación con la forma en que era dentro.

Si lograban atravesar las puertas, por una vez en su vida, Elizabeth sería libre. Rita la llevaría al Club Baroque, donde pinchaban los DJs de música dance y bailarían música house en un club nocturno abarrotado, hasta que el lugar se cerrara. Luego irían a por comida y café y volverían al amanecer.

Era el crimen del siglo. Había chicos que vivían en Ginebra (de familia de banqueros), con quienes Rita se juntaba. A veces venían al campus durante las horas de visita. Uno de ellos era un joven muy guapo de Turquía, llamado Ahmet. Era delgado, con el pelo negro y rizado y la piel como la sombra del café; ligero y dulce, lo llamaba Rita. Llevaba ropa de estilo americano y hablaba inglés. Era normal, no como otros chicos árabes, que eran fanáticos religiosos.

¿Eran turcos los árabes? Elizabeth no estaba segura de eso. Pero Rita le había dicho a Elizabeth que Ahmet pensaba que era guapa.

Rita le entregó el lápiz a Elizabeth. ¿Tocaba las palabras Modo Escape? Elizabeth hizo un rápido garabato en respuesta.

Sí.

—Bueno, ya sabes —dijo Rita, —cuando eres el líder del mundo libre, tienes mucho de qué preocuparte. Guerras en todas partes, dedos en un botón, el padre de Yuri cortando el suministro de gas natural a Europa...

Yuri era un chico idiota de catorce años de Moscú, que asistía aquí al instituto y que estaba encantado de decirle a cualquiera que escuchara que su padre controlaba el gasoducto que circulaba desde Rusia hasta Alemania. Yuri todavía no había dado el estirón, ni siquiera medía metro y medio de altura.

Elizabeth le devolvió el lápiz.

—Eso es todo lo que tiene Yuri, gas natural —dijo.

El reloj sigue andando, escribió Rita. El año escolar se acaba. ¿Viernes por la noche?

—Y lo hace estallar en el culo de todos —dijo Rita.

Elizabeth cogió el lápiz y rodeó el Sí original.

¿Segura? escribió Rita.

Elizabeth rodeó la palabra otra vez. Ahora el Sí tenía dos grandes círculos negros alrededor.

Ambas se rieron del pobre pequeño Yuri, el chico tonto.

Bien, escribió Rita. Será divertido.

Elizabeth asintió. —Diversión —dijo ella. Era extraño decirlo, ya que no seguía exactamente lo que Rita había dicho, pero era todo en lo que Elizabeth podía pensar.

Diversión.

Y eso era todo lo que había para Rita, quien daba por sentada su vasta libertad. Sus noches en Ginebra, sus excursiones ocasionales a Londres, París y Milán. Pero para Elizabeth, era algo más. Era algo enorme, energizante, aterrador. Todo su cuerpo se estremeció cuando pensó en ello. La respiración se le quedó atascada en la garganta.

¿Podría ella seguir adelante con el plan?

¿Sería capaz de atravesar la ventana y descender por el canal de lluvia? ¿Y entonces qué? Un paseo por el campo hasta la ciudad. Un club lleno de gente con luces encendidas, música a todo volumen, cuerpos apretados. ¿Bebidas? Claro, ella se tomaría una copa, aunque técnicamente era demasiado joven. Sólo una larga y ansiada noche de aventura. La oportunidad de ser anónima, entre personas anónimas y tal vez divertirse un poco por una vez.

Bueno, su padre le había dicho que hiciera algo emocionante, ¿no?

¿A quién estaba engañando? Sus padres la matarían si se enteraban y, definitivamente, se iban a enterar. El Modo Escape sólo tenía una dirección. No había ningún plan para volver a entrar, no había forma de volver a subir por el canal. Tendría que volver a entrar en el campus y en el edificio, a la antigua usanza.

Para entonces, el hombre del Servicio Secreto que estaba por fuera de su puerta probablemente ya habría sospechado que la televisión había estado puesta toda la noche y habría entrado, activando la alarma. Incluso podría desatar un incidente internacional.

Elizabeth sintió que su ansiedad aumentaba y respiró hondo para intentar calmarse. Después de esto, la iban a castigar hasta los cuarenta años.

Rita escribió algo nuevo. Ella le dio la vuelta al papel para que Elizabeth pudiera verlo.

Ahmet estará allí.

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Litres'teki yayın tarihi:
15 nisan 2020
Hacim:
341 s. 2 illüstrasyon
ISBN:
9781094304168
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