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Del texto al objeto

Un «texto-enunciado» es un grupo de figuras semióticas organizadas en un conjunto homogéneo gracias a su disposición sobre un mismo soporte o vehículo (uni-, bi-, o tri-dimensional): el discurso oral es uni-dimensional, los textos escritos y las imágenes son bi-dimensionales, y la lengua de los signos, tri-dimensional. Globalmente, el texto-enunciado se da a captar, por el lado de la expresión, a la vez como una red de isotopías, y, en razón de la organización, por lo general tabular, de dicha red, como un dispositivo de inscripción, si se acepta darle a «inscripción» una vasta extensión.

En resumen, la experiencia de las totalidades coherentes, las de los «textos-enunciados», da lugar a un plano de inmanencia con dos faces y una doble morfología:

(i) una faz formal (faz 1) destinada a la acogida coherente de las figuras-signos del nivel inferior, que es la faz «isotopante», y

(ii) una faz sustancial (faz 2) que hará con las figuras-signos un aporte sobre un soporte-objeto, que constituye el «dispositivo de inscripción».

Por consiguiente, el texto-enunciado reclama, en el nivel de pertinencia superior, un «soporte» de inscripción, que tendrá el estatuto fenoménico (por el lado de la experiencia) de un «cuerpo-objeto»4.

Los «objetos» son estructuras materiales tridimensionales, dotadas de una morfología, de una funcionalidad y de una forma exterior identificable, cuyo conjunto está «destinado» a un uso o a una práctica más o menos especializados.

Un ejemplo permitirá ilustrar concretamente cómo se hace la integración del texto en el objeto, y por qué ese desplazamiento exigirá otro, hasta llegar a la práctica. Se trata de las tabletas de arcilla de contenido comercial, jurídico o político que circulaban en el antiguo Medio-Oriente5; entre esas tabletas, algunas no estaban destinadas al intercambio comunicacional, sino al archivamiento institucional:

– la tableta contiene entonces el texto del contrato comercial o del tratado diplomático, así como el sello que los legitima;

– pero está colocada en una envoltura de arcilla sellada, sobre la cual está inscrito el resumen más o menos extenso del texto ya presente en la tableta misma.

La envoltura es sellada por el proponente en presencia del destinatario, y no podrá ser rota más que por un actor «legítimo», una de las partes en presencia, o un tercer árbitro, juez o administrador. Además, la envoltura no es rota más que en caso de impugnación de una de las partes. A lo largo de la duración del contrato y del programa que él contiene, y por el tiempo que las partes se consideren satisfechas, el contenido solo es accesible a través del resumen que permite gestionar el archivamiento y controlar los trayectos del objeto en el curso de eventuales manipulaciones. El acto que consiste en tomar conocimiento de la propuesta, y que conduce a un eventual arbitraje, coincide con la apertura de la envoltura (del sobre).

La tableta porta, pues, el texto-enunciado de la propuesta, así como eventuales marcas de enunciación enunciada, pero su envoltura manifiesta y predetermina directamente los roles y los actos enunciativos requeridos: es sellada para restringir el campo de los destinatarios, y no será abierta más que por aquel que tenga la competencia para zanjar un eventual diferendo.

Es necesario, pues, en ese caso, articular conjuntamente, de un lado, la lectura y la interpretación del texto escrito, y del otro, la manipulación del objeto-soporte, que es una de las fases de la interacción enunciativa entre los participantes de ese intercambio.

El caso es particularmente interesante por el hecho de que el mismo texto (más o menos extenso o condensado) está inscrito en dos partes diferentes del objeto-soporte, en la tableta y en el sobre-envoltura, y que esa duplicación del objeto y de la inscripción permite engastar dos prácticas y dos temáticas del proceso diferentes:

• la propuesta / aceptación / realización del contrato, por un lado (inscripción en la tableta), y

• la validación / archivamiento / verificación, por otro (inscripción en la envoltura).

En otros términos, no es el contenido del texto el que permite hacer la diferencia entre los dos tipos de interacciones enunciativas, sino la naturaleza del soporte y las modalidades de la inscripción, y, en la ocurrencia, la doble morfología del objeto de escritura.

El objeto de escritura cumple a ese respecto dos roles: por un lado, es el soporte del texto (superficie de inscripción), y por otro, es uno de los actores de las prácticas semióticas; además, su morfología heterogénea, que determina la manera como eso se capta, contribuye a la modalización de las dos series de actos, el de la inscripción y el de la práctica:

• en cuanto soporte, en efecto, modaliza y restringe el sistema de las inscripciones;

• en cuanto objeto material, presenta algunas propiedades de consistencia, de solidez relativa, que modalizan las prácticas entrevistas, ya que ellas imponen una praxeología específica para el cumplimiento de actos enunciativos, como la demanda de validación o de invalidación, la verificación y la decisión jurídica.

Vemos aparecer entonces aquí otro nivel de pertinencia, reclamado por algunas propiedades de los cuerpos-objetos: el de las prácticas, aquí prácticas de escrituras, prácticas comerciales, prácticas de manipulación de objetos6.

La experiencia de los objetos es la de los «cuerpos materiales», destinados a un doble uso (soportes de huellas y manipulaciones prácticas) y la experiencia de esos cuerpos-objetos se convierte en formas de expresión que constituyen su plano de inmanencia específico. La morfología de los cuerpos-objetos tiene, pues, dos faces:

• por un lado (faz 1), una forma sintagmática local (la superficie o el volumen de inscripción), susceptible de recibir inscripciones significantes (en cuanto soporte de «textos-enunciados») y

• por otro lado (faz 2), una sustancia material que les permite cumplir un rol actancial o modal en las prácticas en el nivel de pertinencia superior.

En suma, aunque los objetos se den a captar en su autonomía material y sensible, su funcionamiento semiótico es inseparable tanto del nivel de pertinencia inferior (los textos-enunciados), como del nivel de pertinencia superior, el de las prácticas.

El caso de los objetos ilustra bien el principio sobre el que reposa el conjunto del recorrido considerado: un principio de integración progresivo por medio de estructuras enunciativas. En efecto, el texto-enunciado presenta dos planos de enunciación diferentes: (i) la enunciación «enunciada», inscrita en el texto y sobre la tableta, y (ii) la enunciación presupuesta, que sigue siendo virtual e hipotética. Es entonces el objeto-soporte con su tableta para inscribir y con su envoltura para sellar y romper la que va a «encarnar» y manifestar por sus propiedades materiales, el tipo de interacción enunciativa pertinente (aquí: proponer / aceptar / después: impugnar / verificar / arbitrar).

Abreviando, el objeto-soporte de escritura integra el texto proporcionando una estructura de manifestación figurativa a los diversos aspectos de su enunciación. Respecto al texto-enunciado, esas propiedades del objeto-soporte serán interpretadas como enunciativas; pero en cuanto tales, podrán ser objeto de un análisis que recorre el conjunto de los niveles del recorrido generativo del contenido (estructuras elementales, actanciales, modales, etcétera).

Por lo demás, en cuanto cuerpo material, ese objeto está destinado a prácticas y a los usos de esas prácticas, que son ellos mismos «enunciaciones» del objeto. A ese respecto, el objeto mismo no puede portar más que trazas de esos usos (inscripciones, desgaste, pátina, etcétera), es decir, «huellas enunciativas», mientras que su «enunciación-uso» permanece, en lo esencial y globalmente, virtual y presupuesta: es necesario también ahí pasar al nivel superior, el de la estructura semiótica de las prácticas, para encontrar manifestaciones observables de esas enunciaciones.

Estas observaciones permiten iluminar dos aspectos de la jerarquía de los niveles de pertinencia:

(i) ante todo, cada tipo de semiótica-objeto es a la vez el lugar donde el análisis encuentra una discontinuidad, puesto que para cada uno de ellos se establece una nueva función semiótica (entre expresión y contenido), y existe entonces la posibilidad de correlacionar el plano de la expresión con un plano del contenido identificable, que toma decisiones acerca de ella;

(ii) a continuación, en cada tipo de semiótica-objeto, se pueden observar dos «faces» distintas: una (faz 1) para acogida del nivel inferior; otra (faz 2) para integrarse al nivel superior; la faz 1 es formalizada en su nivel propio; la faz 2 no es más que sustancial, y no será formalizada sino en el nivel superior.

La reunión de una forma (faz 1) y de una sustancia (faz 2) corresponde a la manifestación: la faz 1 es la manifestada a través de una sustancia, la faz 2 no será una forma de expresión hasta integrarse al nivel de pertinencia superior. Esta sugerencia permite operacionalizar el concepto de manifestación, haciendo que participe explícitamente, en cuanto interfaz, en el recorrido de integración entre planos de inmanencia.

Las escenas prácticas

Una situación semiótica es una configuración heterogénea que reúne todos los elementos necesarios para la producción y para la interpretación de la significación de una interacción comunicativa.

Por ejemplo, para comprender la significación de las inscripciones jeroglíficas monumentales de Egipto, no basta con descifrar el texto, ni siquiera con apreciar el tamaño y la disposición (vertical): es necesario además tomar en cuenta en tal situación los elemento específicos de una comunicación con los dioses, la cual se manifiesta en particular por la altura y las proporciones de las inscripciones7.

Debe quedar claro que la situación no es el contexto, es decir, el entorno más o menos explicativo del texto, que sería en tal caso considerado como el único nivel de análisis pertinente. Una situación es un tipo de conjunto significante distinto del texto, otro nivel de pertinencia.

Lo que llamamos situaciones semióticas, siguiendo a Landowski, no puede en la mayor parte de los casos ser objeto de un análisis continuo, y hace falta entonces estatuir sobre esa discontinuidad del análisis, y tomar en consideración dos dimensiones distintas y jerarquizadas. Hacer la experiencia de una situación puede entenderse de dos maneras:

(i) sea como la experiencia de una interacción con un texto, vía sus soportes materiales (es la situación conocida, en general, a falta de mejores términos, como «situación de comunicación»), o con uno o varios objetos, que se organizan en torno a una práctica;

(ii) sea como la experiencia del ajuste entre varias interacciones paralelas, entre varias prácticas, complementarias o concurrentes (en ese caso, se trata de la situación-coyuntura, que reúne el conjunto de prácticas y de circunstancias pertinentes).

Esa es la razón por la cual nosotros no mantendremos aquí la noción de situación, ya que no puede ser objeto de un análisis continuo, y la remplazaremos en adelante por dos niveles de pertinencia distintos: las escenas prácticas por un lado, y las estrategias, por otro.

La experiencia semiótica en la que se basa el nivel de pertinencia de las prácticas es la que resume la expresión «en acto», ampliamente difundida en el discurso de la semiótica en los últimos diez años: «enunciación en acto», «semiosis en acto», «significación en acto», remiten, en general, a una concepción de la significación que se considera dinámica (parece que la mayor parte de semióticos no tienen ninguna dificultad en preferir un «estructuralismo dinámico» a un «estructuralismo estático»!) y que se interesa más por los procesos de construcción y de emergencia de la significación que por sus resultados. Pero «en acto» puede también servir de fácil coartada para propuestas semióticas sin más originalidad que la de designar un problema a tratar o un programa de investigación.

Ese «en acto», sin embargo, no puede observarse, lamentablemente, en las semióticas-objetos donde se pretende reconocerlo. La significación «en acto» imputable por análisis a un texto no puede ser rigurosamente observada ni captada, ni de hecho ni de derecho, más que en el nivel de las prácticas y no en el de los textos-enunciados propiamente dichos. En el nivel de pertinencia de los textos, el «en acto», no pertenece, en el mejor de los casos, más que a la sustancia, y en el peor, a la especulación animista. Es, pues, la experiencia del «en acto» (de la actividad viviente y vivida) la que dará lugar, por esquematización, al plano de inmanencia de las «escenas prácticas».

Las prácticas, en efecto, se caracterizan principalmente por su carácter de proceso abierto, circunscrito en una escena: se trata, pues, de un dominio de expresión captado en el movimiento mismo de su transformación, pero que adquiere forma como escena (volveremos más adelante sobre el proceso de «escenarización» de ese dominio de expresión). Dicho proceso escenarizado solo es «pertinente» si establece una función semiótica con una estructura predicativa. Por consiguiente, por el lado del contenido, las prácticas se caracterizan por la existencia de un núcleo predicativo, una «escena» organizada en torno a un «acto» en el sentido en que, en la lingüística de los años sesenta, se hablaba de la predicación verbal como de una «pequeña escena»8. Esa escena se compone de uno o de varios procesos, rodeada por los actantes propios del macro-predicado de la práctica.

Dichos roles actanciales propios de ese macro-predicado pueden ser cumplidos entre otros: por el texto o por la imagen mismos, por su soporte, por elementos del entorno, por el usuario o por el observador (volveremos con más detalle posteriormente). La escena de la práctica consiste igualmente en relaciones entre esos diferentes roles, relaciones modales y pasionales, en lo esencial.

La utilización de utensilios (como el opinel*, según Jean-Marie Floch9), proporciona el ejemplo más simple de ese tipo de escena predicativa práctica: un objeto, configurado con vistas a cierto uso (esa es su morfología de expresión) va a jugar un rol actancial en el interior de una práctica técnica (cuyo uso es la actualización enunciativa) que consiste en una acción, ejecutada por un operador sobre un segmento del mundo natural: el segmento, el utensilio y el usuario están entonces asociados dentro de una misma escena predicativa, donde el contenido semántico del predicado es proporcionado por la temática de la práctica misma (tallar, cortar, etcétera) y donde esos diferentes actores cumplen los principales roles actanciales. La constitución sustancial del utensilio (en el nivel inferior) se convierte aquí en uno de los elementos de la forma de expresión de la práctica, puesto que comporta necesariamente una interfaz-operador (el mango) y una interfaz-objeto (la cuchilla u hoja).

A diferencia de una estructura narrativa textual, la puesta en marcha de una práctica no puede ni conformarse con una simple transformación entre una situación inicial y una situación final (en el sentido de las presuposiciones), ni con una progresión en un árbol de bifurcaciones (en el sentido de las motivaciones de la acción): ambas soluciones equivaldrían a una «textualización» de la práctica, y por tanto, a la reducción de la dimensión «en acto» que constituye el principio de expresión global de la práctica.

Por el contrario, el desarrollo del proceso es una negociación continua entre varias instancias: un objetivo asignado a la acción, un horizonte de referencias y consecuencias, la eventual resistencia de los sustratos y de las contra-prácticas, ocasiones y accidentes, formas canónicas (hábitos, rutinas de aprendizaje, normas, etcétera), y esquematizaciones emergentes del uso (aprendizaje, ajustes, tácticas, etcétera). Volveremos en tiempo útil sobre esta dimensión de las prácticas, aunque ya desde ahora podemos identificarla como una propiedad de acomodación10.

Como todos los otros planos de inmanencia, también el de las prácticas está formado por dos faces:

(i) una, vuelta hacia los niveles inferiores, es la forma sintagmática que permite acoger, conjuntamente y de manera congruente, signos, textos y objetos, al mismo tiempo que los actores de la práctica misma: esa es la forma-escena, asociada al núcleo predicativo de la práctica, y que proporciona, en efecto, roles congruentes al conjunto de esos elementos.

(ii) otra, que mira a los niveles superiores, es la sustancia de expresión denominada anteriormente «acomodación», acomodación a los objetivos, a las consecuencias, a los otros actores y a las otras prácticas, es decir, la materia sobre la cual se apoyarán las estrategias.

Las estrategias

El nivel siguiente es el de las estrategias. «Estrategia» significa aquí que cada escena práctica debe acomodarse11, en el espacio y en el tiempo, a las otras escenas y prácticas, concomitantes o no concomitantes. La estrategia es, en suma, un principio de composición sintagmática de las prácticas entre sí.

La experiencia subyacente no es la de una práctica particular, sino la de la «coyuntura», la de la superposición, la de la sucesión, la del encabalgamiento o la de la concurrencia entre prácticas.

La dimensión estratégica resulta, pues, de la conversión en dispositivo de expresión (relaciones topológicas, aspecto-temporales, diversas especies de orden y de intersección, etcétera) de una experiencia de coyuntura y de ajuste entre escenas prácticas. La forma de la acomodación es pertinente en la medida en que establezca una función semiótica con un desarrollo figurativo, actorial, espacial y temporal, así como diversas exigencias (modales, pasionales, etcétera) inherentes al entorno de las prácticas.

La estrategia reúne prácticas para formar nuevos conjuntos significantes, más o menos previsibles (usos sociales, ritos, comportamientos complejos), sea por programación de los recorridos y de sus intersecciones, sea por ajuste en tiempo real12.

Volvamos al ejemplo de los objetos y de las prácticas de escritura. La tableta de arcilla, como objeto, funciona por integración en los dos niveles definidos anteriormente.

Primero, en el interior de una escena práctica ya compleja, que comprende toda una cadena de procesos, la tableta en cuanto soporte ofrece un dispositivo de expresión para actos de propuesta y de aceptación del intercambio, así como de verificación y de arbitraje mediante dos actos, «sellar» y «romper» [el sello], que constituyen el plano figurativo del núcleo predicativo de esa práctica.

Pero funciona además dentro de una estrategia, puesto que es preciso gestionar la coyuntura de varias escenas: la solidez material de la envoltura [sobre] (el objeto en cuanto cuerpo material) es una prenda de resistencia en el tiempo y en el espacio, de resistencia a las manipulaciones y a los traslados, y también a todas las tentaciones o maniobras más o menos indiscretas que tratasen de desviar o de falsificar la propuesta.

Esa «solidez» implica, en cuanto expresión, una «promesa» de resistencia y de perennidad en el plano del contenido, pero es, sobre todo, un factor de selección entre, por un lado, los portadores y responsables del archivamiento y de la conservación, quienes pueden, aunque no deben, romper el objeto, y por otro lado, los destinatarios legítimos que son los únicos habilitados para hacerlo.

«Promesa», «selección», «resistencia» y «protección»: la estrategia se analiza también desde el lado del contenido, en procesos sucesivos o concomitantes, procesos que se supone que articulan y ajustan al menos dos, y la mayor parte del tiempo varias prácticas entre sí. Debemos suponer que las estrategias organizan procesos complejos, explotando morfologías propias de los niveles de pertinencia inferiores, y que supuestamente controlan, regulan, ordenan u optimizan las prácticas mismas.

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ISBN:
9789972453304
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