Kitabı oku: «Agencia general del suicidio»

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Agencia general del suicidio
Jacques Rigaut

Prólogo de Noni Meyers
Epílogo de Enrique Vila-Matas
Introducción, traducción y notas de Sarai Herrera

Créditos
Agencia general del suicidio

V.1: marzo de 2020

© de la traducción, Sarai Herrera, 2017

© del prólogo, Noni Meyers, 2017

© del epílogo, Enrique Vila-Matas, 2017

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2020

Todos los derechos reservados.

Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Publicado por Ático de los Libros

C/ Aragó, n.º 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

info@aticodeloslibros.com

www.aticodeloslibros.com

ISBN: 978-84-17743-83-3

THEMA: FBA

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Contenido

Portada

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Página de créditos

Sobre este libro

Prólogo, de Noni Meyers

Introducción, de Sarai Herrera

Nota preliminar

Selección de textos de Jacques Rigaut:

Novela de un joven hombre pobre

Seré serio

Proposiciones deformes

Su infancia

E. L.

El caso Barrès

Recapitulación

Agencia general del suicidio

Demanda de empleo

Hechos diversos

Si esto le interesa

Diario

Los placeres y las necesidades de J. R.

Aforismos y reflexiones

Lord Patchogue

Adiós a Gonzague, de Pierre Drieu La Rochelle

Epílogo: Si esto le interesa, de Enrique Vila-Matas

Sobre el autor

Agencia general del suicidio
Un brillante ejercicio poético en honor a la vida y la muerte

A pesar de la brevedad de su vida, la excéntrica y original figura de Jacques Rigaut, aclamado poeta surrealista del siglo xx, ha causado y continúa causando una gran admiración hoy en día.

Agencia general del suicidio es una antología de la prosa poética del célebre escritor francés que recoge textos de juventud, composiciones póstumas y una cuidada selección de aforismos y reflexiones en los que la muerte aparece como el acto de libertad más verdadero y prístino que uno puede concederse a sí mismo.

Ático de los Libros incluye en esta edición un prólogo de Noni Meyers, cantante del famoso grupo indie español Lori Meyers, y un epílogo del escritor Enrique Vila-Matas, así como una introducción y notas de la traductora, Sarai Herrera.

«Jacques Rigaut se condenó a muerte y esperó impacientemente […] el momento perfecto para acabar con sus días. Una experiencia humana cautivadora a la cual supo dar el tono trágico y humorístico que le era peculiar.»

André Breton

«Su obra me hace reflexionar sobre la muerte, ese momento tan incómodo, tan valiente, tan cobarde, que nos conducirá al mismo lugar donde debe estar la obra de Jacques: la eternidad.»

Noni Meyers

«Un artista sin demasiadas obras, […] aunque en su caso nos había dejado su inestimable Agencia general del suicidio.»

Enrique Vila-Matas

Prólogo

«Solo me siento vivo a partir del instante en que contemplo mi inexistencia.»

Jacques Rigaut

La primera vez que escuché la palabra «suicidio» me pareció tan solo una concatenación de letras igual a otras, pero aquella palabra encerraba algo misterioso que todavía no comprendía y que se convertía en tabú en presencia de las personas mayores que conocía. Todavía hoy siento un cierto recelo al pensar en ello, en la valentía o la cobardía del acto, en alcanzar ese límite; la inexistencia.

Fue en la gira de nuestro primer disco, Viaje de estudios, cuando leí por primera vez, durante las interminables horas que pasábamos en lo que solíamos llamar la «furgotel», una especie de biografía compilatoria de autores malditos en la que se hablaba de la excéntrica y desenfrenada vida de Alejandro Dumas, aclamado coautor de la época que alternaba con grandes personalidades de la élite intelectual francesa. En una planta abandonada de aquel céntrico hotel habitado por Lauzun, el Hôtel Pimodan, junto a Gérard de Nerval, crearon el llamado «club de los hachisinos», círculo que gustaba de saborear nuevas esencias traídas desde el lejano Oriente y que llegó a sumar entre sus adeptos a personajes tan destacados como Balzac, Delacroix o Baudelaire.

Después de los interminables madrugones, de conciertos a horas intempestivas y conversaciones a las seis de la mañana, yo también deseé un espacio similar; descansar en un hotel construido para mí, crear bajo una tenue luz de alcoba; buscar una soledad y una atmósfera tal que verdaderamente no habría necesitado mucho más (por eso lo del hostal). Ese disco y esa época de mi vida fueron testigos de cómo empecé a conocer aquella poesía condenada, y en particular a Baudelaire y su Las flores del mal.

Aquella etapa surrealista se asemejaba a muchas sensaciones que yo, como autor, conocía sobradamente: esa angustia y esas ganas de acabar con lo anterior y con lo conocido… No me cansé de buscar autores y, finalmente, en una colección de poemas, leí por primera vez uno de Jacques Rigaut.

«Solo me siento vivo a partir del instante en que contemplo mi inexistencia.»

No puedo decir que sintiera algo especial, sin embargo, lo que despertó en mí fue una extraña curiosidad por saber quién era, qué había escrito, qué era lo que pensaba y el porqué de la tensión de sus palabras. Mi afición por las biografías se vio renovada y llegué a leer algunas cosas. Me asombró lo genuino de su persona. Resulta difícil de expresar, estaba ojiplático, o más bien en Babia, en esa ciudad donde la imaginación echa a volar y recrea por unos segundos los pensamientos. No podía creer que alguien pensara en su muerte de una forma tan precisa, fría y conscientemente planeada. Llevó al límite su humor y su obra, hasta volarse el corazón y convertirse en una parte inmortal del dadaísmo.

Después de escribir «La pequeña muerte» compusimos algunas canciones más con tintes de rock and roll sureño y mucha fuerza, y entonces pensé que sería perfecta para hablar de este tema. No tanto de su obra, sino de su corta y atormentada vida y su forma de vivirla.

Su obra me hace reflexionar sobre la muerte, ese momento tan incómodo, tan valiente, tan cobarde, que nos conducirá al mismo lugar donde debe estar la obra de Jacques: la eternidad.

Noni Meyers

Introducción

«Todo el que quiera la libertad suprema debe tener el atrevimiento de matarse. […] Quien se atreva a matarse es un dios… Pero nadie lo ha hecho hasta ahora.»

Fiódor Dostoyevski

Jacques Rigaut, nacido en París el 30 de diciembre de 1898, fue un poeta dadaísta que posteriormente influiría en el Surrealismo. Hijo de padres pertenecientes a la burguesía más rancia, nuestro poeta aborreció durante toda su vida el trabajo, al que oponía la idea de creación y cuyo acometer tampoco pudo alcanzar en vida debido a la impotencia que sentía al enfrentarse a una hoja de papel.

Su infancia y su adolescencia estuvieron marcadas por las estrecheces del modus vivendi burgués, del cual renegaría el resto de su vida. Como a Brummel, la idiosincrasia del trabajo le repugnaba. Quiso dedicarse en cuerpo y alma al arte y, al verse incapaz de escribir, se solazaba con la ilusión de un poeta que no debe hacerlo, sino que lleva en su cuerpo la propia obra. Guiado por esta imposibilidad, destruyó la mayor parte de sus escasos escritos, que, pese a todo, consiguieron ver la luz gracias a la labor de sus amigos y colegas. Y es que, aunque afirmase despreciar la literatura, en lo más hondo deseaba formar parte de ella; no quería que nadie leyera sus textos, pero con todo, seguía intentando escribir. Para dar sentido a las cosas, para poner orden en su vida, para encontrarse a sí mismo.

En 1920, su primer texto, Propos amorphes, se publicó en la revista Action gracias a la influencia del círculo dadaísta que solía frecuentar, donde también colaboraban escritores tan conocidos como Jean Cocteau o Tristan Tzara. A estos les debe también su pronta adicción a los opiáceos y otras drogas, de cuyo yugo intentó deshacerse el resto de su vida.

Quienes lo conocieron a menudo insistían en que poseía una inteligencia excesivamente lógica; metódica y extraña, pero aun así brillante. No era la única de sus cualidades; el magnetismo de su persona se explicaba también por su atractivo físico, al que se hacía referencia con bastante frecuencia. Su belleza se configuró de forma paralela al carácter de dandi encantador y decadente que se esforzó en encarnar. Su nihilismo era contemplativo: quiso ser un espectador por considerarse incapaz para la acción, que pondría entonces en evidencia lo estéril de la revuelta.

«La rebelión, para ser posible, supone considerar una oportunidad de reacción, es decir, que hay un orden de cosas preferible hacia el que hay que avanzar.»

El ostracismo político y de acción al que se arrojó de manera voluntaria nos revela un desencanto del mundo que ha perdido la fe en todo lo que hay de esencial en la vida. Aun sin querer caer en el tópico del spleen parisino, lo cierto es que Rigaut vivió atormentado por el tedio y la apatía que le producían los quehaceres mundanos y las personas que lo rodeaban. Esta circunstancia se debía al sufrimiento precoz al que había sido abocado desde muy niño.

Sin embargo, la desidia fue su fuerza. Al condenarse a muerte a muy temprana edad, la parca tomó en él la forma de un espolón o una arenga de guerra.

«Intentad, si podéis, detener a un hombre que viaja con el suicidio en el ojal.»

Cuando uno decide su muerte, se hace dueño de ella, adquiere un carácter transformador que convierte el tiempo de vida en un propósito; cobra el sentido del acto de libertad más prístino que puede otorgarse uno mismo. Cuando la muerte te pertenece, también lo hace la vida, cuyas tentativas a ciegas adquieren una significación ontológica.

«Apreté el gatillo, el percutor bajó, el tiro no había salido. Entonces puse el arma sobre una pequeña mesa, probablemente con una risa un poco nerviosa. Diez minutos después, dormía. Creo que acabo de hacer una observación bastante importante, tanto que… ¡naturalmente! No importa que no pensase ni un solo instante en disparar una segunda bala. Lo que importaba era haber tomado la decisión de morir, y no que muriese.»

Lo importante era haber poseído a la muerte, haberla acorralado con una voluntad que se descubre autónoma en su sentido más puro. Evadir la más que presumible posibilidad de una existencia inauténtica mediante la única certeza posible.

Finalmente, en 1929, ingresado en una clínica de desintoxicación, Jacques Rigaut se suicida disparándose una bala en el pecho a la edad de treinta años, tras usar una regla para medir la posición exacta del corazón y no fallar el tiro. Vestido y acicalado especialmente para la ocasión, había acomodado su cama con almohadones para no perder la postura. No podemos decir, entonces, que fuera una decisión que tomase de súbito, sino una idea cuyo germen residía en lo más hondo de su persona.

Tras el fallecimiento, sus amigos recopilaron todos los escritos que pudieron encontrar y publicaron su obra, gesto al cual debemos hoy la presente edición. Uno de los más allegados, Pierre Drieu La Rochelle, quien no pudo cargar con el pesar de la culpa, le dedicó varios de sus textos, entre los que destaca su carta de despedida Adiós a Gonzague, incluida en esta recopilación y escrita a modo de disculpa por no haberse tomado en serio los delirios fúnebres del poeta.

Y es que nadie creyó en él: a todos dejó atónitos la noticia. Ni uno de sus amigos o conocidos dio muestras de haberse imaginado lo que habría de ocurrir. Sus escarceos de poeta suicida se acabaron tomando por un ejercicio de estilo, por otra de sus habituales chanzas teñidas de humor negro. Aquello que había temido siempre, ser sustituido por el que mira en el espejo, cobró forma y le arrebató su identidad en pos del personaje que había creado a partir de sí mismo. Su obra finalizó con el último latido de su corazón.

Sarai Herrera

Nota preliminar

La selección de los textos recogidos en esta edición incluye algunas de las mejores composiciones de Rigaut, así como otras inéditas en castellano, como Lord Patchogue, y el sentido testimonio de su gran amigo Pierre Drieu La Rochelle.

El objetivo de esta antología es ofrecer al lector una selección representativa de la trayectoria literaria del poeta y una instantánea general de la recepción cultural de su obra, una gran fuente de inspiración artística que merece la pena rescatar.

Selección de textos de Jacques Rigaut

Novela de un joven hombre pobre

Se le ha concedido tanto sitio al amor que parece que sobrepase en utilidad al resto de las cosas. A medida que el dinero se hace más necesario, más exigente, deviene más admirable, más amado; como el amor. —Podemos alegar lo contrario tan felizmente—. Yo soporto mi miseria con más facilidad desde que sueño con la existencia de gente rica. El dinero de los otros me ayuda a vivir, pero no solo como se da por supuesto. Cada Rolls-Royce que me encuentro prolonga mi vida un cuarto de hora. Antes que saludar a los coches fúnebres, la gente haría bien en saludar a los Rolls-Royce.

Pensar es un trabajo de pobres, una miserable revancha. Cuando estoy solo no pienso. No pienso si no me veo forzado a ello; las coacciones, el pequeño examen que hay que preparar, las exigencias paternas, ese trabajo que es necesario sufrir: todo esfuerzo asalariado me lleva a pensar, es decir, a decidir matarme, lo que viene a ser lo mismo.

No hay treinta y seis maneras de pensar; pensar es considerar la muerte y tomar una decisión. De lo contrario, duermo. ¡Elogio del sueño! No solo el magnífico misterio de las noches, sino la imprevisible torpeza. Cerca de vosotros puedo imaginar una existencia satisfactoria, compañeros de sueño. Dormiremos detrás del chapoteo de nuestros cilindros, dormiremos con los esquís puestos, dormiremos ante las ciudades humeantes, en la sangre de los puertos, encima de los desiertos, dormiremos sobre el vientre de nuestras mujeres, dormiremos persiguiendo el conocimiento, armados de tubos de Crookes1 y de silogismos, los buscadores del sueño.

Cuando circule en mi n HP, que los poetas se pongan en guardia, ¡que no se entretengan en los refugios de las avenidas porque sería capaz de hacer alguna que otra cosa! ¡Ese pensador desdeña los dólares, seguro! ¡Tiene en la mano realidades igual de inmediatas, seguro! Mientras tanto, allí está, esperando en una acera, con un número en la mano, buscando sitio dentro del autobús, y cuando paso cerca de él en mi coche, sonrío de placer salpicándole, y él y otros muertos de hambre, murmuran:

—¡Imbécil!

—¡Eso lo serás tú! Yo duermo. Tú, en tu despacho, te enfadas o te enojas, ¡piensas en la muerte, sucia víctima! ¡El amor, tu inteligencia! ¡Sin embargo, uno se deja llevar por tal indulgencia hacia esas mujeres, cuando recuerda qué amantes han dado a sus poetas como rivales! Espera un poco a que sea el hombre más rico del mundo y verás quién se encargará de los innobles quehaceres de mi hogar. ¡Callad! ¡Los pensadores cuidarán mis coches! ¡Reíd ahora! ¿Es que no notáis el mérito de mis millones, su gracia? Tendría entonces la primera balanza exacta; yo sé el precio de las cosas, todos los placeres tienen una tarifa. Consultad la carta. Love to be sold. Aquí estoy, ¡asegurado contra las pasiones! El consentimiento de la gente me da igual, y si los sacrificios e ir contra natura lo reemplazan, yo me lavo las manos.

Un hombre que me quiere bien2 pero que tiene veinte años más que yo me ofreció como medio de existencia —a fin de no alejarme de esta vida especulativa para la que había manifestado yo tantas aptitudes, ¡ya ves!— clasificar fichas en una biblioteca y componer una antología de los pensamientos de un gran capitán o de un monarca. Espantado, no pude responder a ese hombre valiente; preferiría pasar por el Tribunal Criminal antes que ser reducido a semejantes trabajos. ¡Alabado sea Dios! Queda la Bolsa, de libre acceso incluso para los que no somos judíos. Hay, por otra parte, otras maneras de robar. Es una vergüenza ganar dinero. ¿Cómo pueden los médicos no enrojecer cuando un cliente les pone un billete sobre la mesa? Desde el momento en que un hombre se ve en el caso de aceptar dinero de alguien, ya puede esperar que se le pida bajarse los pantalones. Si uno no presta servicio benévolamente, ¿por qué lo presta? Sé muy bien que yo robaría por delicadeza.

La pequeña V… viene de desposarse con un chico rico; ella lo ama. No es su dinero lo que ama, lo ama porque es rico. La riqueza es una cualidad moral. Los ojos, la piel, la salud, las piernas, las manos, el Packard de doce cilindros, la piel, los andares, la reputación, las perlas, los prejuicios, el perfume, los dientes, el ardor, la ropa que hace el gran modista, los senos, la voz, el hotel Avenue du Bois, la fantasía, el rango social, los tobillos, el maquillaje, la ternura, la destreza en el tenis, la sonrisa, los cabellos, la seda; no hago diferencias entre estas cosas, y ninguna de ellas me seduce menos que las demás.

No hemos vivido más que de posibilidades y no ha habido, sin embargo, otra cosa que el balcón de Julieta, ese cubito azul que circulaba —con diferentes grosores— de un jugador a otro sobre el tapiz verde de la sala de bacará. Un gran golpe. Alrededor de la mesa, las caras funcionaban al ralentí, las sonrisas se dibujaban con esfuerzo, después se inmovilizaban unos dedos temblorosos. Al alba descubrí lo que era el respeto, cuando vi a aquella mujer que llevaba en su bolso innumerables años de insolencia reencontrar a la salida del casino a las pescadoras de camarones, que regresaban de la mar, mojadas, cargadas de redes, con los pies desnudos.

Joven hombre pobre, mediocre, veintiún años, manos limpias, se casaría con mujer, veinticuatro cilindros, salud, erotómana o hablante de anamita.3 Escribid a Jacques Rigaut, 73, boulevard Montparnasse, París (6.º).

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