Kitabı oku: «Empatías urbanas y geosemiótica», sayfa 3

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Se declaró el descrédito del discurso que dejó sentir sus efectos secundarios: la realidad físico-espacial y el tiempo presente desaparecían en medio de hiperrealidades espaciales, simulaciones de realidad atemporal. En 1990, Octavio Paz ganó el Premio Nobel de Literatura y pronunció un discurso revelador respecto a la importancia del tiempo presente en un mundo que proclamó la posmodernidad:

Decir que hemos sido expulsados del presente puede parecer una paradoja. No: es una experiencia que todos hemos sentido alguna vez; algunos la hemos vivido primero como una condena y después transformada en conciencia y acción. La búsqueda del presente no es la búsqueda del edén terrestre ni de la eternidad sin fechas: es la búsqueda de la realidad real. (s. p.)

Perder el presente significa perder el sentido de la realidad, porque el valor de la vivencia cotidiana desaparece y lo cotidiano no es motivo de atención. De esta manera, se disipa la noción de lo real, que ahora se recupera, porque solo ella nos acerca al presente. Realidades hay muchas, pero la realidad real es la que se vive, se experimenta y la cual es determinante para el espacio, pues este último es contenedor y condición inherente de dicha realidad:

Alternativamente luminoso y sombrío, el presente es una esfera donde se unen las dos mitades, la acción y la contemplación. Así como hemos tenido filosofías del pasado y del futuro, de la eternidad y de la nada, mañana tendremos una filosofía del presente. La experiencia poética puede ser una de sus bases. ¿Qué sabemos del presente? Nada o casi nada. Pero los poetas saben algo: el presente es el manantial de las presencias. (Paz, 1990, s. p.)

Al parafrasear a Cavafis, Paz (1990) propone la acción y la contemplación como los ingredientes constituyentes del presente. Estos sustantivos son el vehículo a la realidad real. El primero se preocupa por la exaltación de las actuaciones humanas y el segundo se relaciona con el entendimiento, la interpretación y la percepción de un espacio que sustenta la acción. Contemplación y acción, dos sustantivos, evidencian la magnitud del tiempo presente y su profundidad. Dos dimensiones con las que surge la realidad real, gracias al espacio del presente. Por ello, la receta de la realidad es acción, contemplación y espacio.

Esta reflexión garantiza una correlación diferente entre habitante y espacio. Este último es cualificado de acuerdo con las actividades que se generan en él y que no solo dependen de su función predeterminada. Hoy el acontecimiento abierto y espontáneo reemplaza al concepto de función, que determinó, jerarquizó y estructuró las actividades en el espacio. Por otra parte, la contemplación no es un acto de percepción visual de lo físico con efectos psicológicos, sino que propicia la representación de la realidad completa y compleja. Observar es más que percibir, es interpretar, leer, depurar y consolidar una lógica amplia de la realidad. De esta manera, el espacio participa en la formación del presente, en el que la realidad real es el encuentro de la acción libre en el espacio y su contemplación profunda.

Toda acción es individual o colectiva, la cual cobra importancia cuando se consolida en una unidad que se reconoce, representa y nombra. Esta unidad se denomina evento. Además, la unidad de la contemplación, que es lectura profunda de la realidad, es el relato o imagen de la vivencia. Así el evento y su relato en el espacio son los componentes de la realidad real propuesta por Paz y, por lo tanto, es la esencia del presente. El evento manifiesta la realidad del presente y la contemplación lee esa realidad cuando explica su relato o imagen y escribe la historicidad del presente. De este modo, se habla de la dimensión del presente, la cual, al no competir con la duración, tiene que ser medida en términos de su magnitud y de su profundidad.

Esta es la afirmación que resume el concepto de lo infinito, el cual no debe ser buscado en el futuro o en el pasado, sino en la profundidad del presente. El presente es la instancia en la cual el evento y el espacio generan el relato, mientras construyen su sentido mutuo y la historicidad de lo urbano. ¿Cuál es la responsabilidad, la verdadera función del espacio en la profundidad del presente? El espacio no es solo el contenedor de funciones predeterminadas o la escena estética de la historia, sino el estructurador del relato que figura el tiempo en la historicidad de lo urbano y, desde esta perspectiva, su responsabilidad también será propiciar el evento espontáneo, un espacio que asimile y exalte las actividades orgánicas de una comunidad.

Esta visión permitirá entender que el espacio urbano, antes de ser la representación de macrodiscursos de poder, empoderaría a la comunidad para apropiarlo y construir su historicidad a partir de relatos urbanos que reflejen su cotidianidad simbólica: el espacio del presente, donde se erija el sentido de lo urbano.

La dimensión temporal del espacio se encarna en el evento que redimensiona al presente, el cual, a partir del relato, se estructura con la cadena temporal e histórica de lo urbano. El cuerpo percibe el espacio; por ello, la experiencia de los sentidos también se interpreta de forma simbólica, cuando hace memorable, en el cuerpo, la experiencia del espacio. Esta es una relación con el espacio que, desde el Barroco, se considera fundamental en el bienestar del habitante. Esta estimulación sensorial, por los efectos del espacio en el cuerpo, de acuerdo con algunos autores, es poética. Sin ahondar en el conocimiento de esta condición, a continuación, se desarrolla este concepto, en la búsqueda de su definición y racionalización (figura 7).

Figura 7. Presente: espacio y evento

2.2 La imagen poética del espacio: el espacio-cuerpo

En los ámbitos académicos latinoamericanos, durante los años 90, se difundió la idea de que la cualidad poética de lo arquitectónico o urbano dependía del alto contenido estético del espacio, cuya capacidad para estimular los sentidos fue el propósito de algunos de los proyectos de arquitectos como Luis Barragán y Rogelio Salmona.

Sin embargo, esta designación, más que enriquecer la reflexión teórica sobre el espacio, cimentó una distancia epistemológica entre la obra y la reflexión sobre ella. Por esta razón, el presente apartado se adentra en los fundamentos sobre el espacio, en su capacidad para estimular los sentidos y construir una recordación físico-simbólica de la experiencia espacial que aporta en la formación de un presente más intenso o profundo; lo cual sucede en el encuentro entre evento y espacio, tratado con anterioridad.

La concepción del espacio, en la tradición clásica oriental, es la base de una reflexión profunda sobre el mismo y su cualidad poética, pues concibe su origen tan representativo y simbólico como el objeto. Esta visión, manifiesta en el poema número 11 del Tao-Te-Ching. El libro del recto camino, da al espacio un valor original en la construcción de conocimiento sobre un presente dimensionado y profundo:

Treinta radios se unen en el centro;

Gracias al agujero podemos usar la rueda.

El barro se modela en forma de vasija;

Gracias al hueco puede usarse la copa.

Se levantan muros en toda la tierra;

Gracias a las puertas se puede usar la casa.

Así pues, la riqueza proviene de lo que existe,

Pero lo valioso proviene de lo que no existe. (Lao-Tse, 2003, p. 11)

Lo que no existe tiene más valor que lo existente. Esta concepción se refiere a que el tao se representa en el mundo real en dos dimensiones: lo existente y lo no existente. La filosofía china taoísta postula un origen simbólico relevante para el espacio, porque es la condición de lo objetual, es protagonista en la construcción de la realidad.

El espacio, como lo no existente, encarna la otra dimensión del objeto, el antiobjeto, una realidad inmaterial, a partir de la cual se construye el sentido de lo tangible. El espacio es el estado intermedio entre el tao y la realidad objetiva. El poema de Lao-Tse (2003) propone que si la copa no se usa perdería su sentido, porque su espacio le permite su construcción. Esto también ocurre con el muro. ¿Podría decirse lo mismo de la casa, de la ciudad? El espacio otorga significado o se afirma que la relación con el espacio otorga discernimiento a la realidad objetual. Pero, ¿cuál es el sentido simbólico real del espacio? De acuerdo con el poema, el espacio adquiere valor en su experimentación.

Como afirmó Barragán (1980), “La función de la arquitectura debe resolver el problema material sin olvidarse de las necesidades espirituales del hombre” (s. p.). Son estas necesidades humanas las que alimentan lo cotidiano, con imaginación y sentido. Algunos arquitectos latinoamericanos de finales del siglo XX, como Barragán y Salmona, presentaron arquitecturas que buscan más que cumplir con el modelo moderno, al retornar los valores del lugar, el paisaje y la cultura. Plantearon espacios que pretenden exaltar el espíritu del habitante, a partir del enriquecimiento de esta vivencia con valores estéticos más figurativos, por lo que se designan arquitecturas poéticas.

Desde esta perspectiva, la experimentación del espacio da significado a la realidad y adquiere valor simbólico cuando sus cualidades estéticas de color, luz, materiales y formas refieren a una historicidad cultural determinada. La experiencia del espacio adquiere, además de sentido existencial, un sentido histórico, cultural, estético y simbólico. A la manera del realismo mágico, este tipo de espacio se establece como una realidad exaltada, puesto que su imagen es tan fuerte que gana su designación de espacio poético. De acuerdo con Paz (1972), la imagen del poema está más allá de las palabras:

la piedra de la estatua, el rojo del cuadro, la palabra del poema, no son pura y simplemente, piedra, color, palabra; encarnan algo que los trasciende y traspasa. Sin perder sus valores primarios, su peso original, son también como puentes que nos llevan a otra orilla, puertas que se abren a otro mundo de significados indecibles por el mero lenguaje. Ser ambivalente, la palabra poética es plenamente lo que es: ritmo, color, significado y, así mismo, es otra cosa: imagen. La poesía convierte la piedra, el color, la palabra y el sonido en imágenes, y por el extraño poder que tiene para suscitar en el oyente o en el espectador constelaciones de imágenes, vuelve poemas todas las cosas de artes. (p. 22)

Esta afirmación debe trabajarse por partes. En primera instancia, Paz (1972) propone que los elementos tangibles, objetuales, incluso las palabras, producen la imagen, pues son más de lo que son. Esta información contenida se revela a partir del vínculo entre ellos. En segunda instancia, los elementos o las palabras son algo más de lo que vemos en ellos y aquello que contienen los trasciende; es el puente que los llevan a otra orilla, a un mundo indecible de significados con las palabras, porque ya son un signo. Ese mundo es inducido por los elementos o las palabras signo. De esta manera, aparece la contemplación e impulsa este viaje que se inicia en los elementos y lleva al mundo de los significados.

El poeta organiza las palabras, de tal manera que van más allá de sí mismas, cuando forman parte de una estructura sintáctica original mayor y escriben el verso que se eleva sobre el mundo pragmático de la frase. El poeta rompe el límite de la significación, genera la imagen del poema y estimula, de manera extraordinaria, la imaginación del lector.

Los arquitectos poetas ensamblan, en específico, los elementos que conforman el espacio, alcanzan un fuerte impacto sensorial mediante texturas, colores, luz, mientras ejercen su poder estético en el espacio. Esta hiperestetización estimula los sentidos y la imaginación, como evocaciones que enriquecen la experiencia espacial. Se afirma que los elementos arquitectónicos y urbanos, como las palabras, son lo existente, y el espacio, como la imagen, es lo no existente. En esta fórmula cualitativa, se encuentra la explicación del poder espacial fundamentado en la imagen estética generada por la estimulación sensorial (figura 8).

Figura 8. El espacio, como la imagen, es lo no existente

Cabe preguntarse dónde queda la acción propuesta por Paz como la otra mitad para fabricar el presente. Pareciera que la imagen se vislumbra a partir del juego compositivo de los elementos que se organizan y estructuran, como las palabras en el verso. La frase representaría, entonces, la realidad pragmática y el verso es la otra orilla donde la imagen poética habita. De tal suerte que el manejo de los elementos, su organización y su estructuración marcan la diferencia entre un espacio funcional y uno poético.

Es claro que la imagen que estimula la imaginación del habitante se produce por una combinación de los elementos tangibles y, en el espacio, su información se consolida. De esta forma, se explica la fuerza de los espacios de Barragán, Salmona y otros. Este espacio poético se fortalece a partir de las cualidades físico-simbólicas de los elementos que los configuran, pues es una imagen que tiene su origen en lo plástico, es una fuerza estética que estimula los sentidos y que, si se inspira en el lugar, en el paisaje o en las herencias, causa efectos evocadores que propician una vivencia más fuerte del espacio. Se trata de un juego de lo físico sobre los sentidos para estimularlos con experiencias sobre las cuales surge lo simbólico y lo espiritual.

Así lo creyeron muchos que persiguieron esta hiperestetización del espacio urbano y arquitectónico, donde la estimulación de los sentidos, gracias a efectos de luz, color, formas, texturas o relaciones, estimuló el cuerpo y el espíritu, de tal manera que la experiencia del espacio resultara extraordinaria y, por lo mismo, memorable. No se pude dejar de pensar en el salón de los espejos y todo el mundo sensualista cortesano y barroco, como un fenómeno neobarroco propuesto por Calabrese (1999).

Algunas arquitecturas de finales de la modernidad en Latinoamérica se consideraron poéticas, por su capacidad para estimular los sentidos y evocar la imaginación a partir de la experiencia físico-estética del espacio. En 1965, se publicó La poética del espacio, de Gastón Bachelard. En esta obra pilar en la historia de la semiología espacial, la localización otorga al espacio su cualidad simbólica. La buhardilla, al estar en lo alto de la casa, evoca libertad, ensoñación; el sótano, al estar debajo, corresponde a lo oscuro, lo oculto. La experiencia plástica es fundamental, pero no es suficiente. Su ubicación dentro de una estructura mayor garantiza trascendencia al espacio. La contemplación tampoco es suficiente, porque la localización no se entiende solo con los sentidos. Esta cualidad topológica del espacio, por ejemplo, en los egipcios, arropó de simbolismo a su paisaje y su cosmos; por ello, la interpretación de la experiencia espacial no es un asunto estético, sino también topológico.

Al volver a Paz y su búsqueda del presente, este encuentro se lograría con espacios poéticos producto de su riqueza plástica y su cualidad topológica. La experiencia del espacio es más fuerte y, de alguna manera memorable, debido a que este tiene el poder de construir el presente en la experiencia espacial. Sin embargo, hace falta encontrar el tercer elemento en consideración: la acción. En este punto, el acontecimiento o el evento aparecen como unidad básica del presente, el cual definirá la cualidad social del espacio, pues no se hablaría de la función de uso del espacio, sino de su capacidad para contener un evento, que es sociopolítico.

De esta manera, el discurso posmoderno en Latinoamérica proyectó arquitecturas del lugar y del espacio, en las cuales la experiencia estética sobreestimuló los sentidos. Algunos arquitectos y urbanistas se reconocen por su contribución a la historia de la arquitectura y de la ciudad; contribuciones que reelaboran el lugar, su paisaje y su historia, cuando estetizan todo cuanto pueden. En otros términos, traducen en experimentación de los sentidos los datos plásticos culturales y simbólicos, como color, texturas, materiales, relaciones espaciales únicas y memorables, mientras viven experiencias espaciales estimulantes, más en lo arquitectónico que en lo urbano. Esta actitud poetizante del espacio y de su experimentación marcó una época en Latinoamérica, pero dejó sin resolver el problema del espacio social y político en lo urbano, porque hizo énfasis en lo estético y lo topológico como actos del cuerpo y descuidó el evento colectivo o las apropiaciones simbólicas.

Es claro que esta búsqueda de un espacio lleno de estimulaciones a la imaginación del habitante tiene mayor impacto en lo arquitectónico que en lo urbano. Algunos proyectos, como el Eje Ambiental, sobre la Calle 13 o la Avenida Jiménez, en el centro de Bogotá, representan la intención de llevar a la calle estas ideas. Sin embargo, la ciudad da cuenta de un choque grotesco entre la intención y la realidad. La dimensión social, el comportamiento de habitantes residentes o flotantes y los formatos de gestión del espacio urbano son realidades que abordan el proyecto y desvirtúan su profunda intensión.

El presente es, entonces, el tiempo hecho de percepciones memorables, gracias al poder estimulante de la imagen estética. El espacio refuerza la profundidad del presente, en la medida que una impresión físico-simbólica de los sentidos acompaña al acontecimiento o al evento, unidad de acción humana. El presente recobra vida en el cuerpo del habitante y la profundidad del presente se hace infinita, pero la vivencia, además de ser estética, implica lo social. De esta manera, lo estético y lo social son contenidos por el espacio que, de acuerdo con sus cualidades y relaciones, potencializa al presente, como la acción y la contemplación que propone Paz (1990).

Se busca, en consecuencia, el valor de la acción. Las formas de relación cotidiana con el espacio proponen otras significaciones, a partir de las cuales se genera el relato urbano. Al respecto, se estudian dos obras, La invención de lo cotidiano (de Certeau, 2000), que otorga valor a la pequeña escala, y El andar como práctica estética (Careri, 2014), la cual, al acercarse al dadaísmo y al situacionismo, presenta el acto de caminar como una manera de descubrir la verdadera naturaleza del habitar urbano.

2.3 Intangible: el espacio social, apropiación e identidad

La dimensión social del espacio es un capítulo que debe intervenir en la construcción de un presente más profundo y le debe otorgar una capacidad más amplia que la funcional. Las formas de apropiación del espacio urbano se generan por fenómenos sociales que les dan vida. El uso emergente del espacio y su apropiación espontánea, en lo urbano, son cualidades y valores sin los cuales la relación con el espacio se propone solo como un acto de uso en lo individual y en lo colectivo, o como una contemplación de lo plástico que, aunque proponga dimensiones semióticas e integre al habitante con el espacio, no integra al habitante con los otros. Por esta razón, cobra importancia la consideración del evento como unidad de acción del presente. Un concierto, un desfile, una fiesta, un paseo, son unidades de acción que ocurren en el espacio y, junto con las cualidades topológicas (relaciones y valores de localización espacial) y estéticas, reafirman el valor simbólico del espacio desde lo social. En estos términos se refiere Noguera de Echeverry (1989):

Y fue esta visión positivista de la ciudad, la que llevó a que los planificadores urbanos se preocuparan de la ciudad física y no de la ciudad poiesis, como acontecimiento cultural, como expresión simbólica, o como una alteridad que nos habla. (p. 10)

Esta reflexión expresa el interés por entender mejor los otros fenómenos de la ciudad, esos que tienen que ver con su vitalidad, con el suceso que evidencia su cultura y con su expresión simbólica. El acontecimiento en el espacio público, al congregar a la comunidad con libertad, es simbólico, social y expresa la cualidad cultural de una comunidad.

Al no formar parte del programa arquitectónico o urbano, los acontecimientos urbanos, causados por fenómenos sociales emergentes durante el siglo XX, no se consideraron ingredientes del diseño urbanístico. El uso leve del espacio no se tomó en cuenta. Aunque en el espacio arquitectónico este fenómeno es menos evidente, en el urbano es fundamental, porque asegura la originalidad, la vitalidad y la estructuración de una realidad social compleja, la cual define la vida cotidiana de una comunidad y la creación de un relato urbano símbolo de identidad cultural.

En las últimas décadas, el interés por la ciudad invisible o intangible es multidisciplinar, mientras el proceso para estructurar este conocimiento es constante. Manuel Delgado Ruiz (1999) afirma que “de un lado tenemos la ciudad geométrica, hecha de construcciones visuales, planificada, legible. De otro lado la ciudad-otra, poética, ciega y opaca, trashumante, metafórica, que mantiene con el usuario una relación parecida a la del cuerpo a cuerpo amoroso” (p. 14). Esta ciudad-otra es reconocida por la literatura, pero también por la geografía urbana, la sociología y la antropología urbana. Cada disciplina aporta conocimientos valiosos que deben ser contrastados para diagnosticar, con precisión, esa otra dimensión de la ciudad. El énfasis en el estudio del espacio es propuesto por Delgado Ruiz (1999), al afirmar:

En cierto modo la antropología de lo urbano se colocará en la misma tesitura que pretende ocupar la antropología del espacio: una visión cualitativa de éste, de sus texturas, de sus accidentes y regularidades, de las energías que en él actúan, de sus problemáticas, de sus lógicas organizativas […] un objeto de conocimiento que puede ser considerado, con respecto a las prácticas sociales que alberga y que en su seno de despliegan como una presencia pasiva: decorado telón de fondo, marco […] pero también como un agente activo, ámbito de acción de dispositivos que las determina y las orienta, al que los contenidos de la vida social se pliegan dócilmente: el espacio algo que las sociedades organizan y algo que las somete. (p. 11)

El espacio social y el espacio antropológico presentan dimensiones de la realidad que las disciplinas de lo físico poco entienden. Un primer acercamiento a lo social consiste en entender de qué manera ocurren los acontecimientos urbanos y cómo su cualidad empatiza con la cualidad física o estructural. Esta relación se detecta si se estudia el acontecimiento urbano, pues, al ser social y espontáneo, tiene valor cultural intrínseco, mientras implica temporalidad, cuando hace una lectura del espacio urbano y logra que las cualidades del espacio y del acontecimiento se posibiliten de forma recíproca.

El acontecimiento urbano, al ser intangible, es efímero y fluctuante. En consecuencia, se revisa bajo las tres ópticas propuestas por Ítalo Calvino, en su libro Palomar (1997). La descripción, el relato y la meditación son tres modos de observación, que se enfocan en una cualidad específica de la realidad. La primera se refiere a lo físico, la segunda a lo cultural y la tercera a las dimensiones trascendentes. Con estos tipos de experiencia, se determinan las cualidades físicas, culturales y míticas del acontecimiento urbano. De esta manera, con la participación espontánea del habitante colectivo, cada acontecimiento urbano se consolida en el tiempo y se explica cuándo y por qué es simbólico y se le declara mítico o patrimonial.

2.3.1 Describir: sobre la dimensión de lo físico

Este acontecimiento urbano es causado por un evento que se mide en términos de su coordenada espaciotemporal. Cuando Delgado Ruiz (1999) define los fenómenos urbanos como una hidrostática urbana les concede una habilidad física que implica lo estático, lo móvil, la gravedad y la tensión del movimiento: “Las metáforas hidrostáticas de los cuerpos fluidos, una variable más en la comprensión de la complejidad que configuran esos lugares y territorios a veces fluidos, a veces sólidos, a veces cenagosos, a veces desérticos, de la hidrostática urbana” (p. 10). En el prólogo de la obra de Delgado, se induce a buscar mayor conocimiento sobre la definición de lo físico entre el espacio y el acontecimiento. Delgado Ruiz (1999) define el trabajo del antropólogo urbano en los siguientes términos:

Decididamente una antropología urbana no podía, por ello, sino aparecer condenada a atender estructuras líquidas, ejes que organizan la vida social en torno suyo, pero que no son casi nunca instituciones estables, sino una pauta de instantes, ondas, situaciones, ritmos, confluencias, encontronazos, fluctuaciones. (p. 5)

El estudio de lo urbano es el estudio de lo líquido (Delgado Ruiz, 1999). Por su movilidad e inestabilidad, cada fenómeno urbano contiene una cualidad física de comportamiento y en la cual existe una condición espacial inherente. Diseñar objetos y espacios arquitectónicos es diseñar lo estático y lo perenne. Sin embargo, cuando se crea un fragmento de ciudad se crea también lo móvil y lo inestable (la ciudad-otra de Delgado Ruiz, 1999). Las cualidades físicas del objeto y del espacio motivan comportamientos en la ciudad líquida, la de los acontecimientos.

Si la corriente del cauce urbano es fuerte y veloz, con un simple gesto se producen transformaciones de movilidad; pero, si el panorama es desolador, la estrategia consistiría en ejercer movimiento, mediante la reciprocidad entre la cualidad del espacio y el acontecimiento. Sucede que un acontecimiento fuerte determina la forma del espacio, porque, al desarrollarse, el espacio se erige de manera consecuente, pero cuando el espacio se diseña y edifica, el acontecimiento tal vez ocurre. A su vez, un acontecimiento, cuando está sin hogar, de alguna manera, se adapta a las condiciones físicas establecidas por un espacio preexistente.

La cualidad física del espacio (geometría, localización) y la del acontecimiento siempre se determinarán en simultáneo; tanto que, en general, espacio y acontecimiento se comportan como reflejo del otro. Debido a que el fenómeno es recíproco, lo importante es el resultado que se proyecta como realidades urbanas.

Mientras un espacio cóncavo reúne y mantiene aquellos comportamientos humanos móviles e inestables, todo espacio convexo diluye lo estable. Según Cornelis van de Ven (1981), Sitte defiende esta cualidad espacial como generadora de habitabilidad:

Sitte rechazó de plano la existencia de masas escultóricas exentas como elementos que dominasen espacios urbanos, pues el efecto de espacio rodeando un volumen podría destruir la unidad del espacio urbano, de este modo el centro de las plazas debería dejarse libre y los monumentos deberían ser llevados hacia los muros o paredes del contorno. Su gran ideal era un espacio rodeado de volúmenes y experimentado como un conjunto ininterrumpido. (p. 141)

De esta manera, el espacio cóncavo y el espacio convexo son habitados por acontecimientos propios. Cada plaza es el fin de toda romería, visita o diligencia; es la presea por conquistar, el final de cualquier recorrido. Parece que al llegar a ella se iniciará un nuevo recorrido. La plaza es comienzo y fin de caminos. Su concavidad le otorga ese poder para congregar y detener el movimiento, propicia acontecimientos que la habitan de manera permanente. En muchos casos, ella es espacio de fenómenos simultáneos, mientras que la relación con los caminos que llegan o salen de ella, le ofrece la posibilidad de recibir el movimiento de gentes; de allí que su cualidad cóncava contiene el acontecimiento. En este caso, dicha cualidad determina lo controlable, lo previsible y lo programable de sus acontecimientos.

Sin embargo, la plaza es génesis. El acontecimiento busca un espacio para establecerse y, al no encontrar una plaza preexistente, funda un lugar que consolide su naturaleza como un cruce de caminos a partir del cual se desarrollan poblaciones. Al respecto, Delgado Ruiz (1999) señala cómo la antropología urbana tiene una variante específica dedicada al espacio urbano:

En cierto modo la antropología de lo urbano se colocaría en la misma tesitura que pretende ocupar la antropología del espacio: una visión cualitativa de éste, de sus texturas, de sus accidentes y regularidades, de las energías que en él actúan, de sus problemáticas, de sus lógicas organizativas [...] un objeto de conocimiento que puede ser considerado, con respecto de las prácticas sociales que alberga y que en su seno se despliegan como una presencia pasiva: decorado telón de fondo, marco; pero también como un agente activo, ámbito de acción de dispositivos que las determina y las orienta, al que los contenidos de la vida social se pliegan dócilmente. El espacio: algo que las sociedades organizan y algo que las somete. (p. 11)

El espacio se estudia como telón de fondo de la vida urbana y como una escenografía que enmarca la acción. No obstante, Delgado Ruiz (1999) lo propone como ente participante en la cualidad de lo urbano. Es claro que la relación es recíproca y, como el espacio contribuye en la consolidación del acontecimiento, el acontecimiento participa en la transformación o afianzamiento de las cualidades físicas y forja las dimensiones simbólicas del espacio.

Existen varios casos de acontecimientos huérfanos, que encuentran un espacio apropiado, se acomodan a él o lo construyen de acuerdo con su necesidad. El Mercado de las Pulgas, en el centro de Bogotá, es uno de esos acontecimientos, porque busca un lugar adecuado. Después de estar en la Tercera, pasó por el Parque de los Periodistas y, durante varios años, se ubica en el parqueadero de la 24 con Séptima. Por su carácter nómada, este fenómeno urbano tal vez nunca halle su lugar apropiado, aunque construya identidad o apropiación en el lugar. La dimensión física del espacio implica una cualidad de acomodación del acontecimiento al espacio prestado. En las calles aledañas, se reconoce un flujo humano que se ajusta a las cualidades físicas del espacio. El Mercado de las Pulgas es un acontecimiento que usa el espacio y genera otros sucesos menos jerárquicos en el sector, los cuales se acomodan a la forma y relaciones del espacio físico. En este caso, las transformaciones en el sector son artificiales y temporales.

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