Kitabı oku: «Una escuela en salida», sayfa 3

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AL VERLO SE COMPADECIÓ.
LA MIRADA COMPASIVA

El sacerdote, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio; al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba el hombre y, al verlo, se compadeció (Lc 10,31-33).

Calasanz había tenido la oportunidad de ver muchas realidades de sufrimiento en su propia familia y en las comunidades rurales a las que atendió en sus primeros años de sacerdocio. Ya en Roma visitó con frecuencia muchos hogares tocados por la miseria y la enfermedad. En una sociedad como la europea del siglo XVI era imposible caminar unos metros sin tropezarse con indigentes, niños de la calle y delincuentes.

Algo le sucedió interiormente en el mortuorio de la mamá de Gianluca que le cambió su percepción sobre la realidad de la pobreza. El niño le recordó con cariño el momento en que visitó a su mamá en el lecho de muerte, y se quedó profundamente impresionado por la miseria en que vivían los niños sin el cariño de una madre.

Calasanz puso nombre a la pobreza: Gianluca, Pierino, Mario, Patricia... Ya no eran unos pobres más a los que visitaba semanalmente; eran personas con rostro, con una historia concreta de sufrimiento y desamparo. A partir de esta visita ya no pudo pasar más de largo, se detuvo y se compadeció de los niños.

Muchas personas pasan delante de los que han sido «apaleados» y dejados en las cunetas de los caminos, pero no se inmutan. No interpretan que el herido abandonado es una llamada a dar una respuesta. Pasan de largo como espectadores sin percibir su sufrimiento.

¿Cuántas veces el príncipe Moisés vio el dolor de su pueblo esclavo en Egipto? Pero llegó un momento en el que vio cómo un capataz golpeaba a un hebreo, y tanta fue su indignación que mató al egipcio (Ex 2,11-12). Tanto le dolió la injusticia que lo sacó de la indiferencia en la que estaba. Ya en su exilio en el desierto escucha la voz que salía de la zarza ardiente: «Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus capataces; pues conozco sus angustias» (Ex 3,7). Dios tiene presente el sufrimiento de su pueblo y está dispuesto a liberarlo. Jesús, el «nuevo Moisés», también se compadece de la multitud, porque estaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles con calma (Mc 6,34).

La parábola del buen samaritano representa la mirada compasiva de Dios ante los excluidos por causa de la injusticia. Es un relato que ayuda a profundizar sobre el modo en que las personas ven, perciben e interpretan la realidad; especialmente la de los marginados de la sociedad. Muestra dos miradas diferentes: el sacerdote y el levita pasan de largo ante la persona herida, porque su ideología les dictaba que el herido era alguien impuro al que habían de evitar. Sin embargo, el samaritano lo ve con ojos diferentes, porque no tiene prejuicios ideológicos; lo mira como una persona con dignidad necesitada de ayuda.

La ideología –intereses, ideas, valores, creencias– son las lentes a través de las cuales se percibe la realidad. El sacerdote y el levita están cegados por una ideología que les distorsiona la mirada, de modo que no ven el dolor ajeno.

Posiblemente, el sacerdote no vio lo sucedido, ya que pasa de largo y no reconoce al apaleado al borde del camino. Tampoco puede estar seguro de que el hombre herido sea un vecino conocido, ya que no puede ser identificado, y ni siquiera se detiene. Si la persona tirada en el camino está muerta, el sacerdote podría correr el riesgo de contaminarse. Si se contamina, no puede recoger, distribuir y comer de los diezmos, y su familia y siervos sufrirían las consecuencias con él. El levita, que es de una clase social más baja, posiblemente se desplazaba a pie. Tal vez vio al sacerdote delante de él y pudo haber pensado: «Si el sacerdote continuó, entonces yo también debo hacerlo».

Tal vez ellos podrían temer por su propia seguridad. ¿Y si alguien los veía con la persona desnuda y herida y reportaba a los oficiales que el sacerdote y el levita habían cometido un crimen contra esa persona? Lo mejor era cuidar la reputación.

Para José Laguna, la ideología que provoca la indiferencia frente al dolor humano es la mentalidad neoliberal, que invisibiliza a las víctimas apartándolas de la sociedad productiva: «La ideología neoliberal que, de facto, conforma las cosmovisiones de nuestras democracias occidentales tiende a invisibilizar a las víctimas. El capitalismo salvaje justifica la existencia de pobres en un contexto de sobreabundancia como un desajuste inevitable del sistema que se puede resolver con recursos asistenciales y políticas de control social» 18.

En su reflexión señala las tres vendas que impiden ver la realidad de la exclusión: la venda de la complejidad, del presente absoluto y del consumismo.

La venda de la complejidad. La economía es muy compleja y no es posible cambiarla fácilmente. Está demostrado que, para que exista crecimiento económico global, se debe mantener la ley de la oferta y la demanda, lo que conlleva necesariamente desigualdad e injusticias. Así como existe basura tóxica de una fábrica, también el complejo sistema fabrica «excluidos», que son un mal menor.

La venda del presente absoluto. El neoliberalismo tiene la pretensión de ser el orden pleno y definitivo, porque es el modelo que mejor ha funcionado en la historia. La misma mentalidad se preocupa de maquillar el paisaje de una sociedad y esconder a los pobres para que no resulten incómodos.

La venda del consumismo. El capitalismo salvaje no sabe de personas, ciudadanos, solo conoce consumidores. En la sociedad del consumo, quien no puede comprar sencillamente no existe. Y si el mercado se preocupa de los pobres es por un tema de publicidad; por tanto, para vender más.

Tanto el sacerdote como el levita están como anestesiados e insensibles ante el dolor ajeno y no se sienten vinculados al herido. Así es buena parte de los sistemas educativos fundamentados en una cultura del bienestar y el mercantilismo, que ignora el compromiso educativo para incluir a los pobres en el discurso y la práctica educativos.

El samaritano tiene una mirada creyente de la realidad. Ante todo, ve en el herido una persona con una dignidad que está necesitada de ayuda. No se cuestiona sobre su raza, su nacionalidad y su religión. El herido es una persona con dignidad, la misma imagen de Dios herida por el pecado. Jesús lo explica con claridad: «Lo que hicisteis a uno de estos más pequeños a mí me lo hicisteis» (Mt 25,4). El «excluido» –hambriento, sediento, enfermo, encarcelado– es la misma presencia de Jesús en el mundo.

Los evangelistas recogen la mirada compasiva de Jesús en muchas ocasiones. Jesús miró conmovido a la viuda que lloraba por su hijo único. Jesús miró a la multitud y se compadeció, porque «estaban como ovejas sin pastor»; miró al ciego que estaba en el borde del camino y enseñó a nunca ser sordos ante los hermanos que están al margen; miró a Pedro con amor cuando lo negó y miró a su madre desde la cruz, y desde allí nos confió a su cuidado.

La mirada de Jesús va más allá de las apariencias. Es una mirada que nace de un corazón limpio, sin ideologías exclusivas ni rivalidades. Es una mirada compasiva.

Decía Valle-Inclán que «las cosas no son como las vemos, sino como las recordamos» 19. Para tener consistencia, la mirada sobre la realidad se transforma en relato, en memoria. Es interesante recordar cómo los griegos, para mencionar el concepto de «verdad», hacían uso del término alétheia, que literalmente significa el «no olvido», es decir, el recuerdo. Y, si no hay recuerdo, las cosas, las personas, son, pero no existen para nosotros.

La narrativa bíblica no solo cuenta la historia de una liberación; también hay una memoria de las víctimas y de la reivindicación de sus derechos pendientes. Es necesario hacer memoria del sufrimiento de las víctimas, precisamente porque sus derechos no pueden quedar en el olvido, sino que deben ser reparados en el futuro.

La historia establece hechos que son evidentes e irreversibles. La memoria, en cambio, no tiene la capacidad de cambiar los hechos, pero sí su significado. Lo que fue una ofensa, gracias al perdón puede convertirse en reconciliación. Cualquier relato enseña que no solo hace falta mirar con el corazón a los excluidos, sino hacer memoria de lo que se ha visto y oído.

Los educadores deben ayudar a sus alumnos a mirar la realidad sin prejuicios ni ideologías excluyentes. Han de ayudar a los alumnos a profundizar en las causas de la exclusión social y, sobre todo, les invitarán a narrar lo que han vivido en el encuentro con los pobres.

Para García Roca, la «escuela popular ha de custodiar y transmitir la memoria de los vencidos, de los olvidados. El rechazo de lo intolerable, vivido como ejercicio de memoria, se convierte en el gran proveedor de la dignidad» 20.

Bárcena y Mèlich proponen una pedagogía de la radical novedad que «busca tomar como punto de referencia el desecho de la Ilustración, sus márgenes y sus víctimas. En la relación educativa, el rostro del otro irrumpe más allá de todo contrato y de toda reciprocidad. No es una relación contractual o negociada, no es una relación de dominación y de poder, sino de acogimiento» 21.

Filósofos como Hannah Arendt, Emmanuel Lévinas y Paul Ricoeur afirman que la construcción de la identidad personal se constituye como respuesta a la pregunta de quién sufre y no como respuesta al interrogante de quién habla o razona. La autoridad del sufrimiento se convierte en el principio a través del cual el individuo se convierte en persona; es decir, solo siendo responsables del otro, de su vida y de su muerte, de su gozo y de sus sufrimientos, el hombre accede a la humanidad.

La construcción de la propia identidad no puede edificarse sobre el vacío o sobre la imaginación, sino sobre el recuerdo. Por ello, una buena educación debe educar la memoria con los relatos que han descubierto la esencia de la verdadera humanidad, con sus logros y sus desaciertos.

Algunas propuestas pedagógicas para educar en la mirada y la memoria:

1) Presentar relatos (literatura, cine, teatro) donde los protagonistas sean personas que han sufrido una injusticia o una situación importante de sufrimiento.

2) Enseñar a leer la realidad desde el lenguaje simbólico y poético.

3) Analizar la realidad de los excluidos desde un análisis profundo: causas de su exclusión, contexto en el que sucede, ideología que sustenta la marginación.

4) Conocer algunas interpretaciones bíblicas sobre el sufrimiento y la marginación social.

5) Ofrecer modelos actuales de «buenos samaritanos».

6) Identificar y profundizar en las ideologías que excluyen a las personas.

7) Conversar con personas que viven o han vivido experiencias de exclusión.

8) Redactar historias y experiencias de contacto con la realidad de la exclusión.

9) Expresar en lenguaje simbólico la marginación social.

10) Buscar en la prensa y los medios de comunicación cómo tratan la realidad de la exclusión.

Para dialogar en grupo

1. Identifica en tu historia personal o la de tu comunidad situaciones que has vivido de humillación y marginación. ¿Cómo lo viviste?, ¿te ha quedado resentimiento?

2. ¿Desde qué perspectiva te enseñaron la historia en la escuela: desde los vencedores o desde los vencidos?

3. Identifica alguna película o libro que te haya impactado especialmente y que narre la historia de alguien que ha sido excluido, pero que ha podido salir adelante con dignidad.

4. ¿Has conversado recientemente con alguien que haya vivido una experiencia fuerte de marginación? Cuenta cómo viviste la conversación, qué aprendiste.

5. En la escuela hay niños que viven experiencias fuertes de aislamiento. Como educador: ¿viviste algún caso de estos?, ¿cómo lo abordaste?

LO CARGÓ SOBRE SU PROPIA CABALGADURA.
ACTOS DE COMPASIÓN

Y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y, montándole sobre su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él (Lc 10,34).

Calasanz no podía permanecer impasible ante el desamparo en que se quedaron los niños. ¿Qué sería de ellos ahora que su mamá no estaba? Sentía que debía hacer algo rápido; así que, mientras pensaba en una solución más permanente, entregó unas monedas a una vecina para que los cuidara.

El corazón de Calasanz quedó herido por la miseria de los niños. No podía ni debía pasar de largo, como hicieron el sacerdote y el levita del evangelio. Cuando hay una persona medio muerta al borde del camino, no caben muchos planteamientos; hay que socorrerla de modo urgente y después ya se verá lo que se hace. Resonaron en su interior las palabras bíblicas: «A ti se te acoge el pobre. Tú serás el amparo del huérfano» (Sal 10,14). Así que cargó con la dura realidad de los niños, asumiendo las primeras consecuencias que implicaba su cuidado. Sentía que era el mismo Dios quien le ponía delante esta realidad para que diera una respuesta.

También el samaritano se acerca al herido, se compadece de él y le practica los primeros auxilios. Los actos de compasión que realiza el buen samaritano: vendar las heridas, echarles aceite y vino y montar al herido en su cabalgadura, son solo gestos de un proceso más largo destinado a restaurar a la persona completa e integrarla en la comunidad.

La acción asistencial es una cura de urgencia ante las desgracias que no admiten demora. Es necesario aliviar situaciones urgentes como el hambre, la enfermedad, el exilio y la falta de vivienda. La atención primaria a los pobres es un deber de humanidad, pero no genera de por sí un cambio social y puede originar relaciones de dependencia.

«La asistencia se preocupa por paliar los efectos sin atender de momento a las causas. La promoción se preocupa ya de atacar las causas de la pobreza; concretamente, aquellas que radican en el mismo individuo. Y el cambio de estructuras, por fin, se preocupa de aquellas causas de la pobreza que no radican en el individuo, sino en la sociedad» 22.

La compasión también movió a Jesús a curar a los enfermos, a bendecir a los niños y a enseñar a la multitud, que estaba como ovejas sin pastor. Ante el sufrimiento causado por la exclusión, Jesús actúa rápido, devolviéndoles la dignidad con la curación, la bendición y la palabra.

Entendemos la compasión como un sentimiento de responsabilidad ante el necesitado, con el sufrimiento ajeno fundamentado en la dignidad y finitud del hombre. Solo porque este posee dignidad, el hombre puede compadecer y ser compadecido. Y solo desde la dignidad y vulnerabilidad, desde la admiración y reconocimiento de todo hombre y del hombre concreto, la miseria, el sufrimiento y la opresión en él se consideran como una ofensa y engendran responsabilidad y compasión.

Reproducimos un hermoso relato de la vida de san Francisco de Asís que pareciera repetir la escena del samaritano y que ejemplifica bien su compromiso por cuidarlo:

En un recodo del camino vio Francisco a un leproso: uno de esos infelices que, por la ruptura total de comunicación entre sanos y contagiados, habían sufrido el despojo de todos sus derechos. Al ver acercarse a un jinete, el enfermo agitó su carraca y se puso de cara al viento, como siempre debía hacerlo al cruzarse con gente sana.

Y entonces Francisco bajó de su cabalgadura, se aproximó al leproso y, superándose a sí mismo, se llegó a él y le dio un beso.

Según narra también la biografía, tiempo después Francisco se fue a donde los leprosos. Se hallaban estos acogidos en el hospital de San Salvador, entre Asís y Santa María de los Ángeles. Allí, el hombre que antes, movido por la repugnancia, se tapaba la nariz al divisar de lejos las casetas de los enfermos, empezó a rodearlos de misericordia. Vivía con ellos y servía a todos por Dios con extremada delicadeza; lavaba sus cuerpos infectos y curaba sus úlceras purulentas...

El mismo Francisco reconocería más tarde, en su testamento, que al comienzo le pareció muy amargo ver leprosos. Solo venciéndose a sí mismo llegó a ser amigo, familiar y servidor de aquellos hombres y mujeres, a quienes en otro tiempo no daba limosna sin volver el rostro.

El joven Francisco descubrió en su encuentro con el leproso que lo plenamente humano es amar primero a los que nadie en este mundo quiere amar 23.

Suele identificarse la compasión solo con los primeros auxilios y una piedad lastimera que solo se preocupa de la atención de emergencia, pero que deja al pobre en un estado de dependencia respecto al que ayuda. Para Ortega y Mínguez, la compasión es algo más completo: «Es un encuentro con el hombre desposeído, con “toda” su realidad, a la vez que un compromiso político de ayuda y liberación que lleva a trabajar por transformar las estructuras injustas que generan sufrimientos y situaciones de dependencia y marginación» 24. En el próximo capítulo profundizaremos en los vínculos entre el cuidado y la justicia.

Emmanuel Lévinas ha reflexionado en profundidad sobre lo que sucede cuando nos encontramos con el «otro» herido al borde del camino. Este –el herido– se impone con su propia fuerza e implica una responsabilidad inexcusable que precede a todo consentimiento libre, a todo pacto o contrato. El «otro vulnerable» es quien hace surgir en el yo la conciencia, que, de entrada, es ya moral. La relación desnuda –cara a cara–, sin intermediarios, saca de su inercia al yo para referirlo de por vida al otro en cuya relación se encuentra el sentido.

El «otro» se revela y se impone a la existencia a través de la «epifanía del rostro». Antes de cualquier argumento racional, el «otro» está presente interpelándome y apelando a mi sentido de la responsabilidad. El «otro» exige ser reconocido en el mundo por el hecho de ser constitutivamente un ser indigente. Este «otro» se revela, se manifiesta, irrumpe en la existencia, se impone por sí mismo, se asoma como el ser que no es constituido por la razón.

En definitiva, la identidad de la persona se constituye desde la responsabilidad hacia el «otro vulnerable»:

De hecho, se trata de afirmar la identidad misma del yo humano a partir de la responsabilidad; es decir, a partir de esa posición o de esa deposición del yo soberano en la conciencia de sí, deposición que, precisamente, es su responsabilidad para con el otro. La responsabilidad es lo que, de manera exclusiva, me incumbe y que humanamente no puedo rechazar. Esta carga constituye una suprema dignidad del único. Yo no soy intercambiable, soy en la medida en que soy responsable: Yo puedo sustituir a todos, pero nadie puede sustituirme a mí. Tal es mi identidad inalienable de sujeto. En este sentido preciso es en el que Dostoyevski dice: «Todos somos responsables de todo y de todos ante todos, y yo más que todos los otros» 25.

A partir de la perspectiva abierta por Lévinas se puede desarrollar toda una pedagogía para la compasión tomando como punto de partida el encuentro con el «otro» vulnerable y herido que reclama cuidado y justicia.

En la misma línea, Prohaska reflexiona sobre el dinamismo del encuentro interpersonal como fuente de desarrollo humano. Afirma en su Pedagogía del encuentro 26 que las personas pueden encontrarse en el espacio físico, el psicológico y el pneumático (espiritual); pero solo en el espacio espiritual se produce un verdadero encuentro entre las personas, que se da en libertad, gratuidad y desde el corazón de la propia existencia. La persona elige libremente tener un encuentro con el otro; en muchas ocasiones, el encuentro irrumpe en la vida sin planificarlo (gratuidad) y toca la propia experiencia personal (existencial). Si la persona pone su corazón en la relación, se abrirá un vínculo capaz de restaurar la dignidad herida del «otro». El encuentro humano que cumple con los rasgos de libertad, gratuidad y existencialidad tiene un efecto educativo; y esto solo se produce en el espacio espiritual, que es cuando damos sentido y profundidad a la relación.

El evangelio recoge experiencias de encuentro de Jesús con personas heridas en su dignidad: la mujer pecadora, la hemorroísa, el ciego de Jericó, el endemoniado. A Jesús le afecta la situación de la gente, de modo que no queda indiferente ante sus necesidades primarias. Brota de él un sentimiento de compasión que le lleva a realizar los milagros. En todos los casos, Jesús los mira con misericordia y les devuelve su dignidad con su cercanía y presencia.

Para el papa Francisco, el encuentro está ligado al concepto de «periferia». Afirma que «nos encontramos cuando salimos de nosotros mismos, de nuestro centro, y nos abrimos al otro precisamente allí donde el otro es diferente. El encuentro es aprender a recibir de todos, especialmente de los más pobres y de los más pequeños, de los que para el mundo no cuentan» 27.

«Hay encuentro con el otro cuando soy herido por el rayo de su ser, cuando soy tocado por su acción» 28; así pues –comenta el papa–, «acercarse a toda carne sufriente es abrir el corazón, dejarse conmover en las entrañas, tocar la llaga, cargar al herido; es también pagar los dos denarios y, finalmente, salir garante de lo que se gaste de más. Seremos juzgados en esto» 29.

Si el proyecto educativo quiere despertar el sentimiento de compasión y la responsabilidad social con los pobres, debe ofrecer experiencias para que los alumnos tengan un encuentro real con los excluidos de la sociedad y que toque su sensibilidad.

Según Ortega y Mínguez 30, la praxis de una educación para la compasión implica desarrollar las siguientes capacidades y emociones en los alumnos:

– El desarrollo de la empatía, que implica tomar conciencia del sufrimiento ajeno como algo injusto, asumir responsabilidades frente al otro y el compromiso de actuar para restaurar la dignidad perdida. A través de la relación empática, los alumnos establecen vínculos, se conmueven ante las necesidades de los demás y se entusiasman por el servicio.

– El desarrollo de las capacidades de comunicación, como son el diálogo, la escucha activa, la expresividad y la participación, constituyen una base necesaria para el aprendizaje de la comprensión empática en las relaciones interpersonales, relaciones que exigen ser de rostro humano, de aceptación y defensa de lo que es digno en la persona del otro.

– El desarrollo de la capacidad crítica para conocer y valorar «lo que está pasando». Se trata de capacitar a los alumnos para comprender y analizar las situaciones de injusticia social: sus causas y sus efectos.

– La experiencia del sufrimiento es uno de los escenarios más privilegiados para educar en la compasión. No solo es el sufrimiento físico o psicológico; también el moral y espiritual, el que afecta al sentido de la vida de las personas. Enfrentarse a la experiencia del sufrimiento, entrar en la densidad de la vida del otro débil e impotente, participar de su propia incertidumbre, ayuda a humanizar la relación.

– El sentimiento de indignación ante un estado violento provocado en alguna persona por una realidad tremenda, dura y radical o una acción injusta o reprobable. Decía Émile Durkheim que «una persona no se hace revolucionaria por la ciencia, sino por el sentimiento profundo de la indignación ética». Ante la injusticia no cabe la indiferencia, sino la indignación, que lleva al deseo de hacer algo para revertir la situación. Este sentimiento está en el inicio de muchos proyectos de solidaridad con los excluidos.

Cualquier actividad es buena si favorece la experiencia de encuentro con personas que viven una realidad de vulnerabilidad y exclusión social. Lo importante es que haya relación personal y se produzca una corriente de empatía entre los alumnos.

1) Invitar a los alumnos a escuchar a personas cercanas que viven alguna situación de vulnerabilidad que les produce un sufrimiento.

2) Identificar posibles situaciones de exclusión social dentro de la escuela y dialogar sobre el mejor modo de afrontar el problema.

3) Narrar alguna experiencia personal de sufrimiento.

4) Conocer a personas que se dedican al cuidado de los más pobres; especialmente la atención primaria.

5) Acoger en casa o en el colegio a un emigrante o refugiado.

6) Ayudar en un comedor de ancianos o de niños.

7) Visitar enfermos y compartir con ellos.

8) Trabajar textos literarios que describan realidades de sufrimiento y dolor.

Para dialogar en grupo

1. Comparte alguna experiencia personal de «encuentro» con otras personas; especialmente pobres. ¿Cómo te afectó?, ¿cómo reaccionaste?

2. ¿Qué iniciativas conoces de «atención primaria» para socorrer a las personas necesitadas?, ¿has participado en alguna?

3. ¿Qué necesidades primarias tienen los alumnos de la escuela y requieren de nuestra atención?

4. ¿Qué actividades podemos proponer a los alumnos para que desarrollen una conducta empática hacia los necesitados?

5. Identifica alguna película o libro que narre la historia de alguien que se ha visto afectado por el contacto con los pobres.

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