Kitabı oku: «Redes cercanas»

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Redes cercanas. El capital social en Lima

Javier Díaz-Albertini F.



Colección Investigaciones

Redes cercanas: el capital social en Lima

Primera edición digital, noviembre de 2016


© Universidad de LimaFondo EditorialAv. Javier Prado Este N.° 4600Urb. Fundo Monterrico Chico, Lima 33Apartado postal 852, Lima 100Teléfono: 437-6767, anexo 30131fondoeditorial@ulima.edu.pe www.ulima.edu.pe

Diseño, edición y carátula: Fondo Editorial de la Universidad de Lima

Versión ebook 2017

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Teléfono: 51-1-221-9998

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Lima - Perú

Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro sin permiso expreso del Fondo Editorial.

ISBN versión electrónica: 978-9972-45-380-9

Indice

Presentación

1. Principales objetivos, hipótesis e indicadores

2. Metodología

3. Organización del libro

Capítulo 1. Los espacios de nuestro entendimiento

1. Nuestro orden fragmentado y particular

2. Al rescate de las normas de convivencia

3. Una investigación exploratoria desde la estructura y el capital social

Capítulo 2. Las virtudes del capital social

1. Cuáles son los recursos y dónde se encuentran

2. Los beneficios del capital social

3. Capital social: ¿Solo valores de retorno económico?

4. Definiendo el capital social

Capítulo 3. La confianza

1. Las múltiples dimensiones de la confianza

2. La contribución de la confianza al orden social

3. Cuánto y en quiénes confiamos: La confianza interpersonal

4. Las implicancias de una confianza limitada a lo cercano e íntimo

Capítulo 4. La legitimidad de la norma

1. La confianza y la norma

2. Las condiciones que conducen a la legitimidad/efectividad de la norma

3. Un entorno poco integrado y excluyente

4. Sin acatamiento de normas, ¿existe orden?, ¿existe capital social?

Capítulo 5. La densidad de las redes

1. Capital social y redes

2. Nuestra asociatividad: Juntos pero no revueltos

3. El capital social en tanto redes: Estudios en el Perú

4. Jugando en “cancha chica”

Reflexiones finales

Anexo

Bibliografía

Presentación

Desde hace más de veinticinco años dicto cursos sobre la realidad nacional. En la primera semana de clase hago hincapié en que toda interpretación de la realidad es valorativa y que está informada, de un modo o de otro, por ciertos efectos producto de nuestra posición social.1 Con este señalamiento busco incentivar una actitud crítica con respecto a lo que los alumnos leen y escuchan en el aula. Asimismo, es una forma de alentar a que participen y presenten sus puntos de vista. Les advierto, sin embargo, que la apertura a opiniones solo tiene un límite claro: no se considera válido que, ante la diversidad de problemas que tiene el país, utilicen la sentencia “así somos los peruanos” como intento de explicarlos.

¿Qué hay detrás de esta sentencia que escuchamos con frecuencia al comentar la última viveza del corrupto, la dejadez de las autoridades, la laxitud en la aplicación de las normas (suspensión de las revisiones técnicas de los vehículos, permanentes amnistías para el pago de los arbitrios municipales y el impuesto predial), la falta de indignación de los ciudadanos ante hechos condenables? Sin duda expresa una serie compleja de actitudes, visiones y estados de ánimo. Es una clara señal del fatalismo que nos invade cuando vemos que el país no cambia y que la historia de frustraciones parece repetirse. Es una forma de justificarnos a nosotros mismos, ya que casi todos, de alguna manera, hemos sacado provecho de reglas poco claras y sanciones relativizadas. Pero también es un modo de no querer profundizar nuestra comprensión de cómo somos porque es un ejercicio difícil y, por qué no decirlo, doloroso.

Deambulamos, entonces, por el mundo echándole la culpa a una cultura que nos condena, pero de la cual, paradójicamente, muchas veces nos sentimos orgullosos. Cuantas veces he escuchado la leyenda urbana sobre un accidente en cadena en una autopista de un país europeo (normalmente se selecciona a alguno obsesivamente ordenado como Suiza o Alemania), en el cual estuvieron involucrados decenas de autos, menos uno que logró esquivar a todos. ¿Quién lo conducía?: un peruano, que acostumbrado a hacerle frente a micros, buses, mototaxis, triciclos y peatones que zigzaguean en las vías públicas, tenía la capacidad de esperar lo inesperado y los reflejos necesarios para actuar ante lo aleatorio.

Basta hurgar solo un poco para cuestionar esta sentencia fatalista. Siempre he trabajado en universidades en las cuales se cumplen los cronogramas, se respetan las normas y ni una sola vez se me ha acercado un alumno o alumna para “arreglar” una nota. He sido testigo de clubes sociales con niveles altos de convivencia pacífica y donde se respeta al personal cuando se le llama la atención por algún tipo de falta (conducir muy rápido, ocupar más sillas de las permitidas...). He viajado por el país y me he hospedado en comunidades campesinas y caseríos organizados, con niveles bajísimos de delincuencia y un alto sentido de pertenencia y compromiso con la localidad. He visto cómo en asentamientos humanos hay un profundo sentido de solidaridad en la adversidad y son raros los casos de inescrupulosos que intentan sacar provecho de sus vecinos. Y podría continuar con una larga lista de “otros” peruanos y peruanas que destacan como ciudadanos y vecinos en su quehacer cotidiano, en su participación en asambleas, en sus contribuciones voluntarias, en su sacrificio por la comunidad.

¿Por qué esta contradictoria diversidad de conductas y actitudes? ¿Nos encontramos ante dos subculturas en pugna por determinar nuestra identidad? ¿O será que estamos refiriéndonos a las mismas personas pero en diversos espacios y momentos? Estas preguntas me condujeron a diseñar una investigación exploratoria que intentara analizar y explicar por qué nos comportamos de estas maneras tan contradictorias. En este intento me anteceden muchos estudiosos, que desde diversas ópticas, especialmente en los últimos años, han examinado nuestra tendencia hacia la informalidad y la displicencia con respecto a la norma. Como veremos más adelante, algunos concluyen que el problema es el mismo marco jurídico que excluye a las mayorías y no deja otra opción que actuar al margen de estas; otros examinan los cimientos de nuestra cultura criolla y cómo la sociedad colonial permitía la laxitud para compensar la exclusión que sufrían los hijos de españoles nacidos en nuestra tierra; otros más se han fijado en las instituciones y cómo han fallado en su tarea de promover nuestros derechos y hacer cumplir las leyes; y para otros el problema es que se ha instalado entre nosotros la anomia, debido a que nuestros valores y normas no han cambiado al mismo ritmo que los procesos sociales y nos encontramos sin valores ni reglas claras para enfrentar las nuevas situaciones.

Este bagaje académico me ofrecía la base fundamental para examinar nuestras formas de sociabilidad desde una óptica poco explorada pero complementaria con lo avanzado hasta el momento. Desde hace unos años he estado trabajando el concepto de capital social, especialmente su relación con el desarrollo y la democracia, y encontré que sería una herramienta útil para indagar sobre los mecanismos detrás de nuestra acción colectiva. A pesar de sus múltiples definiciones, existe un amplio acuerdo de que el capital social se refiere al conjunto de recursos con que cuenta un actor social (individual o colectivo) por ser parte de determinadas estructuras o redes sociales. Es decir, los recursos que necesito (afectivos, materiales, informativos, etcétera) están en posesión de otros y otras, y mediante mis vínculos con ellos y ellas es que puedo satisfacer mis necesidades y lograr mis objetivos. En mis vínculos, entonces, es que hallo el capital social del cual dispongo.

Bajo esta óptica, los tipos de vínculos que tienen las personas influyen fuertemente en sus actitudes y conductas. Es evidente, por ejemplo, que mi conducta será diferente si consigo un préstamo de mis padres que si lo tramito en un banco. El monto del recurso —en este caso la cantidad de dinero— puede ser igual, pero las obligaciones adquiridas se enmarcan dentro de planos distintos de orientación de mi conducta. Asimismo, las consecuencias de mis acciones serán diferentes, por ejemplo, si me retraso en el pago.

La hipótesis general de esta investigación es que muchos de los principales vínculos que conforman las redes importantes de los peruanos siguen estableciéndose por la cercanía. Esto favorece el predominio de orientaciones particularistas hacia los demás, eso es, por reglas, acuerdos y contratos informales negociados de acuerdo a los criterios propios y subjetivos de las mismas relaciones. Con frecuencia estas orientaciones entran en contradicción con los valores y normas de carácter universalista que caracterizan la vida de sociedades e instituciones formales que, a pesar de existir, no han logrado calar suficientemente en la vida cotidiana o en los asuntos de mayor importancia de un conjunto significativo de los miembros de nuestra sociedad. Como consecuencia, el problema de nuestras acciones no solo puede ser analizado desde una vertiente cultural (los valores y las normas que hemos aprendido), sino que debe incluir un análisis de la estructura de nuestros vínculos y las condiciones bajo las cuales accedemos a los recursos y oportunidades sociales.

El concepto de capital social encaja perfectamente con esta tarea, ya que nos lleva a examinar cómo está constituido y cuáles son las principales características de los recursos sociales que favorecen la acción colectiva. Por ejemplo, la literatura sobre capital social señala que la confianza es un recurso valioso porque reduce la incertidumbre y los costos de transacción. Varios estudios y sondeos nacionales muestran que, en términos generales, los niveles de confianza interpersonal e institucional entre los peruanos son bastante bajos. Sin embargo, al indagar en una muestra representativa de limeños y limeñas sobre qué personas e instituciones son más confiables, se encontró una clara tendencia en señalar a los familiares como el único conjunto social que destaca por contar con niveles altos de confianza. ¿Qué implicancias tiene este hecho en las formas como nos organizamos, construimos nuestros valores, nos relacionamos, realizamos negocios, entre muchos otros factores? Este es el tipo de pregunta que intentaremos responder.

1. Principales objetivos, hipótesis e indicadores

Desde un inicio se planteó una investigación exploratoria cuyo énfasis estuviera puesto en medir tentativamente el capital social en Lima metropolitana. Sobre esta base, buscaba aproximarse al tipo de fuentes disponibles de capital social y de qué manera variaban según características seleccionadas de la población, como son el nivel socioeconómico, la edad y el género. Esta información nos permitiría, a su vez, apreciar cómo las fuentes predominantes de sociabilidad podrían conducir a ciertos patrones de relaciones interpersonales y conductas.

Se consideró pertinente utilizar como fuentes del capital social aquellas propuestas por los teóricos e investigadores más reconocidos en la temática, especialmente Bourdieu, Coleman, Putnam, y se tomó en cuenta el análisis crítico de Alejandro Portes. Los indicadores utilizados se construyeron sobre tres fuentes del capital social, a saber:

• La confianza interpersonal e institucional.

• La legitimidad y efectividad de las normas, definida como el nivel de creencia en la pertinencia de las normas, del cumplimiento de las diversas normas sociales (costumbres, hábitos sociales, ordenanzas, leyes) y la capacidad de las diversas organizaciones sociales de infligir sanciones. La efectividad de las normas depende, a su vez, del grado de institucionalidad existente en la sociedad.

• La densidad de las redes sociales, prestando especial atención a los tipos de vínculos existentes como medio para acceder a recursos y oportunidades.

Como veremos en el segundo capítulo, no existe un acuerdo unánime sobre la validez y la pertinencia de estos indicadores. Hay investigadores, como Portocarrero et al. (2006), que arguyen que variables como la confianza son difíciles de medir y que solo constituyen una aproximación (proxy) a lo que es el capital social. En su estudio del capital social en organizaciones sociales, por ejemplo, estos investigadores prefieren limitar la medición del capital en términos de los retornos económicos que reciben los individuos por participar en ciertas redes sociales. Lin (2001), por su parte, considera que al analizar la efectividad de las normas no se está midiendo capital social, sino cuán bien responden las normas a las expectativas de los individuos. Para este autor, las principales expectativas giran en torno al acceso a los recursos y oportunidades insertas en las relaciones o redes sociales. Si las normas formales cumplen bien con estos propósitos, entonces son efectivas.

En el fondo, esta discusión se alimenta del debate sociológico general y de los dilemas teóricos que han acompañado la disciplina desde sus inicios. Temas como el carácter y existencia de normas, su internalización y el efecto que tienen sobre la conducta humana, en qué forma contribuyen al orden o, en todo caso, a la ilusión de orden, siguen siendo importantes y vigentes. Sin duda, es cierto que resulta difícil especificar un conjunto reducido de factores que alientan y alimentan la sociabilidad y la acción colectiva humana. Sin embargo, es bastante claro que la confianza mutua, el cumplimiento de obligaciones y el estar inserto en una densa red de relaciones, son elementos esenciales que facilitan la acción colectiva y reducen los riesgos que conlleva asociarse a los demás. De por sí, estos elementos pueden ayudarnos a explicar por qué resulta más factible la convivencia social en algunas sociedades en comparación con otras. No consideramos que la discusión sobre lo que constituye o no recursos de “sociabilidad” radique en la importancia que tienen la confianza, las normas y las redes en la facilitación de la acción social, sino más bien si llegan a constituir un “capital” en el sentido de asegurar un flujo de beneficios futuros sobre la base de una inversión inicial. Esta es una duda importante porque si no cumplen con estas condiciones, haríamos mal en denominarlo “capital”.

Debido a que el término capital social aún está en plena construcción y depuración, también resulta apropiado el carácter exploratorio propuesto para esta investigación, ya que nos permite examinar un número mayor de variables e indicadores y observar cuán bien explica las formas como nos relacionamos. El sociólogo chileno Vicente Espinoza (2001) señaló muy bien que, por el momento, resultaba más conveniente ver el capital social como un concepto “sensibilizante”, en el sentido de que nos obliga a examinar los elementos que posibilitan que las personas se acerquen y construyan sociedad. Dependiendo de las particularidades de la confianza, de las formas de obligaciones mutuas y reciprocidades y de los tipos de vínculos que dominan en nuestras relaciones, generamos nuestras realidades sociales y formas específicas de orden social.

Sobre la base de estudios previos, fue posible perfilar algunas hipótesis de trabajo sobre el capital social en Lima. En términos generales, la evidencia apunta hacia niveles relativamente altos de un capital que podríamos denominar ‘microsocial’, es decir, de la sociabilidad propia de grupos relativamente pequeños y cercanos a los actores sociales. La mayoría de estos grupos cercanos (familia y parientes, comunidad o vecindad, clubes sociales), sin embargo, se encuentran desarticulados entre sí y del resto de la sociedad. En cambio, los niveles de capital ‘macrosocial’, aquel vinculado a las instituciones modernas, aún presentan serias limitaciones y debilidades, lo cual compromete la debida universalización de derechos y deberes y su plasmación en nuestras relaciones cotidianas.

Nuestra hipótesis es que esta divergencia o falta de interconexión entre lo micro y lo macro debería notarse con claridad en cada una de las fuentes de capital social propuestas (confianza, efectividad de normas, densidad de redes). En términos de confianza, la tendencia sería a lo que Fukuyama (1996) denomina una sociedad “familista”, significando que confiamos principalmente en los que forman parte de nuestro entorno familiar y de cercanía social. Esto se puede apreciar indirectamente en un estudio de valores realizado en 1996, en el cual solo 5 por ciento de los peruanos afirmaron que se podía confiar en la mayoría de la gente (Romero y Sulmont 2000). En comparación con otros cincuenta países del mundo, el Perú ocupaba el penúltimo lugar en términos de confianza interpersonal (en último lugar estaba Brasil con 3 por ciento y en primer lugar Noruega con 65 por ciento). En el mismo estudio, el país obtuvo índices muy bajos con respecto a la confianza en el sistema político, alcanzando solo 20 sobre 100 en el índice de confianza en las instituciones políticas. Mientras que en el caso de Brasil, a pesar de la baja confianza interpersonal, el índice era de 42 sobre 100.

Diversos estudios y encuestas señalan que las normas formales son poco efectivas y que existen niveles altos de lo que la institución Proética (2003, 2004, 2006) denomina “corrupción cotidiana”. La mayoría de los peruanos tienden a ser medianamente tolerantes con actos corruptos, deshonestos e incluso delictivos, como el hurto. Analistas como Santos (1999) y Vallaeys (2002) consideran que la efectividad de la norma está en función de: a) la percepción de que los otros son iguales en la interacción y, por ende, merecen los mismos derechos y consideraciones que espera tener uno mismo; y b) la capacidad sancionadora del grupo o entorno social. Así, las normas son más efectivas en algunas comunidades (campesinas, asentamientos), asociaciones (clubes, condominios, gremios) e instituciones (universidades), en las cuales se ve al otro como vecino, compañero, colega, amigo, socio y es una relación valorada. Las sanciones son efectivas porque el incumplimiento de la norma pone en juego la posibilidad de seguir participando plenamente en el grupo y por el estigma social.

Por último, las redes sociales en nuestra sociedad tienden a ser “insulares”, es decir, con pocos vínculos entre ellas. Este aislamiento entre redes es una de las manifestaciones estructurales de la exclusión y marginación en el país. De ahí que puedan existir niveles altos de asociatividad —medida como participación en grupos y organizaciones— pero niveles bajos de relaciones o vínculos transversales que interconecten sectores socioeconómicos, zonas geográficas, grupos étnicos, entre otros. Este relativo aislamiento afecta con mayor fuerza a los pobres y pobres extremos, ya que sus redes tienden a estar constituidas por individuos de su misma condición, existiendo así dificultades en la ampliación de oportunidades y el acceso a recursos económicos y políticos (Díaz-Albertini 2001, Tanaka 2001). La segregación entre redes, especialmente en términos de ingresos y estatus social, es uno de los factores detrás de la concentración de recursos en un número reducido de relaciones sociales. También explica la importancia de actores externos —como las organizaciones no gubernamentales (ONG)— ya que cumplen la función de intermediarios y vinculan a las comunidades y organizaciones aisladas con la sociedad formal. Según Narayan (1999), las sociedades constituidas fundamentalmente con grupos insulares tienden a la exclusión (cuando el Estado funciona) o al conflicto (cuando el Estado es ineficiente).2

Sobre la base de estas constataciones preliminares, se plantearon las siguientes hipótesis de trabajo:

• La confianza mutua en Lima tiende a estar limitada a las relaciones más cercanas, especialmente familia, amigos y comunidad (vecinos) debido a la debilidad de las instituciones formales.

• La efectividad de las normas (medida de acuerdo a nivel de cumplimiento y capacidad de infligir sanciones) está en directa relación con la cercanía de la institución u organización en la vida cotidiana del actor social.

• Los integrantes de los niveles socioeconómicos (NSE) de menores ingresos tienden a participar más en organizaciones sociales y en sus comunidades.

• Las redes sociales de los pobres tienden a ser horizontales y de vínculos fuertes con pocas relaciones verticales y acceso a recursos.

• Las redes sociales de los niveles socioeconómicos de mayores ingresos son más diversas, incluyendo horizontales y verticales, ampliando así su acceso a recursos sociales, económicos y políticos.

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9789972453809
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