Kitabı oku: «La gracia transformadora», sayfa 3
Capítulo 3
LA GRACIA: ES EN VERDAD SUBLIME
Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro. Romanos 5:20-21
Un estudio de la gracia de Dios es un estudio del contraste entre la situación desesperada de la humanidad y el abundante remedio que, mediante la gracia, Dios provee para nosotros a través de Jesucristo. Este contraste es hermosamente descrito en las palabras de un antiguo himno:
Somos Culpables, viles e indefensos,
Él es el Cordero sin mancha de Dios;
¡Expiación completa! ¡Aleluya, qué Salvador!7
En el capítulo 2, vimos que todos somos realmente culpables, viles e incapaces de ayudarnos. Reconocimos que todos estamos igualmente necesitados de la gracia de Dios. En este capítulo, consideraremos la divina provisión de gracia para nuestra desesperada situación.
Cuando una pareja comprometida acude a una tienda de joyería para comprar ese diamante especial, el joyero a menudo coloca una almohadilla oscura de terciopelo y sobre ella pone cuidadosamente cada diamante. El contraste del terciopelo oscuro provee el fondo que realza el brillo y la belleza de cada diamante.
Nuestra condición pecaminosa difícilmente califica como una carpeta de terciopelo, pero en contraste con la oscura culpa y la corrupción moral, la gracia de Dios en la salvación resplandece como un diamante hermoso y puro.
Nuestra ruina, el remedio de Dios
El apóstol Pablo utilizó un fondo contrastante cuando describió el remedio de Dios para nuestra ruina en una serie de textos de la Escritura, a los que me gusta llamar los hermosos “peros” de Dios.
Ya hemos visto el oscuro trasfondo que Pablo presentó en su crítica contra la humanidad, tanto de los religiosos como de los irreligiosos, en Romanos 3:10-12. En los versículos 13-20 ahondó en esa crítica, concluyendo finalmente en el versículo 20, “ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado”.
Habiendo presentado el oscuro trasfondo de nuestra ruina, Pablo procede a mostrarnos el brillante diamante del remedio de Dios. Notemos como inicia: “Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas” (versículo 21). Todos nos encontramos en la ruina, pero ahora Dios ha provisto un remedio: una justicia que viene de parte de Dios por medio de la fe en Jesucristo. Esta justicia es “aparte de la ley”, es decir, no considera qué tan bien o qué tan mal hemos obedecido la ley de Dios.
Bajo la gracia de Dios, la extensión o calidad de nuestra obediencia a la ley no es relevante. En lugar de ello, aquellos que tienen fe en Jesucristo son “justificados gratuitamente por su gracia” (versículo 24). Ser justificados significa más que el solo ser declarados “no culpables”. Realmente significa ser declarado justo delante de Dios. Significa que Dios ha imputado la culpa de nuestro pecado en su Hijo, Jesucristo, y nos ha imputado o acreditado la justicia de Dios.
Notemos, sin embargo, que somos justificados por su gracia. Es por la gracia de Dios que somos declarados justos delante de él. Todos somos culpables delante de Dios, condenados, viles e incapaces de ayudarnos. No tenemos argumentos ante Dios; el desenlace de nuestro caso estaba completamente de su lado. Él podía, con total justicia, habernos sentenciado como culpables, porque eso es lo que éramos, y consignarnos a la condenación eterna. Eso es lo que hizo a los ángeles que pecaron (ver 2 Pedro 2:4) y él pudo haber hecho eso con nosotros y habría sido perfectamente justo. Él no nos debía nada; nosotros le debíamos todo.
Pero, debido a su gracia, Dios no nos envió a todos al infierno; en lugar de ello, proveyó un remedio para nosotros a través de Jesucristo. Romanos 3:25 dice, “a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia”. ¿Qué es un sacrificio de propiciación? Una nota al pie de página de la NIV proporciona una traducción alternativa a este texto: “aquel que desviaría su ira, quitando el pecado”.
El significado de Cristo como el sacrificio de expiación, entonces, es que Jesús, mediante su muerte, desvió la ira de Dios al ponerla sobre sí mismo. Mientras colgaba de la cruz, él cargó nuestros pecados en su cuerpo y recibió toda la ira de Dios en lugar nuestro. Como dijo Pedro, “Él mismo, en su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados”, y sufrió, “el justo por los injustos” (1 Pedro 2:24; 3:18). En su muerte, Jesús satisfizo por completo la justicia de Dios, que requería muerte eterna como la paga del pecado.
Es importante que notemos quién presentó a Cristo como este sacrificio de expiación. Romanos 3:25 dice que Dios lo presentó. El plan de redención era el plan de Dios y fue llevado a cabo por iniciativa de él. ¿Por qué hizo esto? Solo hay una respuesta: por su gracia. La expiación fue el favor de Dios extendido a las personas que solo merecían su ira. La expiación de Dios fue poner un puente sobre el terrible “Gran Cañón” del pecado, para llegar a las personas que estaban en rebeldía contra él. Y él hizo esto a un costo infinito para él, enviando a Jesús a morir en lugar nuestro.
Otro de los maravillosos “peros” de Dios se encuentra en Efesios 2:1-5:
Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.
Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos).
Nuevamente vemos el contraste entre nuestra ruina y el remedio de Dios. En los versículos 1-3, Pablo nos describió como muertos en nuestros pecados, bajo la influencia de Satanás, cautivados por el mundo, prisioneros de nuestros deseos pecaminosos y objetos de la ira de Dios. ¿Podría presentársenos una imagen más oscura, un trasfondo más contrastante? Pero contra este oscuro trasfondo, Pablo, una vez más, presenta el diamante de la gracia de Dios.
¡Pero Dios intervino! Estábamos muertos en nuestras transgresiones, pero Dios intervino. Éramos esclavos del pecado, pero Dios intervino. Éramos objetos de la ira, pero Dios intervino. Dios, que es rico en misericordia, intervino. Por su gran amor a nosotros, Dios intervino y nos dio vida en Cristo, incluso cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. Todo esto se resume en una breve declaración: “Por gracia sois salvos”. Nuestra condición era devastadora, no teníamos esperanza, pero Dios intervino por gracia.
Una tercera instancia de los maravillosos “peros” de Dios se presenta en Tito 3:3-5:
Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros.
Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo.
Nuevamente Pablo establece un contraste entre nuestra ruina y el remedio de Dios. El contraste no podría ser más audaz y completo. Nuestra necedad, desobediencia y esclavitud hacia toda clase de deseos pecaminosos son contrastadas con la bondad, la misericordia y el amor de Dios. Los injustos son declarados justos (justificados) por su gracia (ver Tito 3:7). ¡La gracia de Dios es realmente sublime!
Por tanto, la gracia de Dios no complementa nuestras buenas obras. En lugar de ello, su gracia vence nuestras malas obras, que son nuestros pecados. Dios hizo esto al poner nuestros pecados sobre Cristo y al dejar caer sobre él la ira que nosotros merecíamos. Debido a que Jesús pagó completamente el terrible castigo de nuestros pecados, Dios pudo extender su gracia a nosotros mediante el perdón total de nuestros pecados. La extensión de su perdón se presenta vívidamente en cuatro pintorescas expresiones en el Antiguo Testamento.
Cuanto está lejos el oriente del occidente
El Salmo 103:12 dice, “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones”. ¿Cuán lejos está el oriente del occidente? Si te diriges hacia el norte desde cualquier punto de la tierra, eventualmente cruzarás sobre el polo norte y después comenzarás a viajar hacia el sur, pero eso no sucede cuando vas de oriente a occidente. Si te diriges hacia el oriente y continúas en esa dirección, siempre te estarás dirigiendo hacia el oriente. El norte y el sur se encuentran en el polo norte, pero el oriente y el occidente nunca coinciden. En cierto sentido, están a una distancia infinita uno del otro.
Así que cuando Dios dice que él aleja nuestras rebeliones tan lejos como el occidente del oriente, está diciendo que se han puesto a una distancia infinita de nosotros. Pero, ¿cómo podemos comprender esta verdad abstracta de tal manera que sea significativa en nuestras vidas?
Cuando Dios utiliza esta expresión metafórica, describiendo la extensión del perdón de nuestros pecados, está diciendo que su perdón es total, completo e incondicional. Él no lleva la cuenta de nuestros pecados. El salmista clarifica esta idea: “No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados” (Salmos 103:10). Sí, ¡Dios dice eso! Sé que parece demasiado bueno para ser cierto. Confieso que luché para escribir esas palabras porque son tan extrañas a nuestros conceptos innatos de recompensa y castigo.
Pero esas palabras están en la Biblia y son las palabras de Dios. ¿Cómo puede Dios hacer esto? ¿Cómo puede desechar completamente nuestras transgresiones y decir que las ha alejado a una distancia infinita de nosotros? La respuesta es, por su gracia a través de Jesucristo. Como vimos anteriormente en este capítulo, Dios puso nuestros pecados en Cristo y él cargó con el castigo que nosotros debíamos sufrir. Debido a la muerte de Cristo en lugar nuestro, la justicia de Dios está completamente satisfecha. Dios puede ahora, sin violar su justicia o su ley moral, perdonarnos libre, completa y absolutamente. Puede ahora extendernos su gracia; puede mostrar favor hacia a aquellos que, en sí mismos, solo merecen su ira.
Tras tus espaldas
Isaías 38:17 nos da otra expresión pintoresca para describir la extensión del perdón de Dios sobre nuestros pecados. El profeta dijo de Dios, “echaste tras tus espaldas todos mis pecados”. Cuando algo está tras nuestras espaldas, está fuera de nuestra vista. No podemos verlo. Dios dice que él ha hecho eso con nuestros pecados. No es que no hayamos pecado o que, como cristianos, no continuemos pecando. Sabemos que pecamos diariamente, de hecho, muchas veces al día. Incluso como cristianos, nuestros mejores esfuerzos están manchados con un desempeño imperfecto y con motivos impuros. Pero Dios ya no “ve” nuestra desobediencia deliberada o nuestros malos desempeños. En lugar de ello, él “ve” la justicia de Cristo que ya nos ha atribuido.
¿Significa esto que Dios ignora nuestros pecados como un padre indulgente y permisivo que permite que sus hijos crezcan sin disciplina y con mal comportamiento? ¡Para nada! En su relación con nosotros como nuestro Padre celestial, Dios sí trata con nuestros pecados, pero solo para nuestro bien. No trata con nosotros como merecemos, que sería castigo, sino por lo que su gracia provee, que es para nuestro bien.
En su relación con nosotros como el Gobernador moral y el Juez de la humanidad, Dios ha puesto nuestros pecados tras sus espaldas. En su relación con nosotros como el Supremo Soberano que lidia con sus rebeldes súbditos, él ya no “ve” nuestros pecados. Y notemos que nuestros pecados no están a las espaldas de Dios por casualidad. La Escritura nos dice que él los ha puesto ahí. ¿Cómo puede hacer esto y ser un Dios justo y santo? Nuevamente, la respuesta es que Jesucristo pagó el castigo que nosotros debimos pagar. Como lo dice otro himno, “¿Qué me puede dar perdón? Solo de Jesús la sangre”.8
En lo profundo del mar
Otra impactante metáfora que expresa la plenitud del perdón de Dios se nos presenta en Miqueas 7:19. Aquí, el profeta Miqueas dice de Dios, “sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados”. Cuando era un oficial naval, tuve una experiencia en donde cierto equipo se perdió en las profundidades del mar debido a un pequeño accidente de un bote. Sé lo que es lanzar ganchos al fondo del mar en vano, intentando recuperar el equipo perdido. Ese equipo se perdió para siempre.
Así es con nuestros pecados. Dios los ha echado al fondo del mar para que se pierdan por siempre, nunca serán encontrados, nunca se nos reclamarán. Nuevamente, como Dios dice que puso nuestros pecados tras sus espaldas, aquí se nos dice que los echará en lo profundo del mar. No se caerán por la borda; Dios los echará en lo profundo. Él quiere que se pierdan por siempre, porque ya ha lidiado con ellos en su Hijo, Jesucristo.
¿Comienzas a entender la idea? ¿Te das cuenta que el perdón de Dios es completo e irreversible? ¿Has comenzado a comprender que no importa cuán “malo” has sido o cuántas veces has cometido el mismo pecado, Dios te perdona completa y libremente debido a Cristo? ¿Has visto que, debido a que Dios ya ha lidiado con tus pecados en Cristo, no tienes que hacer penitencia o cumplir ciertas condiciones antes de que Dios te bendiga o te use?
En una ocasión escuché que alguien dijo que ya no podía aferrarse a la promesa de perdón de Dios en 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. Él razonó que había pecado tantas veces que ya había utilizado todo su “crédito” con Dios. Pienso que muchos cristianos creen eso porque no comprendemos completamente la plenitud del perdón de Dios en Cristo. Pero si insistimos en pensar en términos de “crédito” delante de Dios, debemos pensar solo en el “crédito” de Cristo, ya que nosotros no tenemos ninguno en nosotros mismos. ¿Y cuánto crédito tiene él? Una cantidad infinita. Por eso Pablo podía decir, “cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Romanos 5:20).
Borrados del registro
El cuarto pasaje que enfatiza el completo y absoluto perdón de nuestros pecados es Isaías 43:25:
Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados.
Aquí Dios utiliza dos expresiones: Él borra nuestras rebeliones (es decir, las quita del registro) y ya no se acuerda de ellas.
Un amigo, debido a una “broma” de adolescentes, fue encarcelado en Canadá. Más adelante, recibió lo que se llama El perdón de la Reina. Ahora, si su pasado fuese investigado en busca de actividad criminal, la respuesta seria: “No tenemos registro de esta persona”. Su registro no solo ha sido marcado como “perdonado”, sino que ha sido completamente borrado y destruido. Nunca más será visto. Esto es lo que Dios hace con nuestros pecados. Cuando confías en Jesucristo como tu Salvador, Dios remueve tu registro del archivo. Ya no lo guarda ni le añade diariamente la larga lista de los pecados que continuas cometiendo incluso como cristiano.
Dios no solo borra nuestros pecados de sus registros, él tampoco se acuerda de ellos. Esta expresión significa que ya no nos los reclama. El que borre nuestros pecados es un acto legal. Es un perdón oficial del Supremo Gobernador. El no acordarse de ellos es un acto relacional. Es la parte afectada renunciando a cualquier ofensa. Es una promesa de nunca volver a mencionar tus pecados.
Jay Adams, en su libro From Forgiven to Forgiving [De perdonado a perdonador], señala la diferencia entre no recordar y olvidar.
El olvidar es algo pasivo y es algo que nosotros como seres humanos, al no ser omniscientes, hacemos. El “no acordarse” es activo; es una promesa en donde una persona (Dios, en este caso) determina no recordar los pecados de otros en contra suya. “No recordar” es simplemente una forma gráfica de decir, “No te reclamaré, ni le mencionaré a otros, estos asuntos en un futuro”.9
Considera a un estudiante rebelde. Sus actos de desafío hacia el maestro pueden tener consecuencias legales y relacionales. Legalmente, puede ser expulsado de la escuela. Relacionalmente, el maestro puede albergar un profundo sentimiento de hostilidad hacia el estudiante. Incluso si al estudiante se le permite regresar a la escuela (equivalente a un perdón), el maestro puede continuar albergando el sentimiento de hostilidad hacia el estudiante, “recordando” su rebeldía y el desafío a su autoridad. Para poder tener una buena posición en el salón de clases, el estudiante rebelde necesita tanto el perdón de las autoridades de la escuela, como el perdón del maestro. Necesita que el maestro renuncie a cualquier sentimiento de ofensa y convenga en “no acordarse” (no reclamarle) su mal comportamiento. (Obviamente, para que esto suceda, la actitud y la futura conducta del estudiante deben cambiar. Pero, aun así, el maestro debe decidir olvidar el pasado.)
Esto, por tanto, es similar a lo que Dios hace cuando borra nuestras rebeliones y no se acuerdo más de nuestros pecados. Como el Gobernador Supremo y Juez, él nos indulta. Como la parte ofendida, él nos perdona y promete no reclamarnos nunca más nuestros pecados. Mediante su muerte, Jesús no solo aseguró nuestro perdón, también nos reconcilió con Dios. Pero, como Pablo dice, “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo” (2 Corintios 5:18, énfasis añadido). Dios, actuando en la gracia, al enviar a su Hijo a morir por nosotros, fue el iniciador de la reconciliación.
Si has confiado solamente en Jesucristo para tu salvación, eres justificado (un acto legal) y reconciliado (un acto relacional). Ya no eres condenado por Dios. Como Pablo dijo, “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1, énfasis añadido). Adicionalmente, Dios ya no está en contra tuya; ahora está a favor tuyo. Nuevamente, como Pablo dijo, “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (8:31). Estos dos maravillosos cambios sucedieron debido a la gracia de Dios y a pesar de nuestro pecado y nuestra culpa: “Más cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (5:20).
Irreprensibles
El Nuevo Testamento está repleto con textos que aseguran el perdón de Dios a aquellos que han confiado en Jesucristo. Solo un texto de la Escritura sería suficiente para mostrar nuevamente el contraste entre nuestra condición moribunda y el amor, la misericordia y la gracia de Dios al alcanzarnos. Es, incidentalmente, otra instancia de los maravillosos “peros” de Dios.
Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él (Colosenses 1:21-22).
Quiero dirigir tu atención a una de las últimas palabras de este pasaje, “irreprensibles”. ¿Describe esta palabra la manera en que piensas de ti mismo? ¿O frecuentemente, en tu mente, te encuentras a ti mismo en la sala de juicio de Dios escuchando su declaración, “culpable”? Si lo segundo es verdad, no estás viviendo por gracia.
Si nunca has recibido el regalo de la salvación al confiar en Jesucristo, entonces, por supuesto que eres culpable. Ciertamente no estás viviendo por gracia; en lugar de ello, estás bajo la ira de Dios y experimentarás, eventualmente, toda la fuerza de su ira. Esta ira no es aquella de un tirano temperamental que ha perdido el control de sus emociones; en lugar de ello, es la ira calmada, objetiva y legal del Juez que está dictando la más rígida sentencia posible al más violento y recalcitrante criminal. Tu mayor necesidad es confiar en Jesucristo para tu salvación, para el perdón de tus pecados y para el regalo de la vida eterna.
Por otro lado, si has confiado en Cristo como tu Salvador, entonces todas las expresiones del perdón de Dios son verdad en ti. Él ha alejado tus pecados tan lejos está el oriente del occidente. Él los ha puesto tras sus espaldas y los ha echado al fondo del mar. Él los ha borrado de su registro y ha prometido nunca más acordarse de ellos. Eres irreprensible, no porque haya algo en ti, sino solamente por su gracia mediante Jesucristo.
¿Estás dispuesto a creer esta maravillosa verdad y vivir por ella? Probablemente respondas, “Sí creo en ella. Sí creo que mis pecados son perdonados e iré al cielo cuando muera”. Pero, ¿estás dispuesto a vivir por ella hoy, en esta vida? ¿Aceptarás que Dios no solo te salva por su gracia mediante Cristo, sino que también lidia contigo día a día por su gracia? ¿Aceptas el hecho de que la definición bíblica de la gracia (favor inmerecido de Dios mostrado a personas que no lo merecen) aplica para ti no solo en la salvación sino también en tu vida diaria? Este significado de la gracia nunca cambia. Como he dicho anteriormente, la gracia siempre es la misma, ya sea que Dios la ejerza en la salvación o en su trato con nosotros como sus hijos.
Jesús dijo, “yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” ( Juan 10:10). ¿Tienes vida, es decir, vida eterna? ¿Has renunciado a toda confianza en tus esfuerzos morales o religiosos y te has vuelto en fe a Jesús para ser vestido con su justicia? Si es así, entonces tienes vida eterna. ¿Pero la vives a plenitud? ¿Estás experimentando la paz de Dios que viene con la salvación y el gozo de Dios que viene al vivir por su gracia diariamente? Si no es así, entonces quizá eres salvo por gracia, pero estás viviendo por obras.
Gracia para otros
La gracia no debe ser solamente recibida por nosotros, sino que es, en cierto sentido, para ser extendida a otros. Digo “en cierto sentido” porque nuestra relación con otras personas es diferente de la relación que Dios tiene con nosotros. Él es un Juez infinitamente superior y el Gobernador moral del universo. Nosotros somos pecadores y estamos en un mismo nivel unos con otros. Así que no podemos ejercer la gracia como Dios lo hace, pero podemos relacionarnos unos con otros como aquellos que han recibido la gracia y que desean operar mediante sus principios.
De hecho, no experimentaremos paz con Dios ni el gozo de Dios si no estamos dispuestos a extender la gracia a los demás. Este es el punto de la parábola que Jesús relató sobre el siervo infiel en Mateo 18:23-24. Él relató la historia de un hombre a quien le fue perdonada una deuda de diez mil talentos (millones de dólares), pero que no estuvo dispuesto a perdonarle a un prójimo que le debía cien denarios (unos pocos dólares). La verdad que no se menciona en la parábola, por supuesto, es que nuestra deuda del pecado con Dios es de “millones de dólares”, mientras que la deuda de los demás hacia nosotros, en comparación, es solamente de unos pocos dólares.
La persona que está viviendo por gracia ve este vasto contraste entre sus pecados contra Dios y las ofensas de los otros contra él. Perdona a otros porque él mismo se percata de que ha sido perdonado por gracia. Se da cuenta que, al recibir el perdón de Dios mediante Cristo, ha renunciado al derecho de ofenderse cuando otros lo lastiman. Él practica la amonestación de Pablo en Efesios 4:32: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.
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