Kitabı oku: «Miradas reversas», sayfa 2
Inés Quintero:
La historia diáfana1
Inés Quintero, a diferencia de otros historiadores, sobresale por su disposición de hacer de la Historia una disciplina más asequible a la ciudadanía. Utiliza un lenguaje diáfano, tiene títulos llamativos y un profundo sentido crítico, sin perder la rigurosidad del oficio y de la investigación académica. Su desempeño le ha valido importantes méritos, como la beca de investigación Fulbright en la Biblioteca del Congreso en Washington D. C. y la Cátedra Andrés Bello de la Universidad de Oxford. Fue directora de la Academia Nacional de la Historia y es la primera venezolana en ingresar a la Academia Mexicana de la Historia, cuyo discurso de incorporación se tituló: “La historia al servicio del poder: Venezuela de República a Bolivariana”, línea de investigación que ha venido trabajando desde hace varios años, con una visión crítica hacia la manipulación de la historiografía oficial.
Pero sus intereses no solo están en el pasado remoto. Hoy, como venezolana, vive la historia en desarrollo en primera persona y no se despega ni un instante. En casi todas las manifestaciones ciudadanas dice “presente”, con su hermana Valentina, la viajera, y su sobrina Arianna. Para muestra lo ocurrido el 5 de julio de 2017, cuando, en medio de su discurso como oradora de orden de la sesión solemne de la Asamblea Nacional, colectivos chavistas entraron al Palacio Federal Legislativo y amedrentaron a diputados y otros invitados. A pesar de vivir estos tiempos turbulentos, su mirada siempre viaja al pasado y confía en su sexto sentido de historiadora. Un título, por cierto, que ostenta al cubo: licenciada, magíster y doctora en Historia, todos emanados de la Universidad Central de Venezuela (UCV).
Amor a primera vista
Yo no quería ser historiadora, en lo absoluto. Mi ingreso a la Escuela de Historia fue un accidente. Fue el azar. Estando en Mérida, fui a la Universidad de Los Andes (ULA) a ver qué podía estudiar; entonces empecé a descartar todas las cosas que no me gustaban y finalmente me quedaron tres: Educación, Letras e Historia. La primera tenía un horario muy tarde y no podía estudiar a esas horas. La segunda no me movía tanto y después de pensarlo bien, dije: “Bueno, siempre he sido muy lectora… voy a estudiar Historia”. Así fue como decidí, sin mucho enredo. Y el primer día de clases supe que eso era lo que quería hacer el resto de mi vida. Fue amor a primera vista.
No sé si esa vocación por las humanidades viene de familia. Mi abuelo materno, Carlos Montiel Molero, fue miembro de la Academia de la Lengua y de la Academia de Ciencias Políticas. Había entre nosotros una sensibilidad por el tema humanístico, por el estudio, por el conocimiento y también por el lenguaje. En mi casa eso siempre fue algo muy importante y mi mamá ha sido siempre una cultora de la palabra y de la lectura; entonces creo que eso contribuyó en mi vena humanística. Aparte de Valentina, que es comunicadora social, y de Antonio, que es diseñador gráfico, tengo otros dos hermanos que rompen la norma: una estudió Contaduría y el otro es ingeniero. Mi esposo, Rogelio Altez, es antropólogo e historiador. Eso fue, de cierta manera, lo que nos unió, aparte de otras cosas, por supuesto. Lo social y lo humano han influido notablemente en mi vida familiar.
Mis dos hijos se graduaron de bachilleres y estuvieron también más orientados hacia las áreas humanísticas. A pesar de que el mayor empezó a estudiar en la Facultad de Ciencias, donde hizo casi cinco semestres en Química, después dio la vuelta y dijo: “No, yo me voy para humanidades”, y terminó graduándose de periodista. Mi otro hijo también se dejó provocar por la Ingeniería, pero no le fue bien y finalmente decidió estudiar Geografía. Los dos se decantaron por una formación más humanística que cualquier otra cosa.
Sin ver para el techo
¿De izquierda yo? Cuando joven, como casi siempre suele suceder. Pertenecía al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que en aquella época era la principal fuerza del movimiento estudiantil en Venezuela. En la universidad el MIR fue un referente político importantísimo. Era muy normal, natural y coherente que, apenas entrara ese referente político que estaba marcando la pauta y que tenía una posición bastante crítica sobre los temas que se vivían en ese momento en Venezuela, me motivara.
Después me vine a la Universidad Central de Venezuela donde también el MIR experimentaba un crecimiento político importante, por lo que mi compromiso con ese partido tuvo que ver con la vida estudiantil, con la idea de que uno no podía estar en la universidad viendo para el techo, sino que era muy significativo combinar la vida universitaria con la actividad política.
La política forma parte de todo. La historia es inseparable de la política, sobre todo en este momento en particular, y mi interés actual por la política proviene de mi vocación de historiadora. Es muy forzado y hasta imposible que haya un historiador que no tenga ni preocupación, ni posición, ni vinculación política. La política forma parte de la vida ciudadana y eso es innegable.
Ucevista e historiadora al cubo
La Universidad Central de Venezuela marca la biografía de una persona. Tengo unos vínculos muy afectivos con mis procesos formativos. En la biografía de mi Twitter yo pongo “tarbesiana”, porque estudié en el San José de Tarbes, y siento que muchas de mis herramientas y de los recursos que tuve en mi infancia y adolescencia provienen de ese colegio. Pero, al mismo tiempo, la formación política, ciudadana, activista, de sensibilidad frente a la realidad tiene que ver con la vida universitaria ucevista.
Nunca me planteé estudiar una carrera que fuese accesoria, auxiliar o complementaria. Hay gente que se gradúa en Historia y después estudia un posgrado en Ciencias Políticas, Filosofía o Derecho. Para mí tenía sentido insistir en hacer especializaciones en Historia; entonces fue por eso que hice mi licenciatura, maestría y doctorado en Historia. Soy historiadora al cubo. No sentía que podía tener las herramientas que yo quería para mi desarrollo profesional en una disciplina distinta a la Historia.
El compromiso de historiar
Tampoco tuve en el panorama ser individuo de número de la Academia Nacional de la Historia. Aunque era una posibilidad, porque llegó un momento de la carrera en el que comenzaron a decirme: “Bueno, ¿tú no piensas en ser académica?”, pero eso no depende de uno. Para obtener ese tipo de reconocimientos no hay que estar detrás de ellos, sino que llegan solos. Yo fui extraordinariamente cuidadosa frente a la posibilidad de andar sabaneando esa distinción. De hecho, cuando murió Arturo Uslar Pietri, el doctor Ramón J. Velásquez andaba pendiente de postularme, pero las cosas llegan cuando tienen que llegar. Cuando fui postulada, ya había terminado mi tesis doctoral, mis libros tenían una presencia historiográfica y en ese momento, en 2005, fue un reconocimiento de esta historiografía profesional que se estaba dando en Venezuela y de la cual yo solo era una expresión.
Ser directora de la Academia, más que un problema, fue un exigente compromiso. Antes, llegar a ser director de la institución representaba una especie de culminación profesional. Ahorita es tremendamente complejo, porque no hay presupuesto y no se puede hacer nada. O sea, estás prisionero de una condición muy limitante, por lo que tener el cargo es más un compromiso con Venezuela que una aspiración profesional. Creo que la demanda es que ese espacio se proteja, se mantenga y le corresponda ser una institución que ya tiene más de cien años. Independientemente de que esté o no en la dirección de la Academia, voy a seguir apoyando sus actividades, haciendo vida allí, porque creo que tiene un patrimonio extraordinario y que quienes allí estamos también somos responsables de que eso no se pierda.
Estoy permanentemente en modo historiadora. La historia representa una manera de relacionarse con la realidad, con el presente y con el pasado, de manera sostenida. No hay paréntesis. Todos los días tengo cosas que investigar, cosas que hacer; entonces creo que ese ha sido el gran reto de mi vida: no claudicar ante las exigencias de la historia. Mi profesión me demanda constantemente respuestas, preocupaciones y reflexiones. Es mi principal motor de vida; cada momento de mi biografía ha sido oportuno. No pienso, por ejemplo, que haya un momento mejor o peor que quisiera revivir.
Una criolla no tan principal
Mis gustos son muy criollos y mis aficiones son muy venezolanas. A mí la cosa que más me gusta de la vida es comer sabroso. Yo soy una amante del buen comer. Me gusta cocinar y me gusta lo que preparo. Pero no hablo de una comida sofisticada ni extraordinaria, sino de los buenos sabores, los gustos, los placeres culinarios. Por ejemplo, un buen durazno o un camburcito manzano, que muchas veces son difíciles de conseguir. Soy devota del queso blanco y del parmesano. También me gusta la música, aunque no me acuerde de los nombres de las canciones ni de los cantantes. Me encanta bailar, disfruto enormemente el baile y mi género es la salsa. No es que tenga mi canción favorita o una música en particular, sino que bueno, depende de la situación también, eso influye bastante.
Eso no pasa con el cine, porque con esto sí me reservo algunas especificidades. No hay cosa que me guste más que una película con trapos antiguos. Me gusta el género histórico bien realizado. Mi fascinación es por las películas que recrean procesos históricos con un mínimo de seriedad, de recursos y, sobre todo, de calidad artística.
De perfil
¿Una época histórica?
Esto es lo que yo quiero vivir. No me imagino jamás pensando en una nave del tiempo. A mí me gusta esto. Mi momento histórico es este; a mí me apasiona enormemente lo que estamos viviendo, me compromete y creo que tiene sentido para alguien que es historiador.
¿Un libro?
El nombre de la rosa (Umberto Eco) es un libro que me dejó impactada y que disfruté enormemente pero no como historiadora, sino como sensible a la posibilidad de armar una historia.
¿Escucha música?
Yo soy sorda como una tapia, de verdad. Pero soy salsera, la música que más me gusta es la salsa y la música venezolana. Y a veces disfruto de una música clásica exquisita, bien ejecutada.
¿Una película?
Yo tengo una debilidad por las películas históricas, entre ellas Danton (1983), Reds (1981) y Novecento (1976), que te conectan con momentos históricos importantes.
Germán Carrera Damas
(Venezuela, 1930). Maestro en Historia de la Universidad Nacional Autónoma de México, revalidó la licenciatura y obtuvo el doctorado en la Universidad Central de Venezuela (UCV), de cuya Escuela de Historia fue su director y alcanzó la categoría de profesor titular. Allí fundó las cátedras de Historia de la Historiografía Venezolana y de Técnicas de Investigación Documental. Desempeñó la Cátedra Simón Bolívar en la Universidad de Cambridge. Inauguró la Cátedra Simón Bolívar en las universidades de Colonia, República Federal Alemana y Nacional Autónoma de México. Desempeñó la Bacardy Family Chair for Eminent Scholars en la Universidad de Florida. Es presidente del Comité Internacional de Redacción de la Historia General de América Latina de la Unesco.
Autor de numerosas publicaciones, entre ellas: El culto a Bolívar; Una nación llamada Venezuela; Historia de la historiografía venezolana; Boves: aspectos socioeconómicos de la guerra de Independencia; La larga marcha de la sociedad venezolana hacia la democracia; El bolivarianismo-militarismo, una ideología de reemplazo; Rómulo histórico; y Colombia, 1821-1827: aprender a edificar una república moderna liberal.
Germán Carrera Damas:
Escribir para entender2
Germán Carrera Damas está por cumplir noventa años. Hablar de su vida es hacer un repaso de los momentos más importantes de la Venezuela del siglo XX. De esas épocas no solo escribe como historiador. Lo hace también como un testigo de los hechos. Es escritor de más de cuarenta obras sobre los estudios históricos. No hay un solo estudiante universitario de las humanidades o de las ciencias sociales que no conozca su nombre o no haya escuchado hablar de El culto a Bolívar, que en 2020 cumple 52 años desde que la Universidad Central de Venezuela (UCV) lo editó por primera vez.
“Tengo una admiración muy grande por Simón Bolívar. Considero que ha sido uno de los grandes hombres de la humanidad, no de América ni de los siglos XVIII o XIX. Fue un gran hombre, y yo veía con verdadero desagrado de historiador cómo era utilizado para mal dirigir un pueblo, desvirtuándolo y convirtiéndolo en una especie de pacotilla. Veía que la democracia seguía con aquellas ideas y me parecía muy peligroso; entonces publiqué un trabajito en una revista de la Escuela de Letras de la UCV: ‘Los ingenuos patricios del 19 de abril y el testimonio de Bolívar’, donde digo que el testimonio de Bolívar había sido utilizado para desacreditar el poder civil y enaltecer el militar. Se armó un escándalo tremendo. Porque, en un exceso mío, dije que había que liberarse del Libertador, pero en tanto testigo de los hechos, no en tanto los hechos. No entendieron o no quisieron entender, y pensaron que yo quería que quemaran a Bolívar. Publicaron cosas horribles. Fíjate que en el libro digo que no me ocupo de Bolívar, sino del culto”.
Carrera Damas es profesor titular de la UCV, donde además revalidó su formación del Colegio de México y de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), alcanzando, en la Escuela de Historia de la UCV, el título de doctor. Allí también se desempeñó como director y fundó las cátedras de Historia de la Historiografía de Venezuela y la de Técnicas de Investigación Documental. Además, dictó la Cátedra Simón Bolívar en la Universidad de Cambridge (Inglaterra), la fundó en la Universidad de Colonia (Alemania) y también en la UNAM (México). Trabajó en la Universidad de Florida con la Bacardy Family Chair for Eminent Scholars y es experto colaborador de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés), en el comité que redacta la Historia General de América Latina y la nueva versión de la Historia del Desarrollo Científico y Cultural de la Humanidad.
Su actividad diplomática comenzó cuando lo eligieron miembro de la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (Copre), bajo el gobierno de Jaime Lusinchi. Igualmente se destacó como embajador en México, Colombia y República Checa durante las presidencias de Jaime Lusinchi (1984-1989), Carlos Andrés Pérez (1989-1993), Ramón J. Velásquez (1993-1994) y Rafael Caldera (1994-1999). En 2007 fue incorporado como individuo de número de la Academia Nacional de la Historia, una institución a la que adversó desde joven por su defensa de la llamada historia patria que, según su visión, los gobiernos han utilizado para justificar sus acciones desde el siglo XIX.
“Yo escribí mucho contra la Academia Nacional de la Historia. Porque uno de los factores de atraso de la conciencia histórica del venezolano era el culto a Bolívar y ellos eran quienes administraban eso. Hasta pidieron mi destitución de la universidad. No escribía por cuestiones personales, sino conceptuales. Una sociedad necesita una conciencia histórica que la estimule, no que la degrade al decir simplemente ‘cepíllate los dientes para que honres a Bolívar’. Ahora he dejado de asistir por varias razones, entre ellas el giro hacia lo que yo llamo ‘historiografía de aeropuerto’ y ese tipo de cosas no son para mí. Cuando uno iba a las sesiones, lo que trataban eran cuestiones administrativas. Una vez publicamos algunas cosas en defensa de la República porque las llevé yo escritas y ahí estaban Simón Alberto (Consalvi), Manuel Caballero y José Rafael Lovera, pero ya sin ellos volvió a ser la misma Academia que para mí no representaba nada”.
De tal padre, tal hijo
Tuve noción de la historia como a los seis o siete años. Todavía vivíamos en Caigüire (estado Sucre). Estando el régimen gomecista, recuerdo muy bien que un día mi mamá salió a donde el jefe civil a rescatar a un muchacho de dieciséis años que lo habían reclutado, y era el único sostén de su familia. Se lo querían traer para el cuartel y ella fue allá y se lo entregaron. Ese fue quizás mi primer recuerdo de lo que significaba un régimen dictatorial y autocrático.
Luego nos trasladamos a Caracas porque en Cumaná no había liceos y para mis padres era muy importante darnos la oportunidad de estudiar. También porque mi mamá no quería quedarse viuda por el paludismo. Sí, así mismo lo decía. Entonces nos vinimos a Caracas, donde no estaba la epidemia.
Éramos cinco hermanos. Mi padre era comerciante, muy emprendedor. Hombre extraordinariamente culto y gran lector. Creo que le debo a él mi dedicación a la historia. Fue la persona que realmente me dio ese horizonte. Aunque no pudo estudiar, tenía una cultura muy vasta y, además de juguetes, siempre nos llevaba libros y conversaba con nosotros sobre ellos, porque los leía. Estoy recordando a Carlomagno desde que tenía doce años. A los catorce leí junto a él la biografía de Leonardo da Vinci y El Quijote, y esto no lo digo con jactancia. También tuve buenos profesores de primaria y estaba él como un maestro permanente, pero no enseñándonos sino planteando las cosas. Había la obligación de hablar de esos temas en casa.
Un día de 1939, a este señor, nacido en Cariaco, se le ocurre que quiere ver el mundo. Se va con mi mamá a Nueva York y estando allá se deslumbró totalmente. Tomaron un barco y se fueron a Europa. En París lo sorprendió el inicio de la guerra, lograron irse en el último barco francés que salió a Nueva York. Cuando regresaron, ya la guerra estaba en curso.
Él tenía un pensamiento democrático y yo diría que adquirí esa misma orientación. Por ejemplo: 1945. Noche del 17 de octubre. Nuevo Circo de Caracas, lleno de gente. En las gradas están Antonio Carrera con Germán Carrera. Estamos oyendo aquel famoso mitin en el que hablaron Andrés Eloy Blanco, Rómulo Gallegos y Rómulo Betancourt. Al día siguiente se inició la primera y genuina revolución en la historia de Venezuela. Yo estaba en la tribuna junto a mi papá. Tenía quince años y sentido político.
La juventud de aquellos años tiene una diferencia fundamental con la de ahora: en aquel momento nosotros podíamos imaginar la democracia… Imaginarla. En cambio, la juventud de ahora puede recordarla. ¿Ves la pequeña diferencia? Podíamos imaginarla, pero no teníamos ni la menor idea de qué era aquello. Solo la asociábamos con el concepto de libertad, nada más. Pero ahora nosotros podemos recordarla, que es diferente.
Embriagado en París
Mi padre, siempre preocupado por nuestra formación, un día nos reunió y nos dijo: “No puedo dejarles una herencia, pero les voy a dar la oportunidad de que se preparen para su vida. Nos vamos todos a París”. Nosotros no fuimos ni con lujos ni con exceso de dinero. Buscábamos un modo de ganarnos la vida y con la mejor formación posible.
En Francia fue donde por primera vez vi lo que era una agitación política. Te estoy hablando de julio de 1948. Me acababa de graduar de bachiller y llego allá con dieciocho años. Lógicamente, eso me produjo una especie de embriaguez política de la que no me arrepiento en lo absoluto. En noviembre recibimos la noticia del golpe a Gallegos. Un grupo de estudiantes firmamos un telegrama dirigido a Marcos Pérez Jiménez, protestando por aquel hecho y eso significó que por diez años no pudiera volver a Venezuela. Para esa época, los consulados tenían una lista de “indeseables” y yo estaba en ella. Entonces no pude regresar hasta la caída de Pérez Jiménez. Mi papá y mi mamá sí venían, pero mis hermanos y yo no.
En búsqueda de la historia
Terminé mi primer libro a los diecisiete años. Es una biografía de Simón Rodríguez. Yo estudiaba en el Liceo Fermín Toro y tuve un maestro extraordinario, el poeta Héctor Guillermo Villalobos, quien en literatura venezolana nos mandó a hacer un trabajo de fin de curso. Yo hice uno como de ciento y pico de cuartillas: ese fue mi primer libro de historia.
Llegué a París con mi vocación de historiador y mi papá me decía que con qué me iba a ganar la vida, porque ser historiador era lo mismo que condenarse a la pobreza. Entonces me persuadió y entré a la Facultad de Derecho de la Universidad de París, destinado a ser como José Gil Fortoul, un abogado historiador. Marché muy bien en los dos primeros años en los que cursé materias generales, pero ya en el tercero me planteé que no quería ser abogado. Entonces me fui a Geografía, hice un semestre y vi que tampoco era mi camino. Así que presenté examen de ingreso a la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y aprobé. Allí estudié dos años, pero por razones de la guerra de Corea y la inminencia de otra guerra mundial decidimos irnos a México.
Exiliado e indocumentado
En 1952 llegué a México. Ya era militante del Partido Comunista, pero cometí el peor error que puede cometer un comunista: estudiar a fondo el humanismo marxista. Yo soy de los sobrevivientes de El Capital y llegó un momento en el que me di cuenta de que ese humanismo marxista es un cuerpo doctrinario en torno a un valor fundamental para el hombre: la libertad. La libertad del trabajo humillante, de la credulidad y de la superstición. El poder ser libre del sometimiento al despotismo. Entonces, me preguntaba qué hacía allí si estaba en un partido que buscaba la dictadura del proletariado con un centralismo absoluto y el abandono de la libertad.
Pero convivía con los comunistas exiliados. Tenía visa de estudiante, que había que renovarla cada año. Gracias a la corrupción administrativa, había un señor al que le entregaba el pasaporte y le daba doscientos pesos para que fuera a la frontera con Guatemala. Allí el cónsul le ponía al documento un sello de salida y entrada. Mientras volvía, me quedaba encerrado en mi apartamento cuatro o cinco días. Así lograba tener un año más en el país: podía salir a la calle sin que me detuvieran por indocumentado. Era duro, pero no me arrepiento.
“Señor, el decano lo llama”
Regresé a Venezuela en mayo del 58, pero repatriado. El gobierno mandó un avión a México a buscar a los exiliados. Yo solo conocía a una persona en toda la UCV: el director de la Biblioteca Central, porque habíamos sido compañeros en el Liceo Fermín Toro. Mi destino era ser profesor, pero también historiador. Lo que se me planteaba era el problema de ser un comunista historiador o un historiador comunista. Podía ser un comunista que escribiera cosas de historia, pero también podía ser un historiador afiliado al Partido Comunista. Como yo quería mi libertad, no elegí ni lo uno ni lo otro.
La persona que dirigía El Colegio de México era Alfonso Reyes, un humanista mexicano con quien tenía una buena amistad. Un día me dijo: “Carrera, tengo entendido que te regresas a Venezuela porque ya cayó la dictadura”. Y me entregó una carta para que se la diera a un amigo suyo, Juan David García Bacca, decano de la Facultad de Humanidades y Educación. Era una carta cerrada que le entregué a la secretaria del Decanato. Me tardé unos minutos haciendo no recuerdo qué y, cuando voy a bajar las escaleras, la muchacha me detiene: “Señor, el decano lo llama”. Al entrar a la oficina, me encuentro a García Bacca leyendo la carta. Se voltea hacia mí y me dice: “No sé cómo ni dónde pero desde este momento usted trabaja aquí. Tenga esta carta y guárdela”. Don Alfonso me había elogiado en unas pocas líneas. Eso fue en mayo de 1960. Entonces me designó auxiliar de investigación en el Instituto de Estudios Hispanoamericanos, dirigido por Eduardo Arcila Farías, con un fabuloso sueldo de quinientos bolívares mensuales. Ya yo estaba casado, tenía una hija y el apartamento me costaba setecientos cincuenta. También escribía algunas cosas en los periódicos y corregía algunos libros, hasta de cocina.
Fue cuando regresé que conocí a mi segunda esposa. Yo estuve casado en México con una venezolana, pero ella se fastidió de mí porque siempre andaba metido en los libros, y se divorció. Después conocí a Alida. Ella era secretaria de la Biblioteca Central de la UCV y había sido candidata por el estado Vargas en el Miss Venezuela de 1956. En la revista Élite salían fotografías suyas, y todo eso. Era la mujer más bella que había visto, y eso que yo venía de Francia. Me condenó a cincuenta años de felicidad. Murió cuando cumplía ochenta años, en 2010. Tuvimos dos hijas: Gabriela y Daniela.
La autenticidad de asumir los actos
Nunca pensé en ser embajador. Todo empezó cuando me nombraron en la Copre como director de la Subcomisión de Reforma Institucional. Yo le pregunté a Ramón J. Velásquez el porqué de mi nombramiento y él, como perfecto andino, me dijo: “Es que yo leí unas cosas tuyas y quería ver si funcionaban”. En la Copre pasé de escribir historia a hacer historia.
Otro día me llamó Consalvi, canciller de Jaime Lusinchi, y me dijo que el presidente me ofrecía la Embajada de Venezuela en México pero que respondiera ya. No me quedó más recurso que decir: “Bueno, canciller, en realidad, lo he pensado detenidamente y creo que sí”. Después me dijo que había una condición: no contar la noticia hasta que el presidente lo anunciara. Así que llegué a mi casa y no le dije nada a nadie porque la primera virtud de un diplomático es la discreción. En la mañana sonó el teléfono y Daniela se enteró. Yo no le había dicho ni a Alida y ya los periodistas lo sabían.
Duré trece años y medio como embajador y ni siquiera me preguntaron si estaba inscrito en un partido. Cuando le pregunté a Lusinchi: “Presidente, ¿por qué me nombró como embajador en México?”, él me miró y me dijo: “Porque hablas el idioma”. Era verdad, yo había sido compañero universitario de muchos de los funcionarios de cancillería mexicana y tenía muy buena relación con ellos.
Ningún presidente me exigió juramento de fidelidad ni me pidió cuenta de mi concepción política. Es más, recuerdo que cuando Ramón J. Velásquez fue presidente provisional, yo regresé de Colombia y le dije: “Presidente, ¿qué tiene usted resuelto para mí?”, porque él podía destituirme y nombrar a otra persona. ¿Sabe lo que me respondió? “Mientras yo esté aquí, usted estará allá”. Pero no por vanidad, sino por autoestima. Recuerdo que en enero de 1999 una delegación llegó a la oficina del consulado. Conversamos y nos dimos cuenta de lo que se avecinaba para el país. Esa misma noche le dije a Alida: “Creo que nuestra vida diplomática está por terminar”. En la mañana llamé al presidente Rafael Caldera y le dije: “Presidente, apenas entregue la banda, por favor solicite mi retiro”. Él me preguntó por qué y yo le dije que no quería ser parte del período que venía para Venezuela. Yo valoro mucho la autenticidad. Y eso requiere que uno asuma la responsabilidad de sus actos.
De perfil
¿Una época histórica?
No practico la evasión. Asumo las situaciones. Para mí Venezuela es un todo, inserta en el deber social del historiador. Mi trabajo es para servir a mi país.
¿Un libro?
Mis libros son de lectura permanente, pero hay libros que sí marcaron mi vida, uno de ellos es La vida de Don Quijote y Sancho de Miguel de Unamuno.
¿Escucha música?
Soy un absoluto melómano. He tenido privilegios que no te imaginas. Fui a la reinauguración del teatro Las Naciones en Francia, donde Wolfgang Amadeus Mozart estrenó Don Giovanni. Una noche, escuché el Réquiem de Mozart y el de Antonio Salieri, que era su gran adversario. Con una orquesta barroca y un coro de dieciocho voces. Yo trabajo en mi computadora con Mozart, él es el hombre haciendo a Dios. También soy un aficionado de María Callas.
¿Una película?
He visto grandes películas que han dejado en mí mensajes muy importantes y grandes valores. Yo he visto por lo menos diez veces El gran dictador (1940) de Chaplin. También El acorazado Potemkin (1925) de Sergei Eisenstein; El doctor Mabuse (1922) del viejo cine alemán, al igual que El Golem (1920).
Elías Pino Iturrieta
(Venezuela, 1944). Historiador. Doctor en Historia por El Colegio de México, individuo de número de la Academia Nacional de la Historia, profesor titular de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Hoy es editor adjunto del diario El Nacional y presidente de la Fundación para la Cultura Urbana. Fue director del Instituto de Investigaciones Históricas de la UCAB. Decano de la Facultad de Humanidades y Educación de la UCV y presidente del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg). Autor de numerosas publicaciones, entre ellas: El divino Bolívar; La Independencia a palos; Contra lujuria, castidad; Simón Bolívar. Esbozo biográfico; La mentalidad venezolana de la emancipación; Fueros, civilización y ciudadanía; Venezuela metida en cintura (1900-1945); Positivismo y gomecismo; Nada sino un hombre. Los orígenes del personalismo en Venezuela; Ideas y mentalidades de Venezuela. La Cosiata. Páez, Bolívar y los venezolanos contra Colombia.
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