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CAPÍTULO 6 EL PELIRROJO

Para Donna Port, los sesenta acabaron el 28 de noviembre de 1968, cuando una furgoneta que conducía un famoso guitarrista de Los Ángeles se despeñó por un acantilado en México. Donna, que iba en aquella furgoneta, nunca volvió a caminar. Port no lo ha tenido nada fácil desde el accidente, pero ni los calmantes ni las incontables operaciones a las que se ha sometido han conseguido enturbiar su carácter. Postrada en la cama, hace comentarios de lo más mordaces —por lo general en referencia a cualquier miembro de los Springfield menos Neil—, y luego suelta una risita de colegiala mientras se apresura a taparse la boca con la mano para ocultar el incisivo que le falta. Donna gasta malas pulgas, y estoy seguro de que lleva de cabeza a los pocos amigos que le quedan.

Vicki Cavaleri está de pie junto a la cama, y Donna, pese a las frecuentes limitaciones propias de su estado, le sigue haciendo de madre a la que es su amiga desde hace casi veinticinco años. Ambas empiezan a discutir sobre algún detalle rebuscado del pasado lejano, hasta que Donna salta: «No, Vicki, fue en Commodore Gardens, y no en el Saint Regis», zanjando la discusión de manera un tanto brusca. Port no se corta a la hora de hablar de Neil, ya sea bien o mal; Vicki —que estaba escribiendo un guion, mayormente autobiográfico, titulado «Expecting to Fly», como la canción de los Springfield que Young les dedicó a ella y a Donna— es más reservada. Donna no ha vuelto a ver a Young desde el accidente y no oculta su cabreo al respecto, para gran sorpresa de Vicki. «¿Qué pasa, joder, que Neil es tan especial que no puede ni coger el teléfono? Oye, que Neil caga como todo el mundo», decía Donna indignada. «Lo siento, Vicki, pero no es Dios.»

Allí nos tenías, en un viejo apartamento de Los Ángeles que Donna se vería obligada a abandonar más adelante por falta de fondos, y mientras uno de sus hijos —un adolescente de semblante serio con su rata mascota al hombro— entraba y salía de la habitación, Vicki y Donna me transportaban en el tiempo hasta 1966, cuando no eran más que un par de ingenuas con pantalones de campana y mocasines que trabajaban de camareras en Sunset Strip, y un buen día un bicho raro llamado Neil Young se coló en sus vidas.

«La gente pensaba que llevábamos un rollo ménage-à-trois», comentaba Port, negando con la cabeza. «Lo que llevábamos era un rollo ménage-à-ná», puntualizó Vicki. «No éramos sus groupies, éramos simplemente buenos amigos.»

Un día Donna se llevó a Neil a su casa en Commodore Gardens, un complejo de apartamentos baratos al lado de Hollywood Boulevard regentado por una vieja cascarrabias que se emborrachaba por las noches y echaba a todo el mundo de allí, para invitarles de vuelta a la mañana siguiente.

«Recuerdo la reacción de Neil cuando vio el bol de marihuana que teníamos», explicaba Port. «No estaba acostumbrado a ese tipo de cosas; estaba muy verde. Hazte cuenta de lo jóvenes que éramos todos, éramos todos unos críos. Neil no era ese personaje curtido en la calle y con tanto rodaje que la gente se imagina; no era más que un chaval de Canadá con un talento fuera de lo común. Gracias a Dios que tenía ese talento, porque si no, no sé qué hubiera sido de él.

»Neil siempre buscaba algo a que aferrarse en todas partes. Aquella fue una de las cosas que me llamó la atención en primer lugar: su vulnerabilidad. Era tan tímido y tan delicado; nunca iba con los del grupo, por eso siempre estaba con nosotras.» Cuando las chicas lo conocieron, Neil se alojaba con los Springfield en el Hollywood Center Motel. «Odiaba aquel lugar», dijo Cavaleri. «La verdad es que Neil no quería estar con los del grupo.»

«Neil se esforzaba por establecer relaciones con mujeres sin sexo de por medio», comentaba Port. «Es muy raro, pero a veces Neil podría haber pasado perfectamente por una chica, porque había una relación muy estrecha, te sentías muy a gusto con él.» Young empezó a presentarse por las noches en su apartamento de Commodore Gardens. A menudo, se levantaban por la mañana y se lo encontraban durmiendo en el suelo, acurrucado. Durante la primera época de los Springfield el trío era inseparable. «Éramos los tres mosqueteros.»

Donna, unos años más mayor que los otros dos, era la protectora del trío, la que daba la cara ante el mundo; Neil y Vicki eran como dos críos asustados refugiados en su propia burbuja protectora. «En mi vida he conocido a soñadores como aquel par», afirmaba Port. «Volvía a casa de trabajar y me los encontraba mirando los dibujos animados, entretenidos con los bloques de juguete. Y la casa hecha un desastre. Joder, que yo tenía veintidós años, ¡y no quería niños!»

Los tres rehuían el mundillo de Hollywood, por considerarlo falso, y en su lugar preferían ir a ver tiendas de juguetes o recorrerse Los Ángeles en busca de un par de gatitos para Young. «Visitamos todos los refugios para animales hasta dar con los adecuados», comentaba Cavaleri. «Neil sabía exactamente lo que buscaba». Neil le puso Orange Julius a uno de los gatos, y al otro, Black Cat Plain, en homenaje a la marca de cigarrillos preferida de Rassy.

La familia era para Neil un tema delicado en aquel momento. «Tenía toda una película montada con su madre y con su padre», explicaba June Nelson, la secretaria de Greene y Stone. «No se hablaba con su padre, y no quería hablar con su madre. Me decía: “No quiero hablar con ella”.»

Donna Port recuerda ser quien metiera las monedas en una cabina de teléfonos y realizara la llamada a larga distancia a Rassy, porque Young era incapaz de hacerlo. «Quería mucho a su madre, pero le tenía un miedo impresionante.» Cuando Rassy se desplazó hasta allí para firmar el contrato de grabación de Buffalo Springfield —ya que Neil, con veinte años, aún era menor de edad—, Young le rogó a Donna que le acompañara. «Una píldora de cianuro le habría apetecido más. Era incapaz de ir solo.»�

Port también recordaba que Rassy llamaba por teléfono a Commodore Gardens y su voz resonaba de tal manera que todos los presentes podían oírla. «Neil se percataba del semblante que se le quedaba al personal y del silencio que de repente invadía el lugar. Al colgar el teléfono, estaba muy enfadado y se iba a tocar la guitarra o a escuchar música.»

Donna no hablaba con Neil sobre el tema. «Era un asunto en el que era mejor no entrometerse, porque se ponía en guardia y sabías que le hacías enfadar solo con sacarlo a relucir. Siempre trataba de contar con su aprobación. A día de hoy, sigo sin saber si lo habrá conseguido.»

Mira, cuando estás empezando todo mola mogollón. Luego te haces famoso y ganas dinero, y cuando tienes pasta, de repente empiezan a rondarte un montón de tías tontas sin nada mejor que hacer que alternar con los del grupo y que buscan cualquier excusa para intentar meterse en la cama con alguno del grupo —el que sea, eso es lo de menos—; son las groupies… Imagínate a diez o quince groupies de esas rondando, escogiendo al tío con el que quieren montárselo, y luego que empiecen a comerle la cabeza con que si es el mejor, que si es lo más, que si debería probar suerte en solitario…Y los otros empiezan a ponerse celosos, y se pone fea la cosa.

ENTREVISTA CON MARCI MCDONALD, 1968

Una noche, Barry Friedman y Paul Rothchild, el productor de los Doors, vieron actuar a los Springfield en el Whisky. «Estábamos allí sentados, viendo el concierto, y le dije a Paul: “¿Cómo podemos saber si son buenos de verdad? ¿Cómo se puede saber la diferencia entre ‘buenos de verdad’ y ‘del montón’? ¿Entre un hype mediático y el éxito verdadero?”. Paul respondió: “Ah, muy fácil, solo hay que fijarse en la calidad de las mujeres que tienen alrededor”. Las mujeres que rodeaban a los Springfield eran de primera calidad.»

Dado su nuevo estatus de estrella del pop, a Neil Young no le faltaban candidatas dispuestas a enrollarse con él, pero el tipo de relación que mantuvo con cualquiera de ellas sigue siendo un misterio. «Vaya una pregunta chunga», comentaba el productor Jack Nitzsche. «La relación de Neil con las mujeres siempre me ha parecido extraña.» A la escritora Eve Babitz Young le resultaba un tanto siniestro, y decía que le tenía miedo. Elliot Roberts afirmaba que Young era «pero que muy dado a las relaciones de pareja», aunque, al recordar haber visto a Neil con una conocida groupie, añadía que «tampoco es que fuera un monje de clausura».

Otros lo describen como todo lo contrario. «Neil se esforzaba por parecer frágil», comentaba Denny Bruce, un colega de Nitzsche. «Jack y yo solíamos ir al Whisky, porque allí por regla general era fácil echar un polvo. Neil nos decía: “Me tengo que ir a casa a tomarme las medicinas”. Siempre nos preguntábamos si aquello lo hacía adrede para gustar a las chicas. Porque con Neil, eran las chicas las que tenían que ir a agasajarlo.»

Resulta interesante analizar cómo describe Young a las mujeres, porque es tan enrevesado como el resto de su universo. En temas como «Flying on the Ground Is Wrong» o el nostálgico «One More Sign», una maqueta inédita de la época de los Springfield, suena desesperado por conectar con ellas. «Down to the Wire», un tema de los Springfield que permaneció inédito hasta 1977, es un retrato muy elaborado de una vampira chupa-almas tremendamente seductora. En las canciones de Young se percibe mucho miedo y, en el caso de «Mr. Soul», una hostilidad que roza el odio. En definitiva, un universo un pelín más complejo que el de «All You Need Is Love».

En el mundillo musical de Los Ángeles algunos se sintieron empujados a toda una vorágine de libertad sexual para la que no estaban preparados. «Era casi como una imposición», decía Nurit Wilde. «“Tienes que ser libre —no puedes tener miedo—, tienes que irte con este o con aquel.” El propio planteamiento ya suponía una falta de libertad, creo yo. Para mí no fue nada fácil; los que veníamos de Toronto estábamos muy verdes en todo ese tema.»

La situación parecía ser especialmente opresiva para Young. «Neil era muy tímido con las mujeres; su timidez era algo extraordinario, doloroso e incluso trágico», comentaba Donna Port. Donna y Vicki recuerdan el extraño ritual por el que les hacía pasar Neil: cada vez que quedaba con alguna admiradora, ellas debían aparecer justo cuarenta y cinco minutos después para decirle que llegaba tarde a algún sitio. Por lo visto, Neil no quería que pasara nada.

Port intentó liar a Young con una de sus amigas. «Ella no podía entender qué había hecho mal. Habían pasado la noche juntos, pero él no se había quitado la ropa. Volvió a casa llorando, diciendo: “No le gusto”. Se le acercaba demasiado, y Neil se asustaba. Estaba atormentado. Era todo un ídolo sexual sobre el escenario y luego… Te puedes imaginar la presión que suponía.»

Las noches que Young pasaba en el suelo en Commodore Gardens, Port —siempre tan maternal— intentaba levantarlo del suelo, quitarle la ropa y meterlo en una cama improvisada en el sofá para que no pasara frío. «Era quitarle el cinturón y asaltarle el pánico. Siempre decía: “No, estoy más a gusto así; no me importa dormir con la ropa puesta”.»

Port sospechaba que había algo más. La fragilidad de Young le resultaba familiar. Al percatarse de cuánto le cohibía verse tan esquelético, Port empezó a plantearse si no habría tenido la polio, ya que esa enfermedad había afectado de niña a su familia.

«Sus piernas eran dos palillos, así que un día se lo pregunté directamente», dijo Port. «Su mirada aterrorizada me sirvió de respuesta. Luego empezó a sacarlo todo. Estaba acurrucado en una manta, llorando; aquello le había dejado una enorme cicatriz a nivel emocional. Hablamos de lo crueles que son los chavales durante la infancia. Aquello explicaba muchas cosas.

»El tío llevaba una gran carga a cuestas, tanto a nivel físico como a nivel emocional. Neil no encajaba; nunca pensó que encajara. Se moría de ganas por ser uno más, pero nunca lo conseguía. Neil siempre arrastraba un gran sufrimiento interno.»

Yo veía las cosas desde una perspectiva totalmente distinta. En Canadá —de donde yo venía— las cosas eran distintas. No me sabía relacionar muy bien con las mujeres; me refiero a todas aquellas chicas y tal… Yo era muy inocente en todo lo relativo al sexo; para mí aquello era demasiado, todo sucedía demasiado rápido, demasiado pronto. No entendía nada; no estaba preparado.

En Los Ángeles todo era una puta locura. Todos estaban a años luz de mí a la hora de alternar y hacer vida social; yo no daba crédito: «¡Hostia! Esto es una auténtica rayada. ¿Dónde está mi guitarra?». Me costó acostumbrarme, pero, como buen canadiense, al final acabé por adaptarme.

Lo que tenía con Vicki y Donna no era más que una muy buena amistad que aparecía en un momento mágico de nuestras vidas. Los tres estábamos viviendo aquel momento juntos. Me sentía identificado con aquellas chicas, eran muy guays, así que lo pasábamos muy bien juntos, teníamos un rollo más como de amigos. Donna es toda una señora; debería ir a verla. No hago más que dejar pasar una oportunidad tras otra…

Estaba tan ensimismado en lo que hacía, que no me centraba demasiado en el tema de las mujeres, la verdad. No es que me preocupara; simplemente, no me llamaba la atención. Tenía otras cosas en la cabeza.

—En la época de los Springfield, las cosas te fueron bastante mal. ¿Alguna vez te sentiste rechazado?

—JAJAJAJAJAJAJA; necesito beber algo. Uf. Vaya tela. ¿Que si alguna vez me he sentido rechazado? No creo que eso haya supuesto nunca un gran problema, ¿sabes a lo que me refiero? O puede que sí, y que sea tan evidente que ni siquiera sea capaz de verlo. Creo que todos nos hemos sentido rechazados alguna vez… pero no creo que nunca me haya importado el hecho de sentirme rechazado.

Dados sus problemas para pagar el alquiler en Commodore Gardens, Young necesitaba un nuevo lugar donde refugiarse, y Donna Port le ayudó a encontrarlo: el 8451 de Utica Drive. Parecía sacado de un cuento de hadas: una vieja casa de tejas de madera con una verja de hierro forjado, oculta en las colinas de Laurel Canyon. Young ocupaba el estudio de invitados de madera de pino nudoso que asomaba tras la casa al final de una larga escalinata, enclavado entre las copas de los árboles y con vistas al cañón. Todavía hoy resulta un lugar fantasmagórico, y parece que en cualquier momento vaya a salir un duende de detrás de los árboles a susurrarte un poemilla soez. «Está por ahí perdido», decía Young, lacónico, arrastrando las palabras. «Era muy difícil llegar hasta allí, tenías que conocer el camino.»

La encargada de la propiedad era la ya desaparecida Kiyo Hodell, una exótica astróloga mitad asiática con el pelo negro azabache que desconfiaba de los músicos y se negaba a alquilarle la casa a Young si no le hacía antes la carta astral. «Aquella mujer tenía algún tipo de poder sobrenatural», comentaba Linda Stevens, una amiga de Young. «Con aquel pelo largo precioso recogido en un moño alto, siempre se mostraba muy apasionada. Ella era Leo, y Escorpio era su signo opuesto, así que Neil le parecía maravilloso.»

«Kiyo era una bruja buena», comentaba el músico Jim Messina. «Me invitó a su casa a tomar el té, y recuerdo ver un enjambre de abejas arremolinadas en la chimenea, como si alguien hubiera derramado un bote de miel. Vivía de esa manera.» Hodell, bastante mayor que Young, se convirtió en su coraza ante el resto del mundo. «Protegía a Neil de manera espectacular», explicaba Donna Port.

Quienes le visitaron en Utica Drive, recuerdan que atravesaba una época difícil. «La convivencia con Neil era una experiencia muy intensa», comentaba la cantante Robin Lane, que vivió con Young durante algunas semanas. «Tenía un objetivo. Neil no hablaba mucho de sí mismo ni de sus sentimientos; estaba ausente, en su propio mundo. Era extraño, misterioso; parecía flotar sobre la tierra, pero, al mismo tiempo, tenía los pies en el suelo.»

«No podíamos ni vernos la mayoría del tiempo»; así le explicaba Young a Tony Pig los derroteros que tomaban las relaciones en el seno de los Springfield, y la fricción no afectaba solamente a Stills y Young. Dewey Martin constituía toda una fuente de frustración por sí mismo. «Había momentos en que todos querían sustituirlo», comentaba Richard Davis, que recuerda cómo le hicieron una prueba en secreto al batería de los Grass Roots en el Whisky. «Todos nos sentimos muy avergonzados. Nadie sabía cómo gestionar aquello.»

«Dewey tenía la habilidad de decir siempre lo que no tocaba cuando no tocaba», decía el roadie Chris Sarns. «Justo cuando se empezaban a calmar las cosas entre Stephen y Neil, iba y soltaba algo que hacía que se volvieran a enzarzar.» Martin no negaba que pudiera resultar odioso y lo achacaba a las ingentes cantidades de anfetaminas que engullía. «Soy consciente de que ponía a mucha gente de los nervios, porque a mí me encanta rajar sin parar; con que imagínate a un tío ya hiperactivo de por sí tomando anfetas.»

Pero en el caso de Martin, no es el abuso de sustancias químicas lo que más recuerda la gente, si no el de alcohol, algo nada de moda en los sesenta. Marcy, la esposa de Charlie Greene, recordaba haberle dicho al batería exactamente eso una tarde en el Hotel Beverly Hills. «Le dije: “Dewey, como un día hagan una redada y te enganchen, van a encontrar una botella de Scotch en tu batería. Eres la vergüenza de la industria musical”.»

Luego estaba Bruce Palmer. Fue llegar a Los Ángeles y teletransportarse a otra dimensión. «Bruce se empapó de la psicodelia en un abrir y cerrar de ojos», comentaba Donna Port. «Bruce era incapaz de decir que no. Abrió la caja de Pandora. Teníamos que poner a alguien a seguir a Bruce con el coche, literalmente, para asegurarnos de que no lo arrestaran o de que no se matara en un accidente, porque siempre conducía bajo los efectos de vaya Dios a saber qué. No sé la cantidad de coches de alquiler que el tío llegó a dejar en siniestro total; Bruce destrozaba todo lo que tocaba.»

En sus mejores momentos, Bruce era una criatura de otro mundo. Charlie Greene recuerda que le acercaban un micrófono cuando estaba tirado en el suelo, sin que se diera ni cuenta. «Si le decías: “Oye, Bruce”, no era capaz ni de darte la hora, pero era empezar a sonar la música y ponerse a tocar de manera impecable.»

«Bruce era un tipo muy distante, totalmente absorto en su viaje», comentaba Dewey Martin. «Se metía un tripi y luego se ponía a tocar el sitar doce horas seguidas.» Al recluirse cada vez más en el estudio de la música oriental, la religión y el karate, Palmer empezó a saltarse las sesiones con el grupo; llegaba tarde, y a veces ni siquiera se presentaba. «Parecía que siempre teníamos que esperar a Bruce», decía Martin. Palmer, el alma máter musical de la banda, se estaba saliendo de madre. «A medida que Bruce se volvía más difícil de tratar, Neil se volvía más protector», explicaba Richard Davis. «Miraba por Bruce.»

Para formar parte de la escena rock de Los Ángeles colocarse era condición sine qua non, pero Young se había vuelto extremadamente prudente con las drogas. Robin Lane comentaba que Neil le había soltado una bronca por fumarse un canuto en su coche. Linda McCartney —entonces Linda Eastman, una fotógrafa del mundillo— recordaba ir en un coche con Neil, algunos componentes de los Jefferson Airplane y Owsley Stanley, el gurú del LSD. Empezó a rular un porro y Young se apresuró a bajar la ventanilla para que no le diera el humo. «Antes de convertirse en el rey de los petas, Neil le tenía un pánico tremendo a la marihuana», comentaba Jack Nitzsche. «Solo con olerla.»

Total, yo ya estaba loco; daba igual si tomaba drogas o no.

Una vez Crosby me dijo, porque sabía que yo no podía fumar tanta hierba como otros amigos suyos —por los ataques de epilepsia y tal—; me dijo: «Tu metabolismo es distinto al de los demás; eres distinto. No te metas en esto; ten cuidado».

—R. Crumb dijo que el consumo de LSD cambió radicalmente su obra. ¿Hubo algún tipo de droga con el que te ocurriera algo parecido?

—No lo creo, aunque es discutible. Mira, yo opino que lo único que nunca falla a la hora de sacar algo adelante es ir sereno.

Pero, como todas las cosas, es algo que puede cambiar. Igual hago las cosas de una manera durante un tiempo y luego, un buen día, dejo de hacerlo. Es lo que hay.

Pruebas a vivir de un modo, luego pruebas otro; vas probando y viendo las cosas desde perspectivas diferentes.

En el verano de 1966, se produjo una disfunción en el sistema nervioso de Young. «Neil se puso muy mal», recuerda June Nelson. «Empezó a tener convulsiones. Me llamó a las tantas y me dijo: “¡June! ¡Tienes que venir a por mí! ¡Me voy a morir!”.» Nelson lo metió en el coche y se lo llevó al Centro Médico de la UCLA.

Young pasó diez días en el hospital, donde se le realizaron toda una serie de pruebas, incluido, según Charlie Greene, un procedimiento que consistía en perforarle el cráneo. «No se me olvidará nunca. Le hicieron un puto agujero en la cabeza para liberar la presión.»

Luego vino el neumoencefalograma, un tortuoso procedimiento destinado a comprobar si el cerebro sufría algún tipo de anomalía. Una vez finalizado, el médico le preguntó si alguna vez había tomado LSD. Young respondió que no. Según Neil, el médico le contestó: «“Bien, pues ni se te ocurra hacerlo, porque no regresarías del viaje”. Esa fue la conclusión a la que llegaron.» Le recetaron Dilantin y Valium para reducir al mínimo las crisis epilépticas, y le dieron de alta. Charlie Greene consideraba que todo el alboroto de los meses precedentes, que acabaría culminando en aquel surrealista episodio del hospital, había dejado a Young traumatizado y deprimido.

«Podías percibir el profundo miedo que sentía hacia todo ese éxito que le había caído encima, incluidas las putas limusinas y demás puñetas. Se encontraba ante un dilema; no entendía qué pasaba.»

El neumoencefalograma era el peor castigo que se había inventado Dios desde la Inquisición. En plan: «¿Qué podemos hacer para volver a alguien loco de cojones? ¿Destrozarlo hasta hacerlo gritar como un orangután? ¡Venga, a por ello!».

Estás atado por completo a la cosa esa, rodeado de cuero, luego te clavan una aguja en la espalda, te ponen una inyección y te empiezan a meter contraste radioactivo; y duele. No te pueden sedar, tienes que estar totalmente consciente. Fue un puto infierno; lo peor. Te atan, te hacen todas esas cosas, te inyectan ese líquido de contraste radioactivo por la puta espalda, directo al cerebro, y lo van siguiendo. Con un montón de aparatejos, receptores de satélite y otros cachivaches que había por el quirófano. Aquello me estaba matando. Fue muy doloroso; extremadamente doloroso.

Y después te pasas un par de semanas con dolor de cabeza mientras las burbujas de aire producidas por la intrusión de esa sustancia extraña en tu organismo se van disipando por el cerebro, y el aire se eleva, intentando salir y alcanzar la superficie, como haría una burbuja en el agua —y se queda atrapado en la parte superior del cerebro— hasta que acaba por evaporarse y desaparecer. El dolor de cabeza me duró una semana, con la cabeza llena de las burbujas aquellas. Joder, y cada vez que mueves la cabeza, te mata el dolor. Pero no es nada comparado con lo que duele la operación, que te deja reducido a un puto animal.

Y encima, al final tampoco sacaron nada en claro. Aquello debió de ser una especie de experimento médico para ver hasta dónde podían llegar. Ya no se practica, porque decidieron que era inhumano. Supongo que debí de ser uno de los últimos en pasar por el aro.

Aquella película fue brutal, sin duda. Estoy seguro de que hubo un antes y un después de aquel episodio. Fue un acontecimiento determinante en mi vida; me produjo un dolor alucinante.

—¿Sentías curiosidad por el LSD?

—No, nunca tomé LSD; ni nadie me lo ofreció nunca, ni yo quise probarlo.

—¿Por qué no?

—Porque el médico me dijo que no lo tomara. Eso fue exactamente lo que me dijo: «No tomes LSD». Dedujo que yo ya estaba lo suficientemente ido como para encima tomar LSD, y que podía quedarme pillado para siempre. Si hasta cuando fumaba hierba, siempre era proclive a que me subiera demasiado; por eso no estaba preparado para meterme a saco en toda aquella historia de las drogas psicodélicas. A mí ya me parecía todo psicodélico de por sí, así que cuando la peña se ponía a hablar de sus movidas psicodélicas no me daba la impresión de que me estuviera perdiendo nada. O sea, que me podía identificar con lo que decían. Total, que pensé: «Mira, esto tiene toda la pinta de ser un chollazo. Siento el mismo efecto que ellos sin tener que tomar la droga».

—¿Dirías que tu música es psicodélica?

—En parte. Depende. Lo que tú consideras psicodélico, puede no serlo para mí. Diría que es trascendental, que trasciende el momento. Lo que tiene mi música de psicodélica es que cuando fluye es como si todos estuviéramos sintonizados con una especie de fuerza que nos marca el ritmo a seguir, joder, y hace que todos vayamos al unísono; eso sí que es psicodélico. Incluso anoche, a pesar de lo mediocre de nuestra actuación, se podía percibir esa sensación. Nos quedamos como pillados, y quedarse pillado forma parte de la psicodelia. Las cosas se repiten; sucede lo mismo una y otra vez.

Así funcionan mis procesos mentales. Y a veces, también mi música. Cuando pasa esto con mi música, me encanta, pero cuando se trata de mi cerebro, es para volverse loco de cojones, porque la música es una cosa que puedo controlar, pero cuando te sales de la música y empiezas a darle vueltas a algo una y otra vez, sin poder quitártelo de la cabeza, se convierte en algo negativo. En el caso de la música, es algo positivo, algo que no intentas controlar, pero sobre lo que tienes un control absoluto; es como si fuera… psicodélico.

Al salir del hospital, Neil debió de sentirse desesperado. Había llegado a Los Ángeles dispuesto a dedicarse a la música y a convertirse en una estrella del rock, y se había estampado contra la pared.61 Tenía que lidiar con sus mánager, con su grupo y ahora también con su cerebro. Young cogió aquella maraña de sentimientos y la transformó en música. Lo hizo de un tirón, sin editar, y lo llamó «Mr. Soul»; aquel tema marcó un punto de inflexión. Compuesta con una guitarra acústica de doce cuerdas, la versión original de «Mr. Soul» —que data del otoño de 1966— era, según los que la escucharon, un tema folk lento y taciturno con un toque siniestro acentuado por la afinación modal en re que utilizó Young.

Tanto Peter Lewis, de los Moby Grape, como el crítico Paul Williams me comentaron que les había gustado más el arreglo original de «Mr. Soul» que la versión que vio la luz. «No tenía nada que ver», comentaba Lewis. «Aquella primera versión sonaba verdaderamente misteriosa.» La versión no grabada de «Mr. Soul» fue el primer caso conocido en que Neil Young utilizó la afinación modal en re, también presente en «Ohio», «When You Dance», «Cinnamon Girl» y «Don’t Let It Bring You Down». Young decía que le gustaba «cómo alargaba las notas. Me gustaba el bordón sostenido».

La versión grabada de «Mr. Soul» se apoya en un riff que Young le birló a «(I Can’t Get No) Satisfaction» de los Rolling Stones, un toque muy apropiado para una canción cargada de tensión sexual y «dedicada con todo el respeto a las damas del Whisky a Go Go y a las mujeres de Hollywood». Pero la versión roquera de «Mr. Soul» de los Springfield aún tardaría meses en llegar. Las cosas aún tenían que descontrolarse un poco más antes de que la banda pudiera grabarla.

Rebosante de misterio y terror, «Mr. Soul» se presta a multitud de interpretaciones y constituye el primer escarceo por el lado oscuro de la personalidad de Neil Young. Fuera lo que fuera que le había caído encima, la impresión que produce «Mr. Soul» es que acaba de librarse de ello por los pelos. Se percibe una ironía distante inédita hasta el momento en las letras de Young, y un humor negro espeluznante. «Stick around while the clown who is sick does the trick of disaster62», puede que haga referencia a las crisis epilépticas y a las estancias en el hospital, pero, como suele ocurrir con las letras de Young, es algo debatible ad infinitum.

Young reflexiona acerca de su relación con el público, y sus comentarios alcanzan el clímax en el último verso. «Escuchar aquella canción en aquel momento era algo muy heavy», comentaba Ken Viola. «En aquella época se hablaba continuamente del alma, del interior de la persona. En mi opinión, lo que dice la canción es: “¿Qué es lo que se ve en la cara de una persona? ¿Cómo se yuxtapone esa apariencia externa a lo que lleva en el alma?”. Y el último verso —“Is it strange I should change / I don’t know why don’t you ask her?63”—, recuerdo que en aquella época pensaba que era muy desagradable.»

El lado fáustico del mundo de la farándula y los entresijos propios de la fama repugnaban y fascinaban a Young a partes iguales; pero nada de toda aquella locura —ni de la suya, ni la de los demás— le impediría seguir adelante, ni continuar mutando.

Casi treinta años más tarde, Young comenzaría la grabación de su Unplugged con «Mr. Soul». Atrapado en aquel plató estridente e hiperrealista de la MTV tan apropiado, parecía el extraño vástago psicodélico de algún bluesman itinerante; las omnipresentes gafas de sol negras hacían todavía más inescrutable ese rostro inexpresivo, ese semblante de barba cana, que parecía más viejo que el tiempo. El anciano de la montaña había descendido al Coliseo y, mirando fijamente a la cámara, esperaba a que soltaran a los leones. Su voz era de ultratumba, y su guitarra, un zumbido incesante. La banda, que debía acompañar a Young en la mayor parte de su repertorio, tuvo que abstenerse de participar en este tema. Este era un viaje en solitario.

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