Kitabı oku: «La muchacha que amaba Europa»
LA MUCHACHA QUE AMABA EUROPA
Joan Quintana i Cases
© La Muchacha que amaba Europa
© Joan Quintana i Cases
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1ª edición: 2021
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PRÓLOGO
El ferri con rumbo a Almería había zarpado de Orán unas horas antes y surcaba las aguas del mar de Alborán, insólitamente calmadas, que daban a la navegación una tranquilidad absoluta. Khaled y Boualem que confiaban les diera tiempo a subir al tren con destino a Madrid, salieron a la cubierta principal y sin prisas llegaron al mirador de popa. Al final, de la espumante estela del buque que se perdía en el azul plomizo del mar se reflejaban los rayos del sol en un espectáculo de colores, cual arcoíris dotado de vida, mientras en el horizonte se podía vislumbrar todavía el perfil del Atlas.
Al poco rato decidieron volver al confortable interior del salón de proa donde, a través del gran ventanal de su amura de babor y gracias a la atmósfera límpida causada por varios días de viento de levante, podían divisar perfectamente la costa española, en la que se recortaba nítido el macizo de Sierra Nevada que sobresalía, a poniente, de las montañas de Gádor.
Mientras tomaban un té, recordaron a sus padres, que habían dejado en Orán y los relatos que les contaron sobre la guerra de liberación argelina. Las atrocidades cometidas por ambos bandos y cómo, lo que en un principio parecía la gran superioridad de los paracaidistas franceses, que habían asesinado a sus abuelos en las matanzas de Philippeville (actual Skikda), acabó sucumbiendo ante la fuerza incontenible del afán de libertad del pueblo argelino.
Sin embargo, después de la independencia, Argelia no mejoró, más bien todo lo contrario. La democracia tardó en llegar y llegó mal. Tuvieron que aguantar todas las miserias de un régimen totalmente corrupto hasta diciembre de 1991, cuando el gobierno canceló las elecciones democráticas al percatarse que las ganaría el FIS1, propiciando así la renuncia de Chadli Bendjedid.
Fue imposible que el FIS fuera elegido de nuevo. Lo prohibieron, se disolvió y sus dirigentes fueron encarcelados. Liamín Zeroual, el primer presidente salido de unas elecciones, boicoteadas por la oposición, recibió todo el amparo de Francia.
En opinión de Khaled y Boualem, no les quedaba más solución que exportar el terror al corazón del continente europeo, París. A partir de estos sucesos, los dos se afiliaron al GIA (Grupo Islámico Armado)2, pues les proporcionaba apoyo logístico y económico. El odio visceral que sentían se acentuaba a medida que se aproximaban a la capital francesa.
Pero aún era pronto para París. Llegados al aeropuerto de Barajas salieron rumbo a Berlín, donde Mohammed Abbás los esperaba. Sería el verdadero artífice de toda la operación. Los tres se dirigieron hacia el barrio de Kreuzberg, en el que contaban con la protección de la comunidad islámica. Hacía pocos años que la capital se había reunificado y el Acuerdo de Schengen les permitiría moverse libremente por el continente.
Con su imprescindible ayuda, planificaron el atentado del metro de París3. La agresión efectuada por los dos argelinos fue para ellos todo un éxito, mataron a ocho personas y más de doscientas fueron heridas, pero Abbás fue detenido por la policía alemana al considerarlo el “cerebro de la matanza”.
Allá en Marruecos, a pesar de su juventud y de una impetuosa imaginación, ella nunca hubiera imaginado que, en su afán por marchar, acabaría desmantelando una de las ramas más sangrientas del terrorismo islamista.
1. El Frente Islámico de Salvación fue una organización política argelina, de tendencia islamista, fundada en febrero de 1989 y declarada ilegal en marzo de 1992.
2. El Grupo Islámico Armado fue una organización terrorista argelina fundada en 1992 que agrupaba a los descontentos del FIS y otras organizaciones
3. Ola de atentados terroristas que sacudió Francia en el verano de 1995.
I
ILHEM
Aquella mañana se despertó sumamente holgazana, el sol estaba alto en el horizonte y sus rayos se filtraban entre las cortinas de la ventana, dando a la estancia en penumbra una tonalidad dorada. Se estiró en el lecho y dedicó su tiempo a contemplar detenidamente la habitación, su vista recorrió pausadamente la totalidad del perímetro, deteniéndose en los mínimos detalles. El cuadro situado sobre la cabecera de la cama se reflejaba en el gran espejo colocado en la pared de enfrente. Aquel espejo en que se miraba a diario cuando se preparaba y maquillaba antes de salir, y algunas veces, de reojo, un poco avergonzada por su vanidad.
La cómoda colocada a la derecha de la habitación era de madera maciza y labrada a mano. Se acordó de cuándo y dónde la habían adquirido. El sillón, situado en un rincón, era cómodo y mullido. Todo allí rezumaba buen gusto y comodidad, todos los elementos parecían perfectos para el confort y el bienestar. Nada resultaba superfluo en el aposento, el conjunto ejercía la seducción propia de la calidad.
El verano tocaba a su fin y las noches empezaban a ser largas. En aquella región de Europa el clima no era muy placentero, no se parecía en nada al de su tierra natal. Le hubiera gustado más ir al sur, sobre todo a España, donde iba de vacaciones cada vez que podía. Allá la temperatura y sus costumbres se parecían a las de su país, pero fueron los hados y Herman quienes la llevaron a Alemania.
Sin una razón clara pensó en su casa. Aunque no era grande, estaba bien diseñada, tenía las habitaciones necesarias, un gran salón, dos baños, una cocina suficiente y equipada. Se consideraba buena cocinera, le gustaba hacerlo y sin duda era su lugar favorito
—Será que hoy me siento hogareña —murmuró para sí. Y sin saber muy bien la razón, le vinieron a la memoria todos los sacrificios y esfuerzos que tuvo que realizar hasta llegar allí.
Sacudió la cabeza procurando expulsar aquellos recuerdos, desearía poder borrarlos, olvidarlos, sin embargo, ahí estaban y le gustaran o no, eran su vida y gracias a ellos allí estaba. Tampoco intuía el motivo por el que se sentía hogareña. Tal vez era que se hallaba sola, sus hijas pasaban la jornada en casa de los padres de una compañera de clase y no llegarían hasta la noche. Quería levantarse, pero se le pegaban las sábanas. Normalmente, a las siete preparaba el desayuno para ella y las chicas, no obstante, aquel día no le apetecía emprender nada. No era normal en su carácter holgazanear y menos en la cama.
Se estiró voluptuosamente. Se encontraba en buena forma física, iba habitualmente al gimnasio y su cuerpo era robusto y sin grasa, musculoso y bien proporcionado. Se levantó al fin, se duchó y con el albornoz aún húmedo se fue a la cocina a desayunar, calentó un poco de leche, preparó unas tostadas y se sentó junto a la mesa. Sintió un escalofrío y pensó que sería por la humedad del albornoz, empezaba a refrescar.
Fue a la habitación y se abrigó con ropa informal. Pronto tendría que poner la calefacción, las noches empezaban a ser frías. Se sentó de nuevo a la mesa y recordó los hechos que le habían llevado adonde estaba ahora. Pensó en su salida de Marruecos, más de veinte años atrás, en el negocio montado por ella, en sus hijas, en todo lo que le había costado conseguirlo, en lo que todavía debía y cuánto le costaría acabar de pagarlo. Claro que aún tenía las casas de Tánger y Marrakech, eran su seguro de vida. Y pensó, cómo no, en su marido muerto hacía ya algún tiempo.
“Nadie te regala nada. Conseguir lo que quieres en la vida se puede convertir en un terrible reto, o avanzas o te rindes, y entonces sólo puedes culparte a ti misma”, pensó para sí. Al mismo tiempo, sindarse cuenta empezó a recordar su infancia y juventud en Marruecos.
II
MARRAKECH
Pocos recuerdos le quedaban de su infancia en Marrakech; el de su madre era altamente borroso, casi tenía la impresión de no haberla conocido, no se acordaba ni de las visitas que le hizo, que suponía no eran muchas porque siempre viajaba. A su padre tampoco lo veía demasiado. En su ignorancia, pensaba que debía estar en un país lejano y creía recordar que iba a verla de vez en cuando. No sabía qué hacía, ni dónde residía, sólo que las pocas veces que fue a verla era de noche y por unos minutos. Su mente no identificaba su cara. Comprendía que les mandaba dinero cada mes, regularmente, pero no conocía ni el cómo ni cuánto. Era una cantidad notable, se dio cuenta al ser mayor, ya que le permitía vivir holgadamente y estudiar sin problemas económicos.
La crio su abuela, una mujer dulce y cariñosa. Su infancia no difería de otras niñas marroquíes, jugaba en la calle cuando podía y ayudaba en las tareas de casa. En el colegio despuntaba por encima de la media, según decían, por su inteligencia, su voluntad y su deseo de querer averiguar siempre más sobre cualquier cosa. A los cinco años hablaba perfectamente el árabe; a los diez, leía el francés y lo escribía con soltura; a los catorce se expresaba correctamente en alemán, idioma que escogió porque le pareció difícil. (No podía imaginarse cuánto le serviría esa lengua en el futuro).
Analizaba todo libro que caía en sus manos, estudiaba lo que descubría en su mundo a diario, pues a todo le buscaba explicación, y no le avergonzaba preguntar por lo que no acababa de entender. Era de las primeras alumnas en el Lyceé Français y los profesores la tenían en gran estima. Incluso una de las profesoras se ofreció a darle clases particulares y así ayudarle a avanzar en lo que pudiera.
A Ilhem le gustaban mucho los deportes, practicaba natación e iba al gimnasio a diario. Era una niña excepcional también por su aspecto, demasiado alta para su edad y casi rubia, con ojos claros. Nada delataba su origen marroquí y en su imaginación pensaba que sus padres eran europeos y un día se la llevarían a Europa.
Marrakech, la urbe que había dado nombre al reino de Marruecos; la ciudad roja, llamada así por el color ocre de sus casas, tenía un límpido cielo azul y un sol inclemente en verano.
El Atlas, de cimas nevadas omnipresentes en el horizonte, junto con la que tal vez fuera la plaza más famosa de África, la Jemaa—El Fna, formaban el centro turístico del país. Sus encantadores de serpientes, sus chiringuitos de comida y bebida, sus espectáculos callejeros y su apabullante vitalidad nocturna daban al conjunto el aspecto perenne de una postal turística.
Para Ilhem todo ello era normal, vivía allí, en ella transcurría su vida. Sin embargo, aquella ciudad que otros admiraban le resultaba poco menos que asfixiante hasta el punto de parecerle prácticamente una cárcel. Su pensamiento volaba siempre más allá de Marrakech, más allá de Tánger, mucho más allá de Marruecos, para deslizarse raudo por cielos de un azul brillante y mares de aguas tranquilas y transparentes a la lejana Europa. Europa, objetivo de la mayor parte de los magrebíes. ¡Europa, donde atan a los perros con longanizas y la fortuna cae de los árboles! ¡Europa!
Todos los emigrantes, cuando volvían por vacaciones, conducían coches grandes, no muy nuevos, eso sí; y si podían, Mercedes, para ellos la máxima calidad reflejada en los vetustos taxis marroquíes que en muchas ocasiones superaban el millón de quilómetros. Se paseaban con ellos por los bulevares fanfarroneando y restregándoles a sus vecinos y amigos lo bien que les iba. Hablaban de las maravillas y fortunas que ganaban, omitiendo la vida que llevaban en sus cuchitriles, del duro trabajo, del desprecio general por su religión, vista como una fábrica de terroristas, ahorrando para poder volver.
No obstante, esto Ilhem lo ignoraba y pensaba que a su padre no le debía ir nada mal, ya que el dinero llegaba siempre sin problemas y en cantidades importantes. Era una niña sin otros motivos que vivir, crecer y marchar.
—Yo algún día viviré en Europa y dejaré este país —decía siempre, absolutamente convencida ya a sus diez años.
—No sueñes despierta, Ilhem. Siempre serás marroquí, por más lejos que te vayas tus raíces están aquí —le decía su abuela.
—Sí, mamá —siempre le llamaba así—, pero me voy a ir. Seré marroquí, pero fuera de aquí. Este país no tiene ningún futuro para las mujeres que quieren ser algo en la vida.
Su abuela dio un respingo al oírla hablar de aquella manera, pensó que era demasiado despierta para su edad y que podría acarrearle muchos disgustos.
—Debes conformarte con lo que tienes, esforzarte para ser mejor y trabajar duro, el resto irá llegando progresivamente, nunca fuerces los acontecimientos.
Ilhem siempre escuchaba sus consejos, sin embargo, pensó que si no forzaba los acontecimientos, si no iba en su busca, nunca conseguiría nada. Ella veía de una manera muy diáfana muchas cosas, lo que no intuía era cómo realizarlas. Esperaría, disponía de tiempo y paciencia y sabía perfectamente lo que deseaba. A los catorce era ya muy bella, desarrollada y espigada, parecía que tuviera cuatro o cinco años más, aunque su inocencia delataba su juventud. En su cabeza iba madurando la idea de irse del país y siguió estudiando y creciendo hasta los dieciocho años, cuando se convirtió en una maravillosa mujer que levantaba pasiones por allí donde pasaba.
Era alta y muy bien proporcionada, con unos senos generosos y cintura escasa. El óvalo de su cara quedaba enmarcado por una rizada melena castaña clara que, en contacto con el sol, se convertía en dorados reflejos que la convertían en rubia. Tenía los ojos claros, con una mirada penetrante y dulce a su vez. Su nariz, un poco respingona, le proporcionaba un aire gracioso. Su boca grande, de labios carnosos, enmarcaban unos blancos y perfectos dientes. Podría haber nacido en el norte de Europa, su aspecto no era magrebí en absoluto.
Su abuela fantaseaba en su imaginación con un pretendiente y futuro marido. No obstante, ella no quería ni oír hablar de ello, buscaba mantener su libertad y autonomía, cuestión harto difícil en la patriarcal sociedad musulmana.
En la tradición árabe existe la rigurosa separación por sexos y no era de su potestad cambiarla; hasta la mayoría de edad no tuvo libertad de obrar como le placiese, siempre dentro de un orden, por lo que los escarceos con chicos fueron inexistentes. La mujer no puede actuar del modo que le venga en gana en Marruecos e Ilhem lo sabía. Y aunque se rebelaba contra esa costumbre, era consciente de que no podía solucionarlo. Era virgen, tal como mandan los cánones del Corán para poder casarse con un hombre musulmán, pero no lo deseaba en absoluto. Acabó los estudios del Lycée, aprobó el “brevet” e inició la Licenciatura de Empresariales. Si pretendía crear una empresa, le sería imprescindible.
Todos los problemas que se le presentaron al querer llevar la vida que le gustaba los fue superando a base de tesón y esfuerzo. Seguía yendo diariamente al gimnasio y a la piscina, aprendió esgrima y a montar a caballo, le atraía cualquier tipo de reto que poder superar.
III
MOUNIA
—¿Sabes? Oí decir a mi hermana, una noche que creían que dormía, que acostándote con extranjeros se gana mucho dinero, además, se pueden casar contigo y llevarte a Europa —le dijo su amiga Mounia.
—Sí, pero si pierdes la virginidad ya no te puedes casar con un marroquí, claro que... ¿quién quiere casarse con uno, con lo machistas y celosos que son? —repuso Ilhem.
—Todos los musulmanes son machistas y celosos, bien lo sabemos, Ilhem. También que son retrógrados y no son sensibles en absoluto, para ellos sería un signo de debilidad.
—Sí, un motivo más para no casarte con ellos. —Sentenció, mientras recordaba que algunas de sus amigas de juegos de barrio estaban ya casadas con hombres mucho mayores que ellas y con algún hijo.
—Existen marroquíes modernos, con cultura extranjera, poco o nada religiosos, incluso ateos, lo sé. Son educados y respetuosos con las mujeres pero, ¿dónde están? Precisamente por este motivo no es fácil encontrarlos ya que no pueden exteriorizar demasiado su manera de pensar. En el islam no puedes apostatar de tu religión, naces siendo musulmán y mueres siéndolo, no te permiten cambiar.
—Y si lo haces, te puede llegar a costar la vida según en qué país —apuntó mentalmente—. ¿Qué futuro tengo aquí? No quiero un marido al que no ame. Deseo ser independiente, trabajar por mi cuenta, montar algún negocio. Sí, para casarme primero debo enamorarme. ¿Pero cómo puedo hacer realidad un sueño así en Marruecos? Siempre estaré estigmatizada y mal vista, seré una ¡mala musulmana! ¡Soltera! Estaré en el punto de mira de los moralistas musulmanes.
Y empezó una idea en su cabeza que día tras día se iría creando y transformando en una obsesión que no le dejaría pensar en otra cosa.
—Mounia, quiero hablar con tu hermana, la que dijo aquello de acostarse con extranjeros.
La chica tuvo un estremecimiento al oír la frase de Ilhem y darse cuenta de lo que le rondaba por la cabeza.
—¿Es que tal vez quieres hacerte prostituta? —le espetó.
—Bien, —carraspeó un poco avergonzada por la palabra que había dicho su amiga— no lo considero exactamente así.
—Pero es lo que es. Tú vas a cobrar para hacer el amor con ellos, sean extranjeros o no. Eso es prostitución.
Ilhem se molestó por la simpleza de la exposición que había hecho su amiga y contraatacó:
—Y las actrices que se acuestan con productores, o las secretarias con sus jefes, o enfermeras con los médicos, eso sin hablar del acoso sexual de las empleadas por sus encargados. ¿Todas son putas según tu? —exclamó casi gritando. —¿Éstas y otras más no lo hacen también intentando mejorar su estatus y ganar dinero, fama o subir de categoría? ¿Qué son para ti estas mujeres? Algunas lo hacen porque quieren, pero otras por obligación, para no perder un trabajo o mejorar sus expectativas, llegar a fin de mes o poder comprar algún extra al marido o a los hijos. ¿No ves en el mundo machista en que vivimos? Si ya en Europa una mujer gana un 35% menos que un hombre, ¿cuánto cobra aquí?, ¿cómo están los salarios en Marruecos? ¡Son miserables! ¡Et plusieurs fois il faut se laisser baiser pour trouver un putain de boulot!
Estaba tan enfadada que ya no cuidaba su lenguaje y le salían las palabrotas en francés, lengua a la que se pasaba habitualmente para tener más reconocimiento social. Hablarlo en Marruecos representa un plus de cultura y cosmopolitismo.
Mounia se calló un rato pensando en lo dicho por Ilhem. Veía bastante normal su razonamiento, pero discrepaba de ello. Al fin y al cabo, su familia era muy tradicional y no toleraba ninguna modernidad en su comportamiento. Sus padres le buscaban marido y ella lo aprobaba.
“Es la tradición”, pensó.
—Además —insistió Ilhem—, el Corán permite la prostitución como causa justificada para los hombres, ¿qué es sino el matrimonio temporal o la poligamia? No dejan de serlo en una forma encubierta. No así para las mujeres que no tenemos derechos en el mundo musulmán. Todo lo referente a lo femenino, en el islam, es una farsa que intenta dar legitimidad a la violencia contra las hembras. No somos más que una mierda a los ojos de todos los musulmanes, un objeto de usar y tirar cuando ya no les sirve.
Mounia se espantó doblemente al oír estas palabras.
—Ilhem, por favor, no repitas en público lo que acabas de decir, te puede representar un severo problema por blasfemia. Es muy grave todo esto, para mí que no sabes muy bien lo que dices.
—Sí, conozco el problema. La tolerancia no es el plato fuerte del islam.
Así acabo su charla, Ilhem intuyó que su amiga no le aportaría nada interesante sobre el tema que le interesaba y decidió investigar por su cuenta. Lo primero que tenía que hacer era conocer personalmente aquel mundo nuevo para ella.
Su abuela nunca le había influido en la religión, pero como en todo el universo árabe los estudios en los colegios públicos se realizan en esta lengua y el culto musulmán es obligatorio, tal vez por ello, la llevó al Lyceé Français, de carácter laico. Después, de tantos años con el francés, su dominio era sencillamente perfecto.
Aprobó un par de asignaturas que le quedaban de la licenciatura de empresariales y a los veintitrés años decidió salir a la aventura. Durante un tiempo estuvo investigando entre la gente de la universidad, para informarse de una palabra que empezaba a utilizarse: los viajes sexuales, sin obtener ninguna información. O no sabían o no querían hablarle. Pensó que tal vez tuvieran miedo, pues oficialmente, en Marruecos, había solo turismo. Finalmente, encontró un estudiante francés que le habló del tema, le contó de hombres que se acostaban con jovencitos; mujeres jóvenes y mayores que buscaban amantes marroquíes y de algunos lugares donde ligar con chicas. Le comentó también que las discotecas de los hoteles de lujo de las ciudades turísticas eran el lugar ideal y que, por poco dinero en comparación con Europa, se podía pasar unos días con acompañantes dispuestos a pasarlo bien con los turistas.
Esto le dio que pensar y quiso comprobarlo personalmente. Esa misma noche se decidió. Se arregló y maquilló, se puso su mejor vestido de corte occidental, le dijo a su abuela que iba con unas amigas a divertirse para celebrar su licenciatura y se fue a buscar un taxi.
Desistió de parar a varios al observar a los chóferes, por su aspecto y sobre todo por la izbiba, el callo de la fe, la marca en la frente que la ponía en alerta por lo que representaba de religiosidad y de aversión hacia las mujeres de aire occidental, y decidió esperar a uno que fuera conducido por alguien más joven.
El taxista aparcado en la sombra la estaba observando, a la vez que miraba los taxis que pasaban uno tras otro. Cuando vio que no cogió aquellos que llevaban los conductores más ancianos, salió detrás del último y se paró delante de ella.
Entonces Ilhem no podía saber que aquel taxi cambiaría su vida para siempre.