Kitabı oku: «Evolución imposible»

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Evolución imposible

Doce razones por las que la Evolución no puede explicar el origen de la vida sobre la Tierra

Dr. John F. Ashton


Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.

Índice de contenido

Tapa

Prólogo

Introducción

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Evolución imposible

12 razones por las que la Evolución no puede explicar el origen de la vida sobre la Tierra

John F. Ashton

Título del original: Evolution Impossible: 12 Reasons Why Evolution Cannot Explain The Origin of Life on Earth. Publicado por New Leaf Publishing Group, Inc., P. O. Box 726, Green Forest, Arkansas 76238, U.S.A., 2012.

Dirección: Gabriela S. Pepe

Traducción: Néstor Rivero Rivero

Diseño de tapa: Romina Genski

Diseño del interior: Marcelo Benítez

Ilustración de tapa: Shutterstock

Libro de edición argentina

IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina

Primera edición, e - Book

MMXXI

Es propiedad. © 2012 John F. Ashton y New Leaf Publishing Group.

© 2015, 2021 ACES. © 2015 ADVENTUS. Primera edición en español con autorización de los propietarios del copyright.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-798-356-2


Ashton, John F.Evolución imposible : 12 razones por las que la Evolución no puede explicar el origen de la vida sobre la Tierra / John F. Ashton / Dirigido por Gabriela S. Pepe. - 1ª ed . - Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana ; Estados Unidos : Adventus, 2021.Libro digital, EPUBArchivo digital: OnlineTraducción de: Néstor Rivero RiveroISBN 978-987-798-356-21. Religiones. 2. Biología Evolutiva. I. Pepe, Gabriela S., dir. II. Rivero Rivero, Néstor, trad. III. Título.CDD 261.55

Publicado el 25 de febrero de 2021 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

Tel. (54-11) 5544-4848 (opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES2-ACES (2237)

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Prólogo

El objetivo de la investigación científica es descubrir la verdad, y los científicos, de todas las personas, deberían tener la mente abierta y estar dispuestos a considerar todas las evidencias. Sin embargo, la historia nos ha demostrado que una vez que una idea se ha arraigado, incluso los científicos encuentran difícil aceptar algo que se aparte de ella. Esto es lo que ocurre actualmente con la Teoría de la Evolución. Esta teoría se ha convertido en un dogma o, para citar al profesor Bernard David, en “la Ley de Darwin”; y cuestionarla es “ignorancia y descaro” (Prof. C. D. Darlington).1

A pesar de esto, algunos científicos tienen una actitud abierta y, aunque adhieren a la Teoría de la Evolución, están dispuestos a admitir que presenta dificultades. El Dr. John Ashton ha resaltado estas dificultades en su libro. Debido a la infinitamente pequeña probabilidad de que la vida se forme espontáneamente, y de que las formas de vida simples den lugar a otras más complejas por medio de procesos naturales de mutación y selección, ninguna persona libre de prejuicios puede, con plena conciencia, elevar la Teoría de la Evolución a la categoría de ley, o criticar a quienes se atrevan a cuestionar el proceso evolutivo.

Si uno acepta que el proceso evolutivo presenta dificultades, debería estar dispuesto a considerar otras interpretaciones. En este libro, el Dr. Ashton propone explicaciones alternativas para los datos del mundo natural que comúnmente se interpretan dentro del marco de la Teoría de la Evolución. Lamentablemente, muchas personas mirarán el título del libro y lo desestimarán sin siquiera abrirlo. Y es que esta obra no es para quienes tengan una mentalidad estrecha, sino para aquellos que exhiben una mente abierta y están dispuestos a examinar sin prejuicios distintas posibilidades en su búsqueda de la verdad. Es a este tipo de personas a quienes recomiendo el libro del Dr. Ashton.

Profesor Emérito Warren Grubb, PhD

Facultad de Ciencias Biomédicas, Universidad de Curtin,

Perth, Australia Occidental.

1 Hugh Montefiore, The Probability of God (London: SCM Press Ltd., 1985), p. 75.

Introducción

Hace algún tiempo, tuve una reunión con varios profesores de una universidad australiana muy respetada. Estaban investigando sobre cruzamiento y selección de cultivos, y existía la posibilidad de colaborar con ellos en un proyecto para integrar rasgos de resistencia a enfermedades en un nuevo tipo de cereal recién desarrollado. Las técnicas de mejora incluían tratar las semillas con productos químicos que dañaban su ADN. Las semillas mutantes se germinaban, y se estudiaban en busca de cualquier rasgo beneficioso que pudiera haber resultado de los cambios.

El nuevo tipo de cereal, del que estábamos hablando, poseía una disparidad favorable causada por la destrucción de parte de un gen. Esta pérdida de material genético hacía que la “nueva” planta produjera un grano con almidón menos digerible, que al ser incorporado en la elaboración de alimentos podía, potencialmente, ser beneficioso para la prevención y el control de la diabetes tipo II.

Durante el almuerzo, estuve pensando en el papel de las mutaciones en relación con la Teoría de la Evolución. Para que una nueva especie evolucione a partir de un antepasado común, debe surgir información genética nueva, presumiblemente a partir de algún tipo de mutación favorable. Así que, mientras estábamos sentados alrededor de la mesa, pregunté al investigador en jefe del proyecto: “¿Alguna vez las mutaciones han originado nueva información genética significativa?”

Su respuesta fue inmediata: “¡Por supuesto que sí!”

“¿Podría darme un ejemplo?”, le pedí a continuación.

Pensó por un momento y respondió alargando las palabras: “Hmmm... No puedo recordar ahora mismo ningún ejemplo específico, pero pregúntele a nuestro genetista… él será capaz de darle un ejemplo”.

Horas después, esa tarde, me encontré con el investigador superior de Genética del Departamento de Producción Vegetal de la Universidad, y le planteé la misma pregunta.

Su respuesta fue tan rápida como la anterior, pero completamente opuesta: “¡Nunca!”

Sorprendido, continué presionando. Me explicó que las mutaciones siempre causan daños en el ADN, lo que generalmente resulta en una pérdida de información genética. Dijo que no conocía ningún caso de una mutación, natural o provocada, que hubiera dado lugar a nueva información genética significativa.

Pensé en las dos respuestas. El científico de más edad y experiencia creía efectivamente que las mutaciones pueden producir información genética nueva. Ya que ninguno corrigió su respuesta, me atrevería a afirmar que los demás investigadores presentes en el almuerzo, biólogos especialistas en diferentes campos, creían exactamente lo mismo. Más aún, es muy probable que la mayoría de los científicos actuales que defienden la validez de la Teoría de la Evolución piensen también que las mutaciones pueden producir nueva información genética, que dará lugar a nuevos rasgos, de entre los cuales la selección natural escogerá los más favorables para crear nuevas especies. Pero si el genetista estuviera en lo cierto y las mutaciones no pudieran producir nueva información genética significativa, la “evolución” sería imposible y no podría haber ocurrido.

Cuando pensé en esto, decidí comenzar a investigar y escribir este libro.

Desde principios de los años ‘70, cuando era investigador en el Departamento de Química de la Universidad de Tasmania, he estado estudiando las evidencias a favor y en contra de la evolución. En aquella época, un amigo mío estaba terminando su doctorado en Geoquímica. Un día me mostró los resultados de una datación radiométrica hecha con la prueba del carbono 14, relacionada con la investigación de un fragmento de madera de una pala europea, parcialmente fosilizada, encontrada en una vieja mina de oro. Los resultados del análisis de laboratorio estimaron una edad de 6.600 años. Sin embargo, la actividad minera de la zona databa de fines del siglo XIX, y era improbable que el mango de la pala estuviese hecho de una madera que tuviera más de unos pocos cientos de años.

Este resultado, aparentemente incorrecto, estimuló mi interés por los métodos de datación radiométrica, y por las implicaciones asociadas para la datación de la columna geológica y la evolución. A medida que continuaba mi investigación, me convencí de que la Teoría de la Evolución presentaba problemas obvios, que estaban siendo percibidos por prominentes científicos como Sir Fred Hoyle, un reconocido astrónomo británico,2 y el profesor E. H. Andrews, Jefe del Departamento de Materiales en la Universidad de Londres.3

A finales de los años ‘90, después de un seminario sobre evidencias a favor de la Creación, dictado en la Universidad de Macquarie, en Sídney, Australia, decidí ponerme en contacto con científicos que defendían una visión creacionista de los orígenes y preguntarles por qué elegían aceptar la Creación, en oposición a la evolución. Encontré sus argumentos tan reveladores y convincentes que edité algunas de las respuestas, y estas se convirtieron en el libro In Six Days: 50 Scientists Explain Why They Believe in Creation [En seis días: Cincuenta científicos explican por qué creen en la Creación],4 publicado originalmente en 1999. Desde entonces, la obra ha sido reimpresa numerosas veces, incluyendo ediciones en alemán, italiano, español y coreano; además, es citado frecuentemente en Internet, en el contexto del debate creación/evolución.5

La creación es un acto de Dios –él es la Inteligencia suprema– y, por eso, decidí escribir también a profesores de universidades seculares que se autodefinían como creyentes, pidiéndoles que me explicaran por qué creían en Dios, en los milagros y en las respuestas a las oraciones. Estos académicos me proporcionaron abundantes evidencias de un Dios personal que interactúa con su creación. Una vez más, edité algunas de las respuestas que recibí, y el conjunto se publicó en 2001 bajo el título The God Factor: 50 Scientists and Academics Explain Why They Believe in God [El factor divino: 50 científicos y académicos explican por qué creen en Dios].6 También esta obra ha sido reimpresa varias veces.

El presente libro es una continuación de los anteriores, “In Six Days” y “The God Factor”, y resume las evidencias científicas en contra de la evolución como mecanismo responsable de la diversidad de la vida en la Tierra. En él se detallan las evidencias que apoyan la afirmación de aquel genetista sobre la incapacidad de las mutaciones para producir nueva información genética significativa, junto con datos de muchas otras investigaciones que también se oponen a las explicaciones clásicas de la Teoría de la Evolución. Muchos lectores encontrarán esta perspectiva nueva y desafiante; no obstante, espero que sirva, al menos, para estimular un debate mejor informado sobre el tema de los orígenes.

2 Fred Hoyle y Chandra Wickramasinghe, Evolution from Space (London: J.M. Dent & Sons, 1981), pp. 23-33.

3 E. H. Andrews, God, Science and Evolution (Homebush West, New South Wales: ANZEA Books, 1981).

4 John F. Ashton, ed., In Six Days: 50 Scientists Explain Why They Believe in Creation (Green Forest, AR: Master Books, 2001).

5 Ver referencias a In Six Days... en, por ej.: C. Groves, “The Science of Culture. Being Human: Science, Culture and Fear”, The Royal Society of New Zealand, Miscellaneous Series, Nº 63 (2003); E.C. Scott y G. Branch, “Antievolutionism: Changes and Continuities”, BioScience, vol. 53, Nº 3 (2003), pp. 282-285.

6 John F. Ashton, ed., The God Factor: 50 Scientists and Academics Explain Why They Believe in God (Australia: HarperCollins Publishers, 2001).

Capítulo 1
La evolución
¿Es un hecho?

Cuando empiece a leer este libro, usted probablemente reaccionará de la misma manera que muchos otros lo han hecho antes: “Yo pensaba que estaba bien establecido científicamente que toda vida sobre la Tierra, incluyendo a los seres humanos, evolucionó a partir de células primitivas muy simples, a lo largo de cientos de millones de años. Eso es lo que me enseñaron en las clases de Biología. ¿Cómo un científico en ejercicio, profesor universitario, puede escribir ahora un libro que afirme que existen evidencias de que la Teoría de la Evolución es imposible?”

Esta es una pregunta válida, y trae a colación los temas abordados en este libro. La mayoría de los científicos y educadores creen que la evolución es un hecho, simplemente porque eso es lo que les fue enseñado en todos los niveles del sistema educativo. La mayoría de los libros de texto, las academias de ciencias, los museos y los autores de divulgación científica afirman, sin vacilar, que la evolución es un hecho demostrado por la ciencia. Por ejemplo, en un libro de texto universitario sobre evolución ampliamente utilizado en 2007, puede leerse el siguiente encabezamiento destacado en negrita: “La teoría evolutiva explica el hecho de la evolución”.7 Los autores van aún más allá, y afirman que actualmente los científicos comprenden el funcionamiento de todos los procesos evolutivos y, en muchos casos, los mecanismos por los cuales estos procesos han generado adaptación y divergencia en las especies.

En una “declaración de postura” sobre la evolución publicada en el año 2008, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos afirmó que la evolución se considera un hecho. La Academia sostiene que la Teoría de la Evolución está respaldada por tantos experimentos y observaciones que los científicos están convencidos de que los componentes fundamentales de la teoría no serán refutados por nuevas evidencias científicas.8 La Sociedad Geológica de Londres afirma que ha quedado establecido más allá de toda duda que nuestro planeta tiene, aproximadamente, 4.560 millones de años, y sostiene que la vida ha evolucionado hasta su forma actual durante un período de miles de millones de años, a causa de la variación genética combinada con la selección natural.9

La Academia de Ciencias Australiana publicó un punto de vista similar, afirmando que existe un vasto cuerpo de conocimientos “factuales” (basados sobre hechos) que respalda la teoría de que los procesos naturales de la evolución han inducido la complejidad biológica que encontramos hoy sobre la Tierra.10 De hecho, la mayoría de las academias de ciencias del mundo adhieren firmemente a la Teoría de la Evolución. El Interacademy Panel, o IAP, red global de academias de ciencia, publicó en 2006 una declaración sobre la enseñanza de la evolución firmada por 67 de las academias miembros, afirmando que múltiples observaciones y experimentos independientes han establecido como ciertos los siguientes “hechos” sobre la evolución de la vida en la Tierra:

 Que la vida apareció en la Tierra hace, al menos, 2.500 millones de años;

 Que la vida ha continuado evolucionando desde que apareció por primera vez, lo cual está confirmado por la Paleontología, la Biología y la Bioquímica modernas;

 Que la estructura del código genético de todos los seres vivos indica su origen primigenio común.11

En esta misma línea, la mayoría de los museos de historia natural del mundo, en sus exhibiciones, presentan la evolución como un “hecho” de la ciencia. Por ejemplo, el Instituto Smithsonian, en su exposición de 2009 “Desde Darwin: La evolución de la evolución”, declaraba lo siguiente: “La evolución de los seres vivos ha estado ocurriendo durante miles de millones de años, y es responsable de la deslumbrante diversidad de la vida sobre la Tierra. Eso es un hecho” (énfasis añadido).12

Cuando la institución científica más preeminente del mundo afirma rotundamente que la evolución es un hecho, es razonable que los visitantes y los medios de comunicación lo crean. Expertos evolucionistas bien conocidos reafirman esta posición. El eminente paleontólogo Stephen J. Gould, de la Universidad de Harvard, escribió que no negaba el “hecho” de la evolución,13 y el profesor Richard Dawkins, de la Universidad de Oxford, afirma que el propósito de su libro sobre evolución, publicado en 2009, es mostrar que esta es un “hecho ineludible”.14

No obstante, cuando revisamos más atentamente estas declaraciones acerca de la evolución, descubrimos que muchas de ellas son meras afirmaciones hechas sin citar evidencias demostradas. Incluso cuando se citan evidencias, estas no confirman realmente la aseveración. Por ejemplo, se afirma que la vida apareció espontáneamente sobre la Tierra hace muchos millones de años, pero no he encontrado ningún artículo científico acreditado que explique un mecanismo plausible por el cual una célula podría surgir de manera natural a partir de sus moléculas constituyentes (un proceso llamado “abiogénesis”). Sin embargo, sí he encontrado muchos hallazgos científicos que demuestran que la abiogénesis no puede ocurrir, según explico detalladamente en el capítulo 3.

Otra afirmación común es que toda la vida evolucionó a partir de organismos primitivos por medio de pequeños cambios acumulativos sometidos a la acción de la selección natural. Cuando Charles Darwin propuso esta teoría hace más de 150 años, los científicos de la época conocían muy poco acerca de la extraordinariamente compleja maquinaria bioquímica que existe dentro de los organismos vivos; de hecho, la bioquímica celular no había sido descubierta todavía. Casi un siglo de estudios científicos adicionales fue necesario antes de que se descubriera el ADN, la molécula química que codifica la estructura y el funcionamiento de los innumerables tipos de células distintas que constituyen los millones de organismos diferentes que habitan nuestro planeta. El reciente desarrollo, en particular durante las últimas tres décadas, de sofisticados equipos científicos y nuevas metodologías, ha permitido la exploración exhaustiva de los organismos vivientes y sus células. En la actualidad, conocemos con un alto nivel de detalle la enorme complejidad de las estructuras celulares y su bioquímica, igual que de la información genética que las codifica.

Sin embargo, no he encontrado hasta la fecha ningún artículo publicado en una revista acreditada que proponga un mecanismo plausible para la aparición por azar de esa inmensa cantidad de información genética compleja. Tampoco ningún artículo que informe de la observación de nueva información genética significativa que haya aparecido por azar. En otras palabras, no he podido encontrar ni una sola publicación científica en que se reporten las evidencias necesarias para respaldar el requisito fundamental de la evolución: que puede surgir nueva información genética significativa por medio de procesos aleatorios. Al contrario, existen numerosos datos publicados que muestran que es imposible que nueva información genética significativa, de alguna trascendencia para la evolución, pueda surgir aleatoriamente. Estas evidencias se presentan en detalle en el capítulo 4.

El descubrimiento de que no solamente no está demostrado el extensamente aclamado “hecho” de la evolución, sino además existen numerosos artículos publicados en la literatura científica que lo refutan, puede ser una sorpresa para muchos lectores. Algunos, incluso, dudarán de que mis observaciones sean correctas. Después de todo, ¿no acabo de señalar que la mayoría de los científicos de todo el mundo consideran que la evolución ocurrió realmente? ¿Cómo puedo decir ahora que ha sido refutada por estudios científicos? Si es así, ¿por qué otros científicos no rechazan la teoría de Darwin? La respuesta es que algunos científicos, a medida que han ido descubriendo las evidencias más recientes con respecto a la bioquímica de los organismos vivos, sí están empezando a cuestionar la evolución. Sin embargo, no es fácil para los científicos rechazar públicamente la evolución, debido a la presión que ejercen sus colegas para desacreditarlos, e incluso destituirlos, de puestos de influencia. Un ejemplo reciente es el caso del director científico del Ministerio de Educación Israelí, Dr. Gavriel Avital, quien fue expulsado por cuestionar la validez de la evolución.15 El documental Expelled, No Intelligence Allowed [Expulsado, no se admite inteligencia], producido hace unos años, expone varios ejemplos de persecución y marginación de científicos que se han atrevido a cuestionar las evidencias en favor de la evolución.16

Las dudas con base científica sobre la Teoría de la Evolución no son nuevas. A mediados de los años ‘60, un grupo de matemáticos desafió la credibilidad de la evolución desde la probabilística. Los estudios matemáticos resultantes culminaron en un simposio sobre el análisis de las probabilidades de que la evolución hubiese podido ocurrir, que fue celebrado en el Instituto Wistar, respetado centro de investigación biomédica de Filadelfia, Estados Unidos. Las presentaciones del simposio se publicaron en un documento que fue ampliamente criticado por los biólogos.17 Estos insistieron en que los matemáticos no comprendían el funcionamiento de la evolución, pero no aportaron ninguna respuesta cuantitativa a los desafíos presentados por los estudios de probabilísticas.

También en los años ‘70, la paleontóloga Dra. Barbara J. Stahl, graduada en la Universidad de Harvard, llamó la atención sobre algunos defectos graves en las evidencias fósiles a favor de la evolución.18 A mediados de los años ‘80, el biólogo molecular Dr. Michael Denton, graduado del King’s College de Londres, destacó la enorme complejidad de los sistemas biológicos a nivel molecular, y la ineptitud de la Teoría de la Evolución para explicar el origen de estos sistemas.19

En los años ‘90, se aplicó la recién popularizada Teoría de la Información al análisis de moléculas orgánicas altamente informativas, y eso planteó el desafío de encontrar un origen natural para la inmensa cantidad de información específica contenida en ellas. El genoma es el plano de ADN de los seres vivos. Las cadenas de ADN están conformadas por pequeñas piezas, llamadas nucleótidos, que deben estar colocadas en un orden específico para codificar correctamente las características de cada organismo. Las proteínas, por su parte, son moléculas altamente variables, intrincadamente complejas, y específicas en estructura y en función. Cualquier pequeña alteración en la disposición de los aminoácidos que las componen afecta su forma, la manera en que están plegadas y su función. El orden de sus componentes dota al ADN y a las proteínas de información biológica específica. La información presente en el ADN se relaciona con la contenida en las proteínas, por medio de un código altamente sofisticado. De la misma manera en que los dígitos en un código de barras, el orden debe ser el indicado o el sistema fallará. Pero ¿de dónde provino toda esta información? “De un antepasado” no es una respuesta útil, ya que no explica el origen último de la información. El fracaso de la Teoría de la Evolución al no poder explicar la fuente de la información biológica ha sido señalado por algunos teóricos de la información, como el Prof. Werner Gitt,20 del Instituto Federal Alemán de Física, y el físico graduado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, Dr. Lee Spetner.21

En un intento por llenar esta notoria brecha en la explicación evolutiva de cómo los animales y las plantas desarrollaron su asombrosa variedad y complejidad, el profesor de Biología de la Escuela de Medicina de Harvard, Dr. Marc W. Kirschner, y el profesor de Biología Celular y del Desarrollo, de la Universidad de California, en Berkeley, John C. Gerhart, elaboraron una nueva teoría, relacionada con el moderno campo de la Epigenética, a la que llamaron “variación facilitada”. Los detalles de esta teoría se describen en el libro The Plausibility of Life: Resolving Darwin’s Dilemma [La credibilidad de la vida: Resolviendo el dilema de Darwin], publicado por Yale University Press, en 2005.22 Estos autores sugieren que los “procesos centrales”, codificados en el ADN de un organismo y responsables de su estructura básica, son tan estables que son inmunes a los cambios causados por las mutaciones a pequeña escala. Sin embargo, las mutaciones acumuladas en el tiempo pueden ser activadas por cambios ambientales posteriores y dar lugar a unos “procesos centrales” totalmente nuevos, y a una nueva configuración de parte del organismo. En caso de que se demostrara que esta teoría explica adecuadamente algunos cambios en los sistemas biológicos, aun quedaría por determinar de dónde procede la información genética de los “procesos centrales” originales. Los mismos autores admiten, en la conclusión del libro, que su teoría plantea numerosas preguntas sobre el origen de los “procesos centrales” altamente conservados.

Otros problemas de la teoría evolutiva fueron señalados por el filósofo de la Universidad Rutgers, Dr. Jerry Fodor, quien presenta, en un extraordinario artículo titulado “Why Pigs Don’t Have Wings” [Por qué los cerdos no tienen alas], poderosos argumentos que afirman la incapacidad de la selección natural darwiniana de ser un motor eficaz para la evolución de las especies.23 El artículo del Dr. Fodor atrajo muchos comentarios de otros científicos, por lo que decidió continuar desarrollando sus argumentos en un libro más reciente, coescrito con el Dr. Masimo Piattelli-Palmarini, profesor de Ciencia Cognitiva de la Universidad de Arizona, titulado What Darwin Got Wrong [En lo que Darwin se equivocó].24

Debido a que la selección natural es el núcleo esencial de la teoría de Darwin, la publicación de Fodor representó un serio desafío a la integridad científica de la evolución. Por consiguiente, en julio de 2008, 16 de los principales científicos evolucionistas del mundo se reunieron en el Instituto Konrad Lorenz, para investigar sobre la evolución y la cognición, con la finalidad de discutir acerca de esta seria amenaza a la ciencia evolutiva. La cobertura de la conferencia estuvo a cargo de la periodista científica Suzan Mazur,25 quien entrevistó tanto a los asistentes como a otros expertos mundiales en el campo de la Biología Evolutiva. De entre los comentarios recogidos, destaca la creciente comprensión por parte de los científicos de que si la selección natural fuera rechazada y perdiera su posición como puntal de la evolución, la teoría de Darwin estaría muerta. Mazur cita al Dr. Jerry Fodor, diciendo: “Básicamente, no creo que nadie sepa cómo funciona la evolución”.26

Esta declaración se aleja bastante de las rotundas afirmaciones de libros de texto de Biología y de las exposiciones de los museos. En realidad, nadie sabe cómo trabaja la evolución porque nunca nadie la ha observado; la evolución nunca ha sido observada, ni en condiciones naturales ni en el laboratorio. Nadie ha sido capaz de diseñar un experimento y conseguir que cierto tipo de organismo evolucione en otro nuevo tipo de organismo (a menos que deliberadamente se elimine información genética o se inserte información genética procedente de otro organismo, opciones de las cuales ninguna sería verdadera evolución). No disponer de mecanismos plausibles ni de ninguna evidencia experimental para explicar cómo ocurre la evolución, la deja bien lejos de poder ser considerada un hecho científico.

Los científicos expertos en evolución se enfrentan actualmente con un grave dilema. ¿Qué teoría podría reemplazar al neo-Darwinismo? Nadie lo sabe. Los evolucionistas están buscando, a tientas, mecanismos creíbles que puedan explicar la multitud y la diversidad de formas de vida presentes en nuestra biósfera. Las entrevistas reportadas por Susan Mazur presentan una vívida imagen de las incertidumbres y los vehementes desacuerdos de estos científicos, que continúan aferrándose incondicionalmente a su fe en que la evolución es un hecho incuestionable de la historia. Pero, los mecanismos internos propuestos para la evolución se han manifestado extraordinariamente ineficaces, frente a los recientes descubrimientos de la biología molecular como los que presenta el Dr. Stephen C. Meyer, filósofo graduado en la Universidad de Cambridge, en su reciente libro Signature in the Cell: DNA and the Evidence for Intelligent Design [La firma en la célula: el ADN y las evidencias del diseño inteligente].27

El actual debate científico sobre los mecanismos de la evolución demuestra que la evolución no es un “hecho” demostrado de la ciencia, sino su “deseo”, extravagante a la luz de las evidencias abrumadoras en contra, de que se descubrirá, en algún momento, un proceso mecánico natural capaz de explicar cómo apareció la vida. Según algunos comentaristas sociales, Darwin estableció una concepción mecánica de la vida orgánica en la “era de las máquinas” –justo tras la primera exposición mundial de Londres en 1851–, cuando la máquina devino en la principal preocupación de la época.28 Esta obsesión con la “cosmovisión mecánica” ha seguido dominando la ciencia hasta el día de hoy, desarrollándose especialmente en la controversia acerca de la evolución.

Antes de considerar más evidencias en contra de la evolución, repasaremos la Teoría de la Evolución de Darwin en el próximo capítulo.

7 N. H. Barton, D. E. G. Briggs, J. A. Eisen y N. H. Patel, Evolution (Cold Spring Harbour, NY: Cold Spring Harbour Laboratory Press, 2007), p. 81.

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