Kitabı oku: «Cómo prosperar en la economía sostenible»
Cómo prosperar en la economía sostenible
Consejo Editorial
Director
Dr. Marcelo Leslabay
Juli Capella
Dr. Manuel Bañó
Ezio Manzini
Santiago Miranda
Dr. Eugenio Vega
Cómo prosperar en la economía sostenible
Diseñar hoy el mundo del futuro
John Thackara
Experimenta Theoria
Título original:
How to Thrive in the Next Economy
Primera edición en Experimenta Theoria: noviembre, 2016
© 2015, Thames & Hudson.
© 2016, de la presente edición en castellano para todo el mundo:
Experimenta Editorial
Calle Investigación, 7, Pol. Ind. Los Olivos.
28906 Getafe, Madrid, España
www.experimenta.es
© 2016, Eugenio Vega Pindado, por la traducción
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Diseño de portada: Fidel López
Fotografía de portada: Ethan Daniels / Shutterstock fotos
De la edición impresa:
ISBN: 978-84-944817-2-2
Depósito Legal: M-40087-2016
De la edición electrónica:
e-ISBN: 978-84-18049-29-3
Digitalización: Proyecto451
Índice de contenido
Portadilla
1. Cambio: de hacer menos daño, a dejar las cosas mejor de lo que están
Energía
Dinero
Crecimiento
Riesgo
La brecha metabólica
2. Tierra: de sanar el suelo, a pensar como un bosque
Sanar la Tierra
Lo que importa es el paso del tiempo, no el número de animales
Pensar como un bosque
Biorregiones
Administración sostenible y mayordomía
Suelo y alma
3. Conservar el agua: de recoger la lluvia a recuperar los ríos
Sistemas urbanos de drenaje sostenible (SUDS)
La recuperación de los ríos
Hígados verdes
Un millón de cisternas
Administración ecológica del agua
Escala biorregional
El agua como sistema ecológico y social
Del tiempo cronológico al tiempo ecológico
La sabiduría del agua
4. Vivienda: de levantar el pavimento urbano, a los caminos de polinización
Naturaleza de arriba abajo
Wild City
Alimentación informal
También los suburbios
¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!
Exceso de construcción
La ciudad pastiche
Aprendiendo del Sur
Caminos de polinización
Recuperando la ciudad
Construcción de lugares (Place Making)
5. Alimentación: de la agricultura social, al bien común
Alimentar al mundo
Más allá de la almendra sedienta
Conexión arriba abajo y de abajo arriba
Regreso al futuro
Un nuevo metabolismo
Distribución colaborativa
Agricultura social
Alimentos como bien común
6. Ropa: del barro a la camisa y del suelo a la piel
Causar menos daño
Mantén tus cosas vivas
Del suelo a la piel
Almacenes de piel, también
La tierra antes que la “economía”
Redes de fibra textil
7. Movilidad: De hacer portes en dos ruedas, a la conmutación en la nube
¿Es la movilidad una necesidad básica?
Historia de dos trenes
El verdadero coste de la infraestructura
La compresión espacio-tiempo
No solo es espacio vacío
¿Me hará sudar?
Ciudades que cuentan calorías
Tránsito masivo
Pueden ser baratas, pero ¿son limpias?
Innovación distribuida
De la locura a la gobernanza
Desplazamientos en la nube
El turismo, también
El viaje para “dejar las cosas mejor” de lo que están
8. Salud: del tratamiento médico al cuidado, del yo al nosotros
El pico de la obesidad
El complejo industrial médico
Salud del 5%
Dando la vuelta a la pirámide
Salud peer to peer
Médicos y demencia
Abuelas abandonadas en la montaña
9. Bien común: de la moneda social al arte de recibir
Desvío del dinero
Buen Vivir
En común
El derecho de la naturaleza
Un nuevo concepto del mundo
10. Conocimiento: de cómo ver a cómo comportarse
Desierto de lo real
Comunicación medioambiental
Nuevas formas de conocimiento
En conexión
La mente salvaje
Estar allí
Cómo se produce el cambio
Nuestro animado mundo
11. Referencias e índices
Bibliografía
Agradecimientos
A propósito de un nuevo libro de John Thackara
¿Qué será de la tierra fértil si seguimos consumiéndola al ritmo actual (en el que perdemos tres o cuatro toneladas por persona y año)? ¿Cómo podemos alimentar a una población de siete mil millones de personas (y que necesariamente se incrementará en dos o tres mil millones en los próximos decenios)? ¿Quién se hará cargo de los ancianos enfermos, cuando las estadísticas, que no dejan lugar a dudas, señalan que en los próximos años serán decenas de millones, cuando, de aquí a 2030 se duplique en Europa el número de mayores de 75 años, la mitad de los cuales vivirán solos y un alto porcentaje sufrirá algún tipo de demencia? Preguntas como estas son, a un tiempo, prácticas y filosóficas. Y son tan fundamentales e inquietantes que la mayoría de nosotros prefiere no pensar en lo que conllevan.
John Thackara sin embargo, no solo discute con datos y pruebas científicas las causas que provocan estos interrogantes, sino que apunta lo que podrían ser las respuestas. Y esas respuestas no son sorprendentes soluciones basadas en las tecnologías del futuro, ni iniciativas que requieran genios sociales sin precedentes para su ejecución. Son propuestas que se basan en formas viables de hacer y de ser. Tanto es así que muchas ya se han puesto en práctica. Este es el mensaje del libro: un mensaje urgente (por la propia naturaleza de los problemas), oportuno (porque lo que propone como solución, es hoy factible) y, en última instancia, esperanzador (porque, aunque quede casi siempre fuera de la atención de los medios de comunicación, son cada vez más quienes se mueven en esa dirección resiliente y sostenible).
Lo que ofrece el libro es, por tanto, un conjunto de orientaciones para hacer frente a problemas complejos: soluciones que mezclan las habilidades propias el sentido común y las formas de hacer tradicional, con las nuevas tecnologías, algo que puede parecer sencillo. Así, por ejemplo, la respuesta al consumo de suelo fértil y a cómo alimentar a una población creciente es, en última instancia, la misma: apoyar las actividades de los pequeños agricultores que aplican los principios de la agricultura ecológica, la integración del conocimiento antiguo y nuevo (que puede regenerar la fertilidad del suelo y producir en abundancia, así como proporcionar trabajo y dignidad a cientos de millones de personas). Del mismo modo, con una población que envejece, la demencia terminará siendo una enfermedad habitual, y ante la demanda de atención que provoca, la respuesta radica en el apoyo a los cuidadores que, con empatía y dedicación, tratan a diario con ancianos y enfermos. Parece sencillo y en cierto modo lo es porque todo lo que se necesita para ello ya existe; basta con desearlo y hacerlo. En la práctica, sin embargo, sabemos que la aplicación de soluciones basadas en estas ideas no será fácil.
El principal obstáculo práctico es que esos pequeños agricultores y cuidadores no contribuyen al negocio de las grandes empresas (y por ello son objeto de un intenso boicot). No solo eso. Con el actual modelo económico estas soluciones no parecen sostenibles. Y en efecto, su existencia no se adapta a lo que, en general, se espera de algo que sea “moderno”, no se corresponde a la idea de progreso que, a pesar de la evidencia de su crisis, sigue siendo dominante.
¿Y entonces qué hacer? Deben dejarse de lado, no solo los antiguos modelos económicos sino las viejas ideas de desarrollo y progreso. Y ponerse a imaginar, a pesar de los desastres a los que asistimos, formas de ser y de hacer que permitan que nuestra inteligencia y nuestra creatividad se muevan en la dirección correcta. Hoy día, a pesar de la situación catastrófica en que nos encontramos, se hace necesario aplicar este principio simple pero revolucionario: actuar de manera que al final de cualquier acción, el mundo tenga mejor salud que la que tenía previamente. ¿Qué significa esta reorientación radical para aquellos que en estos años han decidido operar en la dirección de la economía verde? Expreso esta idea con las propias palabras de Thackara: esta reorientación supone un cambio que va “de hacer menos daño, a dejar las cosas mejor de lo que estaban”.
¿Se puede conseguir este objetivo? Sí. No solo es posible, sino que más gente de la que imaginamos lo está haciendo ya. Para muchas comunidades premodernas esta manera de actuar tiene que ver directamente con la tradición. Sin embargo, para muchas personas y comunidades es el resultado de una elección consciente. Una alternativa que, al combinar conocimientos tradicionales con otros nuevos, produce redes socio-técnicas sin precedentes.
Aunque a menudo se inspire en conocimientos y prácticas tradicionales (como se observa en tantas partes del mundo) el libro está muy lejos de representar un punto de vista nostálgico. No propone una vuelta al pasado del mismo modo que no sueña con un salto hacia un futuro tecnológico. Es un libro realista que examina los principales problemas con los que nos enfrentamos en la actualidad, y busca soluciones que puedan ponerse en práctica, dondequiera que sea: en los laboratorios más avanzados, o en las culturas y las prácticas tradicionales de un pueblo indio. De esta libre combinación de ideas surge un nuevo mundo, sin sujeción a las tendencias tecnológicas y económicas dominantes; pero sin sometimiento a las limitaciones que suponen la tradición que acata el mito moderno (que, haciendo uso de las propias palabras de Thackara, se resume en la frase: “la biosfera es un repositorio de recursos para impulsar un crecimiento sin fin”); un mundo que ve el futuro en forma de metarrelatos donde los humanos ya no son el centro del universo, sino que se reconocen como parte de él, como parte de un planeta con el que viven (y no sobre el que viven).
Este es un libro optimista. Un optimismo basado en la idea de que son muchos los seres humanos que pueden obrar de acuerdo con el sentido común. Y que ese sentido común, al final, puede prevalecer. Por supuesto, viendo lo que sucede, es evidente que esa confianza pueda ser escasa: el sentido común parece un bien escaso. Pero el optimismo de Thackara no es solo una actitud personal; se deriva del creciente número de personas y organizaciones que en la actualidad se mueven fuera de esa jaula que constituye el sistema dominante (y su inseparable crisis). Pero no solo por eso. También se basa en una teoría sólida del cambio, según la cual los grandes sistemas se modifican a partir de una multiplicidad de transformaciones no planificadas que se producen en todas las escalas; en primer lugar, en el comportamiento molecular de los individuos y las organizaciones.
Dicho esto, ¿por qué el título del libro habla de la economía que está por venir y el subtítulo incluye la palabra diseño? Es evidente que Thackara utiliza ambos términos de una manera inusual: la economía a la que hace referencia está bien lejos de los modelos económicos dominantes. Es una economía entendida en el sentido que apuntan las raíces griegas oikos y nomia: el arte de la administración de la casa, lo que incluye a los seres humanos, a los otros seres vivos y a todo el planeta. Una economía que sabe cómo hacer referencia al territorio y que es capaz de regenerar los bienes comunes.
Por otro lado, el diseño evocado en el subtítulo no tiene que ver con el diseño del siglo XX, vinculado al ámbito de los productos industriales y practicado solo por profesionales con experiencia. El diseño del que trata tiene más que ver con una capacidad generalizada, con un diseño difuso, necesario para concebir y poner en práctica los nuevos sistemas socio-culturales. Una actividad para la concepción y realización, tal como practican los diferentes actores sociales, apoyada o no por el diseño, que experimente con ellos para saber dialogar, escuchar y que sea capaz de aportar su cultura específica.
¿Va a suceder todo esto? Si tenemos en cuenta el pensamiento dominante y miramos solo lo que resulta obvio, podría pensarse que no. Pero mirándolo mejor, quizá podamos decir que tal vez sí. Para que esto ocurra, es necesario involucrarse y asumir riesgos. Y en ese aspecto Thackara no pronuncia sermones moralistas; no dice a los demás cómo deben vivir, pero, sin embargo, nos da su ejemplo personal. Y no solo porque entre líneas de lo que escribe podemos verlo mientras produce compost o se ocupa de un familiar viejo y enfermo, sino también por el método valiente y arriesgado que adopta en la construcción de este libro y del que nos permite participar.
De hecho, Thackara declara con frecuencia, de una forma casi ingenua, que trata temas de los que, hasta hacía bien poco, no sabía nada, o casi nada. Pero, una vez expresado ese interés, se dedica a buscar información, acepta una idea y de ella surgen las preguntas.
Esta forma de hacer, no demasiado evidente, pero presente en muchas páginas del libro, señala algo importante: estamos inevitablemente mal informados ante la complejidad del mundo. No todos, ni siquiera aquellos que son expertos en algo pueden serlo en todo. Al tomar conciencia de ello lo que propone Thackara no es el conocimiento experto, sino el conocimiento proyectual: una forma de entendimiento que nos permita hablar con distintos expertos para centrarnos en las preguntas básicas, para vislumbrar posibles respuestas, aún sabiendo que podemos equivocarnos. Y por tanto, preparados, en caso de que la retroalimentación del entorno nos lleve a detectar errores, para asumirlos y cambiar de rumbo.
Ezio Manzini
1. Cambio: de hacer menos daño, a dejar las cosas mejor de lo que están
En un cruce polvoriento de la larga carretera que une Kanpur con Lucknow en Uttar Pradesh, en la India, nos topamos con una enorme pantalla de video colocada en la parte posterior de un camión de caja plana. Mirábamos atónitos las imágenes junto a una docena de aldeanos, otros cuatro que iban en bicicleta y una vaca. La parte izquierda de la pantalla mostraba el paisaje cálido, polvoriento y miserable de las orillas del Ganges en cuya vasta y fértil llanura nos encontrábamos. La parte derecha dejaba ver un futuro prometedor: ciudades activas, líneas de montaje robotizadas y trenes de alta velocidad. A esta secuencia con el antes y el después de tan gran transformación, seguía un video a pantalla completa donde brotaban, como setas de verde hierba brillante, bloques de apartamentos generados por ordenador en ambas orillas del Ganves. “Bienvenidos a Trans-Ganga HighTech City”, decía una voz en off.
“¡Que la suerte esté siempre de vuestra parte!” murmuraba mi joven compañera. “Estos son unos verdaderos Juegos del Hambre!”, explicaba, y a continuación describía una película que todos habían visto excepto yo, (1) en la que una joven llamada Katniss vive en una nación distópica y postapocalíptica. Cada año el Capitolio, donde habitan los ricos, afirma su poder sobre las regiones pobres que la rodean con la organización de los Juegos del hambre, una competición donde niños y niñas de esas zonas más pobres, seleccionados por sorteo, compiten hasta la muerte en una batalla televisada. Supe así que la frase “¡Que la suerte esté siempre de vuestra parte!” es la que pronuncia el espeluznante gobernador cuando inaugura unos juegos donde todos los competidores, menos uno, terminan muriendo.
Trans-Ganga, una ciudad High Tech, se asemeja demasiado a esos Juegos del Hambre: luminosa, cerrada, rodeada de problemas sociales y paisajes degradados. Trans-Ganga es una de las cien ciudades de la India que quieren construir los promotores urbanísticos en esa tierra verde de pequeños agricultores y biodiversidad. Prometen a los inversores leyes especiales para garantizar que millones de indios pobres queden “excluidos de los privilegios de tan gran infraestructura”. (2) Si ya esos impactos físicos y sociales son bastante inquietantes, lo que realmente pone al límite el nivel de ansiedad son las nítidas y alegres voces que proclaman en las pantallas que estas iniciativas son por el bien de todos. Cuando alguna voz se alza para protestar por los efectos negativos de esos planes, las mentes más luminosas culpan a los perdedores de su propia desgracia: ¡Conseguid un trabajo! ¡Esforzaos más! ¡Que la suerte esté siempre de vuestro lado!
Las palabras que elegimos son importantes porque tratan de dar sentido a los nuevos tiempos. Así, lo que en el hombre es reducción energética (3), en la mujer es transición energética (4). Hablar de una crisis inminente, da miedo, pero darse cuenta de que la crisis ya está en marcha, no tanto. El final del crecimiento suena duro, pero no es el final de la vida. El colapso de la civilización es una perspectiva aterradora, pero el nacimiento de otra nueva pone las cosas bajo una luz diferente. El físico italiano Ugo Bardi, que se tiene a sí mismo por un científico estoico, bromeaba: “después de todo, ¿en qué consiste el hundimiento de la civilización, aparte de que sea un período en el que las cosas cambian con más rápidez de lo normal?”. (5)
La visión apocalíptica se expresa con un lenguaje de peligro y colapso. La civilización industrial está a punto de estallar, dicen los “catastrofistas”. Para ellos, lo mejor que podemos hacer es echarnos al monte con un camión cargado de armas y comida de sobra. En el otro extremo, los optimistas aficionados a la tecnología confían en que las soluciones artificiales nos permitirán seguir como de costumbre en poco tiempo. Y ¿qué pasa con el resto de nosotros? La mayoría de quienes conozco están preocupados por lo que sucede pero guardan silencio; piensan menos en el colapso de la civilización que en buscar trabajo o en dar de comer a sus hijos. Sin embargo, tanto ellos como nosotros nos sentimos cada vez menos seguros. No ayuda mucho que los medios de comunicación estén saturados de fatuos consejos acerca de lo que debemos hacer: ¿conducir un Tesla? (6), ¿cambiar una bombilla? Nos hace falta un descanso.
Este libro es ese necesario tiempo muerto. Sus páginas hablan de un tercer movimiento social que surge en paralelo a la crisis global, mucho mayor que el integrado por esos catastrofistas dispuestos a empuñar un rifle, o por quienes sueñan con la tecnología verde. Este movimiento queda fuera de los medios de comunicación, pero incluye cada vez a más grupos activos. Muchas comunidades de todo el mundo impulsan en silencio una economía alternativa a partir de cero. Como puede leerse en los capítulos que siguen, esto incluye ángeles energéticos, magos del viento y administradores de las cuencas hidrográficas. Hay también planificadores biorregionales, historiadores ecológicos, ciudadanos forestales, removedores de presas, restauradores de ríos, recolectores de lluvia, agricultores urbanos, banqueros de semillas y maestros conserveros. Conoceremos también a desmanteladores de edificios, reacondicionadores de bloques de oficinas y recolectores de grano.
Hay pintores naturales y fontaneros verdes, renovadores de remolques y corredores de acciones de la tierra. El movimiento implica a recicladores informáticos, re-mezcladores de hardware y recicladores textiles, y se extiende hasta los diseñadores de moneda local. Y cuenta también con médicos comunitarios, cuidadores de ancianos y maestros de la ecología.
Para la inmensa mayoría de la gente sobre la que escribo los cambios son consecuencia de la necesidad, no de un estilo de vida libremente elegido. Pocos de ellos luchan por el poder político o por presentarse a las elecciones. Se agrupan en el marco de una economía social y solidaria. Esos diferentes grupos y movimientos tienen nombres como Ciudades en Transición, Compartible, Peer to Peer, Decrecimiento o Buen Vivir. Entre ellos se incluyen FabLabs, espacios para hackers o el movimiento maker. (7) Algunos se han hecho cargo de edificios abandonados: castillos, aparcamientos, puertos, muelles, hospitales o antiguos emplazamientos militares. Hay organizaciones que hacen campaña, ya sea por la slow food, los derechos de la naturaleza o la conservación de las semillas, por no hablar del biorregionalismo y la comunización. (8) Y su número crece. Hasta un 12 % de los ciudadanos económicamente activos en Suecia, Bélgica, Francia, Holanda e Italia trabajan en algún tipo de empresa social, aparte de la enorme cantidad de trabajo no remunerado que ya se practica en el hogar y en la economía solidaria.
Aunque estos proyectos sean muy diversos, todos ellos actúan, en expresión del escritor español Amador Fernández-Savater, como “mensajeros de una nueva narración del mundo”. (9) Un hilo verde da vida a toda esta historia: el reconocimiento de que nuestra vida depende de las plantas, los animales, el aire, el agua y los suelos que nos rodean. La filósofa Joanna Macy describe la aparición de este nuevo relato como el “Gran Cambio”, una profunda transformación en la manera en que percibimos lo que somos y un despertar ante el hecho de que no podemos ser ajenos a la Tierra entendida como un complejo formado por sistemas vivos. (10) Desde los virus sub-microscópicos a las vastas redes del subsuelo que soportan los árboles, este nuevo relato ve a la Tierra entera animada por interacciones complejas entre las formas vivas, las rocas, la atmósfera y el agua. Explicado así, tanto por la ciencia como por la filosofía, no puede contemplarse el planeta como una reserva de recursos inertes. Al contrario: los suelos sanos, los sistemas vivos y las maneras en que podemos ayudar a regenerarlos ofrecen un “por qué” a la actividad económica que no aparece en el relato dominante. El tipo de crecimiento que tiene sentido en esta nueva historia, es la regeneración de la vida en la Tierra.
La noción de una economía viva puede sonar muy poética pero algo vaga. ¿Dónde está su manifiesto?, se preguntará cualquiera, ¿quién está al frente de todo eso? Pero son preguntas pasadas de moda. El relato que hace Macy, una transformación que, por otra parte, se manifiesta de forma tranquila, es coherente con la manera en que los científicos explican cómo cambian los sistemas complejos. Cuando se acumulan muchas alteraciones, intervenciones y perturbaciones a lo largo del tiempo, el sistema alcanza un punto de inflexión; de pronto, en un momento que es difícil predecir, una pequeña descarga de energía desencadena una liberación aún mayor, o un cambio de fase, y cambia todo el sistema en su conjunto. La sostenibilidad, en otras palabras, no es algo que pueda ser dirigido o exigido a los políticos; es una condición que emerge a través de pequeños incrementos, pero que supone un cambio brusco en muchas escalas diferentes. “Todas las grandes transformaciones han sido impensables hasta que finalmente han tenido lugar”, confirmaba el filósofo francés Edgar Morin. “El hecho de que un sistema de creencias esté profundamente arraigado no quiere decir que no pueda transformarse”. (11)
Este es un libro optimista, pero no de una manera ingenua. Si debo convencer a alguien de que lo que está por venir es el presagio de esa nueva economía que necesitamos de forma tan urgente, debo analizar antes las poderosas pero ocultas razones por las que no es posible volver a la normalidad.
Energía
En 1971 un geólogo llamado Earl Cook evaluó la cantidad de energía “obtenida del medio ambiente” por distintos sistemas económicos. (12) Cook descubrió que quien vive en una ciudad moderna necesita unos 230.000 kilocalorías diarias para que su cuerpo y su alma sigan unidos. Cifras llamativas si se comparan con las del cazador-recolector de diez mil años atrás que necesitaba unas 5.000 kilocalorías cada día para salir adelante. Esa brecha entre vidas simples y complejas se ha ampliado a un ritmo acelerado desde 1971. Si se tienen en cuenta los sistemas, las redes y los artefactos que forman la vida moderna (coches, aviones, fábricas, edificios, infraestructura, calefacción, refrigeración, iluminación, comida, agua, hospitales, sistemas de información y sus correspondientes gadgets), un neoyorquino o un londinense de hoy “necesitan” sesenta veces más energía y recursos que el cazador-recolector de antaño. Dicho de otro modo: los ciudadanos estadounidenses gastan en la actualidad más energía y recursos físicos en un mes de la que necesitaron nuestros bisabuelos durante toda su vida.
Si pensáramos racionalmente, todo esto nos parecería alarmante, pero no lo hacemos. Simplemente ignoramos el hecho de que todas estas “necesidades” dependen de flujos crecientes de energía barata e intensa. Las creencias nos dicen una cosa, pero las matemáticas y las leyes de la física sugieren todo lo contrario. El crecimiento exponencial de cualquier cosa tangible o del consumo de energía no puede continuar de manera indefinida en un universo finito. Como explica con paciencia Tom Murphy, profesor de física norteamericano, incluso si la tasa futura de crecimiento energético en nuestra economía se redujera a un nivel inferior al actual, seguiríamos multiplicando esas cifras por 10 cada 100 años; en 275 años llegaríamos a 600 veces nuestras cifras actuales de consumo. Sin duda, puede argumentarse que el crecimiento económico no depende del crecimiento de la energía y que podría seguir a ese ritmo hasta el infinito. Pero no es así. El dinero que se multiplica produce siempre impactos físicos en la economía de la Tierra. “La energía es la capacidad para trabajar; es el elemento vital de cualquier actividad”, explica el profesor Murphy. “Pensemos en ello: mantener un crecimiento del PIB de forma indefinida a partir de una dieta fija de energía significaría que cualquier cosa que requiera energía se convierta en una parte cada vez menor del PIB, hasta que alcance un valor insignificante. Pero la comida, el calor y la ropa nunca serán necesidades insignificantes. Hay mucho sitio para las actividades económicas que utilizan menos energía, pero eso no es lo mismo que reducir la intensidad energética a cero”. (13) Es imposible un crecimiento indefinido del PIB. (14)
El mundo no está en riesgo de quedarse sin energía, ni a corto, ni siquiera a medio plazo. En rigor no nos enfrentamos a una crisis de la energía sino a una crisis de la exergía, (15) es decir, nos enfrentamos a la escasez de una energía muy concentrada y fácil de obtener que pueda utilizarse sin problemas para impulsar la actividad económica. En su forma más dinámica, la economía termo-industrial creció gracias a un petróleo que, si no brotaba literalmente del suelo, se extraía sin esfuerzo mediante máquinas movidas igualmente por petróleo. Desde entonces, hemos esquilmado los combustibles de fácil acceso y la extracción de energía se hace más difícil y más cara cada año. Para empeorar las cosas, este mundo hecho por el hombre se ha vuelto mucho más complicado; basta pensar en todas las redes informáticas, los sistemas aéreos y los sofisticados hospitales que para mantener “el sistema” en funcionamiento usan más energía de lo que hubiera sido necesario hace apenas una generación por un servicio más sencillo pero igualmente eficaz para cualquiera de nosotros.
Con el ánimo de saber por donde van los tiros fui al Palacio de Westminster en Londres. Habían invitado a Charles Hall, un profesor de ecología norteamericano, a que diese una conferencia sobre el retorno energético por energía invertida (Energy Return on Energy Invested, EROEI). Según decía, el principio central de esta idea es que se necesita energía para obtener energía, y si ese proceso supone un gran esfuerzo, y por tanto, un coste importante, no se invertirá en ello y no será posible disponer de la energía necesaria que haga funcionar el sistema. El profesor Hall nos mostró cómo a través del tiempo ha variado el número de barriles de petróleo que se obtienen para la actividad economía, por cada barril invertido en la extracción:
1930 | 1:100 |
1970 | 1:25 |
1990 | 1:15 |
Hall señalaba que la mayoría de las soluciones energéticas que se pregonan hoy día, desde las arenas bituminosas en Alberta a los paneles solares en España son inferiores al umbral 1:15 por debajo del cual la inversión nunca es rentable. Y para concluir señalaba que “no se puede tener una economía sin energía. ¡La energía hace que funcione el sistema!”, y recordaba a Tom Murphy cuando añadía que los “combustibles de mala calidad significan un crecimiento de mala calidad”. Nunca olvidaré el silencio que siguió a su exposición. En ese momento, un veterano miembro del Parlamento se puso de pie, agradeció el profesor Hall su “interesante presentación” y añadió, “pero, por supuesto, para un político electo, reducir la riqueza es algo imposible de vender”, y se sentó. A continuación, el profesor Hall, el científico, dijo que él era un hombre de números, que no era un político, y se sentó, también. Finalmente, nos fuimos todos a casa.