Kitabı oku: «Valores éticos y humanistas de la Masonería Filosófica»
Valores éticos y humanistas de la masonería filosófica
Rito Escocés Antiguo y Aceptado (R∴E∴A∴A∴)
Jorge Delgado-Ureña Velasco
1ª Edición: Junio 2015
2ª edición Abril 2021
Título original: Valores éticos y humanistas de la Masonería Filosófica (Rito Escocés Antiguo y Aceptado)
Portada: Jaume Salinas
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Tarannà Edicions
Depósito legal: B 9736-2015
ISBN formato ebook: 978-84-123322-2-3
Índice
INTRODUCCIÓN
PRÓLOGO
PRESENTACIÓN
PRIMERA PARTE: CONCEPTOS GENERALES
1. La dualidad del comportamiento humano
2. Filosofía y moral
3. Contexto histórico y cultural en el que surgió la Masonería especulativa
4. El pensamiento ilustrado: “sapere aude”
5. Kant: Filosofía ética
SEGUNDA PARTE: LOS ALTOS GRADOS DEL R∴E∴A∴A∴
1. Por qué es filosófico el R∴E∴A∴A∴
2. Filosofía ética del R∴E∴A∴A∴: La moral del deber
3. Papel de la Educación y su importancia en el R∴E∴A∴A∴
4. El Método de Formación del R∴E∴A∴A∴
5. Los Valores del R∴E∴A∴A∴
6. Antivalores
DIOS, GRAN ARQUITECTO DEL UNIVERSO Y LA MORAL
ALGUNAS CONCLUSIONES
Bibliografia
NOTAS
ANEXO 1
TABLA DE VALORES DEL R∴E∴A∴A∴
ANEXO 2
TABLA DE ANTIVALORES EN EL R∴E∴A∴A∴
ANEXO 3
NÚMERO DE MENCIONES DEL G∴A∴D\U∴, DIOS Y OTRAS EXPRESIONES CON QUE SE LE DENOMINA
El Autor
INTRODUCCIÓN
ÉTICA, ESTÉTICA, ORDEN Y CAOS
Nuestra masonería, a menudo evoca la ética Masónica, ¿realmente somos conscientes de la profunda significación y las múltiples conexiones de esta expresión? No estoy muy seguro de ello.
Es obvio, que la ética no es más que un sinónimo del bien y de la virtud, por lo tanto, de la búsqueda de la Luz, algo que rara vez está en las palabras del lenguaje cotidiano y que solo encontramos en algunos maestros que dominan ese Arte y es en los que confiamos, probablemente esa es la razón por la que hay muchos candidatos y pocos iniciados. La ética debe seguir siendo la regla para todos nosotros, la parte superior de la pirámide, al menos en mi opinión es lo que los creadores de la Tradición Masónica nos quisieron transmitir.
A través del trabajo expuesto en las páginas de este libro, notable no solo en las exposiciones del pensamiento del individuo y de la Masonería, sino también por la forma fundamental en la que está escrito –que sigue siendo una forma de pensamiento– nos lega un testimonio de la filosofía.
La filosofía ética masónica tiene como práctica la moral y la tradición, esta definición es portadora de dos contenidos, uno exotérico y el otro esotérico. Para la masonería exotérica, ser “un hombre de bien”, que es lo que se le pide al candidato, significa a fortiori, que debe tener una vida ejemplar en todas las áreas ya sean de su vida pública como de su vida privada. Se trata de volver a conectar entre sí las ideas de lo Verdadero, lo Bello y lo Bueno. Lo que podríamos definir como ética y estética. Creo que ésas serían las condiciones y la forma de devolver a la sociedad una razón, un valor ético, la dignidad en una época en que la relación con el conocimiento y la verdad aún parece estar lejos de conseguirse.
El autor del presente libro nos dice también que en nuestra sociedad y en la era del materialismo triunfante, es difícil hacer espacio para algo más. La elección de recuperar la libertad implica renunciar a muchas cosas. Quizás no es una cuestión de cantidad, sino de calidad si quieres experimentar el despertar todos los días. El despertar de la conciencia pide invertir un mínimo de tiempo y medios para acercarse a la vida de una manera diferente. Mientras esta dualidad persiste entre lo que es y lo que debería ser –el hombre lucha por convertirse en algo diferente–, aunque mientras haya conflicto entre los opuestos, el hombre no tendrá la energía suficiente para cambiar.
La filosofía de Hegel afirmaba que todo lo que es real es también racional y que todo lo que es racional es real. El filósofo alemán comparaba el desarrollo histórico y la llegada del espíritu con el de un organismo vivo, donde los componentes, al desarrollarse, afectaban a todo el resto y además tenían funciones definidas. Aunque el modelo hegeliano tiende a convertir la mente en un instrumento que se desvía hacia la estética, su fin es conducir al hombre a la libertad. Por ello, podemos decir que es un pensamiento panteísta. La modernidad se caracteriza por el hecho de que la autoconciencia es la única razón. La conciencia por tanto debe ser doble: una conciencia de la estética junto a una conciencia de la ética y de la crítica que incluye cada pensamiento, cada filosofía.
Es una forma de vivir, el esteta vive su vida como si se tratara de una obra de arte en la que el hombre es “inmediatamente lo que es” enseñando a disfrutar la vida y el deseo de vivir. Como consecuencia el esteta elige no elegir. Tenemos multitud de ejemplos en las figuras de don Juan, de Fausto o del judío errante. Se desprende de todo ello que a pesar de esa vivencia alegre y brillante existe un fracaso existencial, porque a medida que la vida estética ansia tener una vida siempre diferente, al final, termina por romper el recinto de la estética pura para dar un salto a la alternativa que le brinda la ética de la vida.
En el momento que el hombre, elige elegir, asume la responsabilidad de su propia libertad, su vida ética se basa en su obra, sufriendo un modelo universal de comportamiento. De hecho, la elección que el hombre hace de sí mismo en la vida ética (la libertad de elección, la elección de la selección) hace que el hombre se identifique con su propia historia, reconociendo que no pueden renunciar a cualquier aspecto de la misma, incluso a los más dolorosos. Tal como se nos indica en el presente libro cuando se hace referencia a la filosofía ética de Kant.
Kant quiere desarrollar un pensamiento de la inmanencia, evitando caer en el panteísmo, que, no obstante, ya se ha hecho manifiestamente perceptible. Spinoza concibe “infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa la esencia eterna e infinita”.1
Pero uno de los problemas fundamentales de la ética es la unidad cultural y antropológica del hombre, esto ya lo decía Schiller, que en su búsqueda filosófica investigó desde un punto de vista metafísico sobre el conocimiento humano, distinguiendo el sentimiento de la percepción, (sentimiento como modificación interior y percepción como modificación externa), este binomio también estará presente en la Crítica del juicio de Kant2; Schiller en otra de sus obras hace una bipartición entre la conexión física y la conexión filosófica, el espíritu sólo puede expresarse a través del cuerpo. Como podemos ver defiende una teoría de la sensibilidad de fuerte sabor materialista, esta tendencia estará presente en mucho de los filósofos que irán apareciendo después de él.
Ese concepto materialista es lo que llevará a la sociedad, cada vez más, a crear un desorden en el mundo. Pero ¿de dónde viene el desorden de este mundo? Es una “causa errante” oscura, oculta en el mundo sensible, que para ser perfectamente eficiente en el mundo anula la necesidad espiritual. Anaxágoras hizo formar parte de su explicación de la realidad al concepto de nous, inteligencia, la cual, siendo un «fluido» extremadamente sutil, se filtra por entre los recovecos de la materia, a la que anima con su movimiento. Afirma en efecto que “Esta es la Inteligencia que ha puesto todo en orden, es ella la que es la causa de todas las cosas” y Platón dice que la Inteligencia funciona bien en un principio para poner en marcha una esfera primitiva del mundo, pero que todos los movimientos del mundo se explican por causas materiales.
El libro, como veremos, hace hincapié en muchas partes sobre la importancia del desarrollo de la inteligencia en el individuo y nos muestra un camino: el de los altos grados de la masonería, que a través de sus múltiples grados desarrolla una filosofía de valores. El problema reside en que en este mundo moderno esos valores se han ido perdiendo.
La ciencia moderna logró con una concepción mecanicista de un determinismo integral, una visión del mundo final, algo antropomórfico, heredado de la antigüedad. De hecho, la creencia en la necesidad ordenada, desde la eternidad, por una inteligencia superior asume una perspectiva de la naturaleza y al mismo tiempo niega ver una creencia en la finalidad perseguida por la naturaleza misma. La teleología de Aristóteles como el determinismo de Laplace asume la posición de una inteligencia eterna (de un Dios, causa final del mundo). ¿Si todo está determinado como puede el hombre tener un planteamiento ético y estético de sí mismo? Posiblemente a través de sistemas dinámicos que establezcan un juego de contingencias, pero teniendo siempre en cuenta que no lo pueden hacer a través de estructuras organizadas porque tienen un gasto mayor de energía y degradan aún más de acuerdo con la segunda ley de la termodinámica, de ello se deriva que el establecimiento de un orden requiere un gasto de energía que provoca un desastre.
“Ordo ab Chao” es la principal divisa del grado 33º del Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Para algunos masones también es el lema del rito, que se suele traducir por “Orden en el Caos”, aunque también hay quien lo traduce como “Orden desde el Caos”. No se trata de ordenar el Caos si no que el orden viene del Caos.
El estado primigenio de la materia es el caos ordenado, según nos explica la física actual. El estado natural de la materia es el desorden, pero ante nuestros ojos y nuestra limitación comprensiva se nos presenta como ordenado, esta visión es la que ha llevado a muchos filósofos y religiosos defensores del creacionismo, a pensar que el Universo fue creado por un ente superior que lo ha ordenado y organizado.
El hecho es que, si eso es así, ese Ser Superior organizador del Cosmos no puede moverse con parámetros humanos, su misión es otra. No puede estar pendiente de los pensamientos y deseos exclusivos de unos seres tal como lo intentan explicar algunos libros religiosos. El conflicto no existe porque es parte indivisible de nuestra existencia. Lo que demuestra la experiencia es que en la materia caos y orden, orden y caos son lo mismo. Por lo tanto, tal como nos aconseja la segunda ley de la termodinámica tiene que existir un sistema que establezca un estado de equilibrio y ese no es otro que la ética.
Como podemos comprobar las páginas siguientes, la ética es también una filosofía moral, proporcionando el contexto de la moralidad, así que vamos a ser filósofos, pero esta condición requiere una mente abierta, sólo la investigación sobre el origen y el significado oculto de objetos, palabras, expresiones y símbolos, interpretadas y transpuestas a nosotros mismos nos llevarán por el camino filosófico. Aceptemos contradicciones constructivas, desafíos a nuestros descubrimientos, escuchar y sobre todo escuchar con interés lo que otros tienen que decir, esta será la apertura donde nacerá el filósofo independiente, creativo, objetivo, justo y realista.
La Masonería unifica a través de sus Altos grados y constituye un baluarte racional y científico, amante de la filosofía como ciencia, estudiosa de los valores y virtudes que el librepensamiento permite elucidar. Salvaguarda de los Derechos del Hombre, impulsora de la Justicia como paradigma de la convivencia, enemiga de la ignorancia, de los fanatismos y las incomprensiones existentes en la Humanidad, y especialmente, impulsora de la Tolerancia y la fraternidad para alcanzar, como hemos dicho, un mundo mejor, un mundo ético.
En numerosas circunstancias la Francmasonería afirma su ética Masónica, pero la ética y todo lo que induce no se compra, no se da y no puede ser decretada, se construye, se fabrica, se forma, se cimienta de una forma sólida. Sin embargo, esta construcción debe ser el fruto del trabajo personal de cada uno de nosotros se habla de construir nosotros mismos, nuestros valores, nuestra moral, nuestra filosofía, nuestra ética, no se trata de copiar o clonarse a sí mismo. En los planos estéticos y mecánicos no hay nada más hermoso que un muro construido con piedras de diferentes tamaños y diferentes tonos, el mayor necesita del más pequeño y viceversa, esto es la mezcla voluntaria e involuntaria que con el tiempo será la fuerza del edificio.
Galo Sánchez 33º
1 Citado por Gilles Deleuze, Spinoza y el problema de la expresión, Muchnik Editores, Barcelona, 1996.
2 Enmanuel Kant, Crítica del juicio, Espasa Libros, Barcelona, 2007.
PRÓLOGO
Reflexionar sobre la Filosofía Ética y Humanística del Rito Escocés Antiguo y Aceptado es tanto como analizar su ontología y la aplicabilidad y proyección de su esencia en la sociedad contemporánea.
Es difícil encontrar un Rito en el que se armonice tan equilibradamente el Espiritualismo, el Humanismo y la Libertad que son las tres columnas que sostienen al Escocismo. Porque el Rito Escocés Antiguo y Aceptado es un Rito tradicional iniciático basado en esos tres elementos y asentado sobre la profunda fraternidad masónica.
El Rito permite, y este sería su primer sentido, que una alianza de hombres libres trabaje para el progreso espiritual, moral, intelectual y material de la Humanidad. En consecuencia, la vocación espiritual del Rito Escocés Antiguo y Aceptado lleva a un humanismo filantrópico.
La Masonería Filosófica busca ennoblecer la vida habitual. Su labor es bajar a los registros más oscuros y no buscados de la conducta y sentimiento diario y describir, no la virtud ordinaria de una vida extraordinaria, sino la extraordinaria virtud de la vida ordinaria.
Jorge Delgado-Ureña, en el texto que tiene entre sus manos, no tiene la osadía de acotar la definición de la Filosofía Ética y Humanística del Rito Escocés, ya que su espacio es la dimensión del intelecto y, por definición, no se allana ante murallas alzadas de materiales espurios disfrazados en términos de moral y ejercicio de piadosas costumbres condimentadas a interés del oferente o en una apócrifa cortesía de lo políticamente correcto. La mente debe ser libre para encontrar la verdad.
Un apunte final para dejar constancia de la gratitud del Supremo Consejo del grado 33 y último del Rito Escocés Antiguo y Aceptado para España al autor. Sin su generosidad sería inviable que una publicación como la presente hubiese visto la luz.
Jesús Soriano Carrillo, 33º
Soberano Gran Comendador
Supremo Consejo del Grado 33º para España
PRESENTACIÓN
El cuerpo del hombre es uno con la naturaleza, mientras que en la mente está en oposición a ella. La armonía original con la naturaleza que puede encontrarse en el mundo animal se perdió con el advenimiento de la mente, la razón, la imaginación y la conciencia de uno mismo… “La razón, bendición del hombre, es también su maldición.” Le obliga a hacer frente a la solución de una dicotomía insoluble.
Erich Fromm, “La dicotomía humana”
El hombre es armonía y es conflicto, armonía y conflicto consigo mismo, con los demás hombres, con la vida, con el mundo. El espíritu es armonía, mientras que el conflicto está en el animal homo, sobre todo en el homo irracional, el impulsivo, el dominador, el agresivo.
El comportamiento individual del ser humano y de las comunidades de las que forma parte fluctúa dialécticamente entre estos dos polos: entre lo que los humanos somos en tanto humanos, y lo que somos en lo que es compartido con otros animales: por un lado, tenemos dotes racionales, culturales y espirituales que parecen sernos exclusivas y por el otro compartimos con otras especies animales las necesidades vitales, los impulsos instintivos y las emociones.
¿Dónde situar la conducta moral? ¿Cómo comportamiento racional o como hábito cultural? ¿Cómo imperativo espiritual, como instinto o como impulso emocional? La Masonería escocesa tiene un punto de vista claro al respecto, que pretendemos explicar en este estudio.
De la conducta moral se ocupan ciencias como la antropología cultural, la psicología social, la neurociencia, la etología y la sociología. Por su parte, la filosofía se ocupa de discernir aquello que es y no es moral, así como lo que debería ser la conducta moral ideal. En palabras de Aranguren, moral propiamente tal es la moral vivida y ética es la moral pensada, una rama de la filosofía. Para Kant, la filosofía moral pura debe estar totalmente limpia de cuanto pueda ser empírico y propio de la antropología. (Fundamentación de la metafísica de las costumbres).
El autor
PRIMERA PARTE:
CONCEPTOS GENERALES
1. La dualidad del comportamiento humano
Uno de los propósitos de este estudio es analizar las causas de la incongruencia del ser humano, a la hora de ajustar su conducta a los valores éticos que él mismo proclama pero que vulnera continuamente, y describir cómo aborda la filosofía del R∴E∴A∴A∴ la solución a esta cuestión, que es realmente la clave para avanzar en el progreso moral de la Humanidad que procura la Masonería.
A menudo se dice que nuestra sociedad sufre “actualmente” una crisis de valores. Durante años también se viene diciendo lo mismo en nuestra Orden. Hace cuatro décadas el recordado profesor de ética José Luis Aranguren también se preguntaba en uno de sus libros ¿De dónde arranca, de dónde procede esta crisis de la moral…? (ver bibliografía). Desde los tiempos de la antigua Grecia hasta hoy mismo, se viene hablando de una crisis de valores generación tras generación, culpando de ella principalmente a la juventud a la que se atribuye un exceso de materialismo. Si este fuera el caso se olvidaría que las pulsiones juveniles y su necesidad de satisfacerlas, “de vivir”, son las mismas hoy que en el pasado.
Ahora bien, si pensamos en el conjunto de la sociedad en que vivimos y miramos atrás en el tiempo en lo que a valores masónicos se refiere como los derechos humanos, y entre ellos los de educación, sanidad, libertad de pensamiento, de conciencia, de expresión y opinión; los derechos políticos y de asociación, además de la extendida solidaridad entre la población española para ayudar a los más desfavorecidos por nuestra primera gran crisis económica del siglo XXI etc. ¿Se puede negar que la sociedad en que vivimos ha crecido significativamente en determinados valores con respecto a épocas anteriores de la historia?
No parece asumible, tras un objetivo inventario histórico, que todo tiempo pasado haya sido mejor que el actual en el conjunto de la sociedad occidental. Y es incongruente que quienes se escandalizan del materialismo de la juventud, en su mayor parte se hallen feliz y cómodamente instalados en las ventajas materiales que nos proporciona el estado del bienestar.
Es verdad que a la vez hay importantes valores en los que la sociedad de nuestro país es pobre o deficitaria desde antiguo. Pero corregir estos déficits no se logra mirando el ejemplo del pasado y retrocediendo en el tiempo, sino encontrando el camino para continuar progresando en el desarrollo de los valores humanos éticos, cívicos y espirituales que sustenta la Masonería escocesa, combatiendo a la vez las lacras y antivalores que empañan este progreso como la hipocresía y la corrupción que tanto abundan en España desde hace muchas décadas, sin que fuéramos suficientemente conscientes de ellas.
La percepción permanente que tiene la sociedad de padecer una crisis de valores se debe también, además del factor generacional, a la continua vulneración de valores que percibe nuestro inconsciente, sin tomar en cuenta que esto ha sido siempre así desde los comienzos mismos de las civilizaciones, creadoras de los primeros códigos escritos de comportamiento.
El ser humano es, con enorme diferencia, la criatura más inteligente surgida nunca en la Tierra, que la hace única y singular. Esta elevada inteligencia, de evolución creciente a partir del primer ejemplar de nuestra especie, el “homo habilis” de hace entre un millón y medio y dos millones de años, es el resultado de sucesivas adaptaciones que tuvo que desarrollar el género “homo” para sobrevivir a los cambios de su entorno natural. Nuestros predecesores evolutivos, los primeros simios bípedos, tuvieron que aprender a aprovechar alimentos muy diversificados de subsistencia cuando perdieron el “Edén” de la selva, debido a drásticos cambios climáticos, y se encontraron desvalidos en medio de la sabana, llena de peligros y pobre en alimentos vegetales. A diferencia de nuestros primos hermanos, los chimpancés, hemos llegado a ser plenamente omnívoros, como el oso, aunque poco dotados como éste para la caza en solitario, y también hemos sido, la mayor parte de estos 200.000 años, grandes depredadores sociales, como los lobos.
Varios componentes evolutivos inscritos en nuestro ADN explican en buena parte, junto a los instintos básicos, el singular comportamiento humano:
1.Versátil y refinada habilidad manual;
2. Elevada inteligencia;
3. Lenguaje sintáctico complejo;
4. Capacidad para el almacenamiento acumulativo de información;
5. Oportunismo por un lado y capacidad de planificación por el otro;
6. Territorialidad-agresividad;
7. La mayor, más compleja y más estrictamente jerarquizada organización social de reino animal;
8. Como animal social, también ha desarrollado el instinto altruista y la empatía, que comparte con mamíferos superiores; y
9. Ya el homo arcaico, con apenas 600 centímetros cúbicos de capacidad craneal de promedio (menos de la mitad de la del actual H. sapiens), habría adquirido nuestra característica más notable: una gran capacidad para modificar el entorno y sobreponerse a las variables aleatorias naturales.
El grado 22 distingue entre la animalidad del hombre “que predomina en el cazador, y su humanidad gracias a la agricultura, que conduce a la civilización”.
A lo largo de estos 200.000 años de existencia del homo sapiens, la caza fue el principal recurso de subsistencia y nuestro cerebro, evolutivamente adaptado a ella, sigue siendo el mismo en la actualidad. El “deporte” de la caza y la pesca, motivo de gran disfrute para sus aficionados, evidencia un atavismo del que ni los reyes de todos los tiempos se han liberado.
Hace unos 12.000 años comenzó a desarrollase la domesticación de animales y plantas y, con ellas, el sedentarismo y el comienzo de la civilización. Hoy ya no se vive de la caza y la inmensa mayoría de la población mundial tampoco participa en la matanza de esos miles de millones de mamíferos, aves, peces y en menor medida reptiles, insectos etc. que son sacrificados cada año para aprovecharlos como alimento, en manufacturas o simplemente por puro placer.
Pero, aunque el cambio cultural de la humanidad en estos últimos 12.000 años ha sido inmenso, este tiempo histórico es insuficiente para que se haya producido un significativo cambio evolutivo del ser humano. Por eso nuestros impulsos primitivos siguen ahí, intactos.
La agresividad y territorialidad, compartida con nuestros primos chimpancés, se dirige con especial saña a miembros de la propia especie. El ser humano y los chimpancés son las dos únicas especies de mamíferos que se enfrentan en combates generalizados. Es improbable que, a lo largo de toda su historia, año tras año, la Humanidad haya estado libre de guerras en alguna parte del mundo; por no hablar de ejecuciones, asesinatos y masacres en el seno de cada sociedad. Y si alguien sabe de un solo año totalmente pacífico, en cualquier época de la historia, sería la excepción que confirma la regla. La agresividad humana es para Konrad Lorenz una herencia de nuestros antepasados animales. Para Erich Fromm la agresividad del hombre es propia y específica de nuestra especie, y es mayor que en los animales (Ver nota 1, pág. 57).
El individuo se siente incitado y hasta acuciado por instintos vitales, pasiones y deseos diversos que a menudo entran en conflicto entre sí o con los dictados de su conciencia moral. O que entran en conflicto con otros individuos y grupos por los mismos motivos u otros diferentes. En el grado 30, durante la alocución al recipiendario del T∴V∴Pod∴G∴M∴ se le dice: “…recordarás que eres hombre y has nacido para luchar contra tus propios sentimientos…” El grado 17 reconoce por su parte que “Sabemos que pasiones e intereses distintos engendran rivalidades que la ambición y astucia multiplican”. El grado 26 nos dice por su parte que “el Caballero Rosacruz moderno contempla los hombres, dotados todos de cualidades contradictorias, conoce sus méritos, ve sus imperfecciones…”
Moderadas o no, pero con frecuencia disimuladas, sufrimos en mayor o menor grado inclinaciones a comportamientos competitivos, a antagonismos, a situarnos automática e inconscientemente en un contexto de jerarquización, de liderazgo, de dominación o de subordinación entre: tanto entre individuos, dentro los grupos sociales primarios de los que formamos parte, como también de las más amplias comunidades políticas, religiosas, culturales, territoriales, etc. Estos grupos sociales primarios y secundarios pueden a su vez, cuando entran en contacto, tener relaciones conflictivas entre sí o de cooperación y alianza. La predisposición a la coope-ración y la prevalencia de los intereses sociales sobre los individuales, evolutivamente adquirida, también juega su papel en hacer las contradicciones humanas todavía más complicadas.
Por eso, aunque los conflictos son con frecuencia abiertos, a menudo también son sutiles, disimulados y soterrados, sobre todo en una sociedad avanzada moderna como la nuestra, donde la cooperación es mejor vista que el enfrentamiento.
El “instinto” moral se hace por lo tanto evidente en la cooperación, el amor y la compasión en las relaciones familiares y tribales, modulado por las costumbres y normas morales propias de cada cultura.
Pero no siempre los códigos morales que rigen en una comunidad política, cultural o religiosa se consideran de obligado cumplimiento en su trato con comunidades rivales y enemigas, o que se perciben diferentes, extrañas, peligrosas, inferiores o subyugables. Históricamente, tampoco se solían aplicar los valores éticos a individuos a los que se les asignaba una categoría humana inferior o a los que convenientemente se les negaba la condición humana, es decir, la de poseer un alma, caso de los negros de África. Por lo tanto, cuando se habla de unos valores éticos universales, que sí existen, la historia demuestra que, por lo general, solo se han aceptado y muy relativamente respetados; pero casi únicamente en el seno de la propia comunidad, cohesionada por lengua, costumbres, religión, mitos, rituales iniciáticos y tabús compartidos, incluyendo en muchos casos ciertos rasgos físicos superficiales como el color de la piel o la forma de los párpados.
En lo que a la cultura europea se refiere, hay infinidad de ejemplos históricos de contradicciones entre los valores universales del Cristianismo y su práctica real: Uno de ellos fue el enorme tráfico y explotación de esclavos negros por los muy cristianos ingleses, portugueses y españoles en el siglo de las luces y parte del siglo XIX. El masón Jefferson, padre de la gran democracia norteamericana, explotaba a centenares de esclavos en su finca de Monticello. Él fue el redactor de la Declaración de Independencia de los EE.UU. de América, que en su inicio declara: “…que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad…”
Otro ejemplo de contradicción e incoherencia lo tenemos en el salvaje saqueo de la cristiana Constantinopla a manos de los caballeros cruzados en el año 1204, sin que estos piadosos soldados de Dios sintieran el más mínimo remordimiento de conciencia. Como tampoco los caballeros cruzados habían sentido el menor escrúpulo cuando festejaron la conquista de Jerusalén del año 1099, con una terrible orgía de sangre en la que se masacró sin piedad a casi toda la población judía y musulmana, incluidos mujeres y niños y hasta a la minoría cristiana que permanecía en la ciudad: se estima en unas 70.000 las víctimas de aquella matanza. Raimundo de Aguilers, canónigo de Puy, escribió feliz y exultante sobre esta masacre: «Maravillosos espectáculos alegraban nuestra vista (la de los cadáveres) … en muchos lugares la sangre nos llegaba hasta la rodilla…)”. Hay que esperar hasta la bomba atómica sobre Hiroshima para conseguir otra masacre con 70.000 víctimas en una misma jornada. Ni siquiera los nazis, con toda su tecnología, fueron capaces de exterminar a tantos judíos en un solo día. El grado 18 se refiere a las guerras religiosas “que por espacio de 1.500 años inundaron de sangre y lágrimas la casi totalidad de Europa, armando a los ciudadanos unos contra otros…”
El ser humano es, pues, un ser escindido. Nuestro cerebro nos convence a menudo que poseemos unos valores elevados, que se supone los practicamos cabalmente, pero este mismo cerebro parece situar en el punto ciego de nuestras conciencias las frecuentes y escandalosas transgresiones, grandes o pequeñas, que hacemos de esos valores, sin darnos habitualmente cuenta de la contradicción en que caemos, y que un observador imparcial externo calificaría de conducta hipócrita o cínica, aunque no necesariamente lo es.
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