Kitabı oku: «Zari la Zarigüeya»
Ilustrado por: Alejandra María Reyes
© Texto: Jorge Eduardo Narváez Franky
© Ilustraciones: Alejandra María Reyes
© Diseño & Maquetación: Editorial Gunis
Editorial Gunis
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www.editorialgunis.com
Impreso en España
Primera edición: Noviembre de 2020
ISBN: 978-84-17936-69-3
Reservados todos los derechos.
Jorge Eduardo Narváez Franky
Ilustrado por: Alejandra María Reyes
Indice
Información legal 3
Cuento 6
Había una vez un país muy pero que muy lejano con un bosque sin igual, conformado por árboles de generosos follajes, flores y variada vegetación; un paraíso lleno de resplandor, aventura y diversión, habitado por numerosas especies que durante siglos fueron los reyes de las cordilleras, valles, mares y ríos. Un reinado que se desvanecería con el pasar del tiempo, pues la modernidad había llegado, y con ella, los pueblos y ciudades que nunca dejaron de crecer, continuaron extendiéndose en todas las direcciones talando y deforestando bosques para sembrar y construir.
Esta es la historia de Zari y sus amigos, una aventura de fraternidad al interior de la especie animal; una aventura por el mundo y sus culturas.
Aquella mañana, Zari despertó muy temprano, estiró sus manos y una de sus patas para ahuyentar el sueño y la pereza que aún permanecían en su interior. La luz aún no cubría la cordillera y el frío era intenso, por lo cual decidió quedarse colgada cinco minutos más de su rama. En ese instante una voz interrumpió su descanso.
—Buenos días, Zari. Es hora de levantarse —dijo mamá Zarigüeya.
—Buenos días, mami —respondió Zari, y bostezó con todas sus fuerzas.
—El desayuno ya está servido. Hay frutas y verduras. Tus hermanitos te esperan para desayunar—dijo mamá haciendo una pausa leve mientras miraba a su alrededor verificando que todo estuviera en su lugar.
—Yo voy a salir de casa —prosiguió mamá zarigüeya.
—Quedas encargada de los niños. Recuerda que no pueden llegar tarde a la escuela, y por favor, Zari, no les quites los ojos de encima ni un segundo; tus hermanos son muy inquietos y los peligros acechan constantemente.
—Enseguida voy, mamá, puedes irte tranquila—respondió Zari, sin intención de obedecer, pues quería seguir durmiendo.
Aquel día, Zari debía acompañar a sus hermanitos menores a la escuela, ya que mamá zarigüeya, como de costumbre, debía recolectar los alimentos para toda la semana.
Mamá salió de casa inmediatamente después de hablar con Zari, no sin antes darles un beso a cada uno de sus hijos y de advertirles a los más pequeños que no se adentraran solos en el bosque.
Mamá caminaba con paso firme y rápido, con la satisfacción y el regocijo de tener una familia hermosa a quién cuidar y por quién trabajar.
Una hora después, Zari continuaba durmiendo plácidamente, colgada del soporte de su rama, hasta que un fuerte bullicio provocado por una oleada de animales despavoridos la obligó a despertase de inmediato.
Zari abrió los ojos en medio de la confusión y el pánico generalizado, se soltó de su rama, cayó al suelo y miró en todas las direcciones buscando a sus hermanitos.
En medio de su angustia se percató de que un fuerte incendio se divisaba a lo lejos, y comprendió que en pocas horas todo sería presa de las llamas.
Tal fue su preocupación que empezó a correr en todas las direcciones sin alejarse de su casa mientras llamaba a sus hermanos:
—¡Niños! ¿Dónde estáis?
—¡Niños, por favor responded!
—¡Niños! —exclamaba Zari, presintiendo lo peor.
En ese instante, un leopardo pasó a gran velocidad por delante de la casa de Zari y ésta lo llamó con gran exaltación:
—¡Señor leopardo, señor leopardo! Por favor…
El leopardo se dio media vuelta y la miró, pero no le prestó atención y prosiguió su camino. Zari cogió una semilla seca de su casa árbol y la arrojó con todas sus fuerzas, impactando al felino en la cabeza.
—Grrrr, grrr —rugió el leopardo, girándose de inmediato en dirección a su agresora, mientras la regañaba—¿Qué te pasa, ratita? ¿Te has vuelto loca o acaso quieres ser estofado para este joven y atlético leopardo?
El felino continuó acercándose con pasos lentos y sincronizados hacia Zari, mientras exhibía todos sus dientes, demostrando de esa forma su inconformidad por lo sucedido.
—No soy una rata, señor gato. Yo soy una bella zarigüeya, y tampoco soy el estofado de nadie —murmuró Zari.
—¿Entonces qué te ocurre ratita? ¿O acaso el incendio te ha aflojado un tornillo?
—Mis hermanos han desaparecido, señor leopardo, y necesito encontrarlos de inmediato. Temo que estén en peligro por el voraz incendio —respondió Zari con voz entrecortada.
—¿Acaso me viste cara de detective, ratita, o me parezco a tu mami, o a tu papi? ¡Mírame! Soy un leopardo que sólo quiere huir, salvar su cola de las feroces llamas y por supuesto comer, porque también tengo mucha hambre —el gran felino hizo una pausa mientras examinaba a la zarigüeya.
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