Kitabı oku: «Paisaje de la mañana», sayfa 4
Acercamientos a la literatura infantil peruana
En los esfuerzos historiográficos efectuados por los maestros Luis Alberto Sánchez y Augusto Tamayo Vargas en sus vastos estudios Literatura peruana. Derrotero para una historia espiritual del Perú (1928) y Literatura peruana (1965), respectivamente, el género de nuestra literatura infantil brilla por su ausencia. Los trabajos de Sánchez y Tamayo tuvieron varias ediciones y llegaron, con añadidos y variantes, hasta los años ochenta. No puede negarse que constituyen aún las fuentes primordiales para el conocimiento de la evolución literaria en el Perú. Más concentrados en momentos y autores específicos, los intelectuales Jorge Basadre, Alberto Tauro del Pino y Estuardo Núñez contribuyeron con sus acuciosas investigaciones a profundizar la comprensión de nuestras letras. Pero la literatura infantil continuaba invisible. Podríamos agregar los nombres del amauta José Carlos Mariátegui y del brillante investigador Antonio Cornejo Polar, cuyas preocupaciones estaban más dirigidas a desentrañar las hondas coordenadas ideológicas. Y también el género literario para niños era, como la propia infancia, una categoría cultural esquiva.
No habrá quienes supongan, ante el creciente fenómeno literario (e industrial) de la literatura infantil, que hace cinco o seis décadas no se producían cuentos o novelas para niños en el Perú. Ahí están para negarlo Francisco Izquierdo Ríos y Carlota Carvallo, nuestros más grandes creadores. Tal vez algunos presuman que ni pensarlo a lo largo del siglo XIX, regido por el distinguido tradicionista Ricardo Palma… cuando en Europa se escribían los grandes clásicos infantiles como Peter Pan (pieza teatral, 1905 – edición, 1911) y Las aventuras de Pinocho (novela por entregas, 1882-1883). Quizás parezca un desvarío imaginar que durante el Virreinato existiera un coro de voces, de tono festivo o tremebundo, que narraran cuentos para los pequeños… mientras por aquellos años, en los pueblos del Viejo Mundo, los hermanos Grimm recopilaban con devoción verdaderas joyas orales venidas de la oscura Edad Media —tan cautivantes hasta hoy—, que se han convertido en hontanar de la moderna literatura para niños y jóvenes de occidente. Por eso es conveniente indagar en los primitivos relámpagos de nuestra literatura infantil y acercarnos a su llama formativa, como también al fuego lento de su evolución.
En las navegaciones académicas por las historias y antologías generales de literatura peruana —no me refiero a selecciones infantiles, tan insulares y escolásticas hasta hace unos años— he encontrado una sola excepción: el minucioso y original trabajo de Enrique Ballón, titulado Antología general de la prosa en el Perú. De 1895 a 1985. Tomo III (Edubanco, 1986). Aquí presenta un apartado titulado La narrativa infantil, que se abre con estas palabras:
La narrativa infantil es producida en nuestro país por los profesores de escuela, a fin de emplearla como auxiliar pedagógico. Sin embargo, algunos escritores también se han preocupado por incursionar en este prototipo de narrativa que, como es de suponer, se halla influido por ciertos criterios de literatura académica y formal, determinando así su carácter semi-institucional.
El profesor Ballón incluye con excelente criterio cuatro valiosos cuentos y hace una mínima referencia a cada uno: “La respuesta del algodón”, de Mariela Nieri de Dammert; “La laguna encantada”, de Carlota Carvallo de Núñez; “El colibrí con cola de pavo real”, de Francisco Izquierdo Ríos; y “El mundo de Santiago”, de Ana y Elizabeth Mayer. Al parecer todos estos cuentos publicados en la década de 1960.
Dos estudios en torno al género
Es preciso detenernos en dos estudios que inauguran la reflexión en torno al género: El papel de la literatura infantil (Lima, 1967) de Carlota Carvallo de Núñez y La literatura infantil en el Perú (Lima, 1969) de Francisco Izquierdo Ríos. El ensayo de Carvallo de Núñez está precedido por una presentación de Matilde Indacochea Pejoves, también especialista en el tema, quien destaca el carácter pionero de revisión de un género incipiente y cuyo valor reside, además, en “despertar el interés por una causa que cada día va ganando más terreno entre los padres, los educadores, los bibliotecarios y los libreros”. De estas líneas se deducen las aristas de atención que dedica la autora en esta modesta publicación del desaparecido Consejo Nacional de Menores.
Con una visión drástica, a tono con la ideología de la época, Carvallo de Núñez censura desde el inicio la “nociva influencia de las historietas ilustradas o cómics, el cine y la televisión…”, y subraya la importancia de una auténtica literatura nacional, cuya finalidad rebasa el mero pasatiempo para sumergirse en la psicología y la categoría artística. Valora los vaivenes entre la realidad y a la fantasía, los diversos procedimientos literarios de los que se vale el género y menciona dos casos ejemplares: el escritor estadounidense de origen holandés Meindert DeJong, ganador del Andersen 1962, y la escritora chilena Marcela Paz, creadora de un personaje muy popular: Papelucho.
Carvallo de Núñez (1967) hace un recuento de las actividades organizadas en beneficio de la creación y la difusión de la literatura infantil —seminarios, congresos, apoyo a bibliotecas—; registra la importancia y evolución de las ilustraciones en los libros para niños; reseña algunas opiniones de la psicología moderna en torno a los beneficios de la lectura, por sus componentes imaginativos y lúdicos; subraya, de otro lado, sus inquietudes frente al mundo actual, plagado de comodidades materiales que ponen en riesgo la libertad individual; y reflexiona sobre el oficio del escritor para niños y sus requerimientos: “El cuento infantil ha de ser ágil y ameno. Debe encauzar la imaginación e inclinar la sensibilidad hacia las cosas bellas. Inculcar comprensión y amor hacia la humanidad”.
Luego de este repaso algo apocalíptico de la cultura infantil entronizada en el mundo contemporáneo, Carvallo de Núñez ofrece una “Breve reseña de la literatura infantil en el Perú”: menciona sobre todo a escritoras como Angélica Palma, María Wiesse, Alida Elguera y Alicia Larrabure. Destaca, más adelante, a los novelistas que han aprovechado de nuestro folklore: Ciro Alegría, Arturo Jiménez Borja, José María Arguedas y Francisco Izquierdo Ríos. En poesía nombra a Catalina Recavarren de Zizold, Julia del Mar y Luchi Blanco; y en teatro a María Tellería y Omar Zilbert, entre otros.
Dos años después la Casa de Cultura del Perú, hoy Ministerio de Cultura, publica La literatura infantil en el Perú (1969) de Francisco Izquierdo Ríos. Es un libro pequeño y de valor inapreciable, tanto por su contenido ensayístico como antológico, que resulta incomprensible que no haya sido reeditado en este medio siglo transcurrido. La primera parte del libro se abre con una pregunta crucial: “¿Existe literatura para niños en el Perú?”. Izquierdo Ríos no se distrae en disquisiciones sobre “literatura infantil” o “literatura para niños”, su preocupación fundamental es qué poner en manos del pequeño lector para que capture su interés y su complacencia: “La literatura infantil —afirma— debe proporcionar al niño un alto goce estético, despertando en él amor profundo por la Naturaleza, por la Vida, por la Patria, por la Humanidad”.
Gracias a su vocación por la docencia —y también a pesar de ese compromiso—, el autor comprende y advierte que las virtudes de la literatura van por caminos distintos a las estrategias pedagógicas. Cruzarlos, confundir sus improntas, es un error que volatiliza la lección del aula y estorba:
la captación espontánea del pequeño y ansioso lector. Los niños deben interpretar la naturaleza de los temas sintiéndolos, gozándolos con amplia libertad, a sus anchas. Ya la literatura infantil con moraleja al pie de las composiciones debe pasar a la historia. (Izquierdo Ríos, 1969, p. 8)
Lamenta el oficio censor de muchos maestros y reivindica el papel del niño como descubridor de sus temas de interés, teniendo, desde luego, al maestro como atento acompañante y guía. De esa conjunción de vivacidad infantil y miramiento adulto se consigue un estado mágico que sella el concepto que tiene el autor: “La literatura infantil es recreativa y educativa a la vez. Una composición, cual sea ella, influyendo en la sensibilidad del niño, está educándolo” (Izquierdo Ríos, 1969).
Sobre la base de la valoración del adulto, que disfruta y pondera los alcances de la literatura infantil, Izquierdo Ríos hace una revisión de los mejores ejemplos de la literatura universal. Menciona una gama de testimonios ajenos a toda expresión “de ñoñeces, de infantilismos y de puerilidades”: desde los cuentos populares europeos y los cantares de gesta, hasta narradores modernos de la envergadura de Antón Chejov, Óscar Wilde y Horacio Quiroga. Relación de nombres que revelan su apertura de ilustración y discernimiento, pues hace la salvedad de los riesgos perturbadores que representan algunos libros; Las mil y una noches o El Decamerón, verbigracia.
Más adelante reivindica la literatura de origen popular como “fuente inagotable” para el género y recuerda una reveladora anécdota vinculada al gran escritor ruso León Tolstoi:
Muy conocida es la respuesta de la nieta de León Tolstoi al preguntársele si le gustaban los cuentos escritos por su insigne abuelo: –Sí, pero me gustan más los que me cuenta mi nodriza–. O sea, el pueblo. (Izquierdo Ríos, 1969, pp. 14-15)
Lo que sorprende, en la larga relación que ofrece de las creaciones populares —bastante desordenada, por cierto—, es la exaltada opinión que le merece la obra de Walt Disney; cuando los sectores intelectuales de aquellos años más bien anatemizaban la figura del director norteamericano, considerado un colonizador de la ideología dominante2. En la segunda parte del libro, Izquierdo Ríos (1969) ingresa al terreno peruano y lamenta la precariedad del universo cultural relacionado a la infancia: escasez de revistas y libros adecuados, tendencia a imitar lo foráneo y a predicar discursos didácticos, ausencia de editoriales especializadas y de estímulos para el escritor. “Escritores tenemos y buenos, pero muchos de ellos se frustran o no rinden todo aquello de lo que son capaces…”; y reclama, una vez más, el auxilio del inestimable acervo cultural para nutrir nuestra literatura infantil. Literatura que debe mostrar el escenario social del país, el drama humano de nuestro pueblo, sin falsificaciones ni edulcorantes pues el “niño se educa para la vida real”.
A manera de ejemplos donde confluyen la lealtad artística y el compromiso con la realidad, Izquierdo Ríos (1969) nombra escritores cuyas obras están entrelazadas de paisaje, aventura popular y episodios históricos: Carlota Carvallo de Núñez, con Rutsi, el pequeño alucinado (1947); María Wiesse de Sabogal, con Quipus (1936) y El mar y los piratas (1947); Arturo Jiménez Borja, con Cuentos peruanos (1937) y Cuentos y leyendas del Perú (1940); José María Arguedas, con Mitos, leyendas y cuentos peruanos (1947); Abraham Arias Larreta, con Rayuelo (1938) y Teatro infantil (1941); José Portugal Catacora, con Niños del Kollao (1937) y Los niños que fundaron un imperio (1943); entre muchos otros, tantos que nos hace dudar de la insuficiencia del género y revela, sin duda, el saber y la atención de Izquierdo Ríos.
La “Pequeña antología” que Izquierdo Ríos (1969) ofrece en el libro se inicia con una muestra poética y se cierra con breves textos narrativos: cuentos populares y de autor, fragmentos de novela y una semblanza del Inca Garcilaso. Menciono algunos autores y evito repetir los nombres del párrafo anterior: en poesía, Ricardo Peña Barrenechea, Mario Florián, José María Eguren, Manuel González Prada, Luis Valle Goicochea, Abraham Valdelomar, Carlos Oquendo de Amat y César Vallejo; en narrativa, Ciro Alegría, Rosa Cerna Guardia, Esther Allison, José Carlos Mariátegui y Alfonso Peláez Bazán.
Tres libros monumentales
Los cíclopes de la mitología griega eran gigantes con un solo ojo en la frente, fuertes como un peñón y de bruscas emociones. Pues los tres libros que mencionaré son también monumentales, robustos y apasionados. ¿Y el único ojo? Porque no deja de ser una auténtica rareza la aparición de estos volúmenes en nuestro medio. Apenas han bastado unas semanas para que mi pequeña biblioteca se tambalee nuevamente. Había ocurrido antes, cuando, tras la adquisición de Literatura para niños y jóvenes. Guía de exploración de sus grandes temas (1996), del investigador francés Marc Soriano (traducido y anotado por la escritora Graciela Montes), mis estantes perdieron equilibrio hasta que llegó Bienvenidos a la fiesta (2001), de Luis Daniel González, un vasto diccionario de autores y obras de literatura infantil y juvenil, que permitió balancear el peso de la cultura y continuar la travesía.
Por estos días han llegado de Madrid dos generosos mamotretos, en ediciones impecables de Ediciones SM: Historia de la literatura infantil en América Latina (2009), de Manuel Peña Muñoz, y Gran diccionario de autores latinoamericanos de literatura infantil y juvenil (2010), de Jaime García Padrino (coordinador); y de Lima he recibido, publicado por la Editorial San Marcos, El hipocampo y sus palabras. Guía de autores y libros de literatura infantil y juvenil del Perú (2009), de Jesús Cabel. El ordenamiento mítico cultural que diseña Manuel Peña Muñoz para su historia es interesante y sugerente: “El mundo azteca: La fuente del origen”; “Centroamérica, un universo por descubrir”; “El Caribe o el exotismo del Trópico”; “La puerta de Sudamérica”; “El embrujo andino: Los países del Altiplano”; y “Los países australes”. En la sección dedicada al Perú, el autor chileno hace gala de un extenso y penetrante conocimiento que va desde el sortilegio primitivo hasta la desenfadada producción actual.
El Gran diccionario… (2010) ha sido elaborado por un equipo de estudiosos bajo la coordinación de Jaime García Padrino, en el caso del Perú. Danilo Sánchez Lihón es el responsable de la selección y semblanza de los sesenta y cuatro autores peruanos. Es significativo que el amplio catálogo presente a los escritores representativos de Latinoamérica en orden alfabético, sin distinguirlos por nacionalidad, en un afán de hermanarlos. También se ofrece, en una primera sección, una mirada histórica por los orígenes de la literatura infantil y juvenil (LIJ) en cada uno de los veinte países.
Por otro lado, el hipocampo es un pez muy extraño: posee una cabeza de caballo, su cuerpo está cubierto por una armadura de placas óseas y se desplaza entre las algas submarinas mediante armoniosos impulsos. Su imagen posee además un aire fantástico como sugiere el cuento “El hipocampo de oro”, de nuestro escritor iqueño Abraham Valdelomar. El poeta e investigador Jesús Cabel, residente en Ica desde hace muchos años, ha acertado al titular su libro El hipocampo y sus palabras. Guía de autores y libros de literatura infantil y juvenil del Perú (2009), pues nos ofrece en el marco de la literatura infantil y juvenil un estudio inusual y sumamente valioso —con reflexiones políticas, hallazgos bibliográficos y reseñas de autores—, con el que seguramente incitará a otros investigadores a buscar nuevos caminos en la exploración del género.
Aunque el autor presenta su trabajo como una “Guía de autores y libros de la literatura infantil y juvenil del Perú”, considero que lo mejor del volumen es el panorama crítico que ofrece. En “Derrotero para una historia de la bibliografía de la literatura infantil y juvenil del Perú”, comparte notables señales del origen y del desarrollo de nuestra literatura para niños y jóvenes. Escribe Cabel (2009) a manera de advertencia:
la historia de la literatura y de su bibliografía debe estudiarse con un criterio muy amplio. No limitarse a una mera enumeración de fichas bibliográficas y a unos cuantos argumentos. Se requiere apreciable dosis de penetración crítica, sagacidad en la selección de las fuentes y flexibilidad de juicio. (p. 11)
Uno de los rescates de este apartado introductorio es la mención que hace de Antonio Olivas Caldas, un ilustre periodista3. Olivas es autor de un informe de veintiséis páginas publicado en dos entregas en el Boletín Bibliográfico de la Universidad Nacional de San Marcos. Con el título “Hacia la formación de una bibliografía sobre literatura infantil peruana”, la primera aparece en el N° 3 del boletín, fechada en Lima, octubre de 1940, y la segunda en el N° 4, correspondiente a diciembre de 1940. Se trata de un registro temático, por ejemplo: “Fondo patriótico–histórico” o “Tendencias del cuento clásico” y en cuyos compartimientos agrupa autores y publicaciones diversas, desde libros hasta folletos y artículos. Olivas brinda, además, algunas observaciones donde lamenta el escaso interés que existe en el país por el género y alienta la formación de una literatura infantil con conciencia literaria y patriótica. Qué duda cabe, un trabajo exhaustivo y precursor.
La segunda parte del libro constituye lo más copioso. En “Reseña de autores y libros de la literatura infantil y juvenil del Perú”, Cabel establece una relación de ciento ochenta autores —resultan inexplicables las ausencias de Valdelomar y Vallejo—; nómina minuciosa es cierto, que sin embargo se ve enturbiada por algunos comentarios teñidos de un matiz benévolo que rebaja el acento severo de la apertura histórica. Para quienes declaran que la educación y la cultura debe “despolitizarse”, los criterios del “derrotero” constituyen un saludable mentís. Un mínimo álbum fotográfico y un registro bibliográfico cierran este aporte indispensable.
A propósito del comentario anterior y para ser justo con el autor, debo reconocer que Cabel ha dado evidencias de sus intereses intelectuales, en diversos aspectos del género, desde principios de los ochenta. Sus libros más destacados son: Literatura infantil en el Perú: debate y alternativa (Lima, 1981), Nuestros cuentos infantiles (Lima, 1984), Literatura infantil y juvenil en el Perú: análisis y crítica (Lima, 1984), Literatura infantil y juvenil de nuestra América (Lima, 1984), Poesía infantil peruana del siglo XX (Lima, 1989), Literatura infantil en el Perú, América y Europa (Lima, 1991) y Antología del teatro infantil peruano (Lima, 1997). En cada uno de ellos encontrará el lector diversos caminos de aproximación, siempre con responsabilidad, a través de estudios preliminares, cuestionarios y selecciones.
Junto con sus aciertos críticos, de raigambre sociológica, sus libros han acogido valiosos testimonios de creadores ya fallecidos o cada vez más desvaídos por el vértigo contemporáneo. Es un privilegio acercarse al pensamiento de precursoras como Carlota Carvallo de Núñez, Rosa Cerna Guardia, Carlota Flores de Naveda o Matilde Indacochea; y de maestros como Francisco Izquierdo Ríos, Ernesto Ráez Mendiola o Javier Sologuren. Sorprende, por lo demás, la vigencia y optimismo de sus opiniones. De muestra, un botón:
Una literatura infantil [peruana] auténtica y orgánica se halla en proceso —expresa Izquierdo Ríos hace casi cuarenta años—, en formación, dentro de la cultura nacional; esto viene sucediendo desde hace muchos años, como una reacción a lo foráneo, a lo importado, sin que ello quiera decir que no se acepten las manifestaciones culturales de otros pueblos, ya que toda acción creadora del hombre pertenece a la humanidad (…) en el campo del arte han aparecido obras vertebradas con la aspiración del hombre a lograr la edificación de un mundo mejor, el establecimiento de una nueva sociedad, libre de injusticias; por ejemplo, en la literatura, sin olvidar el lejano grito de Guamán Poma de Ayala, las creaciones de Ciro Alegría, principalmente El Mundo es ancho y ajeno, novela que desde el título es una tremenda protesta (…) Nuestro enorme poeta César Vallejo ha creado, por cierto, el cuento más significativo de este género, que presenta la trágica dicotomía de la organización social en el mundo capitalista: me estoy refiriendo a “Paco Yunque”. Igualmente la novela El retoño [de Julián Huanay] puede darse a los niños y adolescentes, tal como fue concebida por su autor. (Cabel, 1981, pp. 41-42)
Volvamos a Cabel. Tal vez su contribución más sustanciosa sea su ensayo titulado “Derrotero para una historia crítica de la literatura infantil y juvenil en el Perú”, publicado en Educación y Biblioteca, revista mensual de documentación y recursos didácticos. Año 12, N° 110; Madrid, marzo de 2000. En dicho texto se deslindan varias categorías: en primer lugar, las páginas dispersas y sin intención específica que pueden rescatarse para configurar el cuerpo de nuestra literatura infantil y juvenil; de otro lado, las obras concebidas con propósito claro de pertenecer al género. También preocupa al autor establecer las diferencias entre la literatura producida por los propios niños y jóvenes, la creada por escritores especializados para complacer a esa nueva lectoría y, en tercer lugar, las recopilaciones o antologías pensadas con ánimo pedagógico. A continuación, el autor señala la inexistencia de estudios solventes y de una crítica rectora sobre el género, desarrolla algunas ideas interesantes —pone énfasis, por ejemplo, en la literatura oral: “madre de todas las literaturas, en especial del género infantil y juvenil”—, menciona numerosos autores y obras; y todo esta información la organiza siguiendo los compartimientos históricos convencionales: Literatura Prehispánica, Literatura de la Conquista y la Colonia, Literatura de Emancipación y Literatura de la República.