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De nostalgia

De nostalgia no es un rito de llanto pretérito ni de expiación memoriosa, sino la búsqueda del sentido en aras de la memoria histórica, esa que los chilenos solemos conjurar con endémica amnesia, para mentirnos sin pausa, desconociendo nuestras propias y más significativas raíces, ocultando las miserias en el patio trasero o barriendo la basura bajo la alfombra. Por eso, el poeta habla, canta, grita desde el Wallmapu, asumiendo ese espacio terrestre integrado a una comunidad cultural compuesta de etnias originarias, como una Matria escogida desde la esencialidad telúrica, aunque los Neira hayan venido desde la Galicia atlántica, no como conquistadores, sino como inmigrantes desposeídos, hijos del minifundio, impelidos por las seculares carencias del homo advenus, como se llama en latín al sencillo forastero.

Porque el poeta elige la materia de su amor y de su anhelo, y el revolucionario afirma el derecho sagrado y humano a la escogencia como imperativo de la tribu donde nacimos, padecemos y creamos. El dolor criba las palabras en la mano del poeta cuando escribe con un sencillo bolígrafo, en cuartillas escatimadas al pulso cotidiano:

La noche me atormenta

Viene ya

la hora del insomnio.

La puerta gris que se abre

en este otro universo paralelo.

Viene ya la tormenta,

el huracán,

un torbellino de nuevas verdades;

horas sin velas, tibias caricias que se quiebran,

voces en todos los rincones.

La noche se detiene,

me increpa,

me apunta con su dedo oscuro

y se burla de mí a la distancia.

El humor sutil, en el verso final, mitiga el padecimiento, lo sustituye y lo honra en entrañable elocuencia poética. Es uno de los destacables atributos de Jorge Neira, unido a la economía del lenguaje sustantivo, donde la metáfora y la aliteración son partes de esa naturaleza que siente y resiste, a la vez como vate hijo del viento y de la lluvia, los mismos elementos que hicieron cantar a Juvencio Valle, a Jorge Teillier, a Nelson Schwnke y a Clemente Riedeman.

De caminos

Si Jorge Neira se califica como eterno trashumante, yo me declaro perenne transeúnte y en ese quehacer de andaduras entramos juntos –él autor, yo lector– en De Caminos, donde me siento conmovido en las alturas de Quitor:

...Fueron horas de ensoñar arrodillado,

un martirio feliz de llanto y kinwa,

de salada carne preparada,

rodó conmigo hacia la altura.

Un temblor de estrellas y fogatas,

me conduce hipnotizado

por callejuelas de roca.

Fuera ya y más acá de esa puerta

vino a mí,

desde el oscuro túnel del tiempo,

de bronce a mis pies

el tumi,

cuchillo ritual del emplumado sacerdote.

El poeta trepa las altas cumbres buscando la voz del maíz, ese grano derramado sobre la Tierra desde el Sol, que otros grandes antepasados de la Amerindia –que también negamos en la historia oficial– esparcieron con las primicias y los enigmas de una rica cultura que apenas vislumbramos hoy. Jorge Neira procura esa develación, con la mejor llave para abrir las cerraduras del tiempo: la poesía.

De noches y lluvia

De noches y lluvia es el espacio poético donde me siento más acogido o mejor invitado, según se aprecie, pues la medida o la frontera de la supuesta objetividad, cuando abordamos una obra literaria, suele diluirse en las propias inclinaciones del gusto estético, hecho de juicios más acordes con lo visceral, matizados quizá por la experiencia de innúmeras lecturas. Esto vale y cuenta para el idioma de la lluvia, ese conjunto de sones y onomatopeyas que solo las lenguas llamadas «primitivas» son capaces de expresar, a partir de un entorno unívoco de Gente, Tierra y Cosmogonía.

Aquí, el poeta inicia su inmersión memoriosa con el recurso de las preguntas, alojadas en el tópico del ubi sunt, tan antiguo como el ser humano, acuciado por el pasmo del mundo desde que abre los ojos al misterio de la realidad:

¿De qué me hablan

estos versos de agua

que no quieren ser besados

por mis manos?

El agua responde sin dilucidar, como si tejiera en sus imposibles respuestas las gotas de nuevas interrogaciones, como si multiplicara el apremio de los ríos que parecen inquirir al mar por su eterno fluir:

No deja de llover sobre estos versos.

una ciega letanía,

de Dioses olvidados y canciones

inconclusas,

dibujan estas letras

en la orilla del invierno.

No deja de llover.

El reloj de arena se atrasa,

aferrándose a un tiempo

de nubes y sonrisas

tras la niebla matutina.

Me hace recordar a Federico, cantando su madrigal en la húmeda y nostálgica Compostela, asociando la lluvia y el canto perenne del agua con el amor y la muerte, porque: «Si no deja de llover/ hasta mis versos naufragarán/ esta noche», como concluye Jorge Neira, para abrir sus poemas desde el pórtico III, Compañeras: lunas y estrellas de esta revolución en marcha. Pareciera corregirse el poeta, pareciera enmendar la última afirmación en el tercer verso de Negra, hoy supe de ti:

Treinta años después.

Me dicen que estás más vieja, más sabia,

en la orilla de esta revolución pendiente;

con familia, con hijos. Que has dejado las tareas

Que ya no estás.

Porque la revolución es una amante amada que se detuvo a la vera de un camino de tantos, tal vez refugiándose en las servidumbres cotidianas, como hace la Negra, para escapar al aniquilamiento alentada por el pulso vivo de lo femenino que se retrae y aguarda, acogiéndose quizá a la vieja sentencia: «Todos los tiempos viven en la semilla».

Vida y muerte en el WallMapu: miseria del Estado de Chile

Vida y muerte en el WallMapu: miseria del Estado de Chile es un grito, una arenga, de vida y de muerte, que canta y llora la tragedia histórica del pueblo Mapuche, iniciada hace cinco siglos por la garra imperial de España, exacerbada desde hace ciento cincuenta años por la voracidad del Estado de Chile, mestizo y servil, ciego y sordo ante sus ancestrales demandas, militarizado hoy para cautelar intereses de amos criollos y foráneos. El poeta nos entrega un clamor que quisiéramos plasmar en otra realidad, en otro Estado:

Un gigante de piedra se levanta

contra sus armas y sus leyes;

desde el winkul más elevado

ordena los ríos,

susurra a las hojas,

implora al temo adormecido.

Dibuja con su sangre un nombre,

mil nombres en una flecha

y en un gesto de épica porfía,

le arroja al horizonte

buscando,

al nuevo toqui que amanece.

Miscelánea Oscura y Manifiesto kaótico naranja

Con Miscelánea Oscura y Manifiesto kaótico naranja, el poeta despide y cierra esta breve y honda antología que conmoverá, sin duda, al lector. Los últimos versos rezuman doloroso escepticismo. Sin embargo, el ánimo voluntarioso de Jorge Neira nos conmina a navegar, a soltar amarras, a levar anclas, porque el mar es, desde Ulises, el mejor de los caminos de trashumancia, aunque jamás podamos regresar a la Ítaca perdida.

Concluyo con una sentencia de Kazantzakis: «No es el hombre lo que me maravilla, sino el fuego que devora al hombre».

Y me siento, con el poeta, junto al fogón o la vieja lareira de la estirpe. Desde el crepitar de las llamas siguen brotando las palabras.

Edmundo Moure 1 Poeta

1 Nacido en Santiago de Chile, en febrero de 1941. Hijo de padre gallego y de madre chilena. Contador de profesión y Escritor de oficio y vida. Expresidente de la Sociedad de Escritores de Chile (1988-1989). Creador del Centro de Estudios Gallegos en la Universidad de Santiago de Chile. Ejerció, durante 11 años, la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas». Ha publicado 24 libros, 18 en Chile y 6 en Galicia. En 1997 obtuvo en Galicia un primer premio por su ensayo «Chiloé y Galicia, confines mágicos».

Prólogo

¿Qué hace al hombre escudriñar en sus recuerdos y lanzarse desde el más alto pináculo al agua mansa de la rememoranza si no es para sanar el alma?

¿Puede un ser humano convivir con la muerte y saludarla amistosamente, sabiendo cada uno de la existencia del otro, sin llegar a respetarse?

Que la muerte respete al hombre es difícil, pero hay quienes obtuvieron medalla de victoria en su tránsito de lucha política, como tantos de los sobrevivientes que hoy seguramente leerán este libro, que ve su emergencia así, como un grito que fue silenciado por años de masticación y aprendizaje, como el filósofo ahonda en lo profundo del conocimiento, hecho de recuerdos, en este caso, a medio camino entre las preguntas y el zumo de las respuestas.

Así en «De nostalgias y caminos», obra de Jorge Alejandro Neira Rozas, en el que con toda claridad apunta el sol del mediodía de su opción política, militante del MIR con una clarísima senda iluminada por el lucero de la razón de la lucha antiimperialista latinoamericana, la época de las teorizaciones dependentistas que, dicen por ahí, fueron superadas por el neoliberalismo y el proceso global.

El mismo autor realiza una breve presentación a modo de sinopsis, y es mejor deleitarse con los versos que huelen a café y humo de cigarrillo meditado ante una breve ventana de invierno tostado al recuerdo de los años transcurridos en la lucha inacabable de un hombre de izquierda que no ha abandonado sus ideales.

Por eso no me ha sido fácil hablar sobre esta obra, por lo que dejé pasar algo de tiempo entre una lectura y otra. No es fácil reinterpretar el alma del poeta sin el alma del luchador, sin significar la cultura mirista a la que aduce en sus versos; necesariamente surgió la profesional analista que no lee solamente poesía, sino que relee la propia época de juventud vivida, con algunos años de diferencia con el autor. Los recuerdos y las distinciones entre los «istas», miristas, comunistas, socialistas, reaparecen indefectiblemente y vuelve a hacer sentido el concepto de cultura de izquierda, con sus distinciones internas, que si no fueron analizadas, fueron vividas, lo que hoy sobre la cincuentena etaria, confronta la praxis contingente con la memoria, período de grandes desdecimientos en la acción política que el país vive.

Pero Jorge Alejandro Neira Rozas mantiene no solo el discurso, sino la lectura política en todo el trabajo poético, porque es imposible escindir al poeta del militante, y al militante de la consecuencia, y de esta del precio que se paga por la honestidad en un sistema implacable como el que nos ha engullido. La misma introducción del poemario rinde cuenta desde la voz del poeta, del significado de su trabajo poético, explosión poética o liberación vérsica, donde el alma del autor busca la complementariedad perfecta con su propio espíritu y el de la lucha que ha dado en su vida, evaluando la coherencia de lo realizado desde su propia raíz masculina, el hombre nuevo que esperábamos en aquellos tiempos.

La masculinidad es un sabor poético eje en la poesía de Neira Rozas, porque su poesía no es etérea o asexuada; hay un hombre con una masculinidad bullente que logra palparse en la lectura desde el primer poema «Y fue el día del espanto», donde describe con nitidez los aberrantes sucesos de sus quince años, un niño todavía, un hombre en toda su extensión al momento de asumir lo vivido, aún a esa edad. El enojo manifestado, casi un ermitaño a veces, un viajante permanente, un solitario que suele encontrar refugio en brazos de mujeres generosas, muy propio de la época que relata, donde los amores no podían considerarse posesiones ni por opciones ni por posibilidades coyunturales; mucho menos por discurso anti propiedad privada.

El autor logra exponer los miedos, el insomnio constante, los tormentos de lo oscuro, aquello inmanejable, los lugares de los espantos, los espíritus en potestades de persecución y muerte, desde su yo en «La noche me atormenta», y las muertes que se suman, acopian en el alma, la mente que intenta procesar los tormentos en las noches inacabables. La presentación holística de los poemas hace que resulte de un valor histórico incalculable en la descripción del contexto histórico-valórico-emocional de un luchador social de la hoy vilipendiada izquierda consecuente para las nuevas generaciones. El autor está representando no solo su propia experiencia, sino la de muchos que como él, apostaron a una forma de vida y cambio social que aparentemente fracasó, pero que es temida con todas las fuerzas sistémicas que podemos observar.

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ISBN:
9789566107170
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