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Confucio

551- 479 a. C.

La potenciación y elevación de la conciencia

Confucio es un referente cultural y educativo. En sus meditados y reconocidos consejos de ideales, de valores y de actitudes queda recogida la tradición vivida y reposada del pueblo y de sus “sabios”.

Su visión de la realidad se vuelca a la historia ética, moral, de los individuos y de la comunidad. Potencia y nos recuerda que la incierta existencia personal ha de atender a los aspectos valiosos y prácticos de la convivencia. Menos economía, como variable independiente, y más convivencia social y económica, como variable dependiente de la ética.

Propone como método educativo la reflexión. Es el medio adecuado para conseguir el fin educativo: potenciar la conciencia.

En la China de Confucio la economía se basaba en el sector primario. Los impuestos dependían de la tierra y se podían pagar con cáñamo y seda, para la industria textil, con arroz o con “la prestación de trabajos personales”, que podían ser para la agricultura, la limpieza o los servicios en palacio, entre otros”.

La sociedad china estaba formada por una estructura jerárquica bastante similar a la de otras sociedades de la época. A la cabeza estaban el emperador, el príncipe y demás funcionarios gubernamentales. Se les exige honradez, inteligencia y que no abusen de su poder. El resto de la sociedad se reconocía como súbdito del reino, siervos o subordinados. La sumisión no era algo negativo, sino normal.

Tras el emperador y los funcionarios estaba la nobleza territorial. Los comerciantes tenían también cierta reputación, aunque dependía del valor de sus riquezas. Los artesanos, no muy numerosos, tenían cierto ascendiente, ya que aportaban productos a las clases dirigentes. Los campesinos eran la clase más numerosa. Y, por último, se encontraban los esclavos.

La armonía del hombre con la sociedad es el pilar del confucianismo. Puede considerarse opuesto al taoísmo, que se centra en hallar la armonía del hombre con el universo.

© INTERFOTO/Alamy, BA1CW0

“Por tres métodos podemos adquirir la sabiduría: primero por la reflexión, la más noble; segundo, por la imaginación, la más sencilla; y tercero por la experiencia, la más amarga”

“Es preciso conocer el fin hacia el que debemos dirigir nuestras acciones.

En cuanto conozcamos la esencia de todas las cosas, habremos alcanzado el estado de perfección que nos habíamos propuesto.

Desde el hombre más noble al más humilde, todos tienen el deber de mejorar y corregir su propio ser.

¿No sería más eficaz lograr que fueran innecesarios los juicios?, ¿no resultaría más provechoso dirigir nuestros esfuerzos a la eliminación de las inclinaciones perversas de los hombres?

Para conseguir que nuestras intenciones sean rectas y sinceras debemos actuar de acuerdo con nuestras inclinaciones naturales.

Cuando el alma se halla agitada por la cólera, carece de esta fortaleza; cuando el alma se halla cohibida por el temor, carece de esta fortaleza; cuando el alma se halla embriagada por el placer, no puede mantenerse fuerte; cuando el alma se halla abrumada por el dolor, tampoco puede alcanzar esta fortaleza. Cuando nuestro espíritu se haya turbado por cualquier motivo, miramos y no vemos, escuchamos y no oímos, comemos y no saboreamos.

Raras veces los hombres reconocen los defectos de aquellos a quienes aman, y no acostumbran tampoco a valorar las virtudes de aquellos a quienes odian.

Lo que desapruebes de tus superiores, no lo practiques con tus subordinados, ni lo que desapruebes de tus subordinados debes practicarlo con tus superiores. Lo que desapruebes de quienes te han precedido no lo practiques con los que te siguen, y lo que desapruebes de quienes te siguen no lo hagas a los que están delante de ti.

No dar importancia a lo principal, es decir, al cultivo de la inteligencia y del carácter, y buscar solo lo accesorio, es decir, las riquezas, solo puede dar lugar a la perversión de los sentimientos del pueblo, el cual también valorará únicamente las riquezas y se entregará sin freno al robo y al saqueo.

Si el príncipe utiliza las rentas públicas para aumentar su riqueza personal, el pueblo imitará este ejemplo y dará rienda suelta a sus más perversas inclinaciones; si, por el contrario, el príncipe utiliza las rentas públicas para el bien del pueblo, este se le mostrará sumiso y se mantendrá en orden.

Si el príncipe o los magistrados promulgan leyes o decretos injustos, el pueblo no los cumplirá y se opondrá a su ejecución por medios violentos y también injustos. Quienes adquieran riquezas por medios violentos e injustos del mismo modo las perderán por medios violentos e injustos.

Solo hay un medio de acrecentar las rentas públicas de un reino: que sean muchos los que produzcan y pocos los que disipen, que se trabaje mucho y que se gaste con moderación. Si todo el pueblo obra así, las ganancias serán siempre suficientes”.1

“Cuando estamos frente a personas dignas, debemos intentar imitarlas. Cuando estamos frente a personas indignas, debemos mirarnos a nosotros mismos y corregir nuestros errores”

“La situación en que nos hallamos cuando todavía no se han desarrollado en nuestro ánimo la alegría, el placer, la cólera o la tristeza, se denomina ‘centro’. En cuanto empiezan a desarrollarse tales pasiones sin sobrepasar cierto límite, nos hallamos en un estado denominado ‘armónico’ o ‘equilibrado’. El camino recto del universo es el centro, la armonía es su ley universal y constante.

Cuando el centro y la armonía han alcanzado su máximo grado de perfección, la paz y el orden reinan en el cielo y en la tierra, y todos los seres alcanzan su total desarrollo.

El hombre noble, cualesquiera que sean las circunstancias en que se encuentre se adapta a ellas con tal de mantenerse siempre en el centro. En cuanto conseguía una nueva virtud, se apegaba a ella, la perfeccionaba en su interior y ya no la abandonaba en toda la vida.

Mucho más excelente es la virtud del que permanece fiel a la práctica del bien, aunque el país se halle carente de leyes y sufra una deficiente administración.

El camino recto o norma de conducta moral debemos buscarla en nuestro interior. No es verdadera norma de conducta la que se descubre fuera del hombre, es decir, la que no deriva directamente de la propia naturaleza humana.

Quien desea para los demás lo mismo que desearía para sí, y no hace a sus semejantes lo que no quisiera que le hicieran a él, este posee la rectitud de corazón y cumple la norma de conducta moral que la propia naturaleza racional impone al hombre.

La perseverancia en el camino recto y la práctica constante de las buenas obras, cuando han alcanzado su prado máximo de perfección, producen óptimos resultados; del mismo modo, el fiel cumplimiento del deber dará lugar a beneficios sin límite, siendo su causa unas fuerzas de naturaleza sutil e imperceptible.

Existen cinco deberes fundamentales, comunes y tres facultades para practicarlos. Estos deberes se refieren a las cinco relaciones siguientes: las relaciones que deben existir entre el príncipe y los súbditos, entre el padre y sus hijos, entre el marido y la esposa, entre los hermanos mayores y los menores, y entre los amigos.

El recto comportamiento en estas cinco relaciones constituye el principal deber común a todos los hombres.

Para el buen gobierno de los reinos es necesaria la observancia de nueve reglas universales: el dominio y perfeccionamiento de uno mismo, el respeto a los sabios, el amor a los familiares, la consideración hacia los ministros por ser los principales funcionarios del reino, la perfecta armonía con todos los funcionarios subalternos y con los magistrados, unas cordiales relaciones con todos los súbditos, la aceptación de los consejos y orientaciones de sabios y artistas de los que siempre debe rodearse el gobernante, la cortesía con los transeúntes y extranjeros, y el trato honroso y benigno para con los vasallos.

Si antes de ponernos a hablar determinamos y escogemos previamente las palabras, nuestra conversación no será vacilante ni ambigua. Si en todos nuestros negocios y empresas determinamos y planeamos previamente las etapas de puesta actuación, conseguiremos con facilidad el éxito. Si determinamos con la suficiente antelación nuestra norma de conducta en esta vida, en ningún momento se verá nuestro espíritu asaltado por la inquietud. Si conocemos previamente nuestros deberes, nos resultará fácil su cumplimiento.

El que no es fiel y sincero con sus amigos, jamás gozará de la confianza de sus superiores.

Cuando el hombre prudente es elevado a la dignidad soberana, no se enorgullece ni envanece por ello; si su posición es humilde, no se rebela contra los ricos y poderosos. Cuando el reino es administrado con justicia y equidad, bastará su palabra para que le sea conferida la dignidad que merece; cuando el Reino sea mal gobernado, y se produzca disturbios y sediciones, bastará su silencio para salvar su persona.

Todos los seres participan en la vida universal, y no se perjudican unos a otros. Todas las leyes de los cuerpos celestes y las que regulan las estaciones se cumplen simultáneamente sin interferirse entre sí. Las fuerzas de la naturaleza se manifiestan tanto haciendo deslizar un débil arroyo como desplegando descomunales energías capaces de transformar a todos los seres, y en esto consiste precisamente la grandeza del cielo y de la tierra.

El sabio pretende que sus acciones virtuosas pasen desapercibidas a los hombres, pero día por día se revelan con mayor resplandor; contrariamente, el hombre inferior realiza con ostentación las acciones virtuosas, pero se desvanecen rápidamente. La conducta del sabio es como el agua: carece de sabor, pero a todos complace; carece de color, pero es bella y cautivadora; carece de forma, pero se adapta con sencillez y orden a las más variadas figuras.

Contrólate a ti mismo hasta en tu casa; no hagas, ni aún en el lugar más secreto, nada de lo que puedas avergonzarte.

Sin ofrecer bienes materiales el sabio se gana el amor de todos; sin mostrarse cruel ni encabezado, es temido por el pueblo más que las hachas y las lanzas.

La pompa y la ostentación sirven de muy poco para la conversión de los pueblos”.2

“Cinco son las condiciones necesarias para el bienestar del pueblo: seriedad, honestidad, generosidad, sinceridad y delicadeza”

Bibliografía

Confucio (2019): Analectas, Madrid, Edaf.

— (2014): Los cuatro libros, Madrid, Paidós.3

— (1987): Tratados morales y políticos, Madrid, Iberia.


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Sócrates

470 - 399 a. C.

La acción virtuosa de la razón

Sócrates no dejó nada escrito directamente por él. Sabemos de su pensamiento y su actividad en el ágora por referencias de Jenofonte y Platón, principalmente. Con buen criterio y generosidad discipular, y como escritor dramaturgo, el filósofo Platón lo incluye en todos sus Diálogos, portavoz de su pensamiento y de las enseñanzas de aquel.

Sócrates es el maestro que abre conciencias, comadrona del espíritu: conjuga el mithos en el logos, razón abierta y dialógica; se centra en el “conócete a ti mismo”, la razón de ser de la existencia, y la felicidad (eu-daimonía). Antepone a todo aquello que es bello y bueno a la vez (kalòs kai agathós, la kalokagathía).

La sociedad griega era muy desigual. Se diferencian dos grupos de personas: libres y esclavos. Los libres no pertenecían a nadie y se dividían en dos categorías: los ciudadanos y los no ciudadanos.

Los ciudadanos poseían derechos políticos, por lo que podían votar y elegir cargos públicos, así como ser elegidos ellos mismos como tales. Pagaban impuestos y habían de servir en el ejército. Muchos de ellos eran agricultores o comerciantes. Este grupo de los ciudadanos era una minoría: se estima que en el siglo v a. C., solo el diez por ciento de los habitantes de una polis eran ciudadanos.

Los no ciudadanos eran los “metecos” (o “periecos” en Esparta) y eran emigrantes residentes en la ciudad. Eran hombres y mujeres libres, podían tener esclavos, pero carecían de derechos políticos y no podían ostentar cargos públicos. Se dedicaban a la artesanía y al comercio.

Las mujeres, aunque fueran libres, carecían de derechos políticos, sometidas al varón, ya fuese el padre o el marido, y sus movimientos estaban muy restringidos. Las que pertenecían a las familias acomodadas salían poco de su hogar, y dentro de este tenían asignado su espacio particular: el “gineceo”, una habitación en la que solo entraban ellas.

Los sofistas (Gorgias, Protágoras…) eran los instructores-oradores de los pocos ciudadanos de cada polis. Frente a ellos, Sócrates, maestro de la racionalidad, ayuda a parir el pensamiento con el método (socrático) del diálogo, que ponía en el medio y en el fin la razón como experiencia indagatoria, complementaria y discursiva, para clarificar las ideas. Conocido como “crítico de Atenas”, su influencia en los jóvenes provocó que el Gobierno democrático lo acusase de “impiedad” y su juicio es uno de los más famosos de la historia.

© The Metropolitan Museum of Art, Nueva York, Rogers Fund, 1962

“Un sistema de moralidad que se basa en valores emocionales relativos es una mera ilusión, una concepción bien vulgar que no se basa en nada seguro y en nada verdadero”

“En efecto, cuenta que viéndole discurrir sobre todo menos sobre su causa, le dijo:

—¿No convendría, mi querido Sócrates, que discurrieras también algo sobre tu defensa?

A lo que el filósofo le contestó:

—Pues qué ¿mi vida entera no le prueba que constantemente me ocupo de ella?

—Y ¿cómo? —replicó Hermógenes.

—Procurando no hacer jamás una acción injusta: ese es a mis ojos el mejor modo de preparar una defensa.

—¿Pero no ves —dijo nuevamente el hijo de Hipónico— que los tribunales de Atenas han hecho perecer á multitud de inocentes, víctimas de su turbación para defenderse, mientras que han absuelto á otros muchos siendo delincuentes, porque su lengua los ha movido a compasión ó cautivado por su elegancia?

—Pues, ¡por Júpiter!, dos veces he intentado ya ocuparme de preparar una defensa y otras tantas se ha opuesto á ello.

—¿Qué estás diciendo? ¡Me sorprende!

—Y ¿por qué sorprenderle, si la Divinidad juzga que es más ventajoso para mí el dejar la vida desde este instante mismo? ¿Pues tú no sabes que hasta el presente no hay un solo hombre á quien le conceda que haya vivido mejor que yo? Mi conciencia me dice, y es mi más dulce satisfacción, que he vivido de una manera justa y religiosa, de tal modo, que después de mi propia aprobación me encuentro con la de aquellos que me tratan, que tienen formada igual opinión sobre mi conducta. Pero ahora mi edad avanza; sé que han de sobrevenir las cosas propias de la vejez: ver mal, oír peor, ser cada día más tardío para aprender y de lo que tiene uno aprendido irse olvidando rápidamente. Y si yo me apercibo de la pérdida de mis facultades, y si he de estar incómodo conmigo mismo, cómo podré decir entonces: ¿vivo gustosamente? Acaso Dios me concede esto como un don especial: pues no solo voy á dejar la vida en el momento más favorable, por mi edad, sino de la manera menos penosa: pues si hoy me condenan, me será permitido indudablemente escoger la especie de muerte que estimen más sencilla, muerte que dé lo menos que hacer á mis amigos, y que llene cumplidamente los deseos del que ha de sufrirla”.1

“En comparación con los males que sé que son males, jamás temeré ni evitaré lo que no sé si es incluso un bien”

“Compareció ante los Jueces y dijo: ¡Atenienses! Lo que más me maravilla en este asunto es la conducta de Mélito. ¿Cómo ha osado asegurar que desprecio las deidades de la República, cuando todo el mundo me ha visto, y él mismo si lo ha querido, tomar parte en las comunes festividades y sacrificar en los altares públicos? ¿Es, por ventura, introducir númenes extraños, el haber yo dicho que la voz de un ‘Dios’ resuena en mi oído ensenándome cómo debo obrar? ¿Pues los que consultan los cantos de las aves ó los pronósticos de los mismos hombres, no se dejan influir también por sonidos articulados? ¿Quién puede negar que el trueno sea una voz y el más grande de todos los presagios? ¿Pues la Pitonisa colocada sobre la trípode, no se vale también de la voz para pronunciar los oráculos de su Dios? Una palabra, que Dios conoce y revela a quien le place el secreto de lo porvenir: he ahí todo lo que yo digo, que es lo mismo que dicen y piensan los demás. Pues bien, los demás llaman á todo eso augurios, pronósticos, presagios, profecías; yo le llamo Daimonion: y creo que llamándolo así, uso un lenguaje más verdadero y más piadoso que los que atribuyen á las aves el poder de los dioses. Y la prueba de que no miento contra la Divinidad es, que cuantas veces he manifestado á mis numerosos amigos los consejos del Dios, jamás les he parecido engañado. Alborotáronse los jueces al oír esta arenga: unos porque no daban crédito á lo que habían oído, otros aguijoneados por la envidia de que aquel hombre hubiera conseguido mayores distinciones que ellos de parte de los Dioses”.2

“Algunos más razonamientos se añadieron por el filósofo y por los amigos que hablaron en su defensa. Mas no ha sido mi intento referir los pormenores de este célebre proceso. Bástame haber demostrado que Sócrates creía de gran importancia el no mostrarse irreverente con los dioses ni injusto con los hombres. Lo de conservar la vida creía que no debía pedirse con humillaciones; antes bien, estaba convencido de que era la ocasión oportuna de morir: y que ora esta su convicción claramente se vio después de pronunciada la sentencia. Se le invitó primero á que conmutase la pena capital por una multa, y ni accedió á ello, ni permitió á sus amigos que la entregaran, pues decía que condenándose á una pena pecuniaria, tenía que confesarse culpable. Quisieron luego sus amigos proporcionarle una huida; mas la rehusó también, y aun les preguntó, con cierto humor, si ellos tenían noticias que hubiese fuera del Ática algún tugar inaccesible á la muerte. En fin, luego que la sentencia fue pronunciada, cuentan, que se expresó así: ¡Ciudadanos! los sobornadores que han inducido al perjurio á los testigos que han depuesto en contra mía, y los que se han prestado al soborno, deben imprescindiblemente reconocerse culpables de una gran impiedad, de una tremenda injusticia. ¿Y sería decoroso que yo mostrara menos ánimos ahora que antes de haber sido condenado, yo que no estoy convicto de haber ejecutado nada de cuanto se me ha acusado? Se me ha visto á mí, desertor del culto de Júpiter o de Juno, y de los demás dioses y diosas, sacrificar a nuevas divinidades? En mis juramentos, en mis discursos, me veis invocar otros dioses que los vuestros? Y por lo que hace a la juventud, ¿cómo yo he de pervertirla, cuando la acostumbro a la paciencia y a la frugalidad? Ninguno de esos crímenes contra los que la Ley pronuncia la muerte: el sacrilegio, la perforación de muros, la venta de hombres libres, la entrega de la Patria, ninguno de esos delitos me ha sido imputado por mis contrarios. Por lo que me parece muy digno de extrañeza que vosotros hayáis podido encontrar en mi causa, acción alguna que merezca la muerte. Mas yo no me creo por eso menos digno de estimación, pues muero inocente. No es el oprobio para mí; sino para los que me condenan. Por otro lado, me sirve de consuelo el destino de Palamedes muerto de una manera semejante á la mía. […]

“No sale de las riquezas la virtud para los hombres, sino de la virtud, las riquezas y todos los otros bienes, tanto los privados como los públicos”

—Pues yo me sublevo contra esa sentencia —dijo Apolodoro, hombre sencillo, que le era muy adicto y que estaba allí presente— porque veo que mueres injustamente.

—Queridísimo Apolodoro —le contestó Sócrates, pasándole la mano cariñosamente por la cabeza—, pues ¿por ventura querrías tú mejor verme morir con justicia que con inocencia? —y al mismo tiempo dejó ver su afable sonrisa.

Cuentan también que al ver á Añilo que pasaba, dijo: ese hombre va tan enorgullecido, como si hubiera realizado una acción grande y bella con haber votado mi muerte y ¿por qué? porque le hice notar que no estaba bien que él, honrado por la Ciudad con los más elevados cargos, rebajara á mi hijo hasta el oficio de curtidor. El insensato, no conoce que entre él y yo el triunfo será siempre de aquel que en todo tiempo haya ejecutado las cosas más útiles y bellas! Pero Homero concede á algunos de los que están para morir el don de penetrar en lo venidero, y os voy á pronunciar un vaticinio: he tratado un poco de tiempo al hijo de Anio, y no me parece un espíritu desprovisto de energía: pues os anuncio que no ha de permanecer en el oficio servil a que el padre le ha consagrado; falto de un honrado guía que le conduzca, sucumbirá á una pasión vergonzosa; y ya en adelante continuará progresando en el camino de la depravación. Los hechos correspondieron á la profecía: el mancebo se entró al vicio del vino, y ebrio a todas horas concluyó por hacerse un hombre inútil para su Patria, para sus amigos y para sí mismo. El padre, por la educación infame que había dado al hijo, y por su torpe ignorancia, ha logrado verse deshonrado aun hasta hoy, después de muerto. En cuanto á Sócrates el haberse engrandecido ante sus jueces excitó contra él la envidia y los decidió más resueltamente á condenarle. Por lo demás, creo también que su muerte fue un beneficio que le concedieron los dioses, puesto que dejó lo más triste de la vida y alcanzó la más dulce de las muertes. ¡Y qué alma tan grandiosa! Convencido como estaba de que la muerte era para él más ventajosa que una larga vida”.3

Bibliografía

Jenofonte (2009): Apología. Banquete. Recuerdos de Sócrates, Madrid, Alianza Editorial.

Platón (2000): El Banquete, Madrid, Alianza.

— (1985): Apología de Sócrates, Madrid, Editorial Alhambra.


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