Kitabı oku: «Jesús, maestro interior 4»
OBSERVACIONES ÚTILES
PARA PRACTICAR LA LECTURA ORANTE
DEL EVANGELIO
1. Nota. Conviene que todos los que desean practicar la «lectura orante del Evangelio» lean detenidamente la presentación que hago de esta práctica en el volumen 1 de esta obra, capítulo 10 (pp. 121-135). Esto les ayudará a entender y practicar desde el comienzo la lectura orante del Evangelio, inspirada en la tradición de la lectio divina.
2. Advertencia importante. Quien realiza la lectura orante del Evangelio no ha de olvidar nunca que todas las orientaciones y sugerencias que encuentre en este libro no han de sustituir o suplantar su propia actividad personal. Esto quiere decir que cada persona ha de decidir cuánto tiempo le dedicará a cada texto evangélico y a cada momento (lectura, oración…). Será también cada cual quien vea qué sugerencias le ayudan o cuáles deja de lado a la hora de meditar, orar… Esta responsabilidad personal es decisiva para una lectura eficaz del Evangelio.
3. Ritmo semanal. Dado el estilo de vida actual y las dificultades que tenemos para encontrar un tiempo de recogimiento y silencio, esta propuesta está pensada para dedicar a cada texto evangélico una semana, de tal manera que cada persona pueda encontrar los días y los momentos más adecuados para hacer su lectura orante.
4. Antes de iniciar la sesión. Al comenzar la sesión y antes de iniciar la lectura del Evangelio, cada cual se preocupará de recogerse. Cerramos los ojos… nos relajamos… respiramos con calma… despacio… sin forzar. Vamos acallando nuestro ruido interior. Tomamos conciencia de lo que vamos a hacer: «Voy a escuchar a Jesús; Dios me va a hablar por medio de él, ¿qué escucharé en estos momentos de mi vida?». Podemos repetir dos o más veces alguna invocación: «Jesús está en mí», «Tú me miras con amor», «Tus palabras son espíritu y vida», «Señor, muéstrame al Padre»… Es bueno que cada cual aprenda a recogerse y a hacer silencio de manera personal y creativa. Esta breve pausa para disponer nuestro corazón puede cambiar profundamente nuestro acercamiento al Evangelio.
5. Lectura del texto evangélico señalado. Si es necesario, lo podemos leer más de una vez. Leemos el texto muy despacio. No tenemos prisa alguna. Lo importante es captar bien lo que el texto nos quiere comunicar. Si lo leemos despacio, muchas palabras que hemos escuchado tantas veces de forma rutinaria empezarán a tocar nuestro corazón. Después de leer el texto, se puede también leer el comentario que ofrezco para captar mejor lo que dice el autor.
En cualquier caso, hemos de fijarnos en las «palabras» que más nos llaman la atención. Pero, sobre todo, centramos nuestra atención en Jesús. Tenemos que captar bien qué es lo que dice y qué es lo que hace. Hemos de grabar en nosotros sus palabras y sus gestos. Poco a poco iremos descubriendo el estilo de vivir de Jesús. Y poco a poco iremos aprendiendo de él a vivir como él.
6. La meditación. No basta con entender bien el texto escrito por el evangelista. Esa lectura es todavía algo exterior que puede quedar solo en nuestra mente. Ahora, en la meditación, nos disponemos a escuchar interiormente el mensaje que nos llega de Jesús, nuestro Maestro interior. Lo hacemos repitiendo y saboreando las palabras y los gestos de Jesús; escucharemos de él llamadas, verdades que nos dan luz, caminos nuevos que nos atraen hacia él…
En el libro se ofrecen diversas sugerencias para escuchar interiormente el mensaje que nos llega de sus palabras o sus gestos. Cada cual puede seleccionar las que le ayuden a escuchar mejor lo que Jesús le comunica a él personalmente.
7. La oración. Hasta ahora hemos estado escuchando el Evangelio y acogiendo y meditando el mensaje de Jesús, nuestro Maestro interior. En este momento le respondemos. Lo hacemos desde nuestro corazón. Nuestro agradecimiento despertará en nosotros un diálogo sencillo con Jesús. Esta oración puede ser de gran variedad: agradecimiento por la luz que hemos recibido, invocación para que reavive nuestra fe, deseo sincero de caminar por los caminos concretos que se nos van abriendo, decisión de seguir liberándonos de nuestro falso ego…
En el libro se ofrecen sugerencias para despertar esta oración dirigida a Jesús, pero cada persona ha de ver si le ayudan a mantener con Jesús un diálogo sincero, auténtico, nacido desde su propio corazón.
8. La contemplación. De esta oración agradecida vamos pasando de forma casi natural a lo que la tradición llama «contemplación», es decir, una oración de quietud y descanso solo en Dios. A esta contemplación nos vamos acercando cuando vamos acallando todos nuestros ruidos y permanecemos en silencio interior, descansando en el misterio del amor insondable de Dios.
Esta contemplación no es algo reservado a personas selectas. No hemos de preocuparnos de si hemos llegado o no a una oración realmente contemplativa. Si nos distraemos, volvemos con paciencia a recogernos. En el libro se ofrecen algunas breves invocaciones, tomadas de los salmos, para disponer nuestro corazón a un silencio contemplativo.
9. El compromiso. La lectura orante del Evangelio no termina en la contemplación, sino en nuestra vida concreta de cada día, pues el verdadero criterio de nuestro encuentro con Jesús, nuestro Maestro interior, y con Dios es la conversión práctica. A lo largo de nuestro recorrido, la lectura orante del Evangelio nos invitará de manera permanente a tomar decisiones para renovar interiormente diversos aspectos de nuestra vida cristiana.
Esta renovación interior se concretará, sobre todo, en una doble dirección: aprender a vivir específicamente la espiritualidad de Jesús en estos tiempos de crisis y, en consecuencia, aprender a vivir abriendo caminos concretos al proyecto humanizador del Padre: lo que Jesús llamaba el «reino de Dios». Las sugerencias que ofrece este libro solo tienen la finalidad de recordarnos a todos la invitación a concretar y revisar nuestros compromisos personales. Así evitaremos practicar una lectura del Evangelio vacía de verdadera conversión.
10. Las sugerencias que aparecen al final de cada tema sobre plegarias para pronunciar juntos o información de cantos, aunque pueden servir para todos, son para ser utilizadas más precisamente en las sesiones que se realizan en grupo en parroquias, monasterios o casas de ejercicios.
ENCUENTRO EN GRUPO
1. Antes del encuentro
1. Preparar y cuidar el lugar
– Oratorio
– Capilla en algunas parroquias
– Monasterio
2. Ambientar con algún signo, si parece oportuno
– Biblia
– Icono
– Cirio encendido
3. Música suave, si parece oportuno
4. Asientos cómodos
5. Entrar y sentarse en silencio
2. Rasgos del encuentro
1. Conducido por un guía
2. Duración: en torno a una hora
3. Texto evangélico: trabajado en el propio hogar
4. En silencio: solo interrumpido para cantar o pronunciar alguna oración
3. Guion del encuentro
1. Preparación inicial
– Canto de entrada
– Invitación (guía)
– Breve silencio
2. Proclamación del Evangelio (el tiempo oportuno)
– Breve invitación (guía)
– Proclamación del texto por un participante
– Silencio: los participantes pueden leer el texto en su libro
– Canto
3. Meditación del Evangelio y diálogo con Jesús (15 minutos)
– Invitación (guía)
– Silencio
4. Compartir la experiencia que hemos vivido al hacer la lectura orante del texto (el tiempo oportuno)
5. Despedida
– Canto o plegaria
– Padrenuestro (todos juntos, de pie, con las manos unidas)
– Abrazo de paz
SUGERENCIAS PARA EL GUÍA
Nota. La mejor preparación para guiar el encuentro es hacer previamente la lectura orante del texto que será proclamado en la parroquia, monasterio o casa de espiritualidad.
1. Sugerencias para el inicio del encuentro
1. Primeras palabras:
– Nos sentamos cómodamente, nos relajamos.
– Nos hacemos conscientes de nuestra respiración. Respiramos despacio, con calma, sin forzar nada.
– Vamos acallando nuestro ruido interior. Hacemos silencio.
2. Repetir:
– Señor Jesús, estás en mi corazón (dos, tres, cuatro veces).
– Señor Jesús, estás en lo íntimo de mi ser (dos, tres, cuatro veces).
3. Repetir estas u otras frases:
– Jesús, tú me miras con amor.
– Me quieres como soy.
– Me amas con ternura.
– Te siento cerca.
– Necesito tu ayuda.
– Me das paz.
2. Al proclamar el Evangelio:
– Tus palabras son espíritu y vida.
– Tú tienes palabras de vida eterna.
– Maestro, ¿dónde vives?
– Señor, que se me abra mi corazón.
3. Al iniciar la meditación del Evangelio:
– Creo, Señor, ayuda a mi poca fe.
– Hágase en mí según tu palabra.
– Señor, si quieres, puedes limpiarme.
– Tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero.
– Maestro, que vuelva a ver.
– Ten compasión de mí, que soy pecador.
– Señor, dame de esa agua y no tendré más sed.
4. Acción de gracias al final del encuentro:
– Es bueno dar gracias al Señor.
– Dios mío, te daré gracias por siempre.
– Damos gracias al Señor, porque es bueno.
– Te damos gracias, porque nos has escuchado.
– Alma mía, recobra tu calma, que el Señor ha sido bueno contigo.
– El Señor ha estado grande con nosotros y estamos contentos.
PRESENTACIÓN
En el volumen tercero hemos orientado nuestra lectura orante del Evangelio a recuperar en nosotros y en nuestras comunidades la espiritualidad de Jesús, marcada por una confianza absoluta e incondicional en un Dios al que experimenta como Padre-Madre. Esta confianza en Dios es clave en la espiritualidad de todo seguidor de Jesús. Así, antes de nada, hemos tratado de despertar en nosotros la experiencia de Dios vivida por Jesús (capítulo 5); luego, nos hemos detenido en meditar concretamente la confianza de Jesús en el misterio de Dios (capítulo 6); después, hemos reafirmado nuestra confianza descubriendo que Dios ha amado tanto al mundo que nos ha regalado a su Hijo querido (capítulo 7); por último, hemos escuchado a Jesús, que nos invita a todos a no vivir agobiados, sino confiando siempre en ese Padre que nos ama con entrañas de Madre (capítulo 8).
En este volumen cuarto vamos a orientar nuestra lectura orante en otra clave de la espiritualidad de Jesús, centrada en la compasión como principio de actuación. Según la tradición bíblica de Israel, la ordenación religiosa y social del pueblo elegido estaba regida por un principio formulado así en la tradición bíblica: «Sed santos porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo» (Levítico 19,2). Sin embargo, Jesús, con una lucidez y audacia sorprendentes, introdujo para siempre en la historia humana un principio nuevo: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo» (Lucas 6,36).
Estas palabras no son propiamente una ley o un precepto más. Se trata de introducir y actualizar en el mundo la compasión de aquel que es Padre y Madre de todos. Esta llamada a la compasión es la gran herencia de Jesús a la humanidad. El único camino para construir en cualquier cultura y en cualquier época un mundo más justo, fraterno y solidario. El único camino para renovar nuestra fe cristiana, caminando hacia una Iglesia más evangélica, más humana y más creíble.
CAPÍTULO 9
SED COMPASIVOS COMO VUESTRO PADRE
SIGNOS DE NUESTRO TIEMPO:
INDIFERENCIA ANTE LOS QUE SUFREN
La organización de la vida en la sociedad posmoderna nos está conduciendo cada vez más a encubrir los padecimientos y aflicciones de las personas, ocultando su sufrimiento. Rara vez experimentamos de cerca y de modo sensible el dolor y la angustia de los otros. No sentimos la impotencia y desesperanza de quienes van quedando excluidos de la «sociedad del bienestar».
Estamos reduciendo el sufrimiento humano a números y datos. Contemplamos el sufrimiento a través de una pantalla, cómodamente sentados en la sala de nuestro hogar. Las personas que sufren se van convirtiendo en una abstracción. Ya no hay emigrantes hambrientos, hay cuotas. No hay trabajadores en paro y sin futuro, hay indicadores económicos. No hay pobres excluidos para siempre de todo bienestar, hay umbrales de pobreza.
Sin darnos cuenta, nos hemos instalado en la indiferencia ante el sufrimiento de los demás. Hemos aprendido a vivir sin dejarnos «contaminar» por el dolor ajeno. Sabemos alejarnos y huir de todo problema doloroso que nos pueda molestar. Al parecer, la aspiración de no pocos es «sentir el mundo con ánimo neutral» (Sebastián Mora). No es esto solo. Los más privilegiados y poderosos contratan guardias de seguridad para vigilar sus residencias. Se pide una represión más dura y fronteras más eficaces para impedir que lleguen hasta nosotros seres humanos que arriesgan su vida y la pierden solo porque buscan venir hasta nosotros para poder comer.
Esta indiferencia ante los que sufren nos está deshumanizando, pues nos conduce a olvidar la dignidad que se encierra en toda persona: miramos el sufrimiento ajeno con indiferencia y tendemos a ignorar cada vez más esa reacción que se despierta en todo ser humano cuando se encuentra con alguien que sufre y se llama «compasión». Es el momento de reaccionar. Hemos de aprender a mirar el rostro concreto de las personas. Recuperar la experiencia de la acogida, la cercanía, el acompañamiento, la compasión. Sentirnos responsables del otro. Sebastián Mora ha sabido explicarlo con fuerza: «Se trata de responder gratuitamente a la llamada del rostro del otro, cuya voz y mirada se dirigen a mí, buscan respuesta y me hacen responsable».
La teóloga Dorothee Sölle criticaba con audacia «el embrutecimiento y la falta de sensibilidad» ante el sufrimiento que se observa en la sociedad moderna, y decía así: «El único medio de traspasar estas fronteras consiste en compartir el dolor con los que sufren, no dejarlos solos y hacer más fuerte su grito». Pero no es fácil despertar entre nosotros la compasión por las víctimas de nuestra sociedad sin alimentarnos en una espiritualidad que nos aliente.
De ahí la importancia que puede tener en nuestros días la espiritualidad de Jesús, cuya herencia más importante a la humanidad es su llamada a hacer de la compasión el principio de actuación para construir un mundo más justo, solidario y fraterno: el sufrimiento de las victimas ha de ser tomado en serio; no puede ser aceptado como algo normal, pues es inaceptable para Dios. Por eso el teólogo Jon Sobrino propuso hablar del «principio misericordia», es decir, un principio del que ha de arrancar nuestra actuación privada y pública, orientando nuestra actuación hacia los que sufren y trabajando para erradicar el sufrimiento y sus causas, o al menos para aliviarlo.
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SED COMPASIVOS COMO VUESTRO PADRE
Al iniciar la sesión. Cerramos los ojos… nos relajamos… respiramos pausadamente… nos recogemos y vamos apagando el ruido en nuestro interior… Voy a escuchar a Jesús… Estás dentro de mí… Quiero estar atento a tus palabras…
Lucas 6,36-38
36 Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo.
37 No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados.
38 Perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará: una medida generosa, colmada, rellena, rebosante. La medida que uséis la usarán con vosotros.
Comenzamos este cuarto volumen escuchando esta llamada de Jesús: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». Jesús no nos hace esta llamada como una ley para que la cumplamos los seguidores de Jesús. Es mucho más. Introducir en el mundo la compasión de Dios es el primer principio para abrir caminos al proyecto humanizador del Padre en cualquier época, y también en la sociedad posmoderna de nuestros días.
LEEMOS
Podemos comenzar esta lectura preparando nuestro corazón con unas palabras del papa Francisco: «En nuestro tiempo, el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más, con nuevo entusiasmo. Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que viva y dé testimonio de su misericordia en primera persona. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir la misericordia en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino hacia Dios».
Para comprender la importancia de esta llamada de Jesús a la compasión hemos de saber de dónde arranca. Según Jesús, para abrir caminos al proyecto humanizador del reino de Dios y su justicia no es preciso marchar al desierto de Qumrán a crear una «comunidad santa»; no hay que promover la observancia escrupulosa de las leyes al estilo de los grupos fariseos; no hay que soñar con levantamientos violentos, como buscan algunos sectores impacientes; no hay que potenciar la religión del Templo, como hacen los sacerdotes que lo rigen.
Jesús buscaba introducir en la vida de todos la compasión. Una compasión semejante 1 a la del Padre. Mirar con ojos compasivos a los hijos perdidos, a los excluidos del trabajo, a los hambrientos y desnutridos, a los pecadores incapaces de rehacer su vida, a las víctimas caídas en las cunetas. Quería implantar la misericordia en las familias y las aldeas, en las grandes propiedades de los terratenientes, en el sistema religioso del Templo, en las relaciones entre Israel y sus enemigos.
Podemos ordenar la lectura de este breve texto del siguiente modo: 1) llamada de Jesús a la compasión como principio de actuación: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo»; 2) dos advertencias para prohibir dos actitudes contrarias a la compasión; 3) dos llamadas importantes para actuar con compasión de manera coherente.
1. «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo» (v. 36)
a) Dios es un misterio de misericordia
Lo primero que hemos de grabar bien en nosotros es que Jesús experimenta y vive el misterio de Dios como un misterio insondable de misericordia. Lo que define a Dios no es el poder, la fuerza, la astucia… como es el caso en las divinidades paganas del Imperio de Roma. Por otra parte, Jesús no habla nunca de un Dios indiferente, distante, desentendido de sus criaturas. Menos aún de un Dios interesado solo por su honor, sus intereses, su Templo o su sábado. En el centro de su experiencia de Dios no nos encontramos con la imagen de un «Dios legislador» que intenta gobernar el mundo por medio de leyes; tampoco con la figura de un «Dios justiciero», irritado y airado ante el pecado de sus hijos.
Esta es la Buena Noticia de Dios proclamada por Jesús. El misterio último de la realidad, que los creyentes llamamos «Dios», es un misterio de misericordia infinita, de compasión sin límites, de bondad y de ofrecimiento continuo de perdón. Su misericordia no es una actividad entre otras: todo su ser consiste en ser compasivo con sus criaturas. De él solo brota amor misericordioso: no se venga de nosotros, no nos guarda rencor, no nos devuelve mal por mal. La misericordia es el ser de Dios, su modo de mirar a sus hijos, lo que mueve y dirige toda su actuación.
b) La misericordia como principio de actuación
La experiencia de Dios como misericordia fue lo que llevó a Jesús a introducir en la historia un nuevo principio de actuación para humanizar el mundo. Toda la ordenación religiosa y social del pueblo de Israel arrancaba de una experiencia radical que aparecía formulada así en la tradición bíblica: «Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo» (Levítico 19,2). El pueblo ha de ser santo como lo es el Dios que habita en el Templo: un Dios que ama a su pueblo elegido y rechaza a los paganos, que tienen prohibida la entrada en su recinto sagrado; un Dios que bendice a quienes observan la Ley y maldice a los pecadores; acoge a los puros y distancia a los impuros. La santidad era considerada la identidad esencial de Dios, el principio para orientar la conducta del pueblo elegido. El ideal era ser santos como Dios es santo.
Paradójicamente, esta imitación de la santidad de Dios, entendida como separación de lo pagano, lo no santo, lo impuro y contaminante, que estaba pensada para proteger la identidad del pueblo elegido, fue generando de hecho una sociedad discriminatoria y excluyente. Los sacerdotes gozan de un rango de pureza superior al resto del pueblo, pues están al servicio del Dios del Templo, donde habita el Dios santo. Los observantes de la Ley disfrutan de la bendición de Dios, mientras los pecadores son discriminados. Los varones pertenecen a un nivel superior de pureza sobre las mujeres, siempre sospechosas de impureza por su menstruación y por los partos. Los sanos gozan de la predilección de Dios, mientras que los leprosos, los ciegos, los tullidos…, considerados como «castigados» por algún pecado, eran excluidos del acceso al Templo. Esta religión generaba barreras y discriminación.
Jesús lo captó así y, con una lucidez y audacia sorprendentes, introdujo un principio nuevo: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». Es la compasión y no la santidad el principio que ha de inspirar la conducta humana. Dios es grande y santo no porque rechace a paganos, pecadores e impuros, sino porque ama a todos, sin excluir a nadie de su misericordia. Dios no es propiedad de los buenos. Su amor compasivo está abierto a todos: «Él hace salir su sol sobre buenos y malos» (Mateo 5,45). En su corazón hay un proyecto integrador. Dios no excluye, no separa ni excomulga, sino que acoge y abraza. No bendice la discriminación. Busca un mundo acogedor y solidario donde los santos no condenen a los pecadores, los ricos no exploten a los pobres, los poderosos no abusen de los débiles, los varones no dominen a las mujeres. Dios quiere una sociedad donde no pasemos de largo ante los que sufren y donde suprimamos la espiral de la violencia introduciendo el perdón.
2. Dos advertencias para prohibir dos actitudes contrarias a la compasión (v. 37)
A partir de su gran llamada a ser compasivos como el Padre, Jesús extrae algunas consecuencias, advirtiéndonos antes que nada de dos actitudes contrarias a una actuación inspirada por la compasión.
a) «No juzguéis y no seréis juzgados»
Si queremos tratar a las personas con misericordia, no debemos convertirnos en jueces de nuestros hermanos, para ver si se merecen nuestra compasión o no: hemos de respetarlos siempre. Nuestro criterio para ser compasivos no puede ser juzgar si las personas son dignas o no de acercarnos a ellas con amor compasivo. Hemos de inspirarnos en la misericordia del Padre y, en concreto, en cómo encarna y traduce Jesús en su propia vida esa misericordia, acogiendo a los más necesitados, aliviando el sufrimiento, ofreciendo el perdón a los pecadores, defendiendo a las mujeres, abrazando a los pequeños…
Hemos de distinguir entre la valoración que hacemos de las acciones y el juicio a las personas. Jesús no está exigiendo que lo aprobemos todo, sin discernimiento alguno. Esto sería dañoso para construir un mundo más humano y unas relaciones cada vez más fraternas. Por eso hace enseguida otra llamada.
b) «No condenéis y no seréis condenados»
Jesús no prohíbe que hagamos un juicio moral de las acciones. Lo que nos pide es que no pronunciemos un juicio definitivo sobre las personas. Con frecuencia, no solo juzgamos a las personas, sino que damos un paso más y las declaramos culpables. Si vivimos acusando, culpabilizando y condenando, no estamos actuando con el espíritu compasivo del Padre. Podemos decir que, cuando pronunciamos una sentencia definitiva sobre las personas, nos ponemos en el lugar de Dios, pero sin su compasión infinita hacia sus hijos.
3. Dos llamadas importantes para actuar con verdadero amor compasivo (v. 38)
Jesús no se detiene en las dos advertencias de carácter negativo que acabamos de considerar. Da un paso más para invitarnos a despertar en nosotros dos actitudes positivas, para vivir con verdad el amor compasivo.
a) «Perdonad y seréis perdonados»
Si escuchamos la llamada de Jesús a ser compasivos como el Padre, hemos de vivir dispuestos a ofrecer siempre el perdón a quien nos ha ofendido o hecho algún mal. De ello hablaremos detenidamente más adelante (capítulo 11). Aquí solo nos preguntamos qué es «perdonar».
La primera decisión del que perdona es no vengarse. No siempre es fácil. La revancha es la respuesta casi instintiva que nos nace de dentro, cuando alguien nos ha herido o humillado. Buscamos aliviar nuestro sufrimiento haciendo sufrir al que nos ha hecho daño.
Es decisivo, sobre todo, no alimentar el resentimiento. No permitir que el odio se instale en nuestro corazón. Tenemos derecho a que se nos haga justicia: el que perdona no renuncia a sus derechos. Pero lo importante es irnos curando del daño que se nos ha hecho, sin deshumanizarnos.
Perdonar puede exigir tiempo. El perdón no consiste en un acto de la voluntad que lo arregla rápidamente todo. Por lo general, el perdón es el final de un proceso de reflexión, comprensión de los hechos, sensibilidad, lucidez, ayuda de otros y, en el caso del creyente, la fe en un Dios de cuyo perdón vivimos todos (texto n. 29).
b) «Dad y se os dará: una medida generosa, colmada, rellena y rebosante»
Para reforzar su llamada a ser compasivos como el Padre, Jesús nos invita a vivir con generosidad. Esto sugiere el verbo «dar». Jesús nos invita a vivir no encerrados en nuestro ego, sino con generosidad, pensando en el bien de los otros, buscando siempre lo que puede ser mejor para todos. En esta última invitación, Jesús pone el acento en la generosidad con la que Dios nos recompensará lo poco que nosotros hayamos hecho, viviendo con la generosidad propia de la compasión. Esta recompensa de Dios no es un salario merecido por nosotros, sino regalo de su generosidad sin límites. La novedad está en que Dios no solo colma la «medida» que nos podría corresponder, sino que la rebasa con una «medida generosa, colmada, rellena y rebosante». El Padre nos devuelve con creces los pequeños gestos de generosidad que hayamos podido hacer, movidos por la compasión.
Esta sobreabundancia de la recompensa de Dios, nuestro Padre-Madre, viene sugerida por Lucas a partir de una imagen bien conocida por los campesinos de Galilea. El campesino que venía a recibir como recompensa de su trabajo una cantidad determinada de grano –una medida– levantaba los pliegues de su túnica o manto hasta media cintura, para hacer en su regazo un hueco, una especie de bolsa o alforja. La novedad está en que el señor no solo llena el hueco, sino que, con generosidad sorprendente, va echando el grano sin medida alguna, rebasando y desbordando los pliegues. Así recompensará el Padre «con medida generosa, colmada, rellena y rebosante» los pequeños gestos de generosidad que han podido hacer sus hijos.
MEDITAMOS
Hemos leído la llamada de Jesús a ser compasivos como es compasivo ese Dios Padre que nos ama con entrañas de Madre. Hemos escuchado también dos advertencias para no actuar alejándonos de la compasión y dos llamadas para tratar con amor compasivo a todos. Ahora meditaremos qué nos dice a cada uno de nosotros.
1. «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo» (v. 36)
Escucho durante un largo tiempo estas palabras que Jesús me dirige a mí… Las grabo en mi interior… «Sé compasivo… como tu Padre es compasivo…».
– ¿Siento a Dios como un Padre que nos ama a todos sus hijos con una compasión sin límites?…
– ¿Cuántas veces me ha perdonado?… ¿Cómo me ha cuidado en momentos difíciles y duros…?
– ¿Qué experimento dentro de mí cuando escucho a Jesús, que me invita a ser compasivo como el Padre es compasivo conmigo?…
2. «No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados» (v. 37)
Escucho atentamente a Jesús, que me dice a mí: no juzgues… no condenes…
– ¿Juzgo a las personas para ver si merecen un trato amable y compasivo… o si, por el contrario, puedo desentenderme de ellas y pasar de largo…?
– Cuando voy conociendo a las personas, ¿me fijo en lo que tienen de positivo… o más bien en lo negativo…?
– ¿Me atrevo a condenar a algunas personas sin compasión alguna…?
3. «Perdonad y seréis perdonados: dad y se os dará» (v. 38)
Escucho y repito lo que me está diciendo Jesús a mí: perdona… y serás perdonado…
– ¿Hay alguna persona a la que no he perdonado… ni perdonaré nunca… lo que me ha hecho…? ¿Por qué…?
– ¿Me siento bien por dentro sin concederle mi perdón…? ¿Puedo dar algún paso para cambiar mi actitud…?
Escucho a Jesús y repito lo que me dice: da… vive con generosidad… y Dios será generoso contigo…
– ¿Soy consciente de que Dios es generoso conmigo…? ¿Cuándo siento sobre todo su generosidad…?
– ¿Vivo de manera egoísta… pensando solo en mis intereses?… ¿Vivo con generosidad… buscando el bien de los demás…?
ORAMOS
Hemos escuchado y meditado diversas llamadas de Jesús para invitarnos con insistencia a ser compasivos como nuestro Padre es compasivo… Ahora nos disponemos a responderle… Él me está escuchando desde mi interior… Es mi Maestro… Breves sugerencias para quienes deseen un punto de partida:
– Jesús, antes que nada, quiero darte gracias… Estoy sintiendo cada vez más la compasión que tiene el Padre conmigo… con mi vida mediocre y vulgar… Me estás descubriendo cómo me ama… Jesús, cuánto tengo que agradecerte…
– Jesús, qué lejos estoy de vivir pensando en los demás, para tratarlos con compasión… Yo vivo casi siempre pensando en mí y en mis intereses… ¿Puedo cambiar mi estilo de vivir?… Jesús, ten compasión de mí…
– Me estoy dando cuenta de que vivo espontáneamente tratando a las personas a veces bien y otras mal… como me sale en el momento… Jesús, sé que me comprendes… Jesús, cuánto te necesito… Ayúdame a cuidar el buen trato a las personas…
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