Kitabı oku: «Los rotos», sayfa 2
Esquela
La serpiente abraza y asfixia, los ojos estallan de sangre, los labios se secan, la lengua se marchita. Cuando duermo con una serpiente siento ese calor viperino del sexo. Duermo con las escamas de la tristeza haciéndome cosquillas en el cuello, una boca venenosa me grita los desamores, se me parte el alma inmóvil, siento el sisear de mi semen asomando, me excita el aliento a veneno. Unos dientes plateados y filosos me comen el corazón, si es que algo queda.
Historia
Muñeco dejó la casa de Poeta. Subió a un ómnibus y se metió en las entrañas de Montevideo. En el ómnibus sintió el aire fresco y grisáceo que se colaba por la ventana. Pensó en que faltaría al trabajo, se quedaría en el sótano toda la tarde, disfrutando de los oscuro, jalando cocaína, tocando la guitarra, a la mierda con todo. Disfrutaba de su intimidad decadente escuchando Fangoria y viendo de qué manera salir de ese placer destructivo. Pensaría en cómo tener más dinero, en mudarse del sótano (aunque quizá no), se quedaría allí, cuidándose del mundo.
— Permiso.
Una voz femenina le dio un sopapo.
— Adelante.
Dijo Muñeco sin mirar.
— Hola, te conozco...
Una chica brillosa de pelo impecable y sonrisa plastificada a puro rimel le sonreía desde sus ojos asiáticos, achinados empequeñecidos por el sol delante de la cara en ruinas de Muñeco. La recordó de un balazo, la china concheta que lo acechaba en las épocas en que tenía una banda de música industrial y andaba destruido en los sótanos y los boliches gay con las venas llenas de cocaína, de ácido y de fuerza. La china los seguía siempre como una flor de orilla, encendida y perfecta en medio de darks y góticos arrastrados, ensangrentados y volando como murciélagos en delirio. Ella estaba allí, intacta, siempre. En realidad lo seguía. En algún baño de bar, cuando Muñeco salía de ponerse ella lo había apretado contra la pared, le había dicho que moría por él y había intentado clavarle un beso en el cuello. Muñeco salió corriendo y se refugió en los brazos de El Oscuro como una maricona de bellísima silueta. Ambos supieron de la china obsesionada y les sirvió como un elogio de sus bellezas, sus bellezas muñecas.
— Hola, claro, te recuerdo...
— Yuri...
— Yuri, claro.
— Hace mucho tiempo no sé de vos ni de la banda.
— Es que nos separamos, yo me separé de El Oscuro y, bueno, se complicó todo.
— Ahh... bien.
— Si, complicado...
— ¿Tenés algo que hacer, ahora?
Muñeco miró a la china prendida fuego en el asiento del ómnibus, un error de perfección en medio de gente que iba con la cabeza gacha y las ojeras a destinos que, seguramente, detestaban. Pensó en sus planes de la tarde, en el placer de reventarse, miró hacia adelante y la ciudad mostraba su belleza destruida.
— No, no tengo nada que hacer.
Yuri
En China hay una leyenda. Dice que hay un árbol de laurel en la luna desde el cual caen hojas blancas sobre los campos del mundo. Cuando los labradores van al trabajo y, cuando encuentran una de ellas, la hoja les permite obtener todos los amores del mundo. Las mujeres entregan la fruta dulce de sus piernas, los hombres desbocan los caballos del semen. A mi esas hojas no me servirán de nada. Yo no quiero todos los amores del mundo. Quiero uno solo.
Esquela
Muñeco viaja en ojos orientales. Cualquier destino es preferible a mi boca.
Muñeco
— Me pone algo nervioso que te saques tantas fotos conmigo.
— Entendeme. Hace miles de años que espero esto.
— Entiendo, desde que nos seguías con la banda...
— Desde aquella época, Muñeco.
Su beso tiene sabores de lejanía que me son extraños.
— ¿Vos sabés cómo soy yo, no?
— En realidad te conozco como grupie, espero ir conociéndote más.
— Me refiero a si sabés que soy gay.
— Claro...
— ¿Y?
— Es una idea que me entusiasma.
Yuri pareciera ocupar todo el espacio de mi sótano. Las palabras le salen tímidas y provocadoras pero explota en presencias. Es extraño besar el desconocimiento. Una mujer, no entiendo demasiado. Poeta, El Oscuro, qué se yo.
Esquela
Conocí a Muñeco hace más de dos años. Una noche perdida en los tachos de basura caí en uno de los bares donde tocaba su banda. Allí estaba, tan reina de la noche cantando en extrañas lenguas de la poesías oscura e industrial. Mi corazón de versos se le fue detrás y me sentí extraño queriendo estar colgado de las ojeras de ese chico flaco y blanco, de su silueta femenina y diabla mientras se movía y detrás de él sonaba una tormenta eléctrica de notas impronunciables como música.
El Oscuro era su novio y tocaba uno de los instrumentos para hacer funcionar ese tornado. A partir de allí goteé sangre envenenada de Muñeco para siempre. Nunca pude dejar de imaginarme entre sus labios, siendo carne de su lengua, dedicándole cada uno de los versos que me salieron. Me enteré de su nombre y lo seguí por todas las esquinas de la ciudad y del delirio, a él, a El Oscuro, a los amantes que tenía, y lo amé con enfermo desparpajo.
Él se acercó a mí fascinado por mi obsesión y mis versos, compartimos mala vida y malas noches, participé de su negro aliento, probé su droga, tomé de su copa, me aprendí sus canciones como letanías de perdición. Lo veía en los escenarios moviendo su cadera, u cuerpo insinuante, su pecho, sus piernas, sus hombros envueltos en telas de red, pintado con maquillaje oscuro, robándose la luna dark de los rotos para llevarla a su casa y hacerla suya.
Un día me dijo que El Oscuro se había ido, que ya no estaba, que no quería verlo nunca más, pero que se iba a vivir con un chico mucho más joven que lo había vuelto loco. Así que, otra vez, me vi de pie quebrando los sueños muñecos que alguna vez tuve. Que se fuera, que me desafiara con ese niño de alas torpes. Pensé en robarlo, lo hice de a poco.
Yuri
Las mujeres chinas sabemos mucho de la muerte con el sexo. Los años interminables del mundo nos formaron con fuego en la piel para deshacer al amante de placeres. Las mujeres chinas tenemos un dragón entre las piernas.
Historia
Poeta se acomodó en los pañuelos de sol que dejaba el día sobre el banco de la plaza. Puso en el piso, a menos de un metro, un sombrero para recibir monedas de Montevideo que le pasaba por en frente, y se puso a leer de sus cuadernos unos versos que salieron de allí como insectos, a pegarse en la ropa de las personas, en los abrigos caros de los oficinistas, en los harapos mugrosos de los niños pobres, a meterse en las bolsas de las viejas que volvían de la feria.
Dijo, pobre y solo, sus versos largo rato y la gente le dejaba unas monedas en el sombrero, algunos le tiraban aspirinas, boletos de ómnibus, monedas viejas. Poeta sabía cómo usar todo eso en algún momento. Seguía con la lengua cansada gritando por monedas hasta conseguir, al menos, lo preciado para una caja de vino y salvarse del día con sus miserias.
Un hombre se le acercó y lo miró recitar al sol durante unos minutos. Cuando Poeta hizo un silencio el hombre puso la mitad de un billete de mil pesos en el sombrero.
— ¿Querés la otra mitad?
Poeta abrió los ojos, cerró la voz y el cuaderno y asintió con la cabeza.
— Bueno, seguime...
Poeta guardó el sombrero con monedas, el cuaderno pesado de palabras. Esa noche el vino le correría por la garganta con tranquilidad. Se puso de pie y salió detrás del hombre que lo aventajaba con paso de insinuaciones femeninas, pensó que se parecía a una gata de oficina.
Un hombre gris de las oficinas
— No es la primera vez que yirás...
— No, por suerte.
— ¿A qué te dedicás?
— Poeta.
— ¿Y se puede vivir de ser poeta en este país?
— Si, se puede.
— ¿Entonces por qué cogés por plata?
— Porque la guita no me alcanza, porque mi sexo es fuerza de trabajo también.
— Entonces no vivís de ser poeta...
— ¿Vos me notás muerto?
— Te noté muy vivo.
— ...
— ...
— ¿Vos a qué te dedicás?
— Trabajo en una oficina, soy gerente.
— Ahh... vendés tu cuerpo también...
— Sí, y con menos dignidad, ni siquiera soy poeta.
— Bueno, poeta es cualquiera, no es gran mérito.
— ¿Cómo me dijiste que te llamabas?
— Me dicen Poeta.
— Ok, ¿te puedo volver a contactar?
— Sí...
— Dame un teléfono.
— Prefiero dárselo solo a una persona.
— A mí no, deduzco...
— ...
— ¿Y cómo te encuentro?
— Los días como hoy estoy acá, diciendo poemas entre las palomas.
— Raro...
— Ok.
— Espero encontrarte. Voy para la oficina.
— Raro...
Esquela
Con la excusa del trabajo le regalás tu cuerpo a la infelicidad. Rajá, loco, rajá.
Historia
Poeta llegó a su casa y encendió unas velas. Hacía casi cuatro años le habían cortado la luz y decidió que podía prescindir de eso. Dejó unos papeles sobre unos sillones y se tiró sobre ellos. En realidad el suelo, las mesas, las sillas, el techo, desbordaban de papeles, parecía que el lugar estuviera formado de hojas amarillentas con palabras que algunas veces Poeta gritaba por las calles, por los bares, o desde el balcón de su casa, o le leía en secreto a algunos amantes ocasionales que llegaban a ese cuadrado lleno de hojas, que tenía, además, una cama de dos plazas y dos heladeras que no funcionaban. Poeta guardaba, allí, más papeles, un espejo, una caja de vino, una bolsita de blancas ilusiones. A veces los chongos seguían a Poeta hasta su casa con desenfreno a punta de llama y llegaban hasta su lugar y quedaban maravillados de que alguien pudiera vivir sin nada de nada, otros quedaban como con pena de que a alguien le faltaran tantas cosas. Sobre la cama había dos retratos, uno de su abuela, el otro de su abuelo, dos personas grises y sonrientes que avalaban con sus miradas sepias la pobreza de su nieto, lo versos que escribía, la forma en que se hundía en las nalgas y los gritos de los hombres que allí caían. Quizá no avalaran a Muñeco, lo sospechaba aunque nunca lo sabría. Las paredes estaban llenas de telarañas de collares de todo tipo y el único perchero estaba atiborrado de ropa de mujer que Poeta a veces usaba en esas noches para el trillo. Que el verso también nace de entre las piernas y a lo oscuro de una calle.
Ya era media tarde, el sol pronto se debilitaría, juntó las dos mitades del billete que el hombre gris le había dado y lo unió a otros que fue encontrando en el suelo, desperdigados. Se acostó a dormir la siesta hasta que el sol ya no fuera necesario.
Yuri
Mi abuela siempre me contaba que en el pueblo donde vivía su madre, hombres y mujeres estaban aterrorizados por una loba gigante que habitaba los bosques linderos. La loba, según se decía era una mujer despechada cuyo marido se había ido a la guerra y nunca más había vuelto. Noticias que llegaron años después al pueblo lo contaron casado y próspero con otra mujer y otros hijos. Su mujer, entonces, decidió buscarlo y dar fin al infiel. Pero a los dioses les molesta la valentía de los hombres, así que la convirtieron en una loba de horroroso aspecto. La mujer, ya loba, se internó en el bosque cercano al poblado y, cada tanto, bajaba hasta las casas distraídas para reclamar la carne firme de los jóvenes que eran promesa de grandes guerreros. Uno de ellos, cierta noche, logró unas maniobras que le permitieron escapar. Una vez de vuelta en su casa, reveló que la loba deseaba el sexo de los jóvenes y que lo lograba gracias al miedo y al uso de violentas seducciones. La loba, según contó en medio del espanto, hablaba en verso babeante y filoso.
Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.