Kitabı oku: «Sainetazos a la crisis»

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Sainetazos a la Crisis

Cubierta y diseño editorial: Éride, Diseño Gráfico

Dirección editorial: Ángel Jimenez

Primera edición: mayo, 2012

Sainetazos a la crisis

© José Cedena

© éride ediciones, 2012

Collado Bajo, 13

28053 Madrid

éride ediciones

ISBN libro impreso: 978-84-15425-95-3

ISBN libro electrónico: 978-84-15643-07-4

Diseño y preimpresión: Éride, Diseño Gráfico

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Todos los derechos reservados


José Cedena

Sainetazos a la crisis


Dedicatoria

A toda esa gente que está sufriendo injustamente los efectos de la crisis, de esta maldita crisis que ellos no han provocado pero que, como siempre, son los que pagan el pato para que los verdaderos culpables sigan nadando en la abundancia. Ojalá que mis sainetes y mis tonterías sirvan para evadirles, para hacerles olvidar las penas, para arrancarles al menos una sonrisa. Y si pueden ser unas cuantas carcajadas, mucho mejor.

El conde de Burra regresa de las cruzadas

(2ª parte)

Este sainete, lógicamente, es continuación

de «El conde Burra regresa de las cruzadas», incluido

en el libro «5 sainetes en busca de carcajadas».

Personajes

POCHOLO

DON CONRADO

DOÑA RODRIGA

DON PÍO

DOÑA JIMENA

CORUJA

(El telón aún está cerrado cuando asoma la cabeza tocando la flauta Pocholo, trovador, bufón, juglar… Sale por fin por delante de cortinas y se dispone a recitar alguna trova, entre saltitos y cabriolas).

POCHOLO. Está triste don Conrado,

los cuernos que le han salido

le tienen muy preocupado.

Preocupado… y mosqueado.

Y es que el niño que ha tenido

cada día es más parecido

a don Pío, que siempre ha sido

su vasallo más querido

y el más leal de su condado.

(Toca la flauta, ejecuta alguna pirueta y vuelve a recitar).

Aturdido y confundido

ante un tema tan complejo,

don Conrado ha decidido

que debe pedir consejo.

(Breve toque de flauta).

Entiende que es menester

que mejor sea una mujer

quien le aconseje y le diga

qué es lo que tiene que hacer

para resolver la intriga.

No duda a quién escoger

y hace llamar a su amiga,

doña Rodriga de Hormiga.

(Se va tocando la flauta entre brincos y cabriolas).

(Se abre el telón. La escena discurre en el castillo de don Conrado de la Cuadra, conde de Burra. Un estandarte colgado en el centro, un par de escudos de armas a los lados, un gran sillón y un par de sillas medievales pueden bastar para configurar el decorado. El conde pasea nervioso por la sala. Un par de cuernos semejantes a los de una cabra adornan su cabeza. Por la derecha llega doña Rodriga. Es una mujer, de una edad similar a Conrado, grande, vasta y poco agraciada. Diríase que, incluso, muy poco femenina. Conrado, al verla, va enseguida hacia ella).

DON CONRADO. Ya habéis llegado, Rodriga.

Os esperaba impaciente.

Necesitaba una amiga

y estimé que la de Hormiga

era la más conveniente.

DOÑA RODRIGA. (Se queda boquiabierta mirándole la cornamenta. Por fin atina a contestarle pero sin salir de su asombro).

Cuando llegó el emisario

e hizóme la confidencia

que un amigo solitario

reclamaba mi presencia,

partí rauda con urgencia.

DON CONRADO. Gracias por la deferencia.

Tengo un problema caprino

(señalándose los cuernos),

y necesito asistencia.

Os pido una sugerencia…,

un consejo femenino.

DOÑA RODRIGA. Contad con todo mi tino

y con toda mi experiencia.

Pero aclaradme a conciencia

ese adorno tan… taurino,

¿es capricho o penitencia?

DON CONRADO. ¡Vive Dios! que este ornamento me atormenta.

Os comento de manera muy concisa

a qué se debe tamaña cornamenta.

Fui a la tercera cruzada

y, treinta meses después,

cuando volví, me encontré

a mi esposa embarazada.

Explicóme convincente

que había querido el destino

darme extraordinariamente

un niño treintamesino.

Convencióme su argumento.

Mas notóme al día siguiente

dos bultos yendo en aumento

por encima de mi frente.

Y heme aquí soportando esta condena

de estos dos cuernos que no son moco de pavo.

Solo faltaba ya que me saliere rabo

para acabar de rematar esta faena

y que el de Burra se convierta en toro bravo.

DOÑA RODRIGA. (Medita unos segundos).

Pero digo yo, Conrado…,

conozco a muchos cornudos

pero ninguno adornado

con cuernos tan cojonudos.

DON CONRADO. Ocurrió de esta manera:

Contratamos a una bruja,

a una que llaman Maruja,

para que ella me dijera

si era verdad o quimera.

DOÑA RODRIGA. (Pensativa y confusa).

No lo cojo a la primera…

DON CONRADO. Maruja me hizo un conjuro

para saberlo seguro.

Prestóme yo a ello sabiendo

que ese conjuro tan duro

podía acabarme… jodiendo

(Se señala los cuernos).

DOÑA RODRIGA. Pero ¿por qué…? No lo entiendo.

DON CONRADO. Descendió hasta los avernos

e hizo un pacto en los infiernos:

«de no ser yo el agraciado,

quedaría siempre adornado

con dos espantosos cuernos».

DOÑA RODRIGA. ¡Ah, coño! Ya me he enterado.

Sabemos ya a qué atenernos:

Vos no sois el que ha preñado.

DON CONRADO. Así que estoy destrozado.

Mi vida no vale un pijo.

(Cabizbajo y abrumado).

Si yo no la he embarazado…

el muchacho… no es mi hijo.

DOÑA RODRIGA. Eso, por supuesto…, ¡fijo!

Y Maruja, ¿no os dijo…

quién había sido el artista?

DON CONRADO. Al principio, esa cuentista

no quiso dar ni una pista

y poco después me vino

diciendo que el desatino

lo había hecho un especialista:

«el duendecillo Faustino».

DOÑA RODRIGA. Eso huele a cuento chino.

DON CONRADO. Eeeeso… dije yo ese día,

que no me creyere nada,

pero dijóme la tía

que le había mandado un hada

a castigar la osadía

de hacer mal uso en su día

del derecho de pernada.

DOÑA RODRIGA. Pues si queréis mi opinión…

no tengo ninguna duda

de que algún aprovechón

aprovechó la ocasión.

y os la armó cojonuda.

DON CONRADO. Conozco vuestra destreza

para desfacer entuertos.

Decidme pues con franqueza,

¿cómo arreglo esta cabeza?

(señalándose los cuernos),

si mis temores son ciertos…,

¿actúo con delicadeza…

o, al contrario, con dureza?

¿Los dejo vivos o muertos?

DOÑA RODRIGA. Por lo pronto es menester

indagar hasta encontrarle

y, después, lo que hay que hacer,

como venganza, es…, ¡caparle!

DON RODRIGO. Y a mi esposa… ¿qué? Contad.

¿Qué le hago...? ¿Qué le digo…?

¿Se va a quedar sin castigo

tamaña infidelidad…?

DOÑA RODRIGA. Cinturón de castidad.

Un cinturón de por vida

que no se pueda quitar

ni cuando vaya a orinar.

Y si el chichi se le oxida… (con desdén),

que se eche alcohol en la herida.

DON CONRADO. Solución poco acertada.

Quedóme yo sin «mojar»

y no soluciona nada.

Ya se lo mandé acoplar

cuando marché a la cruzada

para, al volver, encontrar

la cerradura forzada.

DOÑA RODRIGA. ¡Ah, coño! ¿Y quién la forzó?

¿Quién le hurgó en el meadero?

DON CONRADO. Forzar, la forzó el herrero

por mandato de don Pío.

Y que tenía el agujero…

oxidao y medio podrío.

DOÑA RODRIGA. Y ¿quién es ese don Pío

que hizo cosa tan mal hecha?

DON CONRADO. Don Pío es mi mano derecha

y, además, amigo mío.

DOÑA RODRIGA. Y ¿os fiáis vos de ese tío…?

DON CONRADO. Antes sí…, ya no me fío.

Porque, además, el muchacho

es idéntico… a don Pío.

DOÑA RODRIGA. (Moviendo la cabeza, reflexiva).

Va a ser ese mamarracho

quien os metió en este lío.

(Piensa y enseguida resuelve).

Pues habéis de ir a otra bruja,

a otra que llaman Coruja.

DON CONRADO. Esa es prima de Maruja,

¿no será esa otra cuentista?

DOÑA RODRIGA. Esta no está muy mal vista

y lista… creo que es muy lista.

A ver si hace la proeza

y os arregla esa cabeza.

DON CONRADO. Y me dice con certeza…

si es don Pío ese malnacido.

(Se escucha un pequeño ruido. Se queda parado y alerta mirando a Rodriga).

Parecióme oír un ruido.

DOÑA RODRIGA. (Ruborizada).

Don Conrado…, yo no he sido.

DON CONRADO. Si no es eso lo que he oído.

(Señalando hacia la puerta).

Creo que hay alguien escondido.

(Va hacia la puerta y en ese momento entra Jimena, con el niño en un cuco. Se muestra soliviantada. Es evidente que estaba escuchando).

DOÑA JIMENA. Perdonadme, esposo mío,

pensé que erais solo vos.

DON CONRADO. No, señora…, somos dos (Indicándolo con dos dedos de la mano).

DOÑA JIMENA. (Doña Rodriga la observa muy seria y altiva).

Y ¿quién es esta señora

de tal porte y arrogancia?

DON CONRADO. Os lo iba a decir ahora.

Una amiga de la infancia.

DOÑA JIMENA. ¿Una de esas amiguitas

de jugar a las casitas…?

Pues ya ha llovido un poquito

porque vos sois mayorcito (con retintín),

y ella es también mayorcita (con más retintín aún).

DON CONRADO. Ha venido… de visita.

(Haciendo las presentaciones).

Doña Rodriga…, mi amiga.

Doña Jimena…, mi esposa.

(Las dos hacen el correspondiente saludo, con una pequeña reverencia).

DOÑA JIMENA. ¡Caramba! Qué rara cosa.

(Sin reprimir cierta burla).

¿Os llamáis doña Rodriga?

DOÑA RODRIGA. (Asintiendo. Más seria y altiva aún).

Doña Rodriga de Hormiga.

DOÑA JIMENA. (Continuando con la burla, creando un clima de gran tensión).

Ji, ji… Como decía mi tía Andorra:

La hormiga…, animal ratero

todo lo coge… «de gorra»

y lo lleva a su hormiguero.

DOÑA RODRIGA. (Entrando al trapo, con la misma actitud punzante y maligna).

Puestos a elegir, prefiero

mejor hormiga… que zorra.

DON CONRADO. (Aparte, a doña Rodriga).

Por Dios, no busquéis camorra.

DOÑA RODRIGA. (Aparte, a don Conrado).

Ha empezado ella primero.

DON CONRADO. (Aparte, a Doña Jimena).

No os paséis os requiero,

que Rodriga es mi invitada.

DOÑA JIMENA. Yo no me he pasado na-da.

DON CONRADO. Os habéis pasado… y mu-cho.

DOÑA JIMENA. Se ha pasado ese machucho.

Más, por mi parte…, olvidado.

(Cambiando su actitud con enorme cinismo y mostrando a doña Rodriga el cuco donde lleva al niño, con extrema amabilidad).

¡Uy! Si no la hemos enseñado

lo más guapo del condado.

DOÑA RODRIGA. (Rodriga acepta la tregua y le sigue la corriente. Muy cariñosa con el niño).

¡Oooohhh…! Qué hociquito tan rosado

y qué mofletes tan rojos.

DOÑA JIMENA. Se parece a don Conrado.

DON CONRADO. (Aparte).

En lo blanco de los ojos.

(Llega don Pío por la derecha).

DON PÍO. Don Conrado, que venía… (Se detiene cortado al ver que hay gente).

¡Ah! Perdón, que hay compañía.

Perdonadme mi osadía.

No sabía que hubiese gente.

Si acaso vuelvo otro día,

no era para nada urgente.

(Hace intención de irse pero Conrado le echa el alto).

DON CONRADO. Esperad que os presente.

(Hace las pertinentes presentaciones).

Rodriga…, don Pío Meneses,

guardián de mis… intereses (Con cierto retintín, fulminándole con la mirada).

Don Pío, la señora es una amiga,

doña Rodriga de Hormiga.

DON PÍO. (Con una acusada reverencia).

Señora mía…, encantado.

DOÑA RODRIGA. El pobre…, quedó cortado.

(Percatándose de que tiene los carrillos muy rojos como el niño).

Se nos ha puesto hasta rojo.

DON PÍO. No, señora, es un antojo.

Lo tengo de nacimiento.

DOÑA RODRIGA. Y ¿cuál fue el antojamiento?

DON PÍO. Dos tomates… y un pimiento.

DOÑA RODRIGA. Los tomates…, está claro,

hay uno en cada moflete

Pero…, por más que reparo

(observándole descaradamente de arriba abajo),

el otro… ¿dónde se mete?

DON PÍO. (Avergonzado).

No me pongáis en un brete…

que el pimiento está escondido.

DOÑA RODRIGA. ¿Escondido…? ¡En el ojete!

DON PÍO. Por delante, en el… juguete (Señalando con discreción).

DON CONRADO. (A Rodriga, queriéndosela llevar, sin éxito).

Dedicadme unos momentos

a ver vuestros aposentos,

que va a ser pronto la cena.

DOÑA RODRIGA. (Tirando con balas envenenadas).

Por cierto, doña Jimena,

¿vos no habéis tenido antojos?

Porque el muchacho almacena

dos tomatitos bien rojos (Tocándose los carrillos).

DOÑA JIMENA. (Visiblemente incómoda y nerviosa).

No…, no me gustan los tomates,

por más que a veces lo intento.

DOÑA RODRIGA. Claro, os gusta más… el pimiento.

DOÑA JIMENA. (Reacciona, sacando también la artillería, sin amilanarse).

Vos, sin embargo, presiento

que, a pesar de ser tan vieja,

preferís otro alimento

tipo mejillón… o almeja.

DOÑA RODRIGA. ¡Uyyy…! Os equivocáis, lo siento.

Mal sabéis lo que yo quiero.

A mí me gusta el pimiento

más que a un tonto un lapicero.

(Conrado media en el asunto al ver el cariz que están tomando las cosas, y consigue llevarse a Rodriga, agarrándola de un brazo).

DON CONRADO. (A Jimena y Pío).

Disculpadnos un momento.

(A Rodriga).

Vamos a vuestro aposento.

(Se van por la derecha. En cuanto salen, don Pío va corriendo a arrullar al niño).

DON PÍO. ¡Ajooo…!¡Ajooo…!

Paaaaapá...., Píííííííío.

DOÑA JIMENA. Pero ¿estáis tonto perdío…?

¡No le enseñéis papá y Pío!

Como junte Pío con papá,

os delata este jodío

y el de los cuernos os capa.

DON PÍO. (Tapándose instintiva y rápidamente semejante parte con las manos, muy asustado).

¡Cagüen diez..., menudo susto!

No volváis a bromear

con los trastos de mear,

que son bromas de mal gusto.

DOÑA JIMENA. Vive Dios que no bromeo

que sé muy bien lo que escucho

y también me asusté mucho.

Un poco más y me meo

cuando escuché a ese machucho.

DON PÍO. ¿Y qué es lo que habéis oído?

JIMENA. Decirle ella a mi marido

que, en sabiendo quién ha sido

el que me hiciere la panza,

¡le cape como venganza!

DON PÍO. (Acobardado).

¡No jodáis…! ¡Estoy jodido!

JIMENA. ¡Vos jodido y yo jodida!

Pues esa tía malparida

le ha propuesto a mi marido

que me ponga de por vida

un cinturón en el… nido (Señalándose).

Y si el cinturón se oxida…

que me eche alcohol en la herida.

DON PÍO. (Deambulando nervioso de un lado para otro).

¡Pero qué tía marimacho!

Nos va a joder a los dos.

JIMENA. Encima el jodío muchacho

es casi idéntico a vos.

DON PÍO. Pero eso lo arreglo yo

poniéndole algo de empeño.

Pondré el hocico torcido,

frunciré un poquito el ceño

y evitaré el parecido.

(Tuerce la boca y arruga la nariz y la frente, lo que le da un aspecto sumamente cómico, además de feo. Gesto que mantendrá ya en todo momento).

JIMENA. (Dando una palmada al recordar algo de repente).

¡Don Pío, por poco lo olvido!

DON PÍO. (Desesperado).

¿Más todavía…? ¡Estoy perdido!

JIMENA. Que también le ha sugerido

que vaya a ver a una bruja.

DON PÍO. ¿A Maruja…?

JIMENA. No… (Pensando y recordando enseguida). ¡A Coruja!

DON PÍO. La prima de Maruja.

JIMENA. Dice que es lista y fiable

y temo que es muy probable

que, con la misma herramienta,

le cure la cornamenta

y le señale al culpable.

DON PÍO. Pero será sobornable…,

como ya lo fue su prima.

JIMENA. Si ayuda a quien más la mima,

habéis de llegar primero

y ofrecerle más dinero

para quedar por encima.

DON PÍO. (Sigue moviéndose nervioso).

Que el cornudo no escatima…

y yo no tengo una perra.

JIMENA. Él ganó mucho en la guerra

pero sé dónde lo encierra,

en un hueco de una viga.

DON PÍO. ¿Y qué la digo que diga?

JIMENA. Que diga lo que yo digo

y que Maruja le dijo:

que por cosas del destino,

el duendecillo Faustino

es el padre de su hijo.

DON PÍO. Ese se lo traga, ¡fijo!

Cuanto cante el primer gallo,

antes que vaya el granuja,

me montaré en mi caballo

e iré a buscar a la bruja.

JIMENA. (Cogiendo el cuco del niño y disponiéndose a salir).

Os prepararé la pasta.

(En ese justo momento entra don Conrado con doña Rodriga).

DON CONRADO. (Extrañado, al haber escuchado algo confusamente).

¿Qué habláis de pasta, Jimena?

JIMENA. (Solucionándolo como puede).

¿Eeh...? ¡Ah!... que tiene una «pasta» buena.

DON CONRADO. ¿Qué hay pasta para la cena?

Pues no me habían informado.

(Extrañado).

Yo mandé poner venado.

JIMENA. Noo… (Señalando al cuco). El niño… que se ha cagado.

RODRIGA. Vaaamos… fíjate, qué rico.

DON CONRADO. (Repara en don Pío y se queda observándole).

Os noto raro el hocico.

JIMENA. Yo marcho a lavar al chico.

DON CONRADO. (Sigue mirándole, lo que provoca gran incomodidad en don Pío, que se le nota nervioso).

Os lo noto algo torcido.

DON PÍO. (Disimulando).

Como siempre lo he tenido.

Vos no me lo habríais notado.

DON CONRADO. (Sin dejar de mirarle).

Pues no…, no me había fijado.

(Muy extrañado).

Si no lo veo, no lo creo.

RODRIGA. (Se acerca, curiosa, interponiéndose entre los dos, y le observa también detenidamente, poniendo aún más nervioso a don Pío).

Yo también os veo más feo.

¡Pero mucho, mucho, mucho…!

DON PÍO. (Aparte).

¡Será posible este chucho!

RODRIGA. (Los dos siguen parados, sin moverse, fijos en don Pío, lo que termina exasperándole).

Esa cara de avechucho…

no la teníais hace un rato.

DON PÍO. ¿Y qué hago entonces…, me mato?

¡Joer…, ya me estáis cansando!

(Vuelve la cara hacia el otro lado, desairado. Lo que aprovecha Rodriga para hacer un aparte con don Conrado).

RODRIGA. Este está disimulando,

evitando… el parecido.

Si la bruja cree que ha sido,

hay que darle un escarmiento.

(Don Pío se percata del cuchicheo y acerca la oreja, consiguiendo escuchar la última frase).

¡Debéis cortarle el pimiento!

(Al oírlo, hace un rápido y exagerado aspaviento, tapándose nuevamente con las manos de forma instintiva, lo que no pasa desapercibido por don Conrado).

DON CONTADO. (A don Pío).

¿A qué vino ese aspaviento?

DON PÍO. Eeehh… Es un raro tic violento

que me da a veces ahora.

(Lo vuelve a hacer varias veces, intentando diferenciarlo cada vez más del aspaviento instintivo, para disimular).

RODRIGA. Si os molesté…, lo siento.

DON PÍO. (Intentando recuperar la compostura).

Más lo siento yo, señora.

Perdonad mi atrevimiento.

DON CONRADO. (Con sarcasmo).

Pues sí que estáis cojonudo.

Se os retuerce el hocico…,

os da ese tic tan agudo…

DON PÍO. (Muy nervioso).

Yo no me lo… me… lo explico.

DON CONRADO. ¡Si estáis hasta tartamudo!

RODRIGA. (Con ironía).

De veros a vos cornudo

estará el pobre afectado.

(El comentario irónico de Rodriga pone aún más nervioso a don Pío y le hace hasta atragantarse, degenerando en una tos que le delata más aún).

DON CONRADO. (Echando aún más leña al fuego. Sarcásticamente).

¿También ahora constipado…?

RODRIGA. A este paso, el «pollo pera»

se nos queda embarazado.

(Nuevo ataque de tos de don Pío).

DON CONRADO. (A Rodriga).

Bueno…, que la cena espera.

(A don Pío).

Si queréis cenar venado…

DON PÍO. Ya es muy tarde, estoy cansado.

Y yo mañana madrugo.

(Se van yendo).

DON CONRADO. Yo también y no me arrugo.

¿Obligación o placer?

DON PÍO. Algunas cosas que hacer.

Asuntos particulares.

Y vos, ¿por algo importante?

DON CONRADO. La verdad es que bastante.

Ciertas cosas… personales.

(Salen los tres).

(Se cierra el telón)

(Unos minutos después aparece de nuevo Pocholo entre las cortinas).

POCHOLO. (Asomando la cabeza con su flauta y colocándose de nuevo por delante del telón).

Madrugó mucho don Pío,

madrugó más don Conrado,

uno se fue por el río

el otro por otro lado.

El del río cogió un atajo

que le ahorró mucho trabajo;

el otro, por un sembrado,

tardó más de lo esperado.

No adelanto más. Lo siento.

Ahora veréis qué ha pasado.

Tan solo un apuntamiento: «llegó tarde el del pimiento

y llegó pronto el astado».

(Se marcha tocando la flauta alegremente).

(Se abre de nuevo el telón. El decorado ha cambiado. Es la cueva de la bruja Coruja. Un humillo flota por todo el ambiente. Algunas velas, repartidas por toda la estancia, una silla medieval con una piel de algún animal por encima y una gran olla sobre una pequeña mesa recubierta con una rústica tela conforman todo el mobiliario imprescindible. Por lo demás, cualquier motivo esotérico, compatible con la época medieval, puede ser bienvenido para el resto del decorado. Coruja se encuentra a caballo sobre la escoba arreándola para que vuele, sin éxito).

CORUJA. ¡Arre…, vuela…, arre!

¡Arre…, vuela…, arre!

(Tirando la escoba con desprecio).

Vaya herencia de mi abuela…

Por más que le dices ¡arre!,

esta jodía nunca vuela,

la desgraciá solo barre.

(Se oyen ruidos y alguien vocea desde fuera).

DON CONRADO. ¿Quién hayyyyy…?

CORUJA. (Con el mismo tono).

¿Quién pregunta que quién hayyyyy?

DON CONRADO. Quien pregunta que quién hay

ha preguntado primero.

CORUJA. Como yo soy lo que hay…

contesto lo que yo quiero.

(Con mal genio).

¿Quién pregunta que quién hay?

DON CONRADO. Alguien que ofrece dinero.

CORUJA. (Muy resuelta).

Entonces hay quien queráis.

Pasad, que ya os espero.

(Don Conrado intenta pasar, pero no atina a entrar, enredado entre la vasta cortina que hace de puerta. Coruja va enseguida a ayudarle a pasar).

No me rompáis la cortina.

Permitidme que os abra.

(Le aparta la cortina para que entre. Conrado se agacha para no engancharse con los cuernos, lo que hace creer a Coruja que la va a embestir, por lo que se asusta y retrocede enseguida, cogiendo una rústica tela, a modo de capote, con la intención de protegerse de él toreándole).

¡Vaya estampa más taurina!

¿Qué sois… hombre, toro o cabra?

DON CONRADO. (Molesto con la apreciación y la actitud de Coruja).

Por favor, no seáis cazurra,

que soy el conde de Burra.

CORUJA. (Retrocediendo un poco más y sin dejar de protegerse con el improvisado capote).

Si sois burra más me aterra,

pues vendréis de los infiernos.

Yo desde luego en la tierra

nunca vi burra con cuernos.

DON CONRADO. (Cada vez más indignado, gritándola con malos modos).

Pero esta bruja… ¿qué ladra?

¡Soy un conde y soy un hombre!

Y además de noble nombre:

¡don Conrado de la Cuadra!

CORUJA. ¿De la cuadra…? ¡Joder, macho!

(Aparte).

¿De dónde salió este bicho?

DON CONRADO. No os oigo. ¿Qué habéis dicho?

(Perdiendo los papeles).

¡Me estáis hinchando los güe…!

(Recuperando la compostura).

Disculpad…, los… genitales.

CORUJA. (Empezando a confiarse y a bajar el capote).

Disculpo vuestros modales.

Perdonadme vos mi error

pero… entended, por favor,

que tampoco son normales

tantas cosas de…animales.

DON CONRADO. Con tal que curéis mis males,

os perdono dos mil veces.

CORUJA. Yo os curaré con creces

si vos soltáis… la gallina.

(Haciendo una señal muy expresiva, golpeando repetidamente con el puño en la otra mano).

DON CONRADO. ¡Y los pollos de propina!

si despejáis mi chinostra.

CORUJA. (Le observa los cuernos).

No os va a quedar ni costra.

¿Quién os hizo esa putada?

DON CONRADO. Fui a la tercera cruzada

y, treinta meses después,

cuando volví, me encontré

a mi esposa embarazada.

CORUJA. ¿Cuántos meses habéis dicho…?

DON CONRADO. Los que habéis oído… ¡treinta!

CORUJA. (Asintiendo con la cabeza al deducir).

Por eso… la cornamenta.

DON CONRADO. Explicóme convincente

que había querido el destino

darme extraordinariamente

un niño treintamesino.

CORUJA. Je, je, je… Ni que fuera un gamusino.

DON CONRADO. Avisamos a una bruja,

a vuestra prima Maruja,

para que hiciere un conjuro

que aclarare el punto oscuro

que pululaba en mi lecho,

aunque quedare maltrecho.

CORUJA. Pues, señor conde, mal hecho.

DON CONRADO. Lo sé, pero a lo hecho… pecho.

Pactó pues con los infiernos.

Si yo no era el agraciado,

quedaría siempre adornado

con dos espantosos cuernos.

CORUJA. Conozco bien el conjuro

y es fácilmente anulable,

pero el efecto es seguro

si encontramos al culpable.

Así que… ¡venga!, ¡a buscarle!

(Se va hacia la olla y se coloca frente a ella. Levanta los brazos mirando al cielo y, emitiendo un ligero ronroneo, parece entrar en éxtasis, ante la mirada atónita y expectante de Conrado).

Mnnnnnn… mnnnnnn… mnnnnnnnnnn…

(De pronto sorprende a don Conrado con una corta pero sonora pedorreta que le hace dar un respingo asustado).

DON CONRADO. ¡Jolines…! Tened cuidado…

Eso se hace en el retrete.

CORUJA. ¡Chssstttt! ¡Ya le habéis desconcentrado!

DON CONRADO. (Desconcertado).

¿A quién decís…?

CORUJA. ¡A mi ojete!

DON CONRADO. (Más desconcertado aún).

¿Queréis hacerme creer…

que quien dirige el cotarro…,

donde tenéis el poder…

es ese sitio tan guarro?

CORUJA. Os lo digo claramente

y sin ningún disimulo.

Hay que lo tiene en la mente

y yo lo tengo en el culo.

DON CONRADO. (Impresionado).

¡Joder, qué culo más chulo!

Si eso es cierto y no es un bulo,

se merece una medalla.

CORUJA. Concentrado…, nunca falla.

Cuando ve algo trascendente,

raudo enseguida restalla,

pero luego es muy prudente

si no ve nada... se calla.

DON CONRADO. A ver si ahora da la talla.

CORUJA. (Volviendo a entrar en trance).

Mmnnnnnnnnnnnn… mmmnnnnnnnnnnn… mnnnnn nnnnnnnn…

DON CONRADO. (Comenzando a impacientarse. Aparte).

Esta bruja está chalada.

Ese ojete no ve nada.

(De pronto suena una larga y sonora pedorreta que deja a Conrado estupefacto).

Esta vez... es evidente

que algo ha visto claramente.

(Coruja comienza a bajar lentamente los brazos y la cabeza. Hace círculos con sus manos sobre la olla y observa detenidamente, como pretendiendo ver algo dentro de ella. Por fin parece encontrar algo).

CORUJA. Es cierto que estáis pensando

en darme buena propina.

Veo muchos pollos piando

por detrás de la gallina.

DON CONRADO. (Alarmándose enseguida y deduciendo, mosqueado).

¿Que van piandoo…? ¿Y… qué pían?

CORUJA. (Sin poder evitar la risa).

Je, je, je… Perdonadme que me ría,

que no quiero malos rollos,

mas..., me meo si no me río.

¿Qué pía un pollo cuando pía…?

¡Lo que pían todos los pollos!

Pio… pío… pío… pío.

DON CONRADO. Ya está claro… ¡Fue don Pío!

Ahora ya sí que es seguro.

CORUJA. Pues entonces… ¡al conjuro!

(Vuelve a ponerse solemne y trascendente, levantando los brazos y mirando para arriba).

Búhos, sapos y lechuzas,

demonios y escaramuzas.

Mal de ojo, truenos y rayos,

ogros, monos, garrampallos.

Arreglad el extravío

que en su día hizo don Pío

colocando a este jodío

cuernos de macho cabrío.

(Hace unos círculos con las manos sobre la olla y vuelve a levantar los brazos, subiendo el tono).

Oye, demonio este arrullo.

Vamos a hacer un chanchullo.

Este conde don Conrado

bajará hasta los infiernos

y anulará ese conjuro

que le dio ese golpe duro

de encasquetarle dos cuernos.

(Algo menos trascendente, saca un pequeño frasco y vierte un potingue en la olla).

Y, hecha ya la invocación,

vamos con la medicina.

Echamos con precaución

este poquito de orina

de cabra con sarampión.

(Coge otro frasquito y vuelca también su contenido).

Le añadimos una pizca

de mocos de rata bizca.

(Vuelve a coger otro frasco y lo vacía también).

Y por último un poquillo

de escupitajos de grillo.

(Lo remueve con el cazo).

Y ya está listo el brebaje.

Tan solo falta un detalle:

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9788415643074
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