Kitabı oku: «Fernando VI y la España discreta»
José Luis Gómez Urdáñez
Fernando VI
y la España discreta
Prólogo de Carlos Martínez Shaw
© Del texto, José Luis Gómez Urdáñez, 2001, 2019
© Del prólogo, Carlos Martínez Shaw, 2001, 2019
© De esta edición, Punto de Vista Editores, S. L., 2019
Todos los derechos reservados.
Publicado por Punto de Vista Editores
Diseño de cubierta: Joaquín Gallego
Coordinación editorial: Miguel S. Salas
Fotografía de cubierta: Fernando VI, rey de España, de Louis-Michel van Loo (Copia). Siglo XVIII. Óleo sobre lienzo, 128 x 108 cm. Buenos Aires - Embajada de España en Buenos Aires (Depósito). © Archivo Fotográfico Museo Nacional del Prado.
ISBN: 978-84-15930-97-6
IBIC: BGH, HBJD, 1DSE
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Índice general
Prólogo
Introducción
I. EL REY
1. Historiografía
Mediocridad y consenso
El rey eclipsado por sus ministros
Los reyes versión «feliz pareja ante la adversidad»
El rey español y el siglo menos español
Carvajal versus Ensenada
Los nuevos viejos enfoques
2. Fernando, un heredero rodeado de infantes
El infante Fernando y la madrastra Isabel de Farnesio
La numerosa prole Borbón
El infante huérfano y la madrastra dominante
Isabel contra la veleidad de la fortuna
Las estrategias políticas y los matrimonios regios
De infante a Príncipe de Asturias
El niño Fernando en la corte
El cuarto del infante y el compromiso portugués
La corte de Bárbara en Madrid
Badajoz, de boda
El deslumbrante encuentro en Caya
Los príncipes de Asturias
Un cuarto de espera
El príncipe niño en el despacho regio
El «dulce» aislamiento de los príncipes
Soledad del príncipe y euforias farnesianas
La prevención de Fernando ante Francia
Fernando, en el ineluctable camino del trono
3. Fernando VI, rey de España
El fin del Babel farnesiano
Al fin, un rey popular
El palacio de los Afligidos
La espectacular caída de los afligidos farnesianos
La exhibición de los nuevos poderes
El restaurador de la monarquía de origen histórico
Los hombres del rey
El ministerio bifronte
Las hechuras zenonicias y la soledad de Carvajal
El rey pacífico. Primeros pasos, primeras impresiones
Simbolismo y despacho
La entereza del rey ante la política francesa
Aquisgrán y el orgullo regio
4. La plenitud de la monarquía española
Su Majestad se muestra
Los arcanos del rey
El pendón en Barcelona y el «día grande» en Navarra
La entrada regia en Madrid
Fiestas, mercedes regias y... pago al contado
La domus regia y el país
Salud y rutina
La corte musical
La siempre inquietante salud de los reyes
Días festivos y días «de pelotera»
Los viajes a los Sitios Reales
Paz y proyectos. El rey benéfico
El cenit del reinado
La solidez del proyecto ensenadista
Roma y París: las preocupaciones del rey
Ensenada, «secretario de todo»
Los aparentes éxitos carvajalistas de Fernando VI
Tratados, prestigio, neutralidad
Un acuerdo local con graves consecuencias
El efectista tratado con los ingleses
Paz en Italia y tensiones con los hermanastros... italianos
5. La neutralidad fernandina
El Madrid neutral y las intrigas
Las primeras provocaciones
La pericia inglesa: cazar con miel
Extrañas impresiones
La embajada de Duras y el escenario de la crisis
El elefante en la cacharrería
La «paz astuta» ante la guerra inevitable
La trama se despeja
Luz y sombras: de la escuadra del Tajo al arresto de Ensenada
La falta de Carvajal, un peligroso vacío de poder
Falúas, jebeques, óperas y... cañonazos
Adán (nada), la Gran-nada, el Gran mogol
La lengua de las mariposas
La extraña calma otoñal
El impacto de la crisis de julio y el «segundo gobierno»
Tres en lugar de uno
La ufanía del rey solicitado desde Versalles
La guerra al fin, pero sin España
Europa en guerra, Fernando VI neutral
Incidentes, trampas y zozobras
La difícil «indiferencia» en medio de la guerra
La escalada de la tensión angloespañola
6. Muerte en palacio
La muerte de la reina
El rey podría casarse de nuevo
Un cáncer de útero
El «bárbaro testamento» y la impopularidad de Bárbara
La corte fúnebre de Villaviciosa de Odón
Una funesta decisión
Se sabe que el rey está muy enfermo
El comienzo de la parálisis del gobierno
La muerte del rey loco
Soledad y depresión
Observaciones y partes médicos
A rey muerto...
7. España con rey y sin rey
II. EL REINO
1. El reino. Paz y gobierno
De la guerra y la paz
La siembra de las semillas del progreso
Los benéficos deseos y la tozuda realidad
Con la Iglesia «no» hemos topado... todavía
El reino y los amados vasallos
La España isidoriana y la España real
Las tierras cansadas, las ciudades creciendo
Que los españoles inventen por sí
Casi diez millones de españoles...
La engañosa despoblación general
Más hombres, más contribuyentes
Catastrar las Castillas, conocer el país
2. Labranza, industria y comercio
El trabajo y las oportunidades
Buscarse la vida
Hombres y recursos: la necesidad del equilibrio
La atracción de la ciudad
Los frutos de la naturaleza
La mirada inmóvil, los trabajadores en movimiento
Proteger y producir, abastecer
La preocupación por el equilibrio ecológico
El obligatorio plato cuaresmal
La renovación dirigida de la industria
Vencer el atraso, labor del gobierno
Las reales fábricas fernandinas
Los diferentes «modelos» y el «caso catalán»
La planificación estatal
El siglo del gran arsenal del rey
Ensenada, más que un ministro de Marina
Un gran empresario ensenadista en Guarnizo
Los altos hornos cántabros y vascos
3. Viejos privilegios y nueva sensibilidad
Viejos y nuevos privilegios
Nobleza de sangre, nobleza de bien
El noble cobijo de la sombra regia
La sorprendente «debilidad» del clero
Una religiosidad de tonos pastel
Abandono, mundanización e incultura
Los privilegios y la realidad material
Sin ruido, callar y hacer
Riqueza y pobreza de la Iglesia
Aristócratas ricos, nobles pobres, hidalgos arruinados
4. La nueva sociabilidad
La España discreta y cosmopolita
El renacer de la autoestima
Aprender y viajar: ilustrar
El «grand tour» al revés
La España histórica y lo español
Servir a la patria, servir al rey, servir a España
Lo español y lo de fuera. Europa más cerca
Inventar la España histórica
La España fernandina y la nueva sociabilidad
Ellas por delante
Enredos, cortejos y... penitencia, mucha penitencia
Amores arrebatados... al Corazón de Jesús
5. La promoción política de la ciencia y la cultura
La estrategia y las dificultades
Administrar la Ilustración: las academias
La utilidad contra la tradición
La inservible universidad
Las aplicaciones técnicas. La España hidráulica
Ciencia y espionaje
Un espía en la «ría» de Londres
El eficaz contraespionaje inglés
El gran viaje de Antonio de Ulloa
Un plan reglado de ampliación de estudios en Europa
Las artes. La renovación de la teoría
El buen gusto contra el depravado barroco
Los laboratorios de la nueva arquitectura
El Palacio Nuevo y las Salesas
Ventura Rodríguez y los avanzados
Escultura y pintura: el peso de la tradición
Amplia demanda, mucha técnica... e italianos
Los artistas españoles
La periferia, la tradición, Salzillo
Los inciertos espacios literarios
La necesaria y abrupta labor de desbrozar
La creación es un pacto con la soledad
«El Gerundiazo»
Conclusiones
Un insoportable sesgo historiográfico
Lo que esconde la neutralidad fernandina
El beneficio de la paz, el ilustrado fruto del buen gobierno
Bárbara y Fernando VI, el símbolo de la España discreta
El reinado de las letras y las artes
Del Rey al Reino
BIBLIOGRAFÍA
Sobre el autor
Prólogo
Cuando en 2001 apareció la primera edición de esta obra, la historiografía sobre la España del siglo XVIII dio un vuelco. A estas alturas, es verdad que ya no era necesario combatir las estrechas miras de Marcelino Menéndez Pelayo ni las melancólicas reflexiones de José Ortega y Gasset sobre la España invertebrada por la falta de un Setecientos comparable a los que habían servido a la robusta constitución de otros países en los tiempos siguientes, ya que el siglo ilustrado había rescatado todo su crédito de la mano, sobre todo pero no exclusivamente, de una serie de prestigiosos hispanistas.
Sin embargo, como bien dice el autor con feliz metáfora, el reinado de Fernando VI había sido para la narración histórica dominante tan solo una «sala de espera» hasta que la llegada de Carlos III iniciase la serie de las grandes reformas del Despotismo Ilustrado. Una razón de orden general para esta indulgente descalificación era la impronta de los textos básicos en que se basaba la revalorización de la centuria, los cuales habían puesto un énfasis sin matices en la contraposición de una primera mitad tenuemente teñida por algunos leves signos de modernización y una segunda mitad brillantemente aureolada por la eclosión deslumbrante de las reformas auténticamente decisivas en los campos del fomento económico, la movilidad social, el dinamismo político y la difusión de las Luces en las ciencias, las letras y las artes.
Tampoco hoy podemos aceptar esta caracterización. Así, los textos del concurso convocado por la Real Academia Española en 1777 para premiar una disertación sobre la figura de Felipe V coincidieron en señalar el reinado del primer Borbón como el de la fundación de una nueva etapa de la historia de España, como el de la formulación de una línea de actuación que caminaba en el sentido del progreso en todos los campos de la realidad nacional, de tal modo que la primera mitad de siglo servía de cimiento a los logros de la segunda: la España de Felipe V prefiguraba la de Carlos III, apareciendo como la verdaderamente innovadora frente a la de Carlos III confinada al papel de seguidora, eso sí con nuevos bríos e ímpetus, de la obra ya claramente diseñada y acometida. Esos contemporáneos de Carlos III que miraban con tan buenos ojos los tiempos pasados nos parecen tener toda la razón, de modo que la mejor definición de la cronología de las Luces en España (tan fluctuante e insegura durante tanto tiempo) permite revisar las posiciones de los «inventores» historiográficos del siglo XVIII, Jean Sarrailh o Richard Herr, tan convencidos del abrumador protagonismo de la segunda mitad de la centuria.
Ahora bien, una vez rehabilitado el reinado de Felipe V, no ocurría lo mismo con el de Fernando VI. La «poquedad del rey pacífico», la voluntaria retirada de una «España discreta» al sosiego de la horaciana aurea mediocritas y el confinamiento de Marte en favor de las capuanas delicias de Aranjuez con el gran Farinelli actuando como maestro de ceremonias al frente de la «escuadra del Tajo», todo ello ha dañado la memoria de un monarca que creía ante todo en la paz, conseguida a partir de una obstinada neutralidad frente a las maniobras diplomáticas y las acciones bélicas de las restantes naciones europeas. De ahí que el libro de José Luis Gómez Urdáñez se oponga beligerantemente a toda una serie de tópicos sobre el reinado de Fernando VI y se convierta en una reivindicación, siempre matizada, de una época que prosiguió la senda inaugurada por el primer Borbón y adelantó muchos principios que luego serían retomados por su sucesor, un Carlos III universalmente aclamado, como si su gobierno, como excepción entre los demás, siempre hubiera estado libre de toda sombra.
De esta manera, la obra, en primer lugar, se opone al concepto de centralismo borbónico aplicado a la Monarquía de Fernando VI (al Despotismo Ilustrado en su totalidad). La España de mediados de siglo era «una España más amplia y menos uniforme» de lo que habitualmente se cree, una «España variada y plural» en su economía, en su composición social, en la diversa fisonomía y el diferente dinamismo de sus regiones (como ya advirtiera don Antonio Domínguez Ortiz cuando nos propuso pensar en el «mosaico español»), de tal modo que la controversia abierta por los especialistas catalanes sobre el enfrentamiento entre un modelo austracista y un modelo borbónico durante la guerra de Sucesión solo parece como mucho una vertiente vagamente «constitucionalista» de una cuestión más general.
En el siguiente debate abierto en torno a esta época fernandina, la paz, que no debe confundirse con «debilidad o entreguismo», tampoco debe imaginarse en términos de inacción suicida, sino que significaba una opción plausible para una España exhausta económica y anímicamente después de la crisis fiscal de 1739 y de una guerra iniciada justamente el mismo año y que no parecía tener fin cuando el monarca llega al trono en 1746. La paz, en la mente del monarca y de sus ministros, como José de Carvajal («el gran nauta de la neutralidad fernandina», como lo define el autor), además de ser un valor en sí misma, debía permitir el saneamiento financiero, la conservación del prestigio internacional, la continuidad de la política reformista y la promoción de la cultura de las Luces.
El libro analiza la obra de Carvajal, especialmente en los asuntos más espinosos de la política internacional, el tratado de Límites de 1750, el tratado anglo-español del mismo año y la firma del Concordato de 1753. En el primer caso, es difícil dejar de considerar el fracaso de la operación, desde el momento en que, llevada de la sugestiva idea de recuperar la colonia de Sacramento, la Monarquía española aceptó la descabellada proposición de entregar a los portugueses las prósperas misiones jesuitas del Tape, de donde se derivaron todos los desastres posteriores. Por el contrario, aunque costó caro (cien mil libras esterlinas), el tratado con Inglaterra conseguía una de las aspiraciones más pertinazmente acariciadas por España desde Utrecht: el fin del comercio legal de Gran Bretaña con la América hispana. Finalmente, el Concordato de 1753 también establecía un nuevo equilibrio en las relaciones con la Santa Sede.
Sin embargo, el reinado aparece girando en torno a la figura de otro gran ministro, el marqués de la Ensenada, al que el autor, haciéndole justicia, ha dedicado otros dos de sus espléndidos libros (El proyecto reformista de Ensenada, 1996 y El marqués de la Ensenada. El secretario de todo, Punto de Vista Editores, 2017). Y Ensenada se muestra reacio a la política de contemplaciones con Inglaterra y, por el contrario, partidario de una «paz astuta» que implica la convicción en la inevitabilidad de la guerra contra los ingleses un poco antes o un poco después y, por tanto, en la necesidad de un consistente rearme naval para el momento del desencadenamiento del conflicto. En este caso, la política de conciliación de Carvajal resultaba en un incremento de la actividad corsaria de los ingleses en el Caribe, singularmente en la Costa de los Mosquitos, a la que se opuso sistemáticamente Ensenada hasta que, tras la muerte de Carvajal, la conjura pro-inglesa obtuvo la destitución del ministro, cuya política naval pudo todavía ser seguida por el prudente Julián de Arriaga, quien sin embargo, combatiendo en la retaguardia hostil de la Corte, no logró poner a punto un sistema defensivo coherente, basado en la construcción de suficientes navíos de línea y en la puesta a punto de las fortificaciones americanas, capaz de impedir la catástrofe militar una vez que se produjo la anunciada guerra con Inglaterra ya en el reinado siguiente.
Con todo, la contabilidad del reinado presenta muchos aspectos positivos. No solo «el beneficio de la paz» y la restauración de la hacienda pública, sino la creación del Real Giro, la fundación de la Real Compañía de Barcelona, la puesta en marcha de la ingente encuesta para la implantación de la Única Contribución, la elaboración de las ambiciosas ordenanzas de Marina, la fundación de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, la construcción del Observatorio de Cádiz, la exploración del Orinoco auspiciada por el tratado de Límites o la aparición del Fray Gerundio de Campazas de José Francisco de Isla…
El libro revisa, por tanto, todos los tópicos que han caído sobre el reinado, aunque al mismo tiempo sin dejarse llevar nunca por la más mínima tentación hagiográfica, ni en el caso de los reyes ni en el caso de los ministros, aunque fuera el mismísimo marqués de la Ensenada. De ese modo, es justo decir que el texto da vida a una época poco divulgada de la historia de España, que resiste a su encasillamiento en un mero epigonismo respecto a la de Felipe V o en un mero preludio a la majestuosa sinfonía de Carlos III. La época recupera así los rasgos que le son propios, se presenta adornada con sus éxitos y limitada por sus insuficiencias. El juicio más ponderado se da en las páginas conclusivas: «Todo eso fue el reinado de Fernando VI: más que una antesala o una continuación, una verdadera irrupción de novedades de amplio futuro, entre ellas lo que llamaremos luego despotismo ilustrado, una intuición y un intento de traducción libre de lo que se contaba del gran Luis XIV, que en la época nadie desarrolló más lúcidamente que el marqués de la Ensenada, el «secretario de todo», como le llamó el padre Isla, el hombre que decía querer dinero —«el fundamento de todo es el dinero» —, fuerzas de mar y tierra y no teologías: ni guerras de legistas, ni papeleos inútiles, ni consejos: ministros con el rey, la nueva fórmula política».
Aquí podría quedar esta introducción valorativa de una obra que marca un verdadero hito en la historiografía de la España del siglo XVIII. Pero hay que señalar algo más, que convierte al libro en un producto excepcional. Su autor no solo conoce la bibliografía y los debates, no solo nos analiza una época mediante una narración amena y entretenida y una interpretación objetiva y equilibrada, sino que además nos introduce en ella como si nos acompañase a dar un amistoso paseo, un polite walking, tan propio del civilizado Siglo de las Luces, en cuyo transcurso nos va presentando uno a uno a los personajes con que nos tropezamos (desgranándonos al oído sus virtudes y sus manías, aquellas que son ciertas y aquellas que les atribuyen sus enemigos), nos va invitando a saludar cordialmente a los cortesanos que ricamente ataviados se dirigen al jardín, al concierto o al banquete (con una ligera alusión a la última maledicencia que corre en forma de unos versitos satíricos), nos va señalando a lo lejos a los soberanos a punto de embarcarse en las falúas musicales de Aranjuez o a punto de saborear sus refrescos en el Buen Retiro o, más tarde, a punto de decidir sobre su reposo eterno en las Salesas Reales de Madrid. Porque José Luis Gómez Urdáñez (y este es quizás el mayor milagro del texto) conoce no solo esos años de mediados de la centuria, sino todo el siglo XVIII, con una inmediatez asombrosa, como si, vestido de casaca verde pálido ligeramente tornasolado, hubiese frecuentado con toda familiaridad, en una vida anterior, a todos sus protagonistas, a los reyes, a los ministros, a los diplomáticos, a los intelectuales, a los escritores, a los artistas. Hasta el punto de que al volver a leer su libro (ligeramente corregido y ligeramente aumentado sobre la edición de 2001) para escribir este prólogo, he sentido siempre revoloteando en torno los acordes de una sonata de Domenico Scarlatti.
Carlos Martínez Shaw
Miembro de la Real Academia de la Historia
y catedrático de la Universidad Nacional
de Educación a Distancia (UNED)-Madrid