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La histología en España anterior a Cajal
SIGLO XVII
Los primeros cultivadores españoles de la histología fueron varios protagonistas del vigoroso movimiento de renovación que durante el último tercio del siglo XVII rompió de modo abierto y sistemático con las doctrinas tradicionales procedentes de la Grecia clásica. Los novatores, término entonces despectivo que les aplicaron los partidarios de la tradición, no sólo introdujeron los saberes, las técnicas y los métodos de la Revolución Científica, sino también conceptos fundamentales y supuestos básicos como la idea de progreso y el derrocamiento del criterio de autoridad. Denunciaron, además, valientemente la marginación de la actividad científica española y su consiguiente retraso. Junto a otras importantes novedades, como la fisiología moderna, la iatroquímica y la iatromecánica, impusieron la investigación micrográfica de las formas orgánicas.1 En este terreno destacaron Juan Bautista Juanini y, sobre todo, Crisóstomo Martínez, aunque también hay que tener en cuenta los estudios que Juan Bautista Corachán y Tomás Vicente Tosca dedicaron al microscopio desde la física.
Tras desplegar una notable actividad como grabador, el valenciano Crisóstomo Martínez (1638-1694),2 comenzó a trabajar hacia 1680 en un atlas anatómico, para cuya realización y edición la Universidad de Valencia le concedió una importante ayuda económica, que en 1687 le permitió trasladarse a París, donde se dedicó a terminar la labor iniciada en Valencia en relación con el ambiente científico de la Académie des Sciences, que era entonces el más avanzado de la capital francesa y estaba enfrentado con la postura reaccionaria de los catedráticos de medicina de la Sorbonne. Una de las grandes láminas de su atlas fue publicada en París en 1689 y reimpresa tres años después en Frankfurt y Leipzig. Su obra debió alcanzar gran prestigio, porque en 1740 y 1780 aparecieron, también en París, reediciones acompañadas de otra de gran tamaño y de un folleto que incluye un Éloge de Martínez y textos explicativos revisados por el gran anatomista danés Jacobus Benignus Winslow. Las dieciocho láminas del atlas contienen representaciones macroscópicas del esqueleto humano en las que resulta patente la preocupación por la interpretación funcional de las formas anatómicas, característica típica de la morfología de la época. Su parte más nueva e importante es, sin embargo, la dedicada a investigar la fina estructura ósea por distintos medios y, muy en primer término, con el microscopio. Coetáneo de Malpighi, Leeuwenhoek, Swammerdam, Bellini, Hooke y Grew, el grabador y anatomista valenciano pertenece a la primera generación de micrógrafos europeos. Sus grabados y sus escritos no son los de una persona ocasionalmente interesada por el nuevo instrumento, sino los de un investigador con hábito de trabajo que se ha planteado las dificultades técnicas y las precauciones que hay que tomar para asegurar la objetividad de las observaciones:
Esto requiere mucha maña y diversidad de huesos … unos crudos, otros cocidos y otros secos o medio secos, y variedad de vidrios, esto es, unos que descubran una gran parte, con aumento y claridad fiel, para hacerse capaz de lo total; después se examina una parte de esta parte con otro vidrio que aumenta más, y así por grados hasta llegar a examinar con un microscopio muy fino una partecilla tenuísima… y no haciéndolo de esta suerte se corre agradablemente al engaño; porque aunque es verdad que el
Microscopio de Crisóstomo Martínez. Detalle de la lámina V de su Atlas anatómico (c. 1680-1690).

Autorretrato de Crisóstomo Martínez.
microscopio descubre agradablemente las cosas, con todo eso, si se consulta sin más ni más, tal vez desfigura las cosas, esto es, como todo lo aumenta, aumenta la luz de que los objetos están tocados y brillan sumamente, y más si los objetos están húmedos, mojados u oleaginosos, y añadiendo a esta luz la que los vidrios reflejan, resulta que una simple membrana parece una tela de plata con maravillosa labor que alegra y dexa absorta la imaginación, y sólo un plieguecito en ella, parece un nervio que se va ramificando … y a este modo se ofrecen muchos engaños, y así es menester mucho examen, mucha cautela y tiempo para no engañarse.3
Crisóstomo Martínez estudió minuciosamente la textura de la inserción ligamentosa y muscular, la del periostio, la de la sustancia ósea compacta y la del hueso esponjoso. Sin embargo, la irrigación ósea fue el principal tema en el que centró sus investigaciones, ofreciendo un detenido análisis de la distribución y conexiones de la irrigación arterial y venosa y de su relación con la inervación, así como de la estructura de la médula ósea.
El contenido micrográfico de la monografía sobre el sistema nervioso publicada en Madrid (1691) por el milanés de origen Giovanbattista Giovannini, que castellanizó su nombre como Juan Bautista Juanini (1636-1691), constituye la primera exposición neurohistológica española y una de las más tempranas de Europa. Al ocuparse, por ejemplo, del cerebro expone así la aracnoides:
Una sutilísima membrana que, con poca diferencia, es como la aranea de los ojos, la cual, por ser tan alba y reluciente, apenas con exquisitos microscopios se divisan las delgadísimas fibras que la construyen, las cuales forman un sin fin de insensibles poros, y de ellas se propagan las fibras que construyen los túbulos de los nervios … la parte exterior de esta sustancia alba o medular es compuesta de una infinidad de globitos [entre los cuales] también se interpolan diversas fibras … la corteza, después de separada, si se observa con exquisito microscopio, se verá que tiene una infinidad de globitos … No hallo razón de donde se pueda inferir el que el origen de las primeras cabezas de los nervios sea la corteza del cerebro; aunque pudiese entenderse que esas primeras cabezas de los nervios se derivan de las fibras que contienen los tractus medulares que quedan debajo de la corteza del cerebro, si con diligencia se separan, se reconoce que son compuestos.4
Juanini llegó incluso a fundamentar sus hipótesis neurofisiológicas en datos estructurales de tipo microscópico, comunicando a Francesco Redi, el célebre naturalista que desmintió la generación espontánea, que le parecían equivocadas las de Thomas Willis:
Si él hubiese diligentemente observado la estructura de la red y plexo coroides, hubiese visto que se componen de unas serpentinas circunvalaciones que hacen aquellas arteriolas, como VS las habrá observado muchas veces con los microscopios.5
La anatomía macroscópica tuvo también un lugar destacado en la actividad de Juanini. Se ocupó de la morfología de los aparatos digestivo, circulatorio, respiratorio y, sobre todo, del sistema nervioso, que expuso aprovechando las últimas novedades de la época, entre ellas la entonces recién aparecida Neurographia (1685) de su amigo Raymond de Vieussens, así como la experiencia procedente de las disecciones que había realizado personalmente en el Hospital General de Madrid, la Universidad de Salamanca y el Hospital zaragozano de Nuestra Señora de Gracia. Por otra parte, practicó
Observaciones microscópicas de un fragmento óseo, cuyo tamaño original se representa en un óvalo, con la anotación manuscrita «el original». Dedicadas principalmente a la médula y a la irrigación óseas. Lám. XI del Atlas anatómico de Crisóstomo Martínez.
autopsias con la finalidad de aclarar problemas clínicos o patológicos. Una de ellas fue la que hizo al embalsamar el cadáver de Juan José de Austria, de quien era cirujano de cámara. Conviene recordar que este hijo bastardo de Felipe IV fue el prototipo de los nobles «preilustrados» activamente interesados por la introducción en España de las nuevas corrientes científicas.6
Los valencianos Juan Bautista Corachán (1661-1741) y Tomás Vicente Tosca (1651-1723) fueron los principales novatores de las disciplinas físicomatemáticas, a partir de la «tertulia» científica que ambos formaron el año 1687 junto a Baltasar de Iñigo en el domicilio de este impresor.7 En la amplia serie de manuscritos de Corachán hay varios de tema biológico que reflejan su interés por la investigación micrográfica, entre ellos, Methodus elaborandi componendique telescopia et microscopia y Controversia physica. De sanguinis circulatione, que rectifica la teoría circulatoria de William Harvey (1628) con los capilares descubiertos por Marcello Malpighi (1661). También utilizó la descripción microscópica por Malpighi de las primeras horas del embrión de pollo (1672) en el «diálogo» sobre embriología de su libro de divulgación Avisos del Parnaso, que escribió en 1690 y que más de medio siglo después publicaría Gregorio Mayáns.8 Tosca redactó asimismo la mayoría de los nueve volúmenes de su Compendio Mathematico a finales de siglo XVII, pero en contraste con tanta obra inédita de
Lámina 21 del Compendio Mathematico (1707-1715) de Tomás Vicente Tosca: esquemas de telescopios (46, 47, 48) y de microscopios (49, 50, 51).
Corachán, la primera edición (1707-1715) y las cuatro reediciones que tuvo hasta 1794 contribuyeron decisivamente a la asimilación de las nuevas ciencias físico-matemáticas en España y sus colonias americanas. En el volumen VI explicó, no sólo «la composición y fábrica» de los telescopios, sino también de microscopios, que dividió en «simples» y «compuestos», detallando su construcción y el modo de utilizarlos con tablas ópticas y dibujos esquemáticos.9 Aunque no con la intensidad de las astronómicas, realizó observaciones microscópicas, siendo a este respecto muy claro un texto sobre el problema del punto físico en el libro Filosofía racional, natural, metafísica y moral (1736) de su discípulo José Bautista Berni:
Tosca vio con la ayuda del microscopio en un granito de arena una cueva y dentro un gusanito; y yo he visto que la pierna de una mosca y aún en la punta tiene como pelos, como también que un cabello tiene venas, arterias y poros; y todos hemos de confesar que el más mínimo mosquito tiene cerebro, corazón, estómago, intestinos, etc. ¿Cómo podrán nuestros ojos determinar la cantidad menor del punto?10
En su Compendium Philosophicum (1721), solamente reeditado por Mayáns (1754), Tosca resumió brevemente las nociones básicas de la histología de su época, sobre todo la teoría fibrilar.11 Las «cabalgadas seudohistóricas» que encabezan la mayoría de tratados y manuales de histología atribuyen la teoría celular a los «microscopistas clásicos» del siglo XVII, en especial a Hooke, sobre la única base de una tosca confusión terminológica, sin conocer las fuentes e ignorando lo más elemental de los cambios semánticos. Hooke utiliza la palabra cells para referirse a poros del corcho y del carbón vegetal; Ruysch llama cellulae a los espacios comprendidos entre las fibras del panículo adiposo («tejido celular» es todavía en la actualidad sinónimo de «tejido conjuntivo laxo»); los utriculi seu saculi de Malpighi son cavidades alargadas en los vasos del tallo de los vegetales, etc.12 Por el contrario, las primeras investigaciones micrográficas consolidaron la teoría fibrilar, es decir, la consideración de las fibras como unidades elementales de la estructura de los seres vivos, que hasta entonces se había basado en observaciones realizadas con técnicas como la disección fina, la maceración y la inyección de sustancias. Durante la Ilustración se convirtió en una de las principales doctrinas de los saberes médicos y biológicos, siendo consideradas las fibras no solamente como unidades estructurales, sino también como elementos fisiológicos y patológicos, de forma paralela a lo que sucedería después con las células.
SIGLO XVIII
La anatomía textural y el uso del microscopio siguió en España durante el siglo XVIII una trayectoria paralela a la del resto de Europa, tanto en el terreno de la medicina como en el de la historia natural.13 Desde sus años iniciales las observaciones micrográficas y la teoría de la fibra como unidad elemental de la estructuras vivas eran habituales en ambientes como los de la Universidad de Valencia, la Regia Sociedad de Medicina de Sevilla y el Anfiteatro Anatómico Matritense. La mentalidad vigente en ellos fue expresada de modo terminante en Idea de una Academia Mathematica (1740) de Antonio Bordázar, el contertulio de Corachán y Tosca:
En la medicina ¿qué progreso podrá hacerse en cualquiera de los sistemas que se propongan sin el conocimiento de la mecánica, de la hidrostática, de la hidráulica y de su combinación para los movimientos? ¿Y en la anatomía sin los microscopios?14
Una de las principales exposiciones de la anatomía textural fibrilarista basada en esta mentalidad fue la que publicó el valenciano José Arnau en su Opus neotericum medicum (1737). Tras considerar la estructura microscópica de la «fibra membranosa» y la «carnosa», afirmó:
Lámina 1 de la Anatomía completa del hombre (1717) de Martín Martínez. Ilustración de la teoría fibrilar con un enfoque básicamente coincidente con el Opus Neotericum (1733-1737) de Juan Bautista Bru, pero de carácter didáctico.
No existen fibras en la sangre, pues no son visibles a los ojos armados con el microscopio … Además de partículas gelatinosas, hay en la sangre otras salinas y otras adiposas o grasientas. Estas últimas, combinadas con aquéllas, constituyen la coloración de la sangre, junto a las visibles en los glóbulos rojos. De esta forma, cuando colocamos sangre todavía caliente en un tubo apropiado de vidrio y la observamos al microscopio, aparece acuosa y cristalina … con infinitos glóbulos rojos flotando dentro, los cuales precipitan en un grumo negruzco al quedarse quietos y privados del motor vital.15
Investigadores como el neerlandés Wijer Willem Muijs (1682-1744) y el alemán Johannes Nathaniel Lieberkühn (1711-1756) agotaron prácticamente durante la primera mitad del siglo XVIII las posibilidades del microscopio compuesto con lentes sin corrección de la aberración cromática. Muijs investigó detenidamente al final de su vida la textura de los músculos y sólo pudo exponer los resultados en una Dissertatio prima (1738), ya que la segunda se publicó póstumamente (1751). Distinguió fibras macroscópicas de tres grosores y comprobó que el filum de las fibrillas microscópicas es de tamaño inferior al de los hematíes. Lieberkühn consiguió un notable avance técnico combinando el microscopio con la inyección de sustancias coloreadas y solidificables, sin los errores que había cometido Ruysch al interpretar, por ejemplo, las ceras extravasadas. Entre sus aportaciones figura la descripción en 1745 de las criptas tubulares y las glándulas tuberosas simples de la mucosa del intestino delgado («criptas» y «glándulas de Lieberkühn»). Fue también autor de uno de los primeros tratados de técnica histológica: Sur les moyens propres a découvrir le construction des viscères (1748). Las limitaciones del microscopio sin lentes acromáticas explica el desinterés por este modo de observación que tuvo un investigador de la talla de Albrecht von Haller. Sin embargo, hubo otros más impacientes que se desorientaron con las deformaciones de la aberración cromática, incluso algunos importantes como Felice Fontana, autor de estudios «clásicos» sobre los movimientos del iris y el veneno de las víboras, que llegó a proponer el «cilindro tortuoso primitivo» como unidad elemental de la materia viva. Se trata de la que Luigi Belloni llamó «micrografía ilusoria», desconocedora de las cautelas que expone el texto de Crisóstomo Martínez antes reproducido. La principal consecuencia fue un periodo de casi completo abandono del microscopio, que fue favorecido por el enfoque metodológico de Condillac, que exigía que los «hechos» fueran comprobados con todos los sentidos.16
Andrés Piquer. Fotograbado (1895).
Uno de los médicos del siglo XVIII en cuya trayectoria se refleja una creciente desconfianza ante las observaciones microscópicas es el aragonés Andrés Piquer Arrufat (1711-1772). Durante sus años juveniles, cuando ocupaba la cátedra de anatomía en la Universidad de Valencia, fue seguidor de un eclecticismo fuertemente inclinado al sistema iatromecánico y en las Theses medico-anatomicae (1742), con las que ganó las correspondientes oposiciones, concedió gran importancia a la indagación microscópica. Por ejemplo, al ocuparse de la masa sanguínea y de los pulmones, dijo:
Los glóbulos rojos … se hacen ovalados y planos en la proximidad de los vasos menores … son pequeñísimos, de tal forma que cien mil de ellos apenas pueden equipararse a una arenilla, pero no obstante, son mucho más gruesos que las otras partículas de la sangre …, son elásticos y cambian fácilmente de figura …
Los bronquiolos son conductos que terminan en membranillas ciegas, colgantes, elásticas, como vesículas ovales colapsadas en estado natural. Estas vesículas componen la sustancia propia de los pulmones y se agrupan en varios lobulillos menores.17
Piquer se fue a Madrid a finales de 1751 como médico de cámara supernumerario de Fernando VI y el traslado coincidió con un cambio profundo de su mentalidad científica. Con un «empirismo racional» opuesto a los sistemas cerrados y basado ante todo en la observación, expresó gran exigencia ante las observaciones microscópicas, desde una postura que María Luz Terrada ha estimado no muy alejada de la metodología de Condillac que serviría de fundamento a la formulación de la noción de «tejido» por Bichat. En sus Institutiones medicae ad usum Scholae Valentinae (1762) afirmó:
Las observaciones certeras acerca de los objetos físicos deben hacerse a través de varios sentidos, de forma que lo que se percibe con la vista también debe verificarse con el tacto y los demás sentidos … Las observaciones microscópicas nos han revelado secretos de la naturaleza imperceptibles a los sentidos desnudos, pero no puede negarse que también muchas otras, no bastante criticadas por la experiencia, contribuyen a ocasionar errores. Se deduce de aquí una segunda dificultad, a saber, que algunos observadores, utilizando el microscopio, se han pronunciado demasiado precipitadamente acerca de lo que han visto y lo han clasificado en determinada clase de cuerpos antes de que existiera suficiente examen … Una tercera advertencia consiste en que, muy a menudo, las cosas que los observadores microscópicos dicen ver no son en realidad tal como nos lo cuentan, sino como eran de antemano en su mente, o como aparecen a primera vista … Así pues, ¿hay que negar todo lo que conocemos a través de observaciones microscópicas? En absoluto. Sino que hay que admitir aquellas que están debidamente realizadas.18
A pesar de residir en Madrid, Piquer destinó sus libros más importantes a la Facultad de Medicina de Valencia. Junto a las Institutiones, destaca Praxis medica. Ad usum Scholae Valentinae (1764-1766), una síntesis de medicina clínica que no sólo fue utilizada para la enseñanza en la Facultad de Valencia, sino en otras españolas y extranjeras. Ello explica que, tras la muerte de Piquer, fuera reimpresa tres veces en España, la última en 1786-1789, una en Amsterdam (1775) y otra en Venecia (1776).19
Escudo de la Regia Sociedad de Medicina de Sevilla, donde era anatomista Sebastián Miguel Guerrero Herreros Morales.
La aportación más rigurosa a la anatomía textural en la España de la segunda mitad del siglo XVIII fue la del sevillano Sebastián Miguel Guerrero Herreros Morales (ca. 1720 - post 1790), anatomista de la Regia Sociedad de Medicina de su ciudad natal. La hizo principalmente en el primer volumen de su tratado Medicina Universal (1774-1777), que estudia la fibra como unidad elemental de la materia viva:
En todos los animales, registrados sus primeros elementos con el microscopio, se conoce que son fibras, o concrementos inórganicos, rudos, sin formación, ni figura; y de esos concrementos se componen las fibras primeras y simplicísimas, de que se componen el cuerpo viviente sensible; y se llaman partes sólidas, firmes y consistentes. Verdad es que en la fibra se hallan diversos elementos, pero también es cierto que la sola fibra es materia común y verdadero fundamento del cuerpo; de suerte que en el cuerpo viviente no haya parte que no se forme y componga de fibras, aún aquellas donde la vista no las registre, como son el cerebro, la médula espinal y médula de los huesos … de ellas se componen el tejido celular, los vasos todos, las membranas, cartílagos, huesos, ligamentos, tendones, músculos, nervios, los parénquimas, carnes parenquimatosas o entrañas, los pelos y las uñas.20
Con gran cantidad de datos microscópicos y químicos, Guerrero distingue diferentes clases de fibras, de acuerdo con su figura y consistencia, y se ocupa de la estructura y de la composición química de las «fibras mínimas». Se adhiere a continuación al concepto de «tejido celular», propuesto por Albrecht von Haller, como estructura fundamental del organismo. Expone ampliamente esta doctrina textural, de transición entre la teoría fibrilar y la noción de tejido de Bichat, la utiliza como fundamento de la fisiología y, sobre todo, de una concepción patológica general explícitamente morfológica, según la cual la inflamación, los trastornos circulatorios locales, los tumores, etc., serían primariamente afecciones de dicho «tejido celular»:
El tejido celular mismo, en su naturaleza y fábrica, se hace morboso de varios modos, porque se estrecha, se relaja, se atenúa, o se encrasa más de lo que conviene. Estos mismo vicios los comunica a las partes que envuelve, como vísceras, músculos, vasos y fibras, de modo que cuantos vicios se han observado por las anatomías21 en la interioridad del cuerpo se han hallado vestidos y acompañados por tejido celular más amplio, más duro, más craso y degenerado de varios modos. Se ve que las partes que deben estar separadas coalescen y se unen morbosamente. Esto siempre proviene del tejido celular viciado, ya porque haya sufrido alguna supuración; o porque la materia que siempre debe contener se hace dura, callosa y no transpirable; o porque esta materia contenida adquiere naturaleza de mucosidad, fácil a que de ella se formen filamentos, con los que se enreda, implica y enlaza varias partes. Estos vicios son frecuentemente producto de la inflamación, por la cual las membranas se encrasan, los líquidos se viscan y se engendra nuevo tejido adiposo.
De esto proviene que, después de una inflamación de la pleura se crían nuevas fibras, se engendra mucosidad fácil a endurecerse más y más, de modo que la pleura y el pulmón se conglutinan, adhieren y unen. Lo mismo sucede con el peritoneo y algunas vísceras del abdomen…22
La fundación de los Colegios de Cirugía de Cádiz (1748), Barcelona (1764) y Madrid (1787), encabezada por el catalán Pedro Virgili, no sólo condujo a la conversión de los cirujanos en profesionales de categoría equiparable a los médicos, sino también a una elevación del nivel de la enseñanza anatómica. Además de contribuciones muy conocidas, como la primera descripción por el también catalán Antonio de Gimbernat del ligamento que hoy lleva internacionalmente su nombre (1797), ello permitió publicar un tratado riguroso en cinco volúmenes: Curso completo de Anatomía del cuerpo humano (1796-1800) de Jaime Bonells e Ignacio Lacaba.23 El concepto de «tejido celular» ocupa también una posición central en este tratado, por lo que no resulta extraño que la formulación por Bichat de los tejidos orgánicos como unidades elementales de las estructuras vivas alcanzara en España una pronta y amplia difusión: la traducción castellana de los cuatro volúmenes de su Anatomie générale fue publicada en los años 1807-1814 y reeditada todavía en 1831 y 1841. Bonells y Lacaba destacan asimismo la necesidad de la indagación con el microscopio, cuyo manejo describen al ocuparse de las técnicas anatómicas. No suele tenerse en cuenta que en las Actas Capitulares de la … ciudad de Cádiz (1717-1807), que fueron ordenadas por Julio F. Guillén Tato en 1941, figuran documentos titulados Análisis microscópico antes de la fundación del Colegio de Cirugía, concretamente desde el 14 de diciembre de 1730.24 En consecuencia, fue fruto de una larga trayectoria el contenido histológico del Curso completo de Anatomía del cuerpo humano, cuya reedición en 1820 fue, como veremos, el primer texto morfológico manejado por Cajal. Bonells y Lacaba exponen la estructura de los huesos, cartílagos y músculos, los vasos, la piel, las glándulas, las vísceras y el sistema nervioso. Al ocuparse de las glándulas dicen, por ejemplo:
Si se observan con un buen microscopio las eminencias de una glándula … se ve que están compuestas de los mismos vasos absorbentes que, ya agostándose, ya dilatándose en celdillas, dan muchas vueltas y se cruzan formando varios ángulos. En las dilataciones o células25 de los ramos mayores se introducen por todas partes otros ramitos menores, que vierten en ellos el humor que traen o se llevan el que otros habían vertido, y de este modo establecen una comunicación general entre todas las partes de las glándulas conglomeradas.
Para situar adecuadamente este texto, conviene recordar que a finales del siglo XVIII seguía vigente la polémica entre los que consideraban las glándulas «enteramente celulosas», conforme a la concepción de Malpighi, y los que las tenían por «puramente vasculosas», de acuerdo con Ruysch. Especial detalle tiene la exposición de Bonells y Lacaba sobre la textura del sistema nervioso, basada en observaciones propias y en investigaciones microscópicas de Felice Fontana, Georg Prochaska, Alexander Monro y otros autores de la época. Como se trata de la primera información neurohistológica que Cajal estudió cuando sólo tenía diecisiete años, vale la pena citar dos fragmentos con el fin de comprobar la razón que tenía Ortega y Gasset cuando dijo que su obra había nacido por «generación espontánea» y Severo Ochoa al afirmar que era un «milagro»:
Apenas se puede contar el número de filamentos que se juntan en un nervio cuando horada la duramadre y, sin embargo, cada uno de ellos examinado con una lente o con el microscopio, parece todavía compuesto de otros menores de la misma especie. Viste, enlaza y fortalece a estos sutiles filamentos una tela celular tan fina que sólo se descubre con el microscopio, pero la que ata los filamentos mayores de que se compone el nervio es tan perceptible, que a simple vista se distinguen sus fibras, laminitas e intervalos, por los cuales pasan los vasos, y en los que hay ejemplos de haberse hallado gordura …
Cada nervio se compone de muchos cilindros transparentes, homogéneos, uniformes y simplicísimos … cada cilindro … parece formado por una túnica muy sutil y uniforme, llena de un humor transparente, como gelatinoso, pero indisoluble en el agua, que contiene varios corpúsculos pequeñísimos … encierra cada cilindro una vaina compuesta de innumerables hilitos tortuosos y de globulitos ovales; un gran número de estos cilindros con sus vainas forman un pequeñísimo nervio que presenta la apariencia exterior de una tiras blancas que la circuyen en espiral … en fin, muchos de estos nervios juntos componen los nervios mayores que se ven en los animales.26
Lámina III de Aparato para la Historia Natural de España (1754) de José Torrubia: especies fósiles de equínidos, trilobites, milepóridos, esteláridos y ammonites.
Entre los naturalistas españoles de la Ilustración que realizaron investigaciones micrográficas hay que destacar, en primer término, al granadino José Torrubia (ca. 1700-1768), uno de los primeros europeos que utilizó sistemáticamente el microscopio para el estudio de los fósiles.27 Al exponer en su Aparato para la Historia Natural española (1754) «los huesos petrificados de Teruel» afirma, por ejemplo:
Los huesos están petrificados, sin dejar su figura, pero el tuétano o médula de ellos se cristalizó, tomando sus partes una constante determinada configuración, como sucede en las demás cristalizaciones. Observéla con un buen microscopio, y hallé en diferentes huesos, aún en los más petrificados (que no todos lo están igualmente) que la masa medular está cristalizada en esferoides…28
Torrubia no solamente realizó investigaciones en la Península Ibérica y otros territorios europeos, sino también en diferentes zonas de América, Asia y el Pacífico. En sus viajes llevaba un equipo micrográfico, con el que, entre otros hallazgos, aclaró el crecimiento de las «gías», árboles sudamericanos del género Cassearia, y la fosforescencia de las «xicoteas», tortugas del género Pseudemys. Expone así lo que le pasó tras poner en su cuarto una de estas tortugas recién sacada del mar:
Luego que me acosté y se apagó la luz, advertí en aquel sitio un especial fósforo. Levantéme, y llegando a él, extendí con tiento la mano sobre la «xicotea» en aquel lugar donde más luz daba, de que resultó haberme contagiado el dedo con la del fósforo … tomé una buena lente y sólo con su beneficio advertí un confuso movimiento en la materia lúcida, que quedó pegada al dedo. Hice llevar el microscopio de que uso, que es notablemente famoso, como han confesado cuantos lo han visto, y ayudado con las lentes por una luz de vela, vi claramente que aquella materia era de una porción insignificante de insectos que resplandecían unos más que otros … Venido el día 26, ejecuté la observación a mis solas, con más exactitud.29
También se realizaron investigaciones micrográficas en el terreno de la botánica, una de las disciplinas que mayor altura científica alcanzó en la España de la Ilustración. Baste citar como caso sobresaliente las efectuadas por el valenciano Antonio José Cavanilles (1745-1804). Lo más interesante desde nuestro punto de vista es que no las utilizó solamente para estudiar los detalles de la morfología exterior de las plantas «invisibles sin el socorro de un fuerte microscopio» en sus diez Monadelphiae classis dissertationes (1785-1790) y en los seis volúmenes de sus Icones et descriptiones plantarum (1791-1801), que constituyen, como es sabido, una de las cumbres de la botánica descriptiva de la Ilustración. Como ha puesto de relieve María Luz Terrada,30 Cavanilles recurrió asimismo