Kitabı oku: «Escuelas que emocionan», sayfa 4

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• Por una parte, Robert J. Sternberg ya no habla de una inteligencia única sino de tres aspectos de la misma: componencial, experiencial y contextual. Los aspectos experiencial y contextual implican una inteligencia práctica que se refiere a la forma en que las personas se enfrentan a las tareas novedosas o al ambiente, lo cual lleva aparejados los conceptos de inteligencia exitosa e inteligencia modificable. Además, este autor es uno de los primeros que cae en la cuenta de que los test de inteligencia convencionales no captan la inteligencia contextual y experiencial e intuye que, quizá por eso, este tipo de test no predicen de manera satisfactoria el éxito de las personas en el mundo real.

• Howard Gardner, por su parte, define la inteligencia como ‘la capacidad para resolver problemas o elaborar productos que puedan ser considerados valiosos en más de una cultura’ y la configura como un conjunto de nueve capacidades independientes pero interrelacionadas que pueden desarrollarse a través de la práctica. Estas capacidades son las siguientes: lógica-matemática, lingüística, espacial, musical, corporal-cinestésica, intrapersonal, interpersonal, existencial y naturalista. Dos de estas inteligencias —la intrapersonal y la interpersonal— son consideradas las raíces más próximas de lo que hoy conocemos como inteligencia emocional.

En este contexto de reorganización del concepto de inteligencia y de redescubrimiento de los factores emocionales en el campo cognitivo, aparece el constructo de inteligencia emocional. La primera definición de este concepto data de principios de los años noventa del siglo pasado y se presenta en los siguientes términos: “Un tipo de inteligencia social que incluye la habilidad de supervisar y entender las emociones propias y las de los demás, discriminar entre ellas y usar la información (afectiva) para guiar el pensamiento y las acciones de uno” (Salovey y Mayer, 1990). Aunque en un primer momento pasa desapercibido para el gran público, el término inteligencia emocional adquiere una enorme popularidad a partir del éxito mundial del libro de Daniel Goleman que lleva el mismo nombre, Inteligencia emocional5. A partir de ese momento, el concepto de inteligencia emocional se presenta como un constructo novedoso que intenta unir dos interesantes ámbitos de investigación que hasta ese momento se creían no solo independientes, sino más bien contrapuestos: los procesos cognitivos y los procesos afectivos. Además, el constructo de inteligencia emocional no solo goza del reconocimiento de la comunidad científica, sino que también tiene una enorme aceptación social, lo cual puede explicarse, por un lado, por el hastío provocado por la sobrevaloración del cociente intelectual en la selección de personal laboral y, aún en mayor medida, por el rechazo creciente de la sociedad hacia las personas con alto nivel intelectual pero escasas habilidades sociales y emocionales.

Situación actual: inteligencia emocional como rasgo frente a inteligencia emocional como capacidad

Si bien el hecho de que la comunidad científica se tomara en serio el concepto de inteligencia emocional y lo intentase dotar de un carácter científico fue algo extraordinario, la enorme variedad de instrumentos de medida elaborados generó una gran confusión entre los investigadores y, aún más, entre el gran público. Los motivos son los siguientes: en primer lugar, lo cual ya es inquietante, no existía unanimidad sobre cuál era el mejor instrumento para evaluar la inteligencia emocional; en segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, se empieza a sospechar que quizá los diferentes instrumentos de evaluación no estuviesen midiendo el mismo constructo.

A partir de ese momento, los estudiosos del tema organizan sus investigaciones en torno a dos nuevas ideas:

1. Que la inteligencia emocional podría ser un constructo multidimensional, o sea, que podría haber distintos tipos de inteligencia emocional.

2. Que el tipo de inteligencia emocional podría estar relacionado con el tipo de instrumento de evaluación utilizado para medirla.

Así es como se llega al estado actual de la cuestión, en el que la comunidad científica distingue entre dos tipos de inteligencia emocional:

• Los defensores de la IE-rasgo o inteligencia emocional como rasgo (Petrides, Furnham y Mavroveli, 2007), también denominada autoeficacia emocional, consideran que la inteligencia emocional es una dimensión más de la personalidad, dado que los resultados empíricos señalan que existe una relación significativa entre las puntuaciones que los individuos obtienen en IE-rasgo y las que consiguen en los rasgos de personalidad. Este grupo de científicos definen la inteligencia emocional como una constelación de autopercepciones emocionales, es decir, la inteligencia emocional sería el conjunto de los rasgos emocionales del individuo según son percibidos por él mismo. Además, estos autores afirman que la característica fundamental de la IE-rasgo sería que se evalúa a través de cuestionarios de autoinforme, los cuales pondrían de manifiesto las diferencias existentes entre los individuos a la hora de percibir sus capacidades emocionales (Petrides y Furnham, 2001).

• En cambio, los defensores de la IE-capacidad o inteligencia como capacidad definen la inteligencia emocional como la capacidad de procesamiento de la información de tipo emocional (Mayer, Roberts y Barsade, 2008). Los resultados de las investigaciones sugieren que este tipo de inteligencia emocional no es un rasgo de la personalidad, sino que más bien representa un tipo de inteligencia relacionada con el razonamiento y con la resolución de problemas en los que se encuentran implicadas las emociones. Según estos autores, la IE-capacidad representaría la intersección entre la capacidad cognitiva general y la emoción y, por tanto, se debería evaluar a través de test de habilidad o ejecución muy similares a los que se utilizan para evaluar otras capacidades cognitivas (Mayer, et al., 2004, 2008).

Educación emocional

Importancia y definición

En el proceso actual de innovación educativa como respuesta a los nuevos retos que plantea la sociedad tecnológica y del conocimiento, se considera que las competencias emocionales y sociales constituyen un aspecto básico de la preparación de los individuos para esta nueva sociedad, en la que la capacidad de colaboración y comunicación son altamente valoradas.

Uno de los modos de alcanzar esta necesaria preparación podría ser a través de una adecuada educación emocional que diese respuesta a las necesidades socioemocionales de las personas, especialmente descuidadas por la educación académica formal, la cual se ha centrado de manera excesiva en el conocimiento cognitivo.

Bisquerra (2003) define la educación emocional como “el proceso educativo, continuo y permanente, que pretende potenciar el desarrollo emocional como complemento indispensable del desarrollo cognitivo con el fin de lograr una educación integral del alumno”.

Aunque el desarrollo emocional es un largo proceso que abarca todas las etapas de la vida del individuo, el período que va desde el nacimiento a la pubertad se presenta como una etapa especialmente sensible. Diversas investigaciones sugieren que unas adecuadas habilidades emocionales y sociales proporcionarían a los niños las herramientas fundamentales para cultivar unas sólidas relaciones familiares y sociales que serían muy positivas con vistas a evitar las conductas de riesgo características de la adolescencia. Desde este punto de vista, los adultos implicados en la educación formal de los niños asumen una especial responsabilidad de cara a su desarrollo emocional. En primera instancia, estos adultos son los padres, las madres y otras posibles figuras de apego del entorno familiar (hermanos mayores y abuelos, especialmente). Sin embargo, no podemos obviar el papel colaborador que posee la escuela en el terreno del desarrollo emocional de los niños, ya que estos pasan gran parte de su tiempo diario allí. En casos excepcionales, incluso, el papel de los educadores escolares puede resultar fundamental para suplir algunas carencias familiares en el ámbito emocional.

Este hecho implica que la educación emocional se plantea de algún modo como la “vuelta al cole” de las emociones. Teniendo en cuenta que, cuanto más amplia sea la red de vínculos establecidos por el niño (padres, amigos, abuelos, compañeros) mejor será su desarrollo general y también emocional, la vida en el colegio constituye una magnífica posibilidad para que el niño teja una amplia gama de relaciones afectivas con otros adultos y con otros niños, cuyos lazos se establecen y se mantienen a través de las emociones.

Además, como sugieren diversas investigaciones, el desarrollo de competencias emocionales por parte de los alumnos tiene resultados muy beneficiosos directamente relacionados con la escuela:

–Mejora de la autoestima y disminución de los pensamientos y de las conductas autodestructivas.

–Disminución de los desórdenes alimentarios: anorexia, bulimia.

–Disminución de los trastornos relacionados con la ansiedad y el estrés.

–Reducción de la sintomatología depresiva.

–Aumento de los comportamientos prosociales y, consecuentemente, disminución de los comportamientos antisociales: agresiones, conductas disruptivas.

–Mejora del rendimiento académico.

Por consiguiente, el objetivo primordial de la educación emocional será el desarrollo de alumnos emocionalmente saludables, que serán aquellos en los que se produzca una relación armónica y equilibrada entre las capacidades cognitivas y las emocionales. Como veremos más adelante, este objetivo se alcanzará si los alumnos conocen en profundidad el funcionamiento emocional y son entrenados en el desarrollo de aquellas competencias que los capaciten para afrontar los retos de su vida cotidiana y los preparen para su futura vida laboral, familiar y social.

El desarrollo de competencias emocionales

El objetivo de la educación emocional es el desarrollo de las competencias emocionales de los alumnos. Aunque el concepto de competencia es relativamente nuevo en el sistema educativo español, actualmente los profesores ya se encuentran bastante familiarizados con él. Si la competencia es la capacidad para resolver un problema de manera eficaz, hablar de competencias emocionales nos lleva a pensar en el conjunto de capacidades que ayudan al individuo a integrar de manera armónica los procesos cognitivos con las reacciones emocionales, de tal modo que respondan de manera eficaz a las demandas del entorno.

No obstante, los niños pueden desarrollar sus competencias emocionales en una variedad de entornos; la escuela se presenta como un “escenario de vida” ideal para ello. Los centros educativos proporcionan a los alumnos un escenario muy adecuado para que puedan desenvolverse y actuar de manera natural y sin inhibiciones; para que establezcan relaciones positivas con los compañeros y, si llega el caso, resuelvan posibles conflictos interpersonales; para que profundicen en el conocimiento y la puesta en acción de sus recursos personales, construyendo de ese modo un autoconcepto positivo y, en definitiva, para que alcancen el equilibrio emocional necesario que les permita obtener también buenos resultados académicos.

Capítulo dos
Modelo de competencias emocionantes (MCE)

Un modelo integrador

El modelo de competencias emocionantes (MCE), que se expone a continuación, se nutre de los hallazgos científicos más sugerentes y contrastados realizados por diversos planteamientos teóricos y diferentes líneas de investigación sobre la inteligencia emocional, la educación y el aprendizaje socioemocional y la neuropsicología. Estos paradigmas abordan las misteriosas y complejas relaciones entre las emociones y las cogniciones desde distintas perspectivas. El modelo que proponemos integra lo mejor de cada perspectiva y aquello que, de manera específica, se pueda aplicar más fácilmente y de manera urgente a los centros educativos para colaborar en su proceso constante de innovación en la búsqueda de una atención más eficaz a los alumnos:

• El modelo de perfiles emocionales de Davidson aporta la sugerente idea de que la repetición de reacciones emocionales va dejando un “poso” en nuestro cerebro en forma de conexiones neuronales y que estas conexiones nos predisponen a reaccionar de un determinado modo en el futuro. Por tanto, según esta perspectiva, nuestras reacciones presentes pueden condicionar nuestras reacciones futuras a través del perfil emocional. Estos perfiles, en principio, no son ni buenos ni malos, sino que indican un modo característico de respuesta del individuo ante los acontecimientos. No obstante, el perfil emocional que se va configurando puede estar equilibrado o descompensado en sus diferentes dimensiones. Si está descompensado, tendrá repercusiones negativas en el bienestar subjetivo del individuo y en sus relaciones sociales.

De hecho, un centro educativo ofrece un sinfín de oportunidades para ver los perfiles emocionales en acción. Sin ir más lejos, los alumnos tienen reacciones muy distintas cuando escuchan el sonido del timbre que señala el fin de la jornada escolar: unos apenas lo perciben y, si lo hacen, no muestran ningún tipo de reacción especial sino que siguen realizando lo que estaban haciendo; otros se precipitan hacia la puerta para salir, tropezando con los compañeros y con el resto de las mochilas, y olvidándose por completo de despedirse de sus compañeros y, por supuesto, del profesor; otros, en cambio, perciben el sonido y reaccionan de manera tranquila, sin mostrar ninguna urgencia por salir del aula, terminan de copiar pacientemente en la agenda las tareas para el día siguiente, colocan pausadamente el material en la mochila y van despidiéndose de todo “bicho viviente” con besos, abrazos y “give-me-fives”. Si pensamos en los profesores, la diversidad no es menor. Ante un alumno que hace un mal gesto y suelta una palabra soez cuando el profesor le entrega un examen suspenso, los profesores pueden reaccionar de maneras muy diferentes: hay algunos que observan la situación y no intervienen, lo dejan pasar; hay otro tipo de profesores que son especialmente susceptibles y que están muy pendientes de este tipo de hechos y le sueltan al alumno un lapidario “haber estudiado más”; otros se encaran enfurecidos con el alumno y, no solo lo suspenden, sino que lo recriminan y lo castigan por la falta de respeto; otros, en cambio, perciben la situación, no actúan de inmediato, pero intervienen más tarde, cuando el alumno está más calmado, para aclarar lo sucedido y tomar las medidas oportunas. No obstante, la propuesta de Davidson de que los individuos siempre pueden hacer algo para mejorar aquellos aspectos del perfil emocional que no facilitan su adaptación y bienestar resulta esperanzadora y muy plausible desde el punto de vista educativo.

• Los modelos mixtos de inteligencia emocional y los modelos de competencia emocionales proponen el concepto de competencia emocional como capacidad que se puede aprender y que sirve para comprender, expresar y regular de forma apropiada los fenómenos emocionales. Asimismo, tomamos la idea de la compleja constelación de habilidades y destrezas de todo tipo que se relacionan con el manejo adecuado de la experiencia emocional.

• Los modelos de habilidad o capacidad de la inteligencia emocional aportan el concepto de inteligencia emocional como capacidad para manejar la información de tipo emocional, que es el núcleo de cualquier modelo de educación emocional o de competencias emocionales que se precien de serlo. La capacidad que tiene el cerebro para manejar información de tipo emocional debe constituir la base sobre la que construir cualquier programa de comprensión, mejora y tratamiento inteligente de la experiencia emocional.

• Los modelos de aprendizaje socioemocional contribuyen con la interesante inclusión en sus programas de la dimensión social de las emociones y con el hecho de que son programas muy comprometidos con la educación y tremendamente vinculados al ámbito escolar. Tanto es así, que combinan de manera exquisita y eficaz el desarrollo de los estudiantes como individuos que intentan perfeccionar sus competencias curriculares y alcanzar el bienestar personal con la mejora de las relaciones sociales y el clima de convivencia de los centros. Para nuestro proyecto de escuelas emocionantes constituyen un referente ineludible y una continua fuente de inspiración.

• El conjunto de disciplinas relacionadas con la neurociencia y, en particular, con el estudio de las funciones ejecutivas del cerebro, nos proporcionan sorprendentes descubrimientos relativos a las conexiones entre el lóbulo prefrontal, sede de las funciones cerebrales complejas, y las regiones subcorticales, sede de las reacciones emocionales. Esto supone que actividades cognitivas complejas como el aprendizaje, la creatividad y la toma de decisiones, por ejemplo, pueden beneficiarse de la información que proporcionan las reacciones emocionales y que, por consiguiente, las emociones pueden ser integradas en estos procesos superiores, no para entorpecerlos, sino para mejorarlos. Además, subrayamos el hecho de que, aunque las emociones tienen un importante papel en la toma de decisiones, las evidencias demuestran que existen funciones ejecutivas relacionadas con la anticipación y la previsión de situaciones futuras que pueden ejercer el control sobre las decisiones conductuales la mayoría de las veces, de tal modo que el individuo no se sienta desbordado y atenazado por las explosiones emocionales. El entrenamiento de estas funciones ejecutivas que anticipan el futuro y controlan las explosiones emocionales constituye un reto para los programas de educación emocional.

• La psicología positiva también realiza tres aportaciones fundamentales a nuestro modelo:

–En primer lugar, la vuelta de tuerca que le da a la dimensión evolutiva de las emociones al señalar que estas, además de haber resultado muy útiles para la supervivencia de la especie, deben convertirse en protagonistas, no solo de la supervivencia del individuo, sino de todo lo relativo a que este lleve una vida rebosante de bienestar, felicidad y plenitud.

–En segundo lugar, y directamente relacionado con lo anterior, es interesante el énfasis que pone en todo lo que suene a positivo dentro del ámbito emocional —emociones positivas, afecto positivo— con el objetivo de reducir el excesivo protagonismo que hasta ahora habían tenido las emociones negativas, muy vinculadas con la supervivencia del individuo y de la especie.

–En tercer lugar, sorprende para bien la dimensión práctica que ofrecen todos los modelos surgidos a partir de los postulados de la psicología positiva, dado que es habitual que generen programas directamente encaminados a realizar cambios concretos en la vida de las personas para incrementar su bienestar subjetivo.

Componentes y características

El modelo de competencias emocionantes (MCE) se compone de una constelación de competencias organizadas en torno a seis grandes capacidades: centrarse, regularse, activarse, abrirse, respetar y resolver. Estas capacidades, a su vez, hacen referencia a dos grandes perfiles: el perfil personal y el perfil social. De este modo, centrarse, regularse y activarse son las capacidades que integran el perfil personal, mientras que abrirse, respetar y resolver son las capacidades que componen el perfil social.


Las competencias emocionantes

Las competencias emocionantes constituyen el elemento primordial del modelo. La utilización de esta expresión para referirnos al elemento esencial del modelo no es baladí. Esta expresión consta de un sustantivo, competencia, y un adjetivo, emocionante:

–Por una parte, el sustantivo competencia hace referencia a una capacidad que se pone en práctica, es decir, que sirve para resolver problemas. Por tanto, nos ofrece un carácter dinámico y de puesta en acción muy interesante para nuestro concepto.

–Por otra parte, emocionante es un adjetivo cuyo significado es ‘que causa emoción’. Aunque lo habitual en los libros sobre inteligencia y educación emocional es que se utilice el adjetivo emocional, la terminación “-ante” nos aporta un elemento de “acción permanente” que es esencial para entender nuestro modelo. Emocionante, por tanto, aporta un dinamismo que refleja muy bien las características y el funcionamiento de nuestro modelo.

Así, hablar de competencias emocionantes es hablar de capacidades que van a causar, transformar y liberar emociones y, además, lo van a realizar de manera permanente. Esto refleja de modo fidedigno en qué consiste la experiencia emocional en cuanto vivencia continua que presenta diferentes niveles de intensidad según los acontecimientos. Las competencias emocionantes tendrán que lidiar con esa experiencia emocional para aceptarla, modularla y, si es necesario, transformarla, pero el resultado será siempre una nueva experiencia emocional. Dicho de otro modo, las competencias emocionantes, debidamente entrenadas, podrán transformar una tristeza profunda en una tristeza ligera y llevadera, pero esta será una nueva experiencia emocional. También podrán convertir la tristeza en alegría, lo cual será asimismo una nueva experiencia emocional, aunque con contenido diferente. Incluso podrán generar emociones intensas cuando nuestro estado de ánimo sea tan tenue que nos parezca que apenas sentimos nada, lo cual indica que han servido para generar una nueva experiencia emocional. Dado que nuestro cerebro es una “máquina de generar emociones” y no puede dejar de sentir y de emocionarse, en todos los casos el resultado será una nueva experiencia emocional. De ahí que consideremos que el adjetivo emocionante refleja de un modo preciso estos aspectos del funcionamiento de la mente humana.

Además, este modelo propone que el objetivo de las competencias emocionantes no es solo producir reacciones emocionales, sino garantizar que estas sean eficientes y adaptativas. Y este matiz lo aporta la palabra competencia. Esto es, las competencias emocionantes deben servir para resolver algo. ¿Y qué es eso tan importante que creemos que tienen que resolver? Nada más y nada menos que una ingente cantidad de problemas de cuyo acierto o desacierto depende, en gran medida, la propia felicidad del individuo y, de manera indirecta, de las personas con las que convive.

Una vez explicado y entendido todo esto, podemos concluir diciendo que las competencias emocionantes son aquellas capacidades que, pilotadas por el cerebro ejecutivo, van a permitir que las emociones adquieran un protagonismo eficiente y adaptativo en las relaciones del individuo consigo mismo y con los demás. Esto significa que las competencias emocionantes se encargan de facilitar que las emociones sean sentidas, reconocidas, reguladas y comunicadas, tanto por el individuo en su relación consigo mismo como por los individuos que entran en interacción con él, dado que los seres humanos no se desenvuelven como personas aisladas, sino que se caracterizan por su condición de seres sociales. Por ejemplo, si anticipamos parte de la estructura del MCE y explicamos que la capacidad de resolver integra competencias como la capacidad de comprensión de los problemas, la capacidad de negociación, la tolerancia al error, la capacidad de perdonar y de aceptar el perdón, la flexibilidad cognitiva, el liderazgo, la capacidad de pedir ayuda y el sentido del humor, podemos afirmar que estas capacidades van a permitir a los individuos resolver de manera eficiente problemas interpersonales y, al resolverlos, van a poder disfrutar de una experiencia emocional muy gratificante.

Un modelo con dos perfiles

El modelo de competencias emocionantes (MCE) se compone de dos perfiles fundamentales:

–El perfil personal, que integra las competencias autoemocionantes, esto es, aquellas que están directamente relacionadas con el bienestar psicológico del individuo.

–El perfil social, que agrupa las competencias socioemocionantes, las habilidades que también contribuyen a ese mismo bienestar, pero lo hacen de manera indirecta, es decir, a través de la búsqueda y el mantenimiento de un equilibrio emocional saludable con el resto de los individuos.

En resumidas cuentas, el perfil personal agrupa las competencias necesarias para el equilibrio emocional personal, y el perfil social comprende las competencias encaminadas a la búsqueda del equilibrio emocional interpersonal, si bien ambos equilibrios se encuentran estrechamente relacionados.

Un modelo con seis capacidades

Como ya hemos señalado anteriormente, dado el excesivo número de competencias emocionantes integradas en el modelo, hemos considerado más didáctico y clarificador organizarlas en torno a seis grandes capacidades: centrarse, regularse, activarse, abrirse, respetar y resolver. Las capacidades, a su vez, hacen referencia a los dos perfiles explicados. De este modo, centrarse, regularse y activarse son las capacidades relacionadas con el perfil personal, mientras que abrirse, respetar y resolver son las capacidades asociadas al perfil social.

Asimismo, las capacidades asociadas guardan una cierta relación entre sí a modo de parejas de capacidades, si bien no se trata de una relación estricta de causa-efecto.

Por ejemplo, la capacidad de regularse, vinculada al perfil personal, se relaciona con la capacidad de respetar, asociada al perfil social. De algún modo, las competencias asociadas con moderar las propias reacciones emocionales y respetarse a uno mismo mantienen una relación con las capacidades asociadas con el respeto hacia los demás. Parece que el individuo que es capaz de regularse y disfrutar de su experiencia emocional también sería capaz de regular sus emociones de cara a los demás y de disfrutar de las relaciones sociales, al establecer vínculos basados en el respeto y en el beneficio emocional mutuo.

Asimismo, la capacidad de activarse, conectada con el perfil personal, se relaciona con la capacidad de resolver, asociada al perfil social. Esto significa que el individuo que es capaz de inventar soluciones para sí mismo, activando los propios recursos, se presupone, de algún modo, capaz de inventar soluciones para los demás mediante la resolución de problemas en los que se encuentran implicadas otras personas.

Por último, aunque aparentemente no parece tan clara, también existe una vinculación entre la capacidad de centrarse en uno mismo, perteneciente al perfil personal, y la capacidad de abrirse, perteneciente al perfil social. De hecho, el individuo que hace el esfuerzo por mirar en su interior y que es sensible al reconocimiento de las propias capacidades, tanto cognitivas como emocionales, es capaz de generar una sensibilidad que trasciende el propio ser y lo lleva a mirar también el interior de todo lo que le rodea, tanto las personas como los elementos de la naturaleza. En eso consiste precisamente la capacidad de abrirse, y la clave de esa relación aparentemente contradictoria es esta: llevar una mirada sensible del interior al exterior.

El talante emocional

Otro de los elementos claves de nuestro modelo lo constituye el constructo del talante emocional. Lo explicamos brevemente. Nuestra manera de ser y de comportarnos se va estructurando a través de un sinfín de decisiones. Muchas de estas decisiones son el resultado de las continuas interacciones que se producen entre las reacciones emocionales espontáneas —lo que nos apetece— y las intervenciones de las funciones del cerebro dirigidas a ejercer el control sobre ellas para imponer lo que nos conviene. El resultado de esas “luchas” entre lo que nos apetece y lo que nos conviene va configurando nuestro talante emocional, que es el modo personal y único de reaccionar ante lo que nos sucede. A su vez, este talante está en continua formación y predispone a los individuos en dos direcciones:

–Por una parte, los impulsa a experimentar la misma reacción emocional, siempre que los acontecimientos del futuro sean lo bastante similares a los experimentados en el momento presente.

–Por otra parte, también los incita a reaccionar de un determinado modo, con miedo, con rabia, con sorpresa, independientemente de las circunstancias externas, simplemente repitiendo un patrón de comportamiento que el individuo acostumbra a utilizar.

El talante emocional representa, por tanto, una combinación única de competencias emocionantes con diferentes niveles de dominio que configuran la manera en que percibimos el mundo que nos rodea, la forma de reaccionar ante él y, en definitiva, el modo en que nos relacionamos con nosotros mismos e interaccionamos con los demás. A modo de ejemplo, y empleando las competencias relacionadas con la capacidad de resolver, podemos afirmar que una combinación personal y única de nuestros niveles en nuestras capacidades de comprender problemas, de negociación, de tolerancia al error, de perdonar y dejarse perdonar, de flexibilidad cognitiva, de liderazgo, de petición de ayuda y de sentido del humor nos van a predisponer a actuar de un modo u otro cada vez que tengamos que afrontar un problema y, como consecuencia, a experimentar emociones similares al resolverlo.

El talante emocional como un continuum de capacidad

Dada la complejidad del comportamiento humano, y teniendo en cuenta el concepto de talante emocional, consideramos que estas seis grandes capacidades mencionadas y las competencias que las integran se presentan bajo la forma de un continuum.

Cada capacidad se expresa como un continuum de desarrollo:

–En un extremo, se colocaría la capacidad completamente adquirida.

–En el otro extremo, la ausencia de esa capacidad.

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